Capítulo 8
Segunda parte
Después de varias horas de charlas de palabras vacías, aperitivos exquisitos y discursos preparados, iba a dar comienzo el momento más esperado de la velada: el baile que el gobernador abriría con su preciosa hija. Pero Miel no estaba en la pista de baile, ni hablando con los músicos, ni integrándose en sociedad con las familias más importantes, se encontraba refugiada con las dos personas que más quería en la biblioteca.
—¡Ni siquiera hemos podido celebrar tu cumpleaños, Miel!
—¿Te parece pequeña la fiesta que ha montado Adela? —Pero sabía muy bien a qué clase de celebración se refería su amiga, por lo que enseguida dejó de lado su tono sarcástico—. No te preocupes, El, cuando vuelva habrá tiempo para eso y más.
Eleanor la miró con cara de preocupación. La otra, sentada sobre la larga mesa, balanceaba sus piernas sin dejar de sonreír, como una niña pequeña en el columpio de un parque. Ella era la primera a la que la idea de marcharse de la ciudad le hacía estremecerse, pero sabía que si sus amigos la veían dudar, no la dejarían ir.
Darío, apoyado contra una de las estanterías, guardaba silencio mientras ambas chicas conversaban. Por una vez, y aunque le costara reconocerlo, estaba de acuerdo con la pelirroja. El plan no sólo era arriesgado, si salía mal, iba a ser un suicidio. No dudaba ni por un segundo de la inteligencia de la joven, pero sí creía que estaba siendo cegada por sus impulsos.
—¿Por qué no esperar?
Miel apartó la mirada de su amiga para posarla en él.
—¿Cómo? —preguntó frunciendo el ceño.
—¿Qué va a hacer cuando llegue allí? —continuó el muchacho—. ¿Cómo va a encontrar a la persona que busca si ni siquiera sabe si está viva? ¿Cómo va a hacer para mantenerse a salvo?
—Pues...
—Necesitamos un plan mejor.
—Ya lo tenemos —intentó explicarle sin perder los nervios, mirándole a los ojos—. Esta noche es la única oportunidad que tengo para poder cruzar sin que haya nadie que pueda impedírmelo.
El muchacho se revolvió un poco el cabello rizado.
—No lo veo, señorita Blossom, no lo veo.
—Pero es que no tienes que ver nada, es el mejor plan que tenemos hasta ahora.
—Señorita Blossom...
—¡Deja de llamarme así!
—Chicos... —musitó Eleanor tratando de captar la atención de ambos.
—Y no hablemos de su aspecto.
—¿Qué le pasa a mi aspecto?
Miel parecía aturdida. El reproche de Darío no era algo a lo que estuviera habituada.
—La reconocerán —sentenció—. Media melena, tez blanca y ojos verdes. Sin duda sabrán quién es antes de que pueda poner el pie al otro lado. Y no hablemos de su lunar en la mejilla.
—¿Mi lunar en la mejilla?
—La reconocerán.
—¿Puedes dejar de decir eso?
Cuando Miel sintió su corazón latiendo con fuerza y cómo sus lágrimas iban a desbordarse en cualquier momento, giró su rostro y evitó los ojos de Darío.
—Chicos —interrumpió de nuevo Eleanor, transformando los susurros en un tono de voz mucho más elevado y acercando la oreja a la puerta—, creo que viene alguien.
Sin que diera tiempo a más, Eleanor corrió en dirección a Darío y lo empujó hacia el interior de los estantes. La tenue luz de esa zona de la biblioteca hizo que las sombras de los muchachos desaparecieran justo antes de que el gobernador entrara en el lugar.
—Cielo —dijo al ver a su hija sola, sentada encima de la mesa y con la mirada perdida—. ¿Estás bien?
—Sí, papá. Solo necesitaba despejarme un poco.
Kein sonrió.
—Tenemos un baile pendiente, ¿recuerdas?
Ella asintió pero su padre advirtió la tristeza en su rostro.
—Hagamos una cosa —propuso el gobernador—. Me concedes el honor de bailar un vals conmigo, te quedas un rato hablando con los Pollock para hacer feliz a tu madre y luego puedes ir con Eleanor a celebrar tu cumpleaños.
La chica le miró con sorpresa.
—Hija, no creerás que en todos estos años no iba a darme cuenta de la buena relación que tienes con esa muchacha, ¿verdad? —Le guiñó un ojo, parecía estar divirtiéndose—. Pero ten cuidado con tu madre, ya sabes que no lleva muy bien las relaciones entre clases.
—Gracias, papá —dijo abrazándolo, tratando de controlar las pulsaciones que parecían estar celebrando su propia fiesta dentro de su pecho.
—Ah, imagino que pedirás las vacaciones de un mes, ¿me equivoco?
—No se te escapa una, señor gobernador.
El hombre le dio un toquecito en la nariz y la ayudó a bajarse. Después, ambos salieron de la biblioteca y se condujeron al gran salón. Todos los asistentes que habían formado un círculo suspiraron aliviados al verlos. Adela sonrió e indicó al grupo de músicos que comenzara a tocar.
La música se hizo sonar y el gobernador llevó a Miel hasta el centro del salón. Rodeó la espalda de su hija con la mano derecha y con la izquierda sujetó la de ella. Ambos adoptaron una pose erguida y elegante y comenzaron a dar pasos rectos hacia adelante y hacia atrás, en un movimiento de vaivén. En ese instante, Miel sintió que no necesitaba estar concentrada en nada que no fuera el baile o su padre. Lo estaba disfrutando, se divertía y quería que ese momento se quedara guardado para siempre en su memoria.
Los invitados quedaron maravillados con el clima tan íntimo que padre e hija habían forjado. Aquel era sin duda un episodio que todo Rythm recordaría, especialmente Adela Blossom, quien, por una vez, pudo mostrar su lado más humano viéndose con los ojos cubiertos de lágrimas contemplando como su familia se ganaba toda la atención.
Cuando terminó el baile, Kein besó a su hija en la mejilla e invitó a su mujer a la pista. La gente de alrededor se buscaba entre ella para unirse también en la segunda canción y, antes de marcharse definitivamente de allí, Miel se acercó a Charles Pollock y se quedó unos minutos hablando con él, asegurándose de que su madre pudiera verla para después dedicarle una señal de aprobación.
—Desconocía que bailaras tan bien —comentó con el rostro iluminado.
—Lo hemos ensayado durante varios meses.
—No seas tan modesta, Miel.
Ella se lo agradeció devolviéndole una tímida sonrisa.
Alguien rozó su brazo en ese momento, lo que la hizo voltearse y descubrió a Eleanor haciéndole un gesto con la cabeza. La cumpleañera estudió la escena y se dio cuenta de que aquel era el momento perfecto para irse, pues todos estaban bailando y lucían demasiado distraídos y alcoholizados como para darse cuenta de nada.
—Ha sido un placer verte, Charles —se despidió dándole la mano al chico —Espero que podamos hacerlo más seguido.
El hijo de los Pollock se vio algo decepcionado pero supo disimularlo lo mejor que pudo.
—Lo mismo digo.
Miel siguió la ondulada cabellera pelirroja, haciéndose paso entre la gente hasta que las dos llegaron de vuelta al vestíbulo. A medida que subían las escaleras para entrar a su habitación, Eleanor le explicó que tendría unos pocos minutos para cambiarse el vestido y recoger sus cosas mientras Darío las esperaba dentro de un coche fuera de la mansión.
Ya en el cuarto, comenzó a desnudarse con rapidez mientras se embutaba en unas ropas oscuras y viejas que Darío había conseguido del orfanato de la ciudad. La camiseta le quedaba demasiado pequeña y los pantalones demasiado grandes, pero no había tiempo para detenerse en detalles sin importancia, de modo que agarró un imperdible de la caja de costura y logró ceñirse unos centímetros los pantalones. Se calzó unas botas de cordones y, lanzándosela Eleanor desde la otra punta, se abrochó también una chaqueta cuyos agujeros habían sido reemplazados por telas de estampados caóticos.
Por otro lado, Eleanor echaba un vistazo a la pequeña bolsa que su amiga iba a llevar consigo. Revisó que llevara lo más esencial como una linterna, barritas energéticas, ropa de repuesto y un kit para emergencias. Aprovechó que la otra estaba distraída retirándose el peinado para meter dentro de la bolsa una foto. Una foto que esperaba que le diera fuerza en caso de necesitarla.
—¿Y bien? —preguntó dando una vuelta sobre sí misma para que la otra le diera el visto bueno.
—Me gusta —respondió Eleanor con una mueca divertida.
—Estoy horrible.
—Estás horrible —coincidió ocultando los labios con la mano mientras contemplaba el pelo de su amiga—. Pero das el pego. Vamos, bajemos ahora que no hay nadie.
Las dos chicas trataron de coordinarse para ser lo más rápidas posibles. En menos de un minuto, lograron bajar a la planta principal, salir de la casa sin ser vistas y subir al coche que las esperaba para luego ver como la mansión de los Blossom y la gran fiesta quedaban reducidas a una simple ilusión que quedaba cada vez más lejos.
Darío, que conducía sin articular palabra, observó por el espejo retrovisor la nueva imagen de Miel.
—¿Qué te parece? —le preguntó ésta al darse cuenta.
—No está mal, pero se tendría que haber cambiado el color de pelo.
Eleanor asintió en señal de aprobación.
—El negro no te quedaría mal. Seguro que Ben guarda algún bote de pintura que utiliza para decorar las barcas.
—No pretenderás que me tiña el pelo con pintura para barcas.
—Si quieres meterte de lleno en el papel de chica abandonada, dudo mucho que al otro lado tengan tintes exclusivos para que las personas puedan usarlos en su cabello.
Miel suspiró.
—De acuerdo.
No tardaron en llegar a la cabaña donde vivían Ben y sus dos hijos. El recibimiento la pilló por sorpresa, pues Edith y Ciro corrieron a abrazarla y su padre, con una sonrisa encantadora, ofreció magdalenas recién horneadas a los tres invitados.
—Ben, ¿guarda usted algún bote de pintura negra en su casa?
Directa y con prioridades claras, así era Eleanor.
—Creo que hay uno bajo el estante de la cocina —respondió señalándolo—. Cógelo si quieres.
Eleanor, acompañada de los niños, se aproximó al estante y agarró la lata. Después, tomó a Miel del brazo, preguntó dónde estaba el baño y desaparecieron de la entrada. Media hora después, los gemelos regresaron a la entrada y se reunieron junto a Darío y su padre.
—Ha quedado muy guapa, papá —anunció la pequeña Edith realizando un tierno bailecito.
Cuando Miel y su amiga aparecieron de nuevo, unas cejas se alzaron en el rostro de Darío. Clavó su mirada en el pelo de la chica y no dejó de hacerlo por un largo rato, hasta que la voz de Eleanor le sacó de sus pensamientos.
—¡Tierra llamando a don embobado! —lo llamó riéndose—. Darío, ¿sigues con nosotros o te has perdido en el planeta miel?
Su amiga abrió mucho los ojos y le pellizcó el brazo tratando de mostrarse lo más serena que pudo. Los niños rieron también divertidos al darse cuenta de la situación y Ben le dio un par de palmaditas en el hombro al muchacho.
—Eh... sí —balbuceó—. ¿Qué ocurre?
—Es hora de irnos —respondió Miel.
Darío asintió con la cabeza y se incorporó de la silla. Pidió ayuda a Ben y ambos salieron en busca de la barca. Miel se agachó a la altura de los pequeños y les regaló un abrazo. No había tenido nunca la oportunidad de estar rodeada de niños, pero con ellos sentía una conexión especial. Luego, notó la apenada mirada de su amiga y se aproximó a ella.
—El.
La pelirroja forzó una media sonrisa.
—Anda, ven —dijo aferrándola contra su cuerpo—. Te vendrá bien descansar un poco de la señorita Blossom, ya lo verás.
—No digas eso ni en broma. El equipo D.E.M se rompe y encima me dejas sola con el merluzo.
—Lo soportarás, El —respondió Miel acariciando su mejilla—. Será poco tiempo, te lo prometo.
Eleanor asintió algo más convencida y sujetó a los pequeños de los hombros. Miel les dijo adiós con la mano y salió de la cabaña de madera. A lo lejos, pudo vislumbrar las siluetas de Ben y Darío tratando de desanudar la cuerda que mantenía sujeta la barca. Una vez terminado, la chica estrechó la mano del hombre y le dio las gracias. A continuación, se subió a bordo seguida de Darío, quien agarró los remos dispuesto a conducir el bote hasta el otro lado después de que Ben lo empujara con fuerza.
—Mucha suerte en su aventura, señorita Blossom.
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