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[16] Trabajo en Equipo

Con casi 8 meses de embarazo, y 2 criaturas en camino, Yuri se sentía gordo como una vaca. Las constantes malteadas saludables y la dieta que el medico le obligaba a seguir, no hacían más que inflarlo como pavo para navidad, así que Yuri siempre se sentía lleno e hinchado. A veces el aire en su estomago lo hacía sentirse tan incomodo, que no lo dejaba dormir, y el estreñimiento... bueno, gracias a la medicina, y ese horrible yogurt de pasas, desapareció por completo. Y no, no era algo bueno, tal vez para los médicos sí, pero ahora Yuri se incomodaba por sus terribles ganas por ir al sanitario. No era algo bonito.

Otabek para esas alturas, ya estaba acostumbrado. Simplemente sonreía, asentía con la cabeza, y ayudaba a Yuri a levantarse de la cama cuando necesitaba, le acomodaba las pantuflas y caminaba tras él sosteniéndole la espalda, como si de su propio perro guardián se tratara. A Yuri no le gustaba que lo ayudaran para caminar, realmente quería hacer las cosas por su cuenta, pero la verdad ni siquiera se quejaba, estaba demasiado cansado como para rezongar por cosas como esa. Además, había algunas ocasiones en las que ni él mismo confiaba en sus pies, de hecho, ni siquiera podía mirarlos, el tamaño de su vientre era la prueba de eso, y cuando caminaba, sentía que lo hacía con la gracia de un elefante en patines. Otabek seguía insistiendo en que lo hacía como un pingüino. En ambos casos, Yuri no lo tomaba como un alago.

A Otabek, tras llegar del trabajo, le gustaba sentarse en una silla que jalaba al lado de la cama, donde Yuri se encontraba -si a eso se le podía llamar cama, claro estaba- y recostaba su cabeza en las piernas de su omega, acariciando suavemente la extensión del vientre bajo las sabanas con el dorso de su mano, con cuidado de no desabrochar Inconcientemente los cables que se encontraban sobre este. Si tenía suerte, y en esos días las tenía, podía sentir una que otra patada.

Pero cuando entró esa tarde, su corazón dio un vuelco, y no supo si sentía terror o solo miedo.

Yuri se encontraba recostado de lado, con la cama en una posición de 0-180°, su madre, le acariciaba lentamente la espalda, y el rubio respiraba profundas bocanadas de aire, tras una mascarilla de plástico que habían puesto sobre su rostro.

Otabek juró que su corazón se detuvo por un breve instante, hasta que Yuri le sonrió. El rubio le extendió una mano, la otra aún sosteniendo la mascarilla contra su rostro, y esperó a que su esposo se acercara y la tomara. Tras unos segundos así lo hizo, pero la expresión de miedo no desapareció del rostro de Otabek. ¿Por qué tenía esa mascarilla? ¿Yuri se había sentido mal durante el tiempo en el que él estuvo en el trabajo? ¿A caso uno de sus cachorros había empeorado?

Pero las palabras salieron más rápido de la boca del rubio.

-Tranquilo-. le dijo en un tono cansado, casi como si le costara respirar. -Es solo oxigeno, y un poco de vapor-. explicó mostrándole la careta. Luego, acercó la mano del alfa hasta su vientre, y cerró los ojos mientras inhalaba profundamente.

Otabek sintió el movimiento al instante en el que su mano hizo contacto. Sus hijos se encontraban inquietos, y parecía que el haberse acercado solo los había activado más.

Yuri suspiró y volvió a colocarse el aparato.

-Le patearon los pulmones a Yuri-. Explicó la madre Altin a su hijo, y Otabek solo esperó por más respuestas.

-Creen que mi cuerpo es una bolsa de boxeo-. se burló el omega, al acariciarle el rostro al castaño. Beka le sonrió. -El doctor dijo que no era nada de otro mundo, es normal que en el tercer trimestre me quede sin aire, es porque los pulmones se comprimen... El oxigeno solo ayuda un poco. Así que acostúmbrate.

Yuri volvió a bajarse la mascarilla, y pasó su mano al cuello de la camisa de su esposo. Lo jaló un poco, como si estuviera reclamando por un beso, que su alfa gustosamente aceptó en dar.

-No vuelvas a asustarme de esa forma-. le susurró el mayor, al envolverlo en un abrazo.

Yuri solo se aferró al cuerpo del castaño, y disfrutó del calor que emanaba su cuerpo. Era suave, gentil, y olía tan bien, que parecía un pecado.

Mierda, Yuri moría de ganar por poder acurrucarse a su lado, por estar entre sus brazos compartiendo cama en la seguridad de las paredes de su casa. No podía esperar por volver a su vida fuera del hospital, y a las caricias que solo Otabek le podía regalar.

Pero como había dicho el medico: Tenía que ser paciente y hacer las cosas un día a la vez.

Y si bien, intentaba hacerlo de forma calmada, algunos días se sentían como un inmenso martirio. Las noches, por otro lado, podían ser de dos formas: O muy buenas, o muy malas. No había un intermedio. O dormía como nunca, y disfrutaba del reparador sueño que tenía, o no podía pegar el ojo en toda la noche. Algunas veces eran sus pensamientos, otras las constantes patadas, que estaban a punto de volverlo loco, o antojos. Malditos sean los antojos.

A Yuri le gustaba pensar en que sucedería si él siguiera en su casa, y en cómo sería su embarazo si nunca lo hubieran confinado al hospital. Le gustaba fantasear con esa idea de la familia perfecta. La verdad es que por mucho que imaginara, no podía adivinar a ciencia cierta lo que hubiera pasado en otro caso, pero algo de lo que estaba completamente seguro era que cualquiera fuera la situación, seguro levantaría a Otabek en las madrugadas, para traerle lo que sea que se le hubiera antojado.

Tal vez rezongaría un poco al salir de la cama, antes de bajar a la cocina y prepararlo. O iría a altas horas de la noche a comprar algún ingrediente que carecieran en ese momento, como una piña o nieve, por ejemplo. Si, eso sin duda sería divertido. Pero la realidad era otra.

No se encontraban en su casa, ni siquiera compartían cama, y no podía levantarse sin ayuda, así que la idea de levantarlo entre caricias para convencerlo, estaba descartada. El lado bueno, era que vivían en pleno siglo XXI, y que existían aplicaciones que compraban comida a cualquier hora del día. Yuri se quedó despierto esa noche, haciéndose agua la boca con los menús de los restaurantes en línea, hasta que encontró un platillo de Poutine que le dilató las pupilas. Tenía papas, 3 tipos de salsa, 2 clases de queso, un poco de carne y como no, Yuri pidió añadir un poco de nieve de fresa a su pedido. Llegó a eso de las 3:40 de la mañana, y cuando su celular dio la notificación de que ya se encontraba afuera y esperándolo, Yuri cayó en cuenta del error que había hecho.

No por haber pedido comida, en ese piso estaban acostumbrados a eso, después de todo, los pacientes internados en era área del hospital eran en su totalidad omegas en cinta, con problemas similares a los suyos. ¿Entonces, cual era el inconveniente? ¿Pagar? No, eso lo había hecho con tarjeta. ¿Y luego? ¿Cómo lo recogería? Era la cuestión. Yuri pensó unos momentos, y apagó la pantalla de su telefono, quedandose completamente a oscuras en la habitación, sin ningun ruido, más que el producido por las maquinas que lo mantenían conectado, y como no, los ronquidos de Otabek.

Oh, Otabek. Era tan tierno cuando dormía, y respiraba tan profundo, que el sonido era relajante. Espera, ¿Estaba roncando? No, a eso no se le llamaba roncar. Otabek estaba sumido en un sueño, tan concentrado en el arte de descansar, que se había alejado de la realidad actual. Sería una pena despertarlo. Pero bueno, no había otra opción.

-Psss-. Plisetsky comenzó. -¡Psss!

Pero su alfa no respondía.

-Beka...-. Yuri le susurró bajito. -Oye, despierta...-. Le hizo señas por unos segundos, antes de darse cuenta de que sus esfuerzos eran en vano. ¿Cómo iba a verlo en la oscuridad y profundamente dormido?

El omega suspiró, y rodó los ojos. El lado bueno, es que su vista se clavó en la mesita de noche que tenía al lado. Bingo: Una caja de pañuelos. 

Yuri estiró la mano, y la tomó. De ella, extrajo un pedazo de su contenido, e hizo el pañuelo bolita, antes de lanzarlo. Yuri no tenía un buen brazo, de hecho era pésimo tirando, así que el papel termino por caer a unos metros de su cama. Que Otabek durmiera en el colchon inflable de la sala tampoco era muy conveniente para él que digamos.

Plisetsky puso los ojos en blanco, y sacó otro papel. No intentó de nuevo, unas 3 o 4 veces, algunas de ellas fueron golpes exitosos, pero Altin parecía no poderse despertar.

-¡Otabek!-. Yuri susurró tan alto como pudo, y la bolita de papel chocó directo contra su frente. El osezno finalmente reaccionó, y el felino cantó victoria.

-¿Eh?-. El castaño lo miró aún adormilado, y desorientado. -¿Qué? ¿Ocurre algo?-. Se pasó una mano por la cabeza sin levantarse.

-Beka...-. Yuri le habló de nuevo, ahora en un tono coqueto y un tanto seductor que atrajo por lo bajo la atención del contario. -¿Puedes ir a la puerta de urgencias del ala este?

Otabek levantó una ceja, y buscó su teléfono en el suelo.

-Yura... son las...-. Prendió la pantalla de su propio aparato. -Las 4 de la mañana-. Habló agotado.

-3.47-. Lo corrigió. -Por favor-. Dijo alargando exageradamente la ultima "o". Altin suspiró.

-¿Por qué?

-Compré comida.-. Fue lo más directo que pudo, y lo miró directo a los ojos. Otabek se sentó confundido, antes de que su omega continuara. -Escucha-. Yuri suspiró. -es un antojo, ¿sí? No pude evitarlo, pero tiene helado de fresa, y si no vas a recogerlo va a derretirse-. Habló como si eso fuera la peor atrocidad que pudiera ocurrir.

Otabek bufó al levantarse del suelo, y encender una lampara. Apenas se tomó la molestia de ponerse zapatos, y salió a buscar el pedido a regañadientes. Cuando volvió, el corazón de Yuri se derritió en cientos de pedazos, y no sabía si era por el aroma del Poutine, o el hermoso cabello alborotado de su esposo. Mierda, Beka lucía tan bien recién levantado, que quería comérselo a besos. Pero eso podía esperar, el helado era más importante.

El alfa se acostó nuevamente, después de dejar el paquete en manos de su esposo. No sin antes, desacomodar le el cabello al rubio, y robarle una papita, claro.

Esa no era la primera vez que algo así sucedía, y seguro tampoco la última. Tal vez por eso estaba tan gordo. Bueno, eso y los dos oseznos que estaba cargando. Aunque, si le preguntaran a Otabek, él diría que Yuri si estaba ganando peso, no era algo que le molestara, al contrario, le gustaba verlo disfrutar la comida, y quejarse de la dieta que el medico le daba, pero aún así terminarse hasta el ultimo bocado de cada plato que le servían. Era irónico, porque por mucho que decía que lo odiaba, Otabek sabía que en el fondo a Yuri le encantaba. Era muy obvio, podías descubrirlo fácilmente por la forma que sus pupilas se dilataban en cuanto se llevaba una cucharada de cualquier cosa a la boca. Tal vez, en un futuro, sería difícil bajar lo que subió en su embarazo, pero ese sería un problema para el Yuri del futuro. Por ahora, se hacía el de la vista gorda, y culpaba a sus antojos por todo.

Y eso, a Otabek le fascinaba.

No lo malinterpreten, él tenía sus motivos. Entre ellos, cierta apuesta que habían hecho hacía algunos meses en el pasado.

Fue una grata sorpresa descubrir que en efecto, Otabek había ganado. Para Yuri, no tanto.

Ocurrió un fin de semana, si mal no recordaba. Estaban a punto de romper la marca de las 32 semanas, si es que no lo habían hecho ya. La doctora lo había felicitado por lo bien que se había estado cuidando, afortunadamente no habían tenido otras complicaciones, y los cachorros estaban sanos. Esa tarde, Yuri estaba a medio de un juego de cartas, ganando le brutalmente a su suegra en el 21, cuando ambos barones Altines volvieron de la cafetería con un par de cafés -y un jugo de naranja para Plisetsky-, para compartir.

Después de que dejó el jugo de naranja en la mesa de noche, casi en ese instante fue cuando se percató. Yuri estaba concentradísimo en sumar las cartas correctas para llegar al 21, en el momento que Otabek prácticamente gritó.

-¡Me debes 200 dólares!

Un par de cartas se le cayeron de las manos a Nadia, mientras su hijo parecía tener un ataque de carcajadas.

-¿Qué?-. Yuri estaba tan fuera de contexto como el resto de los presentes en la habitación (a excepción de Beka, quien parecía estar sumergido en su propia burbuja de felicidad como para percatarse del resto).

El castaño, se acercó de nueva cuenta al lado de su omega en cama, y repitió sus palabras, tomando delicadamente el rostro del de ojos esmeralda entre sus manos.

-Se te botó el ombligo: Me debes 200 dolares.-. Los ojos de Yuri se abrieron como platos y el color pareció extinguirse de su cara en cuestión de segundos.

-No...

-Si

-¡No!-. Yuri se llevó las manos al vientre, sintiendo el relieve de su piel bajo su tacto. 

No, no podía ser cierto, no podía ¡No!

-Se te nota clarito como el agua-. reafirmó aferrado el castaño sacando su teléfono, y tomándole una foto para probar su punto. -Incluso debajo de las cobijas y la bata. ¿Lo vez?

Yuri bajó las sábanas, y se subió la bata para verlo por su propio ser. No podía hacerlo, por obvias razones, así que el castaño aprovechó a tomar una segunda fotografía.

-Antes de que digas nada: No, no son los listones de los monitores fetales, y no, no era una arruga de la cama. Yuri, me debes 200 dolares.

-¡Te odio!-. Otabek volvió a reír.

-Yo también te amo.

-Disculpa, ¿de qué me perdí?-. Aibek, el padre Altin, interrumpió a los tortolos "no-enamorados".

-Apostamos que a Yuri se le iba a botar o no el ombligo. Él dijo que no, y yo dije que sí. Y...-. Otabek acarició su victoria malicioso. -Gané.-. Miró a su esposo.

-Bueno, era obvio que iba a suceder. Pasa con todos los embarazos Altin, sean o no parte de la familia de sangre, tenemos genética fuerte, y bebés muy grandes. No hay una sola historia de embarazo en nuestra familia donde no suceda-. Nadia dio un punto a favor.

Yuri ahogó un grito de fastidio en el pecho de su esposo.

-Tranquilo, solo son 2 grandes.-. Lo intentó consolar Otabek.

-No tengo dinero, así que te pagaré con favores sexuales-. Plisetsky le respondió bajito, a lo que sus suegros rieron. Sin duda alguna, eran todo un caso.

Desde ese día, Yuri comenzó a sentirse cada vez más inseguro sobre su cuerpo. Su ombligo, el color de su vientre, las estrías, todo. A veces se preguntaba ¿por qué se sentía así? Otabek lo quería, sabía que el físico no importaba, y conocía bien la causa de esos cambios: Yuri estaba más que enamorado de sus cachorros, pero no por eso no se sentía mal con su cuerpo. 

Al inicio no quiso hablarlo con nadie, ni siquiera con Mila o Yuuka. Pero terminó contándole a su abuelo.

Nikolai lo tomó del hombro esa tarde, y le dijo que era normal sentirse así. No tenía que sentirse bien en todo momento, y le explicó que era completamente valido tener altibajos. Más aún, durante el embarazo. Si, mucha gente puede aparentar tener una vida perfecta, pero aún así sufrir de depresión, "sin motivo", "ni razón". Bueno, si la había, y eran las hormonas. Y Yuri tenía ese problema. No, no tenía depresión, pero si dismorfia corporal. Común en el embarazo, porque no te encuentras acostumbrado a esa versión de tu cuerpo, sientes que no es tuyo, y te cuesta adaptarte. Nikolai le recomendó que le dijera al medico, y al final, Yuri terminó por hacerlo.

El apoyo moral de Otabek tras enterarse valía oro puro. Cada mañana, desde que cumplieron las 33 semanas, lo despertaba con un cumplido, y no podía pasar un solo día sin que le diera un piropo. Comenzó a demostrarle a viva expresión pura su apoyo, y a darle cucharadas de una medicina que no se compra en farmacias: Amor propio, y seguridad. Cuando Plisetsky se subía la bata para hacer los ultrasonidos, y se sentía incomodo por su vientre, Otabek le tomaba la mano, y le decía lo mucho que le gustaba. Cada marca, cada estría, las llamaba "Marcas de amor". Decía que su vientre era una pequeña pintura, o un atardecer personal, porque su piel había tomado tonos violetas y celestes, efecto colateral del estiramiento. A veces, Otabek le preguntaba si le dolía, porque lucía que lo hacía; pero Yuri negaba con la cabeza y siempre le respondía con un "No". Aún así, el castaño le aplicaba un poco de crema en la barriga, y otro poco más en los pies, para hacerle masaje.

Cuando fue la fecha del shower, las cosas se tornaron interesantes, por no decir otra cosa. Primero que nada, estaba claro que el evento estaba más que cancelado. Pero eso no significaba que todo estuviera terminado. Había algo que habían conservado, solo una cosa. Y no, no era la mesa de dulces -por mucho que Yuri quisiera-. Era nada más y nada menos, que la sesión de fotos que programaron para ese día. Solo que la ubicación sería en el hospital, y la mayoría -si no es que todas- las fotos tendrían que ser sentado, o acostado. El medico lo permitió. Y la pareja Altin-Plisetsky habían acordado en tomar fotos, para que, en caso de que algo sucediera -y rezaban para no- tuvieran recuerdos buenos de esos días, porque seguro no lograrían soportarlo, no una segunda vez. Así que ese día, Yuri se duchó, se alistó, y se colocó la mejor ropa que tenía -un conjunto que había comprado para la ocación, mucho antes de... todo eso de ser obligado a pasar el resto de su embarazo en reposo absoluto- pero ese no era el punto. El punto es que a media ducha se dio cuenta de que tenía un enorme problema, y era que no podía depilarse las piernas. Mejor dicho: No alcanzaba.

Para su suerte, Otabek estaba ahí, a unos pasos de distancia, literalmente. Yuri le habló desde la ducha, y no se sorprendió cuando el castaño se adentró al sanitario con una dona a medio comer en la boca.

-¿Mhn?-. Asintió el castaño ante la demanda del rubio.

Plisetsky se quedó callado unos segundos, con el agua aún golpeándole la espalda, mirando fijamente a su esposo antes de contestar:

-Primero que nada, ¿Dónde conseguiste esa dona? Yo quiero-. le hizo un puchero. -Segundo, ¿me ayudas?-. Señaló el rastrillo de su mano.

Otabek levantó los hombros, y entrecerró los ojos de respuesta. Yuri salió de bañarse, y Otabek lo recibió con una toalla lista para cubrir su cuerpo, otra más para su cabello, y una dona. El omega agradeció el gesto, y tomó el pan, mientras se sentaba en la taza sanitaria. Otabek, por su parte, se hincó frente al felino, y tomó el rastrillo y crema de rasurar, porque la piel de Yuri era sensible, y necesitaba de ella para hacer su trabajo, antes de que se secara, o lo lastimaría, y no quería eso, mucho menos para su sesión de fotos.

-¿Qué hora es?-. Preguntó Yuri al aire, antes de darle otra mordida a su dulce.

-Tenemos tiempo-. Respondió el alfa, aplicando la crema, y pasando el rastrillo. -La fotógrafa llegará en más de una hora. Además, haremos esto rápido-. dijo refiriéndose a la afeitada. -Aún quedará tiempo para arreglarte el cabello

-Y maquillarme-. Otabek sonrió ante el comentario, sin levantar la mirada.

-No te maquillas desde nuestra boda.-. Comentó más para sí mismo que para el omega, remojando un poco el rastrillo para quitarle la espuma antes de continuar

-Es una ocación especial-. Se excuso cruzándose de brazos.

-Claro...

Tardaron más de lo que esperaban. Eso o la fotógrafa llegó demasiado rápido. Cualquiera fuera la razón, los encontraron aún en el sanitario, en medio de la depilación a rastrillo. Yuri se había metido una segunda dona a la boca, que Otabebe se había tomado la molestia en traer para él -porque al parecer, compró media docena para la sesión, ja claro- cuando la puerta se abrió.

Fue gracioso, algo penoso, y al final terminaron tomando una foto de ellos en ese acto. La excusa de la fotógrafa fue que era muy "natural" y "coqueto". Yuri se burló diciendo que hacían un buen trabajo en equipo, y después de finalmente acomodarse el cabello, tomaron el resto de las fotografías. La sesión entera fue caótica, en todo el sentido de la palabra. Divertida, entretenida y sobre todo creativa. Otabek no había visto a Yuri sonreír de esa manera, desde que los internaron. Agradecía internamente que hubieran captado esa esencia de él, esas sonrisas tan naturales que tanto amaba, y sobre todo, agradecía que por al menos ese día, la fotógrafa hizo sentir a Yuri el centro del universo.

Otabek deseaba que la sonrisa de su esposo durara para siempre. Esas carcajadas quedaron plasmadas sobre el papel, y el corazón de aquel alfa.

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