Capítulo 15
El otro lado
Miel
—¿Qué? ¿Ha ido bien?
—Te agradezco mucho todo esto, Gwenna. No sabes lo importante que es para mí.
—Claro que lo sé, por eso lo hago. Pero te recomiendo que tengas precaución, aquí las paredes tienen ojos y oídos.
Miel se sentía desconcertada por la generosidad y altruismo de Gwenna. En su mundo anterior en Rythm, la mayoría de las personas actuaban por compromiso o interés propio, y la idea de alguien que ayudara sin esperar nada a cambio era algo que la sorprendía.
Durante esos días, Miel había estado durmiendo en la otra cama del cuarto improvisado de Gwenna, colocando algunas mantas para lograr una superficie más acolchada. Aunque tenía buenas intenciones, no podía engañar a su niña interior. Sabía que era una chica privilegiada. Nunca había tenido que dormir en el suelo, pasar días sin ducharse, subsistir con sopa de verduras, usar ropa raída y desgastada o caminar largas distancias para llegar a algún lugar. Comprendía que todo eso valía la pena si obtenía respuestas, pero a menudo se sentía fuera de lugar y trataba de no culparse por ello.
El olor y la suciedad le recordaban constantemente que estaba en una situación precaria, pero se sentía mal por preocuparse de su propio estado cuando otros a su alrededor también estaban en condiciones similares. Observaba su cuerpo y notaba cómo la falta de cuidados había dejado huellas en él. Las uñas ennegrecidas y el tinte de su cabello desaliñado eran señales de que no estaba cuidándose como solía hacerlo. Anhelaba un baño para poder desprenderse de la mugre que se le había adherido a la piel y sentirse limpia de nuevo.
Se sentía atrapada en un dilema emocional. Se prometió a sí misma que haría lo que fuera necesario, pero también trataría de encontrar un equilibrio y cuidar de sí misma en la medida de lo posible.
—Ivy tiene agua en su casa. No creo que le importe que te laves allí.
Miel la vio con sorpresa. ¿Acaso le había leído la mente?
—Solo mírate. Llevas quince minutos oliendo tu ropa como una desquiciada. Sí, hueles regular. No te juzgo, no pasa nada. Pero debes limpiar esa piel antes de que empiece a ponerse fea.
Le aliviaba una opinión tan sincera.
—¿Solo Ivy dispone de agua?
—Está embarazada. Los demás pueden ir al lago y limpiarse como bien puedan, pero ella no. La gente colabora para llevársela, a ella y a Claire.
Miel sintió una punzada de compasión al escucharlo. Entendió que el agua no era un recurso abundante en ese lado y que Ivy requería cuidados especiales.
—Entiendo. Es reconfortante ver cómo la comunidad se cuida mutuamente en tiempos difíciles.
Gwenna esbozó una media sonrisa. Ese día, Miel la encontró verdaderamente hermosa. Vestía un largo y colorido vestido hecho con retazos de tela, y su cabello estaba recogido con un cordón. Su rostro era suave y sereno, con una envidiable expresión. Aunque esa joven enfermera tenía un magnetismo natural, apreciaba la tranquilidad que le transmitía cuando estaba junto a ella.
—¿Y Vigor? ¿Quién es realmente ese hombre? ¿Vive con ellas?
—Es complicado —respondió encogiéndose de hombros—. Algunos dicen que él es el padre del bebé que espera, pero yo no lo creo. Puede que solo está obsesionado con ella. La vida aquí es bastante solitaria, ¿sabes? La gente tiende a juntarse para hacerla más llevadera. Esa es mi opinión.
Miel reflexionó sobre las palabras de Gwenna. Para ella, el amor significaba algo más que simplemente una relación basada en la necesidad de compañía en un entorno difícil. Ella creía en el amor como algo más profundo, basado en el respeto, la confianza, la conexión emocional y el apoyo mutuo. No podía imaginar una unión basada únicamente en la conveniencia o la soledad. Aunque entendía que la situación en la que se encontraban podía influir en las relaciones entre las personas, Miel anhelaba algo más significativo y verdadero en el amor.
—Gwenna, ¿Cuánto llevas aquí? Sé que no está bien preguntarlo, pero me da la sensación de que conoces muy bien cómo desenvolverte.
—El tiempo es lo de menos. Al principio puede ser duro, pero luego dejas de contar los días, los meses —dijo mientras se levantaba de la silla en la que estaba sentada y comenzaba a dar pequeños pasos de un lado a otro—. ¿Si era feliz en Rythm? Sí, lo era. Eso es lo único que puedo decirte. Pero aquí las cosas no me van tan mal, puedo hacer lo que quiero sin rendir cuentas a nadie, puedo trabajar en lo que me gusta. La gente confía en mí.
Miel se sintió intrigada por las palabras de su compañera y su aparente conocimiento sobre la vida. La observó mientras se movía de un lado a otro, perdida en sus pensamientos.
—¿A cuántos has ayudado?
—No lo sé exactamente —respondió, deteniéndose y mirándola con seriedad—. No llevo un registro. Pero te puedo decir que he intentado hacer lo que puedo para echar una mano a aquellos que lo necesitan, para hacer este lugar un poco más tolerable para todos. La gente viene a mí en busca de ayuda, y yo hago lo que puedo con los recursos que tengo.
Miel asintió, sintiendo una admiración creciente por ella. Aunque la sociedad en la que vivían era difícil, Gwenna parecía haber encontrado una forma de adaptarse y ayudar a los demás. Era evidente que tenía habilidades y conocimientos valiosos, y Miel se preguntó cuántas vidas habría cambiado para mejor.
—¿Y por qué?
La chica ladeó un poco la cabeza y frunció levemente las cejas.
—¿Cómo que por qué?
—¿Por qué haces todo esto?
La miró fijamente, curiosa por saber más sobre las motivaciones detrás de sus acciones.
Gwenna soltó un suspiro y se sentó de nuevo en la silla, pareciendo reflexiva.
—Supongo que lo hago porque no puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo la gente sufre. No puedo ignorar la injusticia que veo a mi alrededor. Tal vez no pueda cambiar todo el sistema, pero puedo colaborar con pequeñas acciones. Además, ayudar a los demás me ayuda a sentirme más conectada con algo más grande que yo misma, es mi forma de resistir y luchar por lo que creo que es correcto.
Al día siguiente.
—Hola, Ivy. Buenos días.
La rubia la examinó de arriba abajo en un rápido parpadeo.
—Hola. ¿Qué haces aquí?
—Quería preguntarte... si podría bañarme. Gwenna me ha dicho que tienes agua y mi cuerpo lleva varios días pidiéndola a gritos —explicó con cierta urgencia en su voz.
Ivy miró a Miel con cierta reserva, como si estuviera evaluando si merecía confiar en ella o no.
—Sí, tenemos agua, pero es un recurso limitado. No puedo permitir que cualquiera la use sin restricciones. Sin embargo, dado que Gwenna te ha dado su aprobación, puedes usarla esta vez.
Miel asintió agradecida.
—Entiendo y lo aprecio mucho. No causaré problemas.
Ivy pronunció una sonrisa sincera, esa que produce arrugas junto a los ojos, eleva las mejillas y desciende levemente las cejas.
—Pasa —le dijo apartándose a un lado de la puerta.
—Gracias, qué vergüenza.
—Tranquila, princesita, ven por aquí.
La chica rubia la condujo hasta el patio interior. Era austero, con un suelo de piedra gris desgastada que se extendía por todo el espacio. Las paredes que lo rodeaban eran altas, lo que proporcionaba cierta privacidad. No había muchas decoraciones, solo algunos objetos funcionales dispersos por el patio. En un rincón del patio, había una serie de barreños de metal apilados, listos para ser utilizados. Eran simples y funcionales, sin adornos ni detalles innecesarios. Los barreños tenían un aspecto desgastado por el uso, pero estaban limpios y bien cuidados.
—Enseguida te los lleno. Ve quitándote la ropa, si quieres. Me la das y mañana la mando a lavar.
—¿No me verá nadie?
—No te preocupes. Los drones del Gobierno no vuelan a esta hora. Y yo estaré dentro con Claire, por si necesitas algo.
Miel asintió y se acarició el mentón, pensando en la situación. Entonces, salió apresurada del patio, dejando su ropa en el suelo, al darse cuenta de su error. No era correcto hacer que Ivy cargara con peso en su estado. Sin embargo, cuando regresó a la casa, la encontró con Claire, quien estaba vertiendo el agua de uno de los grifos de la cocina.
La niña hizo un esfuerzo por contener su risa. Su rostro seguía pálido como siempre, aunque parecía haberse recuperado de su última caída. Con cuidado, tiró de la manga de la camiseta de su protectora, tratando de no llamar demasiado la atención.
—Ivy, espera, yo lo hago —dijo Miel acercándose a ambas mientras se agachaba para tomar el primer balde.
—Tranquila, princesita, todavía puedo manejar las tareas básicas con este melón en mi barriga. ¿Verdad, Claire? —Ivy soltó una risotada, mientras la niña asentía con entusiasmo.
Entonces Miel advirtió la mirada de la mayor sobre ella.
—Encaje, ¿verdad? Buen gusto.
—Eh... sí, gracias —respondió, un poco incómoda.
—Sabía que eras de buena cuna. ¿Has visto alguna vez una lencería tan bonita, Claire?
—Nunca —respondió la niña, admirando las prendas con ojos grandes y curiosos.
Ivy observó con más detenimiento su cuerpo hasta que se detuvo en una zona específica. Sabía que era demasiado visible como para pasar inadvertida. Miel se sintió expuesta y algo vulnerable, no le gustaba enseñar demasiado su piel y seguía estando muy sucia. Pero sobre todo le incomodaba que se fijara en esa mancha, una mancha que siempre le había generado inseguridad.
—Es de nacimiento —expresó tratando de ocultársela con los brazos.
La otra asintió con comprensión. La curiosidad en su mirada era evidente, pero no mostró ninguna señal de horror o disgusto. Después de unos segundos, desvió los ojos y terminó de llenar el último barreño con agua.
Ya en el patio, con cuidado, se sumergió en uno de los barreños, sintiendo cómo el agua fresca la envolvía, haciéndola estremecer. Aunque estaba fría, disfrutaba de la sensación revitalizante que le producía. Se sentó en el balde, abrazando sus rodillas, y dejó que el agua la envolviera por completo.
El frescor estimulaba sus sentidos, haciéndola sentir más alerta y presente en el momento. El aroma de la lavanda se mezclaba en el aire, creando una atmósfera reconfortante y relajante. Miel cerró los ojos y respiró profundamente, permitiéndose sumergirse en sus pensamientos.
Hasta ese momento, no había tomado en cuenta lo mucho que valoraba haber escuchado voces conocidas al otro lado del aparato. Los tonos de voz eran familiares: el de Eleanor, siempre lleno de nervio y emoción, y el de Darío, calmado y formal. Saber que estaban bien la reconfortaba, pero los extrañaba demasiado. Tomó una decisión impulsiva: se daría dos días más para averiguar algo sobre Maxinne Hope. Exactamente dos días, ni uno más ni uno menos. La experiencia de estar al otro lado la estaba consumiendo poco a poco, y aunque comenzaba a disfrutar de la compañía de Gwenna, Ivy y Claire, sabía que ese no era su lugar. Bueno, en realidad sí lo era, pero no estaba dispuesta a aceptarlo tan fácilmente. Además, sabía que el mes que había solicitado estaba por terminar, y tendría que regresar pronto. No podía esperar más.
Aunque la idea de buscar información sobre Maxinne ocupaba gran parte de su mente, las últimas palabras de Darío también le dolían. Para él, el beso que compartieron antes de su partida no significaba nada, solo fue un impulso del momento, al menos eso fue lo que él mismo le había dicho. Pero, ¿por qué no podía creerle? No podía estar segura de los sentimientos de Darío, pero sí sabía con certeza que ese beso había despertado algo en ambos. Miel lo quería, pero sabía que eso no era suficiente. ¿Acaso sentía miedo? ¿Quizás era una sensación de responsabilidad impuesta sobre ella? Todo se volvió confuso, como una maraña de emociones que la abrumaba.
Después de un rato, salió del barreño y se envolvió en una toalla, sintiéndose renovada y rejuvenecida. Se quedó unos momentos más en el patio, inhalando profundamente el aroma a lavanda, agradecida por el instante de tranquilidad y conexión consigo misma que había disfrutado en aquel baño con agua fresca. Estaba lista para enfrentar sus pensamientos y decisiones con una mente más clara y serena.
Más tarde, se contempló en un alto espejo en el vestíbulo principal. Había logrado arreglarse el cabello de forma adecuada, dejándolo suave y brillante a ambos lados, aunque todavía no se acostumbraba a lo oscuro que era. En cuanto a la ropa que Ivy le había prestado, le pareció más ajustada de lo que estaba acostumbrada, mostrando curvas que normalmente no se notaban con sus elegantes vestidos y trajes morados. Colocó los brazos en forma de jarra. La verdad es que no se veía nada mal, una camiseta gris, unos pantalones negros y unas botas del mismo color. No era su estilo, pero tenía un aspecto decente.
—Chica, pareces otra. Y mi ropa te queda de lujo.
Miel quiso darle un abrazo pero la otra retrocedió un paso, arrugó la nariz y estiró el brazo.
—No, no, error. Nada de acercamientos.
—Perdona.
—Un apretón de manos puede estar bien, vamos.
Miel asintió, respetando su decisión. Ambas estiraron sus brazos y se dieron un firme apretón de manos. Ivy parecía más cómoda con esta forma de saludo.
—Lo siento si he sido demasiado efusiva. De todas formas, te agradezco mucho el baño.
De pronto, Vigor irrumpió en la entrada, como quien iba a anunciar algo de suma importancia, y es que Miel empezaba a preguntarse si ese hombre era algún tipo de mensajero. Conocía a Vigor desde hacía poco tiempo, pero aún no estaba segura de qué papel desempeñaba en la vida de Gwenna y su casa. Aquel hombre tenía una presencia imponente con su aspecto peculiar, con sus ropas anchas y oscuras que lo hacían destacar.
—¡Deprisa, al café!
Miel notó la urgencia en la voz y vio a Ivy frotarse las manos con nerviosismo.
—¡Coge a Claire, deprisa! —exclamó el hombre—. Ah Bee, no sabía que estarías aquí. Muy bien, no importa, te vienes con nosotros.
Miel se sentía confundida y preocupada, pero no se atrevió a preguntar a dónde iban. Todos parecían estar en un estado de agitación, moviéndose rápidamente. En un abrir y cerrar de ojos, Ivy regresó con Claire tomada de la mano y los cuatro salieron de la casa en silencio, como si estuvieran en una misión urgente.
Cuando salieron afuera, vio una bicicleta con un remolque semicubierto esperando en la entrada. Era obvio que habían planeado el escape con antelación. El remolque parecía lo suficientemente grande como para acomodar a todos.
—Vamos, ¡Arriba las tres! No hay tiempo que perder.
Ivy y Miel ocuparon los dos puestos del remolque y Vigor se montó en el sillín.
—¿Te importa llevar a la niña en tus piernas? —le preguntó la rubia—. La llevaría yo, pero la tripa es cada vez más grande.
—En absoluto. Sube, Claire —ayudó a subir a la pequeña y la colocó en su regazo. Entonces, Vigor comenzó a pedalear.
Miel se aferraba al asidero del remolque, sintiendo la adrenalina correr por su cuerpo mientras se preguntaba qué estaba pasando y a dónde iban.
El hombre siguió pedaleando en el remolque, manteniendo los ojos alerta y los oídos atentos a cualquier sonido sospechoso. Claire parecía estar tomando notas frenéticamente en su libreta.
—Es una redada. Vamos al sitio donde estuvimos la última vez, ¿recuerdas?
—¿Una redada?
—Sí. Lo hacen cada cierto tiempo, para comprobar que no se reúnan grupos grandes o no se comercie con ciertos objetos. Ya sabes, libros, aparatos tecnológicos y esas cosas. También buscan niños.
—¿Niños? —preguntó elevando las cejas y entreabriendo la boca.
—Niños como Claire. No sé por qué los quieren, pero en los últimos meses han desaparecido tres. Y se trata de un número elevado para la población que somos en este lado. Mi teoría es que los estudian y analizan de cerca. Vete tú a saber. Pero se los llevan. Y no vuelven nunca.
Durante el camino, no pudo evitar sentir un nudo en el estómago. La idea de que los niños estaban siendo llevados y experimentados era aterradora. Se prometió a sí misma que haría todo lo posible por proteger a Claire y a cualquier otro niño que encontraran en su camino. En ese momento, la fuerza de Vigor era más que evidente. El peso de las tres, aunque no muy alto, parecía resultarle insignificante. Pedaleaba con fuerza, sin mediar palabra, e iban a una velocidad considerable.
—¿Crees que si te vieran la tripa, te quitarían a tu bebé? —preguntó en voz baja, consciente de la gravedad de la pregunta, pero determinada a asegurarse de que la chica que le había ayudado no corriera peligro.
Ivy asintió con tristeza.
—Sí. Es contradictorio, pero ocurre. Expulsan a niños de Rythm que son superdotados y luego se llevan a los que nacen en este lado, que en su mayoría comparten genes de dos padres con altas capacidades. No sé, Bee, hay algo muy oscuro detrás de esto —respondió con voz entrecortada.
Miel se mordió el labio, pensando en todas las preguntas sin respuesta que tenía. Se preguntó por qué su padre no le había contado todo lo que sabía, y cómo podía ayudar desde su posición actual, o si tendría que volver a la ciudad para hacerlo. Se sentía cada vez más convencida de que el sistema no funcionaba como se suponía, pero aún había detalles que se le escapaban.
—¿Cuánto te queda para dar a luz?
Ivy suspiró, acariciando su vientre.
—Tres meses, aunque Gwenna dice que podría ser menos.
Miel asintió, reflexionando sobre la situación. Sabía que debía actuar con cautela y encontrar una manera de proteger a Ivy y a su bebé. Se sentía en deuda con ella.
También se dio cuenta de que las calles estaban desiertas, con apenas unas pocas personas apresurándose en direcciones bien planificadas, como si también estuvieran tratando de esconderse. La sensación de tensión se palpaba en el aire mientras avanzaban, guiadas por Vigor, hasta llegar a la calle donde Miel había tenido un encuentro inusual con Blumer.
Más adelante, se bajaron de la bicicleta y se adentraron en la cafetería. Al abrir la puerta, unas campanas colgantes sonaron de forma suave, y el aroma embriagador del café llenó sus narices. El ambiente era verdaderamente singular, con una decoración rústica que combinaba tonos de verde oscuro, marrón y dorado en perfecta armonía. El mobiliario principal estaba hecho de madera tallada a mano, con sillones mullidos, mesitas de aspecto antiguo y sillas de respaldo alto que parecían sacadas de un salón de té de otra época.
A medida que se adentraban en el lugar, Miel notaba pequeños detalles que evocaban una sensación de nostalgia y anacronismo. Había escaleras de caracol que llevaban a rincones acogedores, bicicletas antiguas colgadas en la pared como elementos decorativos, cuadros sobrios que adornaban las paredes con escenas de la naturaleza y retratos de personas en sepia, y una iluminación cálida y tenue que creaba una atmósfera acogedora y misteriosa a la vez.
En la barra, un joven pelirrojo con una sonrisa amistosa los observaba con atención, mientras preparaba tazas de café humeante con destreza. El lugar emanaba un aire de clandestinidad, como si fuera un refugio secreto en medio de la opresión del mundo exterior. Miel se sentía intrigada y fascinada a la vez, preguntándose quiénes serían los dueños de este lugar y qué historias se escondían tras sus paredes.
—Hola, Arnold —saludó Vigor.
—¿Redada otra vez?
—Así es, la tercera de este mes —respondió con gesto grave.
—Vamos, os abro.
Les hizo una señal y pulsó un botón detrás del mostrador. Al instante, una tabla en el suelo se desplazó, revelando una entrada secreta.
—Vaya —expresó Miel.
—Y espera a que veas el resto —le susurró Ivy.
Miel los siguió a través del hueco en el suelo de la cafetería mientras su corazón latía con anticipación. Al descender por la escalera, descubrió un espacio iluminado con luces LED blancas que se proyectaban desde las paredes y el suelo, creando una atmósfera brillante. Las paredes se encontraban revestidas con paneles de vidrio inteligente que se ajustaban automáticamente para mostrar imágenes en 3D de hologramas, ecuaciones matemáticas y fórmulas científicas en constante cambio.
El espacio era caótico pero inspirador. Cada rincón estaba repleto de dispositivos electrónicos en desuso, cables desordenados y prototipos de alta tecnología. Pero lo más asombroso fue descubrir a niños y niñas de todas las edades concentrados en sus proyectos, colaborando y compartiendo conocimientos libremente. Cada uno estaba inmerso en un área de especialización. A simple vista, Miel podía distinguir programación, literatura, ciencia, herbología, robótica, ingeniería y biotecnología. Algunos estaban programando códigos complejos en ordenadores antiguos, mientras que otros ensamblaban robots improvisados con piezas recicladas. También había pantallas holográficas que flotaban en el aire, mostrando visualizaciones de datos en tiempo real y simulaciones de alta resolución. La energía creativa que se respiraba en el lugar era palpable.
Miel sintió una oleada de emoción al ver aquello. Era como si hubiera encontrado un oasis en medio del caos y la pobreza del mundo exterior. Aunque el miedo seguía presente en su mente, la inspiración y la agitación eran abrumadoras.
Ivy sonrió mientras le mostraba los estantes llenos de libros y las plantas exuberantes que colgaban del techo.
—¿Qué es este lugar?
—Lo descubrirás por ti misma. Bienvenida a Nexus.
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