[13] Creo que estoy sangrando.
Yuri ya no sabía que esperar de su embarazo.
A esas alturas -llegando casi al final de su segundo trimestre- no era capaz de ver sus pies, ni abrochar sus propias agujetas. De hecho, ni si quiera podía ponerse solo los zapatos. Dependía de Otabek para levantarse de la cama o del sillón, y que no se hablara de recoger algo del suelo, porque era una tarea imposible.
La había aprendido a las malas un día.
Había llegado temprano del trabajo, y Otabek le había llamado para decir que se quedaría hasta tarde en el trabajo, había habido un problema con el software en el que les habían enviado unos archivos, que resultaron ser incompatibles al que ellos usaban y debían intentar rescatar la información o se perdería. Yuri aprovechó para pedirle que pasara a la tienda antes de llegar, porque ya no había helado ni fresas, así como otros comestibles menos indispensables para los antojos de Plisetsky pero esenciales para prácticamente cualquier otra clase de alimento. Otabek hizo una lista mental que se encargaría personalmente de reescribirla en un post-it para no olvidar nada, y posteriormente colgó.
El rubio terminó de esculcar en el refrigerador, y tras cerrar la puerta metálica se dispuso a salir de la cocina y regresar nuevamente a la sala. Al diablo, comería ese día en el sillón, quería levantar los pies y recargar la espalda entre los cojines mientras veía una película, estaba agotado, además, se lo merecía. Había hecho muy bien su trabajo en la mañana, y por si fuera poco, estaba formando, no uno si no, dos seres humanos, así que tomar una siesta y comer en el sillón no sonaba como una mala idea.
Se preparó un sándwich con pollo, y pedacitos de fruta para el postre. Era fácil de hacer, y según su dieta, "saludable". Así que tras colgar la llamada, y guardar todos los ingredientes en sus respectivos espacios, se dispuso a hacer su corto camino, a paso lento y con la gracia de un pingüino, hasta el sofá. Yuri prendió la televisión, dispuesto a disfrutar de una tranquila tarde sin nadie quien lo molestara ni lo interrumpiera, y funcionó. Al menos por unos minutos.
Cuando si inclinó a tomar una botella con agua de la mesa, su paso fue torpe y terminó derramando el objeto en el suelo. El plástico rodó por la alfombra, y el resto de la sala, antes de detenerse frente a un librero y quedarse estática. Yuri apretó los puños y rodó los ojos con frustración ante su acto. Mierda.
Suspiró, y dudó un par de segundos en ir a recoger la. Para su suerte, la botella estaba cerrada, por lo que no tuvo que preocuparse por resbalar o haber manchado la alfombra con líquido. Para el infortunio, su cerebro de omega preñado no lo dejó pensar demasiado, y le pareció una buena idea recoger la botella.
Yuri hizo esfuerzo para levantarse solo del sofá, y sorpresivamente, lo logró después de algunos torpes intentos. Caminó con los pies descalzos hasta la botella de plástico y se inclinó sobre su ser para recogerla. No lo logró, estaba demasiado lejos.
¡Por el amor de Dios, no puede ser tan difícil! Pensó el felino para sus adentros. Antes era realmente flexible, y podía hacer casi cualquier pose sin dolor alguno. Ahora, le era prácticamente imposible llegar al piso.
Separó las rodillas, y se recargó en el librero para llegar a su prometido. Una vez de rodillas en el suelo, el rubio se inclinó y finalmente tomó la botella en sus manos. Un pequeño suspiro de victoria se le escapó de entre los labios antes de disponerse a levantarse del suelo. Había olvidado ese detalle.
No podía volver por el camino en el que había llegado. El librero ahora era demasiado alto como para usarlo de apoyo, además necesitaba estar al menos en una posición sentada como para acercarse a cualquier objeto y usarlo con ese mismo prometido.
Con la espalda pegada al piso, Yuri se dio cuenta de cuan estúpido había sido. Suspiró. Sentarse no sería tan difícil, ¿o sí?
Intentó levantarse, erguir la espalda, o voltearse de lado cual tortura, pero no lo logró. Cualquier movimiento que hacía solo lo cansaba más y lo hacía ver como un destupido. Se alegró de que nadie más estuviera en la casa para ver tal espectáculo, o seguro se sentiría avergonzado. Tras su décimo octavo intento, se rindió. O mejor dicho, cambió de estrategia. Porque a palabras de Yuri Plisetsky: "Yuri Plisetsky nunca se rendía".
Tal vez podía llamar a alguien. Pero oh sorpresa, su teléfono se había quedado en el sillón, y el fijo estaba demasiado lejos como para alcanzarlo. Y gritarle a algun vecino por ayuda, no era una buena idea. Primero terminaría infartando a alguien antes de que vinieran a ayudarlo. Además, ¿Qué se suponía que dijera? ¡Vecino, ayuda, soy estupido y me he quedado atrapado en el piso, porque no puedo levantarme! Si, claro. Lo tomarían como un chiste.
Así que ese era su fin, ¿no es así? Pasaría el resto de sus días en el suelo, hasta morir por no haberse podido levantar. Que gran final.
Tal vez estaba exagerando, ¿pero quién podía culpar lo? Era de Yuri quien se trataba, hacía una escena por todo, e incluso más ahora que se encontraba preñado.
Fue cuando Alyoshka bajó las escaleras, dispuesto a tomar un poco de agua de su plato en el pasillo de la sala. Yuri no tardó mucho en darse cuenta de su presencia y tras dejar que su canino tomase agua, le llamó.
-Alyoshka-. inició para llamar su atención. -¡Bebé! ¡Alyoshka!-. El perro finalmente lo miró, y con la cara llena de humeda y asquerosa baba se acercó. Yuri sabía que se arrepentiría pero así al menos tendría compañía.
En pocos segundos el san bernardo ya se encontraba restregando su nariz contra su cara y llenando lo de saliva, con besos cariñosos que desentonaban su alegría. -No, basta, Alyoshka... ¡Espera!-. se rió el Plisetsky. -Basta. Oh, no... tus babas-. le dijo con una sonrisa, acariciando sus cachetes, y cara. -Ayúdame a levantarme-. le dijo, y el perro le ladró por respuesta.
Bueno, Alyoshka no fue de gran ayuda para levantar lo, en su lugar, se recostó a su lado creyendo que era un juego lo que estaban haciendo. ¡Yuri finalmente había aprendido a recostarse sobre el suelo! ¿Es que a caso también quería caricias en la panza? ¡A él le encantaba cuando se las hacían! Su humano estaba sacando a flote su lado canino.
-No... no Alyoshka...-. Yuri pensó en un segundo plan. Tal vez su perro no era bueno obedeciendo ordenes, pero vaya que le gustaba traer cosas. El cerebro de Yuri hizo click en un instante, y acariciándole detrás de las orejas al canino, le dio la siguiente orden: -Ayoshka, el celular. Vamos chico, tráeme mi teléfono, esta en el sillón, corre.
El perro hizo lo que le pidieron, se dirigió al sofá y le trajo el control remoto de la tv. No era lo que le habían pedido, y Yuri no sabía que hacer con eso en sus manos. Bueno, al menos ahora podía continuar viendo su película, pero ese no era el punto. Necesitaba decirle a alguien, no podía quedarse todo el día tirado en el piso. ¿O sí?
-No. No, Alyoshka-. le sonrió al canino, decidiendo intentar de nuevo. -El teléfono. Teléfono. Está en el sillón. No el control... el teléfono.
Y el canino volvió a su lugar. Esta vez volvió con algo distinto: un cojín, y la siguiente una manta. Vaya, esto tardaría demasiado.
En total, Alyoshka le trajo a Yuri 7 cosas. 2 almohadas, una manta, 2 diferentes controles de la TV, su sandwich, y el topper en el que tenía guardada la fruta picada, pero en ningún momento logro conseguir el teléfono. Yuri comenzaba a perder la paciencia.
-Oh, me rindo-. le dijo a su perro tras apretar sus manos en el aire como si estuviera ahorcando a un ser invisible frente a su persona. -¿Sabes qué? Ya no importa-. palmeó un par de veces su lado, y espero a que el canino se sentara. Así lo hizo, Alyoshka se recostó a su lado, y Yuri colocó una almohada en su costado, ahora el canino le servía de respaldo.
El piso ya no parecía ser tan mala idea. Después de todo, Yuri había logrado armar un pequeño picnic con ayuda de su fiel san bernardo. Así que se puso cómodo sobre la madera, y terminó su almuerzo en el suelo. Ya luego Otabek llegaría.
Fue a media película cuando Yuri se quedó dormido, y fue a la mitad de los créditos cuando su teléfono comenzó a vibrar. Se levantó por el sonido, y miró el aparato reposando desde el sofá. Era una alarma. Plisetsky chasqueo los labios molesto, había olvidado que la tenía, significaba que debía tomar sus medicamentos, y mierda, estaban demasiado lejos. Ahora tenía 2 problemas, necesitaba las vitaminas, y seguro su celular sonaría por horas, antes de que su esposo llegara, si no es que la batería se le acababa primero. Cualquiera que fuera el caso, la paciencia de Yuri seguro terminaba de extinguirse antes de eso, el tono chillón y repetitivo de la campanita de su alarma lo iba a volver loco, no podía imaginarse escuchando eso por horas. Golpeó ligeramente su puño con el suelo. Para su sorpresa, Alyoshka se levantó y caminó hasta el aparato metálico, antes de tomarlo entre sus dientes, y entregarse lo en la mano.
Yuri estaba atónito. Vaya, eso realmente había funcionado. Apagó la alarma y le acarició la cabeza al San Bernardo.
-Buen chico-. le dijo con esa sonrisa cansada que tanto lo caracterizaba. Luego, Alyoshka se alejó y se perdió en el pasillo de la cocina. Yuri no iba perder el tiempo, y desbloqueó con un movimiento rápido la pantalla de su celular.
Marcó a Beka. El timbre sonó dos, tres veces, y justo cuando se conectó la llamada, la pantalla se quedó negra, y un icono rojo se hizo presente en el cristal negro. El teléfono se había quedado sin batería.
Yuri cerró los ojos frustrado, y lanzó el aparato. Gracias al cielo la funda protectora era fuerte, porque si no seguro se habría estropeado. Alyoshka volvió a la sala, cargando una pequeña maleta negra entre sus dientes. Eran los medicamentos de Yuri. El rubio suspiró, y no se sorprendió mucho de las acciones de su perro, después de todo, Alyoshka era inteligente -al menos, la mayoría de las veces-, y le traía esa maleta siempre, cada día, a la misma hora, después de que sonara la alarma.
Yuri tomó la botella, y se tomó 2 pastillas. Una vez hecho esto, bostezó y se acomodó nuevamente sobre las almohadas. Tomar otra siesta sonaba como una buena idea. Después de todo, no había nada más que pudiera hacer. ¿o sí?
Otabek llegó a eso de las 6.30 de la tarde. Abrió la puerta, y entró a la casa cargando un par de bolsas ecológicas con comestibles.
-Yuri, ya llegué-. habló fuerte y claro, decidido a llevar las bolsas a la cocina, cuando vio el cuerpo de su esposo tendido en el suelo.
Otabek dejó caer las bolsas y se apresuró preocupado hacia el rubio.
-¿Yuri? ¿Yuri estas bien?-. dijo con el corazón en la boca, hincándose a su lado.
Plisetsky tardó pocos segundos en despertar, y no pudo sostener una carcajada al cruzarse con la mirada aterrada de su alfa.
-Estoy bien-. le dijo somnoliento, con una sonrisa torcida dibujada en su cara. -Tranquilo-. le susurro palmeando su cabeza. -No me caí, no resbalé, ni me golpeé-. enumeró con los dedos.
El corazón de Otabek se relajó, y su mirada cambio por completo.
-¿Y entonces, qué haces en el piso?
Los ojos de Yuri se centraron, frunció las cejas y se quedó pensando un momento las palabras que diría a continuación.
-Bueno... Creí que tener un picnic a la mitad de la sala sería buena idea. O al menos... Alyoshka pensó que eso quería-. Un suspiro se escapó de Otabek, y se le formaron esos tremendos hoyuelos que derretían a Yuri como paleta de nieve en verano. Ay, como adoraba a su esposo. Era demasiado guapo.
La mirada que Altin le lanzó a Plisetsky decía claramente que no le creía.
-¡Está bien! -. levantó las manos en defensa propia. -tiré la botella de agua.
-¿La botella?
-Sí. Y rodó todo el camino desde la alfombra al librero. E intenté recogerla...-. se quedó callado un momento. -¡Pero no resbalé! Estoy bien, lo juro. Solo que, ya no soy tan flexible como antes-. sus mejillas comenzaron a colorarse. -Ni ágil... o ligero... Pude agarrar la botella-. le sonrió orgulloso a su esposo, y levantó el plástico demostrando su victoria.
-Pero
-¿Por qué siempre tiene que haber un pero?
-Pero-. repitió el kazajo.
-¡No me mires así!-. Plisetsky desvió la mirada, y cubrió sus ojos con la botella plástica. -Solo, ayúdame a levantarme.
-¿No pudiste hacerlo solo?
-¿Te parece que seguiría aquí, si hubiera podido hacerlo solo?-. su cara se había colorado por completo, y Otabek juraría que prácticamente le estaba saliendo humo por las orejas, pero no sabría descifrar si era por el fastidio o la vergüenza. -¡Esta bien! ¡No pude levantarme solo! Noticia del siglo, soy una puta tortuga sobre su caparazón. No pude levantarme. ¿Quieres que lo repita? ¡No pude levantarme! ¡Vamos! Ve. Corre. Imprímelo en un cartel, que todo el mundo se entere. No pude levantarme. Llevo horas aquí acostado, por favor, solo quiero ir al baño. Ríete lo que quieras, pero déjame ir al baño primero.
La sonrisa de Otabek valía millones, coqueto, atrevido, y avergonzado al mismo tiempo. Yuri no se encontraba muy lejos de ese estado.
-¿Y por qué no me llamaste?-. Le dijo el Kazajo tendiéndole una mano.
-¡Oh! ¡Es cierto! ¿Cómo no se me pasó eso por la mente? Soy tan estúpido que no se me ocurrió la respuesta más obvia.-. soltó en un tono sarcástico. -Sí, si lo hice. Pero tú perro no sabe traer un teléfono.-. Señaló molesto a su esposo, antes de tomar con ambas manos el brazo de Otabek.
-¿En serio?-. Intentó aguantarse la risa, y pasó su otro brazo tras la espalda del rubio. En un movimiento rápido, Otabek sentó a Yuri en el suelo, y el rubio soltó un suspiro aliviado.
-Ay, gracias a Dios-. rodó los ojos y se recargó sobre el pecho del castaño. -No, tu perro no sabe como traer mi teléfono, pero sí como montar todo un campamento. Si hubiera una invasión zombie, no sabría traer un teléfono, pero seguro organizaría un batallón completo de animales armados para pelear contra ellos. ¡Oh! Y cuando finalmente lo trajo, ¡se quedó sin pila!
-Okey-. Otabek cambió su posición respecto a Yuri, se paró delante del rubio, y le extendió ambas manos. -Vamos arriba. Uno... Dos... -. Plisetsky finalmente pudo abandonar el suelo, y su espalda le agradeció por eso.
-Voy a hacer pipí-. Yuri plantó un rápido beso sobre la barbilla de su esposo, y se apresuró a paso pingüino al sanitario.
Otabek negó un par de veces con la cabeza, antes de regresar a la puerta por las bolsas. Ya luego acomodaría los comestibles.
Cuando Yuri finalmente salió del sanitario, se balanceó nuevamente a la sala, y con la mirada intentó recordar en que parte exactamente había arrojado su celular. Encontró a Potya jugando con la funda tras unos minutos, y sonrió al ver la expresión de su gata. Al parecer, le gustaba el pez de su funda, y hundía sus garritas en la suave contextura.
-No nena-. susurró al acercarse. -ese no es un juguete.
Yuri se inclinó para recogerlo, y se detuvo antes de hacer una tontería. No de nuevo.
-¡Beka, bebé!
El kazajo salió de la cocina.
-¿si?
-Me pasas el teléfono-. lo señaló a unos centímetros de distancia, y con gusto, Otabek asintió. Fue un movimiento rápido, casi imperceptible. Se inclinó, lo recogió y se lo entregó. Yuri estaba atónito. Lo hacía ver tan fácil, y simple. Vaya... era cierto, el embarazo lo había vuelto lento.
El resto de la semana, Yuri intentó hacer una lista mental de todas las cosas que había cambiado en su vida, después de adquirir su panza de embarazado. Y después de los ciertos y obvios cambios, como el hecho de que necesitaba ayuda para, bueno, prácticamente todo, había resultado que en efecto, tenía incluso más pos que contras.
Como cuando iba con Otabek al super, por ejemplo. Se podían estacionar en el aparcamiento para omegas/betas en cinta. Y no tenía que hacer filas. O el su trabajo por ejemplo, Yuuko y él hablaban durante su descanso en la cafetería de las oficinas, y un par de sus compañeros les ofrecieron una mesa. Nunca nadie le había ofrecido una mesa. Y lo mejor de todo, fue cuando se levantó a comprar un panquesito de la maquina dispensadora. Derek le cedió el paso, y lo dejó comprar primero. Era extraño, pero a Yuri en cierta parte le gustaba. Lamentablemente el panquesito de zanahoria que iba a comprar estaba agotado, y el último se lo había llevado Efurit hacía tan solo unos segundos antes. Plisetsky chasqueó los labios, y se dio media vuelta, dispuesto a volver a su asiento, cuando Efruit lo miró. Él era un alfa que trabajaba a unos cuantos escritorios a su lado. En un segundo, le ofrecio el panquesito que seguía sin abrir.
-¿E-estas seguro?-. le dijo un tanto incredulo.
-Si, por su puesto. Quería el de chocolate de todas formas.
Yuri le compró el panquesito a Efruit, quien era una persona que nunca compartía su comida. No dijo nada, simplemente se comió el pastelito. Vaya, realmente le daban lo que quisiera, ¿no era así?
Para las juntas del despacho, le dejaban siempre una de las primeras sillas, y le abrian la puerta cuando pasaba. No estaban haciendo más que inflarle los egos, y Yuri no estaba seguro de si eso le gustaba o molestaba.
-¿Siempre es así?-. le susurró un día a Yuuko.
-¿eh?-. La chica lo miró sorprendida, mientras mordía la punta de su pluma.
-Si. Todo eso de "Pase usted primero", que te den el asiento, y te abran las puertas. ¿Es siempre así?
-Durante el embarazo... si. Maso menos. Pero te acostumbras, lo prometo.
Yuri suspiró pesado. -Eso espero. El otro día Dayane hizo mis copias por mí, porque segun esto "la radiación de la impresora es mala". Y cuando regresé, casi choco con Ivanov.
-¿No es uno de los alfas que compite por el puesto de campo?
-Si. Ése mismo. Venía cargando unas cajas, con esos instructivos que pidió Yakov. Y no me vio. Casi me da un infarto.
-¿Y qué pasó?-. Yuuko lo miró con total atención. A su mejor amiga realmente le gustaba el chisme.
-Nada. Ese es el problema. Creí que me gritaría, como siempre. ¿Sabes? Y al inicio si lucía molesto, se cayó la mitad del contenido de una caja. Digo, no fue mi culpa, él debió fijarse por donde pasaba, pero aún así. En cuanto me vio, se disculpó, y me preguntó si estaba bien. ¿Puedes creerlo?
-Ivanov, ¿siendo amable? No es posible.
-Me sentí mal por él, quise ayudarlo a levantar las hojas, pero no me dejaron.
-Yuri, no debes levantar cosas, incluso si no son pesadas.
-Es justo lo que él dijo. Y lo sé, lo sé, pero en serio, te prometo que no estoy haciendo esfuerzos para nada. La unica vez que salí esta, y la semana pasada, fue para ir al mercado, con Beka. En serio, apenas y subo escaleras.
-Puedo imaginarlo. ¿Cuando te dan de baja?
-Supongo que en un par de semanas. Iniciando el tercer trimestre, tal vez una semana más tarde. Ay, pero la verdad no quiero hacerlo. Imaginate, un año entero antes de volver.
-Oh, pero se te va a pasar volando. Vas a pasar un año entero viendo a tus cachorros crecer antes de volver al trabajo. Creeme, va a ser mucho más dificil volver de lo que te imaginas.
-Eso espero. Solo se que amo las bajas por paternidad, el sistema canadiense es el mejor.
-Es por eso que esta empresa tiene los mejores tratos, Yuri.
-Te invito el almuerzo hoy-. El rubio señaló su mochila. -Beka me puso dos toopers en lugar de uno. A veces me pregunto si me esta cuidando, o intenta engordarme para hornearme en acción de gracias.
-Creo que para navidad-. se burló la chica. -Por cierto. ¿Ya sabes el genero del segundo bebé?
-Aún no-. Yuri se llevó una mano a la barriga. -Tenemos la cita este fin de semana. Si todo sale bien, el lunes te digo.
-Y el martes es la entrevista. Voy a cruzar los dedos porque todo salga bien
-Esperemos que así sea
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Yuri encontró otro uso para su abultada barriga. Lo descubrió una noche de peliculas, que pasaba con su esposo. El dolor en su espalda lo estaba matando, así que colocó un par de alomhadas en el regazo de Otabek, y se acostó en el sofá, ocupando la mayor parte del epacio. Beka se sorprendía del a creatividad de su esposo para encontrar una posición comoda en el sillón, a veces usaba a Alyoshka como descansa piez, o simplemente subía las piernas sobre el respaldo. O hacía inmensas construcciones de almohadas, hasta que su espalda estuviera comoda, y los cachorros dejaran de patearlo.
Pero sostener un bowl de palomitas en esas posiciones, no era muy combeniente.
Esa noche, para su impresión, Plisetsky había colocado el bowl sobre su vientre. Era una buena mesa, de hecho. Y cuando acercaba el bowl hasta su pecho, Yuri solo tenía que inclinar un poco la cabeza para conseguir las palomitas, en lugar se usar las manos.
-Ingenioso-. le dijo, mientras lo miraba hacerlo.
-Gracias-. Yuri hizo una pequeña reverencia con su mano, y siguió comiendo. Otabek le robó un puñado de palomitas antes de que se las acabara, y continuaron viendo la pelicula.
Desde entonces, Yuri utilizaba su barriga como mesa para casi cualquier cosa. Y más aún cuando se trataba de comida, especialmente por las noches, cuando tenia algun antojo y lo deboraba en la cama. Y Otabek, aprovechó para hacer lo mismo. A veces colocaba algún libro o baso sobre la barriga de Yuri, mientras trabajaba. En una ocación, incluso, comenzaron a apilar algunos libros y objetos no pesados sobre el vientre del omega, como si una clase de Jenga Extraño se tratase.
En total, lograron colocar 3 libros, un termo, una almohada, 5 platos de cereal bacíos, un rollo de papel de baño, y el control de la tv apilados. Y luego Potya lo tiró. Yuri y Otabek se atacaron a carcajadas, y con el tiempo se acostumbraron a construir pequeñas torres con cosas no pesadas sobre el vientre del omega. Cada vez haciendolas un poquito más altas, hasta que sus cachorros patearan y la derrumbaran.
A Yuri le gustaba ver su estomago moverse, y sentir los piecitos de sus cachorros acomodarse contra su cuerpo. Si, aveces le pateaban los pulmones, o se recostaban subre su vejiga, lo cual no era nada bonito, pero era curioso ver su piel moverse conforme sus hijos lo hacían. Yuri decía que era asqueroso, y Otabek se había tomado la molestia de documentarlo un par de veces en video, para la posteridad.
-Se te va a botar el ombligo-. le comentó Beka un día. El Kazajo jugaba con la lechosa barriga de el rubio, mientras el omega leía una guía de paternidad.
-¿Qué?-. Las palabras captaron la atención del rubio, quien apartó la vista del libro, y deshaciendose de los lentes de lectura, clavó la mirada sobre su esposo, que subía cada vez más su camiseta.
-Se te va a botar el ombligo-. repitió como si nada, mientras pasaba sus manos por la extención de su estomago. Más presizamente, por su ombligo.
Plisetsky intentó ver a lo que se refería, pero era más que imposible ver su ombligo sin ayuda de un espejo.
-¿De qué estas hablando?-. Yuri cerró el libro.
-Tienes el ombligo metido.
-Si, siempre lo he tenido así.-. Yuri colocó una mano sobre su vientre, al sentir una patada.
-Bueno, en poco tiempo, ya no más.
-¿Qué?-. Plisetsky movió las manos hasta este, para sentirlo. -No es cierto.
-Si, es cierto. Antes no lo tenías así, ahora parece que va a botarse.
-Claro que no.
-Si sigues engordando como lo haces, tu ombligo se volverá un botón.
-Se verá horrible bajo las camisetas.-. Yuri pensó en voz alta. -No, no. Me niego a que eso pase. Solo sucede cuando tienes el ombligo salido, como el tuyo. Yo siempre lo he tenido hundido, no va a botarse.
-Te apuesto 5 dolares a que lo hará.
-Qué sean 20
-50-. Yuri entrcerró los ojos.
-200, a que no se me bota el ombligo.
-Trato hecho-. Otabek le tomó la mano, y ambos firmaron un pequeño recordatorio en el almacen de notas, en el telefono del alfa. Porque seguro que en un futuro se les olvidaría, y ninguno quería eso. -Pero se te va a botar.
-No es cierto, no a todos les pasa.
-Eso ya lo veremos.
-Callate y besame.
-Si señor.-. Sin duda alguna, Otabek amaba los cambios hormonales de Yuri.
Al menos, la mayoría de las veces.
Y esa noche fue una escepción.
Yuri se había levantado a las altas horas de la madrugada, para preguntarle a Otabek si lo quería. El kazajo aún medio dormido y con un tono somniolento simplemente se acomodó sobre las sabanas, y siguió orbitando sobre los brazos de morfeo.
Yuri siguió moviendo el hombro de su esposo, y susurrandole bajito la misma pregunta, parecía que la respuesta era muy importante para el rubio en ese momento, porque se encontraba muy persistente al respecto.
-Beka...-. Le dijo una ultima vez, con los ojos llenos de lagrimas. -Beka, ¿me quieres?
-mhmm-. Asintió aún dormido Otabek, envolviendo sus brazos alrededor de su cuerpo.
-No es cierto...-. Y con eso, se quebró su voz. -No me quieres, no es cierto...
Otabek se levantó con los llantos de Yura, y suspiro pesado al darse cuenta en la situación que se había metido.
-Amor... ¿por qué lloras?-. Le dijo sin despegar la cabeza de la almohada.
-No me quieres-. Yuri hipeó entre sus lagrimas, y dejó las gruesas gotas correr por la extensión de su cara.
No otra vez, pensó Otabek para sus adentros, mientras se daba la vuelta, y se inclinaba hacia la mesita de noche, para tomar una caja de pañuelos entre sus manos.
-Si te quiero, Yura...-. suspiró Otabek al pasarle la caja.
Yuri tomó un pañuelo, se dejó llorar cual macdalena.
-No es cierto. No me quieres...-. Yuri se sorbió la nariz. -Ya no me amas.
-¿Por qué dices eso, Yura?-. Otabek se pasó la mano sobre la cara, y se talló los ojos para despertarse.
-Porque ya no me quieres-. sollozó a moco suelto, y se limpió el rostro con el pañuelo.
Otabek le acercó nuevamente la caja, Yuri tomó otro.
-Te amo Yura.
-¡No mientas!
-Te amo-. Y así paso, maso menos una media hora, Yuri repitiendo que Otabek ya no lo amaba, y el kazajo diciendole que si lo hacía.
Otabek no iba a perder la pasiencia, no era la primera vez que sucedía, y sobre todo, no sería la ultima. Así que después de que Yuri se acabara una caja entera de pañuelos, el castaño se levantó de la cama, trajo el bote de basura, tiró los papeles al cesto, lo volvió a dejar en su lugar, se lavó las manos y bajó a la cocina, dejando a Yuri llorando solo en la recamara. Volvió unos minutos mas tarde, con un baso lleno de helado de fresas, con un par de ballas como topping, además de una nueva caja de pañuelos que abrió frente a Yuri. Dejo el cartón sobre la cama, y el helado sobre la barriga de su esposo. Si, normalmente evitaba mimar sus consuelos con golosinas, pero al diablo con eso. Seguían su dieta al pie de la letra, además, Yuri ya no tenía nada que perder, ganar peso esa parte de su embarazo.
Despues, se volvió a acostar, besó en los labios a su omega, y le susurró al oido.
-Te amo Yura.
Una vez se separó de él, se metió bajo las sabanas, tomó una almohada, y la dejó sobre las rodillas de su esposo.
-¿Quieres que te lo diga de nuevo?-. Otabek se acostó, con los pies donde debería estar su cabeza, y esta ultima sobre la almohada que previamente había acomodado. -Te amo Yura-. y comenzó a acariciar su barriga. -Te amo, incluso antes de haber tenido a estos cachorros. Te amo, cuando te enojas, y arrugas la nariz en el acto, te amo cuando llueve, y esta soleado, te amo en las noches, y en las mañanas. Amo cuando te cepillas el cabello, y te lo trenzas. Amo cuando despiertas con la cabeza alborotada, y pareces un nido de rata. Amo que me obligues a hacer ejercicio, y a cuidarme-. le robó una cucharada de nieve. -Pero sobre todo, te amo por como eres. Terco, gruñón, y cabeza dura, pero te amo. Y no te pienso dejar.
-¿En serio?-. Yuri se limpió las lagrimas con el puño, y le sonrió.
-si. Te amo Yura... Te amo-. repitió otras mil veces más, antes de quedarse dormido. El berrinche de Yuri duró un rato más, pero despues de acabarse la nieve, y algunos cuantos "te amo", por parte del castaño, las hormonas de Plisetsky finalmente se calmaron.
Las noches se habían vuelto algo complicado. Para empezar, era sumamente dificil para el omega encontrar una posición comoda, le tomaba años y cientos de almohadas lograrlo, y cuando finalmente lo hacía, tenía que levantarse para ir al baño. Era practicamente un espectaculo.
Y si la incomodidad o las constantes idas al sanitario no lo mantenian despierto, seguro el dolor de espalda lo hacía. No era sorpresa para Otabek encontrarlo gran parte del día dormido, sabía que no lograba descansar bien por las noches. Pero eso no significaba que el alfa la tuviera facil. Al contrario, el constante movimiento del otro lado de la cama siempre lo mantenía despierto. Si bien, el felino ya no lo abrazaba por las noches, nada borraba el hecho de que Yuri era como un pulpo borracho buscando sus llaves entre las sabanas. Se movia tanto, y se reacomodaba de tal forma que practicamente cada noche cruzaba a su lado de la cama, ignorando la frontera imaginaria que con años habían construido para cada uno. Otabek se tenía que acurrucar en la esquina, y simplemente dejaba a Yuri ser, no quería meterse en problemas con un acalorado omega embarazado, porque si no, pasaría el resto de la noche y gran parte de la madrugada consolandolo, entre llantos y un mar de lagrimas, a causa de las hormonas.
Las noches en las que finalmente Yuri lograba descansar, Otabek no sabía si sentirse aliviado o no. Y es que Yuri tenia gases, y roncaba. Y demasiado. El medico dijo que estaba bien, que era algo que podía suceder conforme avanzara el embarazo, le comentó a Otabek que era sano y que no era una cuestión para preocuparse. Además, que el cansancio y la fatiga se volverían costumbre con el tiempo, ya que Plisetsky era un felino, y Altin un osezno; los osos tendían a dormir de una manera más pesada y a invernar por largos periodos de tiempo, los felinos no. Los Altin no se sentían afectados por eso, porque su genetica ya estaba acostumbrada, eran oseznos depues de todo. Yuri en cambio había sentido el cambio en su conducta de sueño como si le hubieran golpeado la cabeza con un bate de beisbol. En un momento estaba bien, pero en cuanto su cuerpo exigia descanso, no había nada que pudiera levantarlo.
Lo que comenzó como largos suspiros, y pequeños resuellos, se convirtieron en el despertador matutino del alfa. Otabek pasaba sus madrugadas al lado de los ronquidos de su omega. En más de una ocación se cuestionó a sí mismo, como es que un sonido tan horrible podía ser producido por la boca tan bonita de Yuri. No se atrevía a moverlo, no si quería evitar despertarlo. Tenia miedo de lo que pasaría si eso sucedia.
El osezno al poco tiempo se rindió, con el tiempo, se acostumbraría, o al menos esa era la idea. Mientras tanto, las noches que no podía coinciliar el sueño, las pasaba hablando con sus cachorros, leyendo algun libro -o instructor de "como sobrevivir al embarazo" para padres primerizos-, o adelantando cosas para su trabajo.
Alyoshka por otro lado, en cuanto tenía oportunidad, salía corriendo de la habitacion, y prefería dormir afuera de la recamara o en el primer piso, con tal de evitar a los ronquidos de su amo.
Pero Otabek no podía darse ese lujo.
Se levantaba en las madrugadas, se preparaba una taza de ponche, jugo, café o lo que sea que se encontrara en ese momento, volvía a su habitacion. Se sentaba en su lado de la cama, y abría la computadora, con un brillo descentemente bajo -lo suficientemente alto como para no molestar a Yuri, y lo suficietemente bajo para no quedarse ciego-, se ponía un par de audifonos, las gafas, y comenzaba a teclear. Con el paso de las horas, se aruyaba hasta quedar dormido.
Cuando Yuri no lo veía, o cuando estaba demasiado ocupado roncando como para darse cuenta de su presencia, aquellas noches en las que Otabek no tenía ganas de leer ni de trabajar, se sentaba en el suelo, hincado del lado contrario de la cama, aquel en donde Yuri descansaba. Y comenzaba a hablar con sus cachorros. Ya eran lo suficientemente grandes como para escucharlos, o al menos eso es lo que le dijo el medico. Otabek podía pasar horas, y horas mirando ese estomago, acariciando con suavidad la piel lechosa de su omega, y susurrandole historias a esas pequeñas creaturas.
Les contaba lo afortunados que eran por tener a Yuri como su padre, lo mucho que los estubieron esperando, y cuanto los amaban, a pesar de no haberlos conocido aún. Les pedía que se mantuvieran sanos, y salvos; les contaba chistes, cuentos, e incluso les tarareaba algunas canciones de vez en cuando.
Mientras Yuri dormía, Otabek se enamoraba cada vez más. Y bueno, el kazajo ansiaba por poder sentirlos, cargarlos, y verlos. Él nunca había creído en el amor a primera vista, pero sin duda alguna, ya se encontraba enamorado por esos cachorros, que ni siquiera había conocido.
Había algunas ocaciones, en las que Yuri lo levantaba, pero no era con ronquidos ni gases, si no caricias. Yuri envolvía coquetamente sus traviesas manos por el cabello de su alfa y le susurraba piropos bonitos hasta levantarlo. Cuando eso sucedia, solo podía significar 2 cosas.
1.- Yuri tenia un antojo nocturno, -y demasiada flojera como para levantarse de la cama, o estaba en alguna tienda- en ambos casos, Otabek sabía que tendría que levantarse a comprar cualquier cosa que su omega le pidiera.
O 2.- Yuri se había orinado en los pantalones.
Normalmente era la primera.
Y la segunda... era una situación a la cual el omega no le gustaba mucho hablar. Solía ocurrirle cuando estornudaba, o cuando tenía ciestas prolongadas. Su cuerpo hacía lo que tenía que hacer sin darle tiempo de llegar al sanitario. Pero bueno, ese era un secreto de las y los embarazados, a todos les había sucedido, al menos una vez, durante su embarazo. Anque nadie lo admitiera en voz alta.
¡Otra de las cientos de maravillas que nadie te cuenta!
Pero bueno, esa era una historia para otro día.
Esa noche en especifico, las cosas fueron diferentes a lo esperado. Otabek se despertó por los golpecitos que Yuri le hacía al lado. Esperaba que le pidiera algo, o que simplemente le diera espacio para acurrucarse a su lado. Tal vez quería agua, o quitarse las sabanas. Cualquiera fuera la situación o el escenario que Otabek se había cargado imaginariamente sobre la cabeza, ni siquiera todo el entrenamiento que había conseguido en sus libros y guías del embarazo, lo prepararon para darle a Yuri esa noche una respuesta.
Todo comenzó de manera tranquila ese día. Las cosas habían estado bien, de maravilla. Cenaron algo ligero, acompañado de un batido de frutas con bitaminas, y se fueron a la cama temprano. Yuri se sentía cansado, por la pesada semana de trabajo, así que simplemente querían reposar un rato.
Apagaron las luces, y Otabek cerró el libro que estaba leyendo. Lo dejó acomodado en el buró de al lado, y se acomodó entre las sabanas. Yuri hizo lo mismo entre las almohadas.
Fue cerca de las dos y media de la madrugada. Plisetsky se había acurrucado comodo, sin hacer mucho movimiento ni nada. Estaba soñando agusto, cuando un dolor agudo en la espalda lo despertó de la nada.
Estaba respirando pesado, pero no sabía por qué. Intentó moverse, pero le punzó el estomago. Se llevó una mano a la barriga al soltar un jadeo, y presionó con cuidado su costado, esperando a que el dolor parase. Una vez lo hizo, se acomodó boca arriba, dejando su posición de lado. Sabía que algo no estaba bien, podía sentirlo, pero no había pruebas que indicaran lo contrario.
Otra vez ese dolor, y en cuanto movió sus piernas, lo sintió. Un liquido caliente entre las mantas. ¿Se había hecho nuevamente del baño mientras dormía? No, no podía ser eso, se sentía diferente. Sus hombros estaban temblando, y las lagrimas amenazaban con salir de sus ojos. Tenía miedo, pero no sabía el por qué. Se quedó mirando el techo por unos segundos, y luego metió su mano dentro de sus pantalones. Apretó los labios, le dolió el hacerlo. Y con cuidado y un movimiento despacio, levantó su mano frente a sus ojos.
Ahí, en total oscuridad, y con ausencia de luz, se dio cuenta de lo que estaba pasando. Abrió sus ojos como platos, y las lagrimas salieron a chorros de sus ojos. Yuri no lo pensó dos veces y movió con fuerza el brazo de su esposo, con la mano que no había metido a su pantalones.
-Beka...-. Le dijo. -Beka por favor despierta-. hipeó entre el llanto.
El alfa se revolvió molesto entre las sabanas, y miró a Yuri con los ojos entre-abiertos.
-¿Mhmm?-. soltó aún semi-despierto.
-Beka. Creo que estoy sangrando.
Fue entonces cuando Otabek despertó. Si eso era cierto, entonces todo se había ido al carajo.
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