[11] De cuerpo joven, y mente vieja
Otabek amaba su vida.
Amaba despertarse por las mañanas al lado de la persona que amaba. Amaba poder admirar la figura de su felino que se moldeaba entre las sabanas, cómo esas curvas incrementaban día con día, y como sus cachorros crecían fuertes y sanos, bajo la protección del cuerpo de su omega. Amaba su cama, tibia y calientita entre las almohadas, y lo seguro que se sentía en su habitacion, sosteniendo entre sus manos el cuerpo de su predestinado.
Amaba su casa, su pequeña mansion que había convertido en un hogar al lado de el rubio a su lado. Amaba su trabajo, a lo que se dedicaba. Y a sus tres mascotas, claro estaba: Alyoshka quien en todo momento lo acompañaba, siempre contento y jugueton a su lado, su fiel amigo que le alegraba las mañanas antes de ir al trabajo. Y Potya, esa pequeña y mimada gata, con un temperamento tan brusco como el de su dueño, hacían que Otabek no pudiera odiarla. ¡Es que era una replica exacta a su esposo! Solo que más pequeña, y en cuatro patas. Cuando Otabek se acercaba a ella, para acariciarla, la minina le gruñía, sacaba sus garritas y se alejaba furiosa, como si el pobre kazajo no fuera digno de poseer tan exotica belleza. Pero cuando Otabek se encontraba ocupado, o necesitaba su espacio, Potya se le hechaba encima, y hacía de todo para llamar la atencion del castaño. Se acostaba a su lado, se sentaba en el teclado de su computadora, le mauyaba como loca hasta que le pusiera atención, o se restregaba con cariño contra sus piernas en busca de mimos y cariños. Y Nesti, claro. Aquel pequeño pecesito, que se alegraba cuando Otabek lo alimentaba y chapoteaba contento en la pecera.
En el trabajo, siempre sentía que estaba jugando. Las horas se pasaban volando, sin siquiera contarlas. Sus compañeros eran divertidos, sus tareas faciles y entretenidas, y su mejor amigo -Leo- laboreaba hombro a hombro con él. Le encantaba la musica y el marketing en el que trabajaba, era bueno en lo que hacía, le gustaba. Y la mejor parte, es que le pagaban por eso.
Por las tardes, cuando llegaba del trabajo, le gustaba estacionar su auto frente a la casa, para quedarse ahí sentado, dentro de su vehículo sin moverse, simplemente observando, el pequeño paraíso que él y Yuri, con ardo esfuerzo y fatiga, habían fundado. Le hacía valorar lo que había construido con el pasar de los años. Su casa, el jardín delantero, y las preciosas flores que había cultivado. El ruso nunca fue bueno con las plantas, no importaba cuanto se esmerara, pese a todos sus esfuerzos, siempre terminaba matando a todas sus plantas. Es por eso que le gustaban los cactus: pequeños, duros, y faciles de cuidar. ¿Había olvidado ponerles agua? ¡No importaba! ¿Había demasiada luz o estaba muy frio el clima? ¡Ellos aguantaban!
Otabek en cambio, era muy bueno en la botanica. Tenía mucha pasiencia y dedicacion para las semillas, aún recordaba el fin de semana en el que plantó aquellas gardenias y peonias frente a las ventanas en el jardín de la entrada, Yuri le estuvo reclamando toda la tarde que no lo hiciera, que nunca florecerían por el clima y el mal pasto que tenían, mientras le traía una limonada al kazajo que se dedicaba sembrar ardamente aquellos pequeños petalos. Tras algunas semanas, milagrosamente lo hicieron, fue sorpresa para todos al verlo, pero crecieron fuertes y brotaron tallos hermosos, coloreando su pequeña villa como en un pequeño cuento de hadas. Sin duda, Otabek tenía unas manos magicas, y un talento natural para las plantas. Y Yuri... a él simplemente le gustaban las flores que su esposo le regalaba, y se sorprendió mucho cuando finalmente murió su cactus. Realmente era pesimo con la botanica.
Si alguien le hubiera dicho a Otabek de 16 años que cuanto tuviera 35 estaría viviendo en una casa victoriana, esperando 2 cachorros, casado con un ruso de mal genio, y con 3 mascotas en su residencia, no se lo hubiera creído. Pero ahora que lo estaba viviendo, sentía que era un sueño del que nunca quisiera despertar.
Cuando llegaba molesto del trabajo, o sentía mucha presión sobre sus hombros, se quedaba observando su casa. A veces prendía la radio, o tarareaba alguna vieja tonada mientras se quedaba mirando las ventanas, admirando lo bonito que lucían las recamaras a travez de las cortinas. Lo feliz que se veía Alyoshka ladrando les a los pájaros que se acercaban, o lo graciosa que lucía Potya cuando se acostaba en uno de los marcos de cristal, y la pobre era brutalmente asustada por el enorme San Bernardo. Haciendo que la indefensa gata saltara y se cayera del lugar en el que se encontraba, de la impresión. O si tenía suerte, lograba encontrarse a Yuri, viviendo tranquilamente del otro lado de la ventana. A veces recogiendo alguna cosa, mirando una pelicula, cantando a todo pulmón algun tipo de karaoke ochentero en ropa interior creyendo que nadie más lo veía, o simplemente divirtiendose con las mascotas. Otabek suspiraba, y sonreía. Realmente adoraba esa casa.
Esa tarde, había sido una de esas ocasiones. El sol se estaba poniendo, y apenas Otabek había sacado las llaves de su camioneta, respiró hondo y apoyó su cuerpo, sobre el volante, con cuidado de no hacer sonar accidentalmente el clackson, y disfruto de la vista.
La luz de la sala estaba prendida, la ventana estilo Bow Window tenía las cortinas abiertas, y daba una clara vista de lo que ocurría en su interior. El corazón del osezno se aceleró, y un suspiro se le escapó de los labios. Incluso despues de 7 años de matrimonio, se seguía volviendo loco por ese rubio.
Yuri se encontraba bailando. Alyoshka parado en dos patas, y recargando sus otras dos sobre los homros del omega, la hacía bien como pareja de baile. Una sonrisa estaba formada en los labios del humano, y una carcajada se le escapó cuando el canino movió la cola danzando. Sus pasos eran suaves, y lentos. Al parecer, Alyoshka estaba guiando la valada, y Plisetsky solo se dejaba ser. Por el volumen de la tonada, no tardó mucho en desifrar de que canción se tratarba. Volvió a suspirar, amaba esa canción.
Otabek entró a la casa. Ellos nunca fueron una pareja melosa, al menos no en un inicio. Pero siempre fueron fanáticos de lo simple. Porque de eso de trataba la vida, ¿no? De disfrutar los momentos simples, porque esos recuerdos son los que traen mayor felicidad.
Otabek y Yuri no eran de esas parejas que tenía canciones románticas para dedicarles al otro, y que chillaban como quinceañeras emocionadas cada vez que las pasaban por la radio; pero sin duda, compartían un par melodías, que se guardaban en secreto para disfrutar al lado de su amado en silencio, sin que nadie más se enterara. Una canción que los hacía reír, y a la vez llorar. Una tan movida que no pudieron usar como vals de bodas, pero a la vez tan calmada, que no se podría bailar en una fiesta. Una pequeña melodía que se guardaban para ellos, y que disfrutaban bailar a escondidas, en la seguridad de su casa. Y otra más que se divertian cantando las notas de una manera contenta, y desafinada. Pero todas y cada una de ellas tenían algo en común: La epoca en el que fueron publicadas.
Cuando Otabek se adentró a la sala, no se sorprendió al encontrar a Yuri con el gramofono prendido, en lugar de la vocina, reproduciendo la melodía que escuchaba. Y a Yuri no le sorprendió el poco tiempo que tardó Otabek en unirse a la celebración. En un segundo, el castaño ya se había hincado al suelo, y había cogido a Potya como su pareja de baile. Entre un montón de risas, se habían puesto a bailar de una forma lenta, romántica, y sumamente descordinada. Paseando de un lado a otro por la sala, sintiendo la alegría hasta la ultima nota que sonaba.
Otabek y Yuri compartían un secreto. Y es que Otabek estaba afiscionado por la musica de los años 30's. Una fascinación que sin duda alguna, solo Yuri conocía e igualmente replicaba. Si bien Otabek trabajaba con musica electronica, en el fondo adoraba las canciones antiguas, y las dulces y melancolas valadas que se escribieron durante la 2nda guerra. Aquellas que las jovenes les dedicaban a sus esposos que partían a la guerra, las mismas que describían y narraban las mil y un historias de amor de todas aquellas parejas que se perdieron en las trincheras.
Además, les gustaba coleccionar y decorar su casa con artefactos antiguos, de esos que al abuelo de Yuri le hacían recordar miles de historias, y lo hacían sentir más joven, porque en sus palabras: "Eso era lo que se utilizaba en su epoca". Era por eso, que a pesar de tener un reproductor de musica, o un televisor plano, muchas veces preferían escuchar la radio, o usar los discos de vinilo en el fonografo moderno que habían comprado. Tal vez era por eso que encajaban tan bien en el becindario al que se habían mudado.
La cuadra no solo tenía casas vintage, los habitantes de esas residencias eran en su mayoría personas mayores. Si no es que todos, antes de la llegara del matrimonio Altin-Plisetsky, claro estaba. Las parejas de ancianos se habían mudado de jovenes a aquella zona, y habían envegecido con sus casas. Sus hijos se hicieron adultos y cuales pajaros, dejaron los nidos para ir a hacer los propios y formar sus propias familias.
Cuando Yuri y Otabek se mudaron, muchos de sus vecinos se alegraron por su llegada. Era extraño tener caras nuevas por el becindario, y más por parte de una pareja tan "joven" como ellos. Pero cuando comenzaron a bajar las cajas para instalarse en su nueva morada, los demás no tardaron mucho tiempo en recibirlos.
En un inicio, algunos cuantos vecinos se preocuparon de que los "recien llegados" trajeran con sus nuevos aires modernos, molestas fiestas "punk" y aterrorizaran la manzana con todos sus escandalos y atrocidades, pero bueno, con el tiempo se dieron cuenta de que era todo lo contrario y de que no había nada por lo que preocuparse. Porque pese a que por fuera lucieran y tuvieran las fuerzas fisicas de personas de corta edad, por dentro aquella pareja era igual a la de un viejo matrimonio enamorado.
Aquella cuadra sin duda alguna era una como una pequeña comunidad. Cuando alguien necesitaba algo, los demás se apresuraban a ayudarlo. Se cuidaban entre todos, y se querían entre ellos. La señora Shapiro, por ejemplo, que cocinaba unas deliciosas galletas de canela y chocolate. O Wladyslaw Szpilman, que cultivava los tulipanes más bonitos y ayudaba al resto de los vecinos con sus jardínes. El señor Frank, que salía todos los domingos a leer en su porche el periodico, y saludaba gentilmente a Otabek cuando sacaba a pasear a Alyoshka. La pareja de Dorothy & Desmond Doss, que tenían la mejor receta para el pastel de carne en la historia. Y como olvidar a Klaus Langer, y su limonada, ese longevo omega preparaba la limonada más perfecta del mundo, Yuri decía que sabía a estrellas, y el anciano presume haber tenido el negocio más exitoso de limonadas de la ciudad cuando era niño, pues segun eran sus relatos, salía a venderla sin falta, cada fin de semana, y cobraba 5 centavos el vaso.
Yuri se llevaba bien con sus vecinos, de vez en cuando salía con las viejitas a hechar chisme, y a charlar con los ancianos. Y ellos en cambio, ocacionalmente, venían a entregarles algún postre o receta que con dedicación, dulczura y cariño les habían preparado. Despues de todo, pese a tener una actitud intolerante y de pocos amigos, Yuri creció con su abuelo, y se acostumbro a compartir gustos con generaciones mayores. Y a los ancianos les encantaba el rubio, siempre contento, alegre, lleno de energía y con tiempo para escucharlos. Las horas se pasaban volando entre las platicas y charlas que compartían con aquellos ancianos. Las bromas y los cumplidos nunca se hicieron faltar. Realmente encajaban bien en ese becindario.
Pero sus fiestas, por otro lado, eran particularmente especiales. Ellos acostumbraban a tener visitas en su casa, al menos una vez al mes se reunían con la familia del kazajo para cenar. Y cuando se juntaban sus amigos, la musica no acostumbraba a ser alta. Pero cuando Otabek y Yuri tenían una fiesta privada, de esas en los que solo ellos dos estaban invitados, se daban el lujo de dejarse ir, de subir al maximo el volumen de la musica, y de vez en cuando, abrir una ventana para que la melodía escapara hasta las viviendas cercanas. Las tonadas que ponían en aquellas ocaciones, eran iguales a las que bailaban esa noche.
A sus vecinos no les importaba, tampoco les molestaba en lo absoluto, de hecho, lo disfrutaban. Ver a esos jovenes amantes bailando desde la comodidad de su sala, compartiendo una pieza musical tomados de las manos, los hacía recordar lo bonito que era el amor, y lo dulce que habían sido ellos cuando tuvieron su edad.
-¿qué estamos celebrando?-. Le preguntó curioso el castaño.
-Que te amo-. le susurró el rubio bajito, sin dejar de mecerse con el perro.
Y una vez la melodía había terminado, llegó la entrada a una nueva pieza, esta vez una tonada tan antigua, que seguro el abuelo de Yuri había escuchado apenas se había estrenado. Otabek cerró los ojos con cariño, y le sonrió a su esposo antes de despedirse de su actual pareja de baila.
-¿Me permites?-. le susurró a Poyta dejandola con cuidado en el suelo.
La gata le mauyó como respuesta, y Aluoshka bajó sus patas al instante del pecho del rubio. El canino caminó contento hasta el fonografo moderno, y subir el volumen del aparato. El kazajo se dorprendió por el acto, pero en lugar de decir algo, le extendió la mano a Yuri, esperando una respuesta, para bailar a su lado.
Yuri tomó sus manos, las esmeraldas se juntaron con los chocolates, y Otabek pudo sentir el suave tacto del omega frente a él.
-Baile conmigo, Yura-. le susurró en el oido las palabras.
¿Cómo podías decirle que no a esa mirada, si era su razón para levantarse cada mañana? ¿Y cómo podía decirle que no a esa canción, si fue el vals de su boda?
Con delicadeza, unieron sus manos, y Otabek deslizó cuidadosamente su brazo por la cintura del rubio. Juntaron sus cuerpos, o al menos, tan pegados como la barriga del rubio se los permitió en ese momento. Yuri recargó su cabeza sobre el pecho del opuesto, y comenzaron a bailar al compás de la melodía. Tarareando inconscientemente las letras de Kitty Kalen. Y disfrutaron de ese eterno y corto momento.
Sin duda alguna, Otabek adoraba su vida.
Yuri en cambio, siguió sumando malestares a su lista de síntomas provocados por el embarazo. Había días en donde Otabek se cuestionaba a si mismo, de donde sacaba tanta paciencia para vivir al lado del rubio. Tal vez era la estoica genética Altin, o el hecho de que llevaba años acostumbrándose a la irritable actitud de ese ruso, cualquiera que haya sido el caso, estaba funcionando. O al menos lo hacía la mayoría del tiempo.
Las benditas nauseas, que supuestamente a esas alturas del embarazo, ya deberían de haber desaparecido, estaban practicamente en su maximo explendor. Con casi 16 semanas de embarazo, la panza con la que se cargaba el omega era practicamente imposible de ocultar. Sus camisas le apretaban, y la rela al roce de sus camisetas lo incomodaba. Otabek ya no encontraba su ropa, sus prendas habían pasado a ser practicamente posecion del omega, el cual las tomaba a urtadillas sin que el kazajo se diera cuenta, porque a palabras del ruso "su ropa era mucho más suave y comoda".
Entre los muchos cambios esperados por el segundo trimestre, el favorito de todos fue sin duda alguna, el primer antojo de Yuri. El omega había estado siguiendo la dieta tan al pie de la letra, que prácticamente cualquier cosa dulce que le pusieran en frente, era una tentación. Y y si bien en algunas ocasiones había roto la dieta -de una manera sana, y no controlada, como en la fiesta en la casa de los Katsuki-Nikiforov, o los postres que de vez en cuando el abuelo de Yuri le preparaba- ninguna de esas ocasiones fue realmente un antojo personal.
Otabek se sorprendió mucho ese día, llegó a la casa después de hacer unas compras de ultimo momento, para traer leche, pan y huevos. Yuri por su parte, se encontraba muy ocupado en la cocina, preparando una receta vieja que Nikolai había encontrado en un catalogo de revista hacía algunos años. Era una especie de platillo latino, una salsa o un guisado, de eso el rubio no estaba seguro, pero lo que sí podía afirmar, esque había estado pensando en ese platillo durante casi una semana. Llevaba pollo, chile, y chocolate, no tenía idea de a que demonios sabría, pero realmente quería probarlo.
Cuando Otabek entró a la cocina, para acomodar los utencilios en la despensa, no pudo evitar clavar la mirada en su esposo. Por primera vez en mucho tiempo, el rubio estaba cocinando. No tenía permitido hacerlo, por ordenes medicas, pero prefirió ahorrarse los comentarios.
-Ya se, ya se. No me mires así, ¿quieres?-. le dijo el rubio, sin siquiera mirarlo. Yuri se llevó una mano a la cintura, y bajó la flama antes de mirar a su alfa. -He estado descansando, y mucho. No he hecho esfuerzo, y te prometo que estuve sentado la mayor parte del tiempo. -levantó las manos en defensa propia, y Otabek simplemente suspiró. Era de Yuri Plisetsky de quien estaba hablando, nunca ganaría una pelea contra él. ¿Por qué no simplemente disfrutar?
Yuri se veía tan bonito. Con esas ridiculas pantinflas negras, y un pijama que no era de su pertenencia. Con ese cabello dorado atado en un chongo despeinado, y esas esmeraldas brillantes. Mierda, era bellísimo.
-No dije nada-. soltó Otabek bajito, abriendo el refrijerador. -traje nieve-. informó el kazajo. -la de chocolate con chispas que te gusta. -el castaño guardó el recipiente en la nevera despues de mostrarselo a su felino.
Yuri se llevó ambas manos al estomago, y le sonrió.
-De hecho... de eso quería hablar contigo-. le dijo, antes de morderse el labio. Plisetsky se tomó un momento para respirar antes de continuar. -Iba a pedirte que trajeras nieve de fresa, o de futos del bosque. Ya sabes, la rosa que parece mermelada.-. explicó haciendo gestos con las manos. -Pero olvidé bajar el telefono, y el fijo estaba muy lejos.
-Pero, tu odias las fresas. Y las bayas.-. Otabek sonrió, y se recargó sobre la isla de la cocina alcando las cejas de manera coqueta.
-Si, bueno... Pues creo que a ellos les gusta de fresa, así que ahora, a mi me gusta de fresa.-. señaló su estomago, como si con el hecho de hacer ese gesto, volviera su argumento más valido.
El rostro de Otabek cambió por completo, se irguió, y se acercó nuevamente a la nevera. En un rapido movimiento abrió la puerta de esta.
-Si, hummm-. suspiró. -En ese caso, creo que ellos... lo sacaron de mí-. El osezno sacó un segundo bote de nieve, con la descripción que Plisetsky le había dado, acertando con el sabor favorito del kazajo, y una risa se le escapó. La pequeña sonrisa que se formó en los labios del omega, derritieron por completo el corazón del castaño. Sin duda alguna, esos eran sus hijos.
Yuri se acercó a paso lento, y tomó el bote con sus manos, como si fuera la reliquia más valiosa del mundo.
-¿Crees que es extraño, que quiera comerme esta nieve, con el "mole poblano" arriba?
-Oh, si. Por supuesto que es raro. Pero te estaría mintiendo si no digo que realmente quiero verte hacerlo.-. Yuri nuevamente se burló, y rodó los ojos con pereza. -Es-espera. Así que eso es lo que cocinabas ¿Mole poblano?
-Si.-. Plisetsky se vio orgulloso de su creación y se sentó, mientras Otabek se acercaba a la olla e inspeccionaba a fondo el platillo.
-¿Y qué mierda es el mole poblano?
-Es como una salsa... no, es un guisado... hay no lo se. Pero es mexicano.
-Entonces pica.
-No, porque tiene chocolate.
Con cada respuesta que obtenía, Otabek se confundía más, así que optó por quedarse callado, y dejar que su omega disfrutara de la extraña mezcla que estaba a punto de meterse a la boca. Por un lado, el sentido común y el estomago de Otabek le decían que eso era algo rotundamente asqueroso, pero por otro se encontraba realmente fascinado. Yuri era una persona extraña, y mierda, como le encantaba.
Después de eso se hizo costumbre que Plisetsky comenzara a agregarle a todo lo que comiera una porción de nieve de fresa. Era como su pequeño toque personal. Fue extraño, candente, y un tanto desagradable en algunas ocaciones, pero Otabek simplemente lo dejó ser. Después de todo, el osezno había dejado de tener antojos hacía un par de semanas, ahora era el turno de su omega para divertirse.
Cuando sus vecinos comenzaron a darse cuenta de que el rubio ya no salía a correr tan seguido como lo hacía antes, comenzaron a preocuparse. Y al enterarse de que el joven omega se encontraba en medio de un embarazo, la cuadra se volvió practicamente un escandalo. Las viejitas y sus chismes no se hicieron tardar, y al poco tiempo, comenzaron a tener visitas de todos los entrovertidos posibles.
Algunas parejas les llevaban postres, y otros cuantos les regalaban algunas cremas, o "remedios caseros" para algunos de los sintomas del embarazo. Yuri agradeció todos, y cada uno de ellos, especialmente aquellos que eran para los dolores de espalda y la congestión nasal.
El omega no se quejaba, realmente había querido estar embarazado desde hacía años, soñaba con poder formar una familia al aldo de su alfa, pero eso no excusaba que de vez en cuando se sentía agotado. La congestión nasal lo estaba matando, estaban en una estación cercana al verano, no hacía frio, y tampoco tenía una alergia o resfriado. Sin embargo, en todo momento tenía la nariz tapada, si no era por sus frecuentes estornudos, era por la sangre que repentinamente se le escurría. "Es por los cambios de hormonas" le dijo el doctor una vez le preguntó, pero bueno, no podía tomar medicamento para eso. Las viejitas en cambio, hacian pomadas, hunguentos y unos tés que hacían magia. Y Otabek aprendió a hacer un par de licuados de frutas, que ayudaban al rubio con la indigestion y con el estreñimiento, que casualmente encajaban perfectos para la dieta de pareja que estaban haciendo. Y también memorizó un tutorial completo y explicito -Cortesía de la señora Doss- de como hacer un buen masaje, o preparar comprensas de calor para aquellos terribles dolores de espalda. Y bueno, el resultado fue esplendido, porque practicamente hacía llegar al rubio a las estrellas.
O tal vez era el simple hecho de que Yuri se encontraba demasiado sensible, y cualquier muestra de afecto o tacto, causaban ese mismo efecto.
El felino no podía evitar soltar un suspiro, al sentir las grandes manos del castaño pasearse lentamente sobre su espalda, relajando hasta el musculo mas tenso de su cuerpo como si fuera por arte de magia.
Cuando finalmente le dijeron la noticia a la familia Altin, a las 18 semanas, no se hizo más que festejar, y gritar de la emoción. ¡La buena nueva había sido motivo de celebración! Y como no iban a hacer un escándalo, si la extensa familia del kazajo tomaba prácticamente cualquier situación como una excusa para hacer una fiesta. Hubo algunas lagrimas, y muchos, pero muchos abrazos por parte de los oseznos. Yuri apenas y pudo salir vivo de aquella cena, con tantas personas a su alrededor que lo querían, y se preocupaban por él, se sintió asfixiado por la atención. No es que no los apreciara, al contrario, su corazón se había derretido con todo el apoyo que recibio por parte de aquellas personas esa noche, pero seguía sin acostumbrarse por completo a tantas muestras de afecto.
"Denle su espacio, el pobre necesita un respiro", les dijo su suegra a sus hijos, tomando lo de la mano. Hacía mucho que Yuri no veía físicamente a la madre de Otabek, y vaya como la había extrañado. Después de todo, hablaban casi todos los días, al menos dos veces por semana, y pasaban largas horas charlando de lo muy lindo que el hijo de aquella señora era. Bueno, su hijo biologico, porque era claro que también consideraba al rubio como uno de sus consentidos cachorros. Y esa noche no fue la excepción, la señora Altín aprovecho para consentir a su mimado rubio, y futuros nietos, se sentaron uno al lado del otro, como la uña y mugre que eran aquel par de omegas.
En cuanto al trabajo, las cosas se volvieron más divertidas conforme el tiempo pasaba. O espontaneas, mejor dicho.
Desde el incidente de "déjame dormir, por 5 minutos más", Otabek no se iba al trabajo, hasta asegurarse de que su esposo ya hubiera salido de la cama, duchado y estuviera desayunando. Ninguno de los dos estaba decidido a repetir ese día, Yuri no podía darse el lujo de seguir faltando, si quería tener el puesto de trabajo de campo esperándolo para cuando volviese de su incapacidad por paternidad, una vez terminase su embarazo, y Otabek... él simplemente no podía seguir aguantando la risa de las situaciones que molestaban a su esposo. Lo cual hacía que Yuri se molestara incluso más, y por mucho que a Otabek le gustaran los berrinches que hacía el rubio, optaba por evitarlos y mantener lo relajado, porque como su padre le había dicho en una ocación: "Esposo feliz, vida feliz".
Muchas veces Yuri llegaba del trabajo fastidiado por las constantes molestias en sus pies y espalda baja, haciendo lo refunfuñar, hasta que Otabek aparecía, y le repartía su insasiable dosis de mimos de ese día.
Un martes, Yakov le mandó a llamar en pleno descanso. Le informó que tendrían una entrevista con una asosiación con la que querían entablar relaciones a largo plazo. Los 3 empleados que estarían ahí, serían los que aplicarían para el puesto de campo, y el que mejor representara a la empreza e hiciera la entrevista, sería el acredor al trabajo.
Yuri se preparó mucho para aquella entrevista, hizo notas, imprimió y le sacó copia a todos los datos y documentos recaudados -para cada uno de los presentes cabe resaltar-, e incluso compró una canasta de pastelillos para darle a sus "invitados". Y con comprar, se refería a hacer que Otabek lo hiciera por él. Todo parecía perfecto, se notaba que realmente se había esforzado. Ahora solo quedaba que el universo le diera luz verde, y que las cosas se dieran como lo había esquematizado.
Pero el día en el que fue la entrevista, todo salió menos de la forma en la que se planearon. Comenzó de manera terrible, y conforme avanzó la entrevista, las cosas fueron de mal en peor. Sin duda alguna, no le darian el puesto de campo.
Para empezar, esa mañana ninguno de sus trajes le quedaba. Yuri había preparado un conjunto de ropa para ponerse ese día, desde la noche anterior, como acostumbraba a hacer siempre para no perder tamto tiempo en la mañana siguiente, pero en cuanto se comenzó a vestir, se dio cuenta de que sus prendas se negaban a cooperar. Los pantalones ya no le subían y las camisas tampoco le cerraban.
Así que no tuvo otra opción más que llevarse unos vaqueros negros con elastico de paternidad -un poco informales, pero no tenía otros pantalones que le quedaran en ese momento, más que un par de unos jeans de mezclilla con elastico, y Plisetsky no estaba dispuesto a irse de mezclilla al trabajo-. Combinó los pantalones con un una camisa de botones, a rayas gruesas verticales negras -que también había comprado en la sección de paternidad-.
Y pese a que la camisa era un tanto más formal, le quedaba un poco grande, la tela llegaba hasta sus muslos. Suspiró, no tenía tiempo para eso, pero tampoco era como que pudiera hacer algo al respecto. Recogió su cabello en una trenza de cascada, y se colocó unas zapatillas planas, que Otabek se tomó la molestia en abrochar por él, ya que la barriga comenzaba a dificultarle las cosas al omega.
Para continuar, los otros dos compañeros con los que trabajaría ese lucían mucho más elegantes que él, y como si no fuese suficiente con la inseguridad que comezaba a tener por su aspecto, ambos presentes eran Alfas. Yuri siempre fue una persona confiada, su autestima elevada era algo dificil de lastimar, pero gracias a una gran dosis de hormonas, y tantos cambios producidos por el embarazo, su autoestima pareció estrellarse por los suelos. Cualquier pequeño detalle lo hacía dudar de si mismo, cada cambio que obtenía lo hacía mirarse dos veces en el espejo para asegurarse de que seguía siendo él. Estaba aprendiendo a amar cada uno de esos cambios, a acostumbrarse a ellos, sabía que los causaba, y sabía que Otabek lo iba a seguír amando no importase que, pero eso no significaba que estaba exento. En algunas ocaciones las hormonas practicamente se apoderaran de su cuerpo, y le hacían pasar por malas jugadas.
De vez en cuandoel rubio se soltaba llorando, pasaba horas lamentandose por situaciones que no tenían un motivo, y su cuerpo e instintos simplemente buscaban consuelo. ¿Había un pajaro en la ventana? Yuri lloraba, porque estaba demasiado bonito. ¿Se había acabado el helado de fresa? Era el peor día de su vida, él mismo se lo había acabado y por eso se encontraba tan gordo. ¿Potya no se había dejado dar mimos? ¡Era el peor dueño del mundo!
Yuuko tomó la tarea de tranquilizarlo por la mayor parte del día, intentando distraerlo y ayudandolo a practicar lo que diría en su entrevista. Lo hizo respirar profundamente, lo miró a los ojos, y le recordó lo fuerte que era. "No importa que esos chicos sean alfas, y no importa como estes vestido. Te vez bien, te sientes bien, y eres grandioso" le dijo, "Ahora ve, entra ahí y pateales el trasero, ese puesto es tuyo".
Y lo hizo, Yuri entró a la sala de conferencas cuando fue su turno. Su manera confiada y formal al adentrarse a la sala, su sonrisa y esas preciosas esmeraldas, captaron rapidamente la atencion de los presentes. Se presentó de una manera formal a los 4 presentes en la habitación, 3 de ellos eran los representantes de la institucion que llevaba a cabo el estudio en el que -si tenía suerte- en un futuro trabajaría, y el 4to integrante era Yakov, quien sonrió de manera socarrona al rubio. El adulto bien sabía, que Plisetsky era su pequeña obra de arte, y al menos en su opinión, era por quien apostaba mejor para el puesto.
-Oh, ¿estas?-. Uno de los directores del área de campo alzó un poco su expresión, al notar su vientre abultado, mientras se estrechaban las manos.
Yuri bajó la mirada, y sin despedir esa blanca sonrisa de sus labios, respondió: -Si ¿Hay algún problema con eso?
-No-. le dijo el hombre, tomando nuevamente asiento.
-Es solo que es... curioso. Muy curioso-. Terminó una mujer de blusa azul, recargando el peso de su rostro en uno de sus puños con una sonrisa, era una beta. Y dejando ese tema de lado, comenzó la reunión.
El resto de la cita fue tranquila. Las preguntas que le hicieron fueron sensillas, Yuri prácticamente enamoró a su publico con sus respuestas, pero estaba claro que palabras bonitas no eran lo mismo que poner las cosas en practica, así que decidió responder de una forma didactica. Las cosas eran simples, la empresa se estaba haciendo cargo de un estudio de tigres de vengala, y Yuri estaba más que enamorado de estos animales. Su trabajo normal consistía en los papeleos posteriores a los estudios que realizaban de las especies de felinos con las que trabajaban, en pocas palabras, recopilaba los datos de las investigaciones de campo. Si optenía él puesto, él comenzaría a tener sus propios estudios, y se encontraría cara a cara con estos hermosos mamiferos. Diganle adiós a los escritorios y al diablo con los papeleos.
Los tigres de vengala habían sido rescatados de una cadena de trafico de animales, no los podían simplemente dejar en su "habitad natural" porque habían crecido en cautiverio, y requerían atencion y cuidados medicos. Además, su comportamiento era diferente al resto, eran mestizos, hostiles y algunos se encontraban en un pesimo estado. Requería el estudio para saber como tratarlos, y si todo salía bien, ellos mismos se quedarían dentro de la cadena de rescate de felinos que tenían.
El Plan que Yuri había especulado para el procedimiento de esos tigres era un poco complicado, pero si se seguía al pie de la letra, y con todas las alternativas que el explicaba meticulosamente en los libros que les había entregado a los presentes, era más que exelente para la recuperación de los animales. Para la atencion y evaluacion medica de ellos, se afiliaban a otra empresa con la que ya tenían lazos. Para la recuperacion, la dieta y los ejercicios de rehabilitacion, presentó al mejor equipo con el que contaban, y los estudios que realizarían eran claros y directos. No afectarían en nada a las rutinas que estos felinos tneían, y los ayudaría a adaptarse a un habitad antes de poder transpirtarlos a los centros de cuidados de animales que tenían. Las explicaciones de los planes que había propuesto, dejaron facinados a sus espectadores, Yakov estaba orgullozo de ese crio. Era como si aquel omega hubiese nacido para ese empleo.
O al menos hasta mediados de su exposición. A Yuri le comenzó a doler el estomago. Mientras más tiempo pasaba, más se mareaba. Se tomó un momento para respirar.
-¿Estas bien?-. Yakov lo miró serio, de un momento a otro el rostro de Yuri palideció.
Fue entonces cuando sucedió, en un segundo su estomago se revolvió, Plisetsky miró su reloj y maldijo a lo bajo. 4:10 p.m. En un momento, ya se encontraba en la esquina del cuarto, sosteniendo la papelara de la habitación mientras devolvía su almuerzo en el bote.
Yuri seguía teniendo mareos, le habían hecho un par de estudios para ver porqué seguía con ellos, a pesar de deberían de haber desaparecido terminado el primer trimestre. El medico les explicó que eran un indicio de enfermedades que podrían estar sufriendo los fetos, pero en cuanto tuvieron los resultados, todo parecía indicar que las cosas estaban relativamente normales. "Puede ser efecto colateral del crecimiento intrauterino retardado", les dijo a los padres primerizos para calmarlos. Y es que no sonaba tan descabellado, en un inicio Yuri no presentó ningun sintoma en su embarazo, y ahora que los tenía, parecían estar un tanto atrazados.
Tras unos eternos segundos se disculpó. Yakov le tendió una botella con agua, y una servilleta para que se limpiara, y tuvo que tragarse la verguenza para nuevamente levantar la mirada.
-¿Estas bien?
-¿Te sientes mal?
-¿Necesitas salir?
Fue entonces cuando a Yuri le entraron unas tremendas ganas de llorar, y como no, perdió la pelea contra sus sentimientos. Y mierda, ahora era pesimo ocultando las emociones. ¿En qué momento se volvió tan sensible y emotivo?
-Estoy bien-. mintió.
Y tras ese horrible imprevisto, terminó a medias su presentación. Practicamente salió corriendo del lugar, con la papelera aún en manos. Se adentró en los sanitarios y tiró el contenido de la canasta, antes de que su estomago se revolviera de nuevo, obligandolo a lavar su boca una segunda vez esa tarde.
Bueno, su presentación había sido un completo desastre. Las cosas no podrían ser peor, ¿o si? Al menos, ahora que era seguro que no obtendría el puesto, y en su lugar ganaba una medalla por haber metido la pata de la manera más estupida en la historia. Una vez el bote estuvo limpio, volvió desanimado a la sala, para dejarlo en su lugar, y para su mala sorpresa, los presentes seguían ahí, charlando con Yavok. La mujer de la blusa azul se le acercó, y lo tomó del hombro con una sonrisa.
-Nos encantaría que terminaras tu presentación, y se la explicaras al resto del equipo del estudio.
Yuri no se lo podía creer, ¿Era en serio? ¡Esa mujer estaba loca! ¿Le estaba ofreciendo el trabajo? ¿Qué no había visto el estruendoso desastre que había hecho hace apenas unos minutos? ¡Había lanzado su carrera entera por un acantilado en un clavado!
-Pe-pero-
-Tus ideas fueron francamente impresionantes. Y creemos que necesitamos más de esa energía trabajando con nosotros. Y respecto a- bueno, eso-. señaló el cesto. -lo discutiremos después.
Lo único que salió de Yuri fue una sonrisa, se estrecharon las manos y después de eso, el rubio regresó abochornado a su casa, con la cara completamente colorada, y la vergüenza aún viva como una flama. En cuanto escuchó la puerta abrirse, Otabek le preguntó a su felino acerca de su día, y como le había ido en la presentación. Lo acompañó hasta el 2ndo piso, y Yuri comenzó a narrar lo desastroso que había sido su día.
El alfa escuchó atentamente la historia de su esposo, ponendo atención en cada palabra, mientras el rubio se desvestía, y cambiaba su atuendo por una comoda pijama, sin importarle que aún fuese de tarde. Y Otabek, bueno, él acarició la barriga.
El resto del día la pasaron acurrucados.
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