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[40]

Me deslicé contra un árbol, mi espalda pegada al tronco, apenas la luz se giró en mi dirección. Con la respiración agitada, me pegué todavía más contra lo que estaba a mis espaldas al escuchar el ruido de la maquinaria, y cerrando los ojos con fuerza, desaparecí de cualquier ojo ajeno apenas la luz llegó a alumbrar mi contorno. Me quedé quieta hasta que el reflector volvió a girar hacia el otro lado.

A diferencia de escabullirnos en el día, en la noche enormes reflectores alumbraban los bosques, la luz metiéndose por cada pequeño orificio que podía por la intensidad que tenía. Siquiera estando cerca de la escuela me habría pensado cuánta seguridad habrían impuesto, no podía creer la obsesión que tenían por hallarnos. ¿Cómo hubiera hecho aquello si no podría volverme invisible? ¿Hubiera podido, se hubiese dado el caso, atravesar todo aquello con Claire y Thomas pegados a mis manos?

La respuesta era obvia cuando tuve que saltar otro sensor que por poco me dejaba en evidencia.

Con cuidado de los sensores, raíces de los árboles que me podían hacer tropezar, y de igual forma esconderme de las luces por las dudas de que también fueran sensores; ya me sentía agotada. Iba menos de la mitad de camino y tenía todas las desventajas a mi favor que me hacían tardar mucho más de lo que había pensado.

Aprovechando los pocos segundos tenía en la oscuridad, corrí con cuidado lo más rápido que puede entre los árboles, contando mentalmente hasta llegar a 10 y tener que detenerme detrás de un arbusto cuando el reflector volvió a iluminar en mi dirección. Eran diez segundos de movimiento y otros cinco de reflector. Venía haciendo lo mismo desde hacía media hora cuando probablemente ya podría haber llegado mínimamente a un camino más corto.

Terminé de pasar el camino del reflector cuando llegué a un punto donde la luz no llegaba a tocarme, y soltando un suspiro de alivio, sentí que todo pelo en mi nuca se erizó al escuchar pasos. Y voces. Me quedé sin aire al darme cuenta de lo cerca que estaban. Lo único a mi favor es que seguía estando invisible para los demás, no obstante, mi corazón no parecía entender aquello.

Me quedé quieta en mi lugar sin saber por dónde escabullirme sin hacer ruido.

—...injusto. Estoy muy cansado como para tener que hacer más guardias esta semana —logré escuchar que decía uno de los soldados, una voz bastante grave y que me dio escalofríos escucharla tan cerca—. ¿Es que piensan que algo grande va a pasar? ¿Lo mismo que ocurrió hace semanas?

—Tyler, ¿es que no entiendes que pasó? —habló una mujer, justamente cruzando delante de mí. Oscuro y todo, no pude verles el rostro—. Desintegraron a nuestros compañeros...

Si supieran que la razón esta estática al lado de ustedes.

—Sé que sí, y espero que atrapen a ese anómalo asqueroso —estuve tentada a dejar mi silencio con un puñetazo directo, pero sabía que no era lo mejor—. Pero no entiendo por qué necesitamos tener cuidado acá, donde no tienen chance de escapar.

—Quien sabe, supongo que el Coronel espera la rebelión de ellos o algo así —respondió la mujer, cada vez más lejos y removiéndose en la oscuridad. El sonido de su uniforme moviéndose me permitió notarlo—. Tenemos que seguir buscando y usando este aparat-

Fue la alarma constante lo que me hizo tensarme el doble de lo que ya estaba. Las pisadas se detuvieron, en la oscuridad reconociendo las luces del supuesto aparato que titilaba y hacia más ruido. La mujer, siendo más rápida que yo, dirigió su mano con el aparato en mi dirección, la alarma sonando más fuerte. Claro, yo estaba ahí parada, y eso parecía ser el detector que mi papá había hablado.

—¿Qué-?

No le di más tiempo para hablar, me largué a correr en la dirección contraria, el sonido de mis pasos rompiendo ramitas y hojas despertándolos de su trance confuso y tratando de seguir el sonido. Los escuché hablar por la radio que cargaban, no supe reconocer que decían, mi enfoque estaba en salir de ahí viva. Más rápido se escuchaban las pisadas y más fuertes eran las mías contra la tierra, prácticamente intentando equivaler la velocidad de mi corazón.

Por la linterna que habían encendido, tratando de encontrarme y no logrando hacerlo, por obvias razones, la luz me ayudó a reconocer la cerca metálica que se acercaba. Me sentí en una película de acción al amagar hacia un costado, mis pies marcándose entre las hojas de los árboles en el piso, y en dos segundos me hallé escalando la cerca en dos pasos largos y cayéndome de bruces en el otro lado. Me mordí la lengua para no soltar ningún sonido y seguir alejándome al levantarme de un salto.

Del otro lado de la cerca, los dos soldados se quedaron caminando por los costados de la cerca, apuntando el aparato en distintas direcciones y que poco a poco iba perdiendo el volumen de la alarma al paso que me iba alejando. Tenía la respiración tan agitada, el corazón como loco, que al tropezarme con algo duro solté un pequeño quejido. Se me apretó el alma al reconocer lo que era y di un salto hacia atrás.

Era una lápida.

No fue difícil darme cuenta donde estaba parada cuando muchas más de ella me estaban rodeando, mis pasos torpes hacia atrás con cuidado de no llevarme puesta otra. Me había olvidado de donde estaba el cementerio del pueblo, escondido respetuosamente dentro del bosque para que los fallecidos literalmente estuvieran en paz. Y ahí estaba la ridícula pisando sus nombres por el susto que se había pegado con los soldados.

Tratando de buscar la salida, entremedio de las enormes cruces de cemento o las flores que decoraban los alrededores, no quise pensar en la cantidad que se había sumado desde la supernova. Recordaba haber tenido trece años y despedirme de mi tía abuela y estaba segura que no estaba así de lleno. Hasta había algunos que parecían tener poco tiempo ahí mismo.

Entre medio de ellos y fue de reojo que encontré las primeras letras, lo cual me hizo quedarme estática sin todavía girarme hacia la lápida. Solo quise asegurarme de no estar viendo mal, de que estaba equivocada, que era en realidad lo que más quería que pasara, que no sea lo que yo había visto. Renegué tanto lo que había visto que por más que estaba frente a mí, el nombre tallado bien claro y prolijamente marcado, me caí de rodillas frente a él y terminé apoyando mis manos sobre el cemento.


Jamie Jones

Q.E.P.D

Una adorada hija, hermana y amiga


No hubo forma de explicar el dolor que surgió en mi pecho, el recuerdo todavía fresco después de largos meses de haber pasado. La blusa rosa, la sangre manchándola y sus ojos perdidos mirando al techo. Mis gritos, los de su novio, y al pobre Thomas arrastrándome fuera para salvarme la vida. Tantos meses sin verla concretamente, sin encontrar algo suyo que me partiera el corazón, y su nombre tallado en la lápida me terminó de quebrar la grieta que nunca había podido cerrar. La pérdida de mi mejor amiga que nunca pude despedir.

Se me ahogó el sollozo en la garganta cuando mi frente cayó contra el cemento.

—Como lo siento, Jamie... —me ahogué en mis propias palabras, sonidos horribles surgiendo de mi pecho e, inconscientemente, abrazándome contra el material—. Lo siento tanto, tanto, tanto...

Pensar en que nunca iba a volver a verla no iba a dejar de doler jamás. Que no la iba a escuchar reírse, reprocharme, aconsejarme, animarme. Que no iba a estar para ser mi psicóloga, ni que iba a poder ayudarla con su novio. No iba a poder recurrir a su hombro para llorar ni ella al mío, que no iba a volver a recibir un abrazo suyo. Todo un capítulo de mi vida con ella que había llegado a su fin y que después de meses iba a poder cerrar del todo. Con llanto, con el moco colgándome de la nariz y el corazón en la manga, pero con todo el amor que siempre le tuve y sabía que le iba a tener para el resto de mi vida.

Yo respiraba por ella, mi corazón seguía latiendo por ella. Todo lo que hacía lo había hecho desde un principio por ella. Jamie Jones había dado su vida por mí y yo había tenido la chance de seguir viviendo por esa chica.

Tratando de recomponerme, sin darme cuenta la forma en la cual acariciaba su nombre, me limpié con el dorso de la mano lo que podía de mi rostro. Quería decir algo, lo necesario para saber que por más que el dolor siguiera, ella de alguna manera me escuchara. Fuese desde el más allá o la lápida que representaba lo único que quedaba de ella físicamente en el mundo.

—Estar en un mundo sin ti duele mucho más de lo que alguna vez podría haber imaginado. La cicatriz siempre va a arder cuando alguien diga tu nombre —tuve que tragar el nudo en mi garganta, queriendo sonar clara. Ya ni me importaba si me encontraban, pude ver mis manos lo cual significaba que mi anomalía se había tomado unas cortas vacaciones, pero no me importó. Solo quería despedirme—. Y es algo que voy a llevar con orgullo de ti, porque me salvaste la vida, y es algo que no te voy a poder devolver con nada más que diciendo tu nombre y dando honor a quien fuiste. Mi amiga, mi compañera, mi psicóloga, mi hermana.

Respiré hondo, tratando de recuperar el aire en mis pulmones y me terminé acomodando el pelo por el desastre que se armaba contra mis mejillas húmedas.

—Te amo con toda mi alma, hoy y para siempre —besé las puntas de mis dedos y los pasé suavemente por las letras talladas—. Todo lo que hago es por ti y para ti.

No supe cuánto tiempo me quedé arrodillada frente la tumba, mis ojos sin salir del nombre de Jamie y solo cuando sentí que ya era hora, fue que me temblaron las rodillas al levantarme. El viento me removió el pelo, teniendo cuidado de que no se me metiera en los ojos tuve que dar un paso hacia atrás, y sin haber visto en qué dirección encaré, la luz que me cegó hizo que el corazón se me subiera a la garganta.

—¿Quién anda ahí? —exigió saber la persona.

Por instinto, quise ver quien era, la voz familiar llamándome la atención. Entre la linterna dirigida directamente a mi rostro, el jadeo de sorpresa fue lo que me confundió. La persona pareció reconocerme y de igual manera mantuvo la linterna contra mis ojos.

—¿Taylin Reed?

Tapando el foco de luz que me rompió las pupilas, parpadeando un par de veces reconocí el pelo y los ojos almendrados que un par de gemelos compartían.

—¿Señora Parker?

La linterna fue apagada, las luces tenues que iluminaban el cementerio permitiéndome que la reconociera. Parecía, como mis papás, más delgada y sus pobres ojos cargaban horribles ojeras que me hicieron fruncir la boca. Tan caída, tan pálida, ¿y tan sola a las tres de la madrugada en el cementerio?

Su mano fue como una pinza agarrándome el brazo.

—¿Qué estás haciendo acá? Tienes que irte, no es seguro, ¿cómo se te ocurrió? —habló tan rápido que de suerte logré entenderle, su agarre empujándome para lo que parecía la salida. Apenas se dio cuenta que prácticamente me podría estar arrastrando hacia la boca del lobo, se detuvo—. Te acabaste de poner en un peligro enorme, tienes suerte que fui yo quien te encontró y no un soldado, ¿en qué estabas pensando?

No iba a parar de hablar y cuestionarme el porqué estaba ahí, así que decidí ser clara y concisa.

—Vine a buscar a mi hermana —la interrumpí antes de que siguiera, mi voz ronca por mi llanto—. No voy a dejarla en manos de los militares. Va a venir conmigo a donde esté a salvo.

—¿Y qué haces acá?

—Escapé de unos soldados con ese detector extraño que tienen —tragué en seco, mi cabeza yendo a mil entre mi escapada, mi encuentro con la tumba y verla a la mamá de los Parker frente a mí—. Estaba por irme, pero... encontré a una amiga.

Sus facciones se suavizaron, probablemente recordando la segura noticia de la pobre humana asesinada en la escuela. Su agarre siguió tenso en mi brazo, sin intención de lastimarme y con sus dedos tensos apretándose en mi piel. De haber querido herirme me hubiera llevado frente a un soldado y entregado, sin embargo, su postura me decía otra cosa. A diferencia de su marido, ella no parecía asqueada al encontrarme.

Tironeé un poco de mi brazo para que considerara soltarme.

—Solo vine por mi hermana, sé que está en la escuela a la que íbamos —su mirada se suavizó todavía más y su agarre se aflojó con cuidado—. Prometo tenerla en mis brazos e irme, te juro.

Dejó caer su agarre.

—No voy a entregarte, Taylin —dijo—. Solo que no quiero que te pongas en peligro.

Antes de que pudiera decir algo, otros pasos me hicieron desaparecer, los ojos de la señora Parker abriéndose por la sorpresa y tuvo que recomponerse apenas un soldado apareció por el camino de grava que cruzaba el cementerio. Lo primero que hice fue buscar en él el aparato que me había puesto en evidencia hacía unos minutos, al no hallarlo sentí un suspiro de alivio surgir con suavidad.

No obvié el detalle de que cargaba el arma que todos los anómalos temíamos.

—¿Señora? ¿Ya terminó su visita? —preguntó, sus manos detrás de su espalda y en posición de descanso—. Dijo que estaría unos minutos, no puedo hacer más tiempo por usted.

Ella le sonrió, habiéndose recuperado bastante fácil de su sorpresa.

—Oh sí, ya me retiro —le dijo—. Muchas gracias, joven.

El soldado dio un asentimiento de cabeza, giró sobre sus talones y volvió por donde se fue. La señora Parker miró por su alrededor, probablemente buscándome, y en un ademán de sus manos para que la siguiera, dudé un poco al principio. No iba a delatarme, no sabía cómo podría ayudarme tampoco, no obstante, necesitaba salir de ahí dentro sin llamar la atención. Así que, con pasos dudosos y una rápida mirada por última vez a la lápida a mis espaldas, seguí los pasos de ella.

No pisé la grava al seguirla, pocas veces cruzando con ella y tratando de imitar sus pasos para que mis sonidos coordinaran con los de ella. El soldado se esfumó en su pequeño puesto cerca de la salida, la señora Parker y yo habiendo llegado al estacionamiento. Con el bolso que llevaba colgando del hombro, se acercó a una camioneta gris que debía de ser suya y destrabó las puertas. A mi sorpresa, se acercó a las traseras para abrir y dejar la cartera. Otro rápido ademán de su parte, y teniendo cuidado de no chocarla, ella hizo como si buscase algo en la cartera mientras que yo me deslicé por los asientos. La cartera cayó a mi lado apenas le palmeé suavemente la mano y cerró la puerta para ir hacia el lado del piloto.

Me mantuve en silencio mientras que ella hacía marcha atrás y saludaba con respeto al soldado que le había abierto la entrada. Sabía que seguía escondida de los demás, no iban a poder verme, y yo me había estirado por los asientos para que mi cabeza se escondiera por debajo del vidrio. No quería arriesgarme, tanto así que terminé tanteando en busca de la capucha de mi buzo y como pude me tapé la cabeza.

Sentí el auto doblar y doblar, las luces de los semáforos iluminando el perfil de la señora Parker. Al sentir que se detuvo por la luz roja, no me esperé que rompiera el silencio.

—Dios, espero que sigas aquí... —murmuró, una pequeña sonrisa surgiendo en mis mejillas ante la pregunta de qué hubiera pasado si no—. Quiero preguntarte algo.

Carraspeé la garganta antes de responderle, demostrando que estaba ahí antes de asustarla con mi voz.

—Dime.

—¿Él está contigo todavía? —le tembló la voz al preguntar—. ¿Está bien? ¿Sano?

Era obvio de que hablaba de su hijo, de Thomas, y de que sabía que era quien se había escapado conmigo. Por las noticias, por mis papás, por todo lo que tenía que ver a cómo nos habíamos ido. El problema fue la singularidad de su palabra, lo que me hizo darme cuenta que ella no sabía nada del otro gemelo.

—Los dos están conmigo —respondí—. Y los dos están bien.

No me esperé la forma en la cual jadeó por la sorpresa, su frente cayendo contra el volante y un llanto ahogado surgiendo de ella. Por mi cabeza no se había cruzado nunca que ella seguía desconociendo el paradero de su otro hijo, más que nada habiéndome enterado del repugnante padre que tenían y cómo se había deshecho de Noah. Las razones no me importaban, menos conociéndolo a él, porque no había excusa alguna que yo pudiera reconocer como entendible a lo que había hecho.

Tuve que carraspear de vuelta la garganta cuando la luz se puso en verde, y la pobre mujer recuperándose de la explosión de emociones que le había surgido, pudo avanzar con cuidado y tratando de respirar hondo. Dobló unas veces más antes de detener el auto y apagarlo. Me quedé en mi lugar esperando a que me dijera algo u ordenara algo.

Se quedó sentada en su lugar, lágrima tras lágrima resbalando por sus mejillas. Hasta pude verlo por el espejo retrovisor.

—¿Mi Noah está bien? ¿Está vivo? —se llevó una mano al pecho, un alivio en ella que nunca había pensado que le ocurriría. ¿Había pensado que su hijo estaba muerto? — No lo puedo creer, mi Nono...

Iba a recurrir a ese apodo después. Pispeé por las ventanas antes de acomodarme en el asiento, y reconociendo el estacionamiento de una casa que supuse que era suya, no encontré otro auto que me indicara que había alguien más. Confié en ella ciegamente en que el señor Parker no estaba ahí.

Por el espejo pude ver como aparecía de vuelta en el aire.

—Sí, los dos están bien, pero —suspiré—. ¿Por qué pensabas que estaba muerto? Hace unas semanas lo reconocieron en un campamento...

—¿El que fue destrozado? —se dio vuelta, sus ojos encontrándome y sonando preocupada—. ¿Él estuvo ahí?

—Lo habían capturado a él y muchos más de nosotros —murmuré, sin poder creer que la información le había llegado a ella. Su marido debía de estar escondiéndole tantas cosas, entre eso, la tortura que le hicieron pasar a los gemelos—. Lo destrozado sucedió cuando fuimos a rescatarlos...fui yo.

Pensando que podría darme un cachetazo, al agarrarme del rostro de seguro me vi petrificada. Fue su sonrisa lo que me calmó.

—Salvaste a mis chicos, a mis bebés... —si pensaba que mi mamá llorando era un desastre, la pobre mujer frente a mí estaba desconsolada. Solo pude asentir—. Los cuidaste, gracias, gracias...

—Ellos me salvaron a mí también, señora Parker —le sonreí de vuelta lo mejor que pude, rogando que por favor soltara mi rostro que con tanto ímpetu había agarrado—. Criaste unos buenos chicos, saben cuidarse también.

Logré soltarme de su agarre cuando se limpió las mejillas con cuidado, sus facciones mucho más relajadas desde que nos habíamos encontrado, y volviendo a llevar una mano a su pecho, se dejó caer contra el asiento.

—Esos muchachos merecen el universo entero en sus manos después de todo lo que tuvieron que pasar —murmuró hacia ella. Penosamente logré escucharla y me animé a pasarme hacia el asiento de adelante con cuidado de no golpearla—. Merecen tanto más que toda esa pocilga.

Asentí con ella sin saber del todo a qué se refería, solo sabiendo por donde podría estar haciendo referencia. Pareció recuperar tanto más la postura para cuando su respiración volvió a la normalidad.

—¿Están acá contigo?

Me dio vergüenza asentir.

—Tom. Está durmiendo en mi casa, no podía traerlo conmigo cuando me enteré sobre su papá —confesé, la forma en la cual pareció de acuerdo conmigo dejándome en claro que había hecho bien—. Me matará apenas se entere, pero si puedo contra el hermano que no estuvo de acuerdo desde el principio, voy a poder con su enojo.

La señora Parker se rio por lo bajo.

—Cuando no el otro gruñón.

—Ni que lo digas.

Se volvió a reír por lo bajo al mismo tiempo que yo sonreía con ella. Noah me estaría agarrando del cuello si se enterase que había hablado así de él con su mamá. Tenía tantas razones para arrancarme todos los pelos y no poder discutírselo la verdad.

Otro silencio se formó en el auto, los ojos de la señora Parker perdidos en la casa oscura frente a nosotras. Cuando quise preguntarle qué iba a poder hacer, porque la realidad era que estaba perdiendo tiempo dentro de ese auto sin estar dirigiéndome hacia la escuela, la vi inclinarse sobre mí hacia la cajonera del auto y sacar una pequeña cajita que tenía dentro.

Apenas volvió a su asiento, la cajita la tenía contra su pecho.

—¿Verdaderamente vas a solo tomar a tu hermana e irte?

—Pensaba encontrarme con Tom y otra amiga en el camino —respondí al instante, asintiendo—. Pero sí, ¿por qué?

Con suavidad me tomó la mano y dejó la cajita en ella, empujándola contra mi pecho.

—En mi familia había una tradición de celebrar la unión de sangre, la idea de una enorme vida llena de hermanos, primos, etc. Una familia grande —contó, la cajita siendo más liviana de lo que había pensado—. En el cumpleaños número dieciocho regalamos unos anillos con una frase que nos represente como familia. Penosamente, en estas circunstancias peor de las que estábamos, los anillos solo estaban llenándose de polvo en mi mesa de noche y pude esconderlos antes de que mi marido los tirara.

Tuve la curiosidad de abrir la cajita y encontrarme dos anillos negros, por su contorno reconociendo que eran de plata, con la frase en el mismo plateado que decía famiglia per sempre.

—No pude cumplir con la tradición de tener una familia unida y feliz, cometí los peores errores y no tomé las mejores decisiones —confesó, su mirada fija en los anillos—. Pero quiero que al menos mis hijos sepan que siempre voy a estar para ellos. Y que me perdonen.

Con cuidado volví a tapar los anillos, deslizando la mochila de mi espalda hasta poder meter la cajita dentro con tanta suavidad que tardé más de lo que debía. Tenía más responsabilidad sobre mis hombros, y la iba a cumplir, porque ella me ayudaría a lograr mi objetivo.

Me tomó de la mano para darle una caricia en el dorso y sonreírme suavemente.

—Te mereces recuperar a tu hermana —dijo—. Y voy a ayudarte en todo lo que puedas para que rompas el esquema perfecto que tienen para atrapar a personas como ustedes. Que se les caiga su estructura en pedazos.



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