Las cosas habían empezado a ponerse más raras. Y más aterradoras.
Los militares parecían multiplicarse por las calles. Estaban en el supermercado, en los estacionamientos, en los cines, en los parques; en absolutamente todos lados. No había lugar donde los ojos del resto no cayeran en el arma que les colgaba de la cadera o la postura tensa en la que descansaban. La cantidad de trajes camuflados en un pequeño pueblo, de menos de dos mil habitantes después del suceso, eran incontables y no me quería imaginar lo que debía de ser en las grandes ciudades. Al principio la presencia podría haber pasado desapercibida, el problema fueron los actos que empezaron a cometer lo cual hizo que el temor empezara a rondar por las calles.
Revisaban todo. Desde documentos, análisis médicos, situación económica, lugar laboral, estudios tanto escolares como universitarios. No había aspecto de la vida la cual no tuvieran en cuenta, buscaban toda la información posible de cada ciudadano para poder brindárselo al General Gedeón –quién se había presentado en una corta entrevista al apenas llegar al pueblo– y con el alto rango que manejaba. A su lado siempre estaba el coronel Romero, inflando el pecho con orgullo como había hecho en el comedor escolar y todavía más cuando hablaba de las nuevas normas de convivencia que su General le había informado.
Había toque de queda. Desde las diez de la noche, clavadas y sin ningún minuto de más, todo habitante tenía que estar dentro de su casa. No había excusas, solo en caso de una emergencia médica, o en el peor caso, en el caso de un anómalo, como habían empezado a decirle. Se habían puesto muy estrictos con eso, siendo que en el caso que atraparan a alguien fuera de su residencia después de la hora acordada, lo culparían por intento de fuga y a pesar de que no mostraran ninguna anomalía, el castigo sería el mismo. Podrían ser cómplices, decían, podrían estar ayudando al enemigo.
Yo había tenido la mala suerte de presenciar una de esas persecuciones. Estaba despierta una de esas madrugadas donde estaba tratando de respirar hondo y relajar mi corazón recién despierto, la almohada en donde había logrado esconder mi grito todavía en mi regazo. No debían de ser ni las cuatro de la mañana cuando pasó, todo tan oscuro y silencioso que no me permitió ignorar las pisadas o las luces en el bosque que cruzaba el patio trasero de mi casa. Mi ventana justo en dirección de los árboles, me acerqué curiosa al reconocer las linternas agitarse como locas, unas pisadas rápidas crujiendo las ramas tan fuerte que llegué a escuchar y en mi mismo patio apareció un hombre agitado.
Lo primero que había pensado era que estaban por entrar a robar a mi casa, más que nada por la forma en la que tenía el rostro tapado. Por instinto estaba lista para gritar, para alertar sobre el intruso en el límite de nuestro patio, pero me quedé estática al ver surgir otras dos figuras de los árboles. Fue tan rápido que me hizo tambalear hacia atrás, el hombre agitado girándose hacia ellos y solo llegó a levantar los brazos rendido antes de caer en sus rodillas después del golpe que le dieron en su cabeza. Fue inconsciente el sonido que surgió de mi garganta.
No había escuchado a nadie entrar hasta que unas manos me tomaron por los brazos y tiraron de mí hacia abajo, cayendo sobre mis manos al haber sido agachada. Papá me giró para que apoyara mi espalda sobre la pared, mis ojos encontrando los suyos en la misma altura y reconociendo la luz de la linterna de los militares pasando por la ventana de mi cuarto.
Negó con la cabeza, su dedo índice en sus labios para que me mantuviera callada. Lo único que podía escuchar era mi corazón latiendo contra mis tímpanos, y tratando de concentrarme en poder calmarme una vez más, mi curiosidad halló un reflejo extraño en los ojos de mi papá. Era como si fuera una luz celeste, pero; ¿de dónde venía? ¿Qué estaban haciendo los militares con el hombre fuera que requería una luz así?
Incluso cuando la luz se fue, papá me hizo quedarme sentada donde estaba y terminó por acompañarme al lado mío. Ninguno de los dos dijo nada, solo esperamos a que el sol saliera y cada uno comenzó su mañana. Nunca volvimos a tocar el tema de lo que había pasado. Era algo a lo que nos tendríamos que acostumbrar, al miedo que fomentaban, y con lo que teníamos que vivir aparte de muchas otras cosas que habían tomado.
Gran parte de las escuelas estaban bajo su cuidado, la nuestra siendo la prioridad por lo solicitada que había sido en su momento. Muchos docentes que teníamos habían sido cambiados por otros a pesar de haber sobrevivido, las tareas se sintieron más obligatorias sí un cuchillo le abrazaba la pierna a la persona que estaba dando clase. Muchos alumnos habían dejado de asistir a clase por miedo en los primeros días después de los nuevos cambios, y no tardaron mucho en volver después de que las amenazas comenzaran. Quién no se presentaba, era porque tenía algo que esconder.
Las cosas fueron menos sencillas para los hospitales. Con escasos medicamentos, el nuevo ejército había comenzado a limitar el uso de ciertos recursos casi necesarios de no ser que la persona no demostrase ninguna anomalía. Mamá estaba aterrada de ir a trabajar algunos días, no decía mucho sobre lo que veía, pero a veces la escuchaba llorar en el baño apenas volvía del trabajo. Papá también se había dado cuenta y sabiendo que lo había hablado con ella, me preocupé el doble cuando él también comenzó a verse afectado por toda la situación. Todo era un desastre sin solución.
Morgan no había vuelto a hablar del tema de la supernova desde que había ocurrido. Pareció borrarlo de su mente, y por más que estuviera viviendo una vida que había sido culpa del suceso, ella siguió en su propio mundo. Evitó ver los noticieros, evitó escuchar las charlas de nuestros papás en la mesa al comer o cenar, y se rodeó de libros de la serie de superhéroes que tanto le gustaba. Para tener doce años, sabía bien en donde le convenía estar.
A diferencia de ella, yo traté de no pensar en el tema centrándome en trabajos prácticos. Había pasado de nunca hacerlos y rogarle a Jamie para que me dijera las respuestas, a dedicarme plenamente en ellos para ocupar la cabeza. Habían recortado la jornada escolar, los recesos fueron quitados y aprovecharon para empezar a llenarnos de deberes para poder distraernos. Entre el estudio, los trabajos y mantener una vida normal, no pude pensar mucho en la nube de colores que pasó sobre el mundo entero. Por primera vez desde mi existencia, estaba agradecida con la institución que tanto despreciaba.
Agité mi muñeca cuando terminé de escribir el ensayo de Historia que la nueva docente nos había dado. El diablo de Smith parecía haber vuelto al mismo infierno de donde había venido, sólo que quién la había reemplazado no se le notaban menos los cuernos. Era el doble de estricta, la boca curvada en una mueca disgustada a toda hora y el arma en su cadera siquiera dejándome pensar en una respuesta sarcástica que me hubiera gustado soltar. Hacer su trabajo en casa y poder decir lo que quisiera era mucho más placentero que tener que tragarme el nudo de ironía.
Dejé las siete hojas escritas a mano a un lado, específicamente pedido en tinta de bolígrafo para asegurarse que lo habíamos escrito nosotros mismos. No supe que le había pasado por la cabeza al dudar de sus siete alumnos de último año en su materia, no sólo no teníamos la confianza entre nosotros para pasarnos las respuestas, que ella estuviera armada hasta los dientes tampoco nos inspiraba en pensarlo. Apoyé el bolígrafo que había usado frente a mí, pasando mis manos por mis ojos al terminar. Los había destruido después de pasar horas y horas copiando del libro –que había encontrado debajo de mi cama después de una limpieza- a la hoja.
Pensando en el siguiente trabajo que me tocaba, la puerta de mi cuarto se abrió de la nada.
— ¡Taylin!
Fue como tener un breve paro cardíaco. Me paré de la silla de un salto, tropezándome en mis propios pies para mantener el equilibrio y tratar de respirar bien al mismo tiempo. Morgan me sonrió desde el marco de la puerta, yo todavía tratando de encontrar el latido de mi corazón en el pecho, y la escuché acercarse. Ella enserio no quería entender ni ver la gravedad de lo que había pasado para haberme asustado de esa forma.
—Mamá y papá te están esperando para cenar —dijo—. Te estamos llamando desde hace diez minutos y no escuchaste nada.
La miré de costado, lista para decirle todo tipo de palabra que se me cruzara por la cabeza. Con ejército afuera o no, la diablita seguía siendo mi hermana menor y quién me iba a sacar canas verdes hasta el último día. Acordarme que pude haberla perdido me traía de vuelta los pies a la Tierra, y no pude hacer más que sonreírle después de rodar los ojos y recuperar un poco la compostura.
—Perdón, estaba con un trabajo. Ya bajo —le guiñé un ojo, y tentándome en molestarla, le pellizqué los costados del cuerpo para que corriera fuera de mi cuarto—. ¡Te voy a comer a ti sino!
Su risa me contagió, ampliando la mía mientras que me incorporaba por sobre el escritorio. Comencé a guardar unas cosas, entre hojas sin usar y bolígrafos de colores, pasé mi mano en busca del que había dejado frente a mí, mis dedos solo se encontraron con la madera del mueble. No habiéndolo encontrado por toda la superficie, me fijé por abajo, en el piso, cerca de las esquinas de mi escritorio y hasta por debajo de las ruedas de la silla. No hubo lado por donde mis ojos no pasaron, y frunciendo el ceño, me quedé sentada en mis rodillas al ver la pared del otro lado del cuarto.
Parpadeé unas cuantas veces y tuve que entrecerrar los ojos para estar segura. Gateé rápidamente hasta llegar a la pared, mis rodillas raspándose contra la alfombra, y volví a parpadear confundida ¿Cómo era que había logrado cruzar toda la habitación? ¿Y cómo era que estaba... incrustada en mi pared? Golpeé con mis nudillos la estructura, recordándome que era hormigón el material y me dejé caer en mis rodillas de vuelta.
¿Pero qué...?
— ¡Taylin, me voy a comer tu comida si no bajas! —me gritó papá desde abajo, y empujándome fuera del piso, mis ojos no se movieron del bolígrafo.
— ¡Voy!
A pesar de que bajé las escaleras más rápido de lo normal, no me pude escapar de la imagen del bolígrafo. ¿Cómo lo sacaría ahora de ahí? No pude dejar de pensar en toda la cena. No recordaba haber empujado nada en la mesa y tampoco tenía la fuerza necesaria para lograr que mitad del bolígrafo cruzara una pared de al menos quince centímetros de ancho y de hormigón.
Comí más rápido de lo que debería, queriendo ir a ver cómo resolvería aquella extraña situación, pero apenas salí de la cocina después de levantar la mesa, los golpes en la puerta de entrada me dejaron helada. Eran pasadas las nueve de la noche, ¿Quién estaría fuera tan cerca del toque de queda? Tuve miedo de tratar de descifrar la figura detrás del vidrio, papá teniendo que adelantarse y abrir la puerta él.
Parpadeé un par de veces al reconocer a Melania y Jamie del otro lado, mi amiga con su mochila y un bolso en sus manos.
—¡Mel! Ya estaba preguntándome dónde andarían —saludó mi papá, un choque de cinco a Jamie que se apuró hacia mí para darme un abrazo y una sonrisa agradecida a Melania—. Muchas gracias por traerla.
Yo seguía sin entender, mi mano palmeando la espalda de Jamie sin sacarle los ojos de encima a papá. Melania me saludó con un gesto de la mano y después de lanzarle un beso a su hija, se marchó para que papá cerrara la puerta. No había mucho tiempo para charla tampoco, el reloj estaba rozando las diez menos diez de la noche.
Le lancé una mirada tanto a papá como a Jamie.
—¿...por qué...? —traté de empezar, sin saber cómo seguir la pregunta sin sonar tonta—. ¿Y el toque de queda...?
Jamie sacó un papel de su mochila.
—Obtuvimos un permiso, en caso de emergencia. Dudo que siquiera se enteren —me mostró el tal permiso firmado por un alto cargo y yo ladeé la cabeza—. Quería que tuviéramos una pijamada juntas, hacía mucho que no teníamos una.
—¿Un día de semana?
—Para también adelantar cosas de la escuela, si es que necesitas —aclaró, más porque mi papá le había dado una mirada de costado, y aferró mi brazo entre los suyos. Hubo una segunda intención detrás de sus palabras y la intención de mi papá, que estaba segura de que había sido parte del arreglo, y que me confirmaba la razón escondida de la "pijamada".
Las dos subimos hacia mi cuarto, sus dedos mandándole un mensaje a Asher diciéndole donde estaba y yo me lancé en mi cama, evitando mirar hacia el bolígrafo. Jamie tampoco lo notó, y después de cerrar la puerta de mi cuarto, se dejó caer a mi lado.
No esperé mucho para soltar la conclusión.
—Papá te dijo de venir para probar si no tengo pesadillas —volteé mi rostro hacia ella—. Fue por eso, ¿verdad?
Jamie suspiró.
—Yo lo propuse. Tus papás están desesperados y con la única persona que hablas de lo que... pasó, soy yo —confirmó, sus dedos golpeando con un ritmo la funda del celular—. Aparte de que adoro pasar tiempo contigo, y si eso significa que puedo ayudar en algo, entonces acá voy a estar.
Sólo pude sonreírle. Sabía que lo hacía con la mejor intención del mundo, ella tenía ese corazón de oro que yo admiraba, el problema era que temía hasta espantarla. Ni mis papás ni Morgan habían podido cooperar con mis gritos, ¿cómo podría ella? ¿Se traumaría al escucharme aullar en agonía?
Por suerte tardamos en dormir, siempre nos pasaba lo mismo todas las veces que pasábamos una noche en su casa o en la mía. No tocamos mucho el tema de la supernova, no tuve mi sesión diaria esa noche, preferí disfrutar el momento con Jamie con risas tontas y películas que sabíamos de memoria.
Hasta que en una escena un par de hermanos se abrazaron entre sí, felices de haber logrado el objetivo de la trama. No pude no compararlos en mi cabeza, y sin darle un segundo más en mi mente, la pregunta se deslizó entre mis dientes:
—¿Crees que está vivo? —Jamie tuvo que levantar su cabeza por sobre la almohada, mi susurro habiéndole llamado la atención. Su ceja arqueada me respondió su confusión—. Noah Parker, digo...
Ella soltó un largo suspiro, probablemente el recuerdo de Tom deprimido volviendo a su mente. Su estado de ánimo no había cambiado nada.
—No lo sé, Tay, ¿supongo? —pasó su mano por la trenza que se había hecho para ir a dormir y relamió sus labios—. Me encantaría creer que sí, no puedo ni pensar lo que significaría perder a tu hermano y peor en el caso de tu gemelo, pero... ¿No habría avisado a su familia si se encontrase bien?
—Podría tener alguna razón para no querer acercarse... —me encogí de hombros, la flama de esperanza todavía viva—. Estaba en una correccional, no de vacaciones.
—Cualquier tipo de razón me parece muy egoísta de su parte para al menos no pensar en su gemelo.
Me tapé más con la manta todavía, solo emitiendo un sonido de acuerdo con la garganta. Egoísta o no, había una razón de fondo en el caso que estuviera vivo, y lo que importaba era que lo estuviese.
Después vendrían las justificaciones.
[...]
Asher nos sostuvo la puerta de entrada al pasar por el edificio de la escuela, los soldados a cada lado ni inmutándose por ayudarnos. Jamie los miró de costado, su mano aferrada a la de su novio, y caminó pegada a él como siempre hacía al pasar bajo los ojos militantes. Yo sentí mis hombros igual de tensos, sin animarme a cruzar miradas y tratando de pasar desapercibida.
Jamie había escondido el bolso que había llevado a casa en el Jeep de Asher, por más que tuviera el permiso, eso no significaba que no le fueran a revisar en caso de ser necesario. No había nada que esconder, era más por las ganas de que respetaran la privacidad. Probablemente lo que más hubiesen notado eran los bostezos constantes de mi amiga, sin ser inmune a mis gritos que pude esconder, sólo que ella llegó a oír por estar al lado mío. No llegué a espantarla, pero dudaba que volviera a intentar tener una pijamada conmigo hasta que todo terminara.
Todavía en silencio, los acompañé a sus casilleros primero, mis ojos tratando de no mirar por las fotos que seguían colgando en los casilleros vacíos. Algunos habían vuelto, habiéndose ido a otros pueblos para ver a su familia y otros seguían sin poner un pie de nuevo en la escuela. Pocos cuerpos habían podido ser reconocidos como estudiantes y el poco porcentaje que quedaba no había vuelto a dar una señal de vida desde aquel día. Había rumores entre los estudiantes, probablemente creados a partir de una conversación con militares que fomentaban muchísimo la idea, sobre la... infección.
No iba a mentir y decir que el nombre de Noah Parker no había cruzado en mi mente con ese argumento, con esa excusa. Pensarlo era tonto, a veces hasta me costaba asimilar y recordar que todo verdaderamente estaba pasando y no era imaginación mía.
Distraída en mis pensamientos, no me había dado cuenta de que la pareja a mi lado estaba hablando.
—Extraño poder correr en la madrugada —lo escuché decir a Asher, sacando y guardando cosas en su casillero—. Esto de tener que correr en la tarde o solamente hacer ejercicios en casa va a terminar matándome.
—Yo extraño tener nuestras citas, nuestras salidas al cine o restaurantes —Jamie curvó sus labios en un puchero exagerado, sacándome una sonrisa cuando cerró el casillero con fuerza de más—. Odio las restricciones.
—Créeme, nadie las quiere...
Me distraje al encontrarlo de reojo, arrastrando sus pies y escondiendo toda la luz que antes solía emanar en una sonrisa. Lo vi acomodar su mochila en su hombro al caminar, los ojos pegados al piso y hasta la campera azul pareció opacar su presencia. Parecía querer desaparecer.
Seguía sin estar acostumbrada a ver el Tom que yo conocía y adoraba. La sonrisa escondida en una fina línea de sus labios, empecé a extrañar verlo en los pasillos saludando a todos y ayudando a quién podía. Había pasado de eso a ser la sombra de lo que alguna vez fue, incluso peor a cuando su hermano seguía caminando por los pasillos de la escuela y causando conflictos.
Me acerqué tan rápido a él que estuvimos a poco de chocarnos cuando no me vio frente a él. Le sonreí con dulzura.
—Hola, Tom — al reconocerme solo una de sus comisuras pudo levantarse. Vi que su cabeza se movió levemente en forma de saludo y se me escapó un suspiro. Ni su grupo de amigos estaba con él y siempre terminaba formulando la misma pregunta—: ¿Te parece almorzar con nosotros hoy? Después compartimos una clase juntos y hoy traje unos brownies que hizo Morgan ayer a la tarde para poder compartir.
Me emocioné al ver que su mirada se iluminó un poco, un poquitito, lo suficiente para darme esperanza que podría lograr que no estuviera solo aquel día. Estaba hasta segura que diría que sí, incluso cuando abrió su boca para responderme, hasta que se puso rígido al mirar a los soldados que pasaron a nuestro lado. Ladeé la cabeza confundida al ver la forma en la cual miraron a Tom, las manos moviéndose encima del mango de un arma extraña que parecía ser un taser, un arma de electrochoque. Tenía un formato distinto, más allá de ser un poco más grande. ¿Qué era eso?
La voz ronca de Tom logró que me volviera hacia él.
—Muchas gracias por la atención, Tay, pero estoy bien —dijo, las manos escondiéndolas como puños debajo de las mangas de su campera y me sonrió con las comisuras una vez más—. Nos vemos, saluda a tu mamá de mi parte.
Pasó a mi lado, su hombro rozando el mío, y una sensación de frío me recorrió el cuerpo. Sacudí el escalofrío que surgió en mi espalda mientras que lo miraba irse y anotando otro día más sin poder lograr mi objetivo de no dejarlo solo. Percibí que mis amigos se habían acercado hacia mí, sólo que mis ojos se quedaron fijos en los pasos rápidos que ciertos soldados -los mismos que antes habían pasado, los llegué a reconocer- comenzaron a seguirle el paso a Tom. Hasta Jamie y Asher parecían sorprendidos por el apuro que habían tenido.
— ¿Acaso lo están...siguiendo? —me animé a preguntar una vez que me volví hacia ellos. Los tres comenzamos a caminar en la dirección de mi casillero—. No parecían querer sacarle los ojos de encima cuando pasaron, ¿pero perseguirlo? ¿De dónde vino eso?
Asher se paró a mi lado apenas abrí la puerta metálica, el ceño fruncido como si fuese obvio.
—Su hermano sigue desaparecido, aparentemente no lo encontraron en toda la correccional. No estaba ahí —dijo. Se acercó más a mí cuando quiso agregar algo más, las palabras como un murmullo que no debía ser escuchado por nadie cerca—. Piensan que es un anómalo.
Al instante lo miré fijo, una rápida mirada con su novia antes de volver a él. Jamie le tiró de la mano.
— ¿Enserio crees en esos rumores? —le preguntó. Él se encogió de hombros.
—Ya no sé qué creer hoy en día. Nos atacó una estrella, murió gran parte del mundo y otra parte de los sobrevivientes ahora tienen magia —bufó, acomodándose el pelo—. ¿Por qué Noah Parker no podría ser uno de ellos? Nadie sabe en qué estaba metido.
No había sido la única tonta que pensó en la chance de que el gemelo Parker desaparecido fuera un anómalo.
—Pero; ¿qué tiene que ver Tom en el rumor? —insistí, peleando por sacar mis cosas de mi mochila—. ¿Piensan que él también podría ser un anómalo? No estaba con su hermano, estaba en la heladería de sus abuelos. De hecho, no se ven hace muchísimo tiempo.
Asher se volvió a encoger de hombros, apoyando su costado contra el cuerpo de Jamie.
—No lo sé, Tay-Lee, el mundo ya no confía en nadie —dijo—. ¿No viste las nuevas armas que cargan? Son para cazar a esta gente. Están todos locos.
El arma que había visto en la cadera de unos de los soldados volvió a mi cabeza, y pensando en el tamaño que tenían y el daño que podían causar con un simple golpe, un malestar surgió en mi pecho. Eso debía de dañar a la gente, eso debía tener un propósito más grande que solo lastimar. Eso debió de haber sido la luz que había visto fuera de mi cuarto cuando había presenciado aquella horrible captura.
¿Qué más hacía esa arma?
— ¿Para qué es? —me animé a preguntar—. ¿Qué es lo que...hace?
Lo vi encogerse de hombros, y Jamie suspiró.
—Solo se sabe que la hicieron específicamente diseñada para capturar a los anómalos —respondió. Asher parecía estar leyendo demasiados artículos sobre la caza—. Y por lo que me enteré, son bastante útiles. Escuché pocos casos en dónde podían escapar.
La imagen de Tom siendo herido por una de esas cosas me retorció el estómago, el malestar en el pecho marcándose todavía más al imaginarme sus gritos. Dulce y amable Thomas Parker no merecía ser lastimado con ningún tipo de arma, no cuando ya había sufrido suficiente la pérdida o desaparición de su hermano, más allá del mal renombre que Noah llevaba. Un pinchazo en la cabeza al pensarlo me hizo tambalear hacia atrás, el sonido seco de la puerta del casillero al cerrarse de un golpe haciéndome parpadear unas cuantas veces.
Los pocos ojos que estaban todavía en el pasillo se pusieron sobre mí, Asher soltando un pequeño silbido listo para burlarme.
—Eh, ¿de dónde vino tanto enojo? —se acercó a la puerta que se había cerrado y chisteó—. Rompiste tu propio casillero, no lo puedo creer...
Se me quedó el aire en la garganta, mi mente procesando lenta y meticulosamente al bajar mis ojos a mis manos, también siendo cuidadosa. Sin que nadie a mí alrededor dudara de lo que no quise pensar. Yo no había tocado la puerta. No había ni una brisa ni nada, yo no me había movido, pero eso no significó que yo sabía que de alguna manera había sido yo.
Jamie se acercó a mí, una mano sobre mi hombro y una sonrisa dulce, su novio todavía tratando de entender el daño que le había hecho al pobre metal frente a mí.
¿Con qué fuerza? ¿Cuándo lo había tocado?
—Yo sé que te preocupas por Tom, él no merece pasar por esto —dijo. A mí me seguía costando tragar—. Y te aseguro que las cosas van a mejorar y él va a volver a ser lo que era, ¿sí? Deja de atormentarte la cabeza con eso.
Escuché el timbre sonar por sobre mi cabeza, Asher dándome un golpe juguetón en el brazo antes de caminar con su novia a la clase que tenían. Jamie me dio otra palmada en la espalda antes de irse, y apenas se fueron, yo me tuve que obligar a acercarme al casillero de vuelta. Lo miré con cuidado, buscando algo que podría haber hecho que se cerrara y que no tuviera que ver nada conmigo. Buscando el mínimo detalle que no me hiciera dudar, el recuerdo del bolígrafo incrustado en mi pared me hizo jadear. Tampoco había tocado el escritorio en casa y tenía el recuerdo de otra extraña experiencia.
No fue difícil hacer las cuentas, sólo que tuve miedo por la respuesta. Corrí lejos de mi casillero a la clase como si eso pudiera evitar todo lo que me estaba pasando.
Me estuve por tropezar al sentarme en mi banco y me obligué a respirar hondo una, dos y tres veces hasta que pude empezar a razonar. El problema fue que mi cabeza no parecía poder entender ningún argumento, todos tan rápidos que uno pisaba al otro, y solo cuando me empecé a calmar, los sucesos se fueron formando y cada pieza cayendo en cada lugar me hizo dejar de respirar.
Con miedo, admití que yo no había tenido contacto con la puerta metálica más allá de haberla abierto. Me acordaba de mi mano todavía mi mochila, sacando y guardando unas cosas, y lo confirmé cuando vi mi libro de Historia a través del cierre mal cerrado. Era el que estaba por guardar y después sacar el de Matemática que necesitaba esa hora. Quise pensar que Asher me había jugado una de sus bromas, las usuales, pero sabía reconocer una y, penosamente para mí, no había habido carcajadas de su lado. Me temblaron los dedos al paso que seguía pensando, una vez más rebuscando una excusa para la pared de mi cuarto agujereada por un simple bolígrafo, y se me cerraron los ojos al recordar el contacto directo con la nube de colores. Me tuve que agarrar del borde del escritorio para no caerme al darme cuenta de la realidad que inconscientemente había estado negando.
Mi cuerpo había protegido el de mi hermana, sabía eso. El problema fue cuando las últimas piezas que respondían todo cayeron en el tablero de preguntas; la sensación de fuego en el pecho, el grito de dolor que me seguía despertando. El cómo había sobrevivido a algo que tendría que haberme matado. En cuestión de segundos, sentí que todo mi alrededor se caía a mis pies. Todo lo que yo conocía se estaba por caer en pedazos.
El portazo que dio la profesora me hizo dar un respingo, otro pinchazo en mi cabeza y por el rabillo del ojo pude ver como una silla se movía a mi costado. Había habido como un reflejo esta vez, algo en el medio que me llamó la atención, y peleé el grito que se me quedó en las cuerdas vocales. La silla estaba a como tres metros de mí y nadie estaba cerca como para haberla movido. Sabía que, otra vez, había sido yo.
No escuché bien que dijo, no supe si había dicho que sacáramos hoja y papel, pero yo me encontraba haciendo eso en modo automático, catatónico en realidad. No podía respirar bien, sentía todo el pecho comprimido, aterrada hasta las puntas de los dedos de los pies y con el corazón tan rápido que no me hubiera sorprendido tener un paro cardíaco ahí mismo. Sólo una palabra rebotaba en mi cabeza como un eco y me hacía fruncir la boca con fuerza, evitando hasta que se me escapara tal sentencia.
Me quedé callada toda la clase, los otros pocos alumnos siendo lo suficientemente ruidosos para que la profesora no me tomara ni en cuenta a mí. Me mantuve lejos, me obligué a intentar respirar como una persona normal y no tratar de asustarme más de lo que ya estaba, así no empeorar la situación. Anoté como pude todo lo que habían anotado en la pizarra, mi letra más desprolija que siempre y apenas escuché como el timbre del almuerzo sonaba, me choqué con la puerta al apurarme hacia el baño.
No muchos alumnos habían llegado a salir para cuando yo me apuré por los pasillos, y tratando de actuar lo más civilizada posible al pasar frente a unos soldados que estaban contra la pared, apenas doblé en el pasillo que se dirigía hacia los sanitarios, quise apurar el paso sin mirar frente a mí. Sentí el nudo en la garganta comenzar a desanudarse, las lágrimas en el límite de caer por mis mejillas, y para mi mala suerte me golpeé contra otro cuerpo.
Primero me encontré con un buzo negro y después miré las facciones familiares del gemelo frente a mí.
—Tom, lo-lo siento, no te vi —mis palabras salieron todas en un milisegundo, dudaba que me hubiese entendido. Sus ojos se veían más tajantes de lo normal, pero en mi cabeza no entró otro pensamiento más que llegar al baño—. Nos vemos...
Si dijo algo o no, no lo escuché, porque terminé estrellándome contra la puerta del baño de mujeres y me colé en uno de los primeros cubículos. Dejé caer mi mochila con pesadez, las lágrimas ganando y empezando a llorar, mi pecho se retorció en otro malestar, en un suspiro lo que parecía ser una onda saliendo de mí y empujando la puerta del cubículo hasta cerrarse en un portazo que me ensordeció. Terminé parada en el retrete, mis dedos aferrados en mi boca al haber gritado espantada.
No, no, no...enterré mis uñas en mi pelo, todo mi cuerpo temblando. ¿Acaso yo era...? El sollozo lo pude tapar de vuelta entre mis manos, sintiendo miedo de hasta estar tocándome la cara. ¿Podría hacerme daño? ¿Qué era lo que yo estaba haciendo? ¿Qué estaba pudiendo controlar? ¿Qué, qué y qué?
Quise confirmarlo una vez más, como si todo lo anterior no hubiese sido suficiente, los brazos contra mi pecho y ojeando mi mochila en el piso dándome una tonta idea. Me sentí loca, y rogué que nada pasara cuando uno de mis brazos se estiró en su dirección, sólo centrándome inútilmente en lo que estaba mirando y en que hiciera algo, apretando la mandíbula por la frustración. La respuesta fue el pinchazo en la cabeza que me hizo jadear en dolor y mi mochila se deslizó con un destello o reflejo celeste por debajo del espacio entre la puerta y el piso del baño.
Me quedé quieta en mi lugar, sin mover mi brazo señalando a donde antes estaba la mochila, y terminé llevándola contra mi cuerpo como si tuviera que esconderla, como si nadie tuviera que verla. Clavé mis rodillas contra mi pecho y hecha un ovillo comencé a llorar cuando me di cuenta de lo que verdaderamente se había vuelto mi consecuencia después de la supernova.
Yo era una de ellos.
Yo era una anómala.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro