CAPÍTULO 3
Capítulo 3
LA USURPADORA
La tormenta se ha ido junto con la noche. Un rayo de luz atraviesa la ventana, cayendo directamente sobre mi rostro y arrancándome del sueño. Abro los ojos lentamente, los froto para despejarme y, al sentarme en la cama, lo primero que veo son las doncellas al pie de ella.
Ya ni siquiera sé lo que es privacidad. No desde que pise este palacio.
—Buenos días, alteza —saludan con pequeñas reverencias sincronizadas.
Durante los primeros días aquí, respondía sus saludos. Era lo correcto, lo humano. Pero Cants me lo prohibió. No tienes la obligación ni la necesidad de responderles, me había dicho. Ellas son solo doncellas, tú eres la futura reina. Desde entonces, simplemente asiento con la cabeza, aunque no puedo evitar sentirme incómoda.
Me levanto, dejando que dos de ellas se apresuren a colocar mis pantuflas de algodón, las más finas del reino, a mis pies.
—Tres de ustedes, preparen el baño. Dos, escojan las joyas y el vestido de hoy. Las demás, esperen afuera —ordeno mientras ajusto la bata alrededor de mi cuerpo.
—Como deseé, alteza —responden al unísono antes de ponerse en movimiento.
Alteza una palabra a la que no logro acostumbrarme del todo.
Cuando la mayoría abandona la habitación, el ambiente se aligera un poco. Camino hacia las enormes puertas que conducen al balcón, empujándolas para dejar que la brisa fresca de la mañana invada la estancia. El sol brilla en todo su esplendor, como suele hacerlo en Sunland, varias aves alzan el vuelo desde el barandal en cuanto abro las puertas. Las observo alejarse, libres como yo ya nunca seré.
El peso de esa idea oprime mi pecho, pero una voz rompe el silencio y me hace volver en mi misma.
—Jamás volarás como ellas si te quedas de brazos cruzados viendo como la vida pasa frente a tus ojos.
Doy un respingo y giro la cabeza hacia la puerta, pero no hay nadie. Bajo la mirada, y ahí está, sentado sobre las baldosas como si fuera el dueño del lugar: Cheng Cheng.
—Vaya, desde que decidiste hablar, ya no te callas —murmuro inclinándome hacia él.
—Lo sé, pero al menos yo no seré quien sea juzgado como loco por hablar con un gato.
—Sabía que algún día me mostrarías las garras —respondo entrecerrando los ojos.
—Ya, seamos honestos —digo mientras mi tono se torna más serio—. ¿Qué es lo que buscas en realidad conmigo? ¿Qué quieres lograr si ni siquiera te dignas a decirme quién eres?
Sus ojos verdes se clavan en los míos, y por un instante, su intensidad hace que me tambalee.
—Ya te lo dije, solo quiero que colaboremos. Acepta mi ayuda y ayúdame a recuperar mi forma original. Vamos, ayúdame a ayudarte. Todos nos beneficiaríamos.
Su voz es grave y firme, pero hay algo más en ella: una súplica sutil, enterrada bajo capas de orgullo, de eso estoy segura, de lo contrario no estaría tan interesado en que le ayude.
Me cruzo de brazos y lo miro fijamente, intentando descifrarlo.
—¿De qué clase de beneficio estamos hablando? —pregunto, mi tono escéptico.
—El que tú decidas —responde, sin apartar su mirada de la mía—. Pero para ello, primero necesitas confiar en mí.
El viento sopla con suavidad, y el silencio se instala entre nosotros, denso y cargado de preguntas sin respuesta
—Tu propuesta puede sonar tentadora, a los oídos de alguien que no puede arreglárselas por sí sola. Y yo si puedo. Aunque podría considerarlo sí me dijeras que clase de criatura eres. Solo así sabre sí me beneficia o no ayudarte. —Sentencié.
—Vaya que eres testaruda y astuta cuando te lo propones. ¿No te vasta haber vivido conmigo ocho años? —contesta casi irritado.
—La verdad, no. —Su mirada se vuelve extrañamente más intensa, y eso me aterra, su voz me irrita, aunque debería ser al contrario, lo sé, pero su mirada es tan... oscura, no sabría como describirla exactamente. Es como sí ahora fuese más intensa y profunda que cuando vivíamos en el bosque.
—Alguien allí —dije en voz alta incorporándome.
—Llamo alteza —contesto una de las doncellas.
—Cheng Cheng no se ha bañado en los últimos días. Llévenlo a dar un baño y asegúrense de que no le quede ni un solo pelo sin asear. Tómense su tiempo —ordené con calma, dirigiéndome a la doncella sin dejar de mirar al felino frente a mi.
La expresión le cambió de la severidad habitual a un horror palpable en cuestión de segundos. Sabía cuánto detestaba el agua, y si no iba a hablar con sinceridad, yo tampoco tenía por qué ceder ante su petición. Si hacía falta, lo bañaría todos los días hasta que se dignara a decir la verdad.
La doncella lo tomó en brazos con cuidado. Cheng Cheng me dirigió una última mirada fulminante, pero sorprendentemente se portó dócil mientras lo llevaban fuera del balcón.
Suspiré y me dirigí al cuarto de baño para tomar el habitual baño matutino. Las doncellas hicieron su trabajo con la precisión habitual, ayudándome a vestirme en un elaborado vestido azul cielo, ajustado y pesado como todos los demás. Su naturalidad al peinar mi cabello en un moño alto y colocar mechones sueltos a los lados no lograba desviar mi mente de la farsa que representaba mi nueva vida.
Las joyas de plata, combinadas con mi atuendo, brillaban tanto como la tiara incrustada de diamantes que descansaba sobre mi cabeza. Al mirarme en el enorme espejo frente a mí, me veía resplandeciente, casi etérea en comparación con lo que sabía que realmente era. Pero dentro de mí, todo lo que sentía era incomodidad y frustración.
—Está lista, alteza —anunció una de las doncellas.
—¿Madame Cants ya me espera?
—No, alteza. Quien la espera es su majestad, la reina.
La reina. No la había visto desde el día que me trajo aquí. Cants, las doncellas y estas cuatro paredes habían sido mi único contacto humano desde entonces. Bueno, y el gato que no es gato.
Seguí a las doncellas hasta el balcón de mi habitación, donde la reina esperaba de espaldas, mirando hacia el horizonte. Su vestido verde esmeralda brillaba bajo el sol, y la corona sobre su moño alto relucía con la misma frialdad que ella emanaba.
Cuando las puertas se cerraron detrás de mí, me quedé unos segundos inmóvil, considerando la manera correcta de dirigirme a ella.
¿Señora?
¿Majestad?
¿Mamá? No, esa definitivamente no.
—Estoy aquí —dije finalmente, con mi voz carente de emoción.
—Vaya, espléndida forma de dirigirse a la reina de Sunland... y a tu madre —respondió con una sonrisa sardónica, girándose hacia mí. Su mirada despectiva estaba cargada del aire de superioridad que siempre la acompañaba.
—No encuentro mejor forma de referirme a una desconocida —respondí con frialdad, dando un paso adelante—. No creo necesario que en privado deba fingir que soy su hija. Pensar que la misma sangre corre por mis venas es algo que prefiero ignorar. Llamarla madre sería como insultar el nombre a quien realmente lo es. Porque, le recuerdo, que usted siendo la hermana de mi madre, nos abandonó cuando nos exiliaron, lo más irónico de todo es que a pesar de todo yo sigo con vida y Cordelia no.
Avancé un par de pasos más, pequeña pero decidida, sin imaginar lo que sucedería a continuación.
De manera sorpresiva la mano de la reina chocó con mi mejilla con tal fuerza que apenas logré sostenerme del barandal del balcón para no caer. El ardor en mi piel era inconfundible, como si su ira se hubiese impregnado en mí.
—Ten mucho cuidado con lo que dices —sentenció, señalándome con el dedo índice—. Ya deberías conocer tu lugar aquí.
Mis labios se abrieron para responder, pero las palabras no salieron. Ella se acercó, tomó mi mentón entre sus dedos con una brusquedad que me dejó helada, obligándome a mirarla a los ojos.
—Que vayas a ser reina no significa que seas superior a mí. Recuerda, y tenlo presente siempre, por mi mano llegaste a este palacio. Y si yo lo decido, puedo deshacerme de ti. No eres indispensable, querida.
Su tono severo, casi un susurro, cortó el aire entre nosotras. Me soltó con fuerza, y mi frente quedó peligrosamente cerca del barandal.
Me enderecé como pude, llevando una mano a mi mejilla ardiente. Todo lo que no pude decirle lo grité con la mirada, fija en ella. Pero la reina no parecía inmutarse. Su superioridad era impenetrable, un muro que, por ahora, no podía atravesar ni derribar, no sin la corona de sun sobre mi cabeza.
—Mantén tu posición, eres una simple usurpadora, que está aquí porque así lo he querido yo —replico con una sonrisa sarcástica —Cants me ha dicho que han avanzado muy rápido, creí que poco a poco estabas perdiendo lo silvestre, pero ya veo que te siguen faltando modales. Quedan pocos días para la presentación y coronación, espero que hasta ese día reconsideres tus modales, porque sí cometes un solo error, podría costarte la vida —concluyo pasando por mi lado para luego aproximarse a las puertas. —Solo vine a evaluar tu comportamiento, pero veo que Cants no ha hecho un buen trabajo después de todo, espero y la soledad haga lo que ella aún no ha podido —dijo por encima de su hombro antes de que las doncellas le abrieran las puertas desde adentro y posteriormente desapareciera a través de ella.
Salió de la habitación llevándose a todas las doncellas con ella, incluidas las que supuestamente estaban a mi servicio, dándoles estrictas ordenes de no dejarme salir y de dejarme completamente sola.
Con el orgullo herido. Con mi mejilla ardiendo, y con mil palabras atoradas en mi garganta...
Me derrumbe en el balcón, deje caer todo mi cuerpo sobre el enorme faldón del vestido sin importarme que se rasgara o ensuciara. Unas ganas inmensas de llorar y gritar con todas mis fuerzas comenzaron a invadirme por dentro.
¿De qué me sirve tener todo esto sí no puedo hacer nada? A este paso jamás descubriré al verdadero traidor y mucho menos, podre vengarme.
—¿De qué me sirve todo esto? —solté con los ojos húmedos al tiempo que me arrancaba la tiara del cabello. Los ojos me ardían —¿A esto le llaman vida? A vestir, comer, actuar para una sociedad... y todo, todo para la gente que me odia, para la gente que hace trece años destruyó a mi familia.
—¿Entonces te vas a rendir así de fácil? —mi mirada recorrió todo el balcón en busca del portador de aquella voz aguda, que no pudo ser otro que Cheng Cheng. Lo encontré frente a mi sentado a una distancia bastante prudente, llevaba un lazo blanco atado al cuello, lo que supongo es obra de las doncellas.
Sin embargo, en esta ocasión, me quede callada, regrese mi mirada hacia mi miserable existencia y lo ignore por completo.
—Los imperios no se construyen sobre barro, se construyen sobre rocas. Y las leyendas no se escriben solas, viven para ser contadas —continúo hablando, de reojo vi como de apoco se acercaba hacia mí, con pasos airosos, incluso siendo un simple gato, caminaba con más gracia que yo, transmitía más miedo y respeto que yo.
—¿Qué quieres? —pregunté con la voz quebrada.
—Nada. Solo señalarte algo: estás haciendo todo mal. Como lo veo, tienes dos opciones: o te conviertes en la víctima o en la victimaria.
Cheng Cheng se sentó frente a mí con la misma serenidad inquietante de siempre, pero su tono se suavizó, como si quisiera sostener la frágil estabilidad de la conversación.
—¿Vas a permitir que te siga maltratando? ¿Le vas a dar el gusto de volver a golpearte? —preguntó, con un deje de impaciencia al notar que evitaba mirarlo, hundida en mis propios pensamientos. Su voz se alzó, cargada de fuerza—. ¿De verdad vas a dejar que te convierta en su marioneta? ¿Vas a permitir que te gobierne o vas a levantarte y hacer algo por tu vida?
—¡Ya cállate! —exclamé, frustrada—. ¿Qué quieres que haga entonces? ¿Eh? He tratado... he tratado de adaptarme a este lugar, de mezclarme. De ser ella, Cordelia. Pero todos mis esfuerzos son inútiles. No encajo aquí, no pertenezco aquí. Ni siquiera tengo magia, ni poder.
Mi voz temblaba, y las lágrimas, tan contenidas, finalmente se deslizaron por mis mejillas, arrastrando con ellas toda la frustración que traía acumulada desde que llegue a este maldito palacio.
—Eso —dijo él con una sonrisa sarcástica—. Sigue repitiéndote que eres una fracasada, y lo serás.
Me obligué a levantar la mirada hacia él, limpiando rápidamente las lágrimas con el dorso de mi mano.
—¿Te has preguntado por qué todos tus intentos son inútiles? —continuó, sus ojos verdes clavándose en los míos—. Es porque tu lugar en este palacio no es el de la princesa arrogante y falsa. Tu lugar aquí, para poder sobrevivir, es ser la mala.
—¿La mala? —repetí, confundida, frunciendo el ceño.
—¿Qué, acaso me vas a decir que los buenos son los que buscan venganza o los que usurpan una vida que no es suya? —se burló, dejando escapar una risa seca.
Por un momento, sus palabras me dejaron perpleja. Nunca me había visto a mí misma como "la mala". No quería ser alguien que causara daño; solo buscaba justicia.
—No... sí estoy aquí, es porque me obligaron. No porque yo haya asesinado a la verdadera Cordelia con mis propias manos —le aclaro.
—Pero tampoco te trajeron a rastras, ¿o sí? —replicó, y ahí estaba otra vez esa malicia arrogante en su voz.
—¿A dónde quieres llegar con todo esto? —pregunté, irritada—. Yo no soy mala. No soy una mala persona.
—No, no lo eres —admitió con seguridad—. De lo contrario, ya me habrías echado por el balcón. Pero la pregunta no es dónde quiero llegar yo. Es, ¿a dónde quieres llegar tú?
Se inclinó hacia adelante, con más confianza.
—Lena, los malos no nacen siendo malvados. Son las circunstancias las que los moldean. Las que los convierten en la peor... o en la mejor versión de ellos mismos. Depende de qué lado lo veas. Sino me crees, mírate a ti misma, ahora, no eres una princesa con vida propia, usurpaste, robaste, no solo la posición sino el nombre de Cordelia, y sí no aceptas tu lugar, y tu nueva vida cómo lo que es, no vas a sobrevivir en este lugar más de un año.
No pude evitar reflexionar sobre sus palabras. Era cierto. Las personas cambian, se transforman según lo que enfrentan. Pero...
—Estoy aquí por una razón: encontrar al verdadero traidor y hacer justicia. Ni más, ni menos.
—¿Y dónde está ese traidor que no lo veo? Seguro que en estas cuatro paredes y peleándote con la reina lo encuentras —suelta con un tono sarcástico que me irrita.
—¿Te estás burlando de mi miseria?
—Ganas no me faltan, pero no me río de nada que no me agrade —replicó, con su expresión seca e imperturbable—. Solo quiero que te levantes y seas una princesa de verdad. Ya te lo dije: o te conviertes en la víctima o en la victimaria. ¿Tú eliges?
"La mala". Esa palabra retumbó en mi mente como un eco persistente. Mi corazón latía con fuerza, una mezcla de miedo y algo más. ¿Era posible? ¿Podía ser esa la respuesta?
—Yo solo quiero justicia... —murmuré.
—Entonces actúa. Si de verdad quieres justicia, conviértete en una verdadera reina. Ya no eres la niña que creció en el bosque oscuro, no, acepta tu presenta y olvida tu pasado innecesario, quédate con lo importante, con lo que creas que sea necesario lo demás olvídalo. Eres la futura reina de Sunland. Levántate, surge de tus cenizas y haz lo que haría un verdadero villano.
—Ir tras mis enemigos —dije mirándolo fijamente mientras arrugaba una parte de la falda del vestido con fuerza en mi puño.
—¿Solo a eso? —indaga maliciosamente.
—Voy a obtener poder.
—Y para eso necesitas habilidad e inteligencia, dos pequeñas cositas de las que has estado prescindiendo desde que llegaste.
Odio decir que tiene razón, pero el la tiene. Me he estado comportando como una idiota, creyendo que por estar aquí y en esta posición, lo iba a tener todo de manera fácil, pero hasta ahora me doy cuenta de que no es así. Todos se manejan bajo rangos, unos están por encima de otros, y para poder ejercer el mando absoluto en realidad necesito más que inteligencia, necesito habilidad y alguien que sea mi mano derecha dentro del palacio, y ese alguien estaba frente a mí.
—No soy tonta, pero admito que me he comportado como una. Pero no más, se acabó la Malena que ella creé conocer. Sí ellos quieren una reina, van a tener una reina, una que va a quedar impregnada para la historia de este lugar. —Tomé la tiara y me puse de pie en un movimiento suave, como saboreando el nuevo papel que ejercería en adelante.
—Ahora suenas como alguien que promete ser temido, pero para ser ese alguien debes convertirte en esa versión de ti que nadie puede ver con facilidad, debes aprender a cambiar de cara sin necesidad de hacerlo —dijo trepando al barandal con agilidad, para luego volver a sostenerme la mirada.
—Y supongo que tú eres un experto en eso ¿no?
—Me deslumbra tú intelecto —mueve sus peludas cejas con ironía.
—Gracias —dije en un tono sarcástico. —Sí tanto quieres colaborar conmigo, bien acepto el trato, pero con una sola condición. Quiero saber que eres en realidad, solo así podre confiar en ti.
—Vaya hasta que empiezas comportarte con astucia. Y solo porque por fin empiezas a actuar con racionalidad, prometo que sí todo sale bien el día de la coronación, te doy mi palabra de que ese mismo día sabrás quien soy en realidad.
Sus palabras pusieron en duda mis teorías. Según yo existen pocas probabilidades de que sea una criatura de luz, pero por otro lado solo una criatura de luz podría necesitar de la luz de la corona para vivir. Sea cual sea su forma, el trato ya estaba hecho, el me necesitaba, y sí yo quería avanzar, yo lo necesitaba, me límite a dibujar en mi rostro una leve sonrisa mientras acomodaba nuevamente la tiara sobre mi cabeza.
—Bien, espero con ansias no equivocarme al confiar en ti. Es hora de renacer. ¿Por dónde debería empezar?
—Por quitarme esta ridiculez del cuello. Lo odio con todo mi ser, si no me asfixia me pica, me arde, me estorba y me molesta —protesto molesto removiendo con una pata aquel moño blanco alrededor de su cuello.
—Pero sí hasta pareces de la realeza con el, no entiendo tu molestia —dije burlesca mientras me aproximaba para sacárselo.
—Sí claro, también deberías usar alguno entonces —me espetó molesto el felino. Camino hacia la habitación, lo seguí de cerca hasta que subió a uno de los sofás que estaban frente a la chimenea, me senté en el otro, de manera que quedamos frente a frente.
—Bien, su señoría, por donde deberíamos empezar para cambiar las cartas a nuestro favor. A mi favor.
—Primero que nada, debes conseguir la corona de sun y aún más importante, debes hacer que se encienda sobre tu cabezota —hablo con extrema seriedad.
—Excelente consejo, pero eso ya lo sabía.
—¿Y sabes cómo hacerlo?
—Eso no lo sé —admití —se supone que se enciende sola ¿no?
—Se enciende sí la porta la verdadera heredera, pero tú no lo eres, o tal vez eso te hicieron creer.
—¿Qué quieres decir? —enarco una ceja hacia el.
—Me resulta muy extraño el hecho de que a pesar de estar exiliada la reina haya ido en busca de tu ayuda, es decir ¿Por qué tenías que ser precisamente tú? Eso de la sangre real me parece una excusa muy pobre. Cualquier hija de algún ministro pudo asumir el cargo, al menos que lo que ella quisiera es no perder el título de reina madre, lo que también es una gran posibilidad. No, aquí hay algo más, algo que la reina te está ocultando, de lo contrario no entiendo cómo es que esta tan tranquila sí tienes que reforzar la maldita muralla como prueba de tu legitimidad.
—Es cierto, para ser tan solo una usurpadora ella esta muy tranquila, y sí esta tan tranquila puede ser... que tal vez, solo tal vez, en una mínima posibilidad sea yo la verdadera heredera que la corona espera.
—Nuevamente la pregunta aquí es ¿Por qué?
No entiendo como un gato, puede deducir y analizar tantas cosas que yo había dejado pasar por alto, y lo peor es que en sus palabras había mucha verdad. La reina estaba ocultándome cosas.
—Tampoco lo sé.
Sea cual sea la verdad, en el camino la descubriremos. Mientras la corona se encienda, tú seguirás viviendo esta vida y yo recuperaré gran parte de mi poder. Volveré a mi verdadera forma.
¿Poder? Él había dicho poder. Por todos los cielos, ¿quién carajos es este gato? Necesito saberlo, pero también necesito su ayuda. Parece alguien inteligente, y como tal, no me dirá quién o qué es hasta que llegue la fecha acordada.
—Bien, mientras llega el día de la coronación estaremos a salvo. Pero, ¿y si ese día todo sale mal? —pregunté, la incertidumbre quemando en mi pecho.
—Nos lanzamos por el balcón y huimos. Al menos sé que tú me cubrirás mientras yo me escabullo entre los arbustos.
Entrecerré los ojos, indignada por su comentario.
—Era una broma. Aunque quizá no lo era. —Su tono se tornó más frío —. Lena, la oscuridad la puedes llevar en el corazón, pero no en la cabeza. Necesitas mantener la mente clara para pensar.
Saltó al suelo con agilidad felina y se giró para mirarme con esa mirada que siempre me incomodaba.
—Vamos al salón donde ensayabas a ser princesa con esa vieja.
—¿Qué vamos a hacer? —pregunté, sin moverme de mi lugar.
—Se acabaron las lecciones de cómo ser arrogante y malcriada. Voy a enseñarte cómo ser una verdadera usurpadora y una princesa respetada. ¿Te apuntas o no?
Aunque la palabra "usurpadora" todavía me causaba escalofríos, no podía seguir negando lo obvio. Ese era mi lugar en este mundo. No soy Cordelia, pero estoy viviendo su vida. No soy una princesa, pero voy a ser una reina. No tengo magia, pero pronto la obtendré, aunque para ello tenga que aliarme con un raro gato.
—Ya quiero ver tus dotes de tutor.
—Oh, y los vas a conocer Lena.
Minutos después, estábamos en el salón con el sol impregnado en el suelo bajo mis pies. A petición del felino, me coloqué en el centro, justo sobre la enorme circunferencia del sol en el suelo. Siguiendo sus indicaciones, posicioné mis pies con precisión, de manera que mi vestido cubriera por completo la esfera central, dejando visibles solo los rayos alrededor.
Se hizo a un lado, observándome con detenimiento antes de murmurar con cierto tono irritado:
—Bien, que no se te mueva ni un pelo. La hora se acerca.
—¿Qué hora? —pregunté, desconcertada.
—La hora en la que el molesto sol brilla en todo su esplendor —respondió mientras retrocedía unos pasos, poniéndose a una distancia prudente. Finalmente se sentó con aire solemne, como si estuviera supervisando una ceremonia que esta bajo su cargo.
—Limítate a repetir después de mí.
Asentí, aunque con dudas visibles.
—Del viento corren los que del sol se ocultan, porque en la sombra encuentran lo que el sol provoca —recitó con precisión.
—Del viento corren los que del sol se ocultan, porque en la sombra encuentran lo que el sol provoca... espera, ¿eso es... sombra, oscuridad?
Las palabras salieron de mis labios antes de que pudiera procesarlas. Era un hechizo, y por su expresión lo supe al instante.
—Espero que no te duela. Suerte —pronuncio dibujando una leve sonrisa en su rostro peludo.
Eso fue lo último que dijo el maldito gato antes de que el sol alcanzara su punto más alto, justo sobre la torre. Miré hacia arriba, donde el techo traslúcido dejaba pasar sus rayos con una intensidad abrumadora.
La esfera bajo mis pies se iluminó de repente, desprendiendo una luz que me envolvió por completo. Sentí cómo mi cuerpo se tensaba mientras aquella luz crecía, cegándome por completo.
No sé qué me paso, ni que fue de mí. Solo sé que perdí la noción del tiempo.
Abrí los ojos, y me vi a mí misma lotando en la oscuridad. Un vacío infinito me rodeaba, salpicado de pequeños puntos de luz que danzaban como luciérnagas suspendidas en el aire. Curiosa levanté la mano, y jugueteé con las lucecitas que flotaban a mi alrededor. Pero en cuanto mis dedos las tocaron, una por una se apagaron, extinguiéndose en la nada.
De repente, comencé a caer. El vacío se extendía sin fin, y mis gritos, llenos de desesperación, resonaban en ecos que parecían rebotar en un lugar inexistente. Daba vueltas y vueltas, atrapada en una espiral interminable, hasta que mi cuerpo chocó bruscamente contra un suelo de roca dura.
El impacto me dejó sin aliento. Maldije entre dientes mientras me frotaba el estómago, tratando de calmar la sensación de náusea que me revolvía por dentro. Mi cabeza palpitaba con un dolor sordo, y cada intento de moverme era torpe y lento.
A medida que recobraba el sentido, aparté los mechones sueltos de cabello de mi rostro y levanté la vista. Allí estaban de nuevo, esos puntos de luz. Esta vez, parecían moverse con un propósito, reuniéndose en un solo lugar hasta formar algo sólido.
Un espejo.
Tenía mi misma altura y parecía flotar en la penumbra, rodeado por un tenue resplandor. Todo a mi alrededor seguía siendo oscuridad, pero el espejo se iluminaba con una luz espectral que destacaba en el abismo.
Me puse de pie con esfuerzo, acomodando la tiara que todavía llevaba en mi cabeza. Mi cabello, antes peinado con esmero, ahora caía en mechones rebeldes, suelto y desordenado tras mi caída.
Con recelo, di un paso hacia el espejo. Y luego otro.
Lo que vi me heló la sangre.
Era yo, pero no exactamente, yo.
El reflejo me devolvía una imagen perturbadora: la mujer en el espejo tenía mi rostro, mi vestido, incluso mi postura. Pero su cabello era negro, como el de Malena, como el mío igual que sus ojos, de un azul gélido. Pero yo tenía el cabello teñido de castaño, y mis ojos eran los de Cordelia, o al menos eso supongo.
Mis labios temblaron mientras intentaba procesar lo que veía. Mi reflejo no se movía al unísono conmigo; no seguía mis gestos. Ella se quedó allí, mirándome fijamente, como si tuviera vida propia.
—Bienvenida, Malena... ¿o debería decir, princesa Cordelia? —La figura en el espejo habló con una voz suave, casi humana, pero cargada de un matiz inquietante.
Me quedé paralizada. Aquello no era un reflejo; tenía vida propia.
—¿Quién eres? —pregunté, esforzándome por mantener un hilo de voz neutro.
—Velo por ti misma. Soy tú, tu verdadero reflejo. Lo que realmente eres.
Su respuesta me dejó sin palabras. Mis ojos se movieron nerviosos entre su mirada y los detalles del espejo.
—Pero... llevas el mismo vestido —tartamudeé, aferrándome a la única lógica que podía encontrar—. Eso no tiene sentido.
—¿Por qué no? —La figura esbozó una sonrisa apenas perceptible—. El hecho de que te criaste fuera de palacio no significa que no pertenezcas a el.
Me pareció verla dar un paso hacia mí, aunque seguía detrás del cristal.
—Tu padre era el ministro de gobierno, el segundo en la línea para convertirse en rey después del ahora difunto monarca. El rey estaba enfermo y tenía una hija igual de enfermiza que él, fue así que sin tantos argumentos acusaron a tu padre de querer usurpar el trono y lo exiliaron por traición.
Mis labios se entreabrieron, pero no encontré palabras.
—Sacaron al único hermano cercano al rey de la línea, asegurándose de que no representara una amenaza. Pero, irónicamente, años después, su hija ha hecho lo que tanto temían: usurpar la vida de la legítima heredera.
Tragué grueso.
—¿Estás diciendo que existe un verdadero culpable detrás de la muerte del anterior rey? ¿Que esas mismas personas son las responsables de la caída de mi padre? —La intensidad de mis palabras traicionaba mi incredulidad.
—Yo no he dicho eso —respondió con calma glacial—. Eso es algo que deberás averiguar tú misma.
El reflejo inclinó ligeramente la cabeza, como si estuviera evaluándome.
—Cordelia solo tiene una condición para permitirte ocupar su lugar —continuó manteniendo un hilo de voz neutro—: que encuentres y asesines al verdadero culpable.
El eco de su declaración llenó el vacío, y entonces ocurrió. El espejo estalló en mil pedazos frente a mí.
Instintivamente, me cubrí el rostro con las manos. Al bajar los brazos, me di cuenta de que los fragmentos no habían caído al suelo; en cambio, se transformaron en pequeños puntos de luz, flotando una vez más a mi alrededor.
—Ve al palacio —susurró su voz, ahora incorpórea, reverberando como un eco distante—. Toma el lugar que te corresponde. Ejecuta acciones y toma decisiones correctas, ten presente que todo lo que hagas acarreará consecuencias.
La oscuridad pareció cerrarse a mi alrededor. Aunque el reflejo ya no estaba, su voz seguía resonando en mi mente.
—En tu interior se guarda la más temida de las leyendas. Tú destino esta sellado junto a aquel que odiaras como a un enemigo.
—¿Qué? ¿De quién hablas? —le pregunte prácticamente a la nada.
—La corona de sun ha esperado mucho tiempo por ti, pero ten cuidado, no confíes en aquel que lleva impregnado el sello emblemático.
—¿A qué te refieres? ¡Habla claro!
La voz aquella se dispersó y solo se podía escuchar un eco difuso:
No confíes en aquel...no confíes...no confíes...
Los ecos se volvían cada vez más fuertes, retumbaban en la nada y empezaban a desesperarme, mire en todas las direcciones posibles siguiendo aquella voz hasta que me desespere a tal punto que cerré mis ojos, me deje caer de rodillas al suelo, me lleve las manos a mis orejes y me oí gritar de la desesperación. Fue un grito tal que rompió con todo, todo...
Abrí los ojos y me encontré a mí misma parada en el salón con Cheng Cheng de frente, tal y como al principio. Empecé a tambalearme por la confusión hasta que caí al suelo mareada.
—¿Estás bien? —lo escuche preguntarme, pero no respondí, yo estaba confundida y solo mantenía una mano sobre mi cabeza. —¿Te rompiste algo? —se acercó a mí y como pudo me ayudo a sentarme.
—¿Dónde me enviaste maldito loco? —fue lo primero que le espeté viéndolo directamente a los ojos.
—Veo que ni siquiera se tomó la molestia de presentarse, algo muy digno de ti. Te envié al puente entre la vida y la muerte —soltó de manera tan natural que tuve que autocontenerme para no estamparlo en el suelo de un golpe.
—¿Y lo dices así? ¡Tan tranquilo! —proteste irritada.
—No seas dramática, fuiste al puente no al otro lado, además estás viva y eso es lo que importa ¿no? —contesto con total indiferencia.
—¿Es así como quieres que confíe en ti? ¿Enviándome a saludar a la muerte?
—No te envíe a saludar a la muerte, te envíe a hablar con el destino. Con tu destino.
—¿El destino? —pregunte con una voz más suave.
—Sí el destino, el puente entre la vida y la muerte es el destino. No me digas que no lo sabias, porque es obvio que no lo sabes, así que mejor dime, ¿Qué te dijo?
Nuevamente me quede pasmada. Sí lo que dice es cierto, yo, había hablado con el destino, con mi destino. Jamás había oído hablar de que aquello fuera posible, y aunque alguien me lo hubiera dicho, no lo hubiera creído posible.
La aguda voz de Cheng Cheng me sacó de mi ensimismamiento. Sentí un leve pinchazo en la mano cuando clavó una de sus uñas en mi piel.
Le dirigí una mirada rápida, antes de responder:
—Dijo que Cordelia accedía a que yo tomara su lugar, pero con una condición: que encontrara y asesinara al verdadero traidor.
Cheng Cheng asintió lentamente, su expresión imperturbable, aunque sus ojos parecían analizar cada palabra que había dicho.
—Era de esperarse. ¿No dijo nada más?
—Solo que tomara mi lugar en el palacio y que me cuidara. Que tuviera cuidado con aquel que lleva impregnado el sello emblemático. —Fruncí el ceño mientras hablaba, esperando que él pudiera ofrecerme una explicación.
Por primera vez desde que lo conocí, Cheng Cheng pareció descolocado. Sus ojos se abrieron más de lo normal, y sus bigotes se tensaron.
—¿El sello emblemático? —repitió, como si necesitara confirmar que había escuchado bien.
—Sí, eso dijo. ¿Qué significa?
Él guardó silencio por un momento, sus patas delanteras inmóviles en el suelo.
—Eso significa que... —comenzó a decir, pero se detuvo de repente, su tono cambiando a uno más despreocupado—. Nada, no tiene importancia. El destino a veces es irónico. Lo sabrás en su momento, pero no es algo relevante ahora.
Desvió la mirada mientras hablaba, pero yo no era tonta. Lo había notado: sus bigotes estaban rígidos, y eso no es normal en el a menos que este nervioso o incómodo.
—Estás ocultándome algo, ¿verdad?
El silencio que siguió fue más elocuente que cualquier respuesta que pudiera haber dado.
Él no quería hablar, se estaba poniendo sus moños, entonces yo también me pondría los míos, tampoco le diría todo. Lo de mi destino sellado con aquel que odiare como a un enemigo solo lo sabre yo, además no estoy segura de lo que significa y por lo visto si el lo llega a saber, simplemente no me lo diría, lo descubriré por mi propia cuenta. Después de todo ese será mi destino.
—No, nada más, todo se volvió ecos, y luego regrese.
—Bien, entonces, creo que ya sabes que es lo que tienes que hacer.
—Despreocúpate, ahora que sé cuál es mi lugar aquí, y voy a disfrutarlo a cada instante. Vamos a ganar esta guerra te lo aseguro.
Cheng Cheng asintió con un sutil movimiento de cabeza, y yo le conteste con una pequeña sonrisa. Mis caídas solo serán los escalones que me llevarán a la victoria. Ahora que lo pienso mejor, tal vez Cheng Cheng tenga razón, ser la mala será algo que disfrutare mucho.
Evie.
¡¡Hola!! ¿cómo están? En verdad espero que bien, en especial si son de Ecuador, cuídense mucho. Hoy les traigo nuevo capítulo, espero les guste
No olviden votar, así me ayudan a llegar a más personas....
Y cuéntenme ¿Creen que Malena verdaderamente pueda convertirse en una villana?
¿Qué creen que suceda en el siguiente capitulo?
¿Están listos para conocer más sobre Sunland?
La historia apenas empieza...pero Malena ya tiene trazado un destino, en las sombras se esconde aquello que la convertirá en leyenda...el que lleva impregnado el escudo emblemático...
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