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CAPÍTULO 37


CAPÍTULO 37

LA LLEGADA DEL INVIERNO


No. Hoy no.

Van no estaba. Frederick no estaba. Pero yo sí. Y hoy, hoy no sería la doncella en apuros que necesita ser salvada por el vampiro o el mago. Hoy me salvaría a mí misma.

De todas las cosas que Safiye dijo antes de morir, en una tenía razón: me falta ser una reina de verdad. No puedo seguir aferrándome a la idea de que siempre habrá alguien para mí, alguien que venga a salvarme cuando sienta que estoy a punto de caer. No puedo aferrarme a alguien para que me sostenga, porque sí hay algo que no había visto hasta ahora, es que sí ese alguien cae o no está para mi, yo caería con él o por su ausencia.

A partir de ahora, solo dependeré de mí misma.

No más Van. No más Frederick.

Esto es entre el mal y yo. Esto es entre la muerte y yo.

Y hoy no. Hoy no pienso huir. Hoy no pienso rendirme.

Concentré toda la energía que me quedaba en una esfera deslumbrante y la lancé con toda la fuerza de mi ser. La explosión sacudió la torre, y el ministro salió disparado por los aires, aterrizando en el jardín con un estruendo. Su cuerpo destrozó el césped a su paso, dejando tras de sí un rastro de tierra expuesta.

Descendí envuelta en una masa de agua, mi aterrizaje resonando con un poderoso splash al tocar el suelo. Cuando me incorporé, sentí el peso de la daga en mi mano, firme y decidida. Si mi magia no podía acabar con él, una herida letal lo haría.

—Puedes intentar todo lo que quieras, cariño —la voz del ministro llegó como un ronroneo, felina y cargada de burla mientras se ponía de pie como si nada—. Pero lo único que vas a lograr es enojarme aún más.

Sacudió las mangas de su costosa túnica con un gesto de molestia calculada, sus movimientos impecables, como si mi ataque no hubiera sido más que un fastidio pasajero.

—Si hay algo que detesto en este mundo es tener que ensuciarme las manos. No nos obligues a llegar a situaciones que ni tú ni yo queremos enfrentar.

Sus palabras eran una amenaza velada, pero no iba a ceder. No hoy. No esta vez.

—Sé perfectamente hasta dónde quiero llegar —declaré, lanzando un rayo de luz directo hacia él. Pero esta vez, lo evadió con una facilidad que me heló la sangre. Claro, Van lo había dicho, incluso me lo había enseñado: Un enemigo siempre estudiará tus movimientos antes de atacar.

—Excelente —dijo con una sonrisa sarcástica que me puso los nervios de punta—. Entonces lo haremos a la mala.

Con un movimiento inhumano, torció su cuello en un ángulo imposible, el sonido de sus huesos crujientes resonando en el aire como un preludio a lo que estaba por venir. Cuando volvió su rostro hacia mí, ya no era nada del ministro que conocía. Ahora era un monstruo, un ser salido de las pesadillas más profundas de cualquier humano.

Hace unos minutos no pude verlo con claridad, pero ahora mi visión estaba perfecta, y lo que contemplé me hizo desear no haberlo visto nunca.

Sus ojos eran abismos negros, vertidos en una oscuridad que liberaba un humo negro constante, como si estuvieran ardiendo desde adentro. Sus labios estaban teñidos de un negro azulado, su lengua, larga y negra, serpenteaba como la de un reptil. Y sus venas... esas venas negras se pronunciaban grotescamente desde su cuello hasta su frente, pulsando con una corrupción que parecía consumirlo desde dentro.

Se abalanzó hacia mí con la ferocidad de una bestia, lanzando una esfera de oscuridad que apenas logré desviar al crear un escudo de luz. La energía de mi interior vibraba, y al menos eso me daba una pequeña ventaja: el elemento luz podía contrarrestar su magia.

La pelea estalló en el jardín como una tormenta. Su oscuridad y mi luz chocaban una y otra vez, iluminando y ensombreciendo el lugar en un duelo constante. Él atacaba sin descanso, y yo levantaba barreras para protegerme mientras buscaba la oportunidad de contraatacar.

Minuto tras minuto, el aire se llenaba de energía y tensión. Él era implacable, como una máquina de destrucción, y yo me aferraba a cada fragmento de fuerza que tenía, moviéndome, esquivando, atacando.

Pero algo estaba claro: esta batalla no se decidiría solo con poder. Sería una prueba de voluntad, de quién podía resistir más tiempo antes de caer. Y yo no pensaba ser quien cayera. No hoy.

—Podríamos seguir así toda la siguiente Era, cariño, y jamás lograríamos destruirnos el uno al otro. Lo sabes, ¿verdad? —su tono era suave, pero cargado de un veneno que me revolvía el estómago—. A este paso, arrastraremos al reino a una crisis inminente. Pero... —su sonrisa se ensanchó, falsa y afilada como una daga— también puedes unirte a mí. Sirve a tu único y verdadero rey, y juntos haremos que el reino y la humanidad prosperen. Tú decides, cariño.

La manera melosa con la que pronunciaba esa última palabra me irritaba más de lo que Safiye logro hacerlo.

Tregua. Eso era lo que pedía en el fondo, aunque tratara de disfrazarlo como una oferta generosa. Sabía perfectamente que para él yo era más útil viva que muerta. Pero ceder no era una opción, no para mi.

El linaje de la familia real terminaba conmigo. Soy de las pocas jóvenes con sangre real directa que quedan. Soy la única capaz de asegurar que la familia Beaumont continúe en el trono, como lo dictaminó la reina Scarleth hace siglos. Entre otras palabras, y aunque suene dramático, soy la última esperanza de la humanidad en este momento crítico.

La responsabilidad que cargaba en mis hombros era un peso que empezaba a aplastarme. Cada músculo de mi cuerpo dolía, cada fibra suplicaba un respiro, una tregua. Pero dentro de mi mente y mi corazón, había una sola voz, clara y contundente, que ahogaba todo lo demás: justicia. Venganza.

—No creas que he venido sola. Si eso piensas, eres más tonto de lo que imaginaba. —mi voz resonó firme, aunque por dentro luchaba por ganar unos segundos más, por tomar aire y no agotar más mi cuerpo y poder —. ¿Crees que eres el único que se ha estado preparando para este día?

Una sonrisa desafiante curvó mis labios mientras lo miraba a los ojos con determinación.

—No. Yo también me he estado preparando.

Él no lo sabía, pero todo lo que había hecho hasta ahora era solo el principio. La batalla no estaba ni cerca de terminar, y yo no pensaba rendirme, no cuando estaba tan cerca de cambiarlo todo.

Saqué la placa de la guardia real de mi bolsillo y se la mostré mientras daba un par de pasos como él lo hizo antes; en forma de media luna, acechantes pero cautelosos, a una distancia prudente.

—¿La placa de la guardia real? Oh, sí... —dijo mientras sacaba su lengua de serpiente, dibujando una sonrisa felina y siniestra que me heló la sangre—. Buena jugada. Al menos eso sirvió para distraer a la estúpida de Safiye.

Su tono goteaba burla y desprecio, pero lo que no sabía es que yo también estaba ganando tiempo.

—¿Pero de verdad crees que soy tan imbécil como para caer en la misma trampa? ¿Un ejército entero? —Enarcó una ceja, su expresión burlona amplificada por su aspecto monstruoso—. Aun usando portales, no podrían transportarse desde la frontera hasta aquí en tan poco tiempo.

Tragué grueso, sintiendo el peso de su mirada. Cada detalle de su rostro era una pesadilla hecha carne: las venas negras pulsando bajo su piel, los ojos ardientes de oscuridad, y esos gestos calculados que eran tan repugnantes como las palabras que salían de su boca.

—Por algo soy la reina —dije, mi voz intentando mantenerse firme mientras el miedo me oprimía el pecho—. El ejército me pertenece y me obedece.

Una carcajada gutural salió de su garganta, resonando como un eco macabro.

—Sí, y yo soy miembro de la familia real de Aryeron —espetó con un tono burlón, inclinándose hacia mí como si estuviera compartiendo un secreto—. Y estoy en todo mi derecho de reclamar el trono de Sunland como mío.

No vi venir la bola de oscuridad.

Me golpeó con una fuerza brutal, lanzándome hacia atrás. El impacto arrancó el aire de mis pulmones, y mi cuerpo se estrelló contra el suelo con un sonido sordo. Cada fibra de mi ser gritaba de dolor, pero no podía permitirme ceder. No ahora.

Porque esto no era solo por mí. Era por todos los que dependían de mí.

Cubrí mi cabeza con las manos, preparándome para el estallido de dolor que sabía que llegaría... pero no llegó.

El impacto que esperaba nunca sucedió. La bola de oscuridad se evaporó en humo negro tan pronto como me alcanzó, como si una fuerza invisible la hubiera desintegrado al contacto. Ni siquiera me tocó.

El ministro debió quedar tan atónito como yo, porque su rostro se torció en una mezcla de confusión y furia contenida. Esa fracción de segundo fue suficiente. Antes de que pudiera reaccionar, aproveché la cortina de humo que aún me envolvía y lancé una bola de luz directa hacia él.

El ataque lo golpeó de lleno, arrancándole un gruñido de dolor que resonó en el jardín. Sin dudar, avancé a través del humo negro, dejándolo atrás mientras observaba su figura tambaleante, buscaba apoyo en el borde de la fuente.

Extendí mi mano hacia la fuente y sentí el agua responder, como si conociera mis intenciones. Cada gota se alzó obediente, formando una mano gigantesca y translúcida que se movió con precisión.

El ministro no tuvo tiempo de escapar. La mano de agua lo atrapó por el cuello, elevándolo en el aire. Su lucha fue inútil. Con un movimiento calculado, deslicé parte del agua hacia sus brazos, aprisionándolos contra su torso en un agarre inquebrantable.

Ya era mío.

—¿No decías que no te gustaba ensuciarte las manos? —dije con frialdad, mis ojos fijos en los suyos mientras se retorcían—. Qué lástima. Yo no tengo ese problema.

Su mirada oscura y rabiosa me perforó, pero esta vez no sentí miedo.

Con cada paso que daba hacia él, mi determinación crecía, y con ella, la presión de la mano de agua en su cuello. Quería asfixiarlo. Quería que sufriera, que cada segundo le pareciera eterno. Pero, sobre todo, quería que supiera y que viera como la niña a la que dejó huérfana de padre había vuelto. Había vuelto para cumplir con las últimas palabras que mi padre le dijo antes de morir: "Vas a pagar por esto."

Sí, papá. Va a pagar por lo que nos hizo.

Va a pagar por lo que le hizo a nuestra familia.

—Hija, recapacita...

La voz llegó como un susurro en medio del caos, melodiosa, suave, varonil. Débil pero cargada de un cariño que atravesó la ira que llevaba dentro.

Mi cuerpo se tensó. La mano de agua titubeó, aflojando su agarre ligeramente en medio de mi confusión. Esa voz... esa voz me era tan familiar.

Una mano cálida se posó suavemente sobre mi hombro, y todo mi ser flaqueó. Cuando volví mi mirada hacia el costado, el tiempo pareció detenerse.

Ahí estaba.

El dueño de la voz, el dueño de la mano: mi padre.

Vestido con su túnica formal de ministro, me miraba con ternura. Me miraba de la única forma en que sus ojos claros me veían de niña y yo... yo cometí un error al creer por un milésimo segundo que era real.

—Como siempre lo he dicho, la familia es el punto más débil del ser humano —la voz felina del ministro retumbó en mis oídos cuando la silueta de mi padre desapareció y él también de mi mano de agua.

Una correntada de ira me recorrió el cuerpo entero. Ni siquiera devolví el agua a la fuente, la dejé caer cuando bajé mis manos sin importarme nada. El ministro me miraba desde el otro lado de la fuente con una sonrisa viperina.

—Oh, cariño, ¿lastimé tus sentimientos? —Su voz goteaba sarcasmo, sus ojos negros centelleaban con malicia—. Qué lástima, porque lo que yo quiero es arruinarte el alma, como tu familia arruinó a la mía.

No me dio tiempo a responder. Se abalanzó sobre mí con una bola de oscuridad girando en sus manos. Yo ya estaba lista con una bola de luz, y sabía que este encuentro sería letal. Lo sentía en mis venas, en cada poro de mi piel.

Pero entonces...

Un gruñido feroz cortó el aire, y antes de que pudiera lanzar su ataque, algo lo derribó con la fuerza de un trueno.

Un lobo.

No era cualquier lobo. Era inmenso, más grande que cualquiera que hubiera visto antes. El ministro luchó, pero el lobo no cedió. Su peso y fuerza lo mantenían inmovilizado.

Deshice la bola de luz en mi mano, mi corazón latiendo frenéticamente mientras avanzaba hacia la escena. Observé al lobo con detenimiento. No era Jared ni ningún miembro de su manada; conocía sus formas animales, y ninguno tenía ese pelaje.

Mientras lo analizaba, más lobos aparecieron desde el techo por el que yo había saltado al jardín momentos antes. Uno tras otro, descendieron como sombras feroces, rodeando al ministro que yacía en el suelo. Toda la manada estaba allí, con sus gruñidos resonando como un coro de advertencia.

Mis ojos buscaron al líder, al de pelaje castaño que se movía con la seguridad de un depredador que sabía exactamente lo que debía hacer. Jared caminaba en dirección a la cabeza del ministro, cruzamos miradas, y con un simple asentimiento de mi cabeza, le di la señal. Jared no dudó. De un mordisco certero y brutal, arrancó la oreja del ministro.

Lo siguiente que oí fue un grito desgarrador por parte del ministro. El lobo sobre él le gruño en la cara y los demás a su alrededor ladraron. Ninguno parecía incómodo con la sangre del ministro. Entonces supe que era mi turno, sea quien fuese, el lobo blanco se bajo de encima del ministro cuando me le acerque. Adolorido con marcas de las garras del lobo sobre su espalda y con una oreja menos, intento ponerse de pie, pero se lo impedí aplastando los dedos de sus manos con mi pie. Un grito se escapó de su garganta nuevamente, lo tome del cabello, lo obligue a mirarme a los ojos; mismos ojos que él intento apagar minutos antes. El humo opacaba su mirada, solo sombras eran visibles dónde se suponía debían haber corneas.

—Los muertos no pueden dañar a los vivos, pero los vivos sí podemos honrar la memoria de quienes amamos —le escupí a la cara, refiriéndome a las últimas palabras que mi padre le dijo antes de morir—. Ojalá te pudras junto con toda esa malicia que te consume por dentro.

Una última sonrisa viperina asomó entre sus retorcidos labios.

No lo soporte más, levante la daga en el aire con precisión, pero principalmente: con determinación. La clave en su pecho y con una bola de luz lo estampe contra uno de los muros que rodea el jardín.

Tú promesa está cumplida papá.

Con la respiración jadeante, mi pecho subiendo y bajando a toda velocidad, me acerqué con pasos firmes hacia el hoyo lleno de escombros que se formó en la grava cuando el cuerpo del ministro se estrelló allí luego de que mi magia lo soltara por completo. Sujetando mi daga ensangrentada, me abrí paso de entre los lobos.

La manada siguió mis pasos de cerca, pero lo que no esperábamos era que el ministro lanzara una onda de oscuridad que nos sacara volando a todos.

Aún vivía.

El maldito aún vivía.

—Esto no se acaba aquí. No se acabará nunca mientras yo o un miembro de las siete familias reales exista. ¡Las verdaderas y legítimas familias reales de los siete reinos!

Un fuerte gruñido se oyó venir de los cielos cuando el ministro se elevó en el aire. Un río de sangre negra que se deslizaba por su cuello —salía de dónde alguna vez estuvo su oreja— mientras la herida que dejó mi daga en su pecho parecía no haberle causado daño letal.

El gruñido se hizo más fuerte con el pasar de los segundos, tanto, que incluso el ministro se vio aturdido. Desconcertados nos miramos los unos a los otros, pero fue cuestión de segundos para que un enorme dragón dorado posara sus enormes patas en el muro que rodeaba al jardín para posteriormente soltar un estruendoso rugido.

Mi cabello se revolvió cuando el viento ocasionado por su aterrizaje chocó contra mi rostro.

Solrrang.

Solrrang estaba aquí.

Y por la forma en la que dirigió su mirada hacia el ministro supe que él era el principal motivo de su llegada.

El ministro no perdió tiempo. Se elevó aún más e intentó escapar al verse rodeado, pero todo fue en vano. Solrrang lo calcino con una ráfaga de fuego voraz y abundante. Los gritos del ministro fueron todo lo que pude oír mientras las mejillas y el cuerpo entero se me calentaban debido al fuego.

Cenizas fue todo lo que llovió después de que Solrrang dejara de escupir fuego.

El ministro había sido consumido por las llamas.

La manada a mi alrededor volvió a su forma humana. Perplejos, nunca un dragón había cruzado la frontera sin su correspondiente sacerdotisa al mando. Nunca un dragón había atacado a un humano sin previa orden de su sacerdotisa, pero Solrrang..., Solrrang era libre, y nadie aparte de ella determinaba sus acciones.

En el instante que el cuerpo del ministro se redujo a cenizas la mirada de Solrrang busco la mía. Nuestras miradas se sincronizaron por un par de segundos hasta que con un asentimiento de cabeza le extendí el enorme agradecimiento y respeto que siento hacia ella en este momento. Solrrang me devolvió el gesto y un par de pequeñas cabecitas aparecieron por encima de su cabeza...

Eran Hover e inferno.

Ambas magnas me miraban desde allí arriba con sus ojos saltones. Se veían aún más diminutas sobre Solrrang, mientras todos en el jardín contemplaban sorprendidos a la enorme dragona.

—¿Te encuentras bien Malena? —la voz dulce de Hansel hizo que perdiera contacto visual con Solrrang para girarme hacia él.

—¿Hansel? ¿Qué haces aquí?

Sus ojos estaban dilatados, su ropa rasgada y su rostro bañado en sudor. Todo él parecía estar ardiendo... Entonces lo deduje.

El lobo, el lobo de pelaje blanco, era él. Hansel se había convertido en beta, logró convertirse en lobo. Por la expresión que proyecté en mi rostro, él supo que lo había deducido.

—No preguntes sobre eso ahora. Solo supuse que necesitarías apoyo, y me alegra saber que no me equivoqué. Mírate, ¿él te hizo esto? Un médico debe revisarte. —Con un toque suave, estudió mis heridas y la sangre esparcida en mi cuerpo y sobre mi ropa. Una era mía, otra pequeña parte de Safiye, el repulsivo ministro y la otra... de mi madre.

Hasta ese momento fui consciente de que parte de mi cara, mi cuello, torso y manos estaban manchados de sangre.

Las manos de Hansel estudiaron mi rostro, mientras yo empezaba a ser más consciente de lo que acababa de pasar: Van asesinó a mi madre, el ministro asesinó a mi padre y a Safiye, Solrrang asesinó al ministro. Pero, a pesar de que los que se suponían eran mis enemigos ya están muertos, no me siento... bien. Como esperé sentirme antes. No me siento completa ni satisfecha de que alguno de ellos esté muerto, o de haber ganado. No siento nada.

Al contrario, siento un extraño vacío en mi pecho, con un sinsabor que me quema por dentro.

"Eres la reina, pero para mantenerte arriba habrá sacrificios necesarios y dolorosos que tendrás que hacer por el bien de los demás... Para evitar grandes catástrofes, llegará el momento en el que tendrás que sacrificar incluso tu propio corazón."

Lo dijo el destino. Me lo advirtió. Pero cuando lo dijo, nunca imaginé que las vidas de las personas que amo estuvieran incluidas en esos sacrificios... Menos la de mi madre.

—Estoy bien —mentí, con la voz apagada, a pesar de las heridas visibles en mi rostro.

El dolor en mi cuerpo no significaba nada comparado con el agujero que el dolor estaba formando en mi pecho, por la culpa y la impotencia.

Si no hubiera titubeado tanto, quizás hubiera podido salvarla.
Si Van no hubiera intervenido, ella estaría con vida.

Aparté sus manos de mi rostro y me dirigí a Jared. Era él quien me daría la explicación que necesitaba. No me detuve a pensar si quiera en que Solrrang estaba presente, me abalance sobre él.

—¿Por qué no cumplieron con su palabra? —reclamé golpeando su hombro.

—¿De qué estás hablando? —preguntó desconcertado, en un tono serio.

Lucía sudoroso, su rostro también tenía algo de suciedad encima, pero ninguna herida que pasara de un raspón.

—¡Ella trajo a mi madre para chantajearme y pedir que le cediera mi poder a cambio de su libertad! —le espeté a la cara—. ¡Tu padre me prometió que la protegería! ¿Por qué no lo hizo?

Histérica, golpeé el pecho de Jared. No importaba qué tan duros fueran sus pectorales, ni la diferencia de altura entre él y yo, ni sus lobos; solo cerré mis puños y desaté mi ira sobre él. De reojo vi que sus lobos hicieron un ademán para intervenir, pero con una seña él los mantuvo al margen. Me detuvo tomándome por los brazos.

—¿Qué ha pasado con tu madre? —preguntó mirándome fijamente a los ojos.

—¡Él la mató! —le grité a la cara.

Un silencio se prolongó por un par de segundos que parecieron eternos.

—¿ÉL? —La voz de Frederick al lado de Jared sonaba temerosa.

Lo miré.

—Sí, él. La mató para impedir que... intercambiara mi poder por mi madre.

Bajé la mirada. Mató a mi madre, y, me abandonó cuando más lo necesitaba.

—No entiendo qué pasó. Pero te prometo que averiguaré y te daré respuestas contundentes. Mi padre no faltaría nunca a su palabra —me aseguró Jared.

De repente, un fuerte estruendo se escuchó a lo lejos. El suelo comenzó a temblar de manera inesperada unos instantes después de aquel estruendo. El movimiento se volvió más brusco con el pasar de los segundos, haciendo que se volviera difícil mantener el equilibrio. La tierra parecía vibrar bajo mis pies.

Todos a mi alrededor empezaron a tropezarse unos con otros intentando mantenerse en pie. Y entonces...

Un gruñido.

Solrrang soltó un rugido estruendoso.

Muchos de los lobos cayeron al suelo, aturdidos por el ruido y el movimiento brusco bajo sus pies. Pero yo... Yo regresé la mirada hacia Solrrang. Su rugido no fue igual que hace unos minutos; ahora era diferente, como de... dolor.

Y entonces lo sentí. Algo se retorció en mi interior.

Solrrang estuvo a punto de caer hacia el interior del jardín, pero unas lianas la retuvieron.

No pude ayudar a sostenerla porque el dolor en mi interior se volvió más intenso, tan intenso que no pude mantenerme de pie. Algo que comenzó en mi estómago subió hasta mi pecho y comenzó a retorcerse allí, haciendo que incluso respirar fuera una tarea difícil. Ardía, dolía y era tan... indescriptible.

Apenas fui consciente cuando unos brazos fuertes me sostuvieron por la espalda, impidiendo que cayera deliberadamente al suelo. Un jadeo se escapó de mi garganta cuando intenté ponerme de pie.

Volvió a retenerme entre sus brazos cuando no pude incorporarme del todo. Entonces abrí los ojos y noté que era Jared quien me sostenía, mientras Hansel trataba de reanimarme palmando mi mejilla.

El movimiento en el suelo se detuvo, y un fuerte estruendo se escuchó en el jardín: un golpe que, posteriormente, se convirtió en pasos.

Solrrang.

—Majestad no nos asuste así ¿Qué le sucede? —apenas pude reconocer la voz desesperada de Frederick cuando comenzó a abanicarme el rostro.

Los pasos pesados fueron haciéndose más y más cercanos, hasta que la voz agitada de Frederick le pidió, no, le ordeno a todos que le abrieran paso a la dragona.

Apenas pude entreabrir los ojos cuando un aliento caliente me acarició el rostro. Jared seguía sosteniéndome, sus manos rodeaban mi torso y cintura con fuerza mientras Solrrang paso su mirada del lobo a mi. Paso de una mirada dura a una compasiva cuando mis ojos se sincronizaron con los de ella.

Levántate. Aún no es hora de caer. Aún hay mucho que hacer.

La voz de la dragona rebotó como ecos en mi cabeza.

Una voz suave para mi, mientras que los demás a mi alrededor escucharon un ronquido acompañado de un humo blanquecino que salió de sus fosas nasales. Con ayuda del propio Jared hice lo que ella pidió, enderecé mi espalda y me incorporé torpemente. Di un paso hacia Solrrang, un pequeñísimo paso que me hizo recordar que mi cuerpo entero dolía. Un ronquido de Solrrang me hizo buscar su mirada, conectarnos nuevamente por aquel vínculo que de alguna manera nos unía: el elemento luz. Los guardianes dijeron que ella es la madre del elemento, y yo su portadora. Nuestras miradas se entrelazaron, ella inclinó un poco la cabeza hacia mí, temerosa extendí mi mano hacia ella y la toque casi por instinto. Cuando mi mano entró en contacto con su frente, con su piel escamosa y áspera, una corriente tibia viajó por mi brazo y se esparció por todo mi cuerpo trasmitiéndome un extraño pero satisfactorio alivio en todas mis articulaciones, entonces volví a oírla.

Atacaron la muralla. Hay una grieta que ha sido expandida, muchas cosas hechas de sombras ya se preparan para cruzar a través de ella hacia el bosque oscuro en este momento. Debemos ir al pueblo fronterizo con las sombras de inmediato para hacerles frente e impedir que se adentren en el reino, o de lo contrario cosas terribles van a suceder.

Imposible.

Carajo.

Mis ojos se abrieron escandalizados. Inconscientemente di dos pasos hacia atrás dónde los brazos de Jared me sostuvieron por tercera vez, devolviéndome el equilibrio.

—La-la mu-ra...

Las palabras parecían haberse perdido en algún lugar de mi garganta cuando traté de decírselo a los demás.

Frederick y Hansel me rodearon. Frederick tomó mi mano y yo lo mire a los ojos al instante.

—La muralla está cayendo en la frontera con las sombras. Criaturas extrañas se preparan para entrar en el bosque oscuro —le dije a una velocidad que ni yo misma supe interpretar.

—¿Qué? —la expresión de Frederick se escandalizó al instante.

—Imposible —la voz de Hansel sonaba débil

—Es lo que Solrrang afirma, y yo le creo. El movimiento de hace unos minutos no tiene nada que ver con la naturaleza. Yo lo sentí. Mi pecho dolió de una manera retorcida, sentí como si me arrebataran algo y me quemaran por dentro, y sí la muralla está ligada a mi vida como siempre has dicho —miré a Frederick —eso explica lo que acaba de pasar hace un momento.

Silencio. Frederick negó con la cabeza intentando procesar lo dicho por mí, tal vez estaba buscándole una lógica, pero nada salía de su boca.

—La dragona no mentiría con respecto a algo así. Aparentemente ambas comparten energía del elemento luz que está ligada a la muralla —esta vez fue Jared quien habló—. No hay tiempo para poner las cosas en duda ni armar planes, hay que actuar y ya. La vida de muchos inocentes ahora está realmente peligro, y está en nuestras manos el poder de salvarlos. ¡Esto es para lo que hemos estado entrenando! ¡Manada! —se giró hacia los lobos—. ¡Los quiero a todos listos y atentos!

La manada respondió a su alfa con un grito aguerrido, al tiempo que golpearon sus pechos con un puño. Lo que vi no fue un príncipe heredero, sino un líder. Un líder que determinó lo que había que hacer, no para él sino para todos, para salvar a todos. Y yo comprendí porque Safiye me había dicho que yo era débil. Antes no podía moverme ni actuar sino era con el consentimiento y táctica de Van o las precauciones tomadas por Frederick, pero ahora, de ahora en adelante yo también tomaré mis propias decisiones, midiendo mis propios riesgos, salvando a quien yo considere y sacrificando lo que yo decida.

—Jared tiene razón, debemos movernos ya. Hover, Inferno, vayan por sus portadores, infórmeles lo que Solrrang ha dicho —ordene a las magnas que rápidamente bajaron de Solrrang—. Iremos a Zaruma, les pido que traten de evacuar a los habitantes —me dirigí a la manada de Jared—, los necesito al frente conmigo, no sabemos con exactitud a qué nos vamos enfrentar allá —paseé la mirada entre Jared y Frederick, ellos asintieron con la cabeza. Volví la mirada hacia Hansel—. Por favor quédate aquí y cuida del cuerpo de mi madre. Me has ayudado suficiente al venir hasta aquí y forzar tu cambio a beta, no quiero que al ir te esfuerces demasiado y te salgas de control.

Hansel intentó refutar. Quería ir, pero su hermano intervino y le hizo ver que no estaba listo para enfrentarse a un mal proveniente de las sombras, no tenía suficiente autocontrol, que llegara a convertirse en beta ya era algo sorprendente, pero debía seguir trabajando en su control.

Debemos irnos ahora. Tenemos que viajar a la frontera ahora. La grieta se hace más grande con cada segundo que pasa.

Me recordó Solrrang y yo asentí. Pero los lobos, aunque cambiaran de forma no llegarían rápido a la frontera, les tomaría muchas horas de viaje aún en sus cuatro patas, por lo que le pedí a Frederick que hiciera un esfuerzo por transportarlos a todos, eran diez en total, no sería fácil y tendrían que hacer varias escalas, pero al menos llegaría más rápido que por tierra.

Así lo hicimos, y aunque Frederick rezongó un poco, sobre el poder que tendría que invertir en dicho portal, al final terminó llevándolos a todos. Yo también tuve la intención de abrir un portal y transportarme junto con ellos, pero un gruñido desde atrás de mi hizo vibrar el suelo, me giré hacia Solrrang. Notoriamente ella también quería ir.

—No puedo transportarte —le dije mirándola a los ojos.

—Pero ella a ti si —dijo Hansel, el único que quedaba en el jardín.

El lobo tiene razón. Debes subir a mi lomo Malena.

—Pero yo... nunca he montado un dragón.

No creo que necesites mucha práctica amiga mía. Solo necesitas confiar en tus sentidos. La memoria olvida, pero los sentidos siempre guardan memorias.

—Lo harás bien. Las sacerdotisas lo hacen, no debe ser muy complicado, debe ser como montar a caballo. Solo debes confiar en ella, como ella está confiando en ti al ofrecerte su lomo como transporte —me dijo Hansel.

No podía detenerme a pensar mucho en nada. Estábamos perdiendo tiempo. Mordí mi labio inferior dudosa. Carajo. No hay tiempo para dudar.

—Bien —dije al final.

Solrrang se inclinó. Era demasiado grande para mi, para cualquier humano en realidad, yo apenas y media lo que media uno de sus dedos. Recogió sus alas para darme más acceso a su lomo. Yo no sabía cómo subirme, no es como si hubiera una silla igual que en un caballo. Sin embargo, busque la forma de subirme, Hansel me sujeto de la cintura lo que me facilitó trepar con cuidado, sin chocarme con su ala, pasé mi pierna por encima de su cuello y de allí me acomode justo en el puente que unía sus hombros con sus alas. Su cuello estaba adornado con aletas doradas que...

Sujetate.

La voz de Solrrang advirtió lo que seguidamente fue un sacudón cuando extendió sus alas.

—Cuida del cuerpo de mi madre por favor —volví a pedir a Hansel antes de que Solrrang comenzará a elevarse hacia el cielo.

Me aferré con todas mis fuerzas a su cuello mientras ascendíamos. Era mi primera vez sobre un dragón, pero la sensación de estarlo no se sintió como esperaba. Es más familiar.

***

El viento azotaba mi rostro con fuerza, las corrientes cambiantes del viento alborotaban mi cabello. Cada aleteo, cada giro, era una descarga de adrenalina que me mantenía alerta, y he de confesar algo atemorizada.

Las nubes comenzaban a teñirse de un naranja intenso, un presagio del ocaso inminente. Una advertencia silenciosa de lo inminente: la noche estaba cerca. Y con la noche, vendrían las sombras, y les daría aún más fuerzas a las criaturas que se fortalecen en la oscuridad.

—¿Cómo es que puedes volar así de bien sí estuviste tantos años viviendo en las profundidades? —pregunté a Solrrang.

Qué curiosa te has vuelto. Y créeme, te sorprendería sí te dijera todo lo que puedo hacer. Aunque estaba allí abajo como una prisionera, podía salir a volar cuando quisiera, las profundidades son un lugar muy amplío, lleno de vacío y olvido.

Sí lo vi, y también oí como decían que te la pasabas más dormida que despierta.

Reservaba mi energía que es muy distinto. Muchas cosas de oscuridad han estado esperando un momento de debilidad en la muralla durante quinientos años. Sí uno se abre paso con él traerá a su ejército y destruirá todo a su paso.

—¿Saliste por qué sentiste que venían?

Podría decirse que si. Sentí la ruptura en el equilibrio que se mantiene entre los mundos divididos. Sentí como la oscuridad se aproximaba y entonces... supe que el tiempo de invernar había culminado.

—No sabía que los dragones invernaban.

Y no lo hacen. Pero yo me vi obligada a hacerlo. Más que invernar, me ocultaba, por eso he vivido todo este tiempo en las profundidades.

—¿De qué te ocultabas?

De seres que anhelaban cazarme para arrebatarme mi poder.

—Pero gracias a la muralla, Terra es un lugar seguro, ¿por qué no vivías libremente entonces?

Todos creían que había desaparecido después de levantar la muralla junto a Scarleth. Sin mi mejor amiga y compañera viva, sin nadie en quien confiar con seguridad, asumí que lo mejor era ocultarme. ¿Y qué mejor lugar para hacerlo que las profundidades, para que mi energía no fuese captada por nadie?

—Estás diciendo que la reina Scarleth murió al levantar la muralla, ¿entonces, cómo se fundó la familia real sí ella murió?

Scarleth fue reconocida como reina mucho antes de levantar la muralla. Su carácter, determinación y espíritu de liderazgo la convirtió en la reina que todos recuerdan pero que nadie conoció de verdad. Su historia, su verdadera historia está plasmada en el único libro al que ningún humano ha tenido acceso jamás, es probable que allí encuentres las respuestas a todas tus preguntas.

—El libro de los siete sellos.

Ya has oído de el entonces.

—Frederick me comentó algo, pero no lo he visto y mucho menos leído.

Será porque aún no llega el tiempo para que lo leas, pero llegará, por ahora, sujétate hemos llegado a Zaruma.

De un momento a otro Solrrang bajó en picada. Cerré los ojos mientras me sujetaba a una de los picos doradas sobre su cuello. Mi estómago subió hasta mi garganta, y algo horrible se retorció en mi pecho.

De repente sentí que se detenía, pero sus alas seguían en movimiento. Estábamos sobre el pueblo de Zaruma. Abrí los ojos después de que unos gritos desgarradores llegaran a mi oído. Por encima del hombro del Solrrang pude ver como una torre de humo subía mientras una hilera de casas se incendiaba, la gente corría de un lado a otro despavorida, los lobos ya habían llegado, los estaban evacuando.

—¿Alguna señal de algo oscuro?

Señales varias, criaturas son las que aún no identifico.

Comenzó a volar sobre el pueblo. Sobrevolando el camino de llamas, caos y destrucción que había en el. Ambas buscábamos con la mirada al causante directo de la catástrofe, pero no tuvimos mucho éxito. Al menos no hasta que unos árboles comenzaron a moverse de forma extraña en el bosque oscuro, varios metros más al fondo desde dónde estaba el pueblo.

De entre los árboles salieron unas criaturas de oscuridad. Feroces, como de dos metros de alto, más pequeñas que el Denetor sin duda, con dientes afilados, y garras increíblemente grandes. Desde aquí podía notar que su rostro era oscuridad, puntos rojos brillantes en lugar de ojos y pozos vacíos por encima de su alargada boca indicaban que era la nariz. El cuerpo entero de las criaturas estaba revestido de una viscosidad extraña que brillaba a la luz de los agonizantes rayos de sol.

Lentamente bajé mi mano hasta la daga en mi pantalón y la empuñé mientras me pensaba cuidadosamente qué elemento debía usar para combatir a esas cosas sin debilitarme de más. Aquello iba a ser difícil, muy difícil, porque necesitaba mi energía para cerrar la grieta, no para combatir a una cosa de esas.

Una de las criaturas soltó un estruendoso sonido agudo, lo que supongo era un rugido y se lanzó hacia el pueblo cuando otra respondió desde dentro del pueblo con un rugido igual de agudo.

—Debo bajar para enfrentarlos.

No. No puedes perder energía combatiendo a los señuelos. Debemos buscar a la ama del problema y sacarla del pueblo para que sus criaturas se vayan junto con ella.

Sin darme tiempo para protestar, Solrrang cambio de rumbo. Buscaba algo o alguien dentro del pueblo. La ama del problema la llamo ella, pero yo seguía sin entender a qué se refería. Conforme avanzábamos por el cielo más destrucción aprecié dentro del reino, habían destruido prácticamente todo; sí en cuestión de minutos se tomaron un pueblo, tomarse el reino no les tomaría ni una semana.

Allí.

Inclinó la cabeza hacia una plaza en particular dentro del pueblo. Las torres de humo que se elevaban desde el lugar nublaban mi vista, pero algo destacaba entre el gris de la destrucción: un destello rojo que danzaba al compás del viento. No pude distinguirlo con claridad hasta que Solrrang descendió en picada y aterrizó en el centro de la plaza, sin importarle el humo ni nada.

Solrrang rugió hacia algo, algo que no pude reconocer al principio. Solo cuando recurrí a mi magia para bajar del lomo de la dragona lo vi con claridad. No era un "algo". Era un "alguien". Una mujer. Pero no cualquier mujer...

La destrucción, los gritos, las llamas, la capa roja con capucha, la sonrisa viperina en esos labios carmesí...

El destino me lo había advertido, y hasta ahora comprendo que no era una simple señal. Era una premonición. Todo conducía a este momento.

Mi corazón latía desbocado, mientras Solrrang exhalaba humo por sus fosas nasales. Pero yo no podía darme el lujo de mostrar debilidad, ni asombro. No frente a una completa desconocida: La ama del problema.

Di un par de pasos, frente a Solrrang quien mantenía un gruñido contenido sin despegar la mirada de la mujer. La mujer, imperturbable, no había retrocedido ni un centímetro ante el rugido. Su capa escarlata ondeaba hacia atrás, cubriéndola por completo, mientras la capucha velaba la mitad de su rostro. Solo se podían ver sus labios rojos carmín y algunos mechones de cabello dorado que escapaban de su refugio debajo de la capucha.

Los ojos de Solrrang permanecían fijos en ella, gruñendo sin cesar. Era evidente. No había duda. Ella era la ama del problema.

—¿Quién eres? —solté al fin, mi voz cargada de una mezcla de desafío y temor

La ama del problema era una cosa, pero yo necesitaba una identidad.

—Finalmente la ama del dragón ha vuelto —contestó en un hilo de voz suave, sin mover nada aparte de sus labios, sin elevar el rostro si quiera, sin dispersar la sonrisa viperina de sus labios—. Que la guerra comience entonces.

Sin darme tiempo de decir algo más, la oscuridad envolvió a la mujer y desapareció frente a mis ojos. Con ella se llevó gran parte del humo que saturaba el aire, revelando una escena de horror que me heló hasta los huesos.

Montones de cuerpos sin vida yacían dispersos por toda la plaza. Hombres, mujeres, niños... personas de todas las edades, calcinadas y bañadas en sangre.

Mi labio inferior tembló, y aunque el miedo me atenazaba, no me atreví a girarme hacia Solrrang. Mis ojos permanecían fijos en la desgracia frente a mi mientras mi voz apenas escapaba de mis labios:

—¿Quién era esa mujer?

La gran bruja, madre de todas las criaturas oscuras.

La... ella, ella era la gran bruja.

Madre incluso de los vampiros...

—Debemos ir por ella, no puedo permitir que se adentre en el reino —me gire hacia Solrrang de inmediato.

Se ha ido, y lo más probable es que ni siquiera haya estado aquí realmente. Fue solo una ilusión de ella misma, por eso no mostro el rostro. Lo más probable es que esté afuera esperando que la muralla caiga por completo para poder entrar...

—Y destruir todo a su paso —complete por Solrrang.

—Malena... Malena.

La voz de Jared a mi espalda me sacó del pequeño trance en el que había estado. Me giré hacia él, encontrando su rostro lleno de preocupación y desespero.

—Me adentré en el bosque, fui hasta la frontera, y la grieta está creciendo —dijo, señalando un punto en el cielo donde la muralla revelaba una fisura—. Pero no hacia los costados. Está extendiéndose hacia arriba.

Seguí con la mirada su dedo, enfocándome en la fractura que lentamente parecía alargarse.

—Quieren derrumbarla —murmuré, apenas consciente de mis propias palabras.

—Frederick ya ha evacuado a gran parte de los sobrevivientes utilizando portales, pero la tarea se está volviendo más difícil —informó Sheynnis, llegando desde otra dirección, su voz agitada por el cansancio—. Cada vez más de esas cosas se adentran en el pueblo.

—Debes hacer algo —insistió Jared, sus ojos clavándose en los míos.

—Lo sé, lo sé. Pero primero debo asegurarme de que todos los habitantes estén a salvo. No puedo permitir más muertes.

—Entiendo tu preocupación como reina, Malena —intervino Sheynnis con tono firme—. Pero debes aceptar que, aunque quieras salvar a todos, no vas a poder. Si no cierras esa maldita grieta ahora mismo, más cosas de esas van a seguir infiltrándose, y no tendremos manera de controlarlas.

—No si lo hacemos juntos. —La voz de Eli resonó fuerte y decidida mientras él y los otros tres guardianes aparecían a mi espalda en medio de una torre de humo.

—Yo me encargaré de las llamas —anunció Zev, dando un paso al frente—. Haré mi mejor esfuerzo, aunque no puedo prometer apagarlas todas.

—Yo puedo tratar de menorar algunas. Pero creo que seré de mayor ayuda si le prendo fuego a una de esas cosas —puntuó Eli al tiempo que se retiraba los guantes de cuero de las manos.

—Yo puedo dispersar el humo para que no afecte su campo de visión y rescate —ofreció Ruth. Hover asintió sobre su hombro.

Parpadeé varias veces sintiendo un extraño alivio en el pecho. Sus palabras eran un recordatorio brutal de la realidad. Mi respiración se aceleró, pero apreté los puños. No podía vacilar ahora. La grieta debía cerrarse, sin importar el costo.

Las magnas deben tener cuidado de no ser vistas. Diles que las oculten.

Resonó la voz de Solrrang en mi cabeza.

—Y yo puedo ayudar con los escombros ¿creo? —dijo Teo.

—Gracias. Pero asegúrense de ocultar a sus magnas, nada que provenga del otro lado puede verlas —dije a los guardianes y ellos asintieron. Me gire hacia Sheynnis y Jared—. Aunque todos digan que no puedo. Yo voy a intentarlo, trataré de salvarlos a todos, y sí al final no resulta... al menos sabré que hice mi mejor esfuerzo por salvarlos.

Jared asintió y agregó:

—No quiero truncar tu intento, solo quiero que seas más razonable. Mientras tu estas aquí, allá la muralla sigue flaqueando —señaló nuevamente aquel punto en el cielo.

—Nosotros nos podemos encargar de los sobrevivientes —intervino Ruth.

Él lobo tiene razón, nosotras debemos encargarnos de algo más importante.

—¿Confías en nosotros? —quiso saber Jared.

Y yo me pregunté sí esa pregunta tendría algún sentido después de todo lo que habíamos pasado juntos hasta ahora. Trague grueso. Ellos no eran como Van, no son seres desalmados y tampoco necesitan de sangre para vivir.

—Si —afirme levantando la mirada hacia Jared. Ahora somos un equipo, no estoy sola en esto, y aunque quisiera sé que no podré con todo sola—. Confío plenamente en cada uno de ustedes, es solo que en el fondo... en el fondo siento que como reina las vidas de las personas dentro del reino dependen de mí, y muchas ya han muerto injustamente, y yo no pude hacer nada —se me hizo un nudo en la garganta al verme rodeada de tantos cuerpos y al mismo tiempo recordar... a mi madre.

—Y son tu responsabilidad, pero no vas a poder con todo, no sola. Por eso estamos aquí y juntos lucharemos por salvarlos a todos —Ruth posó su mano sobre mi hombro.

—Estamos aquí para ayudar. Como el equipo que se supone que somos, formaremos una resistencia, dispersos e independientes no importa lo mucho que luchemos, no lo lograría ni yo, ni tú, ni nadie —añadió Jared.

—Por eso los lobos andan en manada reinita —Sheynnis se encogió de hombros.

Bajé la mirada un par de segundos para ocultar una lágrima fugitiva. Ahora lo comprendía todo. Ahora todo tiene sentido. Cada desafío, cada pelea, cada lágrima, cada enemigo y cada camino recorrido al borde la muerte no era solo para conseguir aliados o para recuperar el poder, era para forjar lazos, lazos fuertes de unión y fraternidad, entre humanos, lobos, guardianes e incluso... un vampiro.

—Gracias. Gracias por no dejarme sola.

Les agradecí con el corazón en la mano. Una sonrisa de Ruth, un asentimiento de cabeza por parte de Jared y un pequeño golpe en la espalda por parte de Solrrang despertó lo que por tanto tiempo en mi se mantuvo dormido: confianza y liderazgo.

Me giré hacia Solrrang. Ella entendió la señal y se inclinó para que yo pudiera subirme. Me llevaría un tiempo acostumbrarme; no es igual que montar un caballo, pero con ayuda de la magia podría lograrlo. Volví a acomodarme sobre el lomo de Solrrang, esta vez utilizando mi magia.

—Me encargaré de lo que me corresponde e intentaré cerrar la grieta —dije una vez estuve sobre Solrrang.

—Nosotros nos ocuparemos de los sobrevivientes y de esas cosas —aseguró Jared.

Asentí con la cabeza paseando la mirada sobre cada uno de ellos, mis aliados, mis amigos, mi equipo... mi manda. Solrrang se inclinó para tomar impulso y se lanzó hacia el cielo, cuidando de no dañar sus alas con las casas en llamas.

Mientras ascendíamos, tuve una vista más amplia del caos que aumentaba dentro del pueblo. Las llamas consumían todo a su paso y no cesaban. Por las calles, las criaturas de oscuridad corrían de un lado a otro, infundiendo pánico, mientras los lobos las perseguían, atacándolas y tratando de detenerlas. No eran del mismo tamaño, por supuesto que no. Los lobos no eran tan altos como esas criaturas, a menos que se pararan sobre sus dos patas traseras al igual que el Denetor.

Aún se escuchaban gritos allí abajo. Aún había vidas en peligro, pero mis aliad... no, mis amigos se encargarían de ellos, irían a salvarlos. Confío en ellos. Mientras tanto, yo intentaré salvarlos del mal que intenta romper los límites que nos dividen: la muralla.

Necesitarás apuntar a la grieta con una mano, mientras canalizas parte de tu energía hacia ella

Me informó Solrrang mientras abandonábamos el pueblo y sobrevolábamos el bosque oscuro.

Había demasiado movimiento entre los árboles. La grieta debía estar abriéndoles cada vez más paso. Solrrang se detuvo a una distancia prudente del límite, manteniendo sus alas en movimiento. Desde aquí ya podía apreciar con mayor claridad la grieta. Un agujero considerable se expandía con cada segundo, revelando el color brillante de la muralla mientras un velo de oscuridad se adentraba a través de ella.

Debes hacerlo ya.

Resonó la voz de Solrrang en mi cabeza, recordándome mi propósito.

Respiré hondo, cerrando los ojos por un instante antes de extender mi brazo hacia la grieta en el cielo. Trató de concentrarme, y canalizo la energía en una orden silenciosa, directa al elemento luz en mi interior y al instante, de la palma de mi mano se dispara un rayo de luz con el que recorro la fractura.

Poco a poco, mientras el rayo avanzaba, la grieta comenzó a desvanecerse, la muralla se reconstruye; se cierra.

Solrrang se elevó más alto, alejándose para darme una mejor visión del progreso. Desde las alturas, podía ver cómo la grieta retrocedía, pero también comenzaba a sentir cómo la energía quemaba bajo mi brazo. Mis articulaciones temblaban, cada músculo protestaba, y mi cuerpo amenazaba con rendirse. Pero no podía detenerme. No debía detenerme.

Ignoré el dolor y el cansancio que amenazaban con derribarme. Lo ignoro y me esfuerzo para que el rayo siga la línea que la grieta había marcado para cerrarla.

Cuando logré cerrar completamente la grieta delgada y alcancé el agujero en el fondo, junté ambas manos y canalicé con mayor fuerza. Solrrang voló hacia las copas de los árboles, cuidando sus alas. Estaba más cerca, y mis brazos comenzaban a temblar. De hecho, todo mi cuerpo temblaba.

Reforzarla era una cosa, pero reconstruir parte de la muralla con la oscuridad atravesándola era algo muy, pero muy diferente. Lo comprobé con cada fibra de mi ser temblando, amenazándome con desmayar en cualquier momento.

Cerré los ojos sin dejar de apuntar al agujero. Un grito aguerrido escapó de mi garganta cuando, de repente, me vi a mí misma levitando por encima de Solrrang. Estaba en el aire, unida únicamente al poder que mis manos disparaban hacia el agujero. La dragona sobrevoló por encima de mí y, cuando lanzó su fuego en la misma dirección en la que yo disparaba un rayo de luz, recurrí a todas las promesas que aún quedaban por cumplir dentro de mí. Con mucha más fuerza apunté hacia el agujero.

Un segundo grito se desprendió desde lo más profundo de mi garganta cuando una luz me envolvió y me cegó por completo.

Imágenes inconexas invadieron mi mente. Imágenes que venían como olas: voces, gritos, gemidos...

Pero, en medio de todo ese mar de confusión que invadía mi cabeza, una voz sobresalió. Era una voz ronca, profunda, cargada de una nostalgia que parecía apagarla. Entonces, en medio de la tormenta una sola frase se volvió entendible, una frase que hizo que se me erizara la piel:

En otra vida estaremos juntos.

Holaa por aquí!!!!

Ya se acerca, se acerca el final ¿Pueden percibirlo?

Malena está atravesando momentos difíciles, demasiados al mismo tiempo ¿Creen que su cuerpo resista?

Van y yo esperamos que sí.

Nos vemos el próximo lunes. Gracias por leerme y llegar hasta aquí, de verdad, ustedes son el motor de esta historia.

No olviden votar y dejarme en comentarios su opinión.

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