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[9] Odio a los Katsuki-Nikiforov

Para las 10 semanas, Yuri apenas podía levantarse de la cama.  Y para las 11, ya ni siquiera lo intentaba. No era sorpresa para nadie el estado del rubio Plisetsky, el felino estaba prácticamente drogado con las hormonas que duramente le pesaban los ojos y lo cansaban al grado de hacerle imposible la tarea de despertarse temprano por las mañanas. Cuando Yuri se levantaba con el sol, era solo para correr al sanitario o devolver el estomago. A esas alturas, el minino solo quería descansar pacíficamente en su lecho, abrazar con fuerza al enorme oso de peluche al que llamaba su marido que se encontraba al otro lado de la cama, y acobijarse con el calor y la conformidad del aroma que desprendía su alfa.

A Otabek le era difícil levantarse, y no era el hecho de su procedencia de osezno. Sino que Yuri literalmente se le enrollaba mientras dormía, y lo sujetaba como si lo reclamara como almohada. Si el castaño se movía y despertaba al rubio, o simplemente lo incomodaba, entonces sería un día pesado, la guerra que se le armaría, y la mirada de asesino que le lanzaría su rubio por perturbar sus sueños, no eran algo bonito de ver, y mucho menos de tratar. 

Ya podía imaginarse las palabrotas y refunfuños que su minino molesto le gritaría. Otabek sabía que Yuri no lo hacía con intención, que las hormonas lo controlaban y que no era su culpa levantarse con el pie izquierdo cada mañana, él haría lo mismo si se despertara cada media hora para ir al baño, o si tuviera que luchar contra sigo mismo cada noche por el repentino cambio de temperatura que su cuerpo sintiera durante las madrugadas, así que intentaba no moverse, ni perturbar las siestas de su omega, y hacer malabares y escapísmos, dignos de el mismísimo Houdini, cada mañana para escapar del agarre de su esposo y poderse levantar de la cama. Sin duda alguna, era difícil compartir lecho con con un omega acalorado y malhumorado.

Pero valía la pena. Realmente lo hacía.

Otabek se iba al trabajo, no sin antes dejar el desayuno ya listo y servido para su esposo. Todos los días, le preparaba una bandeja de madera que adornaba con los aperitivos, y de vez en cuando, una notita de buenos días, o alguna pequeña flor que cortaba del jardín, la subía a la habitación y la dejaba en la mesa de noche o en el escritorio cercano a la cama, para que así Yuri no tuviera que bajar hasta la cocina, y pudiera descansar, tal como las ordenes medicas le indicaban.

Le daba un beso en la cabeza a su omega, y alimentaba al perro, porque si no lo hacía antes de que Yuri se levantara, seguro se metería al cuarto, y se subiría a la cama hasta levantar o tirar al rubio de su lecho. Lo que sucediera primero. Y Plisetsky, bueno, seguro que lo mataría. ¿A él o a Alyoshka? Bueno, esa era una pregunta que Altin prefería no averiguar.

En las tardes, cuando llegaba, usualmente lo encontraba tecleando la computadora, terminando las tareas que seguro se había saltado en la mañana por despertarse tan tarde. Otabek preparaba la comida, y servía los platillos idénticos, que posteriormente subía nuevamente a la habitación. Ambos comían en la sala del segundo piso, o en la recamara, dependiendo del humor en el que se encontraran en ese momento. Yuri dejaba su trabajo y dedicaba su tiempo a finalmente hacer algo productivo en los brazos de su alfa. Ya fuera platicar, jugar cartas, armar un rompecabezas, pintar alguna cosa, o simplemente mimar a la gata.

Por otro lado, el par de tórtolos de la residencia Altin-Plisetsky habían abierto un álbum de planificación, para la pequeña "fiesta" que darían, festejando su "aniversario matrimonial". Lo cual, obviamente no era más que una simple excusa para finalmente darles la noticia a sus amigos, de que se convertirían en tíos. O al menos, esa fue la idea original. El álbum comenzó con algunos pequeños recortes y notas, que pronto se convirtieron en todo tipo de recortes y artículos que utilizarían para decorar las habitaciones de los bebes, y planificar un posible futuro baby shower.

Por las noches, cuando Yuri no podía dormir, pasaba su tiempo ojeando las paginas de ese antiguo álbum, recortando fotos y agregando más contenido a su interior, imaginando las mil y un posibilidades de lo bonito que sería vivir una vida, en donde sus cachorros lograran culminar sanos ese embarazo. Sabía muy bien que no debía ilusionarse demasiado, pero no podía evitar sonreír ante la idea de que lo que estaba viviendo era real. 

Con los días, se volvió más que obvio que no podían seguir postergando la noticia para sus amigos, no si querían mantenerlo como una sorpresa. Con dos cachorros en camino, era más que obvio que con las semanas, el vientre del rubio había aumentado un buen tamaño. Tal vez no tanto como para no hacerlo bajar sus camisetas, pero si para resaltar un poco esa curva bajo sus prendas. Así que estaba decidido, ese mismo fin de semana lo harían. Llamaron a todos, y los invitaron a su casa, lugar donde celebrarían la reunión junto al resto. Los citaron en la tarde, y se dispusieron a rezar, para esperar a que las cosas salieran de forma adecuada.

El lado bueno es que ya tenían las planeaciones completadas, y todo preparado para la velada. El lado malo es que no tenían idea de lo que pasaría aquella tarde, cuando lo contaran.

El día inició tranquilo, con Alyoshka saltando entre los jardines, intentando atrapar una mariposa, y asustando a Potya con cada uno de sus inoportunos ladridos. La pobre gata se escondió entre las piernas del osezno, aterrorizada, envolviendo su cola entre sus patas, y ocultando su cabeza bajo la estufa. Otabek suspiró aquella mañana, dejando su taza de café junto a la sartén y rodando los ojos, sin dejar de pintar esa sonrisa en sus labios. Estaba dispuesto a terminar de preparar el desayuno, cuando escuchó los pasos provenientes de la escalera.

El moreno giró rápidamente la cabeza, bajó la llama de la parrilla, y en un segundo ya se encontraba subiendo los peldaños de madera. A medio camino encontró a Yuri, con su precioso cabello de oro cayéndole delicadamente por los hombros. Le sonrió, y tomándole la mano y la cintura, lo ayudó a bajar las escaleras.

El minino refunfuñó, y apartó la mirada molesto, sin embargo, no negó la ayuda.

-¿Sabes que puedo bajar solo, cierto? Aún ni llego al segundo trimestre, no debes tratarme como un invalido

Otabek levantó las cejas divertido.

-¿Ah si?

-Sí, estoy en cinta, no enfermo-. gruñó entre dientes, al llegar al primer piso.

-Pero el doctor dijo

-Por el amor de...-. Yuri se apartó del castaño, y caminó hasta el refrigerador. -El doctor dijo que descansara, y que no hiciera ejercicio. No que me postrara en cama todo el día. Bueno, si lo dijo, pero... Ya ha pasado casi una semana, y ni siquiera me dejas usar las escaleras. ¡Ni siquiera recuerdo este piso de la casa!

Altin cerró los ojos al reírse, y eso a Yuri le encantó.

-Creo que estas exagerando-. el alfa siguió su labor de servir el desayuno.

-El que está exagerando eres tú. Eres un paranóico, a penas y me dejas levantarme de la cama. Te vuelves loco cuando no estoy en el cuarto. Eres manipulador, y posesivo.-. Sacó el jugo de naranja, y tras servirse un baso con su contenido, lo dejó en la barra de la cocina, estaba demasiado ocupado discutiendo, como para ir hasta la mesa del comedor. Además, estaba demasiado lejos.

Otabek dejó los platos en la barra, y tras colocar los cubiertos en sus respectivos lugares en la  isla, se postró el silencio al lado de su marido, le hundió la cabeza en el cuello, besando sutilmente la parte trasera de su oreja, aspirando profundamente el aroma de su cabello. Estaba húmedo, se había bañado y olía a flores. Metiendo juguetona mente sus manos la ropa del rubio, colocó una justo debajo de su ombligo, apegando más su cuerpo al de su omega, le acarició la piel, sintiendo el calor que desprendía el opuesto.

-Creo que alguien tiene hambre-. le susurró con ternura, escuchando los ladridos de su perro desde el patio. -Te pones molesto cuando tienes hambre-. Yuri lo miró a los ojos, las esmeraldas se encontraron con los chocolates, y lo que alguna vez fue la piel pálida y lechosa del rubio, ahora era un vivo carmín colorado. Otabek le robó un fugaz beso en los labios, antes de separarse y sentarse a su lado.

-te odio-. Plisetsky se metió una cucharada de comida a la boca, y mastico molesto.

Después de tantos años de matrimonio, Otabek afirmaba que Yuri no era una persona de mañanas. Que cuando estaba cerca de su celo se molestaba, y decía cosas horribles, sin intención de ofender a alguien. Que sus hormonas lo hacían 7 veces más intolerante de lo que era normalmente. Y que el embarazo tenía el mismo efecto en él, que todos los factores anteriores por separado.

-Yo también te amo-. El osezno acercó su taza de café a sus labios, dispuesto a beber su contenido caliente. Cuando sintió unos ojos clavados en su persona.

Giró lentamente la cabeza, encontrando esas dilatadas esmeraldas, clavando sus ojos firmemente en aquella vieja taza. A Yuri se le hacía agua la boca por el café, podía sentirlo, podía notarlo. Cualquier inepto con al menos media neurona en su cabeza, e incluso a más de un kilómetro de distancia podía hacerlo.

El castaño suspiró, sintiendo el vapor ser un poco alejado por el acto.

-No puedes tomar café, y lo sabes.-. lo bebió.

Plisetsky se mordió los labios, sin apartar la mirada de la taza.

-Déjame olerla-. le pidió en un tono de súplica. Otabek lo miró extrañado, esa era sin duda una de las cosas que tendría que anotar en su lista de "Manías o acciones extrañas que Yuri ha hecho en su embarazo". 

-¿Qué?-. casi se atragantó al escucharlo.

-Déjame oler tu café. No lo voy a tomar, es en serio... pero por favor, déjame oler tu café.

-¿lo dices en serio?-. Arqueó una ceja

-en serio.

Otabek lo dudó un momento, pero después aceptó. No habían dicho nada de "no oler el café de otra persona" cuando el medico le dio las indicaciones. Yuri sintió el calor ser emanado a sus manos desde la porcelana, y cerró sus ojos con dulzura cuando inhaló el vapor de la taza. Olía tan bien, que lo hizo suspirar. Hundió un poco más su nariz en el cuenco, y sonrió.

-Gracias-. le dijo al devolverle su bebida a su esposo.

-Okay, eso... eso fue extraño. Te compraré una vela con aroma a café, si te hace sentir mejor.-. Yuri le dio un puñetazo en el brazo.

El resto de la mañana, la pasaron horneando postres y pastelillos. La sala y el resto del jardín ya se encontraban previamente decorados, con unas preciosas flores blancas, y algunas cuantas velas del mismo color. Como se suponía que sería un aniversario de bodas, decidieron planear la decoración similar a la de aquella noche, con un toque vintage y boscoso, el patio y la sala principal ahora parecían salidos de una película de los 90's. Las flores, eran nube y rosas, que junto a algunos pétalos de hierbabuena, ambientaban dulcemente la morada.

Yuri se encargó de cocinar los postres dulces, mientras que Otabek preparaba las hamburguesas. Después de todo, sería una comida de tardeada. 

Ya que el aroma de la carne, y su cocción, mareaban al rubio, Yuri tuvo que abrir una ventana, cuando su esposo las cocinó, y tostó el pan, en el asadero del patio. Alyoshka fue secretamente mimada por su dueño, con un trozo de hamburguesa, un secreto que tanto Otabek como ella guardaron gustosamente de su otro amo.

Plisetsky se lavó la cara, y se recogió el cabello en una media trenza despeinada, mientras Otabek subía y se arreglaba por su cuenta en la segunda planta. Se bañó, cambió, y arregló como el caballero que era, de una forma informal sin perder su tono y carácter formal. Luego bajó un pantalón oscuro, y una camisa de botones roja, al juego con la suya, para el rubio, quien, se había quedado todo el día en la primera planta para evitar usar las escaleras más de lo necesario.

Yuri se cambió de ropa, se acomodó los zapatos, que comenzaban a incomodarle, y no dudo un segundo en cambiarlos por sus ya recurrentes vans, slip on. Pese a que no caminaba demasiado, la mayoría de su calzado ahora parecían quedarle una o media talla más apretados, Otabek sabía que era culpa del embarazo, y que con el tiempo Yuri cambiaría su talla de zapatillas, pero no creyó que sería tan pronto.

===

Llegaron los invitados, y en cuanto sonó el timbre, Altin se preocupó por que su enorme perro guardián se decidiera por correr hasta la puerta a recibir a los recién llegados. Pero no lo hizo.  habría sido así, de no ser porque tenía una tarea más importante en ese momento. Yuri se había quedado dormido en el sillón, y Alyoshka, como el buen compañero de casa y guardaespaldas sobre-protector que era, se había quedado a su lado, reposando su cabeza sobre las piernas del rubio.

Otabek le acarició la mejilla a su esposo para despertarlo. Tras unos segundos, el rubio finalmente abrió los ojos, y se levantó de su asiento, apartando al San Bernardo de su lado, quien, sin importar que, siguió de cerca los pasos del rubio en todo momento.

-Creo que sera un problema-. susurró Plisetsky acariciando su melena, refiriéndose a la actitud del canino, respecto a su embarazo. 

Si Alyoshka le había mostrado los colmillos a su propio dueño, no habría duda en que atacaría a los invitados.

-Yo me encargo de eso-. susurró el alfa, arrodillándose a su lado, para tomar al cachorro del collar. Le dio unas cuantas ordenes para que permaneciera quieta mientras entraban los invitados. Y así fue.

Abrieron la puerta, y saludaron.

Mila y Sara fueron las primeras en llegar, acompañadas por su pequeña infanta. Seguidas por La familia Lerroy, y sus 2 retoños mayores. Christian, Seung y algunos más fueron los siguientes. Yuuko era muy amiga de Yuri por el trabajo, y la única que sabía sobre sus tratamientos hormonales, así que obviamente fue invitada, junto a su esposo y sus tres niñas. Lo mismo Para Leo & Guang. Era la primera vez que Yuri presentaría a sus amigos de universidad con los del trabajo, así que estaba realmente nervioso por la ocación.

Sin embargo, había aún una pareja que no se dignaba a presentar. Entre platicas, risas, y algunas cuantas copas de vino, jugo y cerveza, finalmente aparecieron los tan esperados ausentes cuestionados: Los Katsuki-Nikiforov, la otra familia de rusos mestiza en ese grupo.

Como siempre, al ultimo. Victor excusándose de que siempre lo mejor llega al final, haciendo prácticamente una escena para todo.

Victor y Yuuri llegaron revoloteando con sus cachorros, sonriendo con esas estúpidas miradas que a Yuri tanto le fastidiaban, fingiendo que no habían hecho nada malo, como si la in-puntualidad no fuese un problema gigantesco. 

Plisetsky suspiró pesado al cerrar la puerta, tras recibirlos. Le molestaba mucho la actitud que tenía ese anciano de cabello platinado, y la forma coqueta en la que meneaba las caderas con una sonrisa que parecía que a prácticamente todo el mundo le fascinaba. Siempre que él o Yuuri ponían un pie en cualquier lugar, todo parecía tornarlos automáticamente en el centro de atención.

Otabek lo tomó de los hombros y los masajeó un momento para relajar lo.

-Necesitas tranquilizarte-. Le dijo bajito, cerca del oído.

Yuri asintió en silencio con la cabeza, y se tomó un momento entre los brazos de su alfa para calmarse, antes de volver a poner una sonrisa y volver a la sala, con el resto de los invitados.

"Solo respira", se dijo a si mismo: "Este es tu día."

La velada intentó ser tranquila, pero con casi 10 niños en casa, era obvio que fue todo, menos eso y aburrida.

Yuri presentó a Yuuko con los demás, y se sorprendió de lo rápido en que la chica se adentró a su grupo, como si ella siempre hubiera estado ahí desde un inicio. Y eso, a Yuri lo tranquilizo un poco.

Cuando llegó la hora de presentarla con Kastuki, la idea no parecía tan mala. Ambos eran japoneses, después de todo. Pero cuando el ruso se acercó para hacerlo, se sorprendió mucho de enterarse que de hecho, ya se conocían.

-¿Yuuko?

-¿Yuuri?

-Ay, por dios. No esperaba encontrarte aquí, es un gusto verte-. se saludaron emocionados.

-¿Ustedes, se-se conocen?

-¿Cónocerla? ¡Crecí con ella! ¡Hace tanto no te veía! 

-Si, eramos vecinos de niños. Y siempre salíamos al parque juntos.

-Estudiamos en la misma escuela

-Y asistimos juntos a la universidad

-¿Cómo están las niñas? 

Y así, ambos japoneses comenzaron a charlar encantados, de haber encontrado una amistad que no habían visto hacía años. Una charla tan casual y fluida, que en el fondo, a Yuri le dolió.  Su mejor amiga parecía tan contenta con otra persona, resultando se incluso más importante para otro, que para él. Y, sin querer, de un momento a otro, Kastuki pareció olvidarse de la presencia del ruso, empezando a hablar inconscientemente en su lengua madre.

¿Yuuko conocía a Kastuki? Ese pequeño descubrimiento al parecer había dejado completamente atolondrado al rubio del medio, quien había perdido su mirada en el suelo, en algún punto inexacto en la sala.

Estaba comenzando a marearse, necesitaba tomar aire. O vino. No, sin duda necesitaba una copa de Vodka. Una botella entera si era posible. Pero en su lugar, se acabó el baso entero de Jugo que tenía en la mano.

-Creo que- sí, yo- Necesito más de esto- mejor-mejor me voy, ya luchshe poydu-. señaló la mesa del patio con alguna escusa para retirarse, y sin que los asiaticos se dieran cuenta, se escapó hasta el patio.

Lugar donde encontró a Mila y Leo charlando con Beka. La rusa sonreía coqueta con una copa de cristal en sus manos. Hablaban tranquilamente junto a la mesa, donde el rubio se llenó su propio recipiente de zumo, antes de sumarse a la conversación.

-Me encanta su pecera, es preciosa. A las niñas les fascina, cada vez que venimos, se pegan al cristal para ver a su necesito-. Mila le contaba, mientras tomaba su cerveza.

-¿Sabías... Sabías que Yuuri ya conocía a Yuuko?-. Metió su cabeza la copa.

-¿En serio? Eso es genial-. le sonrió.

-Si... eso creo-. Yuri desvió la mirada inquieto.-. Siguieron hablando.

-¿Te sientes bien, Yuri?-. Leo inclinó la cabeza. -Te vez un poco pálido.

Esas palabras parecieron tomar la atención del matrimonio Altin. Inconscientemente ambos abrieron los ojos y se miraron.

-N-s-si. Sí, estoy bien.-. levantó las manos

-¿Necesitas sentarte?-. Otabek le acarició preocupado el hombro.

-No, estoy bien, en serio-. admitió un poco desconcertado. -Son cerca de las 4, solo es eso-. Levantó los hombros con desgano, y Otabek asintió.

-Está bien-. comprendió su alfa.

Yuri odiaba los mareos de su embarazo, aquellos que no lo dejaban dormir y lo hacían devolver todo el contenido de su estomago. Pero lo que más odiaba, es que las llamaran "Nauseas matutinas". ¿A qué idiota se le había ocurrido? ¿Nauseas matutinas? Esas cosas duraban todo el día. De hecho, deberían llamarse Nauseas Nikiforov, porque lo molestaban casi tanto como la cabeza calva de ese ruso. Pero si Yuri tuviera que elegir, los mareos que más detestaba, eran aquellos puntuales cual reloj, que se presentaban todos los días a la misma hora, sin importar qué. Como una alarma para avisarle que eran las 4 en punto. O 4:15 cuando mucho.

Había escuchado que las nauseas serían constantes, pero no creía que se referirían a eso. Desde hacía unas pocas semanas que sucedía, que esos malestares y jaquecas se aparecían de esa manera. Otabek lo había notado, obviamente. Así que justo a las cuatro, le traía un baso con agua a su esposo, y le recogía el cabello en una baja cola de caballo. Colocaba un balde a su lado, o lo acompañaba al sanitario. Aveces lo dejaba solo, cuando Yuri no estaba de humor para nada y solo quería privacidad para su persona.

Ese día no fue la excepción, el osezno le cambió la bebida a su omega por algo de agua natural, y le trajo un par de galletas de vainilla, para que comiera y poder reducir un poco su basca. Yuri se excusó afirmando consecutivas veces que estaba bien, culpando al perro por su cansancio, y cambiando de tema por su aniversario.

El resto de la tarde la pasaron de forma tranquila, charlando de cosas vanales, y riendo por situaciones triviales. Sara amó por completo la decoración, y dijo que parecía un cuento de hadas. JJ, por primera vez en mucho tiempo, pareció no ser tan molesto para Yuri, de hecho, ni siquiera le molestó su presencia, podría decirse que le sentaba bien la paternidad. Era eso, o el hecho de vigilar a los niños de los demás lo cansaba demasiado.

Cualquiera fuera el caso, Jean había encontrado un lugar para liberar su energía, y agotar la pila de los pequeños retoños, todo en una misma acción.

Comieron tranquilos, rieron como nunca, y la velada fue más que fantástica. Prácticamente el sueño planeado por los anfitriones de esa tarde. De igual manera, por primera vez en su vida, tanto Yuri como Otabek esperaron pacientemente emocionados a que surgiera el tema de conversación de los cachorros. Porque finalmente, tenían una respuesta para darles ese día. Y esa, era la mejor sorpresa que pudieran presentar.

Tras algunas cuantas horas, las conversaciones se fueron concentrando, y poco a poco todos comenzaron a charlar al mismo tiempo, en un mismo espacio. Leo, Yuuko y Guang eran los únicos enterados de la situación, cortesía de los chismes que ocurrían en el trabajo, así que eran cómplices de la planificación completa de aquella noche.

Conforme las conversación es se volvían más cálidas, el tacto entre los presentes igual. Takeshi, el padre de las trillisas, cambió de papeles con Lerroy, y fue ahora el encargado de cuidar a los niños, mientras los Altin-Plisetsky se preparaban para dar la noticia.

Se encontraban sentados en uno de los sillones de la sala, tomados muy melosamente de la mano, jugando inconscientemente con el agarre del otro, rozando hombros con ternura, y de vez en cuando mirándose fugazmente a los ojos, casi incapaces de contener sus bocas, para gritarlo. Solo esperaban el momento indicado.

Si bien, ese no era su comportamiento usual frente a sus amigos, nadie se quejó porque el ruso y el kazajo finalmente comenzaran a darse sutiles muestras de afecto frente a ellos, como usualmente lo hacían los empalagosos Katsuki-Nikiforov. Mila le apretó la mano a su esposa, emocionada porque Yuri finalmente se desenvolviera románticamente en su presencia, la rusa sabía bien lo reservados que ambos eran, por eso no pudo contener una sonrisa al verlos tan felices, acurrucados el uno al lado del otro.

-Se nota que su chispa se aviva con los años-. Jean le sonrió a su Kazajo favorito, tomando coqueta mente la cintura de su esposa.

-Sé ven tan felices, incluso después de todos estos años. Feliz aniversario...-. Sara continuó bajito.

-Sí. Te noto muchísimo más relajado, Yuri. 

-Más Feliz. ¿Pasó algo?

Plisetsky miró dulcemente a su marido, y aferrándose un poco al agarre de sus manos, le preguntó con la mirada si ese era el momento indicado. La forma en la que Otabek le sonrió con los ojos lo dijo todo: sí, ese definitivamente era el momento.

-Bueno...-. comenzó el moreno, apartando sus ojos de aquellas preciosas esmeraldas, para mirar al resto de sus amigos. -De hecho si...-. Yuri recargó su cabeza sobre el hombro del contrario, e inconscientemente, se llevó una mano al estomago.

El rubio se mordió el labio.

-Nosotros... Bueno... Estamos...

-¡Estoy embarazado!-. Yuuri se levantó de su asiento, apenas pudiendo contener la exaltación de sus palabras.

Victor le tomó las manos, y haciendo lo mismo que su esposo, se levantó.

-¡Estamos en cinta! Queríamos, bueno, planeábamos decirles luego, pero cuando nos ivamos a juntar todos, nuevamente. ¿No?-. El ruso platinado miró contento a su nipón. -Y cuando llegamos, lo hablamos un momento, y... no pudimos guardar más el secreto-. rió.

-Digo, mira este lugar. Yuri, Beka, sé que es su día, pero la decoración, es preciosa-. Katsuki los señaló con afecto, antes de continuar hablando. -Las flores, las mantas, parecía que nos pedía a gritos que lo dijéramos, es como si todo esto se hubiera montado para crear el momento perfecto para dar una noticia así-. Las lagrimas de alegría comenzaron a llenar le los parpados. -Oh, lo siento. Ya no he podido guardar más el secreto-. Katsuki acarició las manos de Victor, quien tras robarle un pequeño beso en los labios, se rió.

-Está bien, yo tampoco podía hacerlo-. continuó

Y tras eso, unas cuantas felicitaciones. Mila estaba encantada, Isabell, y Christian también los felicitaron, todos estaban contentos. Un niño era una bendición, un miembro más para la familia Katsuki-Nikiforov. Otro cachorro para sumar a sus razones de sonreír con alegría cada día. Un nuevo rayito de sol para incluir en su manada.

Una razón más, para que Yuri los odiara.

Otabek no dijo nada, no se levantó, apenas y respiró. El alfa apenas logró salir de su shock, cuando sintió en agarre del rubio a su lado. El moreno giró la cabeza, y sintió su corazón quebrarse al ver la mirada perdida de su Yuri.

Los ojos cristalinos del ruso, sus labios entreabiertos, y esa mirada perdida. Estaba destrozado, realmente destrozado. Otabek juró escuchar el corazón de su pequeño minino romperse en mil pedazos, al ver como Victor Nikiforov, y Yuuri Katsuki se llevaban todas las felicitaciones y ovaciones esa noche. Como inconscientemente se convertían en el centro de atención, y le robaron su momento a ellos.

Plisetsky apretó sus puños, hasta dejar sus nudillos blancos. Y apretó los ojos con fuerza, para no dejar escapar ninguna lagrima.

¿Que la decoración prácticamente gritaba inconscientemente que una pareja de ahí iba a convertirse en padres? ¿Qué el ambiente era el momento perfecto para decirlo? ¡Claro que lo era, ellos mismos lo habían planeado para que así fuera! ¡Esa era la maldita idea!

Se suponía que esa noche se los dirían, que finalmente el resto de sus amigos se enterarían, que estaban esperando gemelos. Les contarían sobre sus tratamientos hormonales, sobre lo mucho que significaba para ellos finalmente estar en camino a tener un cachorro. Lo mucho que les había costado llegar hasta ahí, y el peso que sentían por haber perdido un bebé en el pasado. Les contarían sobre su aborto.

Se suponía que esa noche sería suya. Que ese sería su momento. No el de ellos.

Por un instante, Yuri dejó de respirar. Otabek intentó poner una mano en su espalda, pero Plisetsky lo apartó. El rubio se levantó de su asiento, y salió de la habitación.

-Hacen falta más botellas de agua-. se escusó para escapar, como siempre lo hacía. ¿Por qué no sabía afrontar un problema? ¿Por qué siempre huía? ¿Qué a caso no sabía socializar?

Yuuko pudo verlo salir de la sala, divisó la melena rubia escapar de aquella escena entre la gente sin que nadie se diera cuenta. La chica miró como Otabek se levantaba, y corría tras él. Dudó un momento en seguirlos, ella sabía lo que estaban sintiendo, ella sabía lo que había pasado.

Yuuri Katsuki podía ser su amigo de la infancia, pero ella también conocía lo despistado que era. En ese momento, los Nikiforov habían metido bestial-mente la pata. Y nadie, salvo ella lo percibía. Fue entonces cuando Leo la tomó del hombro.

-Lo sabes, ¿cierto?-. le dijo bajito, casi inaudible.

Y ella asintió con la cabeza. Guang iba a seguirlos, cuando ambos lo detuvieron.

-No lo hagas-. le susurró Leo. -necesitan estar solos...-. apartó la mirada.

Los tres simplemente guardaron el secreto, esperando en silencio, que sus amigos estuvieran bien.

Del otro lado de la casa, cerca de las escaleras, Yuri luchaba contra su cuerpo por mantenerse de pié. Subiendo torpemente los peldaños de la escalera, se detuvo cuando Otabek lo tomó de la mano. Se miraron, derramando lagrimas de cristal. A ambos les dolía, y les ardía el alma. Estaba claro que no podían seguir fingiendo frente al resto. No podían, no lo soportarían.

Yuri sollozó, dejando escapar sus lagrimas y sus gritos sin importar que. Otabek lo abrazó, y aferrando su cuerpo contra su pecho, se sentaron en el suelo.

-No quiero verlos-. le dijo entre jadeos. -No quiero que estén en mi casa, no quiero que me dirigían la palabra. ¡No quiero verlos! No puedo...

Otabek ocultó su cabeza en su cuello.

-Lo sé-. le dijo. -Lo sé.

Y tras eso, el kazajo lo levantó en brazos, y lo llevó cargando a la segunda planta. Yuri necesitaba estar solo, y él debía inventar una escusa muy buena para que eso funcionara.

Un buen anfitrión jamás dejaría a sus invitados solos, pero a la mierda esas reglas.

Plisetsky se quitó los zapatos y se soltó el cabello antes de tirarse a la cama.

Cuando Otabek bajó nuevamente, se había lavado la cara previamente, para ocultar el rastro de sus lagrimas.

Se unió nuevamente a las conversaciones, fingiendo que nada pasaba, como ya estaba tan acostumbrado a hacer en el pasado. Leo y Guang le preguntaron si podían hacer algo, pero el osezno simplemente negó con la cabeza.

-Está bien, Yuri se sintió de repente mareado-. mintió.

-Seguro algo le cayó mal de la comida-. Yuuko lo miró a los ojos, como diciendo que comprendía. Le acarició el Hombro al kazajo, y continuo. -Bueno, si ese es el caso, será mejor dejarlo descansar. Dicen que hay unas pastillas muy buenas para cuando algo te sienta mal al estomago, Üzilis, si mal no me equivoco. Olardi üyiñnen qewip sigar. Olarga jalgiz waqit kerek.-. Le susurró la japonesa en su lengua natal.

Otabek no sabía que Yuuko supiera Kazajo, pero le alegró un poco ser el único que comprendiera lo que le dijo. Seguro era obra de Yuri, conocía demasiado bien a su esposo para saber que seguramente él le había enseñado algunas cosas en Kazajo.

Y si, definitivamente Yuuko tenía razón. Es justo lo que él haría.

-Takeshi-. llamó su esposa. -Trae a las trillizas, es tarde. Y Yuri se siente mal, es mejor que nos vayamos-. comenzó la chica.

Otabek siempre se preguntó que clase de brujería hacían las mujeres para que todos les siguieran la corriente, y siempre salirse con las suyas. De un momento a otro, Mila y Sara igualmente se retiraron. Christopher, y los Lerroy fueron los siguientes. Hasta que de un momento a otro, la casa lentamente quedó bacía. Después de eso, hizo una nota mental: Agradecerle a Yuuko personalmente.

Ese sin duda alguna, no había sido un buen día.

Subió en silencio las escaleras, con un par de copas llenas de helado con chocolate, para intentar subirle un poco los ánimos a Yuri.

Entró al cuarto, y sintió una parte dentro de sí estrujarse, cuando lo encontró recostado en la cama, abrazando fuertemente a Alyoshka contra su cuerpo, ocultando su rostro entre el pelaje del canino. Hacía mucho Yuri no hacía eso.

-Hey-. comenzó tras cerrar la puerta.

Beka se acercó lentamente a la cama, dejando las tazas en uno de los muebles cercanos a la cama. Se quitó los zapatos, y se acomodó en su lecho, acercando su cuerpo al de su omega. En un lento movimiento, Otabek acurrucó su cuerpo contra el opuesto, abrazando fuertemente todas las emociones que Yuri luchaba banamente por contener.

-los odio....-. le dijo bajito el rubio. -Realmente los odio...

Siempre era así, inconscientemente Victor le arruinaba los días a Plisetsky. Pero las cosas pasaron de robarle borradores en la escuela, a robarle ese momento en especifico. Victor podía ser un idiota, y Yuuri un insoportable a su lado, pero sin duda alguna, ese día se habían pasado. Ese día lo había marcado.

Y si no lograron decirles en un momento estrictamente planeado, entonces lo intentarían nuevamente, de la manera más simple y directa posible. El plan original era para decírselo a la familia de Otabek, pero dadas las circunstancias, ahora las cosas serían diferentes.

Ellos les dejarían bien en claro, de una vez por todas, que pese a que ellos fuesen siempre el alma de la fiesta, al menos por una ocación, el centro de atención estaría en los Altin-Plisetsky.

Aunque literalmente tuvieran que escribirse lo en la cara.

Y eso era justo lo que iban a hacer.


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