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Capítulo 6

Cerró los ojos, saboreando el momento mientras el aroma dulce de vainilla inundaba su nariz. El olor siempre la transportaba a su infancia, recordaba su amistad con Eleanor. Se le vinieron a la mente escenas de hace años, cuando las visitas secretas a la casa del servicio se volvieron más frecuentes. August Stanford, el chef de la casa, les enseñaba a las niñas a seguir una de sus mejores recetas culinarias: las galletas de vainilla. Los domingos eran especiales, sentadas alrededor de la modesta sala, escuchando con admiración las historias que August contaba. Todo esto ocurría a espaldas de la señora Blossom, por supuesto, pero era una de las muchas travesuras que Miel hacía en secreto a espaldas de su madre.

Eleanor notó la sonrisa en los labios de Miel cuando la descubrió absorta en sus recuerdos, y se desató el delantal. Luego, sirvió las galletas recién horneadas en una pequeña bandeja y se acercó a su amiga con ternura.

—Vamos a sentarnos.

La siguió a través de los estrechos pasillos hasta el humilde salón, donde ambas se acomodaron en los gastados pero acogedores sillones. La casita del servicio era modesta pero funcional, un lugar donde los Stanford y Darío vivían sin lujos pero con todas sus necesidades básicas cubiertas. La casa tenía dos plantas, que estaban acondicionadas de la mejor manera posible dadas las circunstancias. Aunque no era una mansión opulenta como las de la Élite de Rythm, era un lugar que les proporcionaba un techo sobre sus cabezas y un refugio acogedor.

Mientras las dos amigas se acomodaban en los sillones, Miel no pudo evitar sentirse agradecida por tener un lugar como ese para escapar de la rigidez de su vida en la alta sociedad. Era un recordatorio constante de la relación especial que compartía con Eleanor y de la importancia de los momentos simples y genuinos que compartían juntas en la casita del servicio.

—Miel, dime la verdad, ¿quieres? —Le agarró la mano con suavidad, buscando su mirada con preocupación—. Sabes que confío en ti y valoro tu sensatez. No sueles hacer ni decir tonterías. Entonces, ¿me puedes explicar por qué quieres cruzar al otro lado del muro?

Miel se sintió vulnerable bajo la mirada penetrante de su mejor amiga. Sabía que tarde o temprano Eleanor descubriría lo que estaba pasando, siempre lograba leerla como un libro abierto.

—Llevamos casi dos semanas teniendo la misma conversación, El.

—Lo sé, pero es lo que sucede cuando me cuentas una verdad a medias —refutó frunciendo el ceño—. ¿Por qué no me dices de una vez qué te preocupa? Últimamente estás actuando de forma extraña.

La otra negó con la cabeza, sintiendo un nudo en su garganta. Sabía que era inútil tratar de ocultar la verdad a Eleanor, quien la conocía demasiado bien.

—No pasa nada, de verdad —murmuró, pero su voz sonó temblorosa, revelando su angustia interna.

La pelirroja apretó de nuevo la mano de Miel, transmitiéndole su apoyo.

—Miel, confía en mí. Estoy aquí para ti, pase lo que pase. No tienes que enfrentar tus preocupaciones sola. Sabes que siempre puedes contar conmigo.

Bajó la mirada, sintiendo las lágrimas amenazar con caer. Sabía que era momento de confiar en su amiga y compartir lo que la estaba inquietando. Después de todo, Eleanor siempre había estado ahí para ella, en los buenos y malos momentos, y esta vez no sería diferente.

—Si te lo cuento te estaré poniendo en peligro y es lo último que quiero.

Eleanor suspiró.

—Correré ese riesgo.

Pensó por un momento si tendría el valor de revelarle lo que había descubierto. No estaba segura, no porque no confiara en su amiga, sino porque sabía que al compartir ese secreto la estaría obligándola a guardar también ese peso en su conciencia.

—Por favor, dímelo.

Sin embargo, Miel permaneció en silencio, sin apartar la mirada de la de su amiga. Se sintió atrapada por sus preguntas y una sensación de opresión la invadió, como si las paredes de la habitación se fueran acercando cada vez más. En ese momento, reflexionó sobre su vida y cómo las circunstancias económicas habían moldeado su realidad. A pesar de tener todo lo que quería materialmente, se sentía vacía emocionalmente. Se preguntó si hubiera sido más feliz con menos, si el lujo de su casa tenía algún valor real cuando no se compartía con una verdadera vida familiar.

—Miel —la llamó Eleanor, sacándola del nubarrón de pensamientos en el que se había sumido—. Sabes que nunca te traicionaría, ¿verdad? Siempre estaré aquí para apoyarte en lo que...

—Soy como ellos —interrumpió, finalmente encontrando el valor para expresar su secreto. Sus palabras salieron entrecortadas. Las lágrimas llenaron sus ojos mientras se enfrentaba a la posibilidad de cambiar su vida y enfrentar las consecuencias de su descubrimiento.

Miel respiró hondo antes de continuar. Sabía que tenía que ser clara y sincera con su ella, a pesar de lo difícil que pudiera resultar.

—¡Que soy como ellos! Una... ya sabes —exclamó, frustrada por no poder expresarse con claridad.

Eleanor frunció el ceño, confundida.

—Pues no, si me hablas en clave no te entiendo.

Miel se levantó del estrecho sillón y se acercó a su amiga. Después de tomar otra profunda inspiración, se sentó a su lado y comenzó a relatar toda la historia desde el principio. Explicó cómo había estado ordenando los informes del cociente intelectual de los niños, cómo se dio cuenta de que no recordaba las respuestas que aparecían en su supuesta prueba y que los resultados no le pertenecían.

—¿Qué quieres decir?

Miel miró a su amiga a los ojos, tratando de encontrar las palabras adecuadas.

—Que obtuve más puntos.

Eleanor la miró con sorpresa.

—¿Cuántos más? —preguntó, queriendo entender la magnitud de la situación.

La frente de la pelirroja se arrugó y su expresión se volvió más dura. Miel agachó la cabeza y de forma algo tosca se peinó el cabello hacia atrás.

—¿Cuántos?

—130.

—No me jo... —Se tapó la boca con las manos y después volvió a apartarlas—. ¿130 puntos de inteligencia?

—Sí.

—¿No será un error? Seguro que es un error.

—Lo comprobé varias veces, El, era mi examen y ese fue el resultado.

Eleanor se quedó en silencio por un momento, asimilando la noticia. Sabía que esa puntuación era extremadamente alta, mucho más de lo que se consideraba normal. Comprendió la gravedad de la situación y la posible implicación que eso tenía para Miel.

—Pero... ¿por qué no me lo dijiste antes? ¿Por qué lo guardaste en secreto?

La otra chica bajó la mirada, sintiéndose culpable.

—Porque... sabía que si te lo contaba, estarías obligada a guardarlo también. Y no quería ponerte en esa situación. Además, no sabía cómo ibas a reaccionar.

Eleanor se acercó y la abrazó, reconfortándola.

—Miel, siempre estaré aquí para apoyarte, sin importar lo que pase. Eres mi mejor amiga, y nada cambiará eso. Pero necesitamos averiguar qué significa esto y cómo puedes manejarlo. No estás sola en esto, ¿de acuerdo?

Ninguna de las dos chicas pareció darse cuenta de que no estaban solas en la habitación hasta que Eleanor volteó la cabeza y notó a Darío, quien permanecía en una esquina con las manos entrelazadas delante de él.

—¡Pero vaya! —exclamó vacilante—. ¿Cuánto tiempo llevas ahí?

Miel también se giró y observó que el chico parecía imperturbable, con su expresión seria de siempre. Las dos amigas se miraron entre sí, y luego Darío confesó haber escuchado toda la conversación.

—Vale, a ver... ¿Alguien más lo sabe?

—Solo vosotros dos —respondió, encogiéndose de hombros.

—Pues así debe seguir siendo, ¿está claro? —advirtió Darío, con tono serio.

Eleanor y Miel asintieron solemnemente, comprendiendo la importancia de mantener el secreto a salvo.

Se cuestionaba por qué su amiga no le pedía más explicaciones, o por qué ni ella ni Darío mostraban algún tipo de rechazo hacia ella. Dadas las circunstancias, lo más lógico y comprensible sería que la apartaran, después de todo, en Rythm se enseñaba desde la infancia a diferenciar y separar a los superdotados. Por un momento, sintió miedo y arrepentimiento. ¿Y si la delataban? ¿Y si había cometido un error al contárselo? ¿Y si alguien más se enteraba? Eleanor pareció notar las sensaciones que la inundaban, y simplemente le dio un cálido abrazo, asegurándole que todo saldría bien y que no tenía que preocuparse por nada.

—Entonces, esa tal Maxinne... es la chica que... Quiero decir —Darío se corrigió a sí mismo—, la busca para... Digamos que no entiendo para qué la busca.

Eleanor rodó los ojos.

—Llevo semanas sin poder dormir —explicó con la voz entrecortada—. Hay algo que me dice que debo encontrarla. Algo dentro de mí, lo siento. Es la hija de los Hope, ¿sabéis? —Los dos se pusieron pálidos, sabían que ese apellido pertenecía a una familia importante de la Élite—. Su madre adoptiva se suicidó años después de que la llevaran. No sé, en parte no dejo de pensar que todo lo que pasó es culpa mía.

—Pero no lo es, señorita Blossom —opinó Darío, acercándose un poco a las chicas—. Usted no cambió las pruebas ni mandó a esa muchacha al otro lado.

—Pero ayudo a mi padre a hacerlo ahora y eso me convierte en una hipócrita.

Eleanor y Darío agacharon la cabeza al unísono y procuraron simular que veían algo mucho más interesante en el suelo. Miel sabía con certeza que le estaban mostrando respeto y subordinación, pero a veces prefería que sus dos únicos amigos le dijeran las cosas que ella no quería oír, que fueran completamente sinceros, aunque doliera.

—No quiero que os sintáis obligados a nada, chicos —expresó incómoda—. Pero no voy a poder hacer esto sin vuestra ayuda.

La pelirroja esbozó una tímida sonrisa.

—¿Cuál es el plan?

El joven asintió en señal de aprobación y Miel comenzó a detallar la primera parte que había ideado. Hacía tres días que la hija de los Blossom había ido a ver a Ben para llevarle personalmente las ropas que Eleanor había confeccionado para sus hijos. Como era de esperar, el hombre la recibió con mucha amabilidad y gratitud, recordándole a la muchacha que estaría siempre en deuda con ella, algo que Miel tomó a su favor.

—Le dije que sabía que era él quien ayudaba a los desertores.

—Pero no lo sabía con seguridad —apuntó Darío.

—Claro, pero lo hice para ver su reacción. Ambos sabemos que no se le da muy bien mentir. El caso es que casi se le cae la tetera. No tuvo el valor de ocultármelo.

Sin ofrecerle muchos datos, le contó al pescador que debía realizar una salida al otro lado y que nadie podía enterarse de ello. Tenía que ser por el lago, añadió, a lo que Ben respondió que podía dejarle una pequeña barca que guardaba en la cabaña.

—¿Confías en él? —preguntó Eleanor.

—Digamos que nuestra relación funciona como una cadena de favores.

Miel se encargó de asegurarles de que Ben no diría nada que pudiera perjudicarla. Luego, comentó que también estaría a su disposición el día oportuno. Su idea consistía en cruzar el lago a bordo de la barca en cuanto se hiciera de noche, mientras él vigilaría el lugar para estar seguros.

—Señorita Blossom, no pretendo ser yo quien frustre sus planes pero... ¿es consciente de que el lago estará vigilado por guardias, verdad? —preguntó Darío frunciendo el ceño.

—Sí, lo sé, Darío.

El muchacho mostró preocupación.

—Si lo sabe... ¿cómo pretende burlarles? No son demasiados pero sé de buena tinta que permanecen todas las noches allí.

—Todas no. Pasado mañana estarán muy ocupados —respondió Miel con determinación.

Eleanor ahogó un grito y buscó apoyo en su compañero.

—¡Tienes que estar de broma! —exclamó en desaprobación—. Tu madre te matará, Miel. Pasado mañana es tu cumpleaños.

—Precisamente por eso. Todos los miembros de la Élite, sus familias y los guardias de Rythm asistirán a la fiesta. Es la noche perfecta para poder irme.

Eleanor estaba consternada y buscaba palabras para expresar su preocupación.

—¿Y qué vas a decirles a tus padres? —preguntó finalmente.

Ella sonrió, con una expresión confiada en su rostro. Tenía todo pensado y les aclaró a sus amigos que era más sencillo de lo que parecía.

—No os preocupéis, chicos. Lo tengo bajo control —dijo con seguridad.

Les explicó que, como hija de la Élite, tenía derecho a que se le concediera cualquier deseo que pidiera al cumplir los veinte años. Era una peculiar tradición que nadie podía negar, ya que estaba penado por ley. La chica les contó que pediría a sus padres un mes en soledad para relajarse, lo cual era un regalo habitual entre los jóvenes adinerados.

—Les diré a mis padres que necesito un descanso y que quiero pasar cuatro semanas en una casa de lujo con los sirvientes que yo elija. Además, tendré el pleno derecho de no ser visitada por ellos durante todo el período.

Eleanor y Darío se miraron sorprendidos, pero Miel les aseguró que era una petición común entre los jóvenes de la Élite y que sus padres no sospecharían nada.

Miel sonrió con complicidad a sus amigos.

—No os preocupéis. Tengo un plan para eso también.

Les explicó que aunque pidiera un mes en soledad, no tenía la intención de quedarse tanto tiempo del otro lado del lago. Sin embargo, tener esa cobertura le daría una ventaja estratégica en caso de que las cosas se complicaran durante su escape. Además, quería asegurarse de que sus amigos estuvieran en la casa cuando regresara.

—No puedo hacerlo sola, necesito vuestro apoyo. Pero también necesito que estéis dentro de la casa para que podáis mantener la farsa de que estoy allí. Si ven que los sirvientes siguen cumpliendo con sus deberes, mis padres no sospecharán nada —explicó con determinación.

Darío asintió en acuerdo.

—Sí, estaremos allí para apoyarte en cada paso del camino.

—No sé, Miel —intervino la pelirroja—. ¿En serio crees que estaremos tranquilos sin saber siquiera si estás viva o muerta?

—Hay una manera de saberlo —interrumpió el muchacho ante la atenta mirada que las chicas depositaron sobre él—. Veréis, conozco a un tipo que podría ayudarnos. Es amigo mío, no hará preguntas incómodas —Miel asintió convencida—. Sé que fabrica algún tipo de chip localizador...

—¿Y dónde... dónde se pone eso?

—Debajo de la piel, señorita Blossom. No se preocupe, si usted lo autoriza, me dispongo ahora mismo a hablar con él.

Eleanor y Miel se miraron entre sí, evaluando la propuesta de Darío. Aunque era una medida extrema, también entendían que la seguridad de la chica era primordial en su plan de escape.

—Creo que es una buena idea. Necesitamos asegurarnos de que estés segura en todo momento —dijo Eleanor finalmente, asintiendo en aprobación.

Miel asintió en acuerdo.

—Sí, tienes razón. No podemos dejar nada al azar. Darío, habla con tu amigo y organiza lo necesario.

—¡Eleanor, Eleanor! —chilló de pronto una voz que provenía del exterior, resonando en la habitación como un latigazo—. ¿Dónde se habrá metido esta muchacha... ¡Eleanor!

Los tres se sobresaltaron y reaccionaron con urgencia. Eleanor empujó a Miel y Darío hacia la puerta que conducía al pasillo, mientras recogía apresuradamente el desorden de la mesita de centro. Miel, acostumbrada a situaciones similares, se deslizó rápidamente hacia una de las habitaciones para esconderse. Darío la siguió de cerca, cerrando la puerta con sigilo detrás de él.

El corazón de Miel latía con fuerza, mientras se aferraba a la esperanza de no ser descubierta. Escuchaba los pasos cada vez más cerca, la voz del intruso resonando en sus oídos. Sus sentidos estaban agudizados, su mente enfocada en encontrar una forma de escapar.

—¡Hasta que por fin apareces! —manifestó la voz, ahora mucho más cercana—. ¿Se puede saber qué haces? Llevo media hora llamándote.

—Discúlpeme, señora, estaba...

—No me importa, ven ahora mismo, te necesito en la casa.

—Sí, señora.

Darío llevó el dedo índice a los labios de Miel en un gesto de silencio, indicando que aguardara un rato más. Ambos se mantuvieron inmóviles, escuchando atentamente los pasos que se alejaban y el sonido de la puerta de entrada cerrándose. Ella suspiró aliviada, sintiendo la tensión disminuir poco a poco. Se dejó caer en el suelo, apoyando la espalda contra la puerta, sintiendo cómo su corazón latía aún acelerado.

El chico la observó con una sonrisa divertida, pero había algo más en su mirada. Miel lo notó y su respiración se volvió más agitada. Habían estado juntos en situaciones peligrosas antes, pero esta vez se palpaba algo diferente en el aire. La adrenalina aún corría por sus venas, pero también había una corriente eléctrica entre ellos, una tensión que era imposible de ignorar.

—A día de hoy sigue asustándola, ¿verdad?

Ella asintió, al principio de manera tímida, pero luego, contagiada por la risa de Darío, comenzó a hacerlo ella también. La risa burbujeaba en su interior, liberando la tensión acumulada y llenándola de una sensación de ligereza y felicidad hasta que comenzó a resonar en la habitación, creando una sinfonía de alegría. Después, se volvió cada vez más fuerte, hasta que se convirtió en una carcajada contagiosa. Se apretó con fuerza el estómago, sintiendo cómo los músculos se tensaban con el esfuerzo.

Darío la miraba con una sonrisa amplia en su rostro, contagiado por su reacción. La encontraba increíblemente hermosa en ese momento, con sus mejillas sonrojadas y los ojos brillantes por las lágrimas. El sonido de su risa era como una melodía para él, llenándolo de alegría y gratitud.

—Te mentiría si te dijera que no me gusta hacer esto —confesó al fin, su respiración agitada revelando la tensión palpable entre ellos—. Pero lo cierto es que siempre me genera adrenalina.

Darío le devolvió la sonrisa, sus ojos oscuros brillaban con una chispa de deseo. Lentamente, alargó el brazo para ayudarla a incorporarse, y Miel aceptó su ayuda, sintiendo un cosquilleo en su piel cuando sus manos se encontraron. Se puso de pie y la observó de arriba abajo con discreción, admirando su figura enfundada en un vestido de mangas abullonadas que realzaba su atractivo.

—Le sienta muy bien —comentó el chico con una voz ronca, incapaz de apartar sus ojos.

Ella levantó la vista hacia él, y luego echó otro vistazo a su ropa, sintiendo cómo sus mejillas se coloreaban.

—Gracias —respondió con una voz dulce.

Ambos supieron que era el momento de salir de la habitación y volver al salón. Miel se sorprendió al ver el talento que tenía su amiga para esconder las galletas antes de que su madre entrara en la casa, pero luego lamentó que Eleanor se las hubiera llevado consigo.

—Voy a ir a hablar con el fabricante de localizadores —comentó Darío con determinación—. Supongo que Eleanor habrá ido con su madre a preparar las últimas cosas para su fiesta y su padre no me ha llamado, lo que significa que todavía está en la sede y dispongo de algo de tiempo.

Miel asintió, notando una mezcla de alivio y tristeza. Habían compartido un momento especial en la habitación, pero sabía que tenían que regresar a la realidad.

—De acuerdo, pero ten cuidado.

—Señorita, no soy yo quien voy poner mi vida en peligro.

Touché.

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