Capítulo 1: Sunsetz
𝑪𝑨𝑻𝑯𝑳𝑬𝑬𝑵 𝑪𝑨𝑹𝑫𝑾𝑬𝑳𝑳
Año 2018
Último año de instituto.
Con mi mochila en hombro camino entre los árboles de la avenida. Las aves cantan como si estuvieran agradecidos con la naturaleza por haber detenido las torrenciales lluvias que nos habían castigado durante dos meses, sin embargo, el clima seguía nublado, quizás era porque ayer había llovido todo el día. En Perth ya se terminó la temporada de invierno, ahora estamos en verano, las brisas marinas frescas era lo que necesitaba para poder estar en paz conmigo misma.
El clima de la ciudad define a la perfección mi estado de ánimo.
La entrada del instituto es invadida por filas de personas esperando entrar. Creí que llegaría tarde como siempre, pero esta vez el señor de arriba se compadeció de mí. En otras ocasiones, Frankie, la directora, me expulsaba del instituto por todo el día. Prefería que hiciera eso, a que llamara a mi papá, porque él ya estaba cansado de escuchar los sermones de la directora e incluyendo la lectura de mis papeletas.
De lejos observo que mi compañero de salón, Kyllian, viene corriendo hacia mí. Llevaba puesto una casaca jean, un gorro negro de lana, y sus pantalones del mismo color. Lo conozco desde hace dos años, y a pesar de que sé lo inquietante que es con su comportamiento, no me hostiga para nada. Excepto, por su sonrisa.
Hice todo lo posible por alejarme y no tener de cerca su presencia, sin embargo, siempre terminó siguiéndome a todos los sitios que voy.
Menos a uno, hay un lugar en específico que él no conoce ni conocerá.
—¡Cathleen! —Me gritó con una amplia sonrisa.
Movía su mano de lado a lado sonriendo, mientras seguía corriendo hacia mí.
Tengo envidia de su sonrisa.
Hice todo lo posible por sonreír, traté de ver videos graciosos o escuchar los chistes de Kyllian, y sonreír como él, pero no pude. Era como si la alegría que habitaba en mi ser, se hubiese evaporado como el vapor en las nubes. La muerte de mi mamá y de mi hermana trajo muchos golpes en mi vida, así como en la de mi papá. Él ya no es una persona alegre con sueños por realizar.
Los dos nos hemos convertido en uno seres solitarios, odiados por la vida.
—¿Cathleen Cardwell, llegó temprano? —sonrió Kyllian, sujetando su mochila de Green Day en el hombro.
—¿Y el chico madrugador, llegó tarde? —ironicé—
Rodé los ojos y caminé hacia la fila de personas completamente desconocidas para mí. Siempre he sido de las que llegan tarde, aunque antes del accidente solía ser puntual. En mi primer año de instituto, era de las que llegaban temprano, pero todo cambió de un momento a otro. Desde que me trasladé a este instituto, levantarse temprano para estudiar dejó de tener sentido...
Kyllian se posa a mi lado izquierdo.
No entiendo porque sigue detrás de mí, sabiendo que soy un estorbo para la sociedad. Él es un chico muy popular en el instituto, ya que es el mejor jugador de básquetbol. Miles de chicas lo siguen y dejan cartas de amor en su locker, hasta incluso algunas se inscribieron para ser porristas en el grupo de básquet, qué él dirige.
Yo sólo soy una escritora novata y despeinada.
—Ya se han abierto los salones, así que entren a su respectivo curso, jóvenes y señoritas. —ordenó Frankie.
Sujeté la mochila con fuerza y caminé a paso ligero y relajada. La señora Frankie notó mi presencia y abrió los ojos entre asombrada y horrorizada. Lo sé, nadie podía creer que esta inservible mujer haya llegado temprano por primera vez el primer día de clases.
—¡Señorita Cardwell! —finge amabilidad—Mis felicitaciones, por su excelente puntualidad.
No sonreí, solo la observé unos segundos para luego hablar.
—Gracias—agradecí fríamente.
Pasé por su lado sin sentir ni una pizca de felicidad. A tempranas horas del día, solo pensaba en querer terminar la mañana lo más antes posible. Necesitaba y quería ir al lugar dónde solo sentía tranquilidad eterna, y donde también podía hacer lo que más me apasionaba desde el fondo de mi corazón.
Saqué las llaves de mi bolsillo, y al llegar a mi locker, me di con la sorpresa que estaba pintado de rojo con una frase vulgar. "Apestas, maldita zorra", la pintura chorreaba por la puerta hasta llegar al suelo, así ensuciándolo todo.
El año pasado hacían lo mismo con mi casillero, pero esas mujeres jamás se atrevieron a llamarme de esa forma. Sólo usaban insultos comunes, como "Tonta", "Estúpida", "Bruta", no me importaba que me insultaran de esa manera, ni importancia les daba. Pero hoy, justo hoy que llegué temprano por primera vez, tuvieron la valentía y el descaro de llamarme zorra, cuando ellas estaban siempre detrás de Kyllian como rastreras.
—Traeré agua y jabón para limpiar tu casillero—se ofreció el pelinegro, quien a mi lado lo observó todo. —Espérame.
—No hagas nada—lo miré, enfrentándolo—¿Ahora sabes porque odio que estés conmigo?
Presioné la mandíbula y mordí el interior de mi mejilla, controlando las palabras que no me gustaría soltar.
—Yo...
—Cállate, Kyllian y déjame en paz.
Me alejé de él sujetando con rudeza la tira de mi mochila. Caminé por el largo pasillo del instituto, no había bulla ni personas. Llegué a la puerta trasera de metal, un poco oxidada por los años. La abrí y esta emitió un pequeño chirrido, el viento frío congeló mi rostro y revoloteó a mi ondulado cabello castaño. No había jugadores en la cancha de fútbol, ni tampoco personas que estén sentadas en las gradas. Ayer había llovido como nunca, así que la tierra estaba aguada, y con muchos gusanos saliendo de sus pequeños escondites. Salir por la parte de atrás del instituto, tenía sus desventajas, como caminar por el lodo y por sillas inservibles.
Ensucié con barro mis zapatillas mientras seguía caminando, hasta que por fin llegué a las gradas. Son demasiado altas, así que estiré mi pierna para subir y así apoyar con ella el peso de mi cuerpo. Subí la otra y me senté en el segundo escalón. Observé todo lo que me rodeaba, solo estaba el mojado pasto de la cancha con las sillas viejas al otro lado. Coloqué la mochila en mis piernas y abrí el cierre, para así buscar dentro mi cajetilla de cigarros.
Al encontrarlo retiré uno junto a mi encendedor, lo prendí y presioné una parte de la columna del tabaco para que se pudiera activar el sabor y olor a mora. Lo llevé a la boca y aspiré profundamente, lo retuve unos segundos, así disfrutando el placer, la relajación y el sabor. Luego expulsé con suavidad el humo hacia fuera, cerrando los ojos y dándole permiso al viento para que cubriera con su frío manto todo mi rostro.
Volví a llevarme el cigarro a la boca, sin abrir los ojos. El ruido de la puerta y de las mallas siendo brutalmente movidas por alguien, me hicieron abrir los ojos alarmada. Entonces relajé los hombros al ver que Kyllian es la persona que había entrado a la cancha por la puerta principal, y por la malla iba trepando una persona encapuchada, que después saltó y cayó de rodillas al lodo. Supongo que era alguien que había llegado tarde, y se le ocurrió la idea de entrar como delincuente al instituto.
—¿Cathleen, vamos al salón de Historia? —preguntó el pelinegro sentándose a mi lado.
No respondí a su pregunta, simplemente vi a esa persona que caminó hacia la puerta trasera, por un momento creí que me estaba mirando, pero lo descarté cuando entró.
—¿Quién es? —dijo Kyllian, al notar que estaba viendo a ese hombre.
Encogí los hombros como respuesta.
Boté el cigarro al suelo y lo pisé, después me levanté y bajé las gradas dando unos saltos agigantados. Acomodé mi mochila en el hombro, y caminé hacia la puerta trasera. Pude sentir a mi atrás las zancadas del pelinegro, pero no me atreví a mirarlo.
Entré al instituto y los pasillos seguían como hace rato, pero esta vez no era porque hubiera personas, sino porque todos ya estaban en clases. No sirvió de nada, llegar temprano, porque igual iba llegar tarde a los cursos. Me dirigí a mi locker con la idea de que no limpié esa frase, ni mucho menos la pintura derramada en el suelo, sin embargo, al llegar lo encontré limpio, es como si no hubiera habido ninguna frase ahí.
La única persona que ha podido limpiar esto, es...
Giré a mi atrás y no había nadie, Kyllian ya se había ido. Regresé a la puerta, pero no hallé ningún rastro de él, se había esfumado por completo. Las clases de Historia me esperaban, me pregunto si la profesora Mackenzie, me dejaría entrar. Todo dependía de su humor, así que era momento de rogar para que ella haya conseguido su labial favorito y un taxi en la esquina de su casa.
Llegué al salón, y con un suspiro toqué la puerta con mis nudillos. Pasaron unos segundos sin ser atendida, para que al final la profesora me abriera la puerta cautelosamente—¿Cardwell, estas son las horas de llegar? —preguntó Mackenzie con sus manos en la cintura.
Antes de poder contestar, el ruido de alguien corriendo hacia acá me distrajo. Giré a mi lado izquierdo, y vi al encapuchado de la malla dando zancadas largas. Se posó a mi lado con las manos en su bolsillo y con la mirada fija en la profesora.
—¿Eres nuevo?
—Sí —dijo el encapuchado.
—Entonces te recalco que mis clases empiezan siete y media en punto, a la siguiente tardanza te quedarás fuera—desvió su vista de él, a mí—Y tú Cardwell, si sigues llegando tarde como el año pasado, me veré en la obligación de retirarte del curso.
—Está bien maestra.
Los dos no dijimos nada más, sólo la vimos moverse para abrir un poco más la puerta y así podamos entrar. Busqué un sitio vacío, pero solo había uno doble y el asiento que siempre me guardaba Kyllian a su lado. Relajé los hombros y caminé hacia el asiento guardado.
—Gracias—le agradecí en un susurro.
—¿Por? —en voz baja preguntó.
Lo miré a los ojos, tenía su lapicero en la boca pensativo, y unos lentes redondos en su rostro—Por limpiar mi casillero—contesté—Lo hiciste tú, ¿verdad?
Se sacó el lapicero para luego enderezarse y rascarse la nuca algo nervioso—Sí... Sé que te molesta...
—Gracias—Le agradecí, cortándole su frase.
Tuve que acostumbrarme a sentarme en la mitad de la fila por el pelinegro. Ya que, antes de conocerlo, solía hacerlo en el último asiento. Seguía sin entender porque acepté sentarme adelante, cuando odiaba a mis compañeros y mucho más a los profesores. Debí ir atrás, donde está el asiento doble, por inercia giré la cabeza para ver, y ahí es donde estaba sentado el alumno nuevo, con su capucha oscura.
Aparentaba ser un chico tímido...
La profesora aclaró su garganta, y volteé rápidamente para verla, pero ella ya venía hacia mí—Cardwell, encima que llegas tarde, tienes la frescura de estar distraída—se acomodó los lentes—Retírate del salón.
Sin más me dio la espalda.
Presioné los dientes y la mandíbula.
Sin más guardé los libros, recogí con cólera la mochila y me levanté. Mis compañeros susurraron, otras reían sin cesar. Les di una última mirada desafiante, para luego irme de esa clase. Creí que este sería un agradable día, sin embargo, era igual al de años anteriores.
Encaminé un recorrido a la cafetería, ahí no habría nadie. Quisiera irme, pero no me dejarían, ya que el horario de salida terminaba todavía a la una de la tarde. Al llegar fui directo a hacer un pedido de café. Me lo entregaron caliente en un vaso reciclable y escogí una mesa individual para poder beber sola y tranquila.
Estos últimos años me he sentido como una rosa que ha sido cruelmente destrozada, hasta el punto que ella ya no puede más y solo espera marchitarse lentamente. Sus espinas se han desplomado, por lo tanto, ya no tiene un mecanismo de defensa. Solo le queda esperar la llegada de su trágico final...
La ruidosa campanilla despierta las cavilaciones que obtuve por no sé cuántos segundos o minutos. Los jóvenes de otros salones ingresaron a la cafetería generando ruido con sus voces, los jugadores de básquet ingresaron también, con sus ropas deportivas, oliendo a sudor. No me gusta estar en lugares públicos, ni mucho menos interactuar con personas que detesto.
Me pongo nuevamente la mochila en el hombro y decidida me levanté con el vaso de café. Estuve a punto de retirarme cuando vi que acababa de ingresar Lorraine con su grupo de amigas. Esa chica es toda una amenaza para mí, cuando se enteró que Kyllian me acompañaba a casa o me invitaba a salir, decidió hacerme la vida aún más imposible de lo que ya es.
La mala idea que tuve fue pasar por su lado cuando los jugadores jugaban con su pelota, todo el café se derramó en su camiseta rosada, la furia en sus ojos era visible y retrocedí por inercia. Todos se quedaron callados provocando un silencio sepulcral.
—¡Eres una jodida torpe! —gritó mientras limpiaba su polo con una servilleta que le entregó una de sus amigas.
—Lo siento—sentí, a la vez que sujetaba mi mochila e incrustaba mis uñas en ella con miedo.
—¿Lo sientes, maldita zorra? —pronunció las mismas palabras, que escribió en el locker.
—Fui empujada, no fue mi intención derramar el ca...
No pude terminar de hablar porque solo sentí su mano estamparse contra mi mejilla provocando que ardiera en el momento. Sus amigas comenzaron a reírse, después todos siguieron esa absurda reacción, reírse de algo irracional. Levanté mi mano para devolver el golpe, sin embargo, me sujetó del cabello tirándolo hacia atrás.
—Encima de ensuciar mi camiseta, ¿te atreves a levantarme la mano? —tiró con más fuerza de mi cabello—No vales nada, estúpida zorra.
—Deja de llamarme así, Lorraine.
Ahora sujeta con sus dos manos mi cabeza—¿O qué, zo-rra?
—Te acusaré con la directora.
—¿No te das cuenta que te comportas como una estúpida?
Me empujó con fuerza, y caí contra el suelo con rudeza. Las mesas fueron empujadas por mi cuerpo, las personas que bebían tranquilamente se levantaron enojadas por haber interrumpido su amena conversación.
Yo era la payasa del circo, siendo usada solo para la diversión de los demás.
Hoy no solo se quebró mi corazón, sino también las ilusiones que con una inevitable pasión pensé realizar. Los jugadores se retiraron de la cafetería soltando carcajadas, las personas que tomaban café se retiraron enojados. Sólo quedaba yo, la señora que sirve el café y esas mujeres crueles, que se burlaban de mí.
—Levántate, Cathleen—ordenó Lorraine.
Traté de obedecerle, sin embargo, el agua que comenzó a derramarse sobre mi cabeza me detuvo. Una de sus amigas, que no recuerdo su nombre, derramaba el refresco de su vaso con diversión, me estaban humillando y yo no era lo suficiente valiente para detenerlas.
—Lorraine—la llamó su amiga, quien está parada en la puerta—Kyllian aun no viene—le avisó.
—Bien, debe estar en los servicios—se acercó a mí—Cindy, haz lo que dijiste esta mañana.
Cindy, la mujer que derramó el refresco, permanecía aun atrás de mí—Yo... —balbuceó—
Lorraine dio un paso por delante—¿Ahora no eres valiente? —la encaró—¿Juras algo que después no piensas cumplir?
—Lo haré—dijo finalmente.
Me levanté de golpe, no quería estar con ellas. Cindy me sujetó por la cintura deteniendo mi huida. Vi a la señora del café, pidiendo con la mirada que me ayudase, pero solo me observó sin decir absolutamente nada.
Todo el mundo estaba en contra de mí.
Me sacaron hacia afuera sujetándome por los brazos hacia atrás, mi mochila fue recogida por otra de sus amigas. Quería pedir ayuda, pero no sabía a quién. Justo en esos momentos, cuando necesitaba a Kyllian, no estaba.
Soy terriblemente patética e hipócrita.
Caminé con los brazos sujetados, no podía hacer nada, si gritaba o pedía ayuda en voz alta me podía ir peor, y eso es lo menos que quería. Llegamos a un portón negro, el cual jamás vi. Sacó unas llaves de su bolsillo y lo abrió. Me empujaron hacia dentro, la habitación era oscura, y con dificultad observé las pelotas de baloncesto regados en el suelo. Entonces llegué a la conclusión que esa no era cualquier habitación, sino el almacén de los jugadores de básquetbol.
Lorraine no es la única que me odia, un jugador también estaba involucrado en ese juego. Por eso ella tenía las llaves del almacén, y la única persona que tenía el acceso de ellas, era el capitán del grupo.
Kyllian...
Cindy me tiró al suelo con rudeza, haciéndome rebotar en el suelo. Mi cabeza chocó contra el piso, provocándome un ligero dolor y mareo. Todas se reían, burlándose de mí porque no podía levantarme.
—¿Ves que no sirves para nada? —bufó Lorraine con una risa.
—Déjame, por favor...
Dio dos zancadas y la tenía arrodillada frente a mí, sujetando con su mano mi barbilla. Sus ojos verdes estaban llenos de ira e impotencia, así que alzó hacia arriba su mano libre y me dio un golpe aún más fuerte que el anterior. Dios, ese golpe dolía mucho, mi mejilla ardió, como si me hubiesen quemado el rostro con una barra de metal caliente.
Lorraine tiró de mi cabello hacia atrás, jaloneándolo con ira. Las primeras lágrimas cayeron con sufrimiento por mis mejillas.
—Señorita zorra, está llorando—sonríe—Awww...
—Lorraine... ya déjame... te lo suplico... haré lo que tú quieras...
Enarcó ambas cejas—No sabes cuánto te odio—dijo con los dientes apretados—Por tu maldita culpa aguanté humillaciones y maltratos de ese hombre, si tan solo tú no hubieses llegado a la vida de Kyllian... —iba decir algo más, pero se calló—Olvídalo, tú y yo nunca nos entenderemos.
—Lorraine...
—Golpéenla hasta que aprenda a no entrometerse en la vida de los demás—ordenó y se levantó—Te aseguro que te haré pagar por todo, Cathleen.
Se fue, haciendo resonar sus tacones como eco. Las otras tres chicas se acercaron como depredadoras, una de ellas me levantó como si fuera basura. Sujetó por atrás mis brazos, para que así yo no pudiera hacer algún tipo de defensa. No hice el esfuerzo por rezar, para que alguien viniera a ayudarme.
No tenía sentido orar por mi vida, si lo que más quería era irme de este infierno.
Una patada en la boca de mi estómago me dejó sin aliento. Quise caer al suelo, pero me retuvieron con rudeza, entonces un recuerdo vino a mi mente. Un dulce recuerdo, donde yo era extraordinariamente feliz. En esos tiempos cuando decía que la vida era lo más bello que pudiera existir, ahora solo quería que ellas terminasen con mi vida de una buena vez.
Ya no quiero sentir dolor.
Mi corazón duele.
Mi vida me duele.
Los recuerdos duelen.
La segunda patada vino con más fuerza, provocando que tosiera unos segundos. Al recobrar la respiración, vi que una de ellas tenía en su mano una tabla de madera—Voltéala—ordenó esa mujer.
La de atrás obedeció, ahora me sujetó las manos hacia adelante. Suspiré para esperar el golpe, los segundos se convirtieron en interminables horas. Y en el momento menos esperado, recibí un golpe en toda la espalda, luego vino otro sin piedad, y así fueron pegándome hasta que ya no sentía mi cuerpo. Caí de rodillas al suelo, las cachetadas habían partido mi labio, pude sentir la sangre deslizarse poco a poco por mi barbilla. Recibí una última patada en mi estómago, y comencé a retorcerme de dolor.
Ellas se retiraron del almacén soltando una carcajada que otra.
Estaba boca abajo temblando, mi espalda había recibido incontables golpes, sentía como si me hubieran partido la columna en dos. Esas mujeres ni siquiera sabían hacer bien su trabajo, debieron haber terminado conmigo, sin embargo, las cobardes solo me dejaron secuelas de dolor. Cerré los ojos tiritando de frío. Mi ropa estaba mojada, al igual que mi cabello. El labio partido me ardía, las mejillas las tenía inflamadas.
Me sentía vacía por dentro y por fuera.
Se vale estar triste...
Se vale estar rota...
Se vale estar callada...
Se vale estar cansada de vivir...
***
No entré a los siguientes cursos que me tocaban, ya que mi apariencia física estaba hecho un desastre, a nadie le importó verme cojeando por el penetrante dolor, o haber visto mi labio cubierto de sangre. Sólo fui el ridículo centro de atención para ellos, quienes jugaban en la cancha de fútbol. No recibí ninguna llamada de Kyllian, ni tampoco sus desesperantes mensajes. Por eso y muchas cosas más, no me encariñaba con las personas, porque al hacerlo significaría lamento por hecho.
La calle desolada de la ciudad de alguna u otra manera me encanta, había un tiempo en que esta calle tenía vida, cuando yo todavía era feliz.
Por un lado, había mujeres de mala vida esperando con mucho esfuerzo en las esquinas para conseguir un trabajo. ¿Por qué con mucho esfuerzo?, porque para ninguna mujer es fácil maquillarse y vestirse con implementos que no es de su agrado, ni mucho menos para alguien que solo te usará y luego te desechará, ese trabajo indecente sólo lo hacían con un fin. Y ese fin era conseguir un sustento para vivir... Es tan absurdo verlas sobreviviendo, cuando yo daría todo por irme de aquí.
Por otro lado, observé a los ancianos bebiendo botellas de licor sentados en la vereda, se reían como viejos amigos. El tiempo pasó para ellos, pero su amistad seguirá perdurando hasta el final de sus tiempos...
El motivo número uno por el cual yo considero esta calle una de mis favoritas, es por su nombre "Strange street". He sido extraña para la gente por años, siempre han pensado lo peor de mí, hablaron incoherencias de mí, y todos siempre terminaban creyendo esos malditos y absurdos comentarios, sin ponerse a pensar si realmente era verdad.
El motivo número dos por el cual yo visito todas las tardes sin faltar, es por ese pequeño bar que queda en una solitaria esquina. No es grande, tan solo cuenta con un piso, pero es sumamente hermoso por dentro. Es como si ese bar fuera un regenerador de personas, porque cuando entras con una sonrisa invertida, todas tus fuerzas, inseguridades e ilusiones, se agrandan y te conviertes en una persona mágicamente llena de luz y prosperidad.
"Sunsetz"
El nombre del bar, que significa: Puestas de sol. Hasta su nombre te da alegría y te llena de vida. El bar esta estacionado en el mejor lugar de Perth, donde no necesitas ir a la playa para contemplar una puesta de sol. La señora de sesenta años que aún cuida de este lugar, me contó que jamás sufrió de oscuridad, ya que toda la luz del sol se reflejaba en la puerta y ventanas del Sunsetz.
Llegué al bar y abrí la puerta, la campanilla que cuelga de arriba sonó, avisando la llegada de alguien—Corazón, llegaste—dijo Leewana, sonriéndome a lo lejos.
La señora que caminaba hacia mí lentamente tenía un bastón en su mano derecha, sosteniéndose, pero entonces abrió sus ojos alarmada al notar las heridas y moretones en mi rostro—¿Qué te pasó, corazón? —acunó mi rostro con una mano dulce y arrugada.
—Recibí un castigo—encogí los hombros, restándole importancia—De todas maneras, me lo merecía.
—No digas eso—sonríe—¿Quién fue la persona que te hizo eso?
Lo bueno de poder conversar con ella, es que jamás me critica, así le haya contado todas las historias que se divulgaron sobre mí.
No hay clientes en este bar, solo soy yo, la chica que fuma un cigarro de moras o bebe café mientras escribe—No fue nadie, solo me caí de las escaleras, es todo, así que no te alarmes —trato de mostrarle una sonrisa—Si dices que merezco algo mejor, tráeme por favor un té de canela, muero por uno.
Ella sonríe de boca cerrada. Creando unos hoyuelos en sus mejillas, su arrugada piel la hace ver demasiado tierna y linda—Te lo traeré, pero cuéntame un poco de tu día.
—¡Llegué temprano! —grité casi de felicidad.
Ella sonríe—¡Eso es!, sabía que lo harías bien, ¿te gustaría también un cigarro sabor a café? —ofreció, alejándose de mí.
—¿Existe? —pregunté, mientras caminaba hacia uno de los sillones, que tenía vista a la puesta de sol.
—Claro que sí, hoy los compré especialmente para ti.
—Entonces sí quiero —acepté—Que sean tres por favor.
La mujer asintió, dándome una última sonrisa y se adentró a una habitación. Donde preparaba sus exquisitos cafés o las galletas de chocolate horneadas. A veces pido una botella de ron o de whisky para acompañar la noche. Pero últimamente he estado ingiriendo té de canela o un café cargado, ya que me mareo muy rápido con el licor.
Saqué un cuaderno de la mochila, un cuaderno donde escribo fantasías llenas de magia, podría escribir fácilmente en el portador, sin embargo, siento que no era lo mismo. Escribir a mano me llena de emociones, mi mente se abre dejando salir todas las ideas que guardo.
Con mis ahorros me compré una pluma y tinta, en una tienda de antigüedades, siempre he sido fanática de los libros antiguos o de los objetos tradicionales, así como la pluma de punta fina y mi tinta de pintura negra. Este medio versátil que uso para escribir, me enamora. Es como si estuviera en esos tiempos donde los artistas escribían en papiros, también quise comprarme ese tipo de papel, sin embargo, expiró.
El sonido de la campanilla rompe mis alejados pensamientos, Leewana sale de la habitación asombrada. Por mi parte me levanté con una emoción irrelevante, no pude descifrar si era por asombro o por felicidad. En tres años esa campanilla solo sonaba por mí, nadie se atrevía a entrar en este olvidado bar.
Y entonces la persona que entra llamó mucho mi atención, no podía creer que era el hombre encapuchado de la mañana. Tenía una mochila gris colgando de su hombro, unos rulos negros se apreciaron por los huecos que no llegaba a tapar su capucha. Primero observó a la señora, luego me observó a mí, no había felicidad en su rostro, solo seriedad.
—Bienvenido joven—saludó la mujer—Soy Leewana, la dueña del "Sunsetz"
—¿Es verdad lo que dice en el letrero de afuera? —preguntó observándola—
—¿Qué ofrezco cigarros, tragos, libros y buena música?
Él suspiró—Me refiero a que, si puedo encontrar en este bar, felicidad—se saca la capucha.
Ahora pude observar sus rulos con mejor detalle. Tenía el cabello ligeramente largo—Lo encontrarás—respondí por la señora.
La mirada del ruloso se desvió hacia mí.
—Ella es la única clienta que tengo, la única por la cual no me atrevo a cerrar este bar—musitó la anciana, dándome una mirada afligida—¿Deseas ordenar algo o este lugar no es de tu agrado?
—Quiero ordenar un té de jengibre con limón.
La señora asintió y se alejó sosteniéndose de su bastón.
El ruloso me dio una última mirada y se alejó hacia un sillón que estaba justo detrás del mío, yo caminé hacia mi asiento para luego seguir escribiendo. En el espaldar de mi sillón estaba su cabeza, la cual rozaba en instantes la mía. Escuché que arrancaba hojas de su cuaderno, pero no me atreví a voltear para curiosear. Apliqué tinta en mi pluma para seguir escribiendo con una impecable caligrafía...
—¿Cómo te llamas? —preguntó él detrás de mí.
Dejé mi pluma sobre la mesa, y vi la ventana con inseguridad y desconfianza—Soy Cathleen Cardwell—decidí contestar.
—La chica que fue expulsada del salón.
No contesté, solo me quedé observando las aves que volaban en el cielo, esa ventana mostraba increíblemente demasiado de la naturaleza.
—Eres débil, Cardwell.
Un puñete atravesó mi corazón por vigésima vez, ese chico no me conocía en lo absoluto, pero al parecer notó que mi apariencia era débil, muy débil. La música del bar se activó, una canción relajante y algo melancólica comenzó a sonar, gracias a un tocadisco que se encontraba en una mesa hecha de ébano.
"Cigarettes After Sex"
Una banda de Estados Unidos, originaria del inolvidable Texas. Las letras de sus canciones tenían el poder de llevarte al mismo cielo o quizás a otra dimensión. "Apocalypse", era la canción por la cual yo recordaba a mi familia siendo unida, mi hermana y yo jugando en el columpio que estaba en el patio trasero de nuestra casa o cuando en las noches lloraba silenciosamente en mi habitación.
—Busqué felicidad, así como tú... —habló el joven—, y llegué a este lugar.
—¿Eres infeliz? —pregunté—
—Todos somos infelices, Cardwell—contestó—Pero solo unas personas lo demuestran.
—¿Quiénes son esas personas?
—Tú y yo.
Nos quedamos en silencio, solo escuchando el sonido de la melodiosa música. Un cigarro saqué de la mochila, lo encendí y aspiré profundamente para luego expulsar el humo. A lo largo de mi vida, ha habido personas que me han criticado por fumar, pero lo que ellos no sabían es que lo consumía para tranquilizarme y calmar con el humo retenido en la garganta, la destrucción y el dolor de mi corazón.
☀
Limpien sus lágrimas, sanen sus heridas, llenen de paz su corazón y alcen la cara hacia adelante, que vida solo hay una. Disfrútenla ❤ Un abrazo.
Espero que les haya gustado el capítulo, y agradeceré si dejan un comentario o votan. ¡Los amo!
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