[17] La verdad duele.
El día en el que Yuuri Katsuki dio a luz a su 4to hijo, Yuri Plisetsky estaba que perdía los estribos.
Para empezar, su doctora le dijo que había adquirido una IVU, que se traducía como una Infección Via Intrauterína; pese a todos los esfuerzos que habían hecho por mantenerlo saludable, las cientos de indicaciones que el medico había recomendado y las prácticamente religiosas rutinas de higiene personal que Plisetsky había adoptado desde que fue ingresado en el hospital, no lograron evitar otra infección. El lado bueno es que no era una infección grabe, solo un par de días con un par de pastillas o medicamento inyectado y ya. Aún así, Yuri se sentía un desastre, como si fuera el culpable de que su cuerpo se enfermara sin su consentimiento.
Para continuar, su Shampoo favorito se había terminado, y no pudo lavarse el cabello con olor a menta. En su lugar tuvo que utilizar el de Otabek y ahora olía a Lavanda. Él odiaba la lavanda.
Como si no fuera suficiente, cuando le sirvieron su desayuno no le trajeron gelatina porque "se habían acabado".
Y para terminarla de rematar, Katsuki Yuuri presumía en sus redes sociales lo maravilloso que había sido su embarazo, lo relajante que fue su experiencia, y sus contracciones... Sus malditas contracciones ni siquiera eran perceptibles. Ese cerdo toleraba un dolor tan alto, que las describía como un cosquilleo. El nipón se tomó la molestia de quedarse en casa hasta que las contracciones fueran seguidas por un cronometrado menor a los 5 minutos, y Viktor, como el idiota que era, grabó un live-stream de eso.
Para su mala suerte, Plisetsky tuvo el des fortunio de descubrirlo mientras rondaba casualmente por su instagram, y apagó el teléfono enojado tras encontrar la noticia. No, no vería al cerdo tener su "maravilloso y aprueba de dolores" labor de parto, previo al hospital. Por un par de segundos, Plisetsky desvió la mirada y se enterró vagamente las uñas en los antebrazos intentando ignorarlo, oh, pero era débil, demasiado débil. Además, no había nada mejor que hacer ese momento.
Otabek no se encontraba, su suegra no lo visitaría hasta el día siguiente, y su abuelo estaba en el mercado. Un par de minutos antes le mandó un par de fotografías de verduras, para que le ayudara a escoger algunas, pero eso era todo.
Así que tomó el teléfono y volvió a abrir sus historias, deslizó el dedo hasta volver a la de Nikiforov, y lo vio todo. Como se miraban enamorados, y se entrelazaban las manos. Victor de vez en cuando soltaba un comentario y de repente "Amor, estas en medio de una contracción, ¿Cómo es que estás de pie?" El calvo señaló un aparato que Yuuri traía en su muñeca, indicando este suceso. Pero el azabache solo respondió con una carcajada diciendo "Que ni siquiera lo había notado".
Yuuri Katsuki lucía precioso. Radiante, sería la palabra correcta para describirlo. Y es que mierda, lucía tan bien que parecía un pecado. ¿Quién en su sano juicio lucía tan bien en su trabajo de parto? No estaba sudando, ni siquiera estaba despeinado ¿Y estaba cargando a su hija Historia? Mierda, Katsuki era como un dios griego, que le hacía hervir la sangre al rubio.
"Oh, Vitya, la doctora dice que ya tienen un cuarto. Creo que es hora de ir al hospital" Soltó de forma tan natural, que parecía más que acababa de reservar una habitación de hotel, que un consultorio medico. Tomó un termo plástico con un batido de frutas, una mochila a juego con sus zapatos, y llamaron al resto sus hijos.
Yuri estuvo un buen rato torturándose con eso, viendo la vida de sus amigos a través de su teléfono hasta que no pudo más. Tal vez era la envidia o la impotencia que Yuri sentía, tal vez eran las hormonas, pero se soltó llorando. Otabek no estaba para consolarlo. Sabía que no era correcto, pero Yuri no pudo evitarlo, se comparó con los demás. Se cuestionó a sí mismo cientos de cosas y se repitió mil veces el "¿Por qué?"
¿Por qué él tenía un embarazo tan complicado?
¿Por qué el no lucía tan radiante y lindo como Katsuki?
¿Por qué el Nipón no sentía dolor cuando estaba sacando a un puto ser humano de su cuerpo, mientras él no podía permanecer de pie por más de 40 segundos?
¿Por qué Yuuri lucía tan bien?
¿Por qué no tenía estrías mientras él sí?
¿Por qué lo hace ver tan fácil?
¿Por qué?
La verdad, es que no había una respuesta para eso.
Porque así son las cosas, y punto. Porque así es la vida, y ya. No había una explicación lógica para la vida, y no todo debía de ser justo.
Cundo Otabek llegó esa tarde, no tardó mucho en darse cuenta de los rastros del llanto. Y cuando le preguntó a Plisetsky lo que sucedía, el felino volvió a partir en lagrimas. Altin lo envolvió en un abrazo.
A Yuri le hubiera gustado decir que era tranquilo, que no era una persona celosa, y que no envidiaba a otros, cuando la verdad era otra. Lamentablemente era mecha-corta, sumamente terco, y como no: extremadamente celoso.
Bueno, al igual que en el resto de sus vidas, había días buenos y días malos. Yuri creía que ese sería recordado como un día gris, pero se encontraba equivocado. Tal vez en un momento se volvió negro, pero sin duda, valdría la pena recordarlo en el futuro. De mera casualidad -tal vez no- los Nikiforov se internaron en el mismo hospital en el que se encontraban, pero ellos estaban en otro piso, pues a diferencia del felino, la pareja de Caninos estaba en el área donde las parejas no debían de preocuparse y podían disfrutar de cargar a sus cachorros con la mayor naturalidad del mundo.
En cuanto su pequeña matriushka nació, se subieron miles de fotografías de el cachorro a las redes, y se hizo un escandalo. Todos los Nikiforov eran casi tan empalagosos como el calvo. Y los Katsuki en cambio, eran muchos... a montón. Demasiados, para el gusto del ruso.
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No pasó mucho para que Viktor se diera cuenta de que podía visitar a Plisetsky mientras su nipón se tomaba un tiempo para sí en la habitación y descansaba. Así que decidió no ser grosero, compró un regalo en la tienda de entrada -ya que las flores estaban prohibidas en los hospitales- y se aproximó a la habitación de Yurio.
Gracias a todos los cielos, Otabek estaba en su matutino viaje a la maquina expendedora de café, cuando lo vio pasar.
No, era una mala idea. Yuri estaba molesto, necesitaba un momento para él solo después de la larga charla que tuvieron, lo último que su muy embarazado esposo desearía en ese momento sería ver la cara de Victor Nikiforov o Yuuri Katsuki.
Otabek temió porque Yuri se deshidratara en caso de soltarse de nueva cuenta llorando, o que perdiera la voz de los gritos que seguro le daría al albino. Así que dejó su café aún a medio servir en la maquina, y se aproximó al paso más rápido que pudo hasta Nikiforov.
Alcanzó a detenerlo en la puerta, justo antes de que se atreviera a tomar el picaporte. Al inicio, Viktor no entendía porque el osezno le negaba la entrada, Otabek nunca fue muy bueno con las indirectas ni las palabras, pero en esa ocación no pudo darse el lujo de usarlas. Se interpuso entre el otro alfa y la puerta, Otabek se sentía literalmente entre la piedra y la pared mientras hablaba.
-No puedes entrar-. le repitió por tercera vez a un muy confundido Nikiforov. -Escucha, Yuri no se siente bien, y no soportaría verlo ponerse mal por recibir una visita. Supe que hoy tuviste a tu cachorro, felicidades, en serio, pero nosotros no compartimos esa alegría en este instante-. Otabek se tomó un momento para suspirar y pasarse una mano por las cienes antes de continuar. -Mira, me caes bien. Pero a veces tu entusiasmo exaspera, y agota. No es que no estemos felices por ustedes, al contrario, sabes que un hijo es una maravilla, pero hoy recibimos malas noticias, y sabes que el embarazo de Yuri es complicado. Puede que nosotros nunca tengamos esa fortuna. Nosotros no tuvimos el privilegio de tener gestaciones tan sanas y libres de estrés como las que tuvieron ustedes.
Nikiforov asintió inconcientemente mientras el castaño hablaba.
-No creo que Yuri se sienta bien si simplemente entras con toda esa felicidad, mientras nosotros intentamos mantener unidas nuestras piezas-. Otabek hablo bajo, tan bajo que dolía. No quería que su omega lo escuchara del otro lado de la puerta. -En serio, agradezco mucho que hayas venido-. negó con la cabeza. -Pero siento que no sería correcto. Necesitamos tiempo.
Nikiforov parecía estar digiriendo lo que le acababan de decir, y a ser sinceros, parecía verdad. Una vez fue uniendo todas las piezas del rompecabezas en su cabeza, se dio cuenta de su error. Le dio un par de palmadas a Otabek en la espalda, le entregó el regalo, y se retiró. No sin antes pronunciar un:
"Lo siento. No tenía idea de que era tan complicado."
Lo que ninguno de los dos alfas sabía, era que del otro lado de la puerta, se encontraba Plisetsky recostado, sumido tanto en sus pensamientos, que el día siguiente la doctora tuvo miedo de que su paciente fuese candidato a sufrir depresión pos-parto.
Plisetsky estaba haciendo justo lo que se prometió no haría en cuanto fue internado: Tirar la toalla.
Si, seguía comiendo. Si, se seguía cuidando. Pero cuando Otabek le hablaba parecía algo distante.
Cuando le preguntaban qe deseaba para el desayuno o la comida, simplemente levantaba los hombros y ladeaba un poco la cabeza antes de contestar un "Me da igual" o "Lo que sea". Ni siquiera le hacía pedidos a Beka por antojos, o se emocionaba cuando alguno de sus cachorros se movía.
Cuando Yuuri Katsuki tocó la puerta de su camarote unos días más tarde, Otabek titubeó sobre dejarlo pasar o no.
No traía a su cachorro, y no había rastro de Nikiforov por ninguna parte. Pero aún así, algo en el interior del castaño le gritaba que no era una buena idea.
"Por favor, tengo que disculparme" Fueron las palabras que convencieron al kazajo.
Plisetsky se encontraba notoriamente molesto cuando se percató de su presencia, pero aún así, Otabek decidió no decir nada, y dejarlos solos. Esa era una conversación que no le incumbía.
El nipón comenzó con una disculpa, o al menos un intento de una, cuando Plisetsky lo interrumpió.
Yuri siempre había sido un cabeza dura. Y esa ocación no fue la excepción.
-¡Cállate! ¡No me vengas con esas estupideces! ¡No tienes idea de nada!-. Fue lo primero que salió de su boca, cuando se sentó sobre la cama. El canino se encontraba a unos pasos, completamente helado.
Se suponía que había venido a disculparse, ¿cómo es que-?
No. Si quería remendar su error, debía dejar de seguir metiendo la pata. Callarse un momento, y escuchar, no volvería a repetir el incidente de la revelación de su embarazo.
Katsuki asintió con la cabeza y dejó que el rubio hablara. Yuri gritó, lloró y le dijo infinidad de quejas, pero sobre todas las cosas no lo insultó. Plisetsky solo le dijo la verdad.
De como se sentía.
De lo injusta que era la vida.
Y de lo terrible que se sentía cuando él inconcientemente le restregaba una mejor vida en la cara.
No, Yuuri Katsuki no lo había hecho a propósito, pero era un idiota despistado, al igual que su esposo, y había actuado de mala forma sin darse cuenta.
Plisetsky le dijo que lo había herido. Que su corazón se había quebrado, de celos y envidia al verlo tener un cachorro maravilloso sin dolor alguno. Lloró cuando admitió en voz alta que por mucho que amara a sus hijos e intentara disfrutar de su embarazo, no podía contar los minutos para que acabase, porque le dolía cada musculo de su cuerpo, y estaba cansado. Cansado de los medicamentos, de los hospitales, de todo.
También aprovechó para decirle de una vez por todas que estaba furioso con él, porque se había robado su momento en aquella fiesta que habían preparado para decirles a todos de su bebe. Su bebe. Su fiesta. No la de él.
Yuri duró un buen rato hablando -gritando/llorando- de todo, sacando hasta la ultima gota de palabras que su pecho necesitaba. Una vez hecho esto, se soltó llorando, y Katsuki le tendió una caja de pañuelos.
Yuuri había ido al hospital ese día a disculparse, pero no lo hizo. Yuri necesitaba hablar primero y decir las cosas. Así que Katsuki hizo lo mínimo que podía en ese momento: escuchó atentamente a cada palabra. Luego, se puso de rodillas, e inclinando la cabeza le pidió a Plisetsky que lo perdonara. El nipón se sintió terrible al enterarse el daño que había realizado, y se prometió a si mismo ser una mejor persona.
Salió de la habitación poco después de eso, y Otabek se guardó un secreto. Pese a no haber escuchado todo lo que Plisetsky dijo, si hoyó la disculpa de Katsuki, y la forma en la que su omega la aceptaba.
Se hizo el despistado cuando entró de nuevo al cuarto y le preguntó a su esposo que era lo que había pasado.
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Afortunadamente, después de tan solo un par de semanas, y muchos medicamentos, la infección desapareció. El lado malo, era que uno de sus cachorros parecía querer escapar.
Yuri tenía 37 semanas de su primer feto, y poco más de 28 semanas con el segundo. El problema era que aún era muy joven para nacer, y si su hermana llegaba al mundo, entonces sería muy probable que lo trajera a él también en el camino. Y no, eso era algo que en definitiva los doctores intentaban evitar lo más posible. Así que Yuri tuvo que aguantarse las nauseas, y aceptar la alternativa más extraña que sus médicos recomendaron: Ponerse de cabeza
Tan estúpido como sonaba
Y no, no era de forma literal.
Solo tenía que recostarse en la cama, que dejaban completamente recta, y esta se levantaba entre 30° y 45°, dejando los pies de Plisetsky elevados y su cabeza dando vueltas. Se sentía extraño, y debía hacer eso al menos unos cuantos minutos al día. Otro procedimiento extraño para agregar a su rutina.
Otabek se abstuvo a los comentarios, pero aprovechó la oportunidad para pintarle las uñas de los pies a su felino. Yuri estaba demasiado mareado para notarlo, y por el tamaño de su vientre -y constante uso en calcetas- no fue capaz de notarlo. De hecho, ni siquiera se dio cuenta. Altin estaba orgulloso de su trabajo, sin duda su esposo la mataría en cuanto se enterara. Pero aún tenía mucho tiempo antes de que eso pasara.
Mientras tanto, tenía otros asuntos en los que preocuparse en cuestión. Como los gases de Yuri, por ejemplo.
Otabek amaba a su esposo, en realidad lo hacía, pero para ese momento Yuri tenía tantas flatulencias que el castaño comenzaba a cuestionarse si podía tomar un vuelo al lugar más alejado de su esposo por al menos hasta que eso pasara. Para su mala suerte, no.
"Durante el embarazo no te puedes aguantar los gases"
Eso era algo obvio, de lo que nadie estaba orgulloso en decir en voz alta. Además, Otabek estaba acostumbrado, durante todo el primer trimestre Yuri tuvo tantos gases que era gracioso cuando caminaba. El rubio se ponía rojo y le decía que no se riera. Y si, en un inicio era divertido; a Beka en realidad no le molestaba.
Pero las flatulencias de su tercer trimestre no se comparaban. Lo peor es que Yuri no podía evitarlo, sus bebés se movían tanto que lo hacía sin pensar. En algunas ocasiones, el castaño le respondía con frases como
"Mierda Yuri" o "¿Qué comiste?" Antes de soltar una carcajada.
A Plisetsky no le ocasionaba tanta gracia.
Y menos cuando sus suegros estaban presentes.
En ese momento, el rubio se sentía enorme, hinchado con los cientos de gases que su estomago había formado, y no, en definitiva no quería "dejarse ir" frente a ellos. Pero le dolía la barriga demasiado.
-Psss-. le habló bajito a su esposo. -¡Psss!-. Repitió esta ocación moviendo la mano, para llamar su atención.
Se encontraban en medio de una discusión sobre que nombre elegir para sus hijos, cuando Beka lo miró. En primera instancia, por la mirada incomoda del rubio, Otabek supo que algo estaba fuera de lugar, por lo que no dudó un segundo en acercarse. Por otro lado, la pareja en secreto ya había elegido los nombres, eso lo habían hecho hace algunos años, en medio de sus tratamientos de fertilidad, pero aún no le dirían a sus padres. Sería divertido dejarlos sufrir con esa discusión por otro rato.
Yura no esperó un segundo, y cogió a Otabek del cuello de su camisa para acercarlo.
-Escucha papanatas, necesito que saques a tus padres de aquí-. Soltó entre inquieto y enojado.
-Amor, amas las visitas de mi madre. ¿Qué sucede?
Yuri apretó los dientes, rodó la cabeza entera al poner los ojos en blanco y señaló su pesado estomago. Formuló una sola palabra con los labios sin soltar ningún sonido en el acto, intentando ser discreto. Pero Otabek no parecía entender la indirecta.
-Por dios, me casé con un ingenuo-. Se cubrió el rostro con una mano, y accidentalmente jaló el catéter de su brazo. Se quejó por lo bajo y se lo sobó.
-¿Estas bien?
-No-. Su Yura sonaba desesperado. -Tengo gases-. le susurró bajito y avergonzado.
Plisetsky miró a ambos lados como si fuese un agente secreto y no quisiera que lo escucharan. Otabek pensó que se veía hermoso.
-¿Eso era todo?
-¿Qué si-
Plisetsky se atragantó.
-¿Qué si eso era todo? ¡Beka!-. Siguió susurrando el rubio. Luego Otabek le sonrió, y recibió un puchero desesperado por parte del felino.
-Esta bien-. se levantó. -Oigan familia, tenemos que ir a la cafetería, Yuri quiere a detalle el menú de los pasteles.
-Con tantas semanas aquí, ¿no se sabe ya el menú de memoria?-. Preguntó Aibek, antes de recibir un sutil codazo de su esposa Nadia.
La osezna se levantó de inmediato y sonriendo se llevó a su marido consigo, describiendo como era una fabulosa idea ver los pasteles, antes de guiñarle un ojo a sus dos hijos. Otabek cerró la puerta tras suya, no sin antes asegurarse de abrir una ventana, y siguió a sus progenitores por el pasillo.
-¿En serio vamos a ver los pasteles?-. Volvió a preguntar su padre.
-No, solo que Yuri desea un tiempo a solas-. Explicó Nadia de forma rápida sin soltarle la mano.
-Oh...-. Asintió el Altin y reconsideró la idea. -La verdad un pastel no me vendría mal.
Por otro lado, Yuri disfrutó de su tiempo a solas. Hizo lo que debía hacer sin pena ni gloria, mientras se sobaba la barriga entre gases.
-A veces son despreciables-. Le susurró a su barriga, y luego se cubrió la nariz.
Oh, eso era asqueroso.
-iugh
Otro "síntoma" al que Plisetsky despreciaba, era sin duda alguna el "cerebro de embarazo".
Era molesto, tedioso, y lo hacía sentir como un tonto. En una ocación, olvidó como se llamaba su esposo y se soltó maldiciendo al mundo después de eso.
Tardó unos 7 minutos en recordar el nombre de Otabek. Sabía que tenía una K escrito por algún lado, así que se soltó por llamarlo con cualquier nombre que tuviera en su composición esta letra. Maldita sea, se había casado con ese hombre hace tantos años, y ni siquiera era capaz de recordar su nombre.
-¡Tu, Alekei! No me importa como te llames, solo pásame el control remoto-. soltó una vez se hartó de intentar lo tantas veces. El kazajo no supo si reír o llorar, al entregarle el aparato.
Sorprendentemente esa no fue la ultima vez que sucedió. Pero a Otabek le gustaba más cuando Yuri olvidaba algo.
Como la vez en la que entró al baño, se tardó siglos en lavarse los dientes, cepillarse el cabello y enjuagarse la cara. Posteriormente salió tambaleándose a su ya recurrente paso pingüino, sosteniendose fueremente de su cateter, y cuando finalment eestaba por llegar nuevamente a la cama, recordó que había ido al baño para asistir al sanitario. Así que ahí estaba, de regreso a su camino, enn una travesía para encontrar el retrete.
Lo más gracioso de todo, fue que en cuanto atravesó el marco de la puerta, se quedó parado unos segundos mirando a su alrededor, antes de exclamar frustado en voz alta "¡Qué demonios hago aquí!"
Otabek le gritó desde el sofá "Vas al sanitario, mi amor" sin dejar de leer una revista, y sonriendo de oreja a oreja mientras veía de reojo a su embarazado omega.
-Cierto-. Susurró para si mismo el felino, antes de levantar la mano que no se conectaba a su intravenosa mientras gritaba un -¡Gracias!-. A la hora de cerrar la puerta.
En otra ocación, Yuri parecía estar buscando algo entre las sabanas. Sea lo que sea que hubiera perdido, parecía importante, al menos para Yuri.
Tras un rato sin exito, Otabek finalmente se limitó a preguntar.
-¿Qué perdiste?
Yuri suspiró pesado y le mostró el libro que tenía entre sus manos.
-No puedo leer-. le dijo. -No encuentro mis lentes.
Otabek se llevó un mano a la boca, y no supo que decir al respecto. ¿Qué si Yuri usaba lentes? Claro, si lo hacía, solo para leer, o después de mucho papeleo. El problema, era que no sabía como decirle que los tenía puestos, o mejor dicho, que se encontraban sobre su cabeza.
Así que simplemente estiró su mano, y bajó los plásticos hasta los ojos del felino sin decir una palabra. Luego retrocedió un paso, e hizo una expresión de asombro, como si se tratara de un mago tras realizar un increíble acto de magia.
-Oh...
-Si, "Oh"-. Otabek le revolvió el cabello.
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Cuando Yuri cumplió las 39 semanas, 2 acontecimientos increibles sucedieron.
Primero, comenzó a tener las contracciones de braxton. Y segundo, comenzó a lactar.
Al inicio no se dieron cuenta, pero después de un par de gotas, el suceso se volvió inminente.
Yura se dio cuenta, cuando su bata de hospital se humedeció sobre el pecho, y no fue hasta que bajó la mirada, que comprendió lo que sucedía. Un par de manchas oscuras y un tanto circulares, se encontraban sobre sus pectorales. Otabek había percibido el aroma cremoso y lechoso desde que Yuri se encontraba en cinta, pero en ese momento fue más que imposible no notarlo.
Se miraron mutuamente y en silencio, diciendo todo y nada en el momento.
-Iré por una toalla-. Fue lo único que salió de la boca del castaño al levantarse.
Después de ese incidente comenzó a ocurrir más seguido. La doctora le explicó que era la forma en la que su cuerpo le decía que ya estaba listo para recibir a los cachorros.
Pero Yuri no esperaba que fuera tan rápido.
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