[20] Posparto & Adopción
Volver a su casa, después de dar a luz a dos bebés, fue mucho más difícil para Yuri de lo que creía.
Para empezar, los síntomas pos-parto eran terribles; le dolía todo el cuerpo: la espalda, el vientre, la entre-pierna. Oh, maldita sea, la entrepierna. Ir al baño era un infierno, le dolía sentarse, estaba completamente irritado, y tenía mucha presión sanguínea en esa zona.
Eso sin mencionar el desecho.
Bueno, algo que no te decían en ningún lado, es que después de parar tu celo por los 9 meses del embarazo, y tras deshacerte de la placenta, tu cuerpo se encarga de juntar todo lo que se hubiera producido en esos celos, y expulsarlos por el mismo canal de parto, como si de una enorme menstruación de tratase. Y no, no era bonito, y claro que era mucho peor de lo que se escuchaba.
Yuri tuvo que utilizar unas toallas sanitarias pos-parto sobre sus boxers por al menos tres semanas. Esas cosas eran tan grandes, que podrían hacerse pasar fácilmente por un pañal. En el pasado, le hubiera avergonzado tener que usar esas cosas, pero a esas alturas, ya no le importaba, le dolía el maldito culo, a pesar de haber tenido a sus dos hijos por cesárea, y no iba a ponerse a refutar. No podía imaginarse que tan doloroso sería si los hubiera tenido naturalmente.
Cerró los ojos y negó con la cabeza. Definitivamente no quería la respuesta a eso.
-¿Está todo listo?-. escuchó a Beka preguntarle, mientras levantaba la segunda sillita mecedora, donde se encontraba su hijo, del suelo.
-Si-. Yuri salió de sus pensamientos y cerró el zíper de la maleta frente a él.
Miró una ultima vez la -ahora vacía- habitación de hospital donde había pasado esos últimos meses, y no pudo evitar sentir un poco de nostalgia. Le entregó la maleta a su suegro, quien la aceptó gustosamente. El padre de su esposo le tendió una mano para que pudiera sentarse en la silla de ruedas a su lado -por mero protocolo del hospital, claro estaba- para poder finalmente irse de ahí.
Yuri suspiró, y apretó las manos, cuando una enfermera comenzó a empujar su la silla por el pasillo. Plisetsky llevaba una camisa verde de paternidad, tan holgada que lograba cubrir toda la extensión de su vientre, y unos viejos pantalones deportivos que seguramente pertenecieron a Otabek durante la universidad. Habían pasado 48 horas desde la cesárea, tal vez más, pero su estomago no daba ningún indicio de que los cachorros ya hubieran nacido, la doctora le dijo que bajaría la inflamación un poco con el tiempo, pero que no desaparecería por completo, después de todo, Yuri ganó casi 23 kilos durante su embarazo, y los bebés solo pesaron 6 entre ambos.
Si quería ayudar a que la inflamación bajara, tendría que utilizar una faja. Gracias a dios Yuuko era una diosa, y no pasaron más de 15 minutos desde que Plisetsky le habló para preguntar consejo, cuando la castaña se presentó en la casa del omega para prestarle la faja que ella utilizó con sus trillizas, y además regalarle un par de mantas-venda para intentar una faja de amarrado manual. La chica le explicó que el tipo de amarrado se llamaba bengkung belly binding, y que se hacía como un tipo de arte para los omegas post-parto, la faja se colocaba desde la cintura hasta el pecho, y la nipón se tomo la molestia de amarrarle la prenda a Plisetsky, mientras le explicaba paso al paso el procedimiento.
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Yuri no recordaba la ultima vez que había dormido.
A esas alturas, ya no se tomaba la molestia de ver el reloj en la mesita de noche, solo suspiraba y se levantaba de la cama.
Las primeras noches, salía corriendo en cuanto escuchaba los llantos de sus cachorros, pero tras un par de semanas, la energía se le fue agotando de a poco.
Otabek y él habían hecho un sistema, para no morir del agotamiento, y ese sería: Atender a los bebés en la noche, una vez cada día par o non. Los días pares, le tocaba a Yuri. Y los nones, a Otabek. Así, podrían dormir toda la noche mientras el otro los cuida. En caso de que necesitaran ayuda, solo debían llamar por el monitor de bebés.
Aunque bueno, esa era la idea, pero obviamente ninguno de los dos respetaba las reglas. Ambos terminaban siempre despiertos, mirando las enormes ojeras del contrario, mientras cargaban a ambos cachorros, en el cuarto de los bebés a altas horas de la madrugada.
Siendo sinceros, la pareja de padres primerizos no hubiera sobrevivido su primer mes de paternidad, de no ser por los padres de Otabek, quienes -a petición de Yuri- se quedaron a ayudar a los bebés, y les dieron algunos buenos consejos. Lamentablemente, la mujer Altin era una persona muy liberal, e insistió en que podrían hacerlo solos, que no necesitaban de su ayuda, y los abandonó a su suerte tras 4 semanas concluidas.
Si, obviamente contestaba las llamadas de su desesperado hijo pidiendo consejo, pero no iba corriendo a cuidar de sus nietos, porque a sus palabras: "Aprenderían con la practica".
Y efectivamente, así fue. A veces por las buenas, y otras tantas por las malas, pero Otabek y Yuri aprendieron a sobrevivir en una casa con dos bebés, un gato, un perro y Nesti. Por poco olvidaban a Nesti.
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Yuri recuerda bien la vez en la que Otabek cambió la primera popó sólida de Kolenka. O la ocasión en la que Nikolai Jr. decidió ir al baño, justo en el momento que le quitaron el pañal. Sip, la habitación se convirtió en una fuente de orina, y el dúo de idiotas estuvo a punto de volverse loco, pero lograron controlarlo. Con el tiempo, comenzaron a cambiar pañales con los ojos cerrados.
Un buen consejo que Beka aprendió de una revista, y que Yuri agradecía eternamente por eso, era conseguir un calentador de biberón para la primera planta, y otro para la segunda. Así sería más fácil preparar las formulas, en caso de que los cachorros comenzaran a inquietarse por el alimento -y usualmente así era-.
Otabek y Yuri se volvieron como una maquina. No necesitaban de una alarma para saber cuando debían levantarse por los bebés, se comenzaron a comunicar con tan solo miradas, para evitar hacer ruido y despertar a los cachorros, se cuidaban las espaldas, y se aseguraban de que el otro tuviera los cuidados básicos cada día -como comer 3 veces, y dormir al menos 2 horas por día-. Cosas como bañarse, o poder ir al baño por más de 4 minutos, era un privilegio que ninguno podía darse, al menos, no a diario. Pero las cosas iban viento en popa.
Al menos, hasta que Otabek volvió a trabajar.
Las licencias de Paternidad, eran por mucho, más cortas que las de Paternidad gestante. Por eso, Yuri estaba a punto de volverse loco.
Quedarse solo, con dos niños, mientras Otabek trabajaba, era, sin duda alguna, una pesadilla.
Y no era que Otabek no lo apoyara, al contrario, en cuanto volvía, se encargaba de ambos bebés, los alimentaba, hacía eructar, cambiaba, y cuidaba, para darle algo de tiempo de descansar a Yuri, pero es que simplemente, no podía.
Otabek siempre fue una persona espontanea y detallista, era una de las cualidades que había enamorado a Yuri en primer lugar. A veces, sin motivo o razón, el castaño le enviaba flores o chocolates, sin necesitar de una ocación como San Valentin, para demostrar su amor. Obviamente con los años disminuyó, pero esa buena costumbre no había desaparecido.
El problema, era que las cosas que antes hacían feliz a Yuri, ya no servían.
Ese día, por ejemplo. Otabek paró en el camino del trabajo a su casa en una florería, y le compró a Yuri el ramo de Rosas más hermoso que había. Luego, le escribió una breve tarjeta, que firmó con un "Te amo", y llegó a la casa dispuesto a entregar lo.
Yuri estaba sentado en el sillón, cuando Altin entró. Por su aspecto, el alfa dedujo fácilmente que no había tomado un baño ese día -o el anterior a ese, ni el previo a ese tampoco-, que no había tenido tiempo de cepillarse el cabello, y que alguno de los bebés había devuelto la leche que estaba tomando sobre el pecho de Yuri.
Plisetsky suspiró pesado, mientras pujaba manualmente una maquina que se conectaba a su pecho, estaba succionando leche para ponerla en las botellas, por el silencio, debías saber que los cachorros estaban dormidos, y por la expresión del rubio, que le dolía el pecho a Yuri por tanto liquido acumulado.
-Buenos días amor-. fue callado abruptamente por un "Shhh", por parte del omega. -Te traje flores-. Soltó esta vez más bajito, acercándose al sillón, para tenderle el ramo a Yuri.
El Plisetsky solo las tomó, las miró por unos segundos, y las dejó en el sillón, antes de continuar con la extracción de leche.
Unas cuantas horas más tarde, el castaño se animó a preguntar si no le habían gustado, a lo que su omega respondió rápidamente "Si, si, me encantaron. Las puse en un florero". Y era cierto, estaban en un florero en la entrada, pero ni siquiera se había tomado la molestia de leer la nota. Tal vez ni siquiera se había percatado de ella.
La verdad no lo sabía, pero tampoco podía sentirse enojado con Yuri, porque su carita estaba completamente demacrada. Grandes ojeras y tez pálida lo hacían ver como un maniquí. Pero pese a lo mucho que Otabek también cuidaba de los niños, no encontraba una forma de hacer a su Yura feliz, o aligerarle la carga.
Tal vez fue el destino, o era el simple hecho de que Jean era un metiche, eso no lo sabía, pero el canadiense terminó escuchando una conversación entre Beka y Leo acerca del tema. J.J. le aconsejó no darle flores, ni chocolates o joyas, le dijo que eras cosas ya no importaban, y que si quería hacerlo sonreír, entonces debía de enfocarse en los niños.
Al inicio no lo entendió, pero luego cayó en cuenta de las sabías palabras de Lerroy.
Las flores no servían de nada, solo las admiraría unos segundos antes de admirarlas como el ultimo ramo. Estaría tan ocupado con los bebés, que no podría cuidar de las plantas, y terminarían marchitándose en una esquina, haciendo solo más basura para limpiar.
Las joyas, como collares, o anillos serían un peligro, porque al momento de cargarlos o amamantar, los cachorros podrían meterlos a su boca, o peor, jalas las cadenas de los collares hasta romperlos.
Y los chocolates... Bueno, Yuri estaba intentando recuperar su peso, ¿no? Darle más azucares y carbohidratos lo harían sentir mal, al grado de enojarse y llorar. Otabek aprendió ese ultimo por las malas, cuando Plisetsky le dijo "¿Intentas engordarme más? ¿Qué no te bastó con los dos niños, pedazo de idiota?". Ese día también aprendió una valiosa lección, y es que no debes llorar cuando los bebes están llorando, porque entonces todos estarían llorando, y nadie lograría calmarse.
Así que volvió a pedir consejo de su compañero de trabajo, y sorpresivamente, lo obtuvo.
La siguiente ocación, Otabek no trajo más flores o chocolates. En su lugar, llegó callado a la casa, con comida recién comprada. El aroma le llegó a Yuri desde la bolsa que Altin dejó en la cocina.
-Hola mi amor-. Le susurró al oído antes de plantarle un beso en la mejilla. -Y hola, a ti también-. Le dijo a Kolenka, quien estaba a mitad de su sesión se eructos, post-alimento. Nikolai permanecía dormido en el cunero frente a ellos.
En un movimiento rápido, Otabek tomó a la niña, la colocó sobre su hombro -no sin antes haber colocado una pequeña toalla bajo este- y continuó con la tarea que Yuri estaba haciendo, tan solo unos segundos previos a su llegada.
-Te traje un regalo-. Le dijo el castaño, con esa misma sonrisa de cómplice.
Posteriormente, utilizó la mano que le quedaba libre para entregarle una canasta al rubio frente a él.
El contenido eran algunas bombas de baño de todos los olores favoritos de Yuri, un par de barras de jabón que a Plisetsky le encantaban, porque dejaban su piel suave, una vela arómatica con fragancia a pastel de cumpleaños -humm su favorita- y un conjunto recién comprado de pijamas negros.
-Toma un baño de burbujas. Relájate. Yo cuido de estos diablitos, mientras lo haces. Y en cuanto termine con esto, serviré la comida. No te molestes en bajar, planeo llevarla arriba.
Yuri no tuvo tiempo de responder, cuando Altin ya lo estaba guiando a la escalera.
-Vamos, te lo mereces. Haces un gran trabajo cuidando de ellos. No olvides cuidar de tí.
Ese día, por primera vez desde que tuvo a sus cachorros, Yuri pudo tomar un baño de burbujas, y como no, se tomó la molestia de estrenar la vela.
Para cuando salió del baño, Kolenka estaba bien dormida en su cunero y Otabek jugaba con Nikolai, haciendo trompetillas en su pancita. El felino menor reía y movía inquieto sus piernitas ante el tacto. Yuri sentía una parte de su corazón derretirse cada vez que veía a Beka cuidar de esa forma a sus cachorros. La manera en la que los veía, el tono de voz con el que les hablaba, y el cariño y protección que irradiaba. Mierda, era tan bello, que no pudo evitar soltar un suspiro.
Otabek giró la cabeza para verlo, y las pupilas se le dilataron. Es que mierda, Yuri se veía bellísimo. Con el cabello mojado y aún enmarañado, esos ojos agotados, pero esa carita ya limpia y lavada, hacían como si el pobre hubiera revivido del infierno.
-Te amo-. las palabras salieron sin consentimiento de la boca del omega.
-Ven aquí-. Le dijo Altin haciéndole espacio en el sofá. -Yo también te amo.-. le susurró antes de devolverle la atención al felino menor entre sus manos.
Otabek pudo sentirlo, el momento en el que se le formó a Yuri una sonrisa en los labios.
Y eso.
Eso era más que suficiente.
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El cuerpo de Yuri nunca volvió a ser el mismo.
Intentó dietas, ejercicio, pero simplemente nada daba resultado. Además, pasaba tanto tiempo ocupado con los cachorros, que era una tarea imposible darse tiempo para ejercitar. Ni se hablara de cuando comenzaron a caminar, porque estar tras ellos era una tarea de tiempo completo.
Otabek nunca hizo tanto ejercicio en su vida, hasta que Kolenka dio sus primeros pasos. Tal vez él y Yuri no levantaban pesas, pero corrían tanto detrás de sus hijos, que debía contar como mínimo, entrenamiento olímpico.
Lamentablemente eso tampoco ayudó a la figura de Plisetsky.
Que va, con los meses, finalmente la hinchazón de su vientre bajó en gran escala, pero su cuerpo había aprendido a acumular grasa. Antes Yuri sabía como trabajar su cuerpo, pero tras el embarazo se volvió un acertijo nuevo. Con el tiempo, cayó en cuenta de que todo lo que ganaba se cumulaba en su cintura baja y posaderas. Otabek pensaba que Yuri tenía una perfecta forma de pera, y mierda, eso no le molestaba en lo absoluto. Podría decirse que hacía todo lo contrario.
Le encantaba ver como los "Love handles" en los costados de Yuri hacían presencia cada vez que se sentaba, y la forma en la que utilizaba la grasa de su vientre para cargar más fácilmente a ambos cachorros.
Eso sin contar lo grande y robusto que se había vuelto su trasero.
No, no tenían tiempo para sexo, pero despertar cada mañana al lado de ese trasero era más que suficiente para el osezno.
-Buenos días-. le susurraba con cariño a la piel baja de su omega al despertar.
Cada vez que se agachaba a besar los labios de Yuri, sus manos se colaban hasta las posaderas del rubio y apretaban ese exquisito trasero. Plisetsky solo rodaba los ojos y le sonreía en respuesta.
En una ocación, cuando Yuri inspeccionaba su figura en el espejo, se dio cuenta de lo que hacía algunos meses Otabek le dijo en el hospital era cierto. Lucía justo como un tigre.
Sonrió, y en ese momento no le importo que no fuese capaz de abrochar sus pantalones negros favoritos, simplemente disfrutó de la vista de su propio cuerpo.
Pasó lentamente las manos por cada una de las estrías que se le habían formado, trazando delicadamente con sus dedos el mismo trazo que estas dejaron sobre su piel, mientras recordaba lo mucho que su cuerpo había pasado durante esos últimos 8 años.
El único pensamiento que cruzó por su mente en ese momento, fue gracias. Un agradecimiento enorme a sí mismo por haber soportado todo para llegar al punto en el que estaba el día de hoy.
Mierda, merecía un premio.
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Cuando Kolenka cumplió un año de edad, armaron una gran fiesta dentro de su propia casa. Yuri recuerda lo mucho que tardó Otabek en vestir a su osezna con ese vestido celeste, y lo muy mono que se veía Nikolai con su atuendo de pajecito blanco. El pastel era blanco con espotes celestes, y en una preciosa letra cursiva decía "ES MI PRIMER CUMPLEAÑOS, -KOLENKA".
Invitaron a todos sus amigos, la familia de Otabek se reunió para la ocación, y Nikolai se soltó llorando cuando cantaron las mañanitas.
-Oh, amor-. Rió Yuri por lo bajo mientras lo acercaba a su pecho para calmarlo. Otabek en cambio, ayudó a su niña a soplar la velita del pastel.
Estaban en medio de la ola de aplausos, post -"feliz cumpleaños", cuando el teléfono de Altin comenzó a sonar. Lo sacó, dispuesto a colgar al instante, pero sus manos llenas del betún, cortesía de Kolenka, hicieron que las teclas del teléfono presionaran "aceptar".
El osezno rodó los ojos, y le alborotó el cabello a su niña -con la mano limpia- antes de levantarse y alejarse de la mesa para contestar. Yuri le hizo un gesto para que dejara el teléfono, ¡era la fiesta de cumpleaños de su pequeña reina, por el amor de dios! Altin levantó un dedo, en señal de acuerdo.
-Dame un segundo-. Le dijo a Plisetsky escuchando lo que decían al otro lado de la línea.
-¿Señor Altin-Plisetsky?
-Si es del banco, todo esta pagado. Compañías de teléfono o cable, no gracias. Y-
-Somos del centro de adopción Betany Christian Service. Su solicitud de adopción fue ingresada hace 23 meses, y nos complace anunciarle que tenemos un emparejamiento con ustedes.
El corazón se le cayó al suelo. En cuanto Yuri vió el rostro pálido de su esposo, dejó a Nikolai en brazos de Yuuko, antes de acercarse a ver lo que sucedía.
-¿Qué quieren decir?
-Hay una niña de 4 años, dentro del sistema, que ha sido emparejada a su folio. Le enviamos la información por correo, si gusta revisarla. Fue abandonada con 6 semanas de edad, y se convirtió en un numero en el sistema desde entonces. Las especificaciones de su solicitud los vuelven compatibles para darle un hogar.
Otabek se alejó del teléfono, ingresó a su correo y verificó lo que le decían. Era cierto. La foto de una niña de tez negra y ojos chocolate aparecía en la pantalla, junto a su registro de historial medico y familiar.
-No tiene parientes, y ha pasado por al menos 16 casas dentro del sistema Foster. ¿Están interesados en convertirse en sus tutores legales?
-¿Beka? Cariño, ¿Qué sucede, amor?-. Yuri lo tomó del hombro.
Otabek no tardó un segundo y arrastró a Yuri hasta el estudio, donde, tras cerrar la puerta, colocó la llamada en el altavoz.
-¿En qué consistiría aceptar?
-En caso de que acepten la adopción de Nikeila. Tendrían que aprobar una revisión de casa, para asegurarnos de que tengan lo necesario y estén aptos para cuidar de ella y darle una buena calidad de vida. En caso de que pasen la breve revisión, se convertirían en los tutores legales de la niña.
Yuri se llevó una mano a los labios, y Otabek le mostró la foto de Nikeila.
Habían olvidado por completo el programa. ¿Cómo es que habían olvidado que estaban inscritos en el programa de adopción?
Se dieron una breve mirada, apretando los labios y con los ojos goteando. No necesitaban palabras para discutir esa conversación.
-Si, si.
-Aceptamos-. soltaron al uniso.
Yuri se sorbió la nariz, y sintió los brazos del castaño envolverlo en un abrazo.
-Perfecto. El procedimiento empezará de inmediato. El martes la trabajadora social visitará su residencia. Muchas gracias, y estaremos en contacto.
Cuando la pareja salió del estudio con los ojos llenos de lagrimas, los invitados se apresuraron en preguntar que era lo que había pasado.
-Yuri, ¿Todo esta bien?-. Mila se acercó a tomarlo del hombro. Desvió la mirada a Otabek.
-Si-. le respondió el omega quitándose los rastros de agua de la cara. -vamos a-. Miró a su esposo, y Beka le sonrió.
Su mirada lo decía por si solo: "Continua", así que lo hizo.
-Vamos a adoptar un bebé-. la voz se le quebró con esa ultima palabra.
-Nos asignaron a una niña. Acaban de contactarnos-. terminó Otabek.
Y después de eso, hubo más abrazos y llanto.
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El martes llegó demasiado rápido.
Yuri se sentía nervioso, porque creía que debía ordenar más la casa, aunque Otabek le insistía en que estaba impecable -bueno, tan impecable como una residencia con dos cachorros de 1 año y 10 meses pudiera estar-. Plisetsky hasta se había tomado la molestia de vestir a los niños con un par de trajecitos al juego.
Parecía tan exasperado, que Otabek creía que se soltaría llorando o temblaría todo el tiempo frente a la trabajadora social. Lamentablemente, él fue el que ocupó ese papel. Plisetsky estaba fresco como una lechuga, tan tranquilo y relajado que nadie creería que tan solo minutos antes estaba a punto de un ataque de pánico. El alfa, temblaba tanto, que tiró una galleta de limón al suelo, y luego se disculpó 10 veces por el echo. Posteriormente, se disculpó por haberse disculpado, y siguió así por un rato hasta que Plisetsky entrelazó sus manos en silencio. El tacto con su omega lo relajaron de inmediato, y se sintió avergonzado por eso.
La omega frente a ellos no lucía amenazante, de hecho era muy dulce, pero por alguna razón, para el alfa era una persona realmente intimidante. Y es que, dependía de ella que pudieran adoptar a Nikeila.
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Recibieron una llamada unos días más tarde.
"La papelería y la inspección parece estar correcta. Felicidades, oficialmente son los padres de Nikeila".
Otabek nunca estuvo tan feliz de recibir una llamada en su vida, y se aseguró de llevar una caja de pañuelos en el bolsillo cuando fueran a recogerla.
Alistaron un cuarto, y prepararon una sillita de su tamaño para el asiento trasero del carro. Otabek se había alegrado de tener una camioneta y haber vendido su carro de soltero cuando comenzaron los tratamientos de fertilidad, de lo contrario, tal vez estaría colapsando por no tener lugar para tres asientos infantiles en el auto.
Llevaron a los bebés cuando los presentaron, el alfa cargaba a ambos con una cangurera, y Yuri fue el que abrazó a la niña primero. La conocieron cuando ella dibujaba flores en una mesa con otros niños, al parecer le gustaban las crayolas, y el color morado.
Cuando levantó la cabeza, al aberse acercado un trabajador del lugar, pudieron ver como una sonrisa se formaba en sus labios. No podían escuchar lo que le decían, pero por las expresiones que hacía, y la manera en la que los señalaban de lejos, era facil deducir que le estaban informando que sus "nuevos papás" finalmente habían llegado.
La niña buscó con la mirada el lugar donde el trabajador social había señalado, y en cuanto sus ojitos se cruzaron con la pareja, Otabek juró que su mirada se iluminó. Nikeila sonrió, y se levantó de inmediato, dejando atrás su dibujo, se apresuró a acercarse a ambos.
Yuri se puso de rodillas para estar a su altura y saludarla. Esperaba primero decirle un "Hola", pero lo que recibió fue un gran y fuerte abrazo.
Otabek sintió su corazón volverse calientito ante aquel acto. El rubio se levantó lento, sin soltar a la niña en sus brazos.
En serio, ¿eso era real? ¿Lo que sucedía no era un sueño?
¡Que alguien lo pellizcara! ¡No! ¡Esperen!
No lo hagan, porque entonces despertaría, y quería permanecer con esa felicidad para siempre.
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La vida nunca fue más domestica y encantadora.
Obviamente costó un tiempo acostumbrarse, pero tras un par de años, las cosas fueron más fáciles.
Yuri se levantaba temprano, vestía a su princesa y la peinaba para la escuela. Otabek hacía el desayuno, y cambiaba a los bebés, luego llevaban a los niños a la primaria y el prescolar, posteriormente cada uno se iba a sus respectivo trabajo, y volvían para la tarde.
Otabek era el encargado de cocinar, y Yuri el de traer a los niños del colegio.
Si, era una casa ruidosa.
Y si, había muchísimo desastre.
Pero como se divertían.
Yuri consiguió el puesto que tanto anhelaba, y se alegró muchísimo de que su nueva posición fuera más flexible que su antiguo puesto de trabajo.
Otabek le enseñó jardinería a los cachorros, o mejor dicho, lo intentó. Mientras él plantaba y arreglaba las raíces de sus plantas, Yuri ayudaba a los niños a sostener la regadera para darle agua a las plantas. A Otabek le encantaba ver lo emocionados y concentrados que se ponían cuando lo ayudaban, incluso con las tareas más simples.
Nikeila siempre fue una niña activa, le gustaba el baile, el deporte y la música. La inscribieron a clases de Ballet cuando cumplió 7 años. Y a los 8 decidió que de adulta quería ser una princesa, que quería un Pony morado, para que combinara con su tutú, y que quería casarse con un hombre de jengibre para vivir en una casa de dulces.
Kolenka, era muy curiosa, por no decir otra cosa. Le encantaba jugar con el perro, y seguir al gato. Incluso, aprendió a cazar insectos gracias a las varias lecciones que le proporcionó Potya. Lamentablemente, mientras la felina estaba orgulloza de las habilidades que la pequeña humana había adquirido, Yuri no podía evitar espantarse cada vez que la niña le acercaba un escarabajo vivo a la cara, para mostrarle su gran "Tesoro". Tras muchos incidentes con insectos, tuvieron que comprarle un pequeño insectario a la niña. Sería más seguro si ella tenía una pequeña pecera de cristal donde ver a sus "tesoros", que guardar los escarabajos vivos bajo su almohada.
Y Nikolai...
Bueno, Nikolai era tímido. No le gustaban los ruidos fuertes, y tampoco los animales. Había adquirido el pavor a los insectos de Plisetsky, y salía corriendo y llorando a los brazos de su papá cada vez que su melliza le acercaba alguna creatura que se arrastrara. Ocultaba su carita en el pecho de su progenitor, y lo abrazaba hasta que le aseugraran que no habría más insectos.
Otabek descubrió una tarde, que a Nikolai le gustaban las estrellas.
El niño ojeaba y ojeaba libros de caricaturas, hasta encontrar una estrella, y le encantaban las historias que tuvieran alguna relación a ellas. Cuando cumplió 5 años, Otabek lo llevó al museo, para que usaran el telescopio y fuera capaz de ver las constelaciones por su cuenta, y Yuri le compró una lampara que iluminaba su habitación con estrellas.
Las cosas no siempre fueron faciles.
Los niños hacían berrinches, y se peleaban a veces.
El trabajo era pesado, o había ocaciones en las que todo necesitaban un descanso.
Pero eso no significaba que no fueran felices.
Porque como decía Otabek: No había ningún problema que no se pudiera arreglar con un cono de helado.
Otabek y Yuri cumplieron su sueño de ser una familia, de tener una casita llena de flores, y de ver a sus hijos crecer y jugar en el jardín.
Todo el dolor, todo el sufrimiento, y la angustia que pasaron, valió completamente la pena. Porque después de años, fueron capaces de disfrutar los frutos de lo que tanto tardaron en cosechar.
Y como si las cosas no pudieran mejorar, cuando Kolenka cumplió los 8 años, en medio de su fiesta de cumpleaños con tematica de ranas y mariposas, Yuri se enteró que estaba de nuevo en cinta.
Las nauseas, el mareo, el dolor de espalda y de cabeza, hicieron click, y por simple y mera curiosidad de hizo una prueba casera mientras todos jugaban a ponerle la cola al burro. Para su sorpresa esta dió positivo.
La verdad es que nunca pensó en que eso sucedería.
Habían tenido mellizos por los tratamientos hormonales, y desde entonces no habían logrado concebir nada. Esos niños eran practicamente un milagro. Nikeila había llegado a su vida por obra del destino. Y ahora estaba esa prueba positiva de embarazo entre sus manos.
¿Que si tenían espacio para otro?
Claro que lo tenían.
¿Que si quería otro hijo?
No lo había pensado hasta ese momento, pero en cuanto se enteró no pudo evitar sentir una inmensa cantidad de alegría.
Si, si era su respuesta definitiva.
No pasó mucho tiempo para que le diera a Otabek la noticia. Fue mientras partían el pastel de Kolenka en realidad.
Otabek le sonrió. Una sonrisa cálida y sincera.
-¿Hablas en serio?-. Le susurró soltando el cuchillo, y dejando de lado el pedazo de pastel que acababa de poner en un plato.
Yuri levantó los hombros coqueto. -Bueno, que yo recuerde no hemos usado protección.
-Pero, ¿cuándo? ¿cómo?-. se tomó un momento para pensar, y lo recordó de inmediato. -Oh...
-"Oh"-. Yuri imitó su reacción.
-Durante la pijamada de-. Plisetsky le cubrió los labios.
-Si, ahora basta. Sigue cortando pasteles, o los niños se enojaran al no tener suficientes rebanadas-. comenzó a colocar los cubiertos sobre los platos de plastico.
Pero a Otabek no le importaba. Solo tomó a su esposo de la cintura, acomodó un mechón de su cabello tras su oreja, antes de susurrar un "Te amo".
Y después de eso, un beso.
Hubieran continuado por más tiempo, de no ser por los cientos de "Iughhh" y "Buaa" que escucharon por parte de los niños presentes que los habían visto.
-¡Papás, que asco!-. Nikeila se tapó los ojos.
-Wakala-. Kolenka sacó la lengua con disgusto.
-¡Otro, otro!-. Nikolai les sonreía en el fondo.
Sin duda alguna, su vida era perfecta.
Y no había otra cosa que desearan, más que continuara de esa manera.
Muchas Gracias por leer.
Espero que les haya gustado, eso es todo de mi parte.
xoxo
TayFrost
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