La primera vez que lo conocí estaba escuchando a mi banda sonora favorita.

El sol ya se había ocultado y mi habitación se encontraba en penumbras, no se veía más que la imperceptible luz de la luna entrar por la ventana.

Esa noche no había comido, moría de hambre pero mamá me había castigado sin cena por no haberme aprendido unos párrafos de memoria, y haberla hecho quedar mal con la profesora de prestigio que hace poco había contrato. Su renuncia provocó que me encerraran sin agua, ni comida, y que fuera tachado de problemático.

Mis labios temblaban y se estremecían por el devastador frío que azotaba esa noche a la Ciudad Metropolitana de Busan. Lo único que podía hacer era resguardarme bajo unas sábanas tenues y desgastadas que se pegaban con afín a mi delgado cuerpo.

Por fortuna el sonar de la guitarra de Imagine Dragons con su canción Demons lograba ser un pequeño consuelo para mi alma en constante agonía, mientras ocultaba el radio bajo mi tersa y frágil piel. Tenía que esconderlo sino quería que mamá se enojara de nuevo, y como consecuencia me mirara con molestia y decepción reflejada en sus ojos ámbar.

No quería seguir siendo reprendido, estaba cansado de portarme mal.

Las lágrimas recorrían mi rostro por la culpa. Me dolía mi espalda, mamá me había increpado duramente con unos cuantos golpes. Mi brazo también padecía y ardía. Se había encargado de mostrarme de cerca lo que ella sentía cuando me comportaba mal, utilizando ese aparato con el que planchaba la ropa de papá. En ese mismo momento me desmayé, no aguanté el vasto dolor. No entendía cómo ella lo soportaba. Sentir el calor quemarte era espantoso e intolerable, por eso ya no quería causar indisposición, no deseaba sufrir más ni hacer adolecer a mamá.

Anhelaba dejar de ser un niño malo.

Los golpes de piedras golpeando mi ventana me habían conmocionado. No sabía quién era a esas horas de la noche, probablemente era muy tarde para que alguien anduviera caminado por los alrededores de Busan. Sin embargo ahí se encontraba tras mi ventana, un niño con cabello azabache que sonreía desprendiendo felicidad, todo lo contrario a mí. Lo miré absorto sin creerlo y me acerqué. Había pasado años desde que veía a alguien que no fueran mis papás, profesores o la ama de llaves.

—¿Por qué lloras? —me había preguntando.

Yo no le respondí.

Mamá me había enseñado que hablar estaba mal, un niño como yo de alma impura no lo podía hacer.

Por eso yo, Kim Taehyung, nunca podría expresarme en esta vida. Porque era un ser sucio, deshonesto y manchado, no tenía merecido la purificación de mi alma.

Para los demás era solo un chico mudo, que no objetaba ni reparaba en nada. Pero para mamá, era un pecador que nunca podría acudir a la justicia divina.