Capítulo 13
Ivy resultó ser una gran compañera en el camino de vuelta. No dejaba de hablar de cosas, livianas, eso sí, pero que lograban crear un ambiente relajado para ella y para la propia Miel.
—¿Ya te has instalado bien? — preguntó entonces. Era innegable reconocer que aquellas personas eran muy inteligentes, no se les escapaba una.
—Me cuesta, todavía me estoy acostumbrando.
A Miel no se le quitaba la imagen de la cafetería de su cabeza, ni tampoco la de su escena con Blumer. Por alguna extraña razón, no sé atrevió a seguir a Ivy hasta el interior del local, algo la hizo guardar distancias.
—Todos tenemos nuestro período de adaptación —continuó Ivy—. La gente que llega aquí puede ser de dos tipos de personas: las que se resignan a esta nueva vida e intentan sobrevivir y las que nunca dejan de extrañar su hogar, incluso con años en este sitio —La rubia le dedicó una mirada juiciosa— . Tú tienes pinta de ser de las segundas.
—¿Yo? ¿Por qué?
—Tienes cara de ser una niña de bien, a la que nunca le ha faltado de nada, ¿me equivoco?
—No era que... En fin, Gwenna me dijo que aquí no hablabais del pasado, pensé que todos aplicabais esa norma.
Ivy rio con malicia.
—Es una norma no escrita, sí, pero no me malinterpretes, no hace falta que me cuentes nada para saber que esas manos tan delicadas nunca han tenido que tocar un trapo. A los que venís de los Barrios Altos os calo nada más veros, es muy fácil distinguiros, no sé, tenéis "algo" diferente.
Aunque las dos caminaban de forma sincronizada, se concedió un instante para pensar. Si todos eran como Ivy, tal vez alguien terminaría sabiendo quién era y todo su plan quedaría reducido a cenizas. Además, llevaba días allí y todavía no había dado con ninguna chica que se llamara Maxinne, la cual era la razón principal por la que había cruzado. Tenía que encontrarla. Sin embargo, en aquel lugar pasaban demasiadas cosas como para no querer interesarse por todas ellas: viajes peligrosos a Rythm, reuniones clandestinas en cafeterías, viejos conocidos y embarazos tempranos; una combinación que a Miel le resultaba más que atrayente.
—Hagamos una cosa —le propuso con una sonrisa. Quizá así obtendría más información—. Es un juego: tú me haces una pregunta y yo te haré a ti otra.
—Es lo justo —respondió la rubia encogiéndose de hombros—. De acuerdo, ¿A quién echas más de menos estando en este lado?
Ésta era fácil. Quería muchísimo a sus padres, le habían dado todo cuanto ella había querido, pero sabía que la mayor parte de su corazón albergaba a otras personas.
—A mis amigos.
—¿Pasabas mucho tiempo con ellos?
—Sí. Todo —concluyó cortante—. Ahora me toca a mí preguntar, ¿Qué es lo que hacías en esa cafetería?
El gesto de Ivy se volvió serio.
—Nada importante, divertirnos.
—¿Es una especie de club secreto?
—Es un club de lo que quieras.
—Eso no vale como respuesta.
—Entonces te dejo que hagas otra pregunta.
—Muy bien —pronunció ganándose la mirada de Ivy—. ¿Conoces el nombre de todas las personas que están aquí?
—El de la mayoría sí, no somos muchos y no es difícil acordarse.
Punto para Miel. En cuanto se ganara su confianza, le preguntaría por Maxinne.
—Me toca —apuntó divertida—. ¿Cuál es tu mayor sueño?
La pregunta la desconcertó. Era algo que nunca se había planteado. Y como siempre, escuchó en su cabeza la voz de su padre diciendo:
«Tu meta debe estar orientada a convertirte en una buena sucesora. Algún día, podrás hacer las cosas mucho mejor que yo. Hazme sentir orgulloso, hija».
Mientras que también escuchaba a su madre:
«Lo que tienes que hacer es casarte y formar una familia, querida. Eres la mujer más deseada de Rythm. Vas a tener la oportunidad de elegir a tu pareja y no todas pueden correr la misma suerte».
¿Pero dónde estaba su propia voz?
—Ser feliz —dijo al azar. Sabía que esa noche reflexionaría sobre la verdadera respuesta.
—Insustancial, pero válido —accedió Ivy encogiéndose de hombros.
—Última pregunta —No quería perder el tiempo—. El otro día, en tu casa, tu hija dijo que se hizo daño en un puesto de frutas del mercado de Rythm. ¿Por qué vais allí? ¿Cómo? ¿Y por qué mandáis a una niña?
—En primer lugar, Claire no es hija mía aunque viva en mi casa, aquí todos somos padres de todos y nos cuidamos los unos a los otros. Lo segundo, la mandamos allí porque necesitamos comer, con la comida racionada que nos trae la Guardia a la semana no nos da. Y lo tercero, mandamos a los hijos nacidos de madres expulsadas porque son los únicos que no están registrados en el código civil de Rythm y es muy fácil hacerles pasar por simples huérfanos de la ciudad.
Miel no se esperaba una respuesta tan directa y lógica.
—Entonces, ¿lo que hacéis es robar?
—¿Robar? —dijo como si no diera crédito a sus palabras.
Miel creyó haber pecado de simple.
—Robar es lo que hacen ellos con nuestros hijos, con nuestras identidades. Robar es quitarnos el derecho a una vida digna por tener unas cifras más altas en un estúpido test de inteligencia. Robar es negar el hecho de que una sociedad tiene que ser diversa para que pueda prosperar —Hizo una pausa para coger aire—. Mientras ellos se jactan en sus tronos de la mediocridad, aquí hay personas que podrían destruirles de una sentada si se les diera las herramientas necesarias. Esas personas, las que ves por las calles que comen del suelo y duermen en tiendas, podrían cambiar todo si se sublevaran, pero no pueden, porque están desnutridos, cansados y mentalmente jodidos.
Cada palabra se clavó en Miel como la sustancia inyectada a través de una aguja hipodérmica, que tardaba unos minutos en provocar una reacción. No encontraba los argumentos adecuados para rebatirle su discurso, es más, estaba casi segura de que tenía razón. Pero, ¿por qué había estado viviendo en una burbuja tanto años? ¿Qué sentido tenía desterrar a quienes estaban dotados de una capacidad superior?
Su padre siempre le había dicho que los superdotados eran peligrosos, que no se podía tratar de educar a un niño por encima del resto, que todos debían ser y comportarse como iguales. «Tener un CI tan alto no puede desencadenar nada bueno», le repetía una y otra vez cuando ésta tenía dudas sobre los métodos utilizados contra ellos.
Entonces había conocido a Gwenna, a Ivy y a la pequeña Claire, que además de contar con una templanza mucho más desarrollada, no encontraba nada que las distinguiera del resto de gente corriente de Rythm. ¿Eran las tres inteligentes? Seguramente, pero no veía en ellas ese factor "peligroso" que tanto aterraba a la Élite. A veces incluso olvidaba que ella también formaba parte de ese mundo.
—Oye —la llamó Ivy sacándola de su bucle de pensamientos—. Siento el tono que he utilizado, nada de esto es culpa tuya.
«No estoy tan segura», pensó.
—No quiero maquillarte la realidad. La vida de este lado es dura, mucho. Y todavía no has visto nada. Pero es lo que nos ha tocado, así que no nos queda otra que sobrevivir. Pensarás que estoy loca, pero la mayoría está mejor aquí. Aunque, si has buscado refugio a estas alturas, es probable que te hayas dado cuenta de que el sistema de puntos es una mierda.
—Sí, es una auténtica mierda.
La rubia medio sonrió, se llevó las manos al vientre, regalándose un masaje de un lado al otro mientras continuaban caminando. A Miel le sorprendió su carácter firme, no acostumbraba a que se dirigieran a ella de forma tan recta.
—Es pronto para que sepas todo lo que quieres. Tienes que entender que acabas de llegar y no podemos confiar en ti.
—Lo sé, Ivy, trataré de hacerme primero a este sitio.
—Lo harás bien, date tiempo. Todo aquí es distinto, pero con los días te darás cuenta de que la libertad de pensar, sentir y actuar por ti misma es el mayor privilegio de todos.
«Ojalá llegue a experimentar eso alguna vez», pensó.
A pocos metros ya empezaban a vislumbrarse la hilera de tiendas de campaña y luego a la gente haciendo sus quehaceres. Ninguno prestó atención a las chicas. La rubia insistió en acompañarla hasta la tienda de Gwenna, pero no quiso entrar.
—Nos vemos, chica —se despidió sin ningún tipo de contacto.
Miel hizo a un lado la lona.
—¡Ah, hola! —exclamó la enfermera en cuanto puso un pie dentro. Tenía el cabello recogido en una trenza que le daba un aspecto desenfadado—. Ven, deprisa, quieren hablar contigo.
—¿Hablar? ¿Quién? —preguntó con extrañeza.
—Pasa a la habitación. ¡Deprisa, no tenemos mucho tiempo!
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