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Capítulo 3

Decidió regresar a casa caminando. La mansión no quedaba demasiado lejos de la sede de la Élite y en la calle no corría peligro. Después tendría que atravesar el bosque, pero estaría tan vigilado por guardias locales que ni siquiera esa idea le preocupaba. Todo en la ciudad estaba estudiado con minuciosidad. Cada avenida era igual que la anterior, los espacios habían sido construidos al milímetro. Resultaba difícil saber diferenciar a quién pertenecía cada casa, pues todas eran idénticas, incluso los jardines compartían similitudes.

La acera por la que iba se encontraba en la zona este de la ciudad, donde quedaban situados los Barrios Altos. Allí, la fauna y vegetación adoptaban el papel protagonista, pero paradójicamente, el edificio más emblemático era el de color gris. En la zona oeste, los Barrios Bajos eran el hogar de las familias más humildes de Rythm. La sociedad de obreros y campesinos quedaba divida en una cuarta parte por el muro, que prohibía todo contacto con los abandonados. En cuanto a las viviendas, no resultaban tan lujosas, pero eran sencillas y prácticas.

La cabeza de Miel era un remolino de pensamientos. Tenía sentimientos encontrados respecto al clasismo, pues no era partidaria de discriminar a una persona por ser de una clase social inferior a la suya. Sin embargo, lo que les ocurría a los superdotados era resultado de una decisión personal que respaldaba dicha injusticia y, a decir verdad, nunca había intentado nada por hacer que eso cambiara, es más, siempre estuvo de acuerdo con su padre en que aquello era lo correcto. No fue hasta que la chica empezó a notar los pequeños matices del discurso que sus esquemas se derrumbaron. Y además, estaba también la puntuación de su examen. Toda su vida había estado a favor de un régimen que perseguía a personas con una inteligencia extraordinaria, a personas como ella. Miel tampoco comprendía como poseía un cociente intelectual tan alto, pues nunca había sentido que realmente destacara en algún campo.

La angustia dio paso al remordimiento y gruesas lágrimas comenzaron a recorrer las mejillas de la muchacha. Después de unos minutos, sintió sus ojos irritados y su corazón latiendo con fuerza. Le temblaban las piernas y su respiración resultaba dificultosa. Debía calmarse, tenía que hacerlo. Se sentó unos segundos sobre la carretera y después de recomponerse, comenzó a correr todo lo que sus delicadas piernas le permitieron. Atravesó varias calles hasta llegar a la entrada del bosque, donde suspiró aliviada y se tumbó en la húmeda hierba para recuperar el aliento. Luego de un rato, anduvo el primer tramo de árboles. Fue allí donde notó la mirada de un guardia clavada en ella. Se mordió el labio inferior e intentó mantener la compostura.

—Buenas tardes, señorita Blossom.

Lo reconoció de inmediato. Era alto y fuerte, peludo como un oso y no muy sociable. Sin embargo, a Miel no le resultaba en absoluto desagradable, de hecho, acostumbraba a verlo siempre por esa zona.

—Hola, agente Blanco —saludó intentando esconder la enorme mancha de barro de la parte trasera del pantalón que acababa de descubrir.

El hombre se dio cuenta pero contuvo la risa para no incomodarla, aunque a Miel ya le ardían las mejillas. Le deseó un buen día al agente y se apresuró todo lo que pudo en llegar a su casa. Solo tuvo que desviarse un poco del camino hasta acabar en la parte más rocosa y fría, donde los árboles y plantas formaban un paraíso oscuro, pero hermoso al mismo tiempo.

Fue entonces cuando divisó el portón de la mansión donde vivía junto a sus padres y el servicio. Se colocó justo en frente del sensor para que le escaneara el rostro y la puerta se abrió. Después del chirriante sonido, se adentró y alcanzó a ver a una muchacha que se recogía sus tirabuzones pelirrojos en un moño desenfadado y se enfundaba dos guantes de jardinera. Una inmensa sonrisa se iluminó en el rostro de Miel. Por unos instantes, todas sus preocupaciones se desvanecieron.

—¿Eleanor? —dijo al verla. Observó como la hija de August se giraba hacia ella y le devolvía la sonrisa, ésta mucho más enérgica que la suya. Se quitó los guantes y tirándolos al suelo, corrió a abrazarla.

—¡Oh! ¡Cómo me alegro de verte, Miel de abejas, te he echado mucho de menos! —exclamó apretando a la chica contra a ella.

Ella soltó una carcajada al escuchar el habitual y largo apodo con el que siempre le llamaba su amiga.

—Te recuerdo que fuiste tú la que se puso enferma —le reprochó fingiendo enfado—. ¿Cómo te encuentras? ¿Estás bien?

Los ojos almendrados de la pelirroja transmitían mucha viveza. Parecía menos pálida de lo habitual y se veía espléndida. Ella era la única persona que la trataba como a una igual, dejando de lado esa diferencia de clases que Miel aborrecía y quizá por eso la apreciaba tanto.

—Estoy mejor. Tu madre ayudó a papá a encontrar un buen médico, ya sabes que es muy difícil dar con uno así en los Barrios Bajos.

«Vaya, mamá cuando quiere puede ser generosa», pensó Miel.

—Y hablando de la reina de Roma... —advirtió la chica inclinando la cabeza en señal a una mujer rubia que se aproximaba con paso firme hacia ellas.

Eleanor adoptó una postura más seria y se llevó las manos hacia detrás de la espalda.

—Eleanor, sigue con las rosas —ordenó con frialdad.

—Sí, señora —respondió ésta yendo lo más rápido posible al lugar donde estaba trabajando.

Entonces, la mujer miró a Miel con el ceño fruncido, pidiendo explicaciones de por qué regresaba tan pronto del trabajo y la razón de que estuviera tan sucia.

—Tropecé con una piedra y caí.

—¿Te ha visto alguien... así? —inquirió encarnando una ceja y cruzándose de brazos.

—No, mamá —dijo recordando el encuentro con el guardia.

—Mejor —sentenció—. No quisiera que la gente pensara que la hija del gobernador se anda revolcando con cerdos.

Y aquella era su madre, tan implacable y estricta como siempre. La chica agachó la cabeza y se limitó a asentir. Cuando eras hija de cargos importantes, las apariencias y el qué dirán lo eran todo. Sobre todo para Adela Blossom.

Cuando la noche cayó sobre Rythm, Miel sabía que era hora de dirigirse a la biblioteca, su refugio secreto en la primera planta de la casa. Era el lugar perfecto para esconderse, el mejor que había encontrado. Se sentó en el acolchado alféizar de la ventana y contempló las vistas de la ciudad. Sacó un cuaderno de su bolsillo y comenzó a hacer anotaciones sobre todo lo que sabía acerca de los desertores, pues a pesar de todo lo que había pasado, no había olvidado su misión. Tenía que encontrar a la persona o grupo de personas que estaban ayudando a escapar a la gente de Rythm, si es que existían.

Miel reflexionaba sobre quién podría estar detrás de esta organización clandestina. Tenía que ser alguien que conociera cada rincón de la ciudad, incluyendo el muro que separaba a los Barrios Bajos de los Barrios Altos, y lo suficientemente valiente como para arriesgar su propia vida para ayudar a otros. ¿Podría ser un guardia? ¿O acaso alguien dentro de la Élite misma?

Echó un vistazo a su alrededor en busca de inspiración. La biblioteca era pequeña, pero estaba llena de estanterías de madera abarrotadas de libros, impregnando el aire con un olor a polvo y libro viejo. Fue entonces cuando su mirada se posó en un cuadro en la pared que mostraba un mapa detallado de la ciudad de Rythm. Se acercó a él y lo observó detenidamente, estudiando cada calle y cada rincón. Luego, sin pensarlo dos veces, lo descolgó de la pared para examinarlo más de cerca, buscando pistas que pudieran guiarla en su misión de encontrar a los desertores y descubrir la verdad detrás de la red de escape en la ciudad opresiva en la que vivía.

—Señorita Blossom. ¿Necesita algo?

El cuadro se resbaló de sus manos y cayó al suelo. El marco y el cristal se quebraron en el mismo instante.

La entrada repentina del chico de cabello rizado la había pillado por sorpresa.

—¡Darío, casi me matas del susto!

La miró horrorizado, corriendo a ayudarla.

—Disculpe —Hizo una pausa—. ¿Qué hacía con el cuadro?

—Yo... Quería comprobar todos los puntos de la ciudad —respondió ésta recogiendo los cristales más grandes.

El chico observó el estropicio con atención.

—¿Y comparaba dos mapas distintos?

—¿Cómo?

Señaló lo que parecía ser la hoja de pergamino donde estaba dibujado el mapa. Sin embargo, daba la impresión de haber otra hoja más adherida a la parte trasera de la primera. Con sumo cuidado, levantó el mapa del suelo y comenzó a despegar la punta.

—¿Qué haces? ¡Mi madre me matará si rompemos el papel! ¡Y a ti también!

—Aguarde y observe —Miel tragó saliva pero agradeció la confianza que le transmitió esa llamada de atención—. Me parece que el plano que todos tenemos de Rythm es falso. ¡Observe esto! En el segundo hay lugares que no aparecen en el primero.

La chica despegó con cuidado la punta de la hoja de pergamino y ambos observaron con asombro. En el segundo mapa, había un elemento que no coincidía con lo que ellos conocían de la ciudad: un lago en medio del bosque. Miel miró a Darío, tratando de transmitirle con la mirada lo que pensaba. Habían encontrado una pista importante, algo que indicaba que la información que tenían sobre Rythm estaba incompleta o alterada de alguna manera. La emoción y la determinación se reflejaban en sus ojos.

—¿Puedo contarte algo? Pero tienes que prometerme que no se lo dirás a nadie.

Darío arrugó la nariz y suspiró.

—Me tomaré eso como un sí —Miel respiró profundo y vio asentir a Darío—. Bueno, no sé si alguna vez habrás oído hablar de los desertores.

—Es un tema que se escucha mucho por mi zona.

—El caso es que es imposible que salten el muro para pasar al otro lado, es demasiado peligroso, así que tiene que haber otra manera para que puedan salir de aquí sin ser vistos, quizá a través de algún túnel subterráneo o...

—El lago —le interrumpió. Pero al ver su expresión de incertidumbre, lo aclaró—: Tiene que ser a través del lago. Es imposible que hayan levantado un muro que vaya también por debajo del agua, ¿no cree?

—Pero eso no tiene ningún sentido. Y si fuera así, ¿por qué nadie conoce la existencia de un lago? ¿Por qué mi padre lo ocultaría?

—Tal vez no fuera su padre.

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