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Un gruñido se escapó de mi garganta al tratar de estirar mi espalda contra el tronco detrás de mí, todo mi cuerpo incómodo. Aparte de temblar por el frío y la humedad que había entre los árboles, sentía todo tipo de rama o piedra debajo de mi cuerpo incrustándose en mi piel. Estábamos seguros bajo unas enormes raíces de viejos árboles que actuaban como una pequeña cueva, que era lo bueno, con la desventaja de no poder pegar un ojo por más que quisiera. Tom, a diferencia de mí, estaba prácticamente desmayado a mi lado. Se vio bastante contento y desplomado al mismo tiempo cuando dije que haría la primera guardia.

No tuve el corazón de despertarlo cuando pasaron las dos horas acordadas, guiándome por el reloj digital que brillaba en la oscuridad al pasar cada hora y punto. Se lo notaba agotado, más allá de haber sido por la corrida, también por hacerse cargo de llevarme a mí a rastras de vez en cuando. Me había cuidado como había prometido, en cierto lado, ahora me tocaba a mí.

Tenía la linterna en mis manos, con la orden suya de sólo usarla en caso de emergencia, y con cada pequeño ruido me tenía que recordar que eran ruidos del bosque. Entre las aves, el vaivén de las ramas y hojas por el viento, y seguramente otros animales e insectos moviéndose; terminaría gastando la única luz que teníamos en la noche. Por ahí si veía una sombra enorme, seguramente pensando en un oso, no sería la luz lo que lo alertara a Tom, sino hubiesen sido mis gritos.

Incluso con los sonidos a mi alrededor que me hacían respingar, también había un silencio que de a poco me iba atormentando junto a mis pensamientos, porque le daba el lugar para que no me dejaran tranquila. Cómo recordar que lo último que Jamie había dicho antes de ser disparada había sido mi nombre, que minutos antes Asher había estado burlándome y después no había nada más que odio en su corazón al pensar en mí. En cómo mis papás me habían tenido que dejar ir porque no podían sacrificar el bienestar de mi hermana. La imagen de Morgan con sus dos brazos en mi dirección, rogándome para que me quedara.

Terminé apoyando la frente contra mis rodillas. ¿Cómo iba a poder superar las heridas que no habían dejado de sangrar en mí? ¿Cómo poder cerrar los ojos y dormir cuando lo único que veía y oía en la oscuridad eran ellos? Me picaron los ojos al pensarlo, cansándome aún más. Quería dejar de llorar, yo ya comprendía lo que tenía que hacer y lo había hecho. Penosamente, mi corazón no sabía qué más hacer que dejar que doliera por un tiempo. Solo un tiempo más.

Habíamos pasado horas y horas caminando, aparte de la horrible secuencia en la estación de servicio que nos hizo alejarnos aún más. A muchos kilómetros de la ciudad, cuidadosos de no dejar ningún rastro obvio y en silencio hasta estar seguros de que nadie estaba cerca; todavía sentía que no podía respirar. Con el peso de los sucesos, nerviosa porque me estaban buscando, y desconociendo el poder que llevaba en mi manos, sentí que me iba a volver loca en cualquier momento.

En la oscuridad y con la tenue luz de la luna, traté de verme los dedos de las manos, sucias por la tierra en la cual me apoyaba y con los raspones curándose en la palma. Me acordé del reflejo cristalino, un destello que había surgido de mí y los pinchazos en la piel y cabeza. Como una fina capa que me había defendido. ¿Qué tipo de energía era esa? ¿Y por qué había decidido aparecer en mí?

Un crujido fuerte en las hojas me hizo sobresaltar, seguido por unos quejidos que me hicieron girarme hacia Tom, su boca modulando y removiéndose entre las hojas en las cuales estaba acostado. Balbuceó unas cosas que no llegué a escuchar, y decidida a acercarme a él, apenas me agaché para levantarme, terminé sentada nuevamente cuando lo vi sentarse de un salto. Todo su alrededor se aclaró -y enfrió- en una escarcha que llegó hasta por debajo de mi cuerpo.

Jadeé por el frío que traspasó mi ropa, levantándome lo más rápido que pude.

— ¡Tom!

Me encontré con sus otros ojos, el mismo celeste claro que había visto una vez brillando en la oscuridad y sólo desapareció cuando pareció reconocerme en la oscuridad del bosque y recordó donde seguíamos. Parecía agitado, perdido por cómo miraba a su alrededor y notando la escarcha en sus dedos. Meneó la cabeza al darse cuenta de lo que había pasado.

Se pasó la mano por la cara, despertándose del todo.

—Cómo lo siento, Tay, no quise darte frío... —fue lo primero que dijo, sus facciones frunciéndose por la preocupación—. ¿Te lastimé?

—No, estoy bien. No me despertaste tampoco —le sonreí, instantáneamente todo su rostro relajándose—. ¿Te encuentras bien? Sigues bastante... rígido.

—Sí, no es nada... —suspiró, ojeando lo que había causado—. Es solo que no puedo controlarlo a veces. Menos cuando-

— ¿Cuándo tienes pesadillas? —adiviné, su cabeza asintiendo. Me acerqué a pisar con fuerza la escarcha, rompiéndola bajo mis pies y volviéndome a sentar donde estaba—. Está bien, no eres el único. Yo hacía lo mismo y no lo sabía. Tuve muchísimas pesadillas después de la supernova.

—Yo también —se miró las manos, el reflejo de la escarcha desapareciendo de su piel—. Es revivir lo que pasó; la fiebre, el no poder respirar, él no entender. El gritar y que nadie me escuchara.

Ponerme a pensar en él, encerrado en aquella heladería y gritando por la ayuda que nunca llegó hasta tarde, me apretaba el corazón. Estuvo solo, sufrió las consecuencias en cuestión de horas, sus papás sin poder encontrar a su hermano y encima con el mismo tipo de pesadillas que tenía yo. Era verdad que más del ochenta por ciento de la población sufría post-trauma del suceso, lo hacía más real y comprensible al escuchar las experiencias del resto. Me hacía entender que verdaderamente no estaba sola en toda la situación. Que alguien más cargaba lo mismo que yo, en diferentes formas y variaciones.

Viendo que se quedó callado, decidí contar mi parte entera por primera vez.

—La supernova me pegó directo a mí —comencé, su mirada sobre mí apenas escuchó la primera palabra—. Estábamos en un estacionamiento con mi hermana y se nos vino encima, me puse sobre ella para poder protegerla y me agarró por la espalda —un escalofrío me recorrió la zona ante el recuerdo y tuve que cerrar los ojos—. Hubo gente deformada por esa nube, gente que murió, y yo salí con un don. Habilidad. Poder. Lo que quieras llamarle.

Fue mi turno mirarme las manos, el escalofrío todavía pasando por mi espalda y, al sentirlo por mis brazos, el reflejo cristalino apareció entre mis dedos. Tom también lo miró antes de volverse a girar a mí.

—Tuviste suerte.

— ¿Eso crees? —me mordí la lengua al sonar tan tajante y sarcástica. A él no pareció molestarlo.

—Eras tú o tu hermana, o ninguna. Tuvieron suerte —me recordó. Fruncí los labios sin saber que agregar y él cruzó sus piernas—. ¿Tuviste miedo? Cuando te pusiste encima para protegerla.

La cara de mi hermana pasó por mi mente y fruncí el entrecejo al instante que sentí el nudo que tuve toda la tarde en la garganta comenzar a formarse de vuelta. Sus gritos, su llanto, ambos bastante frescos en mi cabeza, y meneé la cabeza sin pensarlo.

—No me había puesto a pensar que podría morir. Sólo pensé en ella y en que quería que sobreviviera —nunca me había puesto a pensar en eso. En si había tenido miedo cuando había tomado la decisión de querer salvarla a ella. Se sentía como una mentira cuando la respuesta en mi cabeza fue obvia. ¿Por qué no habría tenido miedo? —. ¿Tú?

Soltó un resoplido divertido antes de responder—: Aterradísimo. Pensé que no iba a volver a ver a nadie y que no podría despedirme de Noah.

El nombre de su hermano me hizo acercarme a él.

—Así que Noah Parker vivo y anómalo —me senté a su lado, sintiendo más frío que antes por su baja temperatura. Metí mis manos en las mangas de mi abrigo—. Tuve razón en decirte que no pierdas la fe.

Eso lo hizo sonreír y golpear su pierna contra la mía.

—Voy a tener que empezar a creerte más seguido —bromeó, sacándome una sonrisa a mí también. Sacó el papel que tenía en su bolsillo, el cual nos guiaba, y lo tendió hacia mí—. No te puedo explicar lo que sentí cuando vi su letra y nuestro idioma. Antes había sido como si me faltara mitad de mi vida.

—Es tu gemelo, Tom, es entendible tu sentimiento... —no supe qué hacer con el papel en mis manos, ya en sí no había mucha luz, para mí lo que estaba escrito ahí parecía más un arte moderno que una oración.

—Esto me hizo darme cuenta cuánto verdaderamente lo extraño —murmuró, un rastro de sonrisa en sus comisuras—. No puedo esperar a poder mostrarle mi anomalía. Vaya a saber cuál tiene él.

—¿No te lo dijo en este idioma extraño? —sacudí el papel. Tom negó.

—No. Pero algo que noté es que está escrito con carbón, por la forma en la que sale fácil del papel —arrastró uno de sus dedos por lo escrito suavemente y el material de la tipografía pasó a sus dedos—. ¿Será relacionado a las piedras? ¿Minerías?

Noah Parker siendo minero fue algo que me hizo carcajear. No podía verlo, al menos no el que yo recordaba.

—Ojalá y le haya tocado algo que pueda manejar. Imagínate que tengas dos personas incontrolables —le pinché el costado, él riéndose. Di una rápida ojeada a sus manos antes de volver hacia las mías—. ¿Cómo lo haces? Lo tuyo digo. ¿Cómo lo controlas?

Lo primero con lo que me respondió fue una encogida de hombros, algo a lo cual le dediqué una mirada de soslayo tajante. Después de reírse, apoyó los dorsos de sus manos en su regazo, las palmas hacia arriba, y solo cerró los ojos y dio un suspiro antes de que sus brazos se dibujaran con la escarcha, un poco iluminada en una entonada azul, y dio un suspiro que reflejó el vapor frío en el aire.

—Es pensarlo y dejar pasar el sentimiento —fue lo único que pudo responderme—. Es como una emoción, como un recuerdo, como un pensamiento. Es solo energía, Taylin. Déjala fluir.

Miré sus brazos y como el frío pasaba por su piel, cómo extremidades suyas se volvían una escultura del elemento por el simple hecho de pensarlo. No era una impulsividad, no era algo que desconocía; ya lo había hecho propio. Una parte de él. ¿Podría yo hacer eso? ¿Llegar a apropiarme del destello de origen desconocido?

Estiré mis dedos al mismo tiempo que hice la cabeza hacia atrás, copiando la postura de Tom e intenté relajar el cuerpo, corazón y mente. Me obligué a respirar hondo y el pinchazo se hizo presente en mi mente. Cerré los ojos apenas permití que siguiera, y con la cabeza tratando de procesar el mínimo conocimiento del destello, me aferré al sentimiento que corrió por mis venas. Como un shot de adrenalina, sentí cosquillas en las puntas de mis dedos, fue como algo inexplicable moviéndose en mi pecho.

El silbido de Tom a mi lado me hizo abrir los ojos con cuidado.

—Wow...

No pude evitar sentir la sonrisa cuando un destello tenue se estiraba frente a nuestros ojos, lo que parecía ser una sábana tan fina flotando en el aire, iluminando nuestro alrededor y desafiando toda ley de gravedad alguna vez puesta. Fue la primera vez que me animé a pensar que era mía, una energía que se había vuelto mía. De mi propiedad.

El latido en mi cabeza me hizo detenerme, el destello desapareciendo en el aire y la oscuridad de la noche volviendo a caer. Tom me dio un pequeño codazo después de unos segundos.

Presumida.

Sentí cierto calor en mis mejillas, probablemente ruborizándome, más que nada por la felicidad que surgió en mi pecho. Tenía una chance de conocerme y conocer mi anomalía, y la iba a tomar. Lo que no había tomado en cuenta era cuánta energía me había consumido, mis ojos comenzando a pesarme, algo que Tom notó y tomó una de las mochilas.

La apoyó en su regazo y la palmeó.

—Viendo que yo dormí más horas de las que habíamos prometido —señaló su reloj, marcando la madrugada y él habiendo logrado dormir al menos cuatro horas y media en total—. ¿Por qué no descansas un poco? Me toca a mí la guardia ahora. Te despierto apenas salga el sol para seguir nuestro camino.

No discutí, lo único que hice fue acomodarme al lado suyo y apoyar mi cabeza sobre la mochila en su regazo, que agradecí porque de seguro me hubiera congelado el cerebro su temperatura. Él tomó la linterna de mis manos, la dejó cerca suyo y apenas cerré los ojos lo sentí tararear una canción suave.

Fue la primera noche donde una pesadilla no me atormentó. Se habían acabado.


[...]


— ¿Probaste hacer helados?

—No tuve mucho tiempo para concentrarme en eso, Tay...

—Pero es agarrar una crema de leche, ponerle esencia de vainilla, azúcar, batir y congelado —razoné, caminando a su lado. Lo vi rodar los ojos—. Podría hasta llamarte Frozono.

Me dio una mirada por sobre su hombro.

— ¿Podría llamarte Violeta, entonces?

Habiendo cumplido su palabra, en las primeras horas de la madrugada nos encontrábamos en camino a nuestro futuro refugio. Tuvimos un desayuno rápido (y precario), otro paquete de galletitas, saladas como un lujo, y una botella de agua cada uno. Me iba a desmoronar en cualquier momento del hambre. Para distraernos, continuamos hablando desde que nos habíamos despertado, comentarios tontos que nos hizo bien a los dos y charlas que relajaron la tensión en nuestros hombros. Como si hubiésemos estado de vuelta en clases, como si no hubiese pasado nada; una gota de realidad en la locura que nosotros estábamos viviendo.

—A veces no puedo creer que esto es de verdad —dijo—. Controlo un elemento. ¿Cómo no pensar que estoy soñando?

—No eres el único —suspiré, dándole una mordida a otra galletita—. Se siente irreal. Mi papá no creía que la supernova iba a pasar y terminó con una de sus hijas cargando un poder desconocido.

—El mío se rio y hasta burló del científico —Masticó varias veces, sus ojos sin moverse en dirección hacia dónde íbamos—. Lo llamó "cientiloco". Qué ironía.

— ¿Tus papás llegaron a enterarse? —Lo señalé, específicamente sus manos—. ¿De ti?

Tardó unos segundos en responder.

—Mamá sí. Ella me ayudó en el baño cuando tuve el ataque —dijo, su ceño frunciéndose levemente—. Pero no dijo nada, escondió mi secreto. Papá nunca supo hasta, bueno, ahora.

Seguimos caminando por unos largos minutos, por el hambre que seguíamos teniendo, decidiendo sacrificar otro paquete más, de los pocos que nos quedaban, para tratar de llenar nuestros estómagos de algo más. Habiendo girado a mi mochila, sin mirar me terminé chocando con la espalda de Tom que se había detenido. Instintivamente había estirado su brazo hacia atrás, sus dedos sintiéndose fríos contra mi piel, mis manos sobre sus antebrazos por impulso.

— ¿Qué pasó? ¿Qué-?

—Mira.

Seguí lo que su otra mano estaba señalando, el olor a quemado que me llegó lo que me confirmó el círculo negro de hojas carbonizadas que se encontraban a unos metros. El corazón comenzó a latirme con fuerza y rapidez, probablemente lo que estaba frente a nosotros era una fogata de alguien que había estado acampando cerca, y fue instantáneo el pensamiento de que nos habían encontrado o que estaban cerca.

¿Volveríamos a correr? ¿Hacia dónde?

— ¿Tom? —Murmuré, llamándole la atención. Los dos estábamos tan tensos que el mínimo ruido nos dispararía en distintas direcciones—. ¿Cuánto falta para llegar...?

Abrió la boca para responder y rápidamente la tuvo que cerrar, sin esperar el empujón que me había hecho pasar de estar mirándolo a tener que apoyar mis manos contra el piso para no golpearme el rostro por el envión. Me levanté al milisegundo, escuchando como Tom gruñía también contra la tierra a mi lado. Lo ayudé a levantarse apenas escuché más pisadas corriendo cerca de nosotros, tantas que me helaron la sangre.

Una horda de personas encapuchadas, tapándoles el rostro o al menos ciertas facciones del rostro, se encontraban frente a nosotros. Al menos una docena de ellas.

¡Ahí!

Tom me tironeó detrás de él, girándome sin querer y logrando que pudiera ver otro encapuchado que surgió de entre los árboles por detrás nuestro. Tenía el rostro tapado con un tapaboca y la cabeza con una capucha del buzo roto que llevaba, que claramente fue lógico cuando sus brazos se prendieron en llamas. Estaba confundida, otro como nosotros, ¿por qué nos estaban atacando? ¿Teníamos pinta de delincuentes? ¿Militares? Me puse espalda contra espalda con Tom en dirección hacia atrás apenas vi como estiraba el brazo y una ola fuego comenzaba a venir hacia nosotros.

Crucé mis brazos frente a mí como un reflejo, mis ojos sin moverse del tipo y el destello cubriéndome lo suficiente como para que el fuego se deshiciera contra él. El encapuchado no pareció contento, lanzando otras cuantas olas que tuvieron el mismo final. No me había dado cuenta de que se había estado acercando hasta que me hallé con él frente a mí, su presencia distrayéndome y sus manos empujándome al piso. Por alguna razón, no sentí ninguna quemadura.

Se dirigió hacia Tom, que estaba lanzando ráfagas de frío en dirección de la otra docena, y sin pensarlo, me levanté lo más rápido que pude y corrí contra el encapuchado antes de que llegara a tocarlo. En lo que me apresuré, no me había dado cuenta del destello a mi alrededor, y apenas impacté contra el tipo, lo vi volar en el aire hasta chocar con unos árboles a lo lejos.

Eso hizo que Tom lo pudiera ver al fin y al encararlo cuando el otro se levantó, también le envió otra ráfaga de frío que el sujeto logró esquivar.

Entre todo el movimiento pude percibir más figuras rodeándonos, mis dedos aferrándose a los de Tom y tirándolo detrás de mi lista para volver a intentar protegernos en cualquier emergencia. El problema era que nos estaban rodeando, tanto por detrás de nosotros como por frente. ¿Así se terminaba? ¿Tanto escape para que personas como nosotros nos asesinaran? El miedo hizo que el destello en mis manos brillara más fuerte.

Fue eso lo que causó que el círculo avanzara, todos con las defensas en alto claramente y poniéndome más nerviosa y haciéndome dudar si iba a poder protegernos una vez más. Lista para mi última acción, una voz se escuchó por sobre todo el desastre.

— ¡Paren! —había gritado—. ¡No ataquen!

Fue una voz familiar, una que no escuchaba hacía mucho tiempo, también distinta, más grave y varonil. Para el resto fue lo suficiente para detenerse, uno de ellos girándose hacia donde había provenido la voz con el arma en sus manos poniéndome los pelos de punta.

— ¿Los conoces? —sonó como una mujer. Yo seguía tirando de Tom para que siguiera detrás de mí en la dirección que me girara.

El tipo de fuego se había levantado, moviendo su torso adolorido y comenzado a caminar hacia nosotros, la ronda permitiéndole el paso. Tom se había tensado en el momento que le había escuchado la voz, su cuerpo tieso, y fue cuando el tipo se bajó el tapabocas y la capucha que reconocí los ojos almendrados y el lunar en la mejilla.

Señaló a su gemelo, una sonrisa de lado y meneando la cabeza.

—Si le das una segunda mirada, creo que vas a estar segura de que sí —aclaró, el tono sarcástico obvio en su voz. No dejó de mirarlo a su hermano en ningún momento—. Hola, hermanito.

Tom soltó un largo suspiro, el alivio casi hasta saliéndose por los poros.

—Noah, hijo de... —su voz se quebró y cortó la oración apenas pudo acercarse a su hermano y abrazarlo con fuerza, el otro respondiéndole de la misma manera.

Quedándome quieta en donde estaba, quiénes me seguían rodeando comenzaron a sacarse lo que les tapaba el rostro, cada par de ojos calmándome al reconocer que no había peligro. Habíamos llegado a donde teníamos que estar. Sin saber qué hacer, solo pude presenciar el encuentro de los gemelos Parker frente a mí. Fue cuando se separaron que pude darle una mirada más detallada al otro gemelo y tuve que parpadear unas cuantas veces.

Hacía más de dos años que no veía a Noah Parker. Me acordaba que usaba unos piercings negros en sus orejas, unos tatuajes en sus tobillos y el pelo oscuro y largo, la típica moda de un chico de quince o dieciséis años. Aparte de unos moretones de sus supuestas peleas, eso era algo aparte. Quién estaba frente a mí ya no era ese chico, sino un tipo mayor de edad que había pasado dos años en la escuela militar y se le notaba hasta en los pómulos marcados y el pelo corto. Ambos gemelos siempre habían sido atléticos y mantenían su figura, pero ver cuánto había crecido Noah en cada aspecto me había descolocado. En lo absoluto, no era el que yo recordaba.

La mujer que había hablado antes, que deslumbró una hermosa piel tostada y ojos cafés apenas se destapó la cara, me miró con sus cejas en alto.

—Supongo que no son el enemigo.

Señalé de costado a los hermanos, una sonrisa de alivio haciéndose presente.

—Espero que eso haya sido prueba suficiente —la mujer me sonrió en una mueca y empezó a hablar con las demás personas que estaban con ella, cada uno bajando cualquier tipo de guardia.

Volviendo hacia los gemelos, Noah le palmeó la espalda a su hermano, la sonrisa todavía en su rostro.

—No puedo creer que pudiste venir —le dijo—. Tardaste tanto que pensé...

Tom meneó la cabeza.

—Tuve que planear bien la huida, no fue fácil —dijo, y fue oportuno cuando se acordó de mi presencia al mirarme e indicarme que me acercara—. Encontré ayuda. De no ser por ella no habría podido venir, me salvó la vida cuando estuvieron por atraparme.

Parada frente a los dos, los ojos intensos de Noah cayeron en mí y sentí que no podía respirar. Mantenía el sueño fruncido, la sonrisa desarmándose de a poco y dándome ganas de cavar mi propia tumba ahí mismo. O yo no le caía bien, o no había tenido una buena impresión mía habiéndome defendido y lanzado por el aire unos minutos atrás. Parpadeé unas cuantas veces al pensarlo y sumar las cuentas en mi cabeza; Noah era un anómalo de fuego.

Tom sonreía como un niño, feliz de estar con su gemelo una vez más.

—Ella es Taylin...

Reed, ya sé —lo interrumpió, yo poniéndome más incómoda y entendiendo que no le agradaba del todo al parecer. Me dio una rápida mirada y tuve que pelear todo tipo de comentario que podría haber hecho—. Me acuerdo de ti. Estabas siempre en los pasillos.

Entendiendo que se refería a cuando estábamos en la escuela, traté de pensar en algún momento que mi nombre hubiera surgido como conversación en los rumores de la secundaria. ¿Lo había dicho como excusa a que sabía mi nombre y me odiaba, o verdaderamente se acordaba de mi existencia?

—El único lugar donde encontrarme —traté de sonar más simpática. No movió ni un músculo de su cara para acompañarme y yo quería cavar con más fuerza mi tumba. Solo suspiré y le sonreí brevemente—. Me alegra que hayas podido escaparte también.

Eso sí hizo que alzara un poco la comisura derecha de su boca.

—De suerte, pero sí —respondió y le apretó el hombro a su hermano con afecto. Pareció hasta obligarse a girarse hacia mí y verme a los ojos—. Te agradezco por salvarle el pellejo a mi hermano... significa mucho que haya llegado.

No hice más que asentir, Tom sonriéndome con el mismo alivio que yo le había sonreído a la otra mujer. Noah señaló al grupo de gente que seguía esperándolo, los pulgares arriba y haciendo que todos empezaran a caminar en una misma dirección. Tragué en seco al ver cómo más personas, escondidas entre los árboles y que no habían salido, también siguieron al resto.

Se me escapó el comentario antes de poder pensarlo.

—Qué bueno que no somos el enemigo...

La mujer, que antes me había respondido, se había parado cerca de Noah y se rio al escucharme.

—La verdad que sí —dijo, y estiró una de sus manos en nuestra dirección—. Sue Lee, líder del campamento y encargada de la guardia y entrenamiento. Me alegra que los hayan podido reconocer, hubiese sido una lástima que terminaran heridos, la realidad es que no vemos bien con lo que usamos para cubrirnos los rostros.

Tom y yo nos apresuramos a estrecharla, cada uno diciendo su nombre y sonriendo agradecidos. Sue Lee le dedicó una mirada a Noah y después a su gemelo, una sonrisa divertida apareciendo entre sus mejillas.

—Por lo que presencié, y sentí, controlas hielo, ¿no? —Tom asintió y Sue Lee largó una risa—. Que ironía. Gemelos opuestos, ¿eh?

Me animé a reírme junto a ella, teniendo que cubrirla con tos apenas sentí los ojos de Noah sobre mí una vez más, mirando hacia los costados para ignorarlo. Incluso cuando empezamos a seguir a Sue Lee hacia donde se habían ido los demás, no pude evitar quedarme callada todo el trayecto a pesar de que Tom hablaba y hablaba de cómo habíamos llegado hasta ahí. Noah lo escuchó atento, parado del otro lado de su hermano, y no me perdí las veces que me dedicó una mirada vacía. Casi preguntándose cómo fue que esta cosa salvó a un tipo que la duplica en altura y peso.

Sue Lee movió unas cuantas ramas al cruzar una llamativa hilera de árboles inmensos y robustos, formaban casi como una pared, y teniendo cuidado de no golpearme con ninguna rama, el sentimiento de estar sola se esfumó en el aire apenas pude ver cuánta gente estaba frente a nosotros. Al mirar cuántos anómalos se estaban dando una mano uno a otro formando lo que estaba frente a mí. No había sido la única con suerte y eso quedaba en claro.

Sue Lee nos sonrió.

—Bienvenidos a su dulce, y seguro, nuevo hogar.



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