Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 2

La oscuridad lo envolvía todo, un negro borroso que parecía tener vida propia. Con esfuerzo, abrió los ojos y se acostumbró poco a poco a la falta de luz en su habitación. Era amplia y espaciosa, pero la única fuente de iluminación provenía de la luna que se filtraba a través del ventanal, dejando un resplandor pálido en el ambiente. Calculó que debían ser alrededor de las cuatro de la madrugada.

Vistió su camisón en silencio y caminó descalza por el suelo frío, con la intención de dirigirse al baño. Sin embargo, algo la hizo cambiar de idea. De repente, unos sollozos provenientes del cuarto de sus padres resonaron en la penumbra, haciéndole estremecer. Curiosa y preocupada, se dirigió de puntillas hacia la puerta del dormitorio, que se encontraba a varios metros del suyo. El corazón le latía con fuerza mientras intentaba escuchar lo que sucedía en el interior. Los sollozos eran tenues, pero su presencia era inquietante. 

—¡Oh, Kein, esto es horrible! ¿Qué vamos a hacer ahora?

Con los sentidos en alerta, aguzó el oído, esperando impaciente cualquier respuesta por parte de su padre. La ansiedad le carcomía mientras observaba a través de la pequeña rendija de la puerta. Lo que vio la dejó estupefacta.

Su madre, la señora Blossom, estaba sentada en la cama, pero no lucía como siempre. Su cabello rubio impecable estaba desgreñado y desordenado, como si hubiera estado tirándose de él en un ataque de desesperación. La sombra de ojos corrida se extendía por todo su rostro, indicando que había estado llorado.

—No lo sé, querida, aunque ambos sabemos qué es lo correcto y deberíamos dar ejemplo.

—No voy a dejar que nos quiten a nuestra hija. ¡Por encima de mi cadáver! —le espetó a su marido arrojando varios papeles al suelo.

—A veces la decisión más difícil es la correcta, Adela —dijo recogiéndolos.

A diferencia de su esposa, el señor Blossom conservaba la misma apariencia imperturbable de siempre. Vestía su habitual traje negro y camisa blanca, como si estuviera listo para salir y regresar del trabajo, como lo hacía día tras día. La serenidad en su rostro era evidente, lo cual fue una decepción para su hija.

Desde la rendija de la puerta, pudo escuchar la corta conversación que sostenían. Habían descubierto su verdadero cociente intelectual, algo que ella había mantenido en secreto durante algunos días, y ahora estaban discutiendo entregarla a la Guardia. La realidad se hizo evidente para Miel en ese momento, y su corazón se llenó de temor y confusión. ¿Qué otra cosa podía ser esa conversación? ¿Por qué querían denunciarla?

—No puedo creer lo que estás diciendo. ¿Te has vuelto loco? Hasta yo sé que ella te quiere mucho más a ti, siempre ha sido así. No puedes darle la espalda, Kein, te lo prohíbo.

Miel contuvo las ganas de llorar, sintiéndose abandonada por la persona en la que más confiaba para protegerla: su propio padre. La traición le golpeó como un puñetazo en el estómago, dejándola con un nudo en la garganta y un torrente de emociones turbulentas. Apretó los puños con rabia, sintiendo una furia ardiente en su interior, mientras regresaba a su habitación con sigilo, tratando de procesar lo que acababa de descubrir. Pero al entrar, se dio cuenta de que no estaba sola. Había alguien más allí. Vislumbró el característico cabello oscuro rizado y unos ojos heterocromáticos, uno verde y otro azul, que la miraban con inquisición. El chico, que no era mucho más alto que ella ni tenía un cuerpo musculoso, emanaba una aura de peligro latente. Miel sabía que en cualquier momento podría reducirla, y eso la hizo sentir vulnerable.

Observó detenidamente su rostro y notó su ceño fruncido y su mirada severa, algo inusual en él. La intensidad de su expresión la desconcertó y la hizo sentir una punzada de miedo. A pesar de la familiaridad que tenía con ese chico, en ese momento lo veía como a un extraño impredecible. Se sintió atrapada, sin saber cómo enfrentarse a esa situación inesperada en la que su confianza había sido traicionada y ahora se encontraba con un enigma frente a ella.

—¿Darío? ¿Qué-qué haces aquí? —balbuceó retrocediendo unos pasos, su voz temblaba de incredulidad.

—¿Eres una de ellos? —escupió el otro con repugnancia, su rostro estaba contorsionado por la furia.

—No lo sabía, te lo juro, lo descubrí ayer y...

—Has mentido a todo el mundo —la interrumpió con voz cortante, agarrándola del brazo y arrastrándola hacia la puerta.

Miel intentó resistirse, forcejeando y gritando:

 —¡Espera, no! ¡Por favor, suéltame, me haces daño!

Pero Darío no desistió, y la arrastró por el pasillo, y después, escaleras abajo. Ella luchó con resistencia, tratando de zafarse de su agarre, pero él la sujetaba con una fuerza implacable que la dejaba sin aliento.

—Darío, ¡por favor! —imploraba, buscando ayuda en vano, mientras sus padres parecían no inmutarse.

¿Por qué no salían en su ayuda? ¿Acaso no la escuchaban?

—Lo siento, Miel, es lo que se debe hace —dijo Darío con una frialdad que la sorprendió, mientras la chica lo examinaba con una expresión de incredulidad en su rostro.

Ella hizo un gesto extraño, buscando una solución desesperada. Observó la mirada implacable del chico y la fuerza con la que la mantenía sujeta. La situación se volvía cada vez más angustiante, y comenzó a sentirse atrapada en una pesadilla de la que no podía escapar.

—Esto no es real —tartamudeó, mirando fijamente a Darío con ojos llenos de incredulidad.

—¿Qué? —Él frunció el ceño, una sonrisa siniestra se curvó en sus labios.

—Que tú nunca me tratarías de manera informal, ni mucho menos me harías daño —Miel intentó sonar valiente, pero su voz temblaba con el miedo creciente.

—¿Ah, no? —se burló, agarrándola más fuerte del brazo y arrojándola al suelo con desprecio.

La chica cayó con un golpe sordo, su cabeza se dio contra el primer escalón de la escalera. Un dolor agudo se propagó por su cráneo, mientras su visión se nublaba y todo se volvía oscuro.

Después, abrió los ojos, jadeando, y se incorporó de un salto de la cama. Aún sentía su corazón latiendo desbocado en su pecho, su respiración entrecortada mientras luchaba por asimilar lo que acababa de vivir. La realidad y el sueño se habían mezclado en una pesadilla aterradora. ¿Cómo podía Darío, el chico al que alguna vez había considerado más que su amigo, haberse convertido en su enemigo? La sensación de peligro y traición la envolvía, dejándola con un efecto de angustia que la acompañaría por más tiempo.

—Ya está, ya ha pasado todo.

Con el corazón aún acelerado y el sudor perlado en su frente, decidió que un baño de agua tibia sería reconfortante. Se sumergió en la bañera, sintiendo cómo envolvía su cuerpo y la ayudaba a relajarse. Cerró los ojos y respiró profundamente, dejando que el susto se fuera evaporando poco a poco.

Al salir del baño, se envolvió en una suave toalla y se dirigió al armario para vestirse. Sabía que no tenía muchas opciones, ya que todos los uniformes femeninos de las mujeres de la Élite eran del mismo color morado. Aun así, se tomó un momento para elegir un traje elegante y una blusa blanca que la hicieran sentirse confiada y profesional.

Mientras se vestía, su mente seguía llena de pensamientos tumultuosos, por lo que decidió que era hora de ir a trabajar y distraerse. Tomó algunas cerezas de la cocina para comer en el camino y se despidió en voz alta, asegurándose de que su voz sonara lo más normal posible. Salió de su casa con paso decidido, lista para enfrentar otro día en la sede, donde al menos podría ocupar su mente en sus deberes laborales y alejarse de las ideas que la inquietaban.

—¡Buenos días, señorita Blossom! Va usted muy distinguida hoy, ¿tiene alguna reunión importante? —saludó el asistente del gobernador con entusiasmo.

Miel palideció al escuchar su voz, recordando la pesadilla en la que la gritaba y la trataba como si fuera la peor persona del mundo. Evitó mirarle a los ojos y respondió con monosílabos.

—No.

El gobernador, que esperaba dentro de su imponente coche negro, se asomó para pedirles que se apresuraran. Darío notó algo raro en la actitud de Miel, pero decidió no darle demasiada importancia. Tenía que fingir que no le preocupaba. Se subió al vehículo y ella lo siguió, sintiéndose extraña.

Un incómodo silencio se extendió por el aire en el interior del vehículo. Miel no quería hablar con su padre sobre el tema del día anterior, ni tampoco le apetecía charlar con Darío. Afortunadamente, ambos respetaron su decisión personal y mientras Kein Blossom escribía algunas notas en su cuaderno de tapa dura, Darío se entretuvo con la emisora de la radio local. El ambiente era tenso y la chica se sentía atrapada en aquel largo silencio, deseando que el trayecto llegara pronto a su fin.

—«¡Buenos días, ciudadanos de Rythm! Hoy nos viene una mañana cargada de novedades —introdujo el periodista en el boletín informativo—. Dentro de unas horas, dos nuevas leyes se debatirán en la mesa de negociaciones de la Élite. Estas leyes dictarán el nuevo destino de los de más allá del muro». 

Miel le dirigió una mirada de desaprobación a su padre, pero éste la ignoró por completo. Darío, que observaba la escena a través del espejo retrovisor, trató de descubrir qué le pasaba a la hija de su jefe. Ella siempre era amable y risueña, pero en ese momento una expresión indescifrable había tomado posesión de su rostro. Sus ojos parecían ocultar un profundo descontento, y su habitual sonrisa había desaparecido por completo. Se preocupó, preguntándose qué podía haber sucedido para que Miel estuviera tan diferente. Pero decidió mantenerse en silencio y observar con atención, esperando encontrar alguna pista que le permitiera entender la situación.

El locutor siguió retransmitiendo hechos de actualidad hasta que el coche llegó al edificio gris. Darío le abrió la puerta trasera al gobernador y éste se fue subiendo las escaleras a toda prisa, sin cruzar palabra con ninguno. Cuando ella se dispuso a salir del mismo modo, Darío la paró.

—¿Está bien? 

—Sí, gracias —respondió mirando al suelo—. Tengo que irme —Y sin añadir nada más, desapareció del estacionamiento. 

—Claro —musitó el muchacho con disgusto subiéndose nuevamente al vehículo. 

Antes de entrar al despacho, le preguntó a su secretario el horario de aquel día, pues no le había dado tiempo a revisarlo. 

—Tiene que reunirse con el gobernador y el comandante Derford a las doce y media —le comentó el chico rubio—. Por lo demás, tiene el día libre de encuentros, señorita Blossom. 

—Gracias, Joao. 

Las próximas horas las dedicó a buscar información sobre la persona que le había sustituido durante tanto tiempo desde que hizo la prueba. Averiguó que la chica había sido adoptada por el matrimonio de Darren y Grace Hope a la edad de dos años, y es que además de estar pagando por algo que Miel se merecía, la Ley de Un Solo Hijo también había separado a Maxinne de su familia biológica siendo tan solo una niña. Por otro lado, descubrió que su madre adoptiva se había suicidado años después de que se llevaran a su hija a la periferia. Miel sintió náuseas y decidió que ya había tenido suficiente. Al comprobar que faltaban pocos minutos para que tuviera lugar el encuentro con su padre y Thomas Derford, prefirió presentarse sin avisar en el despacho del gobernador.

En la mesa redonda había dos hombres. El primero era corpulento y vestía por completo de negro. Llevaba torcida la insignia de comandante en el costado izquierdo de su chaqueta. Ella odiaba las cosas mal colocadas pero contuvo las ganas de decirle algo. Derford rondaba los cuarenta años y, a diferencia de su padre, se veía unos cuantos más joven. Era agradable a la vista, pero sabía que no debía bajar la guardia. El segundo hombre se trataba de su padre, que distraído, revisaba ciertos documentos de manera interesada. 

—Ah, ya está aquí, Amelia —dijo el comandante.

—Prefiero Miel, si no le importa —replicó ella cortante.

El gobernador puso los ojos en blanco y la hizo tomar asiento.

—Bien, le he contado a Derford tu postura con las escuelas. Ambos coincidimos en que deberías pensarlo mejor, hija. No se trata de eliminarlos, solo de controlarlos y hacerles cooperar en tareas que ayuden a mejorar nuestra infraestructura.

—¿Por cuánto tiempo?

—No lo sé, iremos viendo.

—¿Y en qué condiciones trabajarían?

—Hasta hace nada no parecía importarle mucho las condiciones en las que viven en la periferia, señorita. Fue criada para seguir las reglas y apoyar nuestras decisiones —comentó Derford condescendiente. 

La muchacha juntó mucho las cejas y se clavó las uñas contra la palma de la mano.

—Comparto la ideología de mi padre, pero no en todo voy a estar de acuerdo. Las escuelas de trabajo me parecen la excusa perfecta para que las personas al otro lado se creen otro concepto de vida. Y ese no es nuestro trabajo.

—Estamos hablando de bichos raros, seres peligrosos. No son personas.

—Claro que lo son, comandante. Le recuerdo que la mayoría vivía aquí, con nosotros.

—Hasta que no superan la prueba de inteligencia y se van. ¡Bendita prueba!

—Los expulsamos, querrá decir.

El señor Blossom se hundió en el sillón. Sabía que aquello iba para largo.

—¿Qué diantres le ocurre hoy? ¿Se cree ahora su defensora?

—Cuando sus argumentos se respaldan únicamente con discursos de odio pierden todo su valor.

—Está comportándose como una insurgente.

—Trato de ofrecer una perspectiva diferente. ¡Usted es un sádico!

—Entiendo que al ser mujer se deje llevar más por sus sentimientos en vez de utilizar la razón, pero recuerde que por mucho que sea la segunda de la Élite, la última decisión la tomará su padre.

—Preferiría que se ahorrara sus comentarios machistas para sí mismo, comandante Derford. Que usted siga viviendo en el siglo XV no quiere decir que deba tratarme como a un ser inferior por el simple hecho de ser mujer, así que si va a atacarme, utilice otro método, porque éste le hace parecer un estúpido.

—Bueno, es suficiente —interrumpió el señor Blossom.

El hombre la miró con cierta ira pero calló para evitar que la confrontación llegara a más. El gobernador les pidió que se calmaran y decidió pasar al segundo tema.

—Desertores —leyó de un folio sobre la mesa. 

A aquellos que optaban por abandonar el régimen por su propia voluntad se les llamaba de esa manera. Eran considerados traidores y, si eran descubiertos, eran tratados con mayor brutalidad que a los abandonados en la periferia. El castigo por cometer tal crimen siempre era el mismo: la ejecución. No importaba quiénes fueran antes de cruzar el muro, su destino ya estaba sellado. A pesar de ello, hasta el momento Miel no había encontrado a nadie lo suficientemente imprudente como para atreverse a hacer algo así.

—No entiendo por qué alguien querría llevar una vida de abandonado. No se me ocurre ninguna explicación.

—A no ser que tenga algo que ocultar —opinó Blossom—. ¿Tú que dices, hija?

«Que todos tenemos algo que ocultar», pensó Miel.

—Sí, supongo que sí —respondió antes de levantarse y decir—: Tengo que irme, papá. Comandante Derford, ya nos veremos.

—No hemos terminado, Miel —dijo su padre llamándole por primera vez por su apodo—. Y todavía queda por tomar la decisión a ambas cuestiones.

—Ya sabes lo que pienso sobre la escuela, en cuanto a los desertores... pensad qué falla en el sistema para que eso ocurra. Si se me permite.

Miel no era una persona maleducada ni solía marcharse de los sitios sin motivo aparente, pero en aquel momento se dejó llevar por su impulsividad. Había caído en cuenta de algo importante. Conocía el muro de la ciudad como si fuera parte de su propio brazalete. Sabía que era imposible saltarlo, ya que los afilados pinchos en la parte superior se clavarían en el cuerpo de cualquiera que se atreviera a intentarlo. Sin embargo, se le ocurrió la idea de que podría haber alguien desde dentro de la ciudad ayudando a las personas a escapar. Alguien que estuviera jugando a dos bandos y que ella estaba decidida a encontrar.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro