[8] ¡Mellizos!... Crecimiento Intrauterino Retardado...
El lunes siguiente, Yuri dejó el trabajo.
A primera hora de la mañana, se presentó en la oficina de su jefe, necesitaba hablar con el alfa. No tenía tiempo que perder, y las noticias que se cargaba, eran un peso que no podía llevar en sus hombros.
Yakov estaba sorprendido, no esperaba encontrarse a Yuri esperando lo apenas llegara, y mucho menos, con una noticia tan brusca como esa.
"Estoy embarazado" Fue lo único que escuchó decir de aquel omega.
El rubio suspiro, y se tomo un momento para guardar el aire en sus pulmones. Quería llorar, podía verlo en su mirada. Fríamente se quitó las lagrimas con el puño, sin demostrar emoción alguna.
Yakov llevaba demasiado tiempo conociéndolo como para saber que Yuri tenía miedo, tal vez no lo demostraba, y la expresión de soldado acompañado con su carácter estoico intentaban ocultarlo, pero en el fondo, aquel anciano sabía la verdad. Había estado ahí cuando Plisetsky tuvo un aborto, supo el periodo de tristeza por el que paso aquel omega, sabía del dolor que cargaba aquel hombre, al que tristemente le arrebataron el titulo de Padre.
Ahora, con otro niño en camino, era más que claro que a Yuri le costaba aceptarlo.
Su misma esposa lo había replicado, cuando en el pasado intentaron tener cachorros propios y nunca lo lograron, embarazo tras embarazo, intento tras intento, después de tanta perdida y desconsuelo, no importaba que el signo de más estuviera presente en sus manos, a veces los omegas se volvían bruscos y hostiles, para evitar las emociones, y no sufrir tanto en caso de perder nuevamente a otro cachorro.
Yakov sabía que debía apoyarlo, lo sentía, y su instinto le pedía a gritos que fuera a abrazar al pobre muchacho, sin embargo no lo hizo, se contuvo, y espero a que continuara hablando.
-¿Cuanto tiempo?-. pidió al no obtener respuesta.
Yuri lo miró a los ojos, y bajando los hombros dijo: -De 5 a 8 semanas. En un par de días me harán más exámenes, para tener la fecha clara-. Volvió a suspirar. -Dicen que debo dejarlo. El ejercicio y el trabajo. No hacer ningún esfuerzo físico, y quedarme en reposo absoluto, en cama... al menos hasta después de las 12 semanas.
Yakov comprendió al instante, y sin pensarlo dos veces, asintió consecutivas veces con la cabeza. Obviamente necesitaba descanso, no permitiría que Plisetsky volviera a sufrir de esa manera, no si podía evitarlo. El exceso de trabajo y las preocupaciones, eso iban a afectarlo, y si eran ordenes medicas, no tenía otra opción más que aceptar y dejarlo ir.
-Después de eso, prometo volver a la oficina.-. intentó explicar el rubio. -pero por favor, permitame seguir con mi empleo
-Yuri, es ilegal despedir a alguien por cuestiones de salud, o un embarazo.
-Me refiero, a continuar trabajando, durante estas semanas. Aunque sea en casa. No han pasado ni dos días desde que me enteré de esto, y no hay otra cosa que esté en mi cabeza salvo el embarazo, y estoy sobre pensando las cosas... Sé que no es bueno. Pero no se cómo distraerme, por eso te pido que me dejes seguir con mi trabajo. Las conferencias, reportes, papeleo, lo que sea, solo haz que pueda sacarme esto de la cabeza.
Yakov suspiró, y se rascó lentamente las cienes.
-No veo porque no.-. Respondió. Yuri levantó la mirada, y Yakov le sonrió. Después de eso, el anciano finalmente pudo abrazarlo y felicitarlo como era debido.
Yuri se llevó un par de cajas -con ayuda de Yuuko, claro estaba-. con algunos documentos y su Laptop, toda la información que necesitaría para poder continuar con sus quehaceres en casa. Metió las cosas en el carro, y regresó a su hogar. No podía esperar a llegar, quitarse el molesto pantalón para echarse en la cama, y volverse a meter entre las cobijas. Ese día, al igual que el anterior, no quería hacer nada.
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Conforme pasaron los días, las cosas se volvieron más complicadas. Si, como había prometido, Yuri logró continuar con sus labores desde la comodidad de su sala, así que el trabajo, dejo de ser un problema. Podía decidir a que hora empezar y terminar, mientras entregara las cosas en las fechas marcadas. Era como volver a la universidad, pero en linea.
El ginecólogo les había dicho que no se preocuparan, y que sobre-pensar las cosas era lo peor que podrían hacerle a su bebé. Pero es que Plisetsky seguía sin poder creérselo.
No fue hasta que Otabek lo llevó a la farmacia, y compraron tantas pruebas de paternidad como fueran posibles, que finalmente comenzaron a digerirlo.
Se hizo una a las 10 de la mañana, y el resultado salió: Positivo.
Otro a las 11:15. También positivo.
Uno más 3:30 de la tarde. Seguía positivo.
Y 9:00 de la noche. Si, definitivamente estaba embarazado.
Otabek lo había envuelto entre sus brazos con un abrazo, mientras miraban atónitos las 11 diferentes pruebas entre sus manos. El doctor ya se los había confirmado, pero la pareja seguía asimilando la noticia. No sabían como sentirse al respecto, y no sabían si las las lagrimas que corrían entre sus rostros eran por miedo o alegría. Habían esperado tanto tiempo ese momento, que ahora que lo estaban viviendo parecía irreal, casi como un sueño.
Estaban felices, eso estaba más que claro, pero no querían repetir las desgracias de su pasado. Si de ellos dependía, harían todo diferente, serían más precavidos, más cuidadosos, con el fin de terminar sano este embarazo.
Siguieron meticulosamente las indicaciones del medico, y tal como el ginecólogo les había recetado, diariamente consumían sus medicamentos. Un par de inyecciones y un bote de vitaminas fue más que suficiente para que las hormonas de Otabek se regularan y finalmente acostumbraran a las de su Omega; el alfa se sentía como nuevo, no estaba mareado, ni se le revolvía el estomago, era como si le devolvieran la energía a su cuerpo.
Yuri por otro lado, no lo estaba disfrutando tanto. El rubio tomaba medicamentos, en la mañana, en la tarde y en la noche. Ácido fólico; Vitamina A, D, C, B12 y E; Hierro, Calcio, Yodo; Natalben Twin; y unos cuantos medicamentos más de nombres tan extraños que ni siquiera se había tomado la molestia en memorizar. Todos ellos le permitirían tener un embarazo más saludable, y lo ayudarían a regular sus niveles hormonales.
De igual manera, debía seguir estrictamente la dieta, que le habían recetado. Proteínas, Grasas y Minerales, eran lo que lo haría subir de peso. Porque a palabras del medico "Yuri estaba muy bajo de peso para alguien con casi 8 semanas de embarazo". A pesar de que la pareja creía que estaba en buen estado, el doctor no creía que era lo suficientemente "saludable" para su cachorro, y que conforme su embarazo progresara, de igual manera debía de hacerlo el peso del omega.
Otro factor importante que el medico le prohibió al felino, fue la actividad física. Si bien, Yuri tenía prohibido hacer cualquier clase de esfuerzo, como el sexo, hacer deporte o ir a trabajar, el de ojos esmeralda era un gato activo y curioso, al que le costaba acatar mucho las ordenes. Le era difícil quedarse todo el día el cama, sentía que no podía hacer nada, pero en esta ocación, por primera vez en su vida, obedeció completamente lo que le ordenaron. Así que si, permanecía en casa, y no se quedaba mucho tiempo parado, pero usualmente se la pasaba en la sala, o en su estudio privado, haciendo algo productivo con su tiempo sin moverse demasiado.
De un día para otro, dejó de asistir al gimnasio. Otabek siguió yendo, por ordenes de su Omega, quien le había advertido molesto a su alfa, que él no tenía permitido ganar peso durante su embarazo, después de todo, él no era quien cargaría a su cachorro y que no le perdonaría perder esa figura marcada que conservaba con tantos años de matrimonio. En cuanto al ámbito sexual, las cosas fueron sencillas. Ambos eran lo suficientemente maduros como para abstenerse, y si no debían tener relaciones por el bienestar de su cachorro, así sería.
Yuri odiaba las dietas, realmente las odiaba. Pero en esta ocación, no se había quejado, de hecho, no había dicho ni pío o protestado. Realmente le estaba afectando el embarazo. Si, estaba molesto, pero no por el hecho de comer obligado lo que aquella larga hoja decía, sino por el hecho de los recuerdos que las dietas le traían. Siempre había seguido dietas, desde que se inscribió a los tratamientos de fertilidad. "Necesitas más peso, necesitas menos". "Debes de comer esto, o debes dejar aquello". Había escuchado eso tantas veces, que para él era casi rutinario. No quería tener que recordar aquellas cosas, cada vez que comiera.
Así que Otabek decidió hacerlo divertido. En primer lugar, en vez de pegar la aburrida hoja blanca en la puerta del refrigerador, como normalmente lo hacían, la convirtió en un calendario lleno de colores chillones y pasteles, que en el fondo, al ozesno le encantaban. Llenó la hoja con tantos stickers y calcamonias, como solo una niña pequeña lo haría, y Yuri no pudo evitar suspirar ante las acciones de su esposo, ahora recordaba porque se había enamorado de él. Otabek podía aparentar ser un brusco oso de caza, pero en el fondo, no era más que un tierno y enorme oso de peluche.
Además, las cosas no terminaban ahí. En segundo lugar, y el favorito de Yuri, era la apuesta que su osezno le había propuesto. Otabek, como el buen alfa y compañero de alma que era, tuvo la mejor idea del mundo, para levantarle los ánimos a su omega: Comer lo mismo, durante todo el embarazo. Esto implicaba la dieta, antojos, y extras. Cualquier clase de extras. Incluso debía abstenerse de las cosas a las que el rubio no pudiera acceder, como el alcohol, el queso mohoso, el sushi, Humus o Paté, Germinados, y mariscos.
Estaba claro que Yuri podía tener antojos, y que claramente tenía permitido disfrutar de ellos, siempre y cuando no fueran un exceso en grasas, o azucares; incluso ahí debía ponerse los límites. Pero al menos podía romper de vez en cuando la dieta, siempre y cuando él quisiera. Así que si Yuri tenía un antojo, Otabek debía comerlo, sin importar que tan extraño o aleatorio fuera. De igual manera, el rubio debía de aceptar cualquier antojo que su Alfa tuviera. Porque: dato curioso, a los Alfas también les daban antojos durante los embarazos. Gracias al constante intercambio de hormonas que sus omegas desprendían. Así que desde ese momento, todo lo que pedían era al doble. Dos helados de vainilla, dos tazas de avena con rodajas de manzana en la mañana, dos malteadas de frutas ricas en vitaminas, y una taza de café para Otabek, porque ahora Yuri tenía prohibido los tés, y la cafeína; pero Beka no, y esa era, al menos, la única excepción a la apuesta.
Porque si, Otabek lo intentó, realmente lo intento, pero no logró deshacerse de la cafeína. ¡Es que no funcionaba sin ella! Era casi parte de su cuerpo. Plisetsky juraba que por sus venas no corría sangre, sino litros de cafe. Aunque si redujo mucho su consumo de esta bebida.
Algo que Otabek siempre decía, era que el embarazo era cosa de ambos. "Se inicia en pareja, se termina en pareja; es igual que el matrimonio, no funciona si no lo cuidan ambos". Era una aventura que ambos seguirían tomados de la mano. Ese pequeño y coqueto acto de gentileza, realmente le levantó los ánimos al omega. Además de poder disfrutar de su Osezno en toda ocasión, claro estaba.
Porque ahora que el minino debía permanecer en reposo, finalmente tenía una excusa para saltarse las tareas de la casa, como limpiar, barrer y cocinar. Acciones en las que no importara que tan estereotipado fuera, él nunca había sido bueno haciendo, y que siempre intentaba evitar. Punto a favor del embarazo. Así que Otabek, tomó en manos las quehaceres del hogar, y se convirtió en el encargado oficial de cocinar.
Oh, a Yuri como le encantaba verlo cocinar, la manera gentil y dulce en la que su esposo se movía con gracia mientras mezclaba y revolvía los alimentos, parecía una coreografía, todo siempre ordenado y listo para cuando el llegaba. Sin duda, una de las miles de cualidades que tenía Otabek y que habían enamorado a su felino, había sido sus habilidades culinarias. Después de todo, había aprendido todo lo que él sabía a manos de su madre. Y Yuri era prueba viviente de lo exigente que podía a llegar a ser la cocina kazaja.
Lamentablemente no importó que tan bien Beka cocinara, con forme pasaron los días, Yuri no pudo ser capaz de retener los alientos en su estomago. Después de mucho tiempo, finalmente comenzaba a presentar los síntomas del embarazo.
Eso era una buena señal, significaba que las vitaminas y los medicamentos estaban teniendo efecto, y que el crecimiento de su feto era sano y bueno. Además, también resaltaba que su cuerpo finalmente estaba aceptando el hecho de que se encontraba embarazado.
Eso era algo que a Yuri no le alegrara tanto.
Durante las noches, comenzó a levantarse al baño. Como si no fuera suficiente con sus constantes ganas por orinar, ahora se levantaba corriendo a vomitar, y devolver el contenido entero de su estomago.
Y fue ahí que surgió la segunda excepción a la dieta de pareja. Si Otabek tenía un antojo, y Yuri no lo quería, -mejor dicho, no podía- tenía todo el derecho del mundo de saltarse las reglas ese día. La excepción surgió en una ocación, en la que Otabebe no podía aguantarse las ganas por comerse un empanedado de mantequilla de maní, lamentablemente apenas abrió el frasco, el olor mareó terriblemente a su esposo, obligándolo a correr al sanitario. Y no pudo acercarse a la cocina, hasta que su alfa se acabase el empanedado. No era su culpa haber roto las reglas, pero es que algunas situaciones lo a meritaban.
Otro síntoma que surgió con el tiempo fueron los gases. Yuri tenía demasiados gases, y no era algo cómodo para él. En más de una ocasión, Otabek le dijo que a él no le molestaba, llevaban casados por tantos años, que eso no era algo nuevo para él. Pero a Yuri realmente le mortificaba. El aire le hinchaba el estomago, y lo hacía sentir incomodo. No importaba en que posición se acomodara, no dejaba de doler le la panza. Además, eructaba constantemente, casi como una rutina después de cada comida. Lo que más le frustraba, es que con tantos cambios repentinos en su sistema, le era complicado distinguir entre el reflujo, un eructo y el vomito. Como si no fuera suficiente ya con lo que tenía, el estreñimiento se sumó a sus malestares, haciéndolo sentir incluso más incomodo de lo que ya se encontraba. Si es que eso era posible, claro estaba.
Las citas con los médicos, por otro lado, fueron tranquilas. Los Altin-Plisetsky no se perdían una cesión. No importaba cuantos años llevaban estudiando el embarazo, parecía que cada vez que buscaban al respecto, algún nuevo dato se presentaba; y ellos, como los padres primerizos que eran, querían saber todo lo que pudieran, y preguntar tantas cosas como fuesen posibles. Evitar dejar cualquier cable suelto, y prepararse para cualquier escenario.
En su segundo ultrasonido confirmaron que tenían exactamente 7 semanas de embarazo, y que cada domingo se sumaba otra semana para ellos. Puede que fuese poco tiempo para que comenzara a notarse, pero lo hacía. Cuando Plisetsky se levantaba la camiseta, se podía ver facilmente como una curva, unos centimetros bajo su ombligo, comenzaba a tomar forma. Les explicaron que no tenían por qué preocuparse, que era natural notarse tan pronto para alguien tan delgado como él.
Y para su tercer ultrasonido, dos semanas más tarde a ese, la curva hacía presencia propia, inclusive sobre las prendas del felino. Los cambios en el cuerpo del omega se volvieron demasiado prominentes para ese punto. Su pecho dolía al roce de las camisetas, así que debía aplicarse constantemente crema, y utilizar sujetadores deportivos. El peso que había ganado en ese tiempo, desde el inicio del embarazo, era casi imposible de ocultar. Puede que solo hubieran sido pocos kilos, menos de 4 o 5, pero habían sido los suficientes para resaltar en Plisetsky. Su rostro lucía más redondo, haciéndolo lucir mucho más joven de lo que era. Y sus caderas se habían ensanchado, haciéndole imposible poder subir por completo sus pantalones ajustados favoritos por encima de los muslos, y ni acostado lograba hacer tal acto.
Para esas alturas los mareos eran más notorios que nunca, tan solo en el auto, en camino al hospital, Yuri se había mareado en 3 ocasiones diferentes, y había devuelto el estomago en el estacionamiento. Otabek le había entregado una botella con agua, y unas pastillas de menta, para que se quitara el mal sabor de boca. Con tantos mareos involuntarios, el alfa se había vuelto precavido, y siempre llevaba a la mano una mochila, con cosas para su esposo, por si lo necesitaba.
Yuri había escuchado que los osos se volvían sobre protectores durante la gestación, pero nunca espero que Otabek se volviera así de sutil... dulce... y suave...
Para la hora del examen, el omega no podía aguantarse las ganas para ir al baño. "Debes tomar mucha agua, y tener ganas de orinar, para que a la hora de hacer el ultrasonido la imagen sea más clara" había explicado el medico en la ocación pasada. "Mis huevos" replicaba el felino con fastidio, estaba seguro de que mojaría sus pantalones en cualquier instante. Otabek no podía quitarse esa boba sonrisa de la cara, como le gustaba ver fastidiado a su omega. Fue entonces que finalmente los hicieron pasar al consultorio.
Yuri sonrió entusiasmado, mientras más rápido fuese el examen, más rápido podría ir al baño.
Entraron al consultorio, y Plisetsky se recostó sobre la mesa en la que le indicaron. El procedimiento debía ser rápido, un chequeo fugaz, para asegurarse de que el feto se mantenía en buen estado, y algunas nuevas indicaciones para monitorear a Yuri. Pero ese no fue el caso.
-Buenos días, Señores De Altin. Yuri, ¿Cómo van las nauseas?-. saludo el medico con una sonrisa.
Plisetsky rodó los ojos. -Terrible-. respondió con desgano.
El doctor que los atendía, y llevaba su caso, seguía siendo el jefe de ginecología. El doctor Celestino Cialdini, el mejor en su area.
-¿y tú, Otabek?-. anotó algo en su libreta.
-Como si jamás hubieran existido-. Yuri le sacó la lengua a su marido.
El de orbes esmeralda soltó un suspiro cuando sintió el gel sobre su piel. Estaba caliente, y se sentía bien. Ronroneó involuntariamente, sin percatarse de lo que hacía. Otabek le acarició la mejilla, sin apartar la mirada del monitor.
-¿no se suponía que las nauseas deberían desaparecer?-. El azavache preguntó un poco serio.
-Bueno, eso depende-. Celestino lo miró. -Normalmente comienzan a desvanecerse después de las 12 semanas, a veces hasta las 13... Para algunos, comienza a disminuir a las 9, y para otros, es cuando es más fuerte. Aunque también hay algunos casos en donde no desaparecen en todo el embarazo. Si es así, entonces deben consultarme inmediatamente, eso puede ser un indicio de alguna enfermedad.-. advirtió sin dejar de pasar la paleta por el vientre del omega. -¿Hay algún síntoma en especial? ¿Algo que quisieran comentar?
-¿Además de los gases? No creo que haya nada nuevo por aquí-. Cialdini le sonrió.
-eso es sumamente normal. ¿Están siguiendo la dieta bien, verdad? Puedo ver el aumento de peso en esta zona-. Presionó un poco la paleta. -Si te sientes muy incomodo o hinchado, pueden partir la dieta en pequeñas meriendas. En vez de comer 3 o 4 veces al día, pueden hacer 6 pequeñas meriendas... Eso te va a ayudar a evitar la indigestión o sentirte pesado. Oh, y a unas calles hay una tienda de maldeadas, vatidos y jugos naturales, que evitan el estreñimiento-. Continuó diciendo. -Lamentablemente para las nauseas no podemos hacer nada. Las meriendas van a ayudar a reducirlas... Y las galletas de vainilla o coco. O paletas de agua de limón, eso también las desvanece. Pero no por completo. Pero si son muy fuertes algunos días, entonces intenta comer cada media hora, aunque sean porciones de fruta, o pedacitos de comida. Si no es muy condimentado, mejor. Las barritas de proteína también son una opción, puedes tener guardadas siempre que necesites, y para cuando vuelvas al trabajo, serán faciles de guardar.
Otabek tomó una nota mental en ese momento.
-¿Y para el sabor metálico en la boca?-. Plisetsky llamó la atención del medico en ese momento. Celestino dejó de mover los instrumentos, y miró fijamente los ojos de su paciente.
-¿La boca te sabe a metal?-. Yuri asintió. Otabek también estaba sorprendido. ¿Por qué no había dicho nada?
-¿Eso es algo malo?
-Para nada, es muy normal que ocurra. Pero normalmente es durante las primeras 3 semanas de gestación. Estamos en la 9na semana, así que no es muy común, pero tampoco imposible.-. Plisetsky suspiró. -Miren eso-. El ginecólogo les mostró la pantalla.
La mancha negra que habían visto hacia unas semanas, ahora tenía una volita blanca en el centro, pero a diferencia de las ultimas veces, la volita ya tenía forma, y les ablandaba el corazón
-Pero que bebé más bonito y sano-. susurró más para si mismo que para sus papás.
Cuando acercó la paleta, para poder medirlo, y darles un tamaño más exacto a sus progenitores, la volita blanca de la pantalla se movió. Aún era muy pequeño para sentirlo, pero se podía ver claramente en la imagen. A su cachorro no le gustaba la paleta sobre su hogar, y se apartaba de ella con fastidio mientras movía sus pequeñas y amorfas extremidades. El corazón se le hizo chiquito a ambos, ninguno estaba preparado para eso.
-Bueno, esas son sus manitas-. explicó Celestino apuntando con la pantalla. -Y este amigüito es su cachorro-. Las lagrimas no tardaron en venir.
Yuri había estado sumamente sensible ese ultimo par de días, cualquier cosa lo hacía soltar lagrimas de cocodrilo, y ese momento no fue la excepción.
-Estas cositas de aquí, son el inicio de sus piernas. Aún no tienen mucha forma, pero ya verán como en su siguiente cita, podrán distinguirse con facilidad. Ahora su pequeño bichito, tiene el tamaño de una cereza, o de una oliva verde ¿Están listos para escuchar el latido de su bebé, por primera vez?
Y sin darles tiempo para responder, prendió el volumen del monitor. Y ahí estaba. Un sumbido, pequeño y constante, como el son de un tambor, tocando una y otra vez la misma nota. Bum, Bum, Bum, bum.
Esta vez fue Otabek quien no aguantó. Y ocultando su rostro tras la mano de su esposo, dejo correr las lagrimas. ¿Por qué eso les afectaba tanto?
Fue entonces que sucedió, un pequeño hipo que se le escapó a Yuri de los labios entre los sollozos, hizo que la paleta se moviera. Fueron tan solo unos milímetros, pero fue lo suficiente para que se escuchara una interferencia en el sonido.
Celestino volvió la mirada al monitor, y volvió a mover la paleta, esta vez, presionándola sobre el costado izquierdo del omega. Comenzó a teclear algunas cosas en el ordenador, y a mover frenéticamente el mouse por la pantalla. El doctor suspiró.
-¿Ustedes son un milagro, lo sabían?
Yuri se quitó algunas lagrimas con el puño, y lo observo. ¿Qué estaba diciendo?
-¿Qué ocurre?-. Otabek se sorbió la nariz.
Cialdini les sonrió.
-Tenemos noticias. Creo que tenemos un polizón-. Les volvió a mostrar la pantalla.
Esta vez la imagen mostraba una segunda volita negra, con otro puntito blanco en el centro.
-Lo negro, es el saco amniotico-. explicó lo obvio. -Y esto blanco en el centro, es su segundo cachorro.
Otabek contuvo el aire en sus pulmones.
-Son dos-. explicó. -Van a tener dos cachorros.-. Altin se hecho a llorar. -Como cada uno tiene una bolsita separada, se les llama mellizos. De lo contrario, serían gemelos.
Se tomaron unos minutos para digerir la noticia, el silencio absoluto por parte de los adultos era brutalmente masacrado por los constantes latidos provenientes del monitor. Yuri suspiró un par de veces, para sostener los sollozos. El pequeño sonido que sus cachorros producían, lo calmaron.
El doctor volvió a mirar a la pantalla, y comparó la imágenes. Uno de los bebés estaba mucho más formado que el otro, se podía ver con facilidad que el segundo feto era mucho más pequeño, y que a comparación de su hermano, este aún no tenía sus manitas ni piecitos formados.
-El segundo cachorro tiene un retrazo...-. empezó el medico serio. -si antes era un embarazo complicado, ahora lo es más. El bebé A, esta fuerte y sano, pero el B...-. suspiró. -muestra síntomas de un crecimiento intrauterino retardado. Significa que su crecimiento es más lento, y que tiene más riesgos de compadecer algún problema. Cambiaremos un par de las pastillas que estas tomando para darle seguimiento a este pequeño. Y lo monitorearemos con cuidado.
Yuri asintió consecutivas veces. Claro que haría lo posible para cuidar de su cachorro. Llevaba menos de 5 minutos sabiendo de su existencia, pero ya lo amaba. Ya le preocupaba y lo adoraba.
-Cualquier dolor, molestia, o detalle, pueden llamarme, y llegar directamente a urgencias. Tienen prioridad en la lista de pacientes, y ahora que sabemos que son dos cachorros en camino, ya sabemos porque se notan tanto. No te preocupes por subir más de peso. Normalmente cada cachorro pesa entre 1 y 4 kilos cuando nace, a eso súmale 3 o 4 kilos que se quedan en tu cuerpo... puedes llegar a subir hasta 15 o 20 kilogramos en este embarazo. Tal vez más.
Plisetsky suspiro, ¿eso era en serio? ¿No bastaba con lo que ya había ganado? ¿Habría más? Pero al rubio no le importaba, mientras priorizara la salud de sus cachorros, todo valdría la pena.
Después de eso, la cita terminó. Y Yuri finalmente pudo ir al sanitario.
El camino de regreso fue callado. Un par de miradas fue lo que compartieron en silencio. Otabek le sonreía, y le tomaba cariñosamente la mano al de piel lechosa, pero no soltó ni pío. Yuri no podía dejar de mirar la ecografía, no importase cuanto tiempo pasase, repasaba una y otra vez las volitas blancas de aquella imagen, como si apenas acabasen de entregarsela. ¿En serio, esos eran sus bebés?
Algo que ambos había decidido hacer diferente en ese embarazo, era la decisión de decircelo a la familia. Los Altin, tarde o temprano se enterarían, después de todo, siempre venían mensualmente a cenar. Y Nikolai, era viejo y ruso, era más que obvio que él todo lo sabía, o si no, lo descubriría. Pero Otabek y Yuri, querían hacer de esta una ocación especial, algo memorable, para ambos.
Era obvio que querían a su familia cerca de ellos, y los querían involucrar en sus pequeños pasos, tanto como pudieran, para celebrar sus victorias juntos. Y estar unidos, en caso de que tuvieran otra derrota. Así que contar el secreto era más que un hecho. El problema, era el cómo.
Otabek había decidido decírselo primero a sus padres, antes que a sus hermanos o primos. En su primera ocación, habían optado por algo "casual". Si, todo el mundo amó y recordará por siempre la cena en la que Yuri dijo la frase del año: "Creo que estoy embarazado, pasenme el puré de papas, por favor". Un comentario refinado cual su poeta aquél día, pero este momento ameritaba algo más de seriedad, y planificación. Algo más real y memorable.
Algo más Otabek.
Fueron días los que pasaron planeando, hasta que Otabek tuvo una idea. Había visto esas fotografías millones de veces, pero no había considerado usar una hasta que encontró una en un tablero de Pinterest, cuando vagueaba en Internet una noche cualquiera. Aquellas donde formaban corazones con flores, y en el centro ponían un chupon, o un trajecito, o zapatitos. Aquellas donde dejaban una nota escrita en el suelo, y revelaban que la pareja que lo armaba estaba cruzando un embarazo.
Otabek no solo era bueno cocinando, decorando y organizando. El alfa era un profesional en la música y en la fotografía. Después de todo, fue él quien organizó su boda.
Si, sin duda alguna, lo revelarían con una fotografía.
La idea original era comprar un chupón verde, como los ojos de su omega. Pero cuando salieron del consultorio ese día, los planes cambiaron drasticamente sus rumbos.
Ese mismo sábado de suponía que irían a la tienda a comprarlo, saliendo de su cita, pero terminaron comprando todo, menos un chupón.
Cuando entraron a la tienda, Yuri le apretó la mano a su esposo. Fue un reflejo, un acto involuntario. Le dolía, lo sabía. Plisetsky no había entrado a una tienda de Paternidad/Maternidad/Infantil desde aquél día. En un inicio, Otabek creyó que había sido una mala idea, y estaba a punto de tomar a Yuri de la mano, y regresar al auto, ese sábado ya había sido una montaña rusa de emociones, como para empeorarlo ahora.
Pero esa preocupación se esfumo en el instante en el que el omega se perdió entre los pasillos, para tomar una manta de lana entre sus manos. Cuando Beka lo encontro, el omega restregaba suavemente su rostro contra la tela. Yuri le sonrió, a Otabek le encantaba la sonrisa de su felino.
Ambos tomaron la manta y se miraron. Sin pensarlo dos veces, la metieron en una canasta, para comprarla. Pasaron un buen rato urgando en la tienda, buscando prendas y algunas cosas más. Despues de haber perdido a su primer cachorro, la pareja se deshizo de todas sus pertenencias, desde los muebles, la ropa, y los juguetes, cualquier señal que los hiciera recordarlo. Salvo un pequeño conejo de peluche, que Yuri tenía guardado en una caja a las profundidades de su armario.
Se suponía que debían comprar solo el chupón para la fotografía, pero es que simplemente no podían. Caminaron por toda la tienda, buscando algo perfecto para reflejar lo que querían. Un objeto que dijera por si solo "Aquí estoy", pero que también expresara todo el tiempo que esperaron. Algo... como eso.
Yuri encontró un trajecito blanco, para el tamaño de un recien nacido, que tenía en el pecho inscrito "Valió la pena la espera". Supo que ese era el indicado, en el instante en el que lo había tomado. Suspiró cuando Otabek lo rodeó de la cintura, y acomodó su cabeza sobre su hombro.
-Es este...-. le susurró quedito el omega.
El azavache tomó otro traje blanco, que se encontraba bien doblado en la mesa frente a ellos, y levantandolo a la altura del primero, sintió su corazón derretirse. Si, sin duda, era el elegido.
Fueron a la caja, y pagaron los dos trajes y la manta. Esta ultima más por un capricho del omega, que por otra cosa.
En un inicio, Plisetsky no tenía idea de lo que su esposo estaba haciendo, cuando subió al ático y bajó un par de cajas de almacenes plásticas, para vertir su contenido entero en el suelo de la sala.
-Beka, ¿qué es esto?-. le dijo el omega, tomando una jeringa del suelo.
Hacía años que no veía esas cosas, y no se alegraba por verlas. Había tantos malos recuerdos en ellas, como buenos.
-Son todos los frascos vacíos de las medicinas que tomamos-. le dijo, acomodandolos en el suelo. -Cada uno de ellos, desde el comienzo. Los guardé, y las jeringas son nuevas, son las que nunca usaste, pero tampoco se podían tirar. -. Explicó el Kazajo, al levantarse. -las guardé porque son importantes. Cada uno de esos botes, marcaron un antes y un después. Pero de alguna forma u otra nos ayudaron a llegar al ahora. No te los había mencionado, porque los olvidé. Olvidé que los había guardado en el atico, pero te juro que lo hice por una buena razón.
Yuri suspiró y se puso de rodillas junto a su esposo. -Esta bien-. suspiró. -Muestrame lo que tienes en mente.
El azabache le sonrió, y comenzaron a acomodar los frascos y las jeringas. Con forme progresaba, Yuri finalmente comenzó a entender la idea, y en el fondo, le encantó el concepto. Finalmente agregaron los trajecitos en el medio, y pronto todo estaba listo para tomar la foto.
El resultado fue un circulo formado con instrumental medico que rodeaban a dos conjuntos al juego, que tenían inscritos en el pecho "Valió la pena la espera..." "Y la espera, y la espera, y la espera", en inglés.
Ambos no podían esperar por mostrarle esa fotografía a los futuros abuelos.
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Los invitaron a cenar el lunes siguiente. Yuri se había ofrecido a preparar sus famosos Piroshky pero Otabek no lo dejó.
-Te tienes que relajar, amor-. le dijo mientas le masajeaba los hombros. -deja de preocuparte por la casa, lo tengo todo controlado.
El rubio solo rodó los ojos, y acarició a Potya en su regazo. La gata, al igual que el San Bernardo no habían quitado su comportamiento meloso y empalagozo con el omega. A Yuri le gustaba, porque al menos, no se sentía tan solo cuando estaba en casa.
Potya era una felina consentida, una gata de casa muy bien cuidada, que comenzaba a inquietarle la inchazon y el crecimiento del estomago de su dueño. En algunas ocaciones, la minina comenzaba a restregarse con afecto contra la piel lechosa del omega, ya que su vientre se encontraba siempre tibio y caliente, y esto a la minina le encantaba, mientras que en otras colocaba sus patitas sobre el ombligo del rubio, y no dejaba de maullar hasta que el perro practicamente la corría de la habitación. Yuri había escuchado que los gatos eran malos durante el embarazo, pero ese mito urbano era falso. "Los gatos infectados con Toxoplasma gondii", eran los únicos por los que debían preocuparse. Pero por Potya no, ella era una gata limpia, que nunca salía de casa, más por flojera que por otra cosa, tenía todas sus vacunas y se desparacitaba cada 6 meses. Ella era la reina de Yuri. La Salvajibestia por otro lado, era un dolor de cabeza para el omega. Siempre activo, siempre contento, y alerta. No lo dejaba solo ni un momento, lo seguía cada que podía, incluso, se colaba al sanitario y se sentaba a su lado, sin apartar su mirada de encima del omega. Ni siquiera cuando hacía sus necesidades lo dejaba. Era un buen despertador cada mañana, echándoselo sobre la cama, y babeandole toda la cara. También era una buena manta. Pero sin duda alguna, un gran amigo. Aunque él no lo admitiera en voz alta.
Ahora Yuri reposaba en el sillón, incomodo con la ropa que traía puesta. El sueter le picana, y estaba muy caliente, pero era lo único que tenía que aún le hacía ocultar la panza. Alyosha corrió hasta la puerta, apenas escuchó el timbre, y moviendo la manija con la boca y las patas, recibió a los invitados. Otabek corrió tras su perro, para evitar que se escapara. Hasta la fecha no tenía idea de como se las había ingeniedo el perro para descubrir y adiestrarse a abrir una puerta, pero desde que lo había conseguido, cada vez que sonaba el timbre, Alyosha se encargaba de atender personalmente la entrada. Sin duda ese canino era inteligente, demasiado para el gusto de sus progenitores.
-Alyosha, ¡no!
En un santiamén, Otabek lo tomó de la correa, y evitando que se abalanzara contra sus padres, se tiró al piso junto a su mascota. Alyosha ladró con alegria y en ningún momento dejó de mover la cola. Ahora era a su dueño, a quién llenaba de babas en la cara, y los padres del Kazajo rieron ante el espectaculo que aquel enorme perro se cargaba. Yuri se aproximó a su lado, y ayudó a levantarlo.
-Lo siento, no se cuando aprendió eso-. Yuri se disculpó frente a sus suegros. -Olvidamos poner el seguro hoy. Aunque estoy seguro de que a estas alturas, ya sabe como quitarlo...
Mamá Altín lo abrazó con fuerza, y luego lo hizo el padre. Otabek se había excusado un momento, para sacar a su bestia al patio, y otro para quitarse la saliva de la cara.
Cuando Otabek volvió, finalmente merendaron en la sala. A Yuri se le hacía agua la boca por aquellos sandwiches que su alfa había preparado. Y la belada realmente se pasó volando. Cuando estaban a punto de despedirse, Otabek fue por el cuadro. Había mandado a imprimir la fotografía y la habían enmarcado.
Otabek aún recuerda la mirada de sus padres al recibir aquel regalo.
-Abránlo-. les alentó Yuri desde el sillón contrario.
-Es un pequeño agradecimiento, porque siempre han estado a nuestro lado.
-Y porque queremos que nos acompañen, en cada paso.
La señora Altin despojó la envoltura del cuadro, y una pequeña carcajada se le escapó de los labios, sonando casi como un suspiro aliviado.
-¿Están?-. Otabek miró a su padre. -¿Estas? ¿Van a?
-Si-. la mirada estoica del padre de Otabek desapareció, y en un instante el mayor se levantó para abrazar a su hijo.
-Son los primeros en saber-. explicó el rubio.
Plisetsky se sorbió la nariz, y le tendió un pañuelo a su suegra, quien apenas y podía aguantarse las lagrimas.
-Aún estamos en riesgo, y hay altas probabilidades de que ocurra otro aborto espontaneo, antes de las 12 semanas, pero...-. Nadia lo abrazó, y lo envolvió con ternura entre sus brazos, como solo una madre lo haría.
-Lo sé, pero siempre estaremos a tu lado-. le susurró al oído, haciendo que Yuri no pudiera aguantarse las lagrimas. Finalmente Plisetsky correspondió al abrazo.
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Se lo dijeron a Nikolai el día siguiente.
Otabek preparó un par de Syrnikis para la ocación. Los decoró con mermelada, frambuesas, azucar glas, y chocolate. Uno de los platillos favoritos del tradicional anciano ruso. Beka siguió la receta al perfecto, Nikolai no esperaba que le saliera tan bien ese platillo al Kazajo. Pero esa no fue la unica sorpresa que se llevó esa noche.
A la mitad del pequeño postre, encontró un objeto incrustado en el Syrniki, entre la crema y el queso que tenía por dentro. Con sus manos, desató el objeto, y se deshizo de la envoltura. Adentro un papel que simulaba del postre una galleta de la fortuna. Leyó el contenido en su lengua madre, y miró atonito a su nieto.
Yuri le sonrió con una mirada traviesa, Otabek no sabía lo que decía la nota, pero a notar la picarona carita de su pareja, lograba hacerse una idea.
-Eto dva Papa-. le soltó el ruso a su abuelo en su lengua madre.
-¿En serio? ¿Dos?
-Da, Dva-. Yuri levantó dos dedos de su mano, y le sonrió al anciano.
Basta decir que ese día también estuvo plasmado de abrazos.
Lo difícil había pasado, ahora solo faltaba el ultimo paso:
Decírselo a sus amigos. Algo que nunca antes habían logrado.
Pero bueno, ¿Qué tan difícil podría ser?
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