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Por más que me removiera entre los brazos que me retenían, la fuerza en ellos no me permitía moverme. Ni levantarme, ni gritar más, ni nada. Las risas de los soldados seguían rebotando en mi cabeza como ecos incesantes, el dolor en el pecho dejándome sin aire y prácticamente jadeando en busca de alguna forma que me sacara de mi agonía.

Era como ser acuchillada con veneno que se esparcía como odio puro por todas mis venas. Esparciéndose tan rápido que me retorcía más por el ardor de ello que por el calor que trataba de traerme de vuelta a la realidad.

—Sé que duele, Tay, lo sé —Noah habló con su boca contra mi oreja, lo más cerca posible para que pueda escucharlo por sobre mis gritos—. Pero tenemos que levantarnos, tenemos que tratar de irnos- te lo ruego, por favor levántate.

Las risas no cesaban, mi dolor pareciendo ser un show de circo para ellos, y a pesar de que traté de obedecer a Noah y me logré parar, mis pies no quisieron cooperar conmigo. Se quedaron quietos, mientras que los demás integrantes de a poco y tan lento para parecer desapercibidos al dirigirse hacia donde escaparían, yo no pude. La tensión en mi pecho mezclándose con un odio tan profundo que hasta llegué a saborearlo.

¿Irnos? ¿Volver a escapar? ¿Cuánto más íbamos a correr? ¿Cuántos más humanos iban a sacrificarse por nosotros? También éramos humanos, no habíamos dejado de serlo nunca a pesar del apodo que nos habían impuesto. ¿Tendría que correr toda mi vida? ¿Con mi hermana? ¿Con mis amigos?

¿Por qué no de una vez por todas afrontar lo que tanto quería encontrarme?

Hasta Thomas se paró con cuidado al lado de su gemelo y trató de tirar de mi mano con suavidad, algo que Noah había tratado de hacer y no me había movido tampoco. No solo no podía, tampoco quise.

—Vamos, Tay...

Quise preguntar a donde podríamos escondernos, dónde más habría que huir para que pudiéramos sobrevivir un tiempo más. Me apenaba el campamento, los rostros llenos de miedos y ojos inciertos, me dolía pensar que había sido todo por mi culpa. Yo los había hecho comenzar a correr, pero la realidad era que yo no era quien los perseguía. Yo no era su miedo, ni su odio ni impotencia. Solo fui el peón que se animó a meterse en el tablero del contrincante.

—No... —meneé la cabeza, sin mirarlos a ellos y girándome hacia los soldados que ya estaban comenzándose a acercar, viendo que eran como cinco veces la cantidad que nosotros éramos. Sin ningún tipo de miedo alguno que me hizo envidiarlos, una necesidad de que sintieran lo que nosotros surgiendo hasta en la punta de mis pies—. No me voy a ningún lado. Esto... Esto se termina acá.

Mi hermana había sido empujada dentro de la carpa por Sue Lee, quedándose con los demás dentro, sabía que estaría segura ahí y que pasara lo que pasara, yo había tratado lo mejor por ella. Todo había sido para su seguridad. Pero me tocaba elegir a quienes me rodeaban, a quienes me habían apoyado alguna vez y que necesitaba que volvieran a hacerlo. Solo una vez más. 

Algunos anómalos ya estaban cerca del límite del campo de entrenamientos, listos para dar la corrida de su vida y sentí la forma en la cual me miraron al verme dirigirme hacia los soldados y pararme frente a ellos, que ya levantaban sus armas desfilando en hileras prolijas y de ataque. El Coronel se rio con sorpresa, como si no se esperara que me parase ahí.

—¿Ni vas a tratarlo? ¿Correr? —se rio con más fuerza, señalando a sus hombres para que apuntaran directamente hacia mí. Iba a morir de todas formas, en unos días, semanas, meses o años, y seguramente en manos de ellos. ¿Por qué no hacerlo tratando de defender lo único que sabía que era lo correcto? —. Bien.

La tensión en mi pecho pareció estallar en un mar de emociones que lo único que pude sacar de él fue una sensación de paz, de estar de acuerdo, algo que nunca me había pasado con mi anomalía hasta que aparentemente concordamos con algo. Pelear por nosotros y por quienes nos habíamos vuelto. Fue como un suspiro, la sensación de libertad de vuelta en la punta de mis dedos y me hallé con rostros sorprendidos que hasta les temblaron las armas.

Si querían ver a una anómala, me iban a ver como verdaderamente era. Emanando mi energía, en mi absoluto control y de nadie más.

Se me llenó el pecho de orgullo al haber estirado los brazos en el momento que una oleada de balas había sido enviada en mi dirección, el haz de luz expandiéndose por el largo del campo de entrenamiento y llegando a cubrir todo el camino que podrían tener para atacarnos. Llegué hasta estirarlo tanto que no hubo ojos que no hubieran visto el enorme campo de luz que había formado. Las balas rebotaron contra el haz y cayeron como tal pelota rebotando contra una pared.

La boca del Coronel se abrió por la sorpresa, subiendo mi ego hasta por las nubes y el odio alimentando el brillo en mi anomalía. Había una realidad y era que nosotros siempre habíamos tenido el arma más fuerte, solo que teníamos la decencia de no lastimar a nadie. El problema era que seguíamos creyendo que con bondad solucionaríamos todo y nos olvidamos del hambre que la sociedad tiene por querer lo que uno no tiene.

El calor contra mi brazo me hizo mirar de costado, los ojos rojos de Noah habiéndome encontrado en el medio y el frío en el otro brazo no hizo más que hacerme sonreír levemente. Thomas me sonrió, a diferencia del fuego en los brazos de su hermano, la escarcha en los suyos apareciendo como el trazado que yo ya conocía. La cereza del desastre fue cuando reconocí a Claire, los ojos de Coronel tensándose al verla, pero no sabiendo por donde mirar cuando prácticamente el campamento entero se había dado vuelta contra ellos. No supe por qué, qué fue lo que los convenció o si siempre habían querido hacerlo, pero lo agradecí. Esto iba a terminarse ahí mismo.

—Jacob —se me deslizó de la boca, nuevas ideas en mi cabeza que me hicieron preguntar porque no lo habíamos pensado antes—. Esas armas se ven muy bonitas... ¿de qué serán?

Sonrió sin responderme. En un ademán de sus manos, las armas fueron arrancadas de todos los soldados presentes, sus rostros frunciéndose en muecas confundidas o asustadas. En el mismo aire fueron destruidas, los soldados ya sin que poder atacarnos desde lejos. Después, me giré hacia Claire, sus ojos fijos en el Coronel.

—¿Puedes encerrarlos? —la pregunta fue tan tonta cuando vi como ella y sus compañeras de agriculturas les impedían cualquier tipo de salida que pudieran tomar para huir. Ni cucarachas que se escabulleron pudieron ser cuando paredes de raíces comenzaron a taparles la salida y alejar las camionetas que con tanto lujo habían permitido que llegaran a nosotros.

Una satisfacción oscura me inundó el pecho al verlos indefensos, sus ojos buscando opciones de lo que fuera que pudiera ayudarlos, y con una confianza que nunca había sentido frente a ellos, fui la primera de muchos en dar los primeros pasos hacia ellos los cuales todos siguieron.

Por Jamie. Por mi familia. Por mis amigos. Por mi hermana. Por Asher. Por toda la gente que había sufrido de pánico e incertidumbre. Por todos los anómalos.

Esto se terminaba ahí.

Mis pasos comenzaron a ser más ligeros al apurarlos, la punta de mis pies impulsándome con tanta fuerza que en un parpadeo estaba corriendo en su dirección, más pisadas a mi alrededor dejándome en claro que no era la única. Sin sacar mi vista de los trajes camuflados frente a mí, que tanteaban en su uniforme por el arma que reconocí como la anti-anómala, llegué primero a uno que estaba en la primera fila y sin verlo venir, mi puño se incrustó contra su pecho, el soldado volando unos metros con un ruido de quiebre en sus huesos.

Había sido como un silencio continuo en mi cabeza hasta que el choque entre anómalos y soldados me hizo volver a escuchar, quejidos y gritos agónicos rodeándome. Con la adrenalina decidiendo todo movimiento que yo hiciera, me encontré usando todo tipo de entrenamiento que había tenido o más de lo que alguna vez había aprendido. Siempre centrándome en el artefacto que con ímpetu trataba de herirme en varias manos, esquivé hasta puñetazos que me habrían hecho ver las estrellas.

Desde lejos pude ver como dos se acercaron hacia mí, separándose para poder distraerme y derribarme por detrás. Cerré mis manos en puños, toda energía en mis brazos centrándose en mis nudillos y los estiré en ambas direcciones, una bola de energía directa en cada dirección que no solo los lanzó lejos, sino que pude ver cómo le había quemado el uniforme hasta comenzar a deshacerse como su piel tomar el mismo camino.

Era como vivir en las escenas de las películas sobre Guerra Mundial que me habían hecho ver y que mi papá era fanático. Cuerpos cayendo en el piso, vaya a saber si todavía respirando o no, y el olor metálico de la sangre haciendo que me mordiera la lengua. Sabía que enfrentarlos significaría que sería una masacre en sí, no obstante, lo hubiera sido igual si no lo hubiésemos intentado. Era una guerra más después de todo, no económica, ni política ni territorial. Si no por un poder que no habíamos elegido y que nos había dividido tanto hasta llegar a ese punto.

Inconscientemente traté de encontrar a mis amigos entre todo el desastre, pero fue imposible. Entre la cantidad de soldados que había y las anomalías moviéndose de lado a lado, no pude ver más que muerte y peleas. A la única que hallé en pleno campo de batalla fue a Aiko, lo cual me hizo apurarme hacia ella y querer ayudarla a que saliera de ahí.

Me cerró la mismísima boca cuando ella abrió la suya en dirección de unos soldados, y con un grito desgarrador, prácticamente los ensordeció hasta que cayeron de bruces al piso. La muda tenía la anomalía de una banshee, por eso no podía hablarnos.

No fue hasta que un golpe seco en mi nuca me hizo caerme de rodillas, la distracción anterior no habiéndome permitido ver a otro de ellos acercarse. Me giré rápido en el pasto, por pocos segundos habiendo evitado el arma que rozó mi cuerpo, y llegué a patearle la barbilla desde el piso. Habiéndolo enviado hacia atrás, y lista para lanzar otra bola de energía, la boca del soldado se abrió demasiado, su piel tornándose pálida hasta que la piel se transformó en cristalina. Se volvió una escultura de hielo en dos instantes.

Thomas tiró el cuerpo hacia el costado con su mandíbula tensa, la figura partiéndose por el golpe seco, y me ayudó a levantarme de un tirón. No vi nada más que decisión en sus facciones, el miedo y la pena de llevar sangre en sus manos ausente. Habíamos ya dejado atrás esa etapa demasiado tarde.

El viejo recuerdo de haber huido juntos de estas mismas personas pareciendo tan lejano y con otra mentalidad. ¿Qué pensarían esas versiones de nosotros?

Me tuve que agarrar de sus hombros con fuerza para tomar carrera y balancearme en ellos para patear a uno que había tratado de acercarse, sus manos rápidas agarrándome de los costados para girarme y patear a otro más en el movimiento. Solté un quejido por los golpes, mi tobillo latiendo por el dolor apenas me volví a parar. Lo mío no era la acción física.

—¿Estás bien? —me preguntó al verme morderme el labio en una mueca incómoda. Asentí rápido.

—Sí... —respondí—. Tranquilo.

Lo vi ladear la cabeza.

—Sería una buena idea que... estallaras de vuelta ahora, ¿no crees?

Si tan solo pudiera controlar el estallido.

—Están ustedes en el medio, no puedo arriesgarme-

¡Taylin!

Se me heló la sangre al escuchar mi nombre ser llamado, en el mismo instante que me giraba hacia la cabellera rubia que reconocí, la imagen de un anómalo cayendo en sus rodillas con sangre saliendo de su cuello me hizo tambalear. No podía tener ni tres años más que yo. Entre la escena y habiendo reconocido la voz de mi hermana, Thomas fue el único que pudo reaccionar y se abalanzó sobre el soldado que cargaba el arma asesina.

Ubiqué a Morgan tratando de hacerse paso entre todo el desastre, sin mirar a mi alrededor acercándome a ella con el grito en la garganta. ¿Pero en qué estaba pensando al aparecer ahí?

—¡Vete! —le señalé antes de siquiera llegar a ella—. ¡¿Qué haces acá?! ¡Vuelve a la carpa! ¡Vete!

Fue la perfecta distracción para que se abalanzaran sobre mí, el cuerpo pesado de otro soldado enviándome directamente contra el suelo y sacándome todo tipo de aire en mis pulmones. Con sus rodillas atrapando mis brazos e inmovilizarme, miré el arma levantada y lista para incrustarse en mi pecho como mi despedida. Lo único en lo que pensé fue en cómo mi hermana vería mi final, removiéndome como podía para evitar la escena y sobrevivir, penosamente el agarre mucho más fuerte. Un hilo de saliva salió de la boca del tipo al sonreír con emoción, como un animal hambriento por comer a su presa, y bajó con toda su fuerza el arma para así terminar de una vez conmigo.

Había cerrado los ojos esperando el impacto, y cuando no sentí nada más que el peso del tipo todavía sobre mí, al abrirlos tuve que parpadear varias veces. Un haz de luz como el mío me rodeaba, en su lugar un tono violeta que me hizo ladear la cabeza hasta que uní los puntos y miré a mi hermana. Con el mismo haz rodeando sus manos, el violeta en sus ojos dejándome helada y haciendo muchísima fuerza para poder mantenerlo.

Teníamos la misma anomalía.

El peso del soldado desapareció apenas fue empujando, reconociendo los brazos con fuego quemándole la piel alrededor de su cuello hasta que los gritos de agonía que habían soltado no pudieron continuar. Llegué a taparle los ojos a Morgan por suerte, su cuerpo metiéndose contra el mío. No podía terminar de procesar lo que había visto. Ella y yo compartíamos la anomalía habiendo estado juntas durante la supernova. ¿Era por eso que teníamos una conexión?

Le agarré el rostro como pude, sus ojos habiendo vuelto a su color natural.

—¿Qué-? —sabía que no era momento para preguntar, la pelea a mis espaldas siendo razón suficiente—. ¿Cómo se te ocurrió salir? Es peligroso acá, tienes que volver dentro-

—Quiero que vengas conmigo, por favor...

—No puedo, An, tengo que quedarme —le rogué, mirando hacia Noah que se había acercado a nosotras y cuidarnos las espaldas en nuestro rápido intercambio—. Me necesitan acá, no puedo esconderme, vuelve con los demás.

Fui lo suficiente rápida para cubrir a mi hermana, el fuego de Noah por poco quemándome el pelo al haberlo lanzado a tres soldados que habían querido acercarse. Me levanté con cuidado, sin soltar a mi hermana, y tratando de ver como haría para llevarla de vuelta hacia la carpa, fue la presencia de Anna prácticamente rompiéndole el cuello a uno de los soldados frente a nosotras lo que me hizo dar un paso hacia atrás.

La miró a mi hermana antes que a mí y, a mi sorpresa, tendió su mano.

—Yo la llevo de vuelta —dijo. Por primera vez sus palabras no sonaron ni con burla ni odio, algo que en otra circunstancia hubiera remarcado. Mi rostro debió haber delatado mi sorpresa y rodó los ojos—. No hay tiempo, y por más que me duela decir esto... tienes que quedarte acá.

Iba a ser una locura lo que haría, solo la presencia de Luna detrás de su prima dejándome confiar un poco más, e hice que Morgan caminara hacia ellas.

—No te alejas de ellas, le haces caso en todo lo que digan- —le tapé la boca antes de que pudiera decir algo—. Sin peros. Voy a estar bien, solo ve con ellas y cuídate.

No le dejé más tiempo para responder, encontrando a Noah esquivando unos puñetazos que un enorme soldado daba con ímpetu, si ya en sí era más alto que el gemelo, para mí parecía un gigante. Tragando mi miedo, centré mi energía en mis puños al deslizarme entre sus piernas y golpear con todo lo que tenía sus rodillas, quebrándose por el peso del tipo y cayendo en un gruñido. Listo para levantarse y seguir peleando, una de las camionetas blindadas cayó desde más arriba sobre la cabeza del soldado, reconociendo a las demás hacer los mismos movimientos con Jacob guiándolas a lo lejos.

Hubiera sonreído de no ser por reconocer un grito adolorido que me cerró la garganta, la voz tan familiar tanto para mí como Noah, los dos buscando desesperadamente al otro gemelo. Lo hallé en sus rodillas, tratando de detener el arma que iba directamente hacia su cuello y tratando de al mismo tiempo usar su anomalía. Antes de que siquiera pudiéramos empezar a correr en su dirección, una raíz había surgido de la tierra y agarrado el cuello de la soldado que peleaba con Thomas y la lanzó lejos.

Claire apareció detrás de él y se lanzó contra la soldado, raíz tras raíz agarrando las extremidades de ella hasta hundirla en el mismo césped. La vi querer girarse hacia Thomas, probablemente para ayudarlo a levantarse, y fue tan tonto no haber mirado hacia su costado cuando su mismo padrastro llegó a incrustarle el arma en su costado.

—¡Claire!

Mis pies no cooperaron conmigo y me caí de bruces contra la tierra, mis ojos sin salir de mi pobre amiga que caía en sus rodillas sin más nada que hacer que ceder a la herida. Hasta Noah se quedó rígido, por dos segundos pensando que era su grito el que estaba escuchando y no el de Thomas que estaba mirando toda la escena a pocos metros. El pelo voluminoso de Claire llegó contra el piso, mi pecho cerrándose y en mi cabeza perdí el control del volante. O bueno, la realidad es que se lo cedí al odio puro que hasta me rebalsó del corazón.

No otro más. No Claire.

Me hallé saltando entre cuerpo y cuerpo, hasta llegando a pasar a Noah que trató de seguirme el paso y quedó detrás. No lo perdí de vista al Coronel Romero, ni a él ni a cómo estaba tratando de arrastrar el cuerpo de su hijastra hacia los árboles. Si había algo que no iba a permitir era que se la llevara, y menos que menos, que se fuera él.

No con vida al menos.

Me vio venir cuando ya no pudo hacer nada más que recibir mi puñetazo, su cuerpo girándose en la dirección que lo había golpeado. No le esperó ni el segundo ni tercero, cada vez con más fuerza en mis puños por la energía que se acumulaba y que podía verlo por lo desfigurado que estaba empezado a tornarse. Había perdido mi última gota de humanidad que me quedaba por esa gente.

Nombré cada golpe que le daba. Cada nombre de conocidos que había venido a mi cabeza que había sufrido por él, más que nada por él. Claire, Jamie, Asher; todas esas personas habían sufrido por personas como él, por órdenes que él había dado. A pesar de mi anomalía, eso no me permitió que la piel en mis nudillos se partiera y me doliera todavía más todo el cuerpo cada vez que lo golpeaba. No podía saciar el odio creciente en mi corazón por más que sabía que lo estaba matando.

Dejé de escuchar gritos y peleas a mi alrededor, pero yo no me detuve. No sabía si habíamos perdido o si los habíamos vencido, habiéndome ahogado en mi furia que no quería detener el golpe seco de mis puños prácticamente desgastados. Me temblaba hasta todo el cuerpo, no sabía siquiera si seguía respirando, el único sentido que seguía sintiendo era el constante dolor que me traía a la realidad de lo que había pasado.

Lo terminé agarrando del cuello de su uniforme, su rostro siendo más moretón y sangre que facciones. No me había dado cuenta que estaba llorando hasta que peleé por no balbucearle en la cara.

—Nos arruinaron la vida —le escupí, mis dedos enterrándose en el material para no arrancarle el cuello ahí mismo—. Y créeme que te lo voy a devolver. A ti y al resto. Los voy a hacer trizas.

Mis palabras lo hicieron abrir más los ojos por más que estuvieran hinchados, reconociendo que quien tenía frente a él era no solo la anómala que los había guiado ahí, sino la que les había destruido el campamento. Sabía que quería decir algo, lo veía venir, pero no se lo permití. No iba a darle ni la chance de excusarse.

Lo callé con otro puñetazo tan lleno de energía que le escuché el crack de su cuello.



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