[08]
Pude reconocer el sonido que surgió de mi garganta como propio, habiéndolo escuchado tantas veces todas las noches en las últimas semanas me había facilitado oírlo y saber que provenía de mí. Era el mismo tipo de grito que me despertaba de mis pesadillas, que espantaba a mi familia y me recordaba lo que me atormentaba todas las noches. Lo diferente de ese grito a los demás, era que no desperté. Lo que estaba frente a mí no era un sueño, no era una pesadilla a pesar de que se sintiera como una. Era real.
Al haberse quedado parada, tuve la mínima esperanza que la bala no le había llegado a ella, que había seguido de largo. Fue cuando sus piernas temblaron, su mano, habiendo tapado el agujero que había visto antes, cayendo en su costado y la sangre empezando a caer de la herida, que entendí que estaba equivocada.
Había dejado caer su mochila junto a su novio, los brazos de él estirados para poder agarrarla y detener su caída cuando sus rodillas cedieron ante su peso. Mi espalda había chocado con el pecho de Tom después de que Jamie me empujara, el gemelo me había atajado al deslizarme torpemente por el hielo y el sonido del disparo parecía haberme ensordecido tanto hasta escuchar el pitido contra mi tímpano. Ni el hielo en mis palmas me logró detener al gatear hacia ella.
Mis oídos se cerraron a todo tipo de sonido. Estirando mis brazos para poder agarrarle la blusa rosa o para poder agarrarla de algún lado así poder sacudirla, sentí el quiebre de la escarcha bajo mis rodillas por el peso al agacharme. No la escuché ni golpear contra el suelo, solo pude apoyar mis manos sobre su pecho y apenas el líquido caliente tocó mis manos, su blusa se teñía de rojo tan rápido que me dejó boqueando horrorizada. Había sido directo al corazón.
—Ja-Jamie... —me sentí modular una y otra vez. No sabía ni qué estaba diciendo o si estaba repitiendo algo más.
Por más que estuviera sorda, la vi respirar por la boca en jadeos, su cabeza ladeándose de lado a lado hasta que quedó en mi dirección y me miró fijo. Su boca pareció balbucear mi nombre, en un esfuerzo más por querer llamarme, pero reconocí el último segundo de su vida pasar frente a sus ojos cuando toda facción en ella se suavizó. Sus párpados relajándose me quebraron la última parte de mi corazón que temblaba en mi pecho.
Fui yo la siguiente que pareció no poder respirar, mis manos comenzando a agitar su cuerpo para que volviera a reaccionar, para que continuara intentando respirar. Mis dedos se aferraron a su blusa por encima de donde estaba la bala, buscando su latido, algo que me trajera a mi amiga de vuelta. Con otra punzada en el corazón ante el silencio, y sin darme cuenta, me sentí gritar un sollozo, mi garganta ardiendo y mi cabeza presionándose en un dolor constante. Grité para poder oírme, para que ella me escuchara, pero Jamie no volvió a respirar. Se había ido en cuestión de segundos.
Un momento estaba agitando su cuerpo, las lágrimas empapándome las mejillas y todavía diciendo su nombre como un rezo, y en un parpadeo mi espalda chocó con el piso en un empujón. Aún dispersa pensé lo peor, y al levantar la mirada esperando al soldado que había disparado, me quedé quieta cuando reconocí el cuerpo de Asher encorvado sobre Jamie, sus manos llevando la cabeza rubia a su pecho y alejándola de mí en patadas. Su boca se movía, los ojos llenos de furia mirándome, y parpadeando unas cuantas veces para recuperar mis sentidos, fueron más cuchillazos al pecho empezar a escuchar lo que me estaba diciendo:
— ¡Monstruo! ¡Anómala!
Sus palabras fueron lo primero que escuché y fue instinto menear la cabeza, el dolor punzante en el corazón. Yo no era un monstruo, no lo era, era sólo yo. Quise acercarme de vuelta y él siguió alejándose con el cuerpo de mí una vez más, su espalda hasta llegando a la pared opuesta. Terminé comprendiendo que no era bienvenida, porque entendí que había sido mi culpa. Me mordí el labio inferior para no volver a gritar, el cuerpo temblando por el llanto al caer en mis antebrazos. Había matado a mi mejor amiga, la había matado yo.
— ¡La mataste! —Lo volví a escuchar a Asher—. ¡Esto es tu culpa! ¡Monstruo!
Mis manos se apoyaron contra el piso, el sollozo rompiéndome el pecho con fuerza y no teniendo ni el valor de mirarlo. Su voz estaba tan quebrada como la mía, él también llorando, y a mí alrededor pude escuchar los quejidos de las personas totalmente paralizadas por la escena frente a nosotros. Yo no me podía mover, no podía reaccionar. No fue hasta que unas manos se apoyaron en mi espalda, tan frías como el hielo, que me giré hacia la persona.
Tom parecía tan estupefacto con lo que había pasado, sus ojos pasando de Jamie a mí con una mueca de puro espanto. Se agachó a mi lado, lo cual me permitió ver una tercera escultura que reconocí como el soldado que había disparado, y me tomó de los antebrazos. Asher empezó a gritarle lo mismo a él, todavía doblándose por los sollozos que soltaba y sin dejar de aferrarse a su novia. Se me apretó el doble el corazón, la sangre en mis venas volviéndose ruidosa contra mis oídos y escuchando solo el bombeo de ella pasando por mi cuerpo rápidamente.
Tom tiró de mí para que lo mirara al mismo tiempo que las personas a nuestro alrededor empezaron a correr espantadas gritando por auxilio. Ya habían visto suficiente daño.
—Tay, tenemos que irnos... —fruncí el ceño—. Están enviando a más soldados, nos vienen a buscar.
No podía pensar en el verdadero riesgo que estaba tomando por quedarme quieta teniendo a un grupo militar en nuestra búsqueda. El ruido de la radio del último soldado congelado, una voz llamando del otro lado, confirmándome lo que Tom había supuesto. Desesperada, llena de dolor y temor, me terminé aferrando a la tela de su remera.
No podía dejarla, no tenía que dejarla, no debía dejarla. No quería dejarla, nunca así. No a Jamie.
—Jamie. No, ella- Tom, no puedo-no puedo...
Se me cayó la cabeza hacia adelante al seguir llorando. Me ahogaba en mi propia culpa y no sabía ni cómo iba a poder levantarme. No sabía qué hacer.
Al tratar de alzar la cabeza lo vi cerrar sus ojos, desesperándose por mi respuesta, y solo miró un momento más a Jamie antes de volver hacia mí, decidido. Apretó la mandíbula, murmurando rápidamente que lo perdonara, y en un movimiento rápido me había levantado del piso de otro tirón. Uno de sus brazos había rodeado mi cintura, cargándome en su costado y empezando a apurar el paso después de agarrar su mochila con su otro brazo. Entendí lo que estaba haciendo tarde, cuando no podía escaparme del brazo que me llevaba y comencé a gritar todavía más fuerte al alejarme de mi mejor amiga.
—¡No! ¡Detente! —vociferé—. ¡Jamie! ¡Jamie!
Asher, al escucharme, estalló con más odio, su vocabulario tornándose más agresivo, y lloré todavía más cuando no pude verla más al doblar en un pasillo. Sentí como mi alma se partía en mil pedazos al ver cómo me separaban de ella. De mi compañera, mi amiga, de quién más confiaba, de mi psicóloga cuando tenía pesadillas. Sollocé agonizada, sin tener la fuerza de pelear por quedarme con ella. Yo la había matado, Asher tenía razón. Ella había muerto por mi culpa.
—Lo siento, Tay, lo siento —lo escuché decir a Tom mientras me seguía cargando—. Pero tengo que hacerlo...
En cuestión de segundos había abierto un par de puertas, por fin poniendo mis pies en el piso, y no tuve ni dos segundos de recuperar el aire que había perdido por mis gritos que sentí como tiraba de mi brazo para empezar a correr. A tropezones, todavía perdida y tratando de poder pensar con claridad, mis piernas cooperaron conmigo y comenzaron a seguir los pasos rápidos del gemelo. Uno atrás de otro, las lágrimas todavía saliendo, reconocí el campo de fútbol a mis alrededores, y corriendo todavía más, nos logramos meter por los bosques que rodeaban la escuela. Entre nuestra corrida y mis llantos, todavía sentía el eco del disparo atormentándome, las palabras de Asher y mis gritos rebotando por los pasillos con los alumnos paralizados.
Jamie se había ido. Ella estaba muerta.
— ¡Vamos, Taylin! —lo escuché a Tom por sobre todo pensamiento, el crujido de las ramas bajo nuestras zapatillas trayéndome de vuelta a la realidad. Escuché ruidos de motores cerca de nosotros y mi brazo pareció estirarse más cuando él empezó a tirar más fuerte de él en otra dirección—. ¡Apúrate!
Me mordí el labio inferior, tan fuerte como para centrarme en mi corrida y entender qué estaba pasando. Qué era lo que había pasado en menos de diez minutos. Me ardían los pulmones entre todo lo que había sucedido, el oxígeno escaso y perdiéndose al paso que nos metíamos más y más entre los árboles. Sabía que del otro lado se encontraba la ruta principal, que unía absolutamente todos los trayectos, y no me sorprendí cuando Tom nos hizo doblar entre unos árboles para comenzar a correr en dirección paralela y contraria. Teníamos que escondernos, nos debían de estar buscando para ese punto. Más después de la muerte de una pobre chica que no merecía ser asesinada así. No merecía morir.
Una raíz atrapó mi pie de un momento a otro, y por la velocidad en la que íbamos, las vueltas que di en la tierra y ramas me rasparon la piel descubierta. Me ardió al principio, el llanto volvió como una ola y no fue por los raspones. Sentía mi corazón apretarse y estrujarse lleno de dolor y no podía ni moverme sin pensar en los ojos perdidos de Jamie con la blusa tornándose roja. No podía sacarme la imagen de mi mejor amiga sin vida.
Tom me ayudó a levantarme de un tirón como la tal muñeca de trapo que estaba siendo.
—Levántate, por favor, ¡vamos!
No sé cuánto más corrimos, sólo lo sentí apenas nos detuvimos por falta de aire tiempo y kilómetros después. Me tuve que agarrar el pecho, mi espalda contra un árbol al colapsar, con mis piernas sin poder aguantar el peso de mi cuerpo y cayendo entre las ramas debajo de mí. Tom dejó caer su mochila y se desplomó contra el piso, tan agitado como yo y buscando aire a bocanadas. Parte mía le agradecía que me hubiera ayudado, que, de no ser por él, me hubieran llevado en otra dirección vaya a saber para qué. Pero había otra parte que lo estaba odiando por no haberme dejado ahí, por no dejarme despedirme, por no dejarme quedarme con Jamie. Una vez más sentí el nudo de la garganta al recordar la imagen de mis amigos, de uno odiándome y de otra que no volvería a ver. Los había perdido a ambos, porque era un monstruo, porque la había matado.
Mi frente se apoyó contra mis rodillas al ahogarme de vuelta en mi llanto, todo en mí deseando volver el tiempo atrás y evitar que pasara todo. Estaba hecha pedazos. Tom me miró al recuperar un poco el aire, al instante acercándose y parándose en sus rodillas para llevarme contra su pecho. Con su boca contra mi pelo, una de sus manos detrás de mi cabeza y la otra meciendo mi espalda, me sentí como una niña al estallar.
—Lo siento tanto, Tay... —lo escuché decir, mis sollozos escondiéndose en el cuello de su remera—. Siento tanto lo de Jamie.
Me abrazó con más fuerza apenas me escuchó ahogarme en mis sollozos, tirando de mi cuerpo contra el suyo para tenerme lo más cerca posible. No dijo nada más, me dejó soltar lo que podía de mi dolor, de mi duelo, los dos escondidos detrás de un árbol y rogando que los militares no pasaran cerca al buscarnos. Pensarlo me daba más punzadas en la cabeza. Nos estaban buscando, nos querían cazar y más que nada después de la muerte de una inocente. Dándome cuenta de la situación donde me encontraba, mi llanto ya no fue solo por Jamie, fue por cuán perjudicada iba a estar mi familia también. Iba a perderlo todo.
Me ardieron las mejillas cuando me saqué las lágrimas, los raspones de la caída irritados. No había algo en mí que no me doliera, que no me latiera en diferentes sinfonías que descolocaban mis sentidos. No había nada a mí alrededor que me calmara y me permitiera llenar mis pulmones de aire.
Llevé mis manos a mi pecho, sin intención de causar más daño y tratando de no ser lo que era. Una anómala.
Un engendro.
—Fue mi culpa, fue mi culpa... —murmuré, las palabras de Asher todavía presentes en un eco incesante—. Soy un monstruo, Dios...
Tom me separó de él, sus manos en mis hombros y frunciendo las cejas.
—No fue tu culpa, Tay. ¿Qué estás diciendo?
—Yo la maté —me mordí el labio, peleando con el hipo de mi llanto. Me miré las manos, sucias con el rojo carmesí seco, y se me revolvieron las tripas en asco y culpa al reconocer lo que era—. Llevo su sangre, llevo su sangre-
Me agarró el rostro en un sacudón, lo suficiente para hacer que me centrara en él.
—Taylin, escúchame, no la mataste, ¿Cómo podrías? ¿Cómo se te ocurre pensar que fue tu culpa? —Lo escuché decir, ofendido ante mis palabras—. No la mataste, ella te defendió. Te amaba como una hermana, nunca hubiera dejado que te pasara nada ni tú a ella si hubiese sido el caso inverso, ¿no es así? —Solo pude asentir en sus manos, el nudo no permitiéndome hablar—. No la mataste, no tú. No eres un monstruo.
—Pero Ash-Asher...
—Está dolido, como cualquier pareja, y por las acciones tomadas decidió culparte a ti —respondió, sus pulgares acariciando la piel de mis mejillas—. Tay, no fuiste tú. Fue el soldado el que disparó, tú no le tocaste un pelo.
Sus palabras se contradecían con las de Asher, un conflicto mental con lo que había pasado, y me tuve que esforzar para verle el sentido a lo que decía. A pesar del dolor, me acordé de cómo ella me había empujado fuera, sin importar lo que me había presenciado hacer y sabiendo cuál sería su final, lo hizo igual. Si ella hubiese pensado que era un monstruo, no lo hubiera hecho. Ella me iba a tratar igual. Pensar en eso me hizo llorar un poco más, la culpa dejó de comerme viva y la sangre en mis manos se sintió fría, vieja. Había muerto por mí, no por mi culpa.
Por cierta razón, eso me dolió y pesó más en mis hombros.
Para cuando dejé de soltar lágrimas, mi cuerpo no dejó de temblar. Todavía los dos agitados por la corrida, Tom no me soltó en ningún momento. Me dejó llorar en sus brazos, se quedó en silencio y me escuchó. Me sentí vacía por más que el llanto no dejaba de resurgir en momentos y sólo me alejé de él cuando quise limpiarme la cara una vez más.
Aprovechó para pararse del piso, y estirando su mano hacia mí, la sonrisa leve que me dio me animó un poco. Me desbalanceé un poco al pararme, y soltando un largo suspiro, tragué constantemente el nudo que seguía ahogándome. Tom había sacado una botella de agua de su mochila y la tendió en mi dirección. No había notado lo sedienta que estaba hasta que el agua pasó por mi garganta y tuve que pelear para dejarle un poco.
Ya un poco más tranquila y obligándome a no pensar en Jamie para no ponerme a llorar una vez más, miré a nuestro alrededor para intentar reconocer dónde estábamos.
— ¿Qué vamos a hacer? —pregunté, mi familia viniendo a mi mente y ya pensando en cómo iban a reaccionar cuando se enteraran de la verdad—. Nos van a estar buscando por todos lados, ¿Qué podemos hacer?
Ya no sabía si temblaba por lo débil que estaba o por el miedo que tenía a lo que pasaría en un futuro si me capturaban. Tom se limpió la boca al terminar de tomar agua y me miró de costado al guardar la botella.
—No podemos volver a casa, es obvio que es el primer lugar al que van a ir —dijo, y acomodando la mochila en su hombro, también miró alrededor como yo había hecho antes—. Tendríamos que escondernos, irnos lo más rápido posible.
— ¿A dónde? —Sonó como un chillido, la consciencia reaccionando desesperada sin opciones—. No tenemos a donde ir.
Tom apretó la mandíbula.
—Sí tenemos. Sé de un lugar.
Se escuchó tan seguro que cierta confianza en él se transmitió fácilmente hacia mí.
—¿Dónde?
—A dónde está escondiéndose mi hermano. Vamos a estar seguros ahí.
Me quedé quieta apenas nombró a su hermano, la pregunta de su paradero por fin respondida después de semanas. Noah Parker era oficialmente un anómalo, cumpliendo con lo que los rumores decían y con mi suposición. Ya nada me sorprendía, ya nada me afectaba. Yo era una de ellos; ¿Qué podría impresionarme? ¿Qué más podría descolocarme?
Tom no dejó de mirarme cuando no respondí, sin saber que decir en realidad, y agregó:
—No puedes quedarte aquí, Tay —dijo—. Tienes que venir conmigo.
— ¿Y mi familia? ¿Mi hermana? ¿Mis papás? —Fue lo primero que nombré, mis brazos abrazándome como si eso pudiera protegerme—. No puedo dejarlos así porque sí. No puedo.
Tom pareció desesperarse más.
— ¿Es que no te das cuenta de que los vas a poner en riesgo si te quedas? Serían considerados cómplices de anomalía, el escapar significa la mínima chance de que ellos pueden salvarse de esa acusación terrible —habló tan rápido que me costó entenderlo—. Yo tuve que dejar mi casa ayer para que no le pasara nada a mi mamá. No quiero que le hagan daño.
—Yo tampoco... —murmuré, dándome cuenta de la razón que cargaban sus palabras. Quería arrancarme el pelo por la frustración, todavía sin poder creer donde me encontraba situada y mi cabeza todavía tratando de procesar las últimas veinticuatro horas. Quería mi vida ordinaria de vuelta.
Tom me agarró las muñecas.
—Entonces ven conmigo, vas a estar segura, te lo prometo—rogó, sus manos soltándome para buscar en los bolsillos de sus jeans para sacar un papel doblado. Lo abrió para mostrarme lo que parecía una extraña caligrafía que no pude leer, un poco parecida a la suya, un poco más desprolija—. Esto lo dejaron en mi casillero ayer mismo. Con mi hermano teníamos un idioma de pequeños, los usuales entre mellizos y gemelos, y tuvo la brillante idea de usarlo ahora. Me dice a dónde tengo que ir y cómo ir.
—¿Tu hermano estuvo por el pueblo...? —fue lo único que logré captar de todo lo que había dicho. Tom frunció la boca.
—Y por la escuela, aparentemente —agitó el papel en sus manos como obviedad. Unas cuentas se sumaron en mi cabeza al recordar cierto choque del día anterior y tuve que parpadear varias veces. ¿Podría haber sido él? Tom chasqueó la lengua al quedarme pensando—. Tay, por favor, acompáñame, no quiero que te pase nada y a tu familia tampoco. No puedo irme pensando en que estarías en riesgo acá.
No pude evitar sonreírle en una mueca cuando escuché lo último que dijo, y entendiendo que lo que estaba pidiéndome no era una estupidez, sino que era algo que estaría salvándome la vida, las ganas de llorar volvieron. Solo significaba una cosa y era que en ese día no solo iba a perder a mí mejor amiga; iba a tener que abandonar a mi familia también, para cuidarlos tanto de las cazas, como de mi presencia. De mi control desconocido. Cerré los ojos, mi cabeza asintiendo como respuesta hacia el gemelo. Lo iba a hacer por ellos.
Vi como sus hombros se relajaron al verme asentir.
—Pero... —se me escapó antes de pensarlo, la idea instalándose en mi mente, y sintiéndome un poco egoísta por lo que iba a hacer, no podía evitar la necesidad en mi pecho—. Acompáñame a mi casa ahora, por lo menos ayúdame a despedirme de ellos. Aparte necesito un abrigo, me voy a congelar en la noche y lo último que necesitamos es que nos engripemos.
—Yo no necesito una, digamos... —relamió sus labios, todavía considerando lo que estaba diciendo. Inconscientemente había pegado las palmas de mis manos para poder rogarle.
—Será rápido, lo juro —le dije—. Tomamos lo que necesitamos, me despido de Morgan y-
La hermana de Jamie me vino a la cabeza, las fotos de ellas dos juntas que colgaba de la parte de adentro de su casillero, y pensé en sus papás y su dolor. Me temblaron las rodillas, haciendo fuerza con los talones para no volverme a sentar, y me esforcé en centrarme en mi familia. Pensar en cómo iba a alejarme de mi hermana pequeña me estaba partiendo a la mitad y supuse que por los gestos que hice Tom entendió mi dilema. Suspiró, una vez más ojeando todo lo que nos rodeaba, y terminó asintiendo antes de acercarse más a mí para tomarme de la mano.
—Está bien, está bien —suspiró, comenzando a caminar y tirando de mí en dirección a donde se suponía que estaba la sección residencial dónde vivía—. Más vale que rápido, ¿sí? Tenemos que quedarnos por los bosques, estar sin algo que nos cubra nos volvería carnada fácil. Podemos pasar entre los árboles en tu patio trasero.
—No hay cerca, así que va a ser fácil —respondí y la imagen de la llave de emergencia debajo de la alfombra de la galería me vino a la mente. Mi mochila había quedado en el pasillo de la escuela—. Tengo una llave para entrar.
—Bien, más fácil —frunció el entrecejo, concentrado en sus pensamientos. Fue cuestión de unos pocos pasos antes de que se volviera a girar hacia mí, relamiendo su boca—. ¿Desde cuándo sabes?
No hizo falta que aclarara lo que estaba preguntando, entre todo lo que había pasado, quedó en claro a qué se refería.
—Ayer lo confirmé, irónicamente —murmuré, todavía sin creer que tan poco tiempo había pasado en el medio y cuantas cosas me habían destruido al paso. Enterré mis uñas en las palmas de mis manos cuando Jamie volvió a mi mente—. Igual supongo que inconscientemente siempre lo supe, por mis pesadillas. ¿Tú?
Se encogió de hombros.
—Los primeros días —tensó su mandíbula y agitó su cabeza—. Apenas mis papás me dijeron que no encontraban a Noah, me agarró un ataque en mi cuarto y prácticamente congelé todo mi baño para cuando me di cuenta.
La mano en que me agarraba se sentía un poco más fría de lo normal y tuve que entrecerrar mis ojos hinchados por el llanto al querer mirarla bien. Ya no llevaba el dibujo de la escarcha por los brazos, no tenía nada, y en una rápida ojeada, sus ojos almendrados miraban hacia adelante. Físicamente se mostraba diferente cuando usaba la anomalía, su habilidad, y como un flashback me acordé cuando habíamos estado en el hospital y como se había desmayado. Estaba helado.
Me quise reír por la ironía.
— ¿Controlas hielo habiendo estado encerrado en una heladería cuando pasó la supernova?
Cerró los ojos, la sonrisa sarcástica levantándome un poco el humor.
—Parece una broma, ¿eh? —hasta rodó los ojos sin poder creerlo y me miró de soslayo—. No creo que lo que controlamos sea al azar. Debe haber una razón para cada una.
No tuve nada que agregar y no sólo por no tener el humor para hablar. Todo lo que había pasado me estaba pesando en los hombros, y mientras más hablaba de las anomalías y las razones por las cuales se hacían presentes, me sentía perdida. Mi papá me había dicho que debían de haber elegido, que debían tener una razón para elegirnos. Y siendo que Tom parecía pensar lo mismo y que cada una era diferente por otras razones, no supe qué pensar.
¿Había una razón en sí para haber cambiado tanto el mundo?
[...]
Al llegar a mi casa, fue imposible intentar recuperar el aire perdido. Sentía que estaba tragando una bolsa de cemento que me ahogaba y me tiraba al piso por su peso. No podía dejar de pensar qué diría, qué haría, cómo Morgan reaccionaría al no verme más. Miré la parte trasera de mi casa con una mano en el pecho. Era la última vez que la vería, la última vez que entraría, que abrazaría a mi familia.
Todavía caminando entre los árboles, sentí como Tom apoyaba una de sus manos en mi hombro.
—Sé que es difícil, Tay, lo sé. Lo siento, pero es lo que hay que hacer —me recordó, tratando de darme el ánimo y apoyo necesario. Solo pude asentir y seguir caminando hasta la puerta trasera.
Con mi cordura mental colgando de un hilo, tuve que obligarme a no pensar en la última hora, en no recordar el suceso, en nada de lo que pudiera hacerme estallar de vuelta. De seguro iba a tener cicatrices de mis uñas clavadas en las palmas de mi mano, el ardor haciéndome sisear y siendo necesario para centrarme en hacer lo correcto.
Ningún auto parecía estar pasando por las calles frente a casa, a pesar de que eso no significaba que iban a tardar en aparecer y revolver hasta la última esquina en la manzana para encontrarme. Era cuestión de minutos que valían oro. Así que nos apresuramos a cruzar el patio trasero, pateando la alfombra hasta sacar la llave, y entramos apurados por la cocina. Se me partió el corazón al ver la mesada de la cocina.
Mis papás me miraron estupefactos, mamá corriendo a abrazarme en un ataque de llanto y papá se lanzó a cerrar la puerta. No pude hacer nada más que abrazar a mamá con fuerza, su cuerpo agitándose y temblando en horribles sollozos. Claramente ella ya sabía y papá también.
—Mi pequeña, no mi pequeña... —la escuché murmurar y me tuve que morder el interior de la mejilla para no ponerme a llorar de vuelta ahí mismo. Papá nos abrazó a ambas, el beso en la cabeza tentando a llevarme al límite—. Mi amor, lo lamento tanto...
Los pasos de Tom al caminar nervioso por la cocina me hicieron hacerme hacia atrás, y por más que me dolió el corazón alejarme, le tuve que agarrar los hombros a mamá y pelear el nudo en la garganta para poder hablar. Parecían boquear en busca de palabras las cuales decirme, lo mínimo, lo cual me dejaba en claro que ya sabían todo. El teléfono descolgado y apoyado en la mesada de la cocina confirmándolo.
Mamá me agarró de las mejillas.
—Jamie... —fue lo único que murmuró y cerré los ojos cuando el recuerdo atacó una vez más—. Dios santo, Tay, no puedo creerlo...
Con la vista nublada, hablé como pude.
—Yo-yo tampoco, ma.
Escuché las cortinas deslizarse, el gemelo más inquieto todavía, y papá se dio cuenta de lo que estaba haciendo. Se terminó acercando a él para hacer lo mismo y apurarse a la sala a tapar las demás. Sabiendo que el tiempo seguía avanzando, le tomé las manos a mamá que seguían temblando.
La parte más difícil estaba por venir.
—Necesito una mochila con unas cosas —empecé, los ojos de ella soltando más lágrimas. Peleé con las mías al limpiarle las suyas—. No puedo quedarme, ma, y lo sabes. No puedo arriesgarme a que les hagan algo, ni a ustedes, ni a Morgan.
Nombrar a mi hermana casi me hace caerme de rodillas, tuve que aferrarme a todo mí ser para no ceder al llanto que me ahogaba. Pálida, mamá terminó asintiendo, tomándome de la mano para correr escaleras arriba y ordenándole a papá que ayudara a Tom con otra mochila con algo que pudiera servir como comida o bebida.
Al girar en dirección a mi puerta, me quedé perpleja al ver a Morgan parada frente a la puerta del cuarto de mis papás.
— ¿Taylin? —se estaba frunciendo los ojos, todavía dormida. Me había olvidado de que seguía un poco enferma y sin dormir por mi culpa—. ¿Por qué estás en casa?
No pude hablar, si llegaba a abrir la boca sólo podría llorar. Decidí tomarla de la mano y tiré de ella para que me acompañara al cuarto sin responder sus preguntas. Al mismo tiempo que pasaba el marco de mi habitación, logré atajar la mochila que mamá tiró en mi dirección.
Metí prendas sin mirar que eran, cuántas eran o si estaban en buenas condiciones. Mientras que yo hacía espacio para poder seguir metiendo ciertas cosas higiénicas y necesarias, mamá corrió por toda la casa en busca de más cosas que podrían serme útiles. Morgan no dejaba de seguirnos a las dos, totalmente perdida de lo que estaba pasando. Me partía el corazón escucharla confundida y más desesperada al paso del tiempo.
— ¿Qué está pasando? ¿A dónde se va Taylin? ¿Por qué estás llorando mamá?
Ninguna de las dos le respondió, ninguna lista para verdaderamente reconocer lo que estaba ocurriendo. Mamá siquiera me podía mirar a los ojos mientras me ayudaba a armar la mochila, algo que no me alertó ni preocupó, pero sí que significó otra cosa. No había parecido ni atónita por descubrir que yo cargaba con habilidades, ni espantada por pensar que podría lastimarla. La pregunta se deslizó de mis labios.
— ¿Desde cuándo lo sabes?
Parpadeó unas cuantas veces antes de levantar la vista, Morgan más confundida que antes por no especificar de qué estaba hablando. Mamá suspiró.
—Apenas empezaron tus pesadillas. Inconscientemente lo usabas, el desastre en tu cuarto ya no era por tu desorden —frunció la boca en una línea tensa y sacudió la mochila que estaba por estallar—. Las ventajas y desventajas de estudiar medicina es que notas fácilmente ciertos síntomas fuera de lugar. En tu caso eran muchos y no supe qué hacer.
Ella había sabido desde un principio. Y yo no.
Como pude, guardé unas últimas cosas, entre ellas un pequeño sobre con mis ahorros y un poco más de mamá, y me colgué la mochila al hombro. Morgan me siguió hasta que corrí al baño, lavándome la sangre seca en mis manos que hizo que sus ojos se abrieran por el susto. Tenía los latidos de mi corazón cerrándome la garganta en cada golpeteo.
Me sequé las manos lo más rápido que pude antes de agacharme frente a ella. A veces me olvidaba de que tan pequeña y bajita era a comparación de otras niñas de su edad, sólo que ese día se veía todavía más diminuta. ¿O era mi miedo la que la hacía verse así?
—Quiero que me escuches bien, ¿sí? —le pedí, su pelo rubio cayéndole sobre el rostro y los ojos claros fijos en mí—. No puedo quedarme en casa. Pasaron ciertas cosas que pueden ponerlos en peligro a ustedes...
— ¿Eres una de ellos?
Ella estaba lejos de ser tonta y se notaba. Se me quedaron las palabras en la boca, los ojos de mi hermana sin moverse de mí, y sin dejar de verme como ella siempre me había visto. Como su hermana mayor, quién la consentía con juegos y bromas. No me miró como Asher, no cambió su forma de verme. Solo pude asentir en su dirección, lágrimas rebeldes escapando y la apreté contra mí cuando me abrazó con fuerza.
Su cuerpo tembló en mis brazos y no hice más que apretarla todavía más. Era mucho más difícil de lo que alguna vez había pensado.
—No quiero que te vayas...—murmuró, la voz cortada por el llanto que estaba aguantándose—. No vas a hacerle daño a nadie, puedes quedarte-
—No puedo, An —me separé con lentitud de ella, pasando mis manos por sus mejillas cuando las vi mojadas—. Ellos no me conocen, soy un peligro en sus ojos. No sé ni controlarme, no sé ni lo que tengo. No puedo ponerlos en riesgo a ustedes, pero voy a estar bien, ¿sí? Lo juro...
Me abrazó una vez más, enterrando su cabeza en mi pecho y la dejé. Se volvió como un koala aferrado a mi cuerpo y tuve cuidado al caminar hasta mi cuarto para fijarme de no olvidarme nada que necesitara. Al acercarme a mi escritorio, las fotos que colgaban en la pared no pude no agarrarlas. Una estaba entre medio de Jamie y Asher, sacando la lengua con ellos riéndose de mí, y en la otra era una foto familiar de cuando Morgan cumplía cinco años. Quería llevarme mis recuerdos. Quería agarrar lo último que me quedaba de mi vida.
— ¿Tay?
Tom apareció en la puerta de mi habitación, con lo que parecía ser una segunda mochila en su mano aparte de la suya en su espalda y más llena que antes. Vi cómo le sonrió a mi hermana antes de volver hacia mí y no dijo nada, solo ladeó la cabeza para indicar que saliéramos. Ya era hora.
Casi saltando los escalones, mamá me tendió una campera abrigada por sobre lo que estaba usando. Tom seguía callado y sin decir nada sobre si necesitaba abrigo o no, la ironía de que él no sufriría el frío claro sin siquiera decirlo. Entendí que mis papás estaban al tanto de sus habilidades también, los ojos curiosos de ellos en él dejándomelo en claro.
Me acomodé la mochila en la espalda, mi hermana todavía aferrada a mi mano y mamá tratando de acomodar lo que había en las que cargaba Tom. Papá se sentó en uno de los taburetes de la cocina, los ojos puestos en mí y yo ya no sabía cuánta fortaleza quedaba en mí para no cambiar los planes y quedarme. Apenas lo abracé como pude, lo sentí quebrar contra mi hombro. Me partía al medio ver a mi familia tan rota por lo que me había pasado, me hubiera encantado tener más opciones. No iba a haber nada que pudiera cambiar lo que me había elegido.
Sin soltarlo, le recordé sus palabras que seguían girando en mi cabeza.
—Me eligieron a mí, pa —susurré—. Son energías, saben lo que hacen.
Me dejó un beso en la frente al separarse.
—Sé que sí y no se equivocaron —me sonrió—. Sólo que nunca iba a estar preparado para que fueras tú.
Al mismo tiempo que abrí la boca para responderle, escuché gritos espantados de afuera, de las calles que corrían en nuestro barrio, y apenas las sirenas empezaron a acercarse a casa, entendí que mi tiempo de vida ordinaria había caducado.
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