Capítulo treinta y dos
| En la vida conocemos a gente igual de dañada que nosotros mismos
Banff, Canadá, 1981
Danina
Era una noche oscura -no conozco una que no, pero como sea- cuando llegué a un pueblo común y corriente. Estaba en el techo de un edificio nuevo observando a la gente que iba y venía, luciendo felices con su vida pueblerina.
Banff no era un pueblo nuevo, tenía pinta de volverse un sitio turístico de alto impacto pues mucha gente venía a ver las montañas o la naturaleza en sí, así como su universidad o museos.
Entonces, ¿qué hacía una vampiro como yo aquí? Bueno, mis años de nómada me han estado sentando mal últimamente, así que quería echar raíces en un lugar donde mi antiguo aquelarre no me encontrara. Quizá éste podía ser mi nuevo hogar. Mientras más llamativo, menos recurrido por los de mi especie.
— ¡Alguien ayúdeme! —Gritaron.
Tal vez me equivoqué.
Dirigí la mirada hacia un callejón cercano, guiándome por los gritos desesperados.
Genial, un neófito.
Los neófitos son vampiros nuevos, poseen fuerza y control -escaso, claramente- que los vampiros veteranos no. Además, son tan descuidados e idiotas que van por ahí terminando con cuanta población esté en su camino.
Y ahora, un estúpido vampiro nuevo había atacado a un humano frente a mis narices. ¿Acaso no sabía que debía tener cuidado para no alzar sospechas?
De cualquier forma, no es algo de lo que debería preocuparme. Esos días quedaron atrás. No soy una líder, no más.
— ¡Por favor, ayúdenme! —Oh, no solo es uno.
Parece que hay dos humanos ahí, un hombre y una mujer. Quizá debería... ¡No!
Moví la cabeza para despejar mis pensamientos, seguido de ello me di la vuelta dispuesta a irme a otro punto del pueblo. Juro que iba a irme, pero la mujer no dejaba de suplicar por su vida, tanto así que recordé a mi pequeña yo desconsolada de hace siglos.
Me voy a arrepentir de esto, seguro que si.
De un salto me dejé caer a la calle. Aterricé sobre una rodilla o como muchos llamarían "una entrada de superheroe", aunque yo vendría siendo la villana.
Corrí hasta el callejón y tomé del cuello al neófito, estampando su asqueroso cuerpo en una pared cercana. Él no se dejó, quitó mi agarre con una mano y con la otra lanzó un puñetazo a mi cara que me llevó hacia el extremo donde yacían los humanos.
— Salvenos, por favor —Dijo a duras penas la dama.
¿Qué creía que estaba haciendo? ¿Jugar a las luchas o qué? Intento salvarla, señora.
Gruñí molesta levantándome en segundos. El vampiro ya me estaba mostrando los colmillos adoptando una posición de ataque. Estoy segura de que no sabe que hay vampiros especiales. Sonreí levemente alzando una mano en signo de paz, él en cambio no dejó su postura intimidante.
— ¿Quieres ver un truco de magia? —Ni siquiera esperé a que dijera algo, lo hice alucinar— esto es divertido, ¿verdad?
Caminé a él sin prisa alguna, deteniendo los pasos detrás suyo. Inmediatamente coloqué las manos debajo de su mentón presionando con fuerza, obligandolo a alzar la cabeza y de un solo movimiento finalmente lo decapité. Su inerte cuerpo cayó a un costado mío, seguido de su cabeza.
Qué asco.
Busqué entre mis bolsillos algún fósforo. Siempre he cargado con una caja de fósforos por si me cruzaba con una situación vampírica que lo requiriera, y esta era una de esas. Cuando obtuve lo que buscaba lo encendí y lo tiré a los restos del neófito.
— Demonios —Maldije al ver como la humana se retorcía de dolor. El veneno comenzaba a recorrerle el cuerpo— no grites —Le ordené.
El silencio se hizo presente. La mujer seguía retorciéndose y yo dudaba sobre qué hacer. Ya no le quedaba tanta sangre como para sobrevivir a que yo le succionara el veneno, y si la dejaba seguir con la transición sería difícil matarla una vez convertida en neófita.
Bien, la vida es un riesgo y el que no arriesga no gana, por lo tanto, voy a irme por la primera opción. Solo espero no drenarla. Necesito autocontrol.
Inspeccioné su cuerpo hasta hallar una mordida, específicamente en su cuello. Típico.
Le clavé los dientes succionando una combinación de sangre con ponzoña. Su sangre sabía tan rica que no quería dejar de beber. Sus movimientos disminuyeron y con ellos su frecuencia cardíaca iba cayendo.
No voy a lograrlo, no puedo detenerme.
Alcancé a ver un par de luces rojas y azules acercándose al callejón. La policía venía.
Me separé de la mujer, dejándola inconsciente y con un corazón en bradicardia. Iba a caer en paro cardíaco pronto.
— Lo lamento, lo siento, perdón —Le pedía repetidas veces.
Me quedaban pocos segundos antes de que la policía hiciera acto de presencia.
Las sirenas sonaron, el vehículo se detuvo y yo me impulsé para subir al techo más cercano.
La humana había fallecido.
Continué saltando de techo en techo, corriendo con la velocidad sobrehumana que poseo. Quería gritar, llorar -si pudiera- y castigarme.
Ni siquiera me di cuenta que había dejado el pueblo. Estaba parada en medio de las montañas con cientos de árboles rodeandome y mi conciencia carcomiendome. Este no era el nuevo inicio que planeaba.
¿Qué más falta?
Vislumbré entre la oscuridad una enorme figura y un par de ojos. ¿Qué rayos es eso?
Un rugido me llegó a los oídos. La figura avanzó haciendo que por inercia yo retrocediera. ¿Eso es...?
Si, era un lobo.
— Tenía que abrir la boca —Susurré. Eso no le gustó al animal— no puede ser
El lobo corrió en mi dirección, me paré firme para atacar y estaba lista para destrozarlo con los colmillos pero noté que no era un simple animal, no, era diferente.
Algo me dice que este es un hijo de la luna. De ser así, estoy jodidamemte perdida; sé por Caius que los hombres lobo son peligrosos. Creo que es hora de correr.
No tuve tiempo de huir, el hombre lobo me tiró al suelo en un dos por tres abriendo la boca para darme una mordida, la que -por supuesto- evité. Con una patada en el vientre me quité su peso de encima. Ya que lo tenía tan cerca percibí un olor desagradable a perro mojado. Vaya que apestaba.
Él se enfadó por mi repentino ataque, así que volvió a lanzarse pero esta vez pude correr. Me venía pisando los pasos, es decir, avanzaba a la misma velocidad, lo que no era para nada bueno.
Si he de morir asesinada por un perro gigante lo haré dignamente.
Alcé los brazos llevándolos hacia atrás y di un salto para caer sentada en el lomo del hombre. Su cuerpo se movió de un lado a otro para deshacerse de mí; me aferré a él rodeándolo con los brazos a la altura de las costillas y apreté la zona con una fuerza mínima para dejarlo sin aire.
Debo decir que no me esperaba que funcionara, por eso cuando se tiró a la tierra me sentí sorprendida. Aproveché la situación para usar mis habilidades diciendo:
— Sal de tu fase —Mi voz sonó demandante tomando control de su mente. Eso tampoco esperaba que funcionara.
Di unos cuantos pasos hacia atrás observando. Hasta cierto punto admiré su cambio de forma, solo por educación ladeé la cabeza ya que no quería ver a un hombre desnudo.
El hombre respiraba pesadamente intentando recuperar la respiración. Entre ello oí cómo se arrastraba para reponerse, por eso mismo devolví la vista a él.
— No pareces experto —Solté.
— ¿Q-quién eres? —Preguntó inspeccionando su cuerpo desnudo.
— ¿Quién eres? ¿Qué quieres? ¿Por qué? —Decía caminando alrededor de él— suelo escuchar seguido esas preguntas, solo que esta es mi primera vez con un hijo de la luna
— ¿Qué carajo es un hijo de la luna? —Apoyó los brazos para levantarse.
Estiré la mano por alguna razón tonta, él dudó hasta que se decidió por tomarla y lo ayudé a ponerse de pie.
— ¿Dónde estoy? —Lanzó otra pregunta.
— Haces muchas preguntas —Me estaba fastidiando. Solté su mano y crucé los brazos sobre el pecho respondiendo— en medio de las montañas, y respecto a las otras cuestiones... No tienes que saber quién soy y básicamente un hijo de la luna es lo que los humanos llaman "un hombre lobo" —Encogí los hombros.
— Yo... —Se quedó pensativo mirando mis ojos.
— Ah, ¿quieres saber qué soy? —Asintió inseguro. Reí levemente por eso— tu enemigo natural, por eso me atacaste
— No comprendo
— Una vampiro, ¿cómo no podrías saberlo? ¿Qué clase de hombre lobo eres? —Inquirí.
— No lo sé, de repente me convertí en esta cosa —Lucía afligido. Ablandé mi actitud porque parecía sincero— he reprimido mi enojo para no ser así
— ¿Te conviertes por enojo? Eso es... —Chasqueé la lengua— nuevo
— ¿Nuevo? —Se rió sin gracia.
— ¿Mmh? —Hice una mueca.
— Eres una vampiro
— Ajá —Fruncí el ceño sin entender.
— Dijiste que éramos enemigos naturales, entonces ¿no deberías saber cómo y por qué los hombres lobo se transforman? —Alzó una ceja.
Esto se volvió raro. No es la clase de hijo de la luna que Caius describió en sus historias. Este tipo es igual de raro que la situación propia.
— ¿Quién dijo que no lo sé? —Si, no lo sabía.
— Tu cara de asombro lo dice todo, pálida —Me señaló con el dedo.
— ¿Acabas de darme un apodo y señalarle como si fuéramos cercanos? ¿Sabes cuántos años tengo? Qué irrespetuoso —Apreté los dientes.
— ¿Todos los vampiros son como tú? Vaya, qué rara eres, te llamé así porque no me has dicho tu nombre
— Acabas de atacarme y quieres que te dé mi nombre. Vaya, quién es el raro —Apreté los labios tratando de no reírme de su cara de "qué insoportable"— no puedo creer que esté manteniendo una conversación con alguien desnudo
— Oh —Murmuró cubriendo con sus manos sus partes íntimas.
— Qué gracioso —Me lamí los labios.
— N-no mires —Seguía intentando taparse.
— No estoy viendo, chico lobo —Le guiñé un ojo.
Yo sé que no es normal pasar de atacarnos a bromear descaradamente, es solo que siento que puedo confiar en él, que no es tan malo como Caius o los demás describen que son los hombres lobo.
— ¿Cómo conseguiste que volviera a ser humano? —Cuestionó curioso.
— Uh, tengo mis trucos —Elevé las manos sonriendo sin mostrar los dientes— hay vampiros con dones y otros normales, yo pertenezco al primer grupo, ¿y por qué te estoy explicando estas cosas? —Me reprimí a mí misma.
— Jamás he conseguido regresar a mi forma original por cuenta propia —Confesó.
— Entiendo pero no es algo que pueda compartirte —Formé una línea con los labios— controlo a las personas, por eso no puedo ayudarte si es lo que quieres
— Rayos —Suspiró.
— Aunque... —He tenido una idea.
No es demasiado tarde para seguir con mis planes. Puedo quedarme y a cambio de ayudarlo él me daría un hogar donde quedarme. Claro que tendría que lidiar con su naturaleza lobuna. Eso no importaba, soy una bruja.
Le relaté mi propuesta. Lo pensó un par de minutos y aceptó.
— ¿Ahora si me dirás tu nombre, pequeña chupasangre?
— Danina Donovan, ¿y tú, perrito?
— Dave Wembley —Estiró la mano.
Tomé su mano siendo cortés. Sacudimos las manos unos segundos y nos separamos.
— ¿Cómo planeas ir desnudo a tu casa?
— Esa es una buena pregunta —Mordió su labio.
— ¿Cómo es que volvías cuando te pasaba esto?
— Es que yo...
— No lo sabes —Afirmé.
— Exacto. No logro recordar cómo es que vuelvo a casa, siempre despierto en mi casa —Se sinceró.
— Repito, raro —Pronuncié canturreando— lo descubriremos
Salimos del bosque conversando de cosas triviales. Tuve que usar mi don de la ilusión para que no se sintiera incómodo, vistiendolo a los ojos ajenos.
Atravesamos las montañas y el pueblo, por suerte no había gente en las calles debido a la hora. Calculé que no faltaba mucho para que amaneciera, pues el cielo iba perdiendo estrellas a lo largo del camino.
La casa de Dave era una cabaña. Por fuera se veía común y corriente, pero por dentro era una cosa diferente. Admiré los muebles, cuadros y adornos de la sala como si nunca hubiera visto tanta clase social alta.
— ¿Eres millonario? —Él se echó a reír ante mi pregunta.
Como dato, ya estaba vestido. Usaba una camisa blanca y unos shorts azules. Su cabello estaba revuelto y su cuerpo limpio, ya no había rastro de tierra u hojas que cubrían partes de su anatomía.
— Son regalos de mis padres —Respondió.
— Si, eres millonario —Bufó— ¿de qué trabajas, Dave?
— Aún no trabajo, estoy en proceso de ser oficial de policía —Infló el pecho orgulloso— el próximo mes presento mi examen de la academia
— ¿No les enseñan en la academia a no confiar en extraños? Peor aún, ¿tus padres nunca te dijeron que no hables con extraños? —Buenas preguntas, ¿no?
— Si lo dices por ti, no me pareces una persona mala. Me ayudaste —Touché, equivocado hombrecito.
— Pude haberte engañado, puede que ahora mismo esté planeando cómo matarte —Me acerqué a escasos metros suyos.
— E-eso es mentira —Intentó sonar convincente— si me hubieses querido matar lo hubieras hecho en el bosque en vez de dejarme tirado sin aire y fuera de fase
Millonario, casi oficial, hombre lobo y estúpido genio. Gran combinación.
— ¿Cuántos años tienes? —Me senté en el sofá más cercano.
— Veinte —Se sentó a un lado— ¿tú?
— No pienso responderte, cachorrito. Las preguntas las hago yo —De nuevo le guiñé el ojo.
— ¿Por qué quieres saber tanto de mí y no revelar nada tuyo? Merezco conocer a la persona con la que compartiré casa y que, en palabras tuyas, me va a entrenar
— Porque luego de ello seremos desconocidos, yo me iré por mi camino y tú vivirás felizmente tu vida mitad humana mitad lobo —Forcé una sonrisa— no necesitas saber nada, solo seremos un par de individuos compartiendo casa a cambio de entrenamiento, como has dicho
— No es justo —Arrugó la frente. Comenzaba a enojarse.
— Nada lo es —Dije con sinceridad.
Su cuerpo temblaba. Percibí calor emanando de su cuerpo y solo ahí supe que iba a convertirse si no se calmaba.
— Controlate, tienes que hacerlo
Él respiraba con pesadez. Tengo que hacer algo o va a atacarme como hace un rato.
— Controla tu lado animal —Apoyé una mano en uno de sus hombros— respira, relájate y deja tu mente en blanco
Funcionaba. Su frecuencia respiratoria se normalizó y su temperatura corporal parecía estar en eso. Me permití con el tacto en su hombro conectar con su mente.
Sentía emociones ajenas, veía cosas que lo atormentaban y recuerdos que daban mucho de qué pensar. La mente de Dave me había dejado mentalmente aturdida.
— Gracias —Susurró.
— ¿Eh? —Salí del trance.
— ¿Estás bien? —Ya estaba tranquilo.
— ¿Por qué no me dijiste que habían más?
— ¿De que hablas?
— Los otros hijos de la luna, ¿dónde están?
— Ellos... —El timbre de la casa sonó.
Me miró asustado y preocupado. Afuera había gente, gente peligrosa. Lo miré del mismo modo y lo alenté a abrir.
"¿Qué más falta?" era lo más idiota que tenías que soltar Danina.
— Hola, oficial Snow
Soy la reina de la mala suerte, si señor.
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