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[05]

Si en otro momento de mi vida, meses y meses atrás, me hubieran dicho que habría estado viviendo lo que estaba presenciando día a día, hubiera preguntado de qué película distópica habían sacado la trama. O de qué libro habían sacado su sinopsis para poder vender la historia. No lo hubiera creído, era una locura, y fue eso lo que claramente me dejaba en claro que tan poco estábamos preparados para una crisis mundial y que tan mente cerrados habíamos sido.

Más del cuarenta por ciento de los habitantes de la Tierra habían sufrido de un daño físico o, lamentablemente, cruzaron el límite de daño y ahora tocaban el arpa. Miles de familias siguieron gritando días después del suceso, confundidas y sin saber por qué pasó lo que había pasado. Otras agradecían a quién sea que esté allá arriba por ser una de las pocas suertudas las cuales no sufrieron tan fuertemente la catástrofe. La supernova.

Aún nadie se animaba a darle el nombre que ya tenía, nadie se animaba a llamarla por lo que había sido. Solo los científicos tenían el coraje de llamarla así, claramente porque gran parte de ellos estudiaban todo el tema astrológico y astronómico. Probablemente los civiles temían darle un nombre porque no querían que fuera más real de lo que era, como si eso escondiera los murales en conmemoración de los fallecidos que se construían en cada ciudad o la baja inimaginable en el número de la población mundial. Una catástrofe causada por algo que nunca se pensó que sería así de letal y que se había llevado consigo cualquier límite establecido como "realidad". Era tan complicado de asimilar. Tan complicado de comprender.

Mucha gente no solo tuvo que pasar por la pérdida de algunos familiares por la catástrofe, muchos otros comenzaron a sentirse tan locos por lo que pasó que comenzaron a ser aún más los fallecidos tras lo sucedido o desaparecidos. No muchas mentes pudieron con el recuerdo, con la vivencia, o con las grandes pérdidas que tuvieron por eso mismo. Fue un hecho que comenzó a tomar y perjudicar tantos aspectos del día a día que todo empezó a cambiar. Todo era diferente.

En mi caso, mi mente pudo brevemente aceptar lo que pasó. Asimilé la situación de haber tenido la explosión de una supernova en mis espaldas, la idea de haber protegido a mi hermana calmando la ansiedad que tenía en el pecho las noches antes de irme a dormir. Cualquier persona hubiera pensado que estaría feliz de haber sobrevivido, algo con lo que concordaba, pero eso no significó que no esperara las pesadillas. Los gritos aun persiguiéndome en la oscuridad, el dolor de mi espalda despertándome en un grito de auxilio y ahogo que terminaban en sollozos. Todo mi cuerpo sudado, lo que me rodeaba tirado por todos lados por el revuelo de mis sábanas y acolchado, y el ruido de mi puerta al abrirse con mis papás corriendo para poder atajarme en sus brazos y preguntarme si estaba bien.

Las primeras noches fueron así. No podía ni dormir con mi hermana que la despertaba, espantándola en el proceso, con aullidos de agonía y llantos que la hacían llorar a ella. Morgan no sufría de esas pesadillas, lo cual significó que yo no quería causarle ninguna.

Llegó a tal punto que mamá empezó a preocuparse demasiado por mi situación. Una noche mientras que yo trataba de regular mi respiración, sus ojos viajaban por todo mi cuarto viendo todo tirado y pude ver su piel pálida por más que había poca luz en mi habitación en la madrugada, la tez clara marcándole todavía más las ojeras que colgaban de sus ojos. Mi papá estaba acariciando mi espalda con una mano, con la otra se frotaba los ojos para poder terminar de despertarse. Nunca podían terminar de atinar unas ocho horas de sueño seguidas.

Mamá se sentó a mi lado luego de terminar de ver mi habitación, y tomando una de mis manos, me sonrió con los labios.

—Buscaré un psicólogo que trate de ayudarte con este trauma, Tay —murmuró, meneando la cabeza y sus ojos llenándose de lágrimas—. No puedo decirte que no estamos más en riesgo porque a esta altura, ya no lo sé, pero... tienes que entender que estás bien por ahora. Tienes que curar ese recuerdo, todos estamos intentando hacer lo mismo.

Debe ser de lo más estresante para todo padre el no poder darle un consejo reconfortante a su hijo tras un trauma así de grande, menos cuando no hay uno de ese nivel y que no hay forma de reconfortar a alguien cuando uno mismo tampoco se encuentra capaz de hacer lo mismo. Día tras día, y pesadilla tras pesadilla, mamá comenzaba a verse más callada cada vez que se encontraba en mi cuarto, probablemente ni ella misma creyendo sus palabras de confort hacia mí.

La búsqueda de psicólogos no fue lo que esperábamos. Nadie estaba atendiendo a nadie. No solo estaría saturado de pacientes y encontrar un turno sería imposible, sino que cada uno estaba o tratando de lidiar con su propio trauma, o estaba pendiente de su familia, o había fallecido. Ninguna de las opciones podría brindarme ayuda, con lo cual la idea fue automáticamente tirada a la basura. No había solución por el momento, y viendo como mis papás se empezaban a caer en pedazos por el estrés, inconscientemente empecé a esconder mis gritos en la almohada cada vez que podía.

Eso fue hasta que mi pesadilla cambió su rumbo y se volvió en una agonía incógnita que no terminaba de entender.

Antes eran los gritos, la voz de mi hermana pidiéndome que la ayudara, y mi grito entremedio de ellos siendo el que me despertaba. El nuevo rumbo era silencioso, curioso y... un reflejo de mí. Era como estar en un cuarto negro, lo único iluminado frente a mi siendo mi cuerpo y mis ojos verdes viéndome fijamente con una sensación incómoda recorriendo mi columna. No tenía voz, hasta sentía que no respiraba bien, y era solo cuestión de abrir la boca que mi reflejo se movía por su cuenta, su cabeza ladeándose y lo que parecía ser un fuego abriéndose por su pecho haciéndome caer de rodillas por el dolor que se abría paso en mí. La otra Taylin seguía parada, sus cejas fruncidas sin comprender porque yo me caía y sin un pequeño indicio de que ella sentía su pecho arder hasta llorar.

Miles de esas noches me terminaba despertando con las manos en el pecho, mi corazón como loco y tanto sudor en toda mi piel que tenía que darme un baño. La zona de mi pecho parecía levantar temperatura, algo que mamá había notado y no parecía olvidarse cada vez que venía a revisarme. Y a mí no se me pasaba de largo la forma en la que meneaba la cabeza desesperada y se agarraba las sienes. Papá la terminaba llevando a la cama de vuelta, un beso en su cabeza y volvía para quedarse conmigo.

Mientras que él caía dormido, fui yo quien empezó a tener marcadas las ojeras al esperar el amanecer y escaparme de las noches que me atormentaban.

Las noches se volvieron más fáciles al volver a la rutina dos meses después. Habían atrasado el año escolar, en lo que sus alumnos recuperaban su salud mental, ellos buscaban nuevo personal que pudiera dar clase. No quise pensar en la cantidad de puestos que tuvieron que volver a llenar por estar vacíos, temía ver los números.

Al llegar el día, me desperté, como siempre, más temprano de lo que debería y desayuné sola en la cocina con los primeros rayos de sol cayendo en la mesada. El silencio en casa era necesario, los ronquidos de papá o mamá siendo lo único que podía oír con mis pasos silenciosos deslizándose por la casa. Media hora antes de lo que usualmente hubiera hecho, me encontraba saliendo de casa y sentándome en mi galería para esperar el viejo Jeep de Asher en la puerta de mi casa. Aferrada a mi mochila y soltando un suspiro cada tanto al pensar que volvería a la escuela luego de la catástrofe, temía pensar en lo que me encontraría.

Con un auricular puesto reproduciendo una canción que ya no conocía, la bocina del Jeep hizo que levantara la vista y me encontrara a Asher sobresaliendo de la ventana con una pequeña sonrisa de labios.

—Vamos, Tay-lee, ¡hoy es un buen día!

Ni con un apocalipsis a este tarado se le ocurriría decir mi nombre correctamente.

Jamie me sonrió cuando cerré la puerta del Jeep y estiró una de sus manos hacia atrás para que yo pudiera tomarla. Ella había sido la única con la cual había hablado de mis pesadillas, de lo que yo había pasado en la catástrofe, en el dolor que me causaba a mí y a mi familia. Me llamaba todos los días, usualmente a la tarde-noche, y me dejaba hablar y hablar sobre mis traumas. No había encontrado un psicólogo, pero ella había tomado y hecho el trabajo de uno calmándome con simples frases y escuchándome.

Ella había decidido no hablar de su experiencia, más allá de mencionar que estaba dentro de su casa cuando pasó y no la había visto venir. Solo sintió su paso y después vio el caos. Su trauma iba más por las consecuencias que por la causa.

—A veces me olvido de lo que pasó, más que nada los días que no miro el noticiero —me había dicho una vez, en una de esas largas llamadas que teníamos—. Hasta que tengo que llamarte y puedo escuchar el dolor en tu voz. Eso me recuerda todo...

—Perdón... —había murmurado contra el micrófono del celular y la escuché acomodarse en su cama.

—Ni se te ocurra —me recriminó, seguramente alzando uno de sus dedos llenos de anillos en el aire—. No tienes porqué disculparte por hablar, por soltar lo que tienes dentro. Estoy para escucharte y agarrarte la mano siempre. ¿sí? Es mi trabajo y lo que quiero hacer.

Situaciones como aquella me dejaban en claro cuánto la necesitaba. A ella y su bondad, inclusive a su novio que con bromas solía sumarse en algunas de esas llamadas. Tanto yo, como Asher y Jamie, habíamos sido de los afortunados los cuales no habíamos perdido seres cercanos. Asher estaba durmiendo cuando todo pasó, con lo cual había estado protegido de la nube al estar en el ático el cual era su cuarto con la única ventana pequeña habiéndose roto sin causar ningún rasguño. Melania estaba mejor del brazo, Jamie contenta de ver a su mamá curada, y su hermana se había comunicado con ellos. También salva, sana y planeando volver a casa para ver a su familia lo antes posible.

La música del estéreo había suavizado el ambiente, mis ojos fijos en mi mano aferrada a la de mi amiga hasta que, al detenernos en el semáforo, de soslayo pude ver la reformación de la heladería Parker's. Nuevos vidrios estaban siendo colocados, las sillas y mesas recuperadas apiladas en un costado y a su tiempo volviendo a armar el negocio familiar. No fue eso lo que me hizo morderme el labio inferior.

La familia Parker seguía sin saber de Noah por lo que yo estaba informada. Mamá se había hecho cargo del cuidado de Tom por los siguientes días tras su desvanecimiento en el cuarto del hospital. Su rehabilitación fue bastante rápida, fue cuestión de pocos días que se encontrase sano y como nuevo. No había logrado hablar mucho con él, su mamá le había informado a la mía lo angustiados que estaban por el otro gemelo que seguía sin dar algún indicio de vida. Por más que me moría por verlo, y pensar que tendría la oportunidad de encontrarlo en la escuela me emocionaba, había decidido que lo tomaría con calma y cuidado.

Asher carraspeó su garganta al avanzar y bajar el volumen de la música.

—¿Vieron los noticieros últimamente? —preguntó, dándonos una mirada rápida a Jamie y a mí—. Todo es una locura...

Solté un pequeño bufido al escucharlo.

—No es noticia si ya se sabe —mi sarcasmo evidente lo hizo sonreír—. Pero no, no estuve viendo el noticiero en las últimas semanas.

Mi estabilidad mental y emocional colgaba de un hilo, no iba a soportar más información. Aparte, después de enterarme del fallecimiento de Jerry Clarkson -la ironía más grande del todo el suceso- había decidido alejarme de las noticias. Todo eran pérdidas, muertes y puro dolor. No necesitaba que mi cabeza tuviera nuevas ideas para mis pesadillas.

Asher meneó la cabeza.

—No creerás lo que estuvo surgiendo en las últimas semanas —chasqueó la lengua—. Es de película, literalmente.

Jamie frunció el ceño.

— ¿Hablas de la gente infectada?

Me incliné por sobre la palanca de freno en un segundo. ¿Infectada?

— ¿Gente infectada? —me giré hacia los dos—. ¿Qué...?

Quería asegurarme que había escuchado bien, por más que sabía que no había otra palabra la cual ella podría haber dicho para ponerme menos alerta. Nuevamente, no estaba entendiendo. Asher volteó su cuerpo para poder encararme lo más que podía desde su asiento y pareció tomarse su tiempo para empezar a explicarlo.

—Hay rumores sobre cierta gente que aparentemente sufre como un tipo de infección en su cuerpo tras la catástrofe —empezó a explicar, buscando y tanteando por palabras las cuales no sonaran raras. Mis pelos ya estaban de punta—. Esta gente ahora dice que tiene el poder de controlar ciertos aspectos que nunca pudieron antes. Dicen haber sido golpeadas o tocadas por la nube esa. No tiene una explicación científica lógica, lo cual por eso mismo todavía siguen siendo rumores, sólo que ya llegaron a las noticias ciertos casos que podrían, o no, ser reales...

Ante toda su explicación, lo único que pude descifrar fue:

— ¿Me estás diciendo que ahora hay personas con poderes?

Él terminó por acomodarse en el asiento nuevamente y seguir con nuestro camino mientras me respondía.

—Sí, más o menos —dijo—. Como la serie del chico con la flecha azul en la cabeza.

Me dejé caer contra los asientos con un empujón. Imposible. Completamente imposible. ¿Poderes? ¿Personas que ahora aparentemente podrían controlar ciertos aspectos con sus manos? No, parecía sacado de una película de ciencia ficción. De un libro. De una serie de chicos que miraba mi hermana cada vez que merendábamos. De seguro era la locura de la gente tras el suceso, la idea de buscar una respuesta más a algo que no comprendían. Una ilusión por ahí, una enfermedad mental seguro. No era posible. No podía ser algo real.

Hundiéndome en el asiento, no pude evitar que se formulara la pregunta en mi cabeza la cual hizo que reconsiderara la idea en un bufido.

¿Qué era imposible ahora?

Cuando estaba por preguntar cómo es que se llegó a esos rumores, la voz se me quedó en la garganta al mirar hacia adelante. Habíamos llegado a la escuela y estábamos cruzando lo que sería el estacionamiento, todavía sin poder pronunciar nada al ver la poca cantidad de autos que había ahora ahí. Era mitad de la escuela que yo conocía, más lugares vacíos que ocupados. Asher logro estacionar casi en frente del edificio, un lugar que nunca habíamos pensado en conseguir sin llegar demasiado temprano, y al apenas apagar el motor tardamos unos largos segundos en bajarnos del Jeep, probablemente sin terminar de asimilar lo vacío que se sentía.

Los tres, sin emitir ningún sonido y solo mirándonos entre nosotros, nos tomamos nuestro tiempo para cruzar las puertas de entradas.

No estaba lista para la horrible sensación que me arañó el pecho. La ausencia de gran parte de la escuela se notaba más allá que por el estacionamiento, con la cantidad de pasos que se escuchaban en el silencio tenso y la vibra apagada dándome dolor de cabeza. Ninguna mirada se encontraba con la otra, no había facciones que no se fruncieron en algún mal sentimiento. La gota que rebalsó el vaso fue al ver en las paredes las fotos de algunos estudiantes que yo recordaba ver por los pasillos, que con algunos sabía que había compartido clases, y un peso enorme comenzó a sentirse en la punta de mi corazón cuando veía que algunos estaban sobre los casilleros. Dueños de ese espacio y quiénes habían olvidado sus cosas aquella última vez que habían ido.

Llegué a reconocer, en mi paso lento, una fotografía de una chica en un casillero con stickers bastantes gastados de flores y pétalos. Su pelo voluminoso me permitió reconocerla en segundos, mi estómago dando un revuelco y peleando la arcada que había surgido en mi garganta. Seguí caminando, tratando de olvidarme del último momento donde la había visto viva, cargando las flores en sus manos y su sonrisa dulce.

Seguía intentando de recomponerme cuando Jamie se detuvo frente a uno de los casilleros, llevándose una mano a la boca.

—Oh no.

Con mis dedos empezando a temblar, sin ganas de encontrarme con otra pérdida familiar, me animé a mirar la fotografía que la había hecho detener a mi amiga y sentí que todo me daba vueltas. Una figura encapuchada estaba colocando una foto sobre uno de los casilleros; un chico sonriendo en una mueca, de cabello oscuro y de ojos almendrados que yo reconocía. A diferencia del lunar en la perilla, fruncí los labios al reconocerlo en la mejilla del chico. Noah Parker.

No fue difícil deducir quién era la persona encapuchada. Se giró para seguir su camino, sus ojos reconociéndome al encontrarme y se quedó en su lugar. Fue hallar a otra persona, con otra mirada, oscura y apagada, sin ánimo, y no lo pude reconocer. No pude ver al Tom que yo conocía detrás de aquella figura que aparentaba sobrevivir consigo mismo. Trató de darme una de las sonrisas que él le daba al mundo entero y solo pudo alzar levemente una de sus comisuras. Tuve la necesidad de saltar en sus brazos y aferrarlo en los míos para contenerlo, para que dejara de desarmarse, para sostener sus pedazos. Había perdido a su hermano, a su gemelo. A su otra mitad. ¿Quién iba a comprenderlo?

—Tom...

Fue cuando di el paso hacia él que continuó su camino, metiendo sus manos en los bolsillos de su buzo, y con la cabeza caída, terminó por arrastrar sus pies por los pasillos hasta que desapareció de nuestro campo de vista. Mis dedos se aferraron con fuerza a las mangas de mi campera, sin saber que hacer más que darle el espacio que él había puesto y darme la vuelta para volver hacia mis amigos. Jamie abrazó uno de mis brazos.

La falta de alumnos se sintió todavía más cuando llegué a la clase, solo diez personas ocupando los asientos que solían tener. Éramos treinta en aquella clase. Tuve la esperanza de que más personas llegarían después de mí, totalmente errónea al escuchar la campana del receso y ver que seguía la misma decena. La docente había sido una nueva, la anterior -el diablo Smith que no parecía quererme- no había vuelto a aparecer. No hicimos mucho aquella clase, simplemente hablamos de lo sucedido, de los cambios. Se habló sobre qué tan diferente iba a ser la escuela ahora, que íbamos a terminar de ver en el año y que había mucho que informarnos. Por primera vez desde que había entrado a la institución, me hubiera gustado centrarme en los sucesos de la Guerra Fría en lugar de lo que seguía persiguiéndonos a todos.

Yo no pude dejar de pensar en la sombra del gemelo. No me podía sacar la imagen de sus ojos perdidos de la cabeza.

La clase de ciencias no fue distinta, el laboratorio tenía la misma cantidad de alumnos que la anterior (o menos). Jamie compartía esa clase conmigo, su presencia calmando un poco la ansiedad surgiendo en mi pecho, y las dos nos quedamos haciendo las actividades que el profesor, al fin un rostro conocido, nos había dado. Nadie dijo nada sobre la cicatriz en su cuello, como una quemadura química, ni tampoco la relación que fácilmente pude conectar al ver la cabina de tubos y mezclas vacías, una de las ventanas habiendo sido renovada.

La segunda campana me hizo saltar fuera del asiento, Jamie siguiendo mis pasos rápidos por el pasillo para ir al comedor. No pudo preguntarme porqué me apuraba, seguramente ya sabiendo la respuesta, y apenas empujé las puertas con los hombros, empecé a buscarlo. Ya pocas personas habían entrado, probablemente escapando de sus horarios, entre ellos a Tom que se sentaba en una de las mesas, solo y sin hacer nada más que jugar con una manzana.

En lo que parecieron dos zancadas, me había sentado frente a él, una de mis manos sobre las suyas e inclinándome por sobre la mesa. Tuve miedo de abrir la boca y decir lo obvio, lo peor, así que preferí solo darle mi apoyo con un gesto. Sus irises almendradas no se movieron de la manzana en sus dedos, fue la forma en la que su otra mano aceptó mi tacto y la entrelazó con la mía. Le dio un apretón fuerte, mi piel perdiendo el movimiento de la sangre por unos segundos, y la soltó.

Todavía en silencio, busqué a Jamie que se había sentado con Asher en otra mesa, los dos dándome un asentimiento de cabeza, entendiendo. Cerca de ellos, reconocí a un par de chicos que pertenecían al grupo de Tom, lo cual me hizo ladear la cabeza confundida y ellos me miraban también curiosos. No era porque me estaba sentando con Tom, sino porque parecía haber sido la única que él había aceptado tener cerca.

Saqué mi almuerzo de la bolsa que mamá me había metido el día anterior, y notando que no había nada más en la mesa que una manzana, corté la mitad de mi sándwich de pollo y en la tapa del recipiente lo deslicé en su dirección. Una pequeña sonrisa logró atravesar las sombras, levantando la mirada y cediendo ante la comida.

No dijimos nada en lo que comimos, únicamente escuchando los murmullos de las demás mesas y las mordidas que dábamos. Quería que hablara, quería ayudarlo de alguna forma. Todavía tratando de buscar las palabras correctas, tomé un largo trago de mi botella de agua antes de carraspear la garganta.

—¿Dónde...? ¿Don-? —tosí, el agua yendo por otro lado y al recomponerme, hablé tan rápido que dudé si me podría haber entendido—. ¿Dondeestabaél?

—Afuera —la voz ronca de Tom me hizo inclinarme hacia atrás, acostumbrada al empalagoso tono que solía tener—. La...ola lo pasó por encima. No lo encontraron, claramente; debe ser ceniza...

Me sentí mal por la pequeña llama de esperanza que surgió en mi pecho.

—¿Sigue desaparecido?

—Muerto, Tay, sólo un cinco porciento de las personas que tuvieron un contacto tan directo sobrevivió —entendía de dónde venía su dolor, la poca fe, pero no podía no sentirla cuando me encontraba yo frente a él.

—Me arrasó la espalda y estoy acá —murmuré—. ¿Por qué no puede estar él en otro lado?

Por fin, desde nuestro encuentro en los pasillos, sus irises se levantaron hacia mí. Algo en ella dejándome en claro la lucha interna; él no sabía dónde me encontraba cuando la catástrofe había pasado, no tenía ni la menor idea de lo que había tenido que pasar y cómo había logrado sobrevivir. Su boca balbuceó en busca de algo que decirme, o con qué responderme, pero el portazo a nuestras espaldas lo interrumpió y todos nos giramos hacia el sonido.

Vestían de negro o de un azul muy oscuro. Eran solo dos los que habían entrado al comedor y directamente se acercaron a ciertos docentes que los recibieron bastante rígidos, claramente también incómodos por el arma que colgaban de los cinturones de estos. Me hubiera esperado que el uniforme de un militar fuese verde, o marrón, en cualquier caso, por eso me confundió tanto su presencia. La forma en la que hablaban con nuestros docentes, otros más entrando detrás de los primeros y mirando todo el comedor como para asegurarse de que estaban en el lugar correcto.

Ninguna de las armas estaba levantada y apuntando, y de igual forma mi corazón galopaba con miedo y sin entender. Tom frente a mí había vuelto a aferrarse a mi mano, no supe si por temor o por inercia.

Otro de ellos entró, solo que llevaba un uniforme más elegante, y se notaba el diferente aire de superioridad que manejaba mientras que caminaba entre todos los alumnos para acercarse a donde el director -otro de los pocos vivos- había estado tratando de almorzar. Lo puso pálido, algo que este militar le había dicho le había bajado la presión, y mientras que nuestro pobre director caía en su silla con los ojos perdidos y sus manos en su regazo, el militar se volvió hacia el público que lo estaba mirando.

Tenía que ser alguien con cargos. La forma en la que le tendieron un megáfono en un ademán dejándome en claro.

—Buenos días, queridos alumnos —su voz era ronca y profunda, muy grave para mi gusto y dictante. Todo en él gritaba 'ejército'; desde los ojos como bulldog y los pómulos altos, hasta el corte filoso y prolijo en su pelo—. Espero que estén teniendo un almuerzo gustoso, lamento la interrupción tan grosera de nuestra parte. Con urgencia necesitamos dirigirnos hacia ustedes; hacia la institución y hacia el joven público. Un mensaje del gobierno debe ser dado y escuchado.

Un murmullo surgió, claramente preguntándose por qué el gobierno debía comunicarnos algo personalmente. Si había algo que nuestro pueblo siempre había festejado, y al mismo tiempo después lamentado, eran las pocas conexiones con los manejos del gobierno. Éramos, en cortas palabras, un pueblo libre, humilde y tranquilo, pocos problemas. ¿Por qué, después de meses de la catástrofe, el gobierno había decidido pasar por nuestro camino con urgencia?

—Antes que nada, permítanme presentarme, soy el coronel Antonio Romero —sonrió, sacando más pecho de lo necesario y una de sus manos fue por detrás de su espalda—. Estoy a cargo, desde este momento, de la seguridad de su adorable pueblo y sus alrededores. Nos estamos tomando el tiempo en poder ejercer la mejor seguridad para los ciudadanos y en contra de la nueva amenaza.

Desde lejos, compartí una mirada con Jamie que me miró de soslayo. Parecía tan o más perdida que yo. El coronel Romero carraspeó la garganta tan fuerte que hizo que todo el murmullo terminara.

—Muchos que están al tanto de todas las novedades sobre esta... supernova que ocurrió hace unas semanas, sabrán de los nuevos casos que están surgiendo en las noticias—dijo, y automáticamente miré a Asher, que meneó la cabeza sin poder creerlo. No eran rumores aparentemente. Romero se rio con amargura, negando él con la cabeza—. Los llaman infectados. Un término insólito creado para no usar un lenguaje científico, dónde en realidad se denominan anómalos al presentar un comportamiento anormal en los humanos, como una anomalía. Aparentemente estos sujetos obtuvieron ciertos controles los cuales un humano no debería obtener. Un peligro para la humanidad en caso de que gente errónea lo tenga en sus manos.

Los murmullos comenzaron a escucharse nuevamente, más escondidos que antes, e hice caso omiso al repentino apretón en mi mano. Tom parecía haberse helado al escucharlo.

—Con lo cual, como primer decreto, se decidió poner y declarar que, quiénes presenten estos nuevos "síntomas", serán tomados y mantenidos por un alto rango de seguridad los cuales les buscarán la cura a estos... infectados, y así, poder volver a la humanidad—sonrió, orgulloso de la idea e ignorando los rostros confundidos, o espantados, de los alumnos—. Es volver a ser una humanidad normal otra vez. Volver a lo que conocemos. Retomar el control de nuestras vidas.

Había dejado mi celular en la mesa, la suave vibración de un nuevo mensaje haciéndome mirar de reojo y leí el mensaje, claramente mal escrito por la velocidad, de Jamie.

Lil-J: Etsá hablndo de secuestros o soysolo yo la que pensó eso?

Mi cabeza negó en su dirección, ella escondiendo de vuelta su celular en su bolso. Dudaba mucho que con tal decreto los llevaran de manera voluntaria.

—Es entonces, queridos alumnos —prosiguió Romero—. Qué, si alguno de ustedes está informado sobre algún caso cercano a ustedes, no dude en hablar o acercarse a algunos de los tantos compañeros o militantes míos que están comenzando a poblar las calles. Esto lo hacemos por ustedes —volvió a sonreír, estirando sus manos a cada lado de él para señalarnos a todos—. Lo hacemos por y para ustedes. Por la mejor forma de vivir, seguros.

Un escalofrío me recorrió la espalda. "Por la mejor forma de vivir, seguros". Claramente todos queríamos volver a lo que teníamos antes de que todo sucediera, una rutina básica y diaria. No un post-trauma de la catástrofe. Me inquietó la manera en la que lo había dicho, entre lo anterior y la sensación molesta en el pecho que me dejó. No fue miedo, pero tampoco estaba lejos. Me pregunté a qué punto llegarían con estos nuevos anómalos con y para el propósito de volver a la normalidad.

Así como habían venido también se habían dispersado, desapareciendo la gran mayoría -el coronel Romero con ellos- del comedor y solo dejando unos pocos parados en todo el comedor. Todavía todos en un silencio, di un respingo al escuchar como Tom se levantaba y soltaba mi mano, acomodando la capucha de su buzo por sobre su cabeza.

—Tengo que ir a clase...

Si antes sonaba apagado y perdido, ahora era totalmente lo contrario. Atento y alarmado, sus facciones tensas en lo que parecía ser incertidumbre. Fue instinto agarrarle el brazo antes de que siguiera de largo, mis uñas prácticamente aferrándose a la tela de algodón.

Una vez más evitando la pregunta obvia, opté por sonreírle en una mueca.

Él puede estar vivo, Tom —murmuré, sus cejas cayendo al escucharme—. Noah puede estar bien. No pierdas la fe.

Su perilla tembló.

—No puedo perder algo que ya no tengo.

Me hubiera enojado en otra circunstancia, exigido que podría haber una chance que su gemelo estaba vivo ahí fuera, pero lo único que pude hacer fue lo que había querido hacer desde que lo había visto. En la punta de mis pies, le abracé el cuello con tanta fuerza que tuve miedo de ahogarlo, sólo que él me abrazó con el mismo furor y su respiración se entrecortó. Como me hubiera gustado poder compartirle de la esperanza que sentía en el pecho, de la voz que rogaba en mi mente por él y el bienestar de su familia.

Al separarse solo me dedicó una mirada, y una vez más, siguió su camino hasta desaparecer detrás de las puertas.


[...]


El resto del día transcurrió como había sido la mañana, incluso después de aquella extraña y alarmante presentación de los militares. El peso continuaba en mi pecho y no se había ido ni cuando ya estaba nuevamente en mi casa. Mis papás no habían llegado todavía, mamá estaba estancada con trabajo y papá había terminado por volverse otro paciente más del hospital con la kinesiología para su pierna. El bus de mi hermana estaba por llegar en media hora para cuando yo llegué, con lo cual el silencio de la casa permitió a las preguntas en mi cabeza sonar más fuerte.

Anómalos. Había gente con "poderes" en las calles y yo todavía no terminaba de creérmelo. Por favor, ¿Cómo lo haría? Pensar en las películas o series que veía mi hermana sobre magia y las mismas que yo había visto en mi infancia, y tener que comenzar a creer que eso mismo podría ahora pasar frente a la puerta de mi casa, me sacaba completamente de lugar. El bebé de la familia increíble podía ser un caso real y yo no terminaba de poder pensar la idea sin querer descartarla.

Lo sentí tan irreal qué, después de meses de haberlo negado, prendí la televisión con el café en mano y decidida en poner las noticias. Había evitado esos canales, temiendo con lo que me encontraría, y seguí sintiendo lo tenso que estaban mis hombros al dejar el canal. No iba a poder escaparme por siempre de lo que seguía surgiendo en mis alrededores.

Ignorando el hecho de que el canal seguía llevando el nombre de Jerry Clarkson, miré a la nueva periodista hablar con el micrófono cerca de su boca pintada. No era sobre los "anómalos", pero sí relacionado a lo que había pasado en el mediodía.

Y aquí están llegando más militares... —habló tan animadamente que me desconcertó, probablemente tratando de disimular los nervios en su mirada mientras se paraba en las calles con el enorme conjunto de militares a sus espaldas caminando por las calles de una ciudad que no estaba tan lejos de nosotros. La mujer miraba a sus costados, e inclusive, daba respingos cada vez que alguien le ponía la mano encima para correrlo del medio—. Hay mucho movimiento por acá...

Más allá de los uniformes, era bastante notable el contraste entre los civiles y la gente que venía entrenada y preparada para una batalla, en caso de necesitar una. La gente ordinaria parecía espantada al presenciar lo que estaba pasando, sin entender cómo es que las cosas iban cada vez volviéndose más de película. Cómo es que llegaron a estar parados en esa situación. Yo me venía preguntando eso desde que me había despertado en el asfalto toda adolorida.

Para mí sorpresa, Morgan entró junto a mi papá. Sin soltarle la mano hasta que entraron a casa, me subió el humor ver a la diablita correr hacia mí para darme un abrazo. Ni ella me preguntó cómo me había ido en la escuela, ni yo se lo pregunté a ella. No me animé a escuchar la respuesta cuando se trataba de una escuela primaria.

Papá se sentó del otro lado del sillón después de darme un beso en la cabeza. Morgan corrió a la cocina para poder hacerse la merienda y él aprovechó para hacerme el cuestionario que probablemente había armado en el momento que me había ido a la escuela.

— ¿Estás bien? —fue lo primero que surgió de su boca. Asentí con una sonrisa pequeña, no queriendo afectarlo, y él suspiró—. Del uno al diez, ¿Qué tan mal estuvo?

—Once —murmuré, y la imagen de Tom poniendo la foto de su hermano me volvió a apretar el corazón—. Hay muchísimas fotos colgadas de compañeros de la escuela. Entre ellos está Noah Parker.

Vi cómo frunció la boca en una fina línea, sus ojos pasando por el canal de noticias encendido, y lo apagó apenas el tema de los anómalos volvió a aparecer en el título.

—Sí, mamá me lo mencionó hace unos días—dijo, mirando todavía en la otra dirección—. Nunca lo encontraron.

Esa noche me esperé la pesadilla, como siempre, lista para aferrarme a la almohada y ahogar mi dolor. A diferencia de cualquier otra noche, al reflejo que causaba mi dolor, me hallé parada en el mismo lugar de siempre, viendo el mismo reflejo, solo que por primera vez desde que habían empezado; murmullos me tapaban los oídos. Muchísimos. No llegaba a comprender ninguno, hablaban demasiado. No me había dado cuenta de que hasta giraba la cabeza en busca de las bocas que emitían tales sonidos, siseos que me molestaban y palabras atropelladas entre sí. Mi reflejo no movía su boca, no era ella.

Seguí ladeando la cabeza, por fin los murmullos acomodándose hasta solo formar una palabra que me hizo fruncir el entrecejo. Volviendo a mirar hacia arriba, mi reflejo se había acercado, y nuevamente con su pecho incendiándose en una llama extraña, su boca se abrió en un grito desgarrador que me empujó hacia atrás.

Me desperté en el piso de mi habitación, en busca de aire y el eco del grito de mi reflejo dándome escalofríos.

Corre.


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