Capítulo 5
Los niños intercambiaron confusas miradas entre ellos, con sus grandes ojos curiosos. Vestían trajecitos grises que dejaban entrever sus escuálidas piernas. Aunque no parecían enfermos, su tez era más pálida que el papel. La niña parecía ser la que mejor sabía mantener la compostura. Sin apartar sus ojos de los de Miel, tiró de la mano del pequeño y ambos lograron escabullirse por los huecos que quedaban entre Miel, Darío y la puerta de la habitación. Miel no tuvo otra opción que seguirlos.
Al salir al pasillo, vio que Ben seguía en la misma posición que antes, conmocionado. Ahora, sus fornidos brazos protegían a los dos mellizos como si fueran tesoros.
—No les hagáis daño —suplicó retrocediendo unos pasos.
De manera inconsciente, Miel se llevó las manos a la espalda y descubrió el revólver que no le pertenecía. Recordó que se lo había quitado al hombre y lo había guardado allí por la seguridad de todos. Sacó el arma del bolsillo y la posó en el suelo de manera lenta y cuidadosa, ante la mirada de la media docena de ojos que la observaban. Aún no sabía si podía confiar en él, pero no pensaba utilizar la pistola, y no porque no supiera cómo hacerlo.
—Todo está bien. No les haremos nada.
El hombre frunció el ceño y señaló a Darío con la cabeza.
—¿Y él?
—Ya le he dicho que es mi hombre de confianza. No se preocupe, no haremos daño a sus hijos.
Ben palideció y sus mejillas se tornaron de un color rojizo. Agarró a los pequeños y los hizo situarse delante de él, como si Miel le hubiera lanzado un rayo de confianza.
—Solo un padre los protegería de la manera en la que que usted lo hace.
El hombre abrió los ojos y asintió con levedad. Todavía temblaba.
—Mi mujer murió hace unos años —confesó llevándose la mano a la frente y realizando un verdadero esfuerzo por controlar las lágrimas—. Me hizo prometer que cuidaría de ambos, que no entregaría a ninguno.
—Pero sabe que hay leyes —intervino Miel adoptando un tono más serio—. Tener dos hijos... simplemente está prohibido —Observó de reojo cómo Darío se aproximaba hacia ella.
—¿Quiere que llame a los guardias? —le susurró al oído.
—Por favor. Son lo único que me queda.
—Ben...
—No tengo a nadie más, señorita —le interrumpió—. Ayúdeme, se lo pido de corazón.
Miel miró a los niños con una mezcla de curiosidad y ternura, dejando que su mente divagara en pensamientos profundos. Se agachó lentamente, colocándose casi a la altura de los pequeños, y los observó detenidamente, capturando cada detalle de sus rostros inocentes. Se preguntó cómo sería tener un hermano, si el sentimiento que tenía por su amiga Eleanor se parecería al que tendría por un hermano de sangre. Era algo que nunca sabría con certeza.
Para sorpresa de todos, rodeó a los niños con sus brazos y los apretó suavemente contra su pecho. No sabía exactamente qué la llevó a hacerlo, pero en ese momento sintió una conexión especial con ellos, como si fueran almas destinadas a estar juntas. Permaneció así durante unos largos segundos, sintiendo el calor y la ternura de los abrazos de los pequeños en respuesta. Al separarse, sonrió sinceramente, revolviendo el pelo del niño y tomando de la mano a la niña. Observó la ropa de ambos con aprobación, admirando su apariencia y expresando con gestos el cariño que sentía hacia ellos.
—¿Cuáles son vuestros nombres?
—Edith —respondió la niña con los ojos brillantes.
—¿Qué me dices de ti, pequeño? —Posó la mano sobre el hombro del otro mellizo.
—Yo me-me llamo Ci-Ciro —dijo éste procurando esconderse detrás de su hermana.
La chica se detuvo un instante, concediéndose algo de tiempo para pensar. Ante ella tenía un problema que desafiaba las cuestiones éticas y morales de las leyes de Rythm. Había dos opciones:
La primera era dar parte a las autoridades de lo que había visto, lo que supondría la separación de los niños de su padre y la posterior ejecución del mismo por haber ocultado el secreto. Era importante señalar que el futuro que les aguardaría a los hermanos era incierto. En el mejor de los casos, podrían acabar viviendo en el centro de acogida Ry's hasta que alcanzaran la edad suficiente para servir en alguna casa. Si fueran bebés, todavía tendrían opción de ser adoptados por una familia de buen poder adquisitivo, pero la edad de los mellizos suponía una desventaja. Por otro lado, barajaba la alternativa de no decir ni hacer nada, cometiendo un delito grave de encubrimiento, involucrando también a Darío y arriesgándose a ser descubierta.
La joven era leal a su familia y le resultaba difícil cuestionar su entorno por sí misma. Sin embargo, también anhelaba tomar una decisión que no estuviera condicionada por las normas y las leyes impuestas por el gobernador. Sabía que éste no iba a hacer nada por ayudar al pobre hombre desafortunado que había presenciado, y estaba segura de que le repetiría una y otra vez que "las leyes son las que son", dejándola sin otra opción que cumplirlas. Después de un momento de reflexión, se incorporó con una cálida sonrisa que no desaparecía de su rostro, mostrando una determinación interna mientras se preparaba para tomar una decisión que podría cambiar la vida de todos los involucrados.
—Darío, habla con Eleanor —ordenó —. Dile que necesito que confeccione ropa nueva para esta tarde. Tallaje de 130 centímetros más o menos.
—Ahora mismo, señorita Blossom —respondió activando el auricular de su oreja derecha y desapareciendo por el pasillo.
Miel miró a los mellizos.
—¿Nos podemos quedar con papá? —preguntó Edith con un destello de esperanza reflejado en sus ojos.
La joven asintió con la cabeza y observó a Ben con detenimiento.
—¿Sabe una cosa, Ben? A veces pienso que hay leyes de Rythm que no tienen ningún sentido —El hombre comenzó a llorar—. No tiene que preocuparse por nada, nunca he estado aquí, ¿de acuerdo?
Ben alargó el brazo y, sin detenerse, le estrechó la mano sacudiéndola repetidas veces.
—Es usted un ángel, señorita Blossom. Usted es... —Hizo una pequeña pausa, como si quisiera elegir las palabras correctas—. Muy diferente a su familia —Miel le dio unos toquecitos para que detuviera el zarandeo y sonrió—. Muchísimas gracias, de verdad. Cualquier cosa que necesite, estoy a su disposición.
Miel asintió.
—Le tomo la palabra. Volveré pronto.
La señora Blossom solía destacar por sus elegantes y costosos trajes morados que siempre vestía con orgullo. Además, su perfectamente peinado cabello y su delgada figura eran motivo de distinción entre las mujeres de la Élite. No obstante, lo que sin lugar a dudas hacían de Adela una mujer modelo era su familia. Su marido Kein, respetable gobernador, se había ganado la veneración de la mayor parte de los ciudadanos de Rythm. Su hija Amelia, segunda de la Élite con tan sólo diecinueve años, era la fuente de inspiración para muchos niños, y en especial niñas, que soñaban ser como ella algún día. Nadie podía dudar de las increíbles dotes que había utilizado Adela para llegar hasta donde estaba, mas no todo el mundo vivía con ella en la misma casa.
—Queda poco para tu cumpleaños, querida.
Comenzó a dar vueltas de un lado a otro, distraída. Los tacones negros de aguja resonaban por todo el despacho, provocando que la paciencia de Miel se fuera agotando de forma progresiva. Desde luego su madre no era una persona que pasara desapercibida. La señora Blossom reiteró su comentario mientras se aproximaba a su escritorio.
—Hum...
—Vamos, no empieces, por favor. Sabes que esto es importante para ti.
—Querrás decir para la familia.
La mujer volteó la mirada con brusquedad pero no dijo nada. Miel esbozó una sonrisa cargada de sarcasmo y continuó leyendo y pasando papeles de un lado a otro
—¿Podrías dejar el trabajo y escucharme? —le espetó cruzándose de brazos—. ¿Solo por un momento?
Una pequeña risa se hizo presente en el tenso ambiente y Miel dirigió la mirada a Eleanor, quien desempolvaba libros de las estanterías más lejanas del cuarto mientras escuchaba toda la conversación. Ésta le devolvió el discreto saludo y se dio la vuelta. La Señora Blossom la observó de arriba a abajo con una mueca de desaprobación.
—Eleanor, ¿Qué es lo que te hace tanta gracia? —pronunció con las cejas alzadas.
—Nada, señora —respondió, sobresaltada y con la cabeza inclinada—. Lo siento.
Su amiga se alisó el vestido del uniforme rosa y se volvió a girar para evitar otra reprimenda.
—Bueno, lo que te estaba diciendo —continuó Adela mirando ahora a su hija—. Sé que aún quedan dos semanas para la ceremonia, pero ya he empezado con los preparativos y...
—Mamá, gracias pero...
—¡Es tu veinteavo cumpleaños! ¡El acto más importante para una señorita de tu clase, Miel! Tienes que tomártelo más en serio.
—Ya lo hago, mamá.
La señora Blossom resopló. Sabía que su hija no le decía la verdad, pero tenía que intentar hacerle cambiar de parecer.
—Tienes que pensar en tu futuro, querida. Deberías ir eligiendo el vestido para la ocasión —Echó un vistazo a lo que le mantenía tan entretenida—. El trabajo puede esperar.
Miel rompió la punta del lápiz contra la mesa.
—El trabajo nunca puede esperar, mamá. Esto también es importante.
Adela se quitó las gafas con lentitud y negó con la cabeza.
—Todo esto es culpa de tu padre. Si no te hubiera metido todas esas ideas desde niña, ahora no estaríamos así. Debería habérselo prohibido hace tiempo —Su hija puso los ojos en blanco y comenzó a escribir. Sabía que socialmente su fiesta de cumpleaños era un acto que cobraba bastante importancia. Sabía también que toda familia de la Élite haría acto de presencia y que su madre no dejaría escapar la ocasión de emparejarla—. Bueno, querida, estoy segura de que el hijo de los Pollock estará deseoso de verte y...
—Mamá, en serio, estoy muy ocupada.
—En qué momento le dejé a tu padre a cargo de tu educación —gruñó entre dientes.
Había oído suficiente. No solo la presionaba para que le gustara ser el centro de atención de su puesta de largo, sino que además malmetía contra su padre por haberle enseñado algo más de lo que ella hubiera querido. Se levantó del sillón con rapidez, caminó hasta su madre y apretó los labios con fuerza.
—No tienes ningún derecho a decir eso —dijo apuntándole con el dedo—. Al menos papá no quiso hacer de mí una mujer mantenida.
Unos cuantos libros se escurrieron de las manos de Eleanor y cayeron al suelo. La muchacha murmuró una disculpa pero ninguna le prestó atención.
—¿Cómo dices?
—Lo siento mamá, pero es la verdad. Sé que hago cosas que no son de tu agrado, pero siempre intento que te sientas orgullosa de mí —confesó Miel con una voz más apacible—. Pero tienes que entender que yo no estoy hecha para resignarme a ser únicamente la esposa de alguien. ¡Quiero sentirme útil!
—Querida, la política déjasela a los hombres. Sé que tu intención es buena, pero pronto te casarás, igual que todas las demás, y verás que hay cosas que van primero.
«¿Como tener una hija a la que manipular y pasarte el día bebiendo margaritas que te prepara August?», pensó Miel.
Por largos segundos ninguna de las dos dijo nada. Unos toques en la puerta fueron la salvación de Miel. Su madre dio el permiso de entrada y Darío pasó.
—Señora Blossom, han llegado los del banquete. ¿Quiere que les haga esperar o la acompaño abajo?
—Sí, enseguida bajo, gracias —respondió ella esbozando una falsa sonrisa y mirando a su hija—. No hemos terminado, seguiremos esta conversación.
La señora Blossom caminó fuera del despacho, siguiendo al chico. En cuanto se cerró la puerta, la pelirroja soltó el plumero.
—Eso ha sido... ¡Alucinante! —exclamó dando un saltito y sentándose encima del escritorio—. En serio Miel, pensé que te iba a dar un azote.
—No lo haría porque sabe que mi padre no se lo perdonaría.
—¿Crees que te emparejará?
—Espero que no, pero tratándose de mi madre, quién sabe.
Eleanor cruzó las piernas y estiró los labios hacia arriba pensativa.
—No te imagino casada —comentó mientras curioseaba los objetos que Miel tenía en su mesa—. No al menos con ninguno de esos patanes.
—Ya, ni yo tampoco —Se volvió a sentar, colocó el codo en la mesa y con la barbilla apoyada en su mano, suspiró.
Sentía que no encajaba en la imagen prefabricada que su madre había creado de ella. Como cualquier hija, no quería decepcionarla, pero eran tan distintas entre sí que era difícil no discutir. Su padre, en cambio, a pesar de todo el revuelo de la última semana, siempre había sido mucho más flexible y comprensivo con su forma de ser. De hecho, él mismo consideraba que la ceremonia de las flores era algo anticuado, de modo que si Miel no quería someterse a tal ritual, no iba a oponerse. Sin embargo, su mujer poseía una gran influencia sobre su familia, así que casi siempre terminaba rindiéndose y dejando que Adela hiciera lo que quisiera.
Darío se adentró al despacho y logró sacar a Miel de su propia mente. Vestía su habitual uniforme de chaqueta y pantalón negro y tenía el cabello mejor peinado de lo habitual.
—Señorita Blossom, no quiero ser entrometido, pero su madre está realmente enfurecida. ¿Me permite preguntar qué ha sucedido? —Sus ojos se dieron cuenta de la presencia de Eleanor—. Ah, hola, Eleanor.
—Darío —saludó ésta con el mismo entusiasmo.
—¿No crees que tienes una postura demasiado cómoda? ¿Por qué estás sentada sobre la mesa?
La pelirroja esbozó una sonrisa entusiasta, colocó las manos en la mesa para apoyarse y saltó al piso. Después respondió:
—Porque soy su mejor amiga y me deja hacerlo.
Darío parpadeó confuso.
—Precisamente porque eres su amiga y conoces su estatus es que no puedes tener esa clase de comportamiento. No le des a la señora Blossom más razones para molestarse.
—Vaaale.
Miel sonrió al escucharlos. Sabía que el chico trataba a Eleanor como a una hermana, se preocupaba por ella y velaba por que no se metiera en problemas con su madre, lo que podía llegar a ser habitual.
—Ser la criada favorita de Miel tiene sus ventajas, ¿verdad que sí?
Miel se quedó pensativa. No le gustaba la palabra «criada» ni «sirvienta».
—Ser mi mejor amiga tiene sus ventajas, sí.
Darío sacudió la cabeza y resopló resignado.
—Bueno, perdón por cambiar de tema, pero he traído los informes que me pidió —comentó sacando dos sobres de su chaqueta que luego le entregó.
—¿Qué informes?
—Gracias, Darío —Abrió una de las carpetas y leyó algunas líneas— Sí, es justo lo que necesitaba.
—¿Qué pone? —insistió Eleanor, cerrando los ojos y esforzándose por unir las letras que conformaban las palabras, pero al poco de intentarlo, suspiró frustrada.
—Tranquila El, es la ficha familiar de los Hope, estoy... investigándoles.
—¿Por qué?
Observó la carita dulce de su amiga y sonrió.
—Os lo contaré todo —Miró a Darío también—. A los dos. Pero necesito que me ayudéis con algo importante.
—¿Y qué es?
—Tengo que cruzar al otro lado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro