CAPÍTULO 32
CAPÍTULO 32
LA CAÍDA DEL OTOÑO
El Rey tenía razón. Todo fue un engaño para todos. Tanto para Safiye como para nosotros. Todos creímos tener al otro en la palma de nuestra mano, pero en realidad nadie tuvo nunca a nada ni a nadie bajo control. El alfa fusionado también fue obra de Safiye. Drogo a varios nobles con su magia y les ordenó intoxicarme con esa misma magia; por eso se acercaron aquella noche. Van lo descubrió cuando los interceptaron en el bosque; por eso se las arregló para llegar al baile, salvándome por enésima vez de una muerte segura. El cuerpo del alfa se fusionó con un guardia de élite de Sunland. Safiye los fusionó para que el guardia siguiera mi olor con las habilidades del alfa y me asesinara en caso de que me encontrara con vida, o por el contrario le informara sí estaba muerta.
Safiye conoce el secreto de los lobos. Sabe que no son leyenda, y se aprovechó de ello para intentar asesinarme sin verse directamente involucrada. Una razón más para que el Rey y Jared reiteraran su apoyo hacia mí y hacia mi causa. Safiye no nos acorraló, solo nos hizo unirnos más. Ahora tenía aliados más firmes de mi lado, y con certeza podia empezar a contar los días del reinado interino de la reina viuda Safiye, porque su caída estaba a la vuelta de la esquina.
Tal como lo predijo el rey, una hora fue suficiente para que culmináramos la reunión y armáramos pieza a pieza lo sucedido aquella noche. Sin embargo, nos quedó una pieza faltante: la del centro, la que conectaba los días de planeación con los acontecimientos de esa fatídica noche. Esa pieza era el traidor o la razón por la cual Safiye logró descubrirlo todo.
Su magia es engañosa y manipuladora, pero el rey aseguró que había reforzado las defensas de su palacio para prevenir algo así, para evitar que una magia ajena a los elementos se infiltrara. Por eso había pedido las luces mágicas a Oceanía. No eran un regalo, sino un escudo. El agua purifica, limpia, y aquellas luces que había visto todo este tiempo no eran simples luces: eran guardias de agua.
El rey también tomó sus precauciones, pero aun así no fueron suficientes. Frederick sugirió que para evitar más imprevistos como estos, los ajustes que pudiesen surgir para el día de cambio de Era, no se compartirían con nadie sino hasta ese día, y los mensajes que tengan que darse para comunicarnos en los próximos días serían llevados por el mismo Frederick en persona.
Una vez dejamos todo en claro, acordamos los pasos a dar juntos el día de cambio de Era, previniendo todo tipo de ataque sorpresa que Safiye pudiese tener entre las manos para ese día. Esta vez acomodamos todo perfectamente, conectamos toda entrada con una salida y, gracias a que Frederick pudo proyectar una imagen bastante realista del palacio y la plaza real, pudimos planificar el puesto a tomar de todos y cada uno de nosotros el día de cambio de Era.
Confieso que planificar los puntos de ataque y retirada de la mano del rey fue mucho más fácil. Él tenía mucha más experiencia que todos nosotros en cuestiones de política y ataques, aunque claro, no creo que tuviese más experiencia que Van en asesinar. Más de una vez sugirió cambios en los puntos de ataque que recomendó el rey alegando que el mejor ataque se da cuando este no se ve venir; exponer todas nuestras fuerzas y armas era innecesario cuando podíamos ocultar las mejores para un caso extraordinario. Ya habíamos visto lo impredecible que podía ser Safiye, así que más de una vez todos terminamos por darle la razón a Van y dejar que el enemigo nos guiará hacia la bruja.
De todo lo que escuchamos y discutimos para planificar el ataque de ese día, las palabras que más me marcaron, y que en este momento no dejaban de dar vuelta en mi cabeza, fueron las del rey a la hora de despedirse:
Incluso las criaturas de apariencia indefensa como Den pueden convertirse en una fuerte y aterradora como el Denetor. Recuérdalo, hija, que esta terrible derrota no te aflija; demuéstrale a Safiye que tú también puedes convertirte en un Denetor y devorar todo a tu paso.
Tal vez tenía razón. Tal vez yo sí podría lograrlo. Tal vez debía empezar a entrenar con mucha más fuerza que antes. Tal vez, aún podía dar lo mejor de mí sin fallar.
O tal vez estaba sobre pensando las cosas porque estaba rumbo a despedirme del único ser que aún me ve con ojos de ilusión, el único que me ve como si fuera una rosa frágil a la que hay que guardar y proteger.
—Malena —pronuncio mi nombre con la voz entrecortada. Yo me fijé en sus ojos vidriosos mientras él se aproximaba hacia mí, abandonando la sombra que le proporcionaba el árbol a la orilla del risco. El rey sugirió que me despidiera de él en este lugar, para evitar ir a palacio, dónde probablemente Safiye haya dejado algún sirviente pagado como observador. Lo que no tome en cuenta es que este árbol está en el mismo campo de mi sueño, en el mismo campo, dónde nos despedimos por última vez cuando éramos niños.
Me estrecha en un fuerte abrazo que devolví feliz de verlo controlado y fuera de peligro. Su apariencia no era la mejor; llevaba una camisa color tierra como los lobos de la manada de Jared, el cabello mojado y algo desordenado.
—Hansel. Me da gusto que hayas superado tu segunda luna llena. Perdóname por haberte metido en esto —dije apoyando mi mentón en su hombro.
—No hay nada que perdonar —me aseguró al tiempo que se separaba levemente para poder acunar mi rostro entre sus manos.
—Sí lo hay. Tú, Jared, mi padrino, todo es...
—Nada es tu culpa. Debes dejar de culparte de las cosas que pasan a tu alrededor. Nada es tu culpa ¿sí? Tú no nos obligaste a nada; lo que hicimos lo hicimos porque queríamos ayudar —acarició mi mejilla con ternura. La brisa fría del viento otoñal removió mi cabello mientras mis ojos estaban fijos en los suyos. En una mirada le agradecí sus palabras, y con una caricia sobre sus manos agradecí su comprensión. Las tomé entre las mías y las alejé con delicadeza de mi rostro.
—En definitiva, jamás conoceré a alguien de corazón tan puro como el tuyo Hansel —dije viéndolo a los ojos.
—Y yo jamás conoceré a nadie con un corazón tan aguerrido y valiente como el tuyo. Eres admirable, Malena, que nunca se te olvide lo mucho que has luchado para que no permitas que alguien con palabras o actos siniestros te baje la moral.
—Y que a ti nunca se te olvide que ninguna regla o tradición puede ir por encima de la razón del corazón. No tienes que pelear por algo que no quieres solo porque ellos creen que es lo correcto.
Hansel no tenía por qué pelear a muerte con su hermano solo para probar que era fuerte, o que era digno. Él vale mucho más, y no merece tener que pelear así con su propio hermano.
—Gracias. Lo tendrá presente.
Asentí con la cabeza y le regalé una última sonrisa. Van estaba al pie del risco y no tardaría en subir por mí. Debía despedirme rápido o alguien no deseado podría vernos.
—Espero verte pronto. Cuídate mucho.
—Espero que todo salga bien y que pronto retomes el poder en tu reino —toma mi mano para hacer una pequeña reverencia—. Majestad, será un gusto visitarla; aún no sé sí papá me dejará ir con Jared para el cambio de Era, pero estaré cruzando los dedos y haciendo méritos para que lo permita; hasta entonces espero que te mantengas bien.
—Luchare porque así sea. Y no te preocupes en asistir o no al cambio de Era. Lo primordial ahora es que domines tu poder y tus cambios ¿está bien? —Hansel soltó un pesado suspiro.
—Bien. Pero igual me estoy esforzando. Solo... —Hansel levantó la mano en el aire, apretando los labios en una línea tensa, como buscando la palabra precisa antes de hablar. Finalmente, posó su mano en mi mejilla nuevamente y, con voz suave, dijo—: Solo cuídate, Malena, cuídate mucho.
Entreabrí los labios, dispuesta a decir algo, cuando un exagerado carraspeo interrumpió el momento. Hansel se giró hacia la fuente del sonido, encontrándose con la mirada gélida y seria de Van.
Sin pensarlo demasiado, y para evitar que la situación se saliera de control, le pedí a Hansel que se quedara en el lugar mientras yo me marchaba con Van y Frederick. Hansel me miró fijamente, tomó mi mano una última vez y depositó un beso en mis nudillos como despedida. Un poco incómoda, le dediqué una sonrisa antes de retroceder lentamente hacia Van.
Cada paso que daba hacia él hacía que mi mano se deslizara sobre la de Hansel como una suave caricia que poco a poco se desvanecía, hasta que finalmente solo quedó el roce de la yema de sus dedos, dejando atrás su calidez para ir en busca del frío que siempre representaba Van.
Él mantenía su habitual semblante serio, pero ya había extendido su mano hacia mí, esperándome. Cuando mi mano se unió a la suya, sentí cómo la tensión en sus dedos se relajaba levemente al rodear los míos. Le dirigí una última mirada a Hansel antes de girarme y avanzar junto a Van hacia el risco.
Frederick ya nos esperaba abajo, con el portal abierto.
—Promete que la cuidarás —escuché a Hansel decir a nuestras espaldas.
Levanté la vista hacia Van, pero él ya había girado su atención hacia Hansel.
—No necesito prometer lo que ya sé hacer bien —gruñó Van antes de tirar de mí con fuerza, pegándome audazmente a su pecho. Rodeó mi cabeza con su mano, protegiéndola, y sin vacilar dio un salto hacia el risco, llevándome así con él.
***
Nuevamente estábamos dentro de Sunland. Nuevamente en este frío y espeso bosque húmedo, que gracias al otoño ya estaba perdiendo vitalidad. Un bosque al que a diferencia del bosque de Faes el otoño parecía no querer tocar. Van dijo que este fue el escenario de muchas masacres entre vampiros y humanos, y por eso la energía de la magia sombría aún se mantenía en este lugar. Lo extraño es que, en lugar de dejar este lugar sombrío desapegado del reino, la reina Scarleth lo dejó dentro de Sunland, protegiéndolo con la muralla, manteniendo dentro del reino esa energía.
Frederick sugirió ir al río cerca de el estaba la frontera con las sombras y por supuesto allí estaba la muralla. Él dijo que me ayudaría a maquillarla, pero aún no me ha dicho cómo; supongo que espera a que lleguemos allí para finalmente dar a conocer el hechizo. Por otro lado, Van no me ha dirigido la palabra desde que saltamos del risco. Extrañamente se ha mantenido en silencio mientras caminamos hacia el río, y muy aparte de su silencio está su actitud, más fría, más distante. Cuando trato de hacer algún tipo de contacto con él me evade, se adelanta a mis acciones y encuentra una forma de huir antes de que yo pueda acercarme. Tal vez está algo molesto por mi despedida con Hansel; tal vez no le gustó que insistiera tanto en verlo, pero no podía evitarlo. Me sentía muy culpable por todo lo que había tenido que atravesar la noche anterior; el cargo de conciencia me comería por dentro si no lo enfrentaba y le pedía disculpas personalmente. Después de todo, Hansel fue el primero en poner todo de su parte para conseguir el apoyo de Jared y su padre; sin él como intermediario, ni siquiera Van hubiera podido quedarse en Faes.
Por la prisa, ni siquiera pude despedirme de mi madre, aunque fuese unos segundos, pero el rey y Van sugirieron que lo mejor sería mantenerla al margen hasta que yo recupere el control del reino. Hasta que las aguas se calmen, yo tendría que evitar ponerme sentimental, evitar cualquier tipo de distracción; lo más importante por ahora era guardar todas mis fuerzas y prepararme para la pelea final. Eso era lo más importante. Y no estoy dispuesta a permitir que la actitud injustificada de Van afecte mi visibilidad del objetivo. Sí no quiere hablarme, bien, lo acepto, esperaré a que se le pase el resentimiento y hablaremos cuando él quiera hacerlo, pero que no espere que vuelva a intentar acercarme, porque no lo haré. Mi visión y mi energía de ahora en adelante estarán concentradas en una sola cosa: vencer y ganar la batalla.
—Solo debemos atravesar el río, a unos cuantos metros de la orilla están los límites, y un par de metros más allá la muralla —informó Frederick.
Asentí con la cabeza y comencé a saltar detrás de él sobre las piedras que sobresalen del río. Por un segundo eche una mirada hacia atrás para ver si Van venía detrás y al no verlo ni saltando ni en la orilla me giré hacia Frederick, quien continuaba saltando. Entreabrí los labios para preguntarle por Van, pero antes de que pudiera hacerlo, por encima de su hombro logré verlo, recostado en el tronco de un árbol en la otra orilla. Mis párpados se relajaron y hasta se me escapó un suspiro de alivio.
Uno que incluso el propio Van debió escuchar porque en cuanto el aire salió de mi garganta, él giró su mirada hacia mí, pero esta vez no la retiró; en lugar de desviar su mirada de mí, me siguió con ella, observándome saltar de piedra en piedra hasta llegar a la orilla.
—Los límites están allí, majestad —Frederick señaló unas pelusas mágicas color rojo intenso que flotaban a unos cuantos metros. Flotando incluso por encima del sendero del río que venía desde las sombras y conectaba con el que acabamos de atravesar.
—Ten cuidado —Van finalmente rompió el hielo y tomó mi muñeca. —Los límites no son solo pelusas brillantes; sí las tocas te infectan con una bacteria mortífera, por eso las llaman límites, no porque sean precisamente los de Sunland.
Tragué saliva, miré los límites, luego a Frederick, que me regaló un asentimiento de cabeza, afirmando las palabras de Van; volví a Van y él cerró sus labios en una dura línea.
—Bien, entendí ¿Cómo pasamos hasta la muralla entonces?
—Simple, majestad. —Frederick hizo un movimiento brusco con la manga de su túnica, provocando que el aire a su alrededor se agitara en una ráfaga que apartó los límites, dejándonos un pequeño espacio por donde cruzar—. Con cuidado de no tocar, es como pasaremos.
Controlé cada hebra de mi cabello mientras avanzaba cuidadosamente por el estrecho paso que se había formado en el aire, pero Van, desde atrás, utilizó su magia para ampliar el espacio. Con un hechizo sutil, removió las pelusas que obstaculizaban el paso, dándome más libertad de movimiento. Me giré hacia él con los ojos muy abiertos y le agradecí con un leve asentimiento de cabeza. Aveces su actitud me desconcierta, pero, luego recuerdo que es un vampiro, que aunque luzca como un humano no lo es, y tal vez por eso él piense diferente.
—La muralla es un arma letal contra los vampiros y las criaturas de oscuridad, pero para los humanos no es más que una capa inofensiva. Por eso, en esta frontera se utilizan las pelusas, para prevenir que crucen y, si lo hacen, para asegurarse de que no puedan regresar —explicó Frederick con calma—. Lo que podemos hacer es simple. ¿Trae con usted la daga con el rubí de fuego? —se giró hacia mí con expectación.
Algo extrañada, bajé la mano hasta mi muslo, donde descansaba la funda de mi daga. La extraje con cuidado y se la extendí. Frederick la tomó con delicadeza por el mango, deslizando sus dedos sobre la piedra incrustada en el, como si buscara confirmar algo con su tacto
—Un rubí de fuego, piedra cuál magia, contiene el mismo elemento —pronunció Frederick cuidadosamente antes de apuntar con toda la fuerza de su brazo hacia la muralla y clavar de manera sorpresiva para mi la punta de la daga allí—. Lo único que no puede dañar a un igual es otro igual; un elemento no puede dañar a otro, pero bien pueden combinarse o entrelazarse.
Explicó Frederick ante nuestras expresiones perplejas; la daga podía mantenerse por sí sola clavada en la muralla, sostenida únicamente por la magia y la pequeña parte de su punta que estaba en contacto con la muralla.
—¿No es lo mismo? —Van enarco una ceja.
—No. Si se entrelazan, forman algo más fuerte; es como un entretejido de dos fuerzas completamente distintas en un hechizo que podría sanar o destruir. Y si se combinan, pueden ser extremadamente peligrosos, especialmente cuando se trata de elementos incompatibles como el fuego y el agua —la expresión de Frederick se endureció momentáneamente antes de suavizarse—. Pero no debemos complicarnos con eso ahora. En este momento, solo necesito su mano, majestad.
Extendió su mano hacia mí, y sin vacilar di un paso adelante, colocando la mía sobre la suya. Todo el tiempo, sentí la mirada de Van fija en mí, siguiendo cada movimiento que hacía.
Con cuidado, observé a Frederick mientras guiaba mi mano hacia el mango de la daga. Fue cuestión de segundos para que sintiera la energía fluir a través de mi brazo hacia la daga y luego hacia la muralla alrededor de ella. La magia fluía de manera fascinante a la vista, dejando pequeñas chispas de luz a su paso.
—¿Qué está pasando exactamente, Frederick? —giré la mirada hacia él sin retirar mi mano.
—Espere y verá, majestad —contestó con una pequeña sonrisa en los labios.
—La muralla —señaló Van con el mentón, el brillo naranja que comenzaba a desprenderse de la piedra en la daga, viajó por la hoja hasta encontrarse con la muralla y expandirse por toda ella hasta teñirla totalmente de naranja. Cuando el mango de la daga comenzó a calentarse, retiré mi mano asustada y la daga cayó al suelo.
—¿Estás bien? —se apresuró a preguntar Van tomando mi mano para examinarla.
—Sí, es solo que comenzó a arder.
—Es la magia que contenía la piedra; luz y fuego juntos —dijo Frederick levantando la daga del suelo—. Lo que hemos hecho se llama refuerzo sin demanda. Hemos proporcionado una dosis de magia proveniente del elemento fuego a la muralla, lo que la hará cambiar de color parcialmente por los próximos días hasta que la magia que le proporciono la piedra se agote. Nadie conoce este tipo de hechizos, pues no se ha usado en las últimas cincuenta décadas, por eso creí que sería un muy buen truco.
—¿Crees que con eso ella me dé por muerta o al menos crea que estoy por morir?
—Casi puedo asegurarlo.
—Él casi no se lleva con lo seguro. No debemos dar nada por hecho hasta que estés en el trono con todas las armas a tu disposición; solo en ese entonces estarás segura, mientras no —puntuó Van.
Y muy bien dicho, lo casi no va de la mano con lo seguro. Con los antecedentes y el uso de artimañas de Safiye, no podíamos confiarnos ni sentirnos seguros de nada. Pero con este hechizo estoy segura de que al menos logramos manipular un par de cosas a mi favor.
***
Después de realizar el hechizo decidimos volver a la casa en medio del bosque para pasar la noche que ya se aproximaba. Frederick lideraba la caminata, yo iba en medio y Van detrás. Todo el camino lo transcurrimos en silencio hasta que Frederick lo rompió con una pregunta que lo cambiaría todo.
—¿Qué sucedió aquí?
Me apresuré a levantar la mirada por encima del hombro de Frederick y, al hacerlo, sentí un golpe en el pecho que me dejó sin aliento. Sin pensarlo, avancé a toda prisa, adelantándome a él, como si al llegar primero pudiera desmentir lo que mis ojos y el olor a humo ya habían revelado.
—No... No, esto no puede ser... —murmuré con la voz quebrada por la incredulidad. Mi labio inferior temblaba, y mis piernas, de pronto, se negaron a dar un paso más.
Allí estaba. O más bien, allí ya no estaba.
La casa. Mi hogar.
Todo reducido a cenizas. No quedaba nada.
Palos chamuscados y escombros desparramados ocupaban el lugar donde una vez estuvo mi casa. Cenizas, polvo y a la vez nada, no había nada; el viento y el fuego se lo habían llevado todo. Todo...
Estaba reducida en cenizas. No había nada. Nada.
Apenas logré dar un paso cuando sentí las manos de Van tratando de sostenerme para evitar que cayera de rodillas al suelo. Incapaz de creer lo que mis ojos estaban viendo, cubrí mi boca con una mano y dejé que Van apegara mi cabeza contra su pecho.
Safiye, volvió a dar un golpe bajo. tenía que ser ella, nadie más pudo haberla quemado; ella quería asegurarse de que no tuviera a dónde volver en caso de que sobreviviera y... y quemo mis más preciados recuerdos en esta casa. Aunque la mayoría de esos recuerdos fueron tristes, todos ellos los viví al lado de mi madre y de mis hermanos, al lado de mi familia. Allí estaban los últimos vestigios de mi padre, los fragmentos de su presencia que aún conservaba en mi memoria. Y ella... ella arrasó con todo.
Esa casa era el recordatorio del fuego por el que pasé para poder moldearme; era el rincón al que creía que podría regresar siempre que quisiera para pensar y alejarme de los problemas que me esperaban en el reino si lograba derrotarla. Esa casa fue lo último que mi padre pudo conseguir para nosotras, y al igual que él... ya no está.
—La odio —fue lo único que pude decir con los ojos llenos de lágrimas y la voz entrecortada—. La odio, y juro que no voy a tener piedad como ella no la ha tenido conmigo.
MINI MARATÓN
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