\P r e f a c i o\
—¡Vamos Dasher!—gritó la pelinegra— No seas bebé—añadió en tono de mofa mientras enterraba sus impecables uñas en la manga derecha de la chaqueta de mezclilla perteneciente a su hermano, ocasionando que esta casi se zafara de sus hombros.
—No voy a entrar ahí, Malak—contestó el chico, en el mismo volumen alto antes usado por su interlocutora, haciendo un movimiento con su hombro para soltarse del agarre de la otra, cuando no dio resultado, trató de quitar las finas manos de su hermana de la chaqueta; empezó intentando desprender cada dedo, uno por uno, pero al no notar resultados comenzó a darle desesperados golpes en los nudillos.
—¡Auch!—exclamó ella y aflojó su agarre ocasionando que su mellizo aprovechara para liberase por completo— No hace falta tanta violencia—agregó alejándose un par de pasos de su hermano.
El chico se limitó a observarla con recelo y actuar despreocupado mientras veía como ella comenzaba a alejarse cada vez más, poco a poco, caminando de espaldas y mirándole directo a los ojos en espera de ver la reacción este. Al notar que el otro no se inmutaba decidió darse la vuelta y darle la espalda mientras daba grandes zancadas hacia el bosque Oaken.
Dasher rodó los ojos, resopló fastidiado y aceleró el paso, casi corriendo detrás de su hermana. Sabía que Malak era terca, por lo tanto no se detendría hasta haber cruzado la frontera por completo y encontrarse en el terreno de los Bloodthirsters. La conocía y estaba seguro de que lo haría con o sin él, así que creía que era mejor que al menos la acompañara, tal vez en el camino pudiera disuadirla de su plan.
—Sigo sin entender por qué quieres hacer esto—dijo una vez que se encontraba a lado de ella. A pesar de la cercanía a la que se encontraban, el fastidio creciente hacia su hermana ocasionó que hablara lo suficientemente fuerte como para que su voz hiciera resonara, molestando a los árboles, cuyas hojas se estremecían por el fuerte viento que soplaba en el interior del bosque.
No pasó mucho tiempo para que Malak se decidiera a contestar.
—Quiero probar mis habilidades, ¿te imaginas que desperdicio sería que pudiera matar a las criaturas con la mirada o que pudiera controlarlas y ni siquiera lo supiera?
—¿Te imaginas que no pudieras hacer nada de eso y terminaramos muertos?—contestó el chico con falsa emoción, imitando el tono de su ex compañera de útero.
—Eso no pasará, hermanito. Estoy segura de que soy más poderosa de lo que aparento—Dasher rodó los ojos ante su comentario. Odiaba cuando su hermana se ponía en plan «soy mejor que todos y nadie puede hacerme daño», después de todo, el que él no tuviera poderes para compartir y ella sí, no la convertía en alguien inmortal.
—Sigo pensando que es una mala idea...—empezó a decir el pelinegro, antes de ser interrumpido por su hermana, que lo calló posando un dedo sobre sus labios y formando un casi inaudible shhh con los suyos.
—Están cerca—susurró Malak, mirando el resto de bosque que se extendía frente a ellos; sus ojos soltaron chispas y una sonrisa ladeada apareció en su rostro. Le emocionaba su intento de aventura... al contrario de su hermano, cuya piel se puso como gallina y cuya mente comenzó a inundarse con pensamientos negativos sobre todo lo que podría salir mal en aquella excursión.
Se quedó pasmado del terror cuando escuchó el primer rugido. El miedo se apoderó de su ser, consiguiendo que sus sentidos se desconectaran y ya no fuera capaz de sentir su propio cuerpo. Sentía inmensos deseos de salir corriendo de ahí, pero no era capaz de mover ni un solo músculo.
Malak, por el contrario, pareció verse aún más motivada, pues se movió de su lado en un santiamén y comenzó a correr al interior del bosque, hipnotizada con el cantar de los entes, agudizando su oído para averiguar su ubicación exacta y moviendo sus pies cuidando no caer en ningún agujero de tierra, olvidándose por completo de su hermano menor.
Es por ello que no se percató del momento preciso en el que Dasher comenzó a gritarle que se detuviera. Lo único que era capaz de escuchar eran los latidos de su corazón elevando su pulso. Podía sentir la adrenalina corriendo por sus venas, las inmensas ganas de aullar como un lobo, festejando su victoria.
La tierra bajo sus pies se estremeció. Las hojas de los árboles se agitaron produciendo un ruido de alerta, como si ellos pudieran predecir el peligro y trataran de prevenir a los invasores. El viento comenzó a correr con fuerza, arrastrando consigo hojas y tierra del suelo, adornando el ambiente con el cantar de las hojas chocando contra los troncos de los árboles.
Los rugidos se hicieron escuchar, uno tras otro, como un coro de leones (mítico animal que ya no se encontraba ni en las afueras de Serengia). Los Bloodthirsters, que sintieron la presencia de los intrusos, se enfadaron por ello. Ningún humano entraba en su territorio.
Los gritos del chico quedaron opacados por el llanto del bosque, pero Malak se encontraba sorda al exterior. Empeñada en lograr su cometido, siguió avanzando con Dahser siguiéndole con lentitud por detrás; aún seguía aterrado, pero había recordado las muchas palizas que le habían dado y lo que estas le enseñaron, que los débiles viven mucho más que los valientes, pero más solos también.
En el fondo siempre supo que su lugar estaba con los cobardes, con los solitarios.
A unos pasos de distancia la pelinegra divisó un ente y sintió una ráfaga de poder recorrer su cuerpo. Sus conexiones se encontraban cerradas, sabía que estaba lo suficientemente cerca como para que la criatura succionara su alma, pero ella era especial, no podrían matarla así como así, no podían dejarla seca como una pasa. Ella no era como los demás. Incluso si su hermano fuera como una persona común, ella podría protegerlo.
Eliminó la distancia que la separaba de la criatura y se concentró en observar al Bloodthirster que estaba ante sus ojos. Se encontraba tan cerca de él que podría tocarlo si quisiese, pero se abstuvo, confiaría solamente en su mente.
«¡QUIETO!» gritó para sus adentros, pero la criatura se movió.
«¡NO TE MUEVAS!» ordenó, pero el ente dio un paso más, acercándose peligrosamente a ella.
«¡QUÉDATE DONDE ESTAS!» demandó, pero la criatura hizo caso omiso.
Un golpe de pánico la alcanzó, comenzó a pensar qué tal vez no era capaz de hacer más, al parecer su único poder era cerrar sus conexiones y las de los demás a su alrededor. Quizá Dahser tenía razón, no podían detener a los Bloodthirsters, las criaturas que amenazaban a su pueblo cada día, las pesadillas de cada noche. Lo único que podrían hacer era mantenerse a la defensiva, expectantes del próximo ataque y hacer lo posible por mantenerse con vida. Eran la presa esperando a ser cazada.
¿Qué le diría a su pueblo? ¿Qué no lo logró? ¿Qué simplemente se rindió?
No.
Rendirse era para los cobardes.
Pero, tal vez Malak era una cobarde.
Se desplomó en el suelo, destrozando un par de ramas en la acción, con la vista fija en un punto cualquiera, olvidándose por completo de su hermano, que la seguía por detrás. Su atención se fijó en la criatura que le respiraba a la cara. Su respiración se aceleró y sus extremidades dejaron de responder. No podía admitir que había fracasado, pero en el fondo no le costaba trabajo creerlo.
No sabía si su parálisis se debía al miedo de tener a una de las criaturas frente a ella o ante la idea haber perdido, pero estaba segura de una cosa: moriría a manos de un Bloodthirster, tal como lo había hecho su mejor amiga. Alzó la vista y vió como el ente extendía una de sus garras hacia su cara, con tanta sutileza que incluso parecía una caricia, que en realidad se convirtió en un rasguño que atravesó desde su frente hasta su barbilla. Malak agachó la cabeza, cubriendo la herida con sus manos y gritó tan fuerte que le dolió la garganta.
Mientras tanto, la mente de Dasher tenía pensamientos a mil kilómetros por hora. Sentía su piel enchinarse por segunda vez al mismo tiempo en que el miedo se apoderaba de él por segunda vez. Estaba a punto de presenciar la muerte de su hermana, su otra mitad, su compañera de aventuras, su persona favorita en la vida, una de las personas que más amaba y odiaba al mismo tiempo. Todo a manos de un Bloodthirster.
«¡NO!» Gritó en su interior. Las criaturas ya se habían llevado su tranquilidad, ya se habían robado su hogar. No permitiría que le quitaran a su hermana también.
En un arranque de histeria, saltó de su posición con una fuerza que jamás había sentido en su vida, justo cuando la criatura se preparaba para arremeter una segunda vez, se interpuso entre las garras del ente y el rostro de su melliza, cómo éstas se clavaban en su espalda y las vio salir por su abdomen. Un hormigueo le recorrió la espalda antes de empezar a ver sangre empapando sus manos. No sabía identificar si ésta provenía de la herida o de su boca, que vomitaba sangre embriagándolo con un sabor metálico. Su nariz comenzó a chorrear al tiempo que su cuerpo comenzaba a sentirse tan pesado como una piedra; sino fuera por la garra que lo mantenía flotando arriba del suelo, ya se habría desplomado.
Malak alzó la vista y se descubrió la cara para encontrarse con la imagen de su hermano atravesado con tres puntiagudas garras, manchadas de rojo en las puntas . Las lágrimas comenzaron a inundar sus ojos, nublando su vista, un nudo se formó en su garganta y las ganas de gritar se volvieron cada vez más fuertes.
El Bloodthirster sacó su garra.
Dasher cayó al suelo.
Malak observó a su hermano muerto.
—¡No puedes irte!—le gritó al cuerpo inerte, al mismo tiempo en el que una segunda criatura se acercaba a ella— Somos hermanos, no puedes dejarme ¡¿Qué quieres que haga sin ti?!—Una punzada de dolor alcanzó su espalda, un ente la había rasguñado por detrás, pero ese dolor no se asemejaba al de su corazón— Soy tu hermanita y tú mi hermanito... ¡Se supone que debemos permanecer juntos!—jadeó intentando acercarse al chico, pero un Bloodthirster la sujetó por detrás, evitando que acortara la distancia— ¡Te prohíbo que te vayas!—exclamó intentando desesperadamente zafarse del agarre del ente, sin llegar a lograrlo.
Pero ya era tarde. El pecho del joven dejó de moverse, la muerte parecía haberle alcanzado y la pelinegra ya era llevada a rastras por el bosque, sujetada de su cabello por una de las criaturas y de un brazo por otra. Gritó, pataleó, pero ya no hubo escapatoria.
El bosque lloró aquella noche. El silencio inundó el aura del lugar una vez que los gritos de Malak cobraron distancia.
Fue mi culpa, fue mi culpa, fue mi culpa, fue mi culpa. Yo maté a mi hermano. Se repitió una y otra vez, hasta quedar inconsciente.
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