CAPÍTULO 36
CAPÍTULO 36
¿SU FIN O EL NUESTRO?
¡ALERTA! 🚨 Vayan preparando sus palomitas 🍿 porque lo que viene será una montaña rusa de emociones. Este capítulo está lleno de momentos intensos, así que les recomiendo leer con cuidado cada detalle y, por su bien, asegúrense de estar sentadas mientras lo hacen. Les prometo que se van a quedar sin aliento.😘
Una oleada de dolor recorrió mi brazo y mi espalda cuando la cápsula de tiempo se estrelló contra la pared de piedra de la torre, creando un enorme agujero en el muro antes de deshacerse por completo. Cuando recobré la consciencia, me di cuenta de que estaba recostada en el suelo, rodeada de escombros. Por la inclinación del techo, deduje que me encontraba en el punto más alto de la torre, rodeada de polvo gris y fragmentos de piedra.
Una extraña picazón invadió mi garganta cuando intenté incorporarme. Tosí compulsivamente a causa de la gran cantidad de polvo que flotaba en el aire, pero no era la única; en mis oídos resonaban como ecos los quejidos y estornudos de Safiye
—Se acabó —sentecio incorporandome—. Tú reinado ha llegado a su fin.
Dije con voz más fuerte en cuanto la nube de polvo se dispersó. Safiye desde el otro extremo de la torre trataba de ponerse de pie, su melena y vestido eran un desastre. Toda ella estaba llena de polvo, incluso más que yo, tal vez eso se lo deba a Van.
—No puedes ponerle fin a la eternidad, querida. ¿Te sientes muy valiente porque tienes la placa para comandar los ejércitos? No sé cómo la robaste, pero tú y yo sabemos que no eres nada sin ella. Y no serías nada si no fuera por mí, por Cordelia y su posición... ¡la posición que tú le robaste! —gruñe al tiempo que se incorpora.
—¡Yo no he robado nada! ¡FUISTE TÚ QUIEN ME TRAJO AQUÍ CON ENGAÑOS! —Aparté las manos de mis costados y las extendí hacia los escombros, elevándolos en el aire detrás de mí con ayuda del elemento agua, mientras ella me miraba desconcertada—. ¡FUISTE TÚ QUIEN ARRUINÓ MI VIDA, LA DE MI FAMILIA Y LA DE TU HIJA!
—¿No has robado nada, dices? ¿Entonces de dónde sacaste el segundo elemento que posees? ¿A quién se lo robaste, querida? ¿Crees que no sé que para obtener otro elemento primero debes robarlo? ¡Es así como aseguras que no eres una ladrona!
Un nudo se formó en mi garganta. Pero no, hoy no iba a derrumbarme por sus palabras. Hoy no. Karina me lo dio voluntariamente, ella me lo dio a mí. Yo no lo robé.
Fueron solo segundos antes de que un gruñido lleno de rabia se escapara de mi garganta y lanzara los escombros que había levantado con magia hacia ella. Una risa sádica fue su respuesta cuando levantó una barrera mágica para protegerse. Los escombros ni siquiera pudieron tocarla, así que dejé de lanzarlos y cambié de estrategia.
Comencé a usar mi magia: bolas de luz se estrellaban contra su barrera mientras me movía a su alrededor, atacando desde diferentes ángulos y direcciones. Finalmente, cuando notó que su barrera estaba a punto de colapsar, la deshizo y comenzó a contraatacar con rayos de color naranja
Nos mantuvimos así durante unos minutos; ella defendiéndose y tratando de atacarme en lo posible, mientras que yo era incesante en mis ataques.
—No todas somos como tú, ¿sabías? —mi voz salió firme, pero cargada de rabia contenida—. Hay quienes luchamos por causas nobles, no por poder. ¿Que si robé el elemento? —Di un paso hacia ella, sintiendo cómo la magia vibraba en mis manos—. La respuesta es no.
Con esas palabras, lancé una bola de luz contundente que impactó en su pecho, lanzándola contra la pared de la torre con un golpe seco.
Ella dejó escapar una risa sádica, una que hizo que mi pecho ardiera de indignación. Cerré los puños, luchando por no perder el control, mientras Safiye, claramente adolorida, se incorporaba con lentitud, sus ojos brillando con malicia.
—¿Es eso lo mejor que puedes hacer? —se burló, con su voz goteando veneno—. Bien dicen las malas lenguas: cría cuervos y te sacarán los ojos. Confía en ellos, y terminarán matándote.
No tuve tiempo de procesar sus palabras. Apenas fui consciente del momento exacto en que lo hizo. Con un rápido movimiento de cabeza, Safiye desató una fuerza invisible que me golpeó con violencia, empujándome hacia el extremo opuesto de la torre, directo al agujero que había dejado la cápsula de tiempo.
El pánico se instaló en mi pecho. Luché con todas mis fuerzas, intentando liberarme de esa energía opresiva que me envolvía, pero era como si una mano gigante me empujara inexorablemente hacia el borde del vacío. Poco a poco, el suelo bajo mis pies se iba acabando.
—¿Sabes cuál es la diferencia entre una reina de verdad y una simple chica como tú? —su voz sonó como un hilo estridente, cargado de maldad. Mi cuerpo, obedeciendo a su voluntad, se detuvo justo al borde del precipicio. Ella avanzó un par de pasos hacia mí, con esa mirada soberbia que me helaba la sangre, pero mantuvo una distancia prudente. Su sonrisa cruel se ensanchó antes de continuar—: No importa cuánto poder poseas, nunca sabrás usarlo para protegerte a ti o a los tuyos. ¿Por qué? Porque eres débil. Débil de mente. Pudiste matarme cuando tuviste la oportunidad, pero no lo hiciste. Esa falta de decisión, ese carácter insuficiente...
"Yo, en cambio, sé lo que quiero. Sé lo que le conviene a mi reino. No titubeo. Uso lo que poseo sin lamentaciones, sin restricciones. Y no tengo ningún problema en deshacerme de quien ose interponerse en mi camino. Eso es gobernar. ¿Y tú? Tú solo sabes llorar porque tu papá murió a causa de una injusticia. Tu madre, una inepta. Y tú, un títere manipulable, sin carácter propio."
Una lágrima escapó de mis ojos, recorriendo mi mejilla impregnada de polvo, ardiente y traicionera. Pero no, no le daría el gusto de verme derrumbarme. No esta vez. Yo podía. Me preparé para esto, lo hice durante tanto tiempo. No importaba lo que dijera, no importaba cómo me hiriera. Yo siempre puedo.
Apreté los dientes con fuerza, intentando reunir el coraje suficiente para resistir. Luché contra la magia invisible que me atrapaba, ejerciendo toda mi voluntad para zafarme. Ella rio, un sonido frío y cruel, mientras el brillo malicioso en sus ojos me perforaba como cuchillos.
—Mírate —se burló, su mano aún extendida hacia mí. Con lentitud, empezó a cerrar el puño en el aire, y con cada centímetro que avanzaban sus dedos, sentía como si algo invisible me estrujara, apretando cada parte de mi cuerpo con una presión insoportable.
Dolía. ¡Carajo! Dolía de verdad. Cada fibra de mi ser gritaba de agonía mientras ella disfrutaba del espectáculo.
—Adiós, querida —dijo con una voz cargada de burla venenosa—. Tal vez, en otra vida, puedas ser la reina de un mundo de débiles mediocres.
Y entonces, con un movimiento rápido, abrió su puño. La fuerza mágica me empujó con brutalidad hacia el vacío.
Un grito escapó de mi garganta cuando sentí mi cuerpo caer por los aires. Intenté recurrir a mi magia para evitar caer, pero no podía, los elementos en mi interior no respondían, me sentía débil muy débil, entonces lo supe...
Por eso me aprisionó con su magia.
Por eso ejerció fuerza sobre todo mi cuerpo...
Para hacer que mi energía se agotará intentando impedir que me asesinara con su magia.
Entonces este sí era mi... No
No lo era.
No. Una ráfaga de viento envuelta en humo verde neón y negro me abrazó justo cuando estaba cayendo. Su movimiento era armonioso y ágil, y en cuestión de segundos me devolvió a la torre con una fuerza arrolladora, estallando frente a Safiye como una bomba. Ella, al darse cuenta de que el humo me protegía, intentó huir desesperadamente.
El humo se desvaneció, dejando a Safiye en el suelo, tosiendo con fuerza, atrapada en su impotencia.
—Mi reinado será en esta vida, Safiye —le aseguré, dando un paso hacia ella con una calma letal, reduciendo la distancia entre nosotras a menos de dos metros—. Y será un reinado donde me aseguraré de que escorias como tú no tengan lugar.
Mi voz resonó firme, pero dentro de mí podía sentir el eco de sus palabras anteriores. Sí, en algo tenía razón: había flaqueado antes. Había dudado cuando tuve la oportunidad de acabar con esto. No cometería ese error de nuevo.
Sin apartar mis ojos de ella, desenfundé mi daga, el metal reflejando la luz tenue que entraba por los escombros. Esta vez no habría titubeos.
—Un vampiro... —susurró Safiye, su mirada perdida, fija en algo detrás de mí.
No necesitaba girarme para saber a quién se refería. Lo sentí desde el momento en que el humo me envolvió: fueron los brazos fuertes de Van los que me salvaron, los que me devolvieron a la torre. Y cuando el humo estalló como un rayo, fue su poder el que golpeó el cuerpo de Safiye con la misma fuerza que su arrogancia merecía.
Una sonrisa lenta y satisfecha se formó en mis labios mientras hablaba, mi voz cargada de un triunfo silencioso:
—Sorpresa.
El rostro de Safiye, pálido y tenso, reflejaba una mezcla de pánico y odio, pero esta vez yo tenía la ventaja.
Aunque en su rostro se reflejó la sorpresa, no hubo ni una gota de miedo. En lugar de eso, ella bajó su mirada hacia mí, posó sus ojos en los míos con ira y malicia, eso solo me motivó a acercarme a ella a pasos largos, empuñando mi daga con fuerza en el aire, dispuesta a clavarla en su pecho cuando...
Un grito femenino desgarrador rompió el aire, cada vez más cercano, como si algo la arrastrara hacia este lugar. El eco del grito se intensificó hasta que, en un instante, una silueta femenina emergió por el agujero en la torre, flotando, atrapada por la magia que la envolvía. La mujer fue lanzada como una marioneta hacia Safiye, quien ya estaba de pie, usando su poder con una precisión maliciosa.
En un abrir y cerrar de ojos, Safiye la atrajo hacia ella, colocándola frente a ella como un escudo humano.
La mujer tenía una cabellera larga, enmarañada, que ocultaba su rostro, y llevaba un vestido sucio, rasgado y desgastado que no permitía reconocerla al instante. Pero algo en mi interior comenzó a gritar antes que mi mente pudiera procesarlo. Safiye me observó por encima del hombro de la mujer, con una sonrisa llena de malicia, disfrutando de mi confusión y de la ventaja que ahora tenía.
—No eres la única que tiene sorpresas, querida... —susurró Safiye con una sonrisa viperina ensanchandose cada vez más en su rostro.
Un escalofrío helado recorrió mi columna cuando, con un movimiento brusco, Safiye levantó el rostro de la mujer, obligándola a mirarme directamente a los ojos.
No. No. No puede ser.
Mi corazón se hundió en un abismo de pánico y horror. ¿Cómo es posible que sea ella?
Tragué con dificultad, y sin darme cuenta, retrocedí un paso.
—¡SUÉLTALA! ¡SUÉLTALA, MALDITA! —grité, la rabia con el miedo mezclados en mi voz mientras di un par de pasos hacia ellas.
—¡Ni un paso más! —bramó Safiye—. O clavaré esta linda daga en su garganta.
Mi cuerpo se detuvo en seco. La daga flotaba en el aire, como una extensión de su voluntad, y su filo acariciaba la garganta de la mujer con una precisión letal.
No era una daga cualquiera. La reconocí al instante, incluso antes de que mis ojos se fijaran en la piedra incrustada en la empuñadura.
Era la de Van
Me obligue a mí misma a retroceder para evitar que le hiciera daño, a pesar que cada fibra de mi ser quería lanzarse hacia ella. Giré mi mirada hacia Van para confirmar que esa fuese su daga y cuando no la vi ni en su mano ni en ningún lado sobre él supe que sí lo era. Safiye se la arrebató con su magia.
Volví mi mirada hacia mi madre, ella no se atrevía a levantar la mirada hacia mí. Sollozaba en silencio con la mirada baja.
—Mamá... —mi voz salió apenas como un susurro, temblorosa.
Ella no reaccionó, no me miró.
—Vamos, hermanita —interrumpió Safiye, con una sonrisa cruel—, respóndele a tu hija. Cuéntale cómo terminaste aquí.
Las palabras de Safiye cayeron como un golpe en su pecho. Mi madre alzó lentamente la cabeza. Sus ojos, llenos de un dolor profundo e indescriptible, se encontraron finalmente con los míos, y me afligí más al recordar que estos eran los de Cordelia. Ese dolor me destrozó.
Se suponía que el rey de Faes la protegería. ¿Entonces por qué está aquí? ¿Por qué está en sus manos?
—Hija, perdóname... Perdóname, por favor... —balbuceó mi madre, su voz quebrada por el llanto.
—Qué aburrida eres —dijo Safiye, tirando del cabello de mi madre hacia atrás con un movimiento brusco. Mi madre jadeó de dolor, y mis puños se cerraron con impotencia.
—Tu querida madre... —continuó Safiye con cizaña— creyó que aquel hombre al que la entregué en Faes realmente la amaba. Pobre ingenua, siempre soñando con el maldito amor verdadero, cómo sí de eso se comiera. Creyó que sería feliz, que tendría una vida tranquila y aburrida en familia. —Safiye rió con una burla amarga—. Como si yo fuese a permitir algo tan patético.
El odio en su voz me hizo estremecer y a mi madre también.
—Ese hombre no era más que un títere para mí —prosiguió, con la voz afilada como una daga—. Solo lo usé para mantenerla fuera de mis dominios mientras yo te manipulaba para alcanzar mis propios intereses.
Sentí cómo la sangre me hervía por dentro al escuchar sus afiladas palabras.
—Pero, cuando dejaste de serme útil, decidí que no valía la pena seguir desperdiciando mi dinero en ese hombre. Le dije que podía hacer con ella lo que quisiera. Intentó matarla, claro —continuó Safiye, con una sonrisa sádica—. Incendió su casa con ella y esos mocosos fastidiosos dentro para que pareciera un accidente.
Un nudo de furia y desesperación se formó en mi garganta mientras Safiye se deleitaba en su relato.
—Pero entonces, ¡oh, sorpresa! —dijo con falsa emoción, y miro a mi madre por unos segundos —. Logró escapar... aunque no llegó muy lejos.
Mi madre tembló bajo el agarre de Safiye, como si el recuerdo fuera demasiado doloroso.
—La encontre y con gran sabiduría, la acogí en una de mis celdas. Algo en mi me dijo que la necesitaría por sí llegabas a aparecer y no me equivoque —Safiye sonrió, mostrando los dientes como una loba acechando a su presa.
Mis hermanos...
Ese hombre que parecía amarla solo fingía. Fingía por dinero. Toda esa felicidad que vi en Faes solo fue una farsa. Una farsa que Safiye compró para engañar a mi madre. Para engañarme a mi.
—¿Qué quieres a cambio de mi madre? —pregunté, forzando las palabras a salir de entre mis dientes apretados, aunque sentía que cada una me quemaba la garganta.
Safiye sonrió con malicia, mostrando sus dientes como una serpiente a punto de atacar.
—Parece que por fin empezamos a entendernos —dijo con un tono triunfal. Paseó su mirada lentamente entre Van y yo, disfrutando de cada segundo de su control sobre la situación. Luego volvió a mirarme directamente.
—Quiero... tu poder.
No me sorprendió. Mis ojos ni siquiera reaccionaron. Era tan predecible como aterrador. Su ambición no iba a permitirle desear otra cosa.
—No —dijo Van, su voz cortante como una espada desenvainada. Dio un paso adelante, con la tensión visible en sus hombros.
Luego, su tono cambió. Se suavizó, casi implorante.
—No lo hagas, Lena.
Sentí su mirada pesar sobre mis hombros, cargada de preocupación y advertencia, pero sobre mi conciencia pesaría la muerte de mi madre sí yo no cedía ante Safiye. Era mi madre.
La mujer que había sacrificado todo por mí, una y otra vez. La que trabajaba hasta el agotamiento para asegurarse de que yo tuviera algo que comer. La que, con una simple rama y un pedazo de tierra seca, me enseñó a leer y escribir para que no creciera en la ignorancia.
Mi madre.
La que nunca dejó de sacrificarse. La que me trajo al mundo.
No podía abandonarla. No podía fallarle.
—Renuncia a él voluntariamente y transfiérelo a mi cuerpo. Hazlo y no solo te entregaré a tu mamita, las dejaré libres y haré como sí esto nunca hubiese sucedido ¿Estamos de acuerdo? —miro a mi madre y acercó más la punta de la daga a su garganta. Volvió la mirada hacia mí—. ¿Tenemos un trato?
—No lo hagas Lena —volvió a rogar Van a mi espalda, esta vez puso una mano sobre mi hombro para hacerme reflexionar. Pero yo tenía claro lo que haría, estaba decidida. Gire mi cabeza y posé la mirada en su mano sobre mi hombro.
—Se trata de la vida de mi madre. Lo siento por decepcionarte, pero no voy a dejarla morir sí el poder de salvarla está en mis manos —susurre lo suficientemente alto como para que Safiye también lo oyera.
—Eso es querida, sé buena hija y salva a tu mamita —dijo con falsa empatía, volví la mirada al frente al escuchar la voz viperina de Safiye.
Se me removió el estómago cuando di un paso, un pequeñísimo paso hacia ella. Se sintió un vacío sobre mi hombro, justo dónde antes estuvo la mano de Van, solté mi daga y el chirrido que hizo al caer al suelo hizo que mi cuerpo se estremeciera. Iba a dejarlo todo, iba a renunciar a todo, pero iba a hacerlo por una buena causa, por mi madre. Ella lo merecía.
Di un paso más con la mirada fija en el rostro sucio y los ojos cristalizados de mi madre. No iba a permitir que muriera en manos de Safiye. No iba a abandonarla.
Cuando estuve lo suficientemente cerca, Safiye sin salir de detrás de mi madre me extendió una mano, la mire por un segundo, luego mire a mi madre quien negaba ligeramente con la cabeza.
—No lo hagas hija. No lo merezco. ¡No lo hagas! Perderás el título sí cedes —mi mano ya estaba en el aire cerca de la de Safiye cuando mi madre me rogó e imploró entre lágrimas que me detuviera.
—Pero perderás a tu madre sí no lo haces —me recordó Safiye enterrando en el cuello de mi madre la punta de la daga, la sangre no tardó en aparecer como símbolo de alerta y decisión para mí. Miré a Safiye, quien me gritaba con la mirada que lo cediera.
—No —suplico Van, luego mi madre, pero no retrocedí y tomé la mano de Safiye para salvar a mi madre.
—Renuncia a él con tus propias palabras y dámelo —me indico con los ojos desbordantes de codicia, por el poder que sabía iba a obtener. Trage saliva.
—Siempre fuiste una hija ejemplar —antes de que yo pudiese obedecer las órdenes de Safiye mi madre hablo—. Un orgullo para tu padre y para mí, fuiste como un rayo de sol cuando la oscuridad se apoderó de mi vida. Confío en que seguirás siendo el sol que brinda luz y calor en la vida de los que están sumidas en tinieblas —volví la mirada hacia ella pero Safiye sujeto con fuerza mi mano asegurándose de que no la soltara—.Como madre cometí muchos errores, unos más lamentables que otros, espero un día puedan perdonarme, y no culpen a nadie más por ellos, cuida a tus hermanos por mi —su voz se volvió más melancólica. Entonces lo supe, esta no era su forma de evitar que yo le transfiriera mis poderes a Safiye, era una despedida—. Y no dejes que tus heridas te conviertan en algo que no eres, al contrario, conviértelas en medallas de todas las batallas que ganaste. Vive una vida feliz como la que tú padre y yo siempre quisimos para ti. Todo lo que hicimos, lo hicimos porque te amamos desde el momento en que llegaste a nuestras vidas, no lo olvides.
—Ugh, qué dramática eres. Si quieres seguir escuchando las demencias de tu madre, dame tu poder.
Tragué grueso y volví la mirada hacia Safiye.
—Vive, hija. Vive. Ahora, ¡Hazlo!
Lo que ocurrió frente a mis ojos fue demasiado rápido. Safiye, asqueada, tiró el cuerpo de mi madre hacia mi. Unas gotas de sangre le alcanzaron el rostro. La daga atravesó su garganta frente a mí, y no fue Safiye quien la hundió... fue Van.
Mi pecho se apretó con dolor, mi labio inferior tembló. Mis rodillas se doblaron, y caí al suelo en un golpe seco, sosteniendo a mi madre entre mis brazos. La sangre le manchaba todo el cuello, sus ojos, sus hermosos ojos azules aún estaban abiertos, y su rostro... su rostro estaba cubierto de tierra y pequeñas líneas inconexas que dejaron las lágrimas que derramó justo antes de... no.
Sus ojos se movieron. Sí, sus ojos se movieron hacia mí. Con cuidado, dejé su cuerpo en el suelo, evitando que su herida tocara nada. La esperanza llenaba mi pecho. Tal vez aún podía hacer algo, tal vez aún podía salvarla.
—¡QUÉ HICISTE, MALDITO IMBÉCIL! —le gritó Safiye a Van.
Yo ni siquiera alcancé a levantar la mirada hacia ella cuando, con un movimiento ágil de su magia, Van estampó a Safiye contra el techo de la torre, luego contra una pared y otra, hasta finalmente elevarla al techo antes de dejarla caer al suelo con brusquedad. Su cuerpo impactó con un golpe seco en el suelo, en algún lugar detrás de mí.
—Mamá...yo también te amo.
Susurre con la voz más débil, casi apagada . Mi labio inferior temblaba. Las lágrimas rodaban por mis mejillas con total libertad y tocaron las suyas cuando me incline sobre su rostro para besar su frente y cerrarle finalmente los ojos. Aquellos ojos azules como zafiros que yo había heredado. Acune su rostro entre mis manos, ahogué un sollozo cuando note que mis manos temblaban alrededor de su rostro. Entonces lo comprendí... ella ya no estaba. Un grito lleno de dolor e impotencia se escapó de mi garganta. No me importo que su pecho y su cuello estuvieran llenos de sangre me abrace a ella y grite su nombre; o más bien el nombre que adoptó cuando me trajo al mundo: mamá.
No sé cuantas veces lo grite. Cuantas otras gruñí de dolor al ver la terrible herida que le arrebató la vida. Ni cuán sucia de su sangre estaba mi ropa, solo sé que mi madre, la mujer que me trajo al mundo estaba allí frente a mi, sin vida y yo no pude hacer nada para salvarla.
—Lo siento mucho...—la voz de Van llegó hasta mis oídos en un hilo suave. Su mano tocó mi hombro y entonces supe que estaba de cuclillas a mi lado, frente al cadáver de mi madre.
Una ráfaga de ira, mezclada con el dolor y la impotencia que sentía me invadió por dentro cuando quité su mano con brusquedad de mi hombro y lo aparté con un rayo de luz lo más lejos posible de mí. No fui consciente de mi misma cuando le lancé el rayo de luz que lo estampo contra una ruma de escombros.
—Tú la mataste. ¡Tú le clavaste la daga en el cuello! —le grité exaltada, con mi pecho subiendo y bajando a gran velocidad.
Sin saber lo que hacía exactamente, impulsada más por el dolor y la ira. Le desgarre parte de la falda del vestido de mi mamá, cuando aún Van intentaba ponerse de pie. De un tirón saqué la daga de la garganta de mi madre, y rodeé su cuello con la tira que arranque de su vestido. Ver su rostro cada vez más pálido, sentir el cuerpo que por años me dio amor y calor más frío que nunca hizo que el dolor y mi ira fueran en aumento. Tome la daga ensangrentada y la lance hacia Van, no con el afán de herirlo. Tal y como lo supuse la detuvo en el aire.
—¿Por qué lo hiciste? —mi labio inferior temblaba al pronunciar cada palabra. Note que el rayo desgarro parte del costado de su camisa porque un extraño humo negro salía de allí, inevitablemente me sentí mal por él y hable con más suavidad. —Sabías lo que significaba para mí. Sabías que la amaba entonces... ¿por qué lo hiciste?
—Tal vez ahora no lo entiendas. Comprendo que estás muy dolida. Pero lo que hice, lo hice por tu bien.
—¿Mi bien? —me señalé indignada—.¿Te parece que asesinar a mi madre es hacerme bien? No Van, al contrario, eso es hacerme daño.
Le dije con mi labio inferior temblando y mis ojos desbordantes de lágrimas. Dolida, estaba demasiado dolida, con la impotencia explotando en cada poro de mi piel.
No dijo nada y bajó la cabeza.
—Tú no me haces bien. Ningún bien —musité sin siquiera pensar con claridad las palabras que salían de mi boca. Van cerro sus labios en una dura línea y bajo la mirada, yo negé con la cabeza y volví la mirada hacia mi madre... hacia el cuerpo de mi madre, me arrodille frente a ella, tomé su mano entre la mía mientras sentía como un vacío enorme se formaba en mi pecho, un vacío horrible que hacía que se contrajera y doliera. Por más que lo intente ya no pude desahogar mi dolor a través del llanto, las lágrimas ya no me salían. No después de lo que Van había dicho, después de lo que yo le había dicho.
Mató a mi mamá.
El hombre al que amaba mató a mi mamá.
Mató a mi amorosa y compasiva madre... ¿por mi bien?
La decisión era mía. Yo iba a sacrificar mis poderes por ella, tal y como ella lo hubiera hecho por amor a mí.
Pero él la mató, la mató para que yo no me sacrificara. La mato. La mato.
La mató y dudo mucho que en este mundo quede alguien que me ame como lo hizo mi madre, como lo hizo mi padre...
Escuché unos escombros moviéndose a mi espalda. Unos pasos débiles. No era Van por supuesto que no.
Una correntada de ira subió a mi cabeza. Van no era del todo culpable. No. Porque quien nos orillo a todo esto fue ella. Fue Safiye.
Levante la cabeza y mi expresión cambió. No, en ese momento, algo dentro de mi cambio. Algo que me hizo incorporarme para girarme hacia Safiye. Con pasos torpes intentaba huir a través de la única puerta que permitía el acceso y salida hasta este punto de la torre.
Lo poco que quedaba de su vestido estaba completamente sucio y deshecho. Su cabello goteaba sangre, había dejado un caminillo de gotas comenzando desde dónde su cuerpo se estrelló en un golpe seco. Probablemente el golpe la haya dejado débil, más débil de lo que alguna vez haya podido estar.
—Safiye —dije su nombre en un hilo de voz fuerte.
Pero no se detuvo, siguió avanzando entre pasos torpes. Volví a decir su nombre, pero esta vez con mayor autoridad.
—¡Safiye!
Se detuvo. No espere más. Levante mi daga del suelo y avance decidida a terminar con lo que inicialmente había planeado venir a hacer y ahora con mucha más razón, mucha más motivación. A mitad de camino se giró hacia mí, y me miró con la mirada decaída como sí ya no estuviera del todo consciente. No me detuve. Quería carácter y carácter iba a obtener. Levante mi daga en el aire con decisión, apreté los dientes, un paso más y...
Sangre.
Sangre.
Sangre salió de la boca de Safiye, pero la daga continuaba en mi mano. Para ser más específica, continuaba en el aire.
Su cuerpo se dobló hacia delante. Entonces fui consciente de lo que a mis ojos había sucedido. Alguien más lo hizo. Alguien más la apuñaló por la espalda. La daga del homicida salió del estómago de Safiye. Di un par de pasos hacia atrás.
—Larga vida a la reina de los cielos —entre balbuceos Safiye pronunció sus últimas palabras antes de caer de rodillas al suelo, después de que su agresor retirara la daga de su estómago.
Retrocedí varios pasos al notar que no había sido Van. No, de hecho, Van ya no estaba aquí. Van se había ido. Ni siquiera noté en qué momento lo hizo, pero ya no estaba.
La sonrisa viperina con la que me veía el ministro de gobierno, el asesino de Safiye, me causó un extraño escalofrío. Es un hombre avaro, lo supe desde el momento en que lo vi por primera vez, su mirada, su asquerosa sonrisa lo delataba por sí solo.
—Creo que la he salvado majestad —afirmó luego de dar un par de pasos hacia mí, pasando por encima del cuerpo de Safiye como sí de un costal de papas se tratara.
No dije nada, ante un supuesto acto de bondad proveniente de un ser nada bondadoso, debo ser muy astuta. Retrocedí un par de pasos más, asegurándome de empuñar con fuerza mi daga para defenderme en caso de que fuera necesario.
—Oh, no, no. No huya. No hay de que huir ya. La malvada bruja de la historia ya ha muerto —levantó en el aire la daga ensangrenta con la que segundos antes atravesó el estómago de Safiye. Era una daga mucho más fina y larga que la mía, apenas podía verle la empuñadura plateada por encima de su mano.
—No estoy huyendo —le aseguró con voz neutra.
—¿Ah no? —soltó un chasquido con la lengua antes de adoptar una expresión pensativa posando su dedo pulgar e índice sobre su corta barba blanca y rodear su torso con su otro brazo—. Pues a mi me parece que sí.
Un paso hacia mí. Y yo di dos hacia atrás, faltaban muy pocos para llegar hasta el cuerpo de mi madre.
Rio burlón, antes de ocultar sus manos tras su espalda y comenzar a caminar de forma acechante a mi alrededor, no hacía mí, sino más bien pasos repetidos de un lado a otro en forma de media luna.
—Que escena tan... interesante —dijo al ver el cuerpo de mi madre detrás de mí.
—Aquí no hay nada interesante que ver. Usted asesino a la reina madre, por lo tanto, enfrentara cargos de traición y asesinato —afirme con voz severa.
—¿Yo? ¿Por asesinato? ¿Por traición? —una sonrisa felina asomo en medio de su barba—.¿Y por cuales será juzgada usted majestad? —su sonrisa desapareció y mi seguridad se tambaleo.
—No sé a qué se refiere —me mantuve firme a pesar del nudo en mi estomago—. Ni lo que está insinuando, pero sea lo que sea, tenga mucho cuidado con lo que dice ministro, le recuerdo que no está hablando con cualquiera, está hablando con su reina.
Nuevamente una risa felina acompañada de una mirada acechante.
—¿Mi reina? Eso depende —ladeo la cabeza.
—¿Qué? —le mantuve la mirada
—Eso depende de cual de las dos mujeres aquí muertas sea su madre. Digo, su verdadera madre, porque una lo es de nacimiento, otra lo es de título y otra pues lo es porque, bueno, ella la trajo aquí —se encoje de hombros.
—No sé a qué se refiere.
—Claro que lo sabes. Malena Beaumont —pronuncia mi nombre mirándome directo a los ojos.
Mis labios se cerraron en una dura línea obligando al resto de mi rostro a no expresar ni una gota de sorpresa. Esto no podía ser cierto, no podía. Al menos que él fuese...
—¿Sorprendida? —enarco una ceja divertido—. ¿Te comió la lengua el vampiro?
Carajo. No puede ser.
—Sigo sin entender a qué se refiere —me mantuve firme en mi postura de no saber nada.
—Si, lo sabe. Y lo sabe porque yo lo vi cuando la salvo de caer de la torre, oí claramente cuando la llamo Lena, oí todo lo que le dijo Safiye. No hay que ser demasiado inteligente como para saber de dónde sacó ese seudónimo.
Cerré mis puños con fuerza ante la sonrisa estúpida que proyectó hacia mí. Otro que quiere acorralarme, pensé que con Safiye morirían los problemas, pero ya veo que a este nuevo problema tendré que asesinarlo yo misma.
Sin darle el placer de acorralarme ni tiempo de respuesta siquiera le lance un rayo de luz que evadió con una barrera mágica potente.
—Ah, ah, ah —movió su dedo índice frente a mi—. No puedes atacar a la familia, primera regla del elemento cariño ¿no lo sabías?
Imposible hace menos de diez minutos me abalance sobre Safiye y utilice mi magia para pelear con ella.
—Mentira —apreté mis dientes con fuerza y volví a atacar.
Otra barrera. Una carcajada felina, sonora, burlona.
—Pobrecilla niña. La magia de la luz solo ataca a quienes representan una amenaza contra ella; la oscuridad.
Deje de dispararle bolas y rayos de luz. Mi pecho se agitó. No estaba mintiendo, el elemento, las bases de el estaban hechas para combatir el mal, a la oscuridad, y la magia que el poseía no era oscura. O la tenía muy bien disfrazada.
—¿Qué es lo que se propone ministro?
—Interesante pregunta —su turbia mirada se entorno hacia mi—. De hecho es la primera pregunta realmente interesante que alguien me ha hecho en... no lo sé ¿veinte años tal vez? Si, veinte años. Veinte años luchando por recuperar lo que me pertenece —su mirada se torno fría, escalofriantemente fría, y yo me detuve demasiado a observarlo que bajé la guardia y perdí la conciencia momentáneamente cuando utilizó uno de los bloques de piedra entre los escombros para golpearme en la cabeza.
Apenas y sentí el impacto. Apenas y pude distinguir entre el dolor y mi inconsciencia cuando mis ojos intentaron abrirse. Estaba recostada en el suelo y algo frío corría a un costado de mi frente: sangre. Mi visión se tornó gris y confusa, tuve que parpadear varias veces y volver a apoyar la cabeza en mi brazo otras cuantas cuando intenté incorporarme. Seguía en la torre, seguía entre los escombros, pero el ministro ya no estaba enfocado en mí, estaba enfocado en un cuerpo varios metros delante de mi: Safiye.
Con la visión aún borrosa, alcancé a distinguir cómo mantenía una mano extendida sobre el cuerpo de Safiye mientras una extraña energía mágica se desprendía de ella, ascendiendo por su brazo. La estaba absorbiendo. Pero no era cualquier magia; era una magia notablemente oscura. La energía subía por su brazo, hinchando las venas de su cuello y cabeza, tiñéndolas de un negro profundo.
De pronto, una alarma silenciosa se activó en mi mente. Mis sentidos me advirtieron que no debía forzarme más; no podía seguir luchando para ver. El golpe había afectado más mis ojos que mi propia conciencia. Cerré los párpados por un momento, dejándolos descansar mientras me dejaba caer por completo sobre los escombros. La rugosidad del suelo raspaba mi piel, y un fino hilo de sangre comenzaba a deslizarse desde mi frente hasta mi cuello, dejando un rastro cálido y pegajoso.
—¿Sabías que los ojos son considerados la luz de la existencia de un ser humano? Sin ellos, es muy difícil subsistir, y más para una reina cuyos ojos representan la luz de su reino —la voz del ministro resonó como un eco oscuro en mi oído. Seguía absorbiendo el poder de Safiye; lo supe por la dirección de donde provenían sus palabras. Su tono era calmado, casi juguetón, pero cada sílaba llevaba consigo un filo cruel—. Pero no, no arruinemos el momento con historias tristes. No, no, no. Mi moral no me lo permite, menos cuando tus preciosos ojitos están agonizando. Mejor, hablemos de tu querida tía, ¿sí? Sabías que era ambiciosa, ¿verdad, cariño? Pues bien, respecto a eso creo que te encantará oír una pequeña historia mientras mantienes tus hermosos ojos cerrados.
Unos pasos resonaron en el suelo, seguidos de un golpe seco. Algo cayó, hueco y pesado. Era un sonido vacío, como un cuerpo despojado de su esencia.
—Hace muchos años, exactamente quinientos, un día como hoy, hace solo unas horas, existieron siete reinos. Todos habitados por humanos. Todos gobernados por diferentes reyes. Astras, lo que hoy llamamos Sunland, era conocido como el reino más grande y poderoso. La mayoría de su población eran soldados, y su único propósito era conquistar las provincias fronterizas de otros reinos. Así, poco a poco, Astras extendía su dominio sobre el continente. No había ejército que lo detuviera. Hasta que llegaron los vampiros. Ellos arrasaron con más de la mitad de sus fuerzas, y entonces... la maldita reina Scarleth. Ella pudo habernos librado de la plaga de vampiros, y lo hizo, pero no gratis. Oh, no, no lo hizo como lo haría un alma altruista. La libertad tenía un precio. Las familias reales sobrevivientes se vieron obligadas a ceder ante ella, a doblegar su orgullo y apellido para salvarse. Mi familia incluida...
Mis ojos se abrieron momentáneamente. Trague grueso. ¿Había dicho su familia?
—El apellido Aryeron junto con el nombre del reino se perdió. Ella reunió a todos los humanos sobrevivientes a lo largo de los siete reinos y los alojó en el reino más grande, en el centro del continente: Astras. Allí levantó la muralla, doblegó a la realeza, cambió el nombre del reino y comenzó su reinado bajo un nuevo apellido real, el apellido de su miserable padre: Beaumont. En aquel entonces solo ella poseía magia, por eso nadie se atrevió a destronarla, ni a ella ni a su familia menos después de saber que sí ella o alguien de su familia no reinaba la muralla caería y los vampiros regresarían. Las familias que antes pertenecían a la primera línea de descendientes al trono, pasaron a ser simples campesinos con supuestos títulos de Lord o Conde. Lo menos que podía hacer según ella por aquellos que una vez pertenecieron a la realeza. Por años nadie, ni siquiera la nobleza fuera del trono tuvo magia, no, hasta que las generaciones se fueron multiplicando y la magia esparciéndose con ellos.
Mi cuerpo quería luchar. Yo necesitaba luchar, sus cortos y silenciosos pasos estaban cada vez más cerca de mí. No me atrevía a abrir del todo los ojos, los mantuve cerrados, me apoye en mis codos y me levanté poco a poco.
—Tú te estarás preguntando: "¿Por qué me estará contando todo esto?" Bueno, porque pienso que es necesario que tengas algo de contexto y entiendas las razones por las cuales considero que el trono de Sunland, en realidad, me pertenece. —Jadeé, no supe si de dolor o por la estupidez que acababa de escuchar—. Por si aún no lo has deducido, sí, soy descendiente de la familia Aryeron. Y sí, al igual que los Beaumont antes que ti, fui yo quien estuvo detrás de cada una de tus desgracias. Bueno, al menos fui la mente maestra. Los que ejecutaron las acciones no eran más que simples chivos expiatorios.
Su voz goteaba satisfacción venenosa, y aunque intentaba alzarme, mi cuerpo temblaba demasiado para sostenerse.
—Es aquí donde todo se pone interesante. No hagas mucho esfuerzo intentando levantarte, cariño, podrías perderte una de las mejores partes. Y créeme, no me gusta repetir las cosas dos veces.
Lo escuché acercarse, cada palabra parecía pesar más, y yo apenas lograba mantenerme sobre mis codos temblorosos.
—Durante años, mi familia ha intentado recuperar su lugar en el palacio y el poder. Al principio, fracasaron una y otra vez. Así, de generación en generación, el anhelo de regresar al trono se convirtió en un legado... un sueño siempre fuera de alcance. Hasta que nací yo, el hijo menor de la familia Aryeron.
Hizo una pausa, como saboreando el momento antes de continuar:
—El niño en el que todos habían perdido la esperanza. El que apenas aprobaba en la academia. Pero, ¿adivina qué? Yo logré lo que ninguno de ellos fue capaz de hacer en siglos. ¿Y, sabes cómo? Utilizando los sentimientos a mi favor. Enamoré y me casé con la hija viuda de la difunta reina de Sunland.
Su voz se tornó burlona, cargada de desprecio:
—No era una heredera al trono, ni siquiera una mujer particularmente atractiva. Solo una tía lejana del aquel entonces rey, alguien que por ley tenía derecho a un puesto en el consejo de ministros al no ser heredera. Conveniente, ¿no crees?
Mis músculos se tensaron mientras lo escuchaba, pero continuó sin inmutarse.
—Hasta ese momento, todo marchaba según mi plan. Pero mi suerte pareció acabarse cuando descubrí que las filas del consejo estaban completas. Nadie iba a renunciar a su puesto... al menos no sin una pequeña ayuda. Y ya sabes, cariño, en la política, las "renuncias" a menudo requieren... medidas más drásticas.
Se me hizo un nudo en la garganta. Los vellos se erizaron en mi piel, y mis ojos empezaron a abrirse al tiempo que unas manos heladas, calludas y extremadamente ásperas tomaron mi mentón. El ministro de cuclillas junto a mí, me obligó a girar el rostro hacia él.
—Quería poder, lo necesitaba. Y no me gusta apuntar bajo. Mis golpes siempre han sido altos. Sabía que, si quería gobernar, tenía que convertirme en el ministro de gobierno.
Mi pecho se contrajo, y el corazón me dolió como si cada palabra estuviera desgarrándolo. Ese era el puesto de mi padre.
—Un par de encuentros íntimos con la reina —continuó con una sonrisa torcida— fueron suficientes para obtener lo que quería: tu familia en bandeja de plata. Así es, cariño, yo fui el culpable detrás de la desgracia de tu familia.
Mis ojos, a pesar de la opacidad que aún los cubría, comenzaron a abrirse. Lo que vi me llenó de un terror tan visceral que la ira que había comenzado a arder dentro de mí se transformó en horror puro. Una lengua negra, larga y bifurcada como la de una serpiente, se deslizó por mi mejilla, dejando un rastro viscoso y repugnante.
El rostro del ministro era una abominación: sus ojos completamente negros humeaban oscuridad, y gruesas venas se marcaban como raíces podridas a lo largo de su cuello y frente. Mi visión aún no estaba clara, pero no la necesitaba para entender lo que era: un hechicero oscuro.
Van me lo había advertido una vez:
"La muralla repele al mal que viene del exterior, pero no puede expulsar ni proteger del que se gesta dentro."
—...Antes que ministro de gobierno, fui amante de tu tía. Una mujer ambiciosa y sin escrúpulos, exactamente lo que necesitaba a mi lado. Después de absorber el poder de mi esposa, deshacerme de la familia real fue el siguiente paso lógico.
Un escalofrío recorrió mi cuerpo mientras continuaba:
—Primero debía asegurar mi puesto en el palacio. ¿Y cómo lograrlo? Eliminando a tu querido padre. —Se permitió una risa seca, helada, antes de continuar—. Luego fue el turno del inepto rey. Devastado por la traición de su hermano, el pobre imbécil confió en mí sin dudar. Envenenarlo poco a poco fue tan sencillo que casi no tuvo gracia.
Sentí un nudo formarse en mi garganta, pero él no se detuvo.
—La familia real debía desaparecer por completo. No podía permitirme que siguieran reproduciéndose, así que fui por la insufrible princesa, pero la reina jugo una carta que confieso no estaba en mis planes al sacarla de mi alcance, no confiaba en mí del todo supongo, una víbora muy precavida cuando se lo proponía, pero yo sabía que tarde o temprano aparecería y cuando lo hiciera, yo la mataría. Pero mi problema se presentó cuando me di cuenta de que hasta ese momento no había considerado que necesitaría que la muralla siguiera en pie, entonces, al no haber esperanza en Cordelia, entraste tú al juego, reforzaste la muralla, demostrando o que Safiye había asesinado a su propia hija o que simplemente la niña no era la heredera legítima. Sea cual haya sido el caso, reforzar la muralla era algo muy necesario para prolongar la vida de mi ejército dentro de las fronteras, salvaste el día para todos; todo estaba hecho, lo único que necesitaba era deshacerme de Safiye, y la familia Beaumont desaparecería para siempre del trono, pero justo cuando estaba por hacerlo, ella intentó deshacerse de ti a mis espaldas ¿Por qué? No lo sé, a lo mejor porque creyó que no viviría lo suficiente para reinar y supuso que dentro de diez años después de tu muerte, ella ya no estaría en este mundo, y como la mujer egoísta que es o era, mil veces todos muertos con ella que vivos sin su mandato. Algo muy estúpido la verdad, yo te necesitaba viva, te necesito viva para llevar acabo mi reinado, no soy tan estúpido como para asesinarte y quedarme sin protección, no, claro que no, yo sí te dejare vivir no te preocupes. Ahora que estás quedándote ciega, será mucho más fácil para mí, para mi reinado.
Soltó mi mentón con brusquedad. Pasó nuevamente su larga lengua por mi mejilla lamiendo parte de la sangre que había en ella; mi sangre.
—Tú y yo tenemos un largo camino por delante. Pasarán muchos años hasta que mueras, y mientras te tomas tu tiempo, te prometo que te contaré todo. Especialmente la historia de cómo me las ingenié para deshacerme de tu molesto padre en el palacio. Oh, ¿mencioné que fui yo quien lo asesinó? —La respuesta se dibujó en mi rostro, un gesto de ira e impotencia que él disfrutó con perverso deleite—. ¿No? Qué descuidado de mi parte. Pues sí, cariño, yo lo maté. No podía haber un heredero al trono corriendo libre por ahí, ¿verdad?
Hizo una pausa, como si disfrutara saborear cada palabra antes de pronunciarla.
—Un día me adentré en el bosque. Confieso que encontrarlo me tomó tiempo, pero al final lo logré. Lo maté. ¿Y sabes cuáles fueron sus últimas palabras mientras lo asfixiaba? "Pagarás por esto". —Su risa resonó en la habitación, divertida y sádica—. Como si un muerto pudiera hacer pagar algo a un vivo.
No lo soporté más. No podía más.
Todo este tiempo había estado odiando a la persona equivocada.
Safiye era mala, sí. Traicionera, egoísta y déspota. Pero él... él era algo peor. Era un ser abominable, carente de cualquier rastro de humanidad.
Mis manos se cerraron en puños al escuchar su risa maligna. La ira ardía en mi pecho, pero con ella llegó algo más: claridad.
—¿Ciega yo? —Las palabras salieron de mis labios, firmes, casi como un desafío. Lentamente, comencé a incorporarme—. Sí, estuve ciega todo este tiempo, persiguiendo a la villana equivocada.
Mi voz se alzó, segura, mientras lo miraba directamente, enfrentándolo con toda la fuerza que me quedaba.
—Pero mis ojos están en perfecto estado. ¿Y sabes por qué? Porque la luz que arde en mi interior no puede ser apagada, ni siquiera por la sombra de tu maldad.
Estallé.
Con un grito desgarrador, extendí mis brazos hacia los costados. La ira que había contenido durante tanto tiempo explotó en forma de un rayo de luz cegador, que surgió de mi pecho con una fuerza que jamás imaginé poseer. La energía atravesó el aire, implacable, buscando al ministro, o lo que sea en lo que se hubiera convertido.
El grito que salió de mi garganta resonó con una ferocidad que para mi era desconocida, y los alaridos del ministro se unieron al eco. Su magia oscura intentó resistir, formando una barrera que temblaba bajo el impacto de mi luz, pero era inútil. Mi rayo era implacable, una manifestación de toda mi rabia y mi verdad, más potente, más devastador.
De repente, me di cuenta de lo que estaba sucediendo. Abrí los ojos, y por primera vez en mucho tiempo, no sentí ni dolor ni restricciones. Miré hacia abajo: mis pies flotaban por encima del suelo, sostenidos por la misma luz que emanaba de mí. El ministro luchaba, desesperado, pero su esfuerzo fue en vano. La luz lo consumía, quebrando su resistencia, hasta que finalmente su cuerpo cayó pesadamente entre los escombros, derrotado.
El rayo desapareció tan rápido como había surgido, extinguiéndose dentro de mi pecho, dejándome con una calma inquietante.
Mis pies descendieron con suavidad, tocando el suelo con un leve temblor. Me tambaleé, pero no caí. Inspiré profundamente, llenando mis pulmones de aire, mientras mis ojos se posaban en el ministro, ahora reducido a un ser derrotado, tendido a unos metros del cuerpo de Safiye.
—No puedo atacar a mi familia, porque también poseen un fragmento del elemento que les fue heredado al nacer —dije, mi voz cortante como un filo helado—. Pero sí puedo atacar a quien hurta y porta magia oscura.
En ese momento no reconocí mi propia voz. Era fría, contenida, como si el eco de mis emociones hubiera sido transformado en acero. Tal vez porque nunca antes había tenido que enfrentar tantas verdades crueles en un solo día
Di un par de pasos hacia él, pero me mantuve a una distancia prudente. Se movía y se quejaba aún, pero no salían palabras claras de su garganta.
—¿Duele? —mi voz goteaba desprecio mientras lo miraba—. Eso y más es lo que mereces por meterte con mi familia. No pensaste en que tu día también llegaría ¿verdad? Más te valdría morir aquí y ahora, porque si sobrevives... —Sonreí, una sonrisa amarga y cargada de amenaza—. No te preocupes, no te mataré. Pero me deleitaré haciendo miserables todos y cada uno de los días que te resten.
—Poder...—Balbuceó algo ininteligible.
Di un paso más, obligándolo a enfrentarse a mis palabras.
—¿Poder...? —repetí con sorna lo poco que entendí de lo que dijo—. ¿Poder? ¿Acaso no lo ves? El poder destruye y las...
No terminé la frase. Un rayo oscuro me golpeó con fuerza, lanzándome hacia atrás. Mi cuerpo se estrelló contra una de las columnas de la torre, que crujió bajo el impacto antes de que cayera al suelo. Un dolor agudo recorrió mi columna y mis costillas derechas; seguramente había fracturas. A pesar de ello, me forcé a moverme. Temblorosa, me puse de rodillas, apoyando ambas manos contra el suelo frío.
—Buen intento, cariño —escuché su voz cargada de burla. Levanté la mirada para verlo emerger de entre los escombros, sacudiendo su túnica como si el ataque no hubiera sido más que un inconveniente menor—. Sí, el poder destruye, sí, el poder destruye, pero eso fue algo que dijeron aquellos que poder no tenían... como tú
Por un instante, el ministro recuperó su apariencia humana. Sus ojos brillaban con una confianza cruel, casi como si saboreara su victoria.
—Por si se te olvida —continuó, su tono burlón perforándome como dagas—, poseo el diminuto porcentaje de magia que le correspondía a mi difunta esposa. Así que, aunque me ataques veinte mil veces, las veinte mil me levantaré. Porque un igual no ataca a otro igual, cariño, y tu magia... —hizo una pausa, disfrutando de sus palabras—. Tu magia jamás podrá matarme. Sorpresa.
Su sonrisa era el epítome de la arrogancia, y mi sangre hervía con una furia contenida. Esta batalla estaba lejos de terminar.
Entre jadeos volví a ponerme de pie, limpié el polvo acumulado en mi rostro con mi antebrazo izquierdo, mientras que con el derecho trataba de sostenerme las costillas que imploraban porque no me pusiera de pie. Él miserable mato a su esposa para robarle la magia con la que nació —la magia que en la sangre heredan todos los hijos de reyes y reinas— su porcentaje debe ser diminuto considerando que no fue heredera, pero sí el suficiente para evitar que el elemento como tal toque al portador. El muy imbécil lo planeó todo, por eso se caso con ella y la mato.
Estaba demasiado dolorida. Muy adolorida. Pero hoy no me rendiría, aunque me costase la vida, no me dejaría vencer. Hoy no.
Ahora mismo me gustaría tenerlo aquí conmigo. Ahora mismo es cuando más te necesito Van, pero ¿Dónde estás? ¿Dónde?
Helloo again!!
Ok, ok, tranquilas no se exalten sé lo que están pensando. Sí, pero también traten de comprender a Lena un poquito, acaba de perder a su madre lo cual no es fácil para ella, ya que su madre fue quien estuvo para ella toda su vida hasta que Safiye la saco del bosque.
Por otro lado, a nuestro Van se le ha hecho el corazón de pollo, siento que hasta a mí me dolió lo que Malena le dijo 😭💔
¿Se esperaban lo del ministro?
¿Qué dudas han surgido en ustedes ahora? Cuéntenme, les estaré respondiendo, solo a quienes comenten los próximos cinco días antes de la próxima actualización. Aprovechen que estoy regalando información por adelantado 🤭🖤
Gracias por leerme. De verdad muchas gracias, nos vemos el próximo lunes. No olviden dejarme una estrellita al final del capítulo, eso me motiva a seguir adelante con esta historia.
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