Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 5: LLanto

𝑨𝑹𝑻𝑯𝑼𝑹 𝑾𝑬𝑨𝑺𝑳𝑬𝒀

Sé que las personas tardan meses, e incluso años para enamorarse o sentir atracción por alguien, sin embargo, hasta hace poco no lo sentí así. Con tan solo verla sentada en las gradas, provocó que mi estrujado corazón revoloteara en mi pecho, experimentando miles de explosiones estallar dentro de mí.

Con ella, mis poemas ocultos en la oscuridad, comenzaron a gozar de sensibilidad.

Ese día que llegué tarde al salón de clases, y me encontré nuevamente con la castaña, un poco baja de estatura, con el cabello desaliñado y ropa holgada, supe que seguía siendo común y corriente, aún conservaba su esencia. Cuando me miró a escondidas, no pude negar y mucho menos mentir que aquella mirada provocó una guerra de emociones en mi pobre y zurrado corazón.

Ahora no me arrepiento de haber aceptado la beca que el instituto me otorgó y, a decir verdad, no iba aceptarla, ya que, hubiera preferido seguir trabajando como mesero en el restaurante lujoso que queda en el centro de la ciudad, pero la insistencia de mi tía y de su esposo, me obligaron a que la aceptara, y en un futuro sea estudiante de alguna prestigiosa universidad.

Muchos pensarán que esas personas quieren lo mejor de su sobrino, sin embargo, eso no es ni será verdad. Ellos solo quieren a alguien que les dé dinero a lo fácil, y ese alguien soy yo. Llevo tres años trabajando para ellos, y nunca he recibido un agradecimiento, lo único que recibo por parte de ellos son castigos, ofensas, maltratos, y más. Su hija, mi prima, es la persona más amable que pudiera existir. Le debo la vida, porque son varias las veces que ella decidió recibir los golpes por mí.

Sus padres son unos monstruos sin corazón, ellos lo único que quieren son dinero y más dinero, para poder gastarlo en alcohol, ropa, accesorios sin valor, o simplemente malgastar el dinero, MI dinero, porque yo me lo gano con esfuerzo, horas sin dormir, días sin descanso, y luego vienen esas personas y con un simple: "Dame" se esfuma mi dinero de las manos.

No hubiera tenido esta vida, si es que ese señor, que se hace llamar mi padre, jamás nos hubiera abandonado a mí y a mi madre. Fue un hombre cobarde, que no supo hacerse cargo del error que cometió, porque eso fui, un error para ellos. Mi madre tuvo que salir adelante sola, con ella no me faltó un hogar, comida ni estudios. Cuando falleció por cáncer de estómago, he de admitir que no sentí tristeza, porque a pesar de haberse embarazado muy joven de mí, se las ingenió para luchar por mantenerme.

Mi amor hacia ella siempre fue extraño, jamás le dije te amo o te quiero, sin embargo, eso no quiere decir que la haya odiado, solo sentí un leve cariño, ya que a veces me mimaba o me consentía, y en otras ocasiones juraba odiarme por haber nacido, y ciertas veces decía amarme.

Mi padre era la persona indicada para hacerse cargo de mí, sin embargo, él se negó rotundamente su responsabilidad, es más, ni siquiera me reconoció. Ese hombre siempre será una escoria como ser humano, por eso mismo, la tutela completa la recibió mi tía, hermana de mi madre. Cuando llegué a vivir a su casa, me trataron como su empleado. No hubo ni un solo día que me haya sentado en la mesa y haya podido conversar o comer con ellos como una familia, para ellos siempre fui un sirviente y un cajero automático.

—¡Arthur! —gritó el esposo de mi tía—¡Tráeme cervezas! —me ordenó desde la sala, mientras yo ordenaba la mesa.

—Sí señor—respondí, a la vez que dejaba los platos en el lavatorio.

A ese hombre tenía que llamarlo como "señor", ya que hubo una vez que lo llamé como "tío", y fue la primera vez que me flageló la espalda con una correa de cuero. Tengo una cicatriz en la espalda, y se debe a ese desgarrador golpe, la cual no olvidaré ni con miles de terapias.

Saqué de mi billetera unos cuántos dólares, miré hacia la sala y Héctor estaba mirando un partido de fútbol, negué con la cabeza para luego salir de la casa. Caminé por la calle, hasta llegar a la esquina, ahí había una tienda y compré lo que me ordenó.

Al regresar y antes de entrar a la casa, le di un último vistazo al atardecer. La mujer que ama los atardeceres, es la misma mujer que ayer rechazó mi amistad. Me pone tan triste el saber que por primera vez recibí un rechazo, y experimenté el famoso pinchazo al corazón, del cual muchos poetas como Francisco de Quevedo y Pablo Neruda, recitaron en sus versos, advirtiéndome que el amor no correspondido, se convierte en sentencia, y que cada texto leído es un repaso al rostro del desdichado amor.

—¡Hasta que por fin vienes, pedazo de imbécil! —me gritó Héctor parado, esperándome con un látigo en su mano.

Mis labios temblaron un poco mientras le respondí—Traje sus cervezas, señor.

—Son las cinco, ¿A qué hora piensas ir al trabajo? —dijo, soltando un asqueroso aliento de viejo alcohólico.

Bajé la mirada al suelo—Usted me ordenó que vaya por cervezas.

Se acercó a mí y me tomó con rudeza de la barbilla obligándome a que lo mirase.

—Te haré recordar que a mí nadie me contradice—tiró con fuerza de mi barbilla, y sin más levantó el látigo frente a mí, azotándolo en mi hombro derecho y haciéndome gritar de dolor—¡Jamás vuelvas a contradecirme! —agarró mi hombro adolorido y me guio a la sala, después me lanzó y caí boca abajo.

Esa tarde volví a ser golpeado sin piedad, por una persona austera y maquiavélica. Pero justo hoy, que conocí el rechazo por parte de la mujer que no solo se robó mi atención, sino también mi corazón, reconocí que esos golpes no se podrían comparar ni en mil años con ese doloroso rechazo.

***

Desperté tirado en el suelo, mi nariz me arde. Toco mi rostro y pude sentir la sangre metálica resbalar por mi nariz hasta llegar a mi barbilla, así cayendo en mi camisa blanca, ensuciándola horriblemente. Traté de levantarme, pero gemí de dolor en el instante que mi espalda y piernas protestaron de dolor. No recuerdo gran parte de la tarde, tan solo recuerdo que Héctor me golpeaba con su correa, y minutos después mi vista se tornó oscuro.

—¡Arthur! —gritó Carolina, mi prima de veinticinco años.

La vi corriendo hacia mí, se arrodilló y con su mano levantó mi rostro, para luego acomodarme en su pierna.

—¿Dónde está tu papá? —le pregunté en voz baja, ya que, si él me escuchaba hablar con Caro, me volvería a golpear.

No me quiere ver junto a su hija, ni siquiera está de acuerdo en que nos saludemos, por eso las veces que Carolina intervenía en los golpes que recibía, Héctor la golpeaba a ella, a su propia hija.

—Salió con mamá, supongo que demorarán—enarcó a sus cejas al ver mi labio—Dios, Arthur, estás sangrando.

—¿Recién acabas de llegar? —le pregunté preocupado, pues ya era de noche y como recién me vio tirado en el suelo, supuse que salió tarde del trabajo.

—Sí, un paciente llegó tarde a su cita, por eso demoré. —me contó, pero no dejó de observar mis ojos ni mis labios—Espérame acá, te llevaré al hospital.

Quise detenerla, pero ella ya me había dejado nuevamente en el suelo, es increíble verla tan terca e insistente.

Me levanté, aun así, haya tenido que gemir de dolor e impotencia. Los dolores eran insoportables, esta vez Héctor no tuvo piedad alguna de mí, y eso provocó que me desmayara. Él y mi padre son un claro ejemplo de que los monstruos de carne y hueso sí existen.

—¡Arthur, ¿por qué te levantaste?! —Caro, corrió hacia mí.

—No es necesario ir al hospital, estoy bien. —le sonreí de lado e hice una mueca de dolor al sentir mi labio abrirse nuevamente.

—Sí iremos. —repuso entre dientes, caminó hacia el sillón y recogió su abrigo para luego ponérselo.

Quise caminar hasta ella, pero mi espalda protestó junto a mis piernas, y solté unas cuantas lágrimas, no podía engañarme, estaba sufriendo de dolor.

—Arthur, te llevaré—se acercó a mí, me abrazó de la cintura y yo coloqué mi brazo alrededor de su cuello—Bien, caminemos, tengo unos cuántos dólares para el taxi.

—No te preocupes, lo pagaré yo—le comenté en un susurro.

—Claro que no, mi papá te ha hecho esto, y me siento culpable, así que ni te inmutes en reprochar, porque no servirá de nada.

No dije nada, solo la vi con amor. Pero no uno romántico, sino un amor fraternal, ella es como la hermana mayor que nunca tuve. Carolina es esa persona que de alguna u otra manera, se las ha ingeniado de mantenerme con vida. Con fallas, intentó hacerme fuerte, pero los resultados siempre fueron inútiles. Algún día le pediré perdón, por ser insuficiente.

Me acompaña hasta el paradero, ella cogió el primer taxi que venía hacia nosotros. Quiero decirle que estoy bien, que no siento dolor en el corazón ni en las heridas que me hizo su papá, sin embargo, ambas duelen, una más que otra. El dolor de las heridas es comparado al dolor que podría sentir un niño al perder su preciado juguete. Y el dolor que siento en el corazón, es comparado al dolor que pueden crear las espinas de una rosa al incrustarse en la piel.

Conforme viajamos hacia el hospital, pienso en Cardwell.

Ella me dejó claro que en su vida no necesita amigos, más que Leewana. Sé que tiene miedo, desconfía de mí, y es algo obvio, porque nunca fui capaz de hablarle. Nunca supo de mi existencia. No quiero abrumarla con mi presencia, por eso me alejaré. Unas cuantas palabras se acomodan como rompecabezas en mi mente, por eso rápidamente desbloqueo mi móvil, para comenzar a escribir un pequeño e improvisado poema.

"Me alejaré de aquella luz brillante, que apareció en mis días más tiritantes.

El dolor personal jamás debe ser compartido, ni tampoco los sentimientos, que son merodeadores.

Aunque mi decisión sea desesperada e inconsciente, ella seguirá siendo una luz latente.

Por su bien, y el mío, me alejaré, con un dolor preeminente."

Al llegar al hospital, Carolina me ayuda a bajar con cuidado del taxi. Me deja en un sillón, para luego acercarse a la ventanilla de atención. El hospital tiene demasiados pacientes, hay personas que aún están esperando sus turnos, otras se están retirando, ya que prefieren no esperar. Fue rápido el momento en el que Carolina sacó una cita con un doctor general, ya que está casi por terminar las citas con sus otros pacientes.

Ahora solo estamos esperando a que nos llamen para entrar a su consultorio. Mientras ambos esperamos, podemos escuchar que la sirena de una ambulancia se acerca al hospital, y unas enfermeras claramente angustiadas, salen corriendo apresuradas hacia afuera.

—Señor Rodríguez, tenemos una emergencia. —un enfermero se comunica mediante el teléfono con alguien. —Han atropellado a un señor en la avenida Richmond, su hija es quien ha llamado al hospital. —Carolina y yo escuchamos con suma atención las palabras del enfermero. —Debe venir con urgencia, ya que el doctor Roberts tiene un paciente en este instante y la doctora Jones igual. Los demás están en sala de operaciones. Hoy como nunca tenemos infinidad de pacientes.

Veo a Carolina y me acerco levemente hacia su oído para hablarle.

—Estoy bien, que el doctor Roberts atienda al señor que ha llegado mal herido. —le susurro con una sonrisa.

Caro, gira hacia mí con los ojos decaídos, y a duras penas asiente—Te llevaré a otro hospital. —indica tomando mi mano.

—No es necesario, recuerda que esta no es la primera vez que Héctor me deja el cuerpo marcado. Con el tiempo he aprendido a curar yo solo mis heridas —le enseño una sonrisa satisfactoria, haciéndole entender que estoy bien, que no se preocupe en vano. —Ve y dile al enfermero que nuestra cita ha sido cancelada.

Ella suspira agotada, porque sabe que no puede hacer nada más por mí. Se levanta del sillón y corre donde el enfermero, conversan unos segundos, y él parece obedecerle, porque en un momento rápido corre hacia afuera, y acto seguido el doctor Roberts sale de su consultorio vistiendo una bata blanca, con un estetoscopio colgando de su cuello.

De la puerta de emergencia ingresa una camilla, siendo empujada por las enfermeras. Puedo observar que las manos del señor están ensangrentadas, al igual que su cabeza. Los gritos agonizantes de una mujer captan mi atención y la de mi prima, son unos desgarradores sollozos que hacen eco por todo el pasillo del hospital. Reconozco la voz de esa mujer en el momento que dolorosamente grita: "Papá"

Cardwell...

—Arthur, vámonos.

Carolina se levanta, al igual que yo, pero en vez de ir por la puerta de salida, me dirijo a la puerta de emergencias.

—¿Qué haces? —cuestiona Carolina.

—Debo buscar a alguien.

Mientras camino con prisa, la espalda me arde al igual que las piernas, no obstante, aguanto aquel dolor y sigo caminando a pasos apresurados y agigantados para alcanzar a la mujer que en este instante me necesita.

Al llegar a la puerta de emergencias, observo como el enfermero de hace minutos está tranquilizando a Cathleen, quien no deja de derramar lágrimas. Sus ojos están hinchados y sus mejillas enrojecidas. Mi corazón se comprime al verla en ese estado, es como si me estuviera transmitiendo su dolor. Mis heridas del cuerpo o del corazón ya no duelen, lo único que me duele con el alma es ver llorar a aquella mujer cálida, cuyo aspecto está deteriorándose con el pasar del tiempo.

La observo desde el marco de la puerta.

—Permítame ver a mi papá, por favor... —Suplica sin poder respirar ni dejar de llorar—Necesito verlo... No puedo perderlo...

Me agarro el pecho, respirando entrecortado.

Así que es verdad cuando en los libros describen que las personas destinadas a tener una conexión, comparten distintas emociones, desde las alegrías hasta las penas. El pasillo del hospital está vacío, solo los sollozos suplicantes de Cardwell y los incompetentes latidos de mi corazón resuenan por todo el lugar.

—Lo siento, su ingreso aún no está permitido. —el enfermero le da una última respuesta, para luego dejarla rota y destrozada, con los ojos hinchados y la frustración clara en su rostro.

Ella cae de rodillas al suelo, cubriendo con ambas manos su rostro.

Miro hacia el techo, conteniendo que las lágrimas no salgan de mis ojos. Me siento físicamente y emocionalmente devastado. No puedo permitirme abandonarla en ese estado, sería muy inhumano de mi parte. Mi luz se está apagando, llevándose consigo la iluminación de mis días, por eso necesito y debo intervenir. Porque ella es aquella luz que me ilumina con intensidad, así el mundo nos trate con ferocidad.

—Ve con ella, Arthur. —Carolina pone su mano en mi hombro—Te necesita.

Esas palabras fueron mi única incitación para agilizar mis piernas en dirección a Cardwell.

—Cardwell... —musité, parado frente a ella.

Observo que limpia sus ojos con la manga de su polera, se toma unos segundos para tranquilizar su respiración y alzar la vista hacia mí. Está tan pálida como un cadáver, y tan rota como las grietas de un asfalto antiguo. De inmediato sus ojos azules hacen contacto con los míos, no sin antes reprimir las lágrimas que ella quería liberar.

Sigue haciéndose la fuerte...

Carraspea su garganta.

—Lamento que me veas en este estado. —declara—Mi papá ha tenido un accidente..., yo en verdad lamento que me veas así... —su desesperación es notable, al igual que su vergüenza.

Trata de ponerse fuerte para no llorar frente a mí. Tal cual lo hizo hace cuatro años, cuando la vi sentada en las bancas de este mismo hospital, observando vagamente la pared, mientras que los doctores le decían que su madre y su hermana habían fallecido en el camino. No vi ni una sola lágrima deslizarse por su rostro.

No hago más que agacharme, y con mis brazos rodearla en un reconfortante abrazo. Sé que la he tomado desprevenida, pero tenía la necesidad de sentir su cuerpo pegado al mío, no puedo permitir que sobrelleve tanto dolor sola. Y si sentir menos angustia la pondrá mejor, no me importaría cargar todo su sufrimiento yo solo, porque, al fin y al cabo, toda mi vida viví con ello.

—Cardwell, llora —mis brazos la siguen rodeando—, llora conmigo. Y jamás, pero jamás vuelvas a lamentarte por llorar.

Trató de empujarme con fuerza. El contacto de mi cuerpo la asustó, sin embargo, reprimí el alejarme de su presencia. Volví a atraerla hacia mis brazos, y rodeé su frágil cuerpo con el mío. Deslicé mis dedos por su desaliñado cabello, incitándole a desahogar sus penas. Observando su comportamiento, deduje que tuvo que vivir desgarradoras experiencias, los cuales la obligaron a reprimir sus emociones.

—Perdóname por decir que eres débil..., perdóname por juzgar tu sufrimiento...

—Yo...

—Está bien—No duré mucho en aguantar mis lágrimas—Todo estará bien, te lo prometo, Cardwell...

Y esas palabras fueron lo suficiente pesadas para que el vaso se llenara y se rebalsara todo lo que ella estuvo conteniendo. El llanto que resonaba en mi oído, carcomía mi corazón en diminutas moléculas de agonía. Ojalá hubiéramos estado así aquella tarde que la vi tan sola en este mismo lugar.

"Seré la esperanza que calmará tu llanto y el consuelo que abrasará tu sufrido corazón blando"

En este capítulo conocimos un poco de la vida de Arthur. Es lamentable que en la realidad, sí existan las personas que sufren abusos físicos por sus familiares. No debemos quedarnos callados, a pesar de que en este mundo gobierna la injusticia.

#NO_ A_ LA_VIOLENCIA_

Sígueme en mis redes sociales, para que no te pierdas adelantos o noticias exclusivas.

Instagram: @fabiana_soto_

Twitter: @fabiana_soto_

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro