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[6] Calor Humano

Al final, la mudanza fue casi inmediata. La pareja se llevó pocas cajas, de su antigua residencia. La mayoría llenas de ropa, o útiles de cocina. Los muebles fueron vendidos en linea, y el departamento fue puesto en renta. No pasó mucho antes de que este fuera ocupado por algunos universitarios, ya que la zona era muy codiciada.

Por otro lado, Otabek había ganado la autorización, casi a regañadientes, de su esposo, y se consiguió un perro, grande y rudo, como él: un San Bernardo. Yuri no se quedó atrás, odiaba la idea de tener una bestia en casa, y si Beka podía conseguir a su perro, él conseguiría un gato. El felino fue bautizado con el nombre de Potya, y el canino Alyosha. Cuando menos se dieron cuenta, ya había 5 individuos viviendo en la casa.

Si, definitivamente podrían convertirse en esa clase de ancianos que tenía su hogar repleto de animales, pero a ellos no les importaba. Ahora estaban enfocados en encontrar otra cosa en sus vidas: la felicidad.

Para la sorpresa de todo el mundo, no se habían endeudado con la compra de la casa, de hecho, podría decirse que se encontraban en un buen nivel económico. Estable, sobre todo. A pesar de que la propiedad superaba sus presupuestos, las cosas parecían verse bastante bien. La renta del departamento y el pago que brindaban por mes, les había servido de salvavidas para muchas cosas. El amueblado de la vivienda había sido prácticamente un regalo, a lo que tenían planeado gastar, gracias a las constantes promociones que Otabek encontraba, y el alma de caza-ofertas que Yuri se cargaba encima. Beka finalmente logró poner una oficina, en el piso de abajo, Yuri arregló su estudio con cualquier cosa artística que se le viniera a la cabeza, y después de mucho tiempo, ambos estaban comenzando a ser de nuevo ellos mismos. 

Pero sobre todas las cosas, en poco tiempo, habían logrado convertirlo en un hogar. Cálido, y agradable hogar. Eran felices, realmente lo eran.

Alyosha fue consentido con un par de juguetes y una espaciosa cama a su tamaño. Y Potya tuvo tu pequeño pedestal con todos los lujos que un gato podría contar, inclusive tenía su propia caja de arena decorada con su nombre y etiqueta. Aunque siendo sinceros, ninguno de los dos cuadrúpedos gozaba de dormir en sus respectivas camas, y preferían por mucho, colarse a la habitación principal, a robarles espacio a sus dueños, en el lecho conyugal que habían reclamado como propio. Hasta Nesti, el pez, había conseguido sus propios lujos. Con una casa más grande y tantas compras acumuladas, la pecera creció un buen tamaño, y el reino del monstruo marino de la residencia estaba decorado como si de un océano-bosque-embrujado se tratase, con algunos barcos hundidos, calaveras, algunas plantas marinas, e incluso un cofre del tesoro que arrojaba burbujas. Sin duda, ese era el pez más consentido de la casa.

Yuri no quería admitirlo, pero se comenzaba a acostumbrar a despertar por las mañanas, con el enorme perro-bestia a su lado, recargando su cabeza sobre su vientre, esperando caricias y muestras de afecto. A veces, hasta lo abrazaba, y no parecía ser tan malo. Otabek, por otra parte, se estaba cansando de despertar con el voluminoso trasero de Potya en su cara. La gata le había cogido cariño, y solía acurrucarse a su lado, sin consentimiento alguno. Yuri solo se burlaba. ¿Qué más podía hacer? A palabras de su omega, "su pequeña minina tenía una actitud de reina, y se debía hacer lo que ella decía". Una actitud muy similar a su dueño, en opinión del Kazajo.

Los calcetines gruesos, suéteres de lana, y mantas, se hicieron presentes en la época de invierno. Las dulces caricias, y tiernos besos estuvieron en la primavera. Los juegos coquetos, las risas, y piquitos inesperados aparecieron en verano; para el otoño, él uno ya se había vuelto adicto a la presencia del otro, en la forma más romántica, inocente y agape posible. Las tardes, preparando algún postre en la cocina, o sacando a pasear a su bestia; no importaba el momento o lugar, Yuri y Otabek se recordaron de una y mil maneras porque se habían enamorado del otro.

Las citas medicas, como habían acordado, terminaron. El tratamiento que Yuri seguía en ese momento, no eran nada más y nada menos que una vitaminas, en forma de gomitas, que le ayudaban a estabilizar sus hormonas. Si bien, sus ciclos de celo ya habían alcanzado un nivel "normal" gracias a los tratamientos de fertilidad, el embarazo repentino, el aborto espontaneo, y la depresión/sindrome P-A habían causado un desacomodo hormonal. 

Ahora que las cosas estaban bien, y esos acontecimientos habían sido enterrados en el pasado, el Omega solo estaba obligado a tomar esos dulces (así les llamaba) para estar saludable. Por primera vez en su vida, Yuri se había encariñado con una medicina. Y Otabek, ahora podía dormir tranquilo, sabiendo que finalmente, ambos estaban mejorados.

La mudanza de la casa, los ayudó de muchas maneras, para enterrar y olvidar el pasado, & para regalarles una nueva oportunidad de enmendar las cosas, y volver a encontrarse con ellos mismos. Volver a ser lo que eran antes de conocerse.

La relación con sus familias también mejoró gradualmente; en más de una ocación, los Kazajos fueron a visitar la vivienda, y compartieron el pan, en unas hermosas cenas, que parecían veladas hogareñas. Las sonrisas reales y el calor en el pecho de los presentes hacía del ambiente, prácticamente un cuento de hadas. Después de mucho tiempo, Yuri finalmente se había encariñado con sus suegros, cuñados, sobrinos, y concuños. Otabek pudo notarlo, sabía que desde un inicio, había sido difícil para el ruso adaptarse a una familia como la suya, tan grande y revoltosa, con tradiciones tan diferentes. Sabía que su genética podía ser ruidosa, y muy escandalosa, incluso a aquel alfa le parecía en algunas ocasiones que llegaban a ser un poco molestos, por eso no forzó las cosas con Yuri. Sí, estaba más que claro que para él, la familia era primero, y le encantaría que Yuri se volviera uno con los suyos, pero también conocía a su Omega, quien venía de un nido pequeño. Para el omega, las cosas fueron complicadas, siempre habían sido solo él y su abuelo, pero desde que conoció a Beka, sus fronteras se abrieron en todas direcciones.

Sabía que en los últimos años, los Altin siempre estuvieron presentes y dispuestos para cualquier situación. Cuando tomó la mano en matrimonio de Otabek sabía que no solo se casaba con esas orbes chocolates, sino con su cultura, con su ideología, con su persona, pero sobre todo: con su familia. También sabía que en los últimos meses, con todos aquellos problemas de reproducción con los que siempre fueron tan cerrados, se habían apartado en gran medida de la familia de su Alfa. Pero ahora que las cosas estaban más tranquilas, Yuri se propuso de hacer de todo para cambiarlo, y fortalecer el lazo entre aquellos oseznos. Aunque eso significara, pasar varias horas rodeado de una especie distinta, entablando conversaciones de las cuales no se sentía sumamente cómodo, y degustando platillos que le quemaban la lengua, y le revolvían el estomago. Cuando aquel ruso se proponía algo, realmente lograba su objetivo. Yuri aprendió un poco de Kazajo, pasó horas en la cocina, intentando duplicar las recetas que la madre de su esposo hacía, justo y como a su Otabebe le gustaban, e incluso se comportó más amable frente a su familia política. Tal vez por eso se ganó rápidamente el aprecio y el respeto de la mayoría, incluso Ineska, su cuñada, y la hermana más rebelde de Beka, había logrado hacerse una amiga cercana para el rubio.

Su relación con Nadia, la madre de su predestinado, había mejorado muchisimo, la omega pasó largas horas entre bellas conversaciones con su Yerno, e incluso, le compartió los secretos más finos, para mejorar sus recetas y lograr deleitar a Otabek con sus platillos, porque su consejo más sagrado siempre había sido "Si deseas conquistar el corazón de un hombre, primero encargate de conquistar su estomago". Días enteros cocinando a la par, y varios elogios por parte de la kazaja, hicieron que en más de una ocación, las mejillas de Yuri se coloraran. Y es que no era tan bueno cocinando, pero entre ella, y los consejos de su abuelo, había conseguido que Yuri se guardarse un par de trucos bajo la manga.

Nadia comenzó a tratar a Yuri como su propio hijo, y Yuri... él finalmente comenzó a sentir lo que significaba llamarle a alguien "mamá".

Nikolai por otra parte, también estuvo presente en muchas ocasiones, las constantes visitas que hacía a la cabaña, eran por suplicas y pedidos de su nieto. Y aquel ruso, ¡Oh! a él le encantaba aprovechar cualquier situación para mimar y consentir a su malcriado desentiende. Además, Yuri y él eran inseparables; pero desde el aborto, las cosas se habían complicado. Si bien intentó estar ahí siempre, su omega ni siquiera le había dirigido la mirada. Yuri estaba roto, su Yuri... el niño que crió desde que era un pequeño en sus brazos, que acunó y enseñó el mundo; ese niño de orbes esmeraldas, con una actitud muy similar a la suya, su pequeño tesoro y pedasito de oro... Y supo, que había ocasiones, incluso para ellos, en las que lo mejor que puedes hacer, es apartarte y dejar que las heridas cicatricen solas. Aunque te duela y tu alma se parta en mil pedazos.

Cuando el anciano los visitó por primera vez, se quedó pasmado, porque por primera vez en mucho tiempo, había visto a su nieto sonreír. Nikolai extrañaba las risas de su retoño, las sonrisas que iluminaban sus días, y le daban una razón para vivir. Aquel solitario anciano, gozaba los días junto a su nieto, y Otabek. Si, puede que en un inicio dudara mucho de su relación, un felino y un osezno no se veían todos los días; pero después de aquella pésima situación, él mismo vio como Otabek, tomando pieza por pieza, levantó todos los pedazos de la ya rota alma de Yuri, y los había reparado como solo él podía. Otabek había hecho lo imposible, se ganó la confianza, el cariño y el respeto del Señor Plisetsky, y aquel anciano alfa, no podía estar más agradecido con el castaño, por meterse en la vida de su nieto, cuidarlo, y atesorarlo como él alguna vez lo hizo. 

Sin duda, Otabek, era el único, y el indicado de completar a Yuri, así como aquel rubio, era el único que completaba al Kazajo.

Tras el transcurso de algunas semanas, Yuri finalmente volvió a estar en forma, pues la pareja -a ordenes del rubio, claro está-. se puso bajo la estricta norma de una dieta, con cesiones de ejercicio incluidas. Como bien dictaban los planes del omega, el ejercicio volvió a ser parte fundamental de sus vidas, y aunque en un inicio, el kazajo no estaba emocionado con la noticia, pronto comenzó a disfrutar de los resultados. Si bien Otabek siempre había sido un hombre fuerte, con los músculos marcados, había dejado casi completamente el deporte tras casarse. Nunca había sido esa clase de persona que se dejaba ir tras el matrimonio, y subía de peso sin saberlo, de hecho, seguía en forma, y se preocupaba por la salud de su cuerpo, pero no le apetecía mucho ir al gimnasio. Ahora que Yuri lo obligaba a acompañarlo, las cosas cambiaron un poco en su perspectiva. Ir con Yuri a levantar pesas una clase a la semana no era malo, le gustaba pasar tiempo junto a él, y no debía ir a todas las otras actividades a las que Yuri se había inscrito (como pilates, yoga, y ballet). Además, podía gozar de la vista, que por cierto, se había vuelto sensacional.

Y Yuri... él volvió a bailar. Se transformó en ese alma libre que siempre había sido.

Cuando Otabek conoció a Yuri por primera vez, pensó que tenía una persona bellisima. Desde el comienzo, Yuri siempre había sido un chico delgado, demasiado, la verdad; al grado, de darle la sensación al kazajo, de que en cualquier momento se rompería, igual que un palito mondadientes. Esa mentalidad cambió cuando comenzaron a salir, y Otabek... él se había enamorado completamente de su persona. A aquel alfa, poco o nada le importaba la apariencia, tenía la mente ocupada en otras cosas, como enamorar a aquel omega de ojos esmeralda. Cuando fue su luna de miel, llegó a impresionarse de lo fino que era el cuerpo de su compañero de vida, pero nunca llegó a quejarse de nada; él estaba enamorado. Pero tras ver lo que los tratamientos medicinales le hicieron a su omega, confirmó que no le importaba el físico, sino el bienestar de su familia. Otabek vio a Yuri engordar en más de una ocación, subir de peso al grado de hacer que los pantalones le ajustaran; y bajar de peso, hasta volverlo un esqueleto, con la piel casi como si fuera una manta, cubriéndole los huesos, ocasionando que su ropa casi se cayera de lo holgada que se volvía. 

Pero ahora, Yuri había recobrado el control total de su propio cuerpo; y el peso que había ganado gracias al constante ejercicio y las vitaminas, lo hacían lucir de maravilla. Su figura se había vuelto un pedestal, su vientre delgado, y sus manos finas la encantaban a Otabek, pero sus nuevas curvas, esas se habían hecho notar considerablemente, y no tardaron en prácticamente hipnotizaron al kazajo, quien estaba más que contento, con la nueva estructura osea de su omega; y se disponía a disfrutarlo tanto como pudiera. 

Inició de manera discreta, casi imperceptible, Otabek le lanzaba una mirada coqueta o dos, a su omega,y le sonreía como ningún otro; sus actos y mimos continuaron creciendo, hasta el punto de volverse empalagoso. En algunas ocasiones, Yuri llegaba de pasear al perro, del gimnasio, o del trabajo, y era recibido con una oleada de ósculos y cálidas caricias que lo hacían derretirse como chocolate en microondas. En otras, era Yuri quien tomaba el control de la situación, y el encargado de guiar coqueta-mente a su marido a la cama; de llenarlo de mimos, y robarle besos por toda la noche, sin dejarlo dormir. A veces, cuando estaban solos, Yuri le soltaba una juguetona nalgada a su alfa; y solo después se sonrojaba, pero ¡como no iba a aprovecharlo! ¡si Otabek parecía un jodido héroe esculpido por los dioses! O al menos, eso pensaba el omega, quien agradecía cada día porque el trasero de su alma gemela, era el más bello y perfecto del mundo. Al menos, a sus ojos, claro está.

Yuri amaba el trasero de Otabek, si tuviera que poner todas sus características en lista, sin duda alguna, su trasero sería la mejor en muchos aspectos. Si, Beka podía ser fuerte, y alto, musculoso, y un estupendo cocinero, sus platillos eran un deleite total, y sus postres casi se derretían en tu boca, apenas los probaras; también era bueno con las herramientas, armando cosas, y reparando casi cualquier artefacto, el felino de ojos esmeralda llegó a morderse los labios en más de una ocación, cuando quedaron varados a plena carretera, en algún viaje que hayan hecho, mientras el castaño arreglaba el motor de su carro con sus manos, y se llenaba de aceite la camiseta; Altin también era bueno escuchando, y cuidando, la tierna manera en la que miraba a Potya, o la forma en la que acariciaba a Alyosha lo hacían recordarse lo a diario; pero sobre todo, Otabek tenía un buen cuerpo. No, mejor dicho un excelente cuerpo. Excelente trasero. Si, la respuesta era esa: un excelente trasero, que le giraba el mundo a Yuri, y lo hacía babear cada mañana cuando se levantaba de la cama.

Si, podían llevar casi 6 años de matrimonio, pero Yuri aún se sentía mariposas en el estomago, y se sonrojaba de la vergüenza por su marido.

Tal vez Plisetky odiaba la forma melosa y empalagosa en la que los Nikiforov se comportaban, como dos gomas de mascar pegadas en cualquier lugar en el que estuvieran. En lo personal, encontraba su comportamiento insoportable; pero ahora que él y Otabek habían caído bajo el mismo juego macabro, no podía evitar sentirse como el chico más feliz y afortunado de la tierra. Otabek lo hacía sentir como si fuera el único del mundo, y las miradas que le lanzaban, confirmaban sus sospechas: definitivamente era el único, el único para los ojos de Beka. La diferencia, era que el matrimonio Altin-Plisetsky sabía en que momentos y lugares comportarse como dos adolescentes empalagosos, y en donde sentar cabeza, y actuar como los adultos "responsables" que eran; no como el Nipón que contrajo matrimonio con aquel calvo Ruso, a quienes las palabras Intimidad y el Espacio personal no parecían estar dentro de su vocabulario. 

No supo en que momento pasó, pero Yuri comenzaba a disfrutar de su trabajo. Le gustaba su rutina, e incluso las personas que se cruzaban en su día: a Yuri le gustaba su vida. Las pequeñas acciones, y escenarios simples se volvieron sus favoritos, desde los días soleados en los que salía por un helado, tomado de la mano de su oso, o los almuerzos que se pasaban volando en su trabajo, entre entretenidas charlas y chismes con Yuuko; hasta las noches lluviosas, que compartía entre las sabanas de la casa con el amor de su vida.

Altin por otro lado, se encontraba como adolescente enamorada; hasta su mejor amigo: Leo lo había notado. Lo habían promovido en su trabajo, y ahora trabajaba con una nueva compañía que necesitaba su apoyo, con la promoción de una nueva linea de productos, y él, como diseñador y gerente de Marketing estaba más que encantado de finalmente tener en sus manos, un proyecto solo -después de todo, no siempre conseguía peces tan gordos como ese-. En sus tardes, o fines de semana, salía con Leo a cualquier lado, y aquellos fugaces momentos en los que Yuri se colaba a sus pensamientos, sus mejillas no tardaban en colorarse, y sus ideas coquetas lo hacían ponerse nervioso. Había momentos, en los que su instinto de alfa lo dominaban por completo, y solo anhelaba estar al lado de Yuri, de la manera más empalagosa posible.

Las temporadas de Celo, por otra parte, fueron más calmadas y divertidas de lo que esperaban. En el pasado, se sentían ahogados, cuando cada mes llegaban esos días de calor, y caía un gran peso sobre sus hombros, porque en el fondo anhelaban que a producto de su amor, se produjera un positivo en las pruebas de embarazo. Cada ciclo eran más sentimientos de desesperanza y desesperación los que se ponían en juego; más razones para sumarle gotas a la nube negra que los seguía y atormentaba. Pero ahora, que las cosas eran diferentes, y que poco les importaba el resultado de sus noches desveladas, el camino se había tornado diferente. Eran horas las que pasaban entre caricias, y risas en los labios del otro, recorriendo lentamente y sin prisa o preocupación alguna el cuerpo y la piel de su opuesto, se tomaban su tiempo para disfrutarlo, en donde fuera, cuando fuera, y como fuera. Tomar las riendas a paso lento había sido una de las mejores decisiones de sus vidas.

Aunque también, le decidieron dar un toque divertido al asunto. Algunas aventuras entre los pasillos de su casa, o las veladas románticas en el baño, se vieron opacadas por la coqueta lencería de encaje, y ceda que Yuri portó en algunas ocasiones, producto de los regalos de Mila, en su despedida de soltera, hacia ya varios años, pero que jamás se habían podido estrenar. Si, sin duda, una de las mejores épocas de sus vidas.

Pero no todo era color de rosa en sus vidas. La temporada de celo sin duda era divertida, pero no siempre era como la pintaban en las películas y novelas juveniles, en las que no se hacía otra cosa mas que sentar cabeza y tener sexo todo el día, donde los instintos animales dominaban por completo a los protagonistas y parecían más bestias salvajes que personas. La realidad siempre era distinta. Si, durante los días de celo el cuerpo manifestaba un poco más los instintos animales, pero solo se agudizaba un poco el olfato, se dilataba la pupila, el aroma incrementaba, y se sensibilizaban las emociones, y el cuerpo, pero nada más; no había ni gruñidos, ni dependencia total al sexo. Uno podía decidir sobre su persona, no perdía el control de si mismo. El cuerpo también se preparaba, porque se trataban de los días más fértiles, por lo que era normal de vez en cuando mojarse un poco los pantalones, pero no era nada del otro mundo, o algo que no se pudiera solucionar con una toalla sanitaria Durex o Kotex. Para algunas personas, había fiebre, mareos y de vez en cuando algunos cólicos, estos obviamente variaban dependiendo de cada individuo.

¿Y Yuri? Gracias a su baja producción de hormonas, y ciclos casi indefinidos, no debía de preocuparse por los síntomas secundarios, incluso había ocasiones en las que ni él mismo se enteraba que estaba en celo. Eso, hasta que comenzó con el tratamiento hormonal. Tras la regulación de sus ciclos, Yuri descubrió que los ciclos eran divertidos, y coquetos, que podía provocar a Otabek fácilmente con su aroma, y que los cólicos eran lo peor que existía en el mundo. Yuri nunca fue de esos que se mareaba fácil, ni se quejaba del calor en su piel provocado por las hormonas en su cuerpo, había pasado cosas peores durante sus cesiones medicas, soportaba fácilmente las molestias. De lo único que no lograba acostumbrarse eran los cólicos, que rara vez aparecían. Algunas veces eran sutiles, casi imperceptibles, y en otras lo hacían querer recostarse en la cama todo el día.

Otabebé era el mejor alfa del mundo, cuando se trataba de consentir a su malcriada pareja. Se encargaba de llevarle té a la cama, y acurrucarse a su lado esos días de malestar. También le preparaba el desayuno, y le regalaba chocolates cada vez que llegaba su celo. Tal vez porque estos amortiguaban y evitaban el insoportable sentimiento de los cólicos, o quizá porque son afrodisíacos naturales. Cual haya sido su razón, funcionaron producentes a su favor.

Fueron miles las noches las que pasaron juntos, donde unieron cuerpo y alma para hacer uno solo. Donde olvidaron los malestares de sus cuerpos para saciar la necesidad de deseo. Pero sobre todas las cosas: donde se demostraron el amor, cariño y aprecio, que el uno, sentía por el otro.

Porque si bien el Eros se mostraba en sus vidas,
El amor que aquella pareja compartía, era y siempre sería Agape.

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