Capítulo catorce
Maratón 1/3
| No más control
Treinta y dos figuras de belleza singular se movían con sincronía y elegancia, pareciendo que marchaban a la par pero no lo hacían. Lo más intrigante era que no reaccionaron al ver al gran lobo rojizo situado a un lado de Edward ni siquiera se inmutaron cuando su mirada viajó por esos vampiros reunidos ahí, todos vampiros de distintos clanes o sin un clan en específico; nómadas.
— Se acercan los casacas rojas, se acercan los casacas rojas —Musitó Garrett para el cuello de su camisa antes de soltar una risa entre dientes y acercarse un paso a Kate.
— Así que han venido —Comentó Vladimir a Stefan con un hilo de voz.
— Ahí están las damas y toda la guardia —Contestó Stefan, siseante— míralos, todos juntitos. Hicimos bien en no intentarlo en Volterra
Y entonces, mientras los Vulturis avanzaban con paso lento y majestuoso, como si esos efectivos no bastasen, otro grupo comenzó a ocupar las posiciones de retaguardia en el claro.
La mayoría parecía albergar cierta esperanza no sólo de presenciar la masacre, sino también de participar a la hora de desmembrar y quemar.
No iban a poder sobrevivir a eso, eran tan solo dieciocho sin contar a los diez lobos o más, pues Sam trajo hasta los más jóvenes de la manada. Eran ellos contra cuarenta vampiros.
Entre esos cuarenta se encontraba Irina mirando horrorizada a sus compañeros del clan sin comprender por completo por qué estaban ahí.
— Alistair estaba en lo cierto —Avisó Edward a Carlisle.
— ¿Que Alistair tenía razón…? —Inquirió Tanya en voz baja.
— Caius y Aro vienen a destruir y aniquilar —Contestó Edward con voz sofocada. Habló tan bajo que sólo fue posible oírle en su bando— han
puesto en juego múltiples estrategias. Si la acusación de Irina resultara ser falsa, llegan dispuestos a encontrar cualquier otra razón por la que cobrarse venganza, pero son de lo más optimistas ahora que han visto a Renesmee. Todavía podríamos hacer el intento de defendernos de los cargos amañados, y ellos deberían detenerse para saber la verdad de la niña —Luego, en voz todavía más
baja, agregó— pero no tienen intención de hacerlo, no después de haber visto por medio de Irina que Danina está con nosotros
Jacob jadeó, malhumorado.
La procesión se detuvo de sopetón al cabo de dos segundos y dejó de sonar la suave música producida por el roce de los movimientos sincronizados. La disciplina sin mácula se mantuvo inalterable y los Vulturis permanecieron firmes y completamente inmóviles a unos cien metros de su posición.
Los cabecillas, Aro y Cauis, miraban fijamente hacia ellos, buscando a una única persona: Danina. Edward vio escrito el desencanto en las facciones de Aro mientras su mirada iba y venía sin cesar, en busca de una persona a la que echaba en falta. Le vio fruncir los labios con disgusto.
En ese instante se sintió ligeramente tranquilo de que la chica no estuviera presente.
Lo que sucedió después, en los siguientes minutos, fue tan impactante como desesperante. De tener Carlisle una charla sin buen fin con Aro hasta la aniquilación de Irina por haberles mentido a los Vulturis. Tuvieron que ingeniárselas para que el clan Denali no saltara contra los enemigos, no podían darse ese lujo.
— Irina ha sido castigada por levantar falsos testimonios contra esa niña —Habló Aro, luego, prosiguió— ¿no deberíamos volver al asunto
principal, Caius?
Algunos testigos fueron dando su testimonio, y a pesar de que Amun junto a su compañera abandonaron el lugar, las esperanzas no decaían.
— ¿Puedo sugerir uno a su consideración? —Solicitó Garrett en voz alta tras adelantarse un paso.
— Nómada… —Dijo Aro, asintiendo en señal de autorización.
Garrett levantó la barbilla, miró de frente a los corrillos de testigos situados al final del prado y dirigió a ellos su alocución.
— He venido aquí a petición de Carlisle en calidad de testigo, al igual que los demás —Empezó— y en lo tocante a la niña eso ya resulta innecesario. Todos vemos qué es. Me he quedado para ver algo más, a ustedes —Señaló con el dedo a los
desconfiados vampiros— conozco a dos de ustedes, Makenna y Charles, y compruebo que muchos otros son vagabundos y azotacalles, como yo. No responden ante nadie. Sopesen con cuidado mis palabras. Los antiguos no han venido aquí a impartir justicia como les han dicho.
Muchos lo sospechábamos y ahora ha quedado probado. Acudieron aquí mal informados...
Garrett continuó con aquello que parecía ser un discurso pero que detrás de aquellas palabras se ocultaba una distracción.
—... He venido a prestar testimonio y me quedo para luchar. A los Vulturis no les importa nada la muerte de la chica. Persiguen la muerte de nuestro libre albedrío —Entonces, volvió la cara a los ancianos— ¡sea lo que sea, decidanlo! No suelten más mentiras elucubradas. Sean consecuentes con sus intenciones y los demás lo seremos con las nuestras. Elijan ahora, y dejen que estos testigos vean cuál es el verdadero tema del debate
Garrett volvió a posar una mirada inquisitiva en los testigos de los Vulturis. Sus rostros reflejaban el efecto evidente de la alocución.
— Podrían considerar la posibilidad de unirse a nosotros. Si acaso piensan que los Vulturis los van dejar con vida para que puedan contar esta historia, se equivocan. Tal vez nos destruyan a todos, pero también es posible que no —Se encogió de hombros— quizá tengamos una posición más segura de lo que creen. Es posible que los Vulturis hayan encontrado al fin la horma de su zapato. En todo caso, les aseguro una cosa: si nosotros caemos, ustedes nos acompañarán
Garrett retrocedió y se situó junto a Kate nada más terminar su acalorado discurso. Luego, se inclinó hacia delante, medio en cuclillas, dispuesto para lanzarse a la matanza.
Aro sonrió.
— Un gran discurso, mi revolucionario amigo
— ¿Revolucionario…? —gruñó Garrett, que se mantenía listo para atacar— si me permites la pregunta, ¿contra quién me sublevo?, ¿acaso eres tú mi rey?
— ¿Deseas que también él te llame amo, como esa guardia tuya tan sumisa? —Terminó de decir una voz femenina con ese típico tono suyo que denotaba burla.
Estaba parada en medio de los dos grupos, luciendo segura y amenazante, mirando específicamente a Aro mientras que sonreía ampliamente. El resto, sus allegados, gimieron ante la repentina aparición. En cambio Edward arrugó la frente e hizo una mueca leyendo los ya claros pensamientos de ella.
Iba a cometer una locura.
— Mia cara Danina (Mi querida Danina) —Murmuró Aro fascinado.
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