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Infierno


Deambulé un tiempo, con miedo, por entre las rocas de un desconocido e inmenso entorno pétreo y solitario.

Luz crepuscular dominada por tonos de escarlata brillante, tan abrumador que me escocía en los ojos.

Estaba perdido.

Creí que había muerto. Ese era el infierno de los relatos y de los cuentos bíblicos, eso pensé aunque no tenía sentido.

Era todo soledad. Rocas, las grietas en el piso, el aire crepitando y nada más.

Éramos el yermo y yo.

Nada se movía, nada que no fuera un flujo de haces de luz; continuo, furioso, emergiendo de múltiples grietas en el suelo desde donde me encontraba de pie hasta el horizonte, en todas direcciones.

A pesar de eso, yo no estaba en paz. La quietud de ese averno era todo, menos tranquila.

Me sentía acechado por esa gran nada que se cernía sobre mí, presente en el cosmos. En el aire cargado de estática. Oscuro, malvado y letal.

Comencé a correr en dirección de los abismos, cuya profundidad estaba desprovista de negrura. Los incandescentes fuegos consumieron las montañas. Y se volvieron mares. Esbeltos peñascos emergían de ese clamor de rocas incendiadas cada pocos metros, como columnas que sostenían la noche infernal.

Un espíritu maligno me perseguía. Del mismo aire aspiró a los vientos de las cimas y cobró solidez.

Pronto estuvimos corriendo.

Y yo corría con todas mis fuerzas hasta el borde mismo. Nada más que un agitado fuego líquido haciendo olas, estrellándose contra la base de los peñascos.

Salté sin pensar. Y mi pierna se alargó tanto que se volvió un arco, llegué al primer promontorio y de esa manera, di uno tras otro saltos inconmensurables.

La sombría figura no fue rival para mí.

A grandes pasos de siete leguas mi cuerpo perdió pesadez y casi se volvió etéreo.

Fue como volar. Me deslizaba sobre los fuegos del infierno pero sin alas, porque en aquellas rocosas soledades las alas no sirven de nada. Se calcinan, se vuelven cenizas. Es lo primero que pierden los ángeles cuando son arrojados.

Pero yo no soy un ángel.

Yo solo soy un hombre y tengo mis grandes saltos para escapar de los peligros. La sombra jamás me alcanzó.

Con la alegría que me llevó a la hilaridad por mi exitosa evasión, di un último salto para salir de aquél destierro.

Abrí los ojos.

Estaba amaneciendo.

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