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CAPÍTULO 1


CAPÍTULO 1
Malena

¿Felicidad? No, ya no recuerdo su significado. Hace trece años que no vivo ni un solo momento que pueda clasificarse realmente como feliz o que me haga sonreír de plena alegría. Desde que acusaron a mi padre de traición y nos exiliaron del reino, mi vida solo ha ido de mal en peor. Mi padre falleció un par de años después de haber sido exiliados, y mi madre se enredó con un hombre que le hizo dos hijos gemelos. Un alcohólico que nunca está en casa, y cuando llega es porque está borracho y no tiene dónde más pasar la resaca.

Vivo en una pequeña casa que apenas puede mantenerse en pie, en un sector abandonado a las afueras del reino, en medio del bosque que está cerca de la muralla que nos separa de un reino infectado por criaturas sedientas de sangre. Suena tenebroso, lo sé, pero es lo mejor que pudimos encontrar luego de ser oficialmente rechazados por una sociedad llena de prejuicios. Gracias a ello, he pasado hambre, frío, necesidad de todo tipo, y me he resignado a morir en cualquier momento. Mi vida tampoco es muy bonita que digamos, así que lo único bueno que espero de ella es mi muerte.

Como nos es difícil conseguir comida en el reino, hemos cultivado una pequeña huerta cerca de casa con lo poco que nos proporciona la partera que ayudo a mi madre en la labor de parto de mis hermanos, es una anciana que aparece de vez en cuando por aquí, siempre está diciendo locuras y cosas extrañas, nunca le presto atención, pero me complace verla por el solo hecho de que trae semillas y comida, aunque con los años motivada por el hambre y la necesidad también aprendí a cazar, comencé con pequeños conejos hasta que un día logre cazar un venado con la punta de una lanza que yo misma fabriqué. El hambre saca la peor versión de cada persona y a mí no me importaba matar a un ser inocente del bosque con tal de que mi madre y mis hermanos tuvieran algo de comer. Cuando no estoy cazando me la paso en la huerta la mayor parte del día con Cheng Cheng, mi gato, mi amigo, mi compañero y mi fiel confidente, es extraña la forma en la que puedo decir eso de un gato, pero es la verdad, es un animal y lo sé, y tal vez por eso seamos tan cercanos, el no puede hacerme daño y tampoco puede decirle a otros lo que sale de mi boca, y eso es lo que nos une. Ha estado conmigo desde que tengo diez años. Lo encontré malherido en el bosque, lo traje conmigo a casa y lo ayudé a sanar con los pocos medios que tenía para hacerlo. Se recuperó y se volvió un gran gato negro y peludo. Mi madre lo odia; no soporta tenerlo cerca, pero sé que es porque, en el fondo, le tiene pánico, y la entiendo. Cheng Cheng no es el gato común y corriente que ronronea y maúlla constantemente para llamar la atención y recibir muestras de afecto. Por el contrario, Cheng Cheng es un gato frío y distante que no muestra afecto por nada ni nadie. Rara vez lo he escuchado maullar. Tiene una mirada profunda que hace que incluso mis hermanos le tengan miedo, pues incluso si intentaban jugar con él, Cheng Cheng los arañaba y, con un sutil gesto, les mostraba los colmillos y les dejaba en claro que no le gustaba que lo tomaran como juguete. Cheng Cheng se daba a respetar con cualquiera, pero conmigo era diferente. Me acompañaba a todas partes. Siempre que le hablaba y se sentaba a mi lado, casi podía sentir que él lo hacía para escucharme.

—La oscuridad no es tan aterradora como lo es la luz cuando no se es feliz, ¿no lo crees? —sentada frente a la huerta, empecé a entablar una conversación casi ficticia con Cheng Cheng.

—Es decir, míranos, no tenemos nada por qué preocuparnos, excepto respirar, comer y dormir. No nos preocupa ni la ropa ni el qué dirán. De nosotros ya lo han dicho todo. Incluso casi estoy segura de que nadie recuerda que existimos. Después de todo, han pasado ya trece años desde que nos exiliaron. Claro, tú no estabas presente aún. A ti te conocí cinco años después, aquí, en el mismo lugar donde está sepultado mi padre: este inmundo bosque.

Volví la mirada hacia Cheng Cheng, quien, como siempre, estaba sentado a mi lado escuchando atentamente, pero sin decir nada, sin ningún ronroneo, sin ningún «miau» o gesto de afecto, nada. Simplemente tenía sus brillantes ojos verdes clavados en la nada.
—O simplemente volver...

—¡Lina! ¡Lina! —uno de mis hermanos se aproximaba corriendo con una expresión de pánico en el rostro.

—¿Qué pasa? —pregunté preocupada.

—Una extraña mujer llegó a la casa. Es una mujer muy elegante; mamá se puso de rodillas frente a ella en cuanto la vio —explicó con la voz agitada.

¿Una mujer elegante? ¿Mamá de rodillas? ¿Qué carajos...? Momento, mi madre solo se pondría de rodillas frente a una persona...

La reina.

Volví a casa a pasos agigantados y, al llegar, pude constatar que había un carruaje que solo utiliza la realeza. Mis mejillas empezaron a arder y mis piernas a temblar de manera inconsciente. Todo este tiempo había estado esperando o una salvación que mejorara nuestra vida, o una muerte rápida que le pusiera fin a nuestro sufrir, y una visita de este tipo solo podía asegurar la segunda opción.

Me llené de valor y entré en casa detrás de mi hermano. Mi madre estaba de pie, y su semblante era uno que no había visto en mucho tiempo. ¿Ella estaba feliz? De espaldas, pude apreciar a aquella mujer elegante. Llevaba una capa negra con capucha que apenas dejaba ver su elegante vestido dorado.

—¿Mamá? —pregunté débilmente, sin entender la situación.

Pero mi madre no fue quien respondió. Aquella mujer se giró hacia mí y, con una voz maliciosa, saludó:
—Hola, Malena. Tiempo sin verte.

La reina estaba frente a mí. Sí, no era una alucinación, no era un sueño. Esto estaba pasando. Aunque, del asombro, me quedé plasmada por unos segundos. Esa mujer no significaba nada para mí. No era ni mi monarca y, mucho menos, mi familia. En el fondo, la odiaba. La odiaba porque, siendo la hermana de mi madre, no hizo nada para tratar de ayudarnos cuando acusaron a mi padre de traición.

—Buenas tardes —respondí a secas.

Quizá ella esperaba un «Saludos, majestad» y que me pusiera de rodillas frente a ella, pero eso no iba a pasar. Yo no me iba a humillar frente a ella. Desde que nos exiliaron, dejamos de ser familia y, por ende, sus súbditos. Levanté la mirada hacia ella y no me medí en modales cuando hablé:


—¿Podría saber cuál es el motivo de su visita? Digo, porque usted no debe estar acostumbrada a frecuentar lugares como este, y mucho menos creo que esté aquí por una visita familiar, ¿o sí?

—Lina —mi madre se acercó a mí rápidamente y me exigió a gritos con la mirada que me callara.

De forma inesperada, la reina da un par de pasos hacia mí y, sin previo aviso, toma mi mentón entre su pulgar y su dedo índice. Gira mi rostro de un lado a otro, examinándome detenidamente con una mirada crítica y penetrante.

—Veo que has desarrollado el mismo carácter altanero que tu padre —dice, su tono afilado como una daga—. Tienes el temperamento. Tienes el porte. Tienes la edad y, sobre todo, tienes la salud.

Hace una breve pausa, dejando que sus palabras floten en el aire antes de añadir:

—Claro, aunque quizás haya que pulirte un poco por fuera... pero nada que no pueda arreglarse.

—Disculpe la ignorancia —me libré bruscamente de su agarre—, pero no entiendo a qué se refiere.

—Me refiero a que eres perfecta. Perfecta para suplantar a Cordelia y convertirte en la nueva reina de Sunland.

O mi pecho se expandió demasiado o mi corazón se encogió al tamaño de un grano de arena. La locura que acababa de decir me dejó sin habla. Esto no podía estar pasando... ¿verdad? Ella no había dicho eso en serio. Mi cuerpo entero se congeló, incapaz de reaccionar ante semejante idiotez. ¿Era una broma?

—Está enferma de la cabeza ¿verdad? —solté, estupefacta.

—No querida, dije lo escuchaste. Hoy he venido hasta aquí para pedirte que te conviertas en Cordelia. Quiero que tomes su vida y su lugar en este reino —afirmo sus palabras con más seriedad.

¿Está demente? ¿O era mi oído el que me fallaba? Yo no podía tomar una vida que no me pertenecía. Pero... también podría seguir viviendo la que ahora tenía, llena de carencias y tristeza. Basta Malena no es hora para pensar con sarcasmo.

No, esto no podía ser real. Cordelia era su hija, la futura reina de Sunland. Ella no me pediría algo así en serio. Ni siquiera en el mejor de mis sueños.

—Hable claro. ¿Quiere burlarse de nosotras? ¿Quiere humillarnos aún más? ¿Qué es lo que pretende con todo esto? —mi voz se alzó, temblorosa entre la incredulidad y el enojo.

—Hija, sé que piensas que todo esto no es real, y lo entiendo, pero créeme cuando te digo que ella está hablando muy en serio —aseguró mamá, su tono tan firme que un escalofrío recorrió mi espalda

—Cordelia falleció hace un par de semanas —intervino Safiye, con un tono neutro—. Los ministros aún no saben nada, pero si llegaran a enterarse, cambiarían de familia real de inmediato. Eso desataría una guerra interna en el palacio y en todo el reino. Por eso acudo a ti: para evitar una guerra, para mantener la seguridad del reino. La corona de Sun lleva tiempo sin usarse y necesitamos un nuevo rey que refuerce la muralla. De lo contrario, las primeras en morir serán ustedes. Si la muralla no se refuerza a tiempo... los vampiros volverán.

Cordelia muerta. La muralla. Los vampiros. Oh no. Nada de esto suena bien. Nada.

¿Yo... como reina?

—¿Y por qué necesita precisamente mi ayuda? Podría suplantarla con cualquier otra chica, ¿no?

—Te equivocas —contestó Safiye con firmeza—. Eres la única que puede hacerlo. Nadie te ha visto en años, igual que a Cordelia, quien siempre estuvo muy enferma y bajo tratamiento. Además, tú eres hija del segundo hermano del anterior rey. Tu sangre es la sangre de un heredero. Eres tú o la guerra, ¿entiendes?

¿Yo o la guerra? No. No puedo hacerlo.

Esto es demasiado. Demasiado rápido. Demasiado irreal. Cordelia debería reinar, no yo. Pero está muerta. Y ahora su propia madre me está pidiendo que tome su lugar. Es tan... tan absurdo.

—¿Y qué pasaría si dijera que no? Después de todo, mi padre fue acusado de traición. La sangre de un traidor corre por mis venas. ¿No teme que yo también me convierta en uno? —dije, probándola. Quería ver cuán sinceras eran sus palabras. Quería... quería que se humillara como tantas veces lo hizo mi madre.

Mi madre, al oírme, me dio un pisotón que casi me hace jadear. A ella parecía agradarle la idea. Como si esto no tuviera riesgos. Porque si la verdadera Cordelia no está muerta, o si alguien más descubre esta farsa, yo moriría en el acto.

—No lo creo —dijo Safiye, con un tono cortante y despectivo—. Para mí, es más que suficiente saber que por tus venas corre sangre real. Además, para ser un traidor hay que tener tres cosas de las que tú claramente careces: inteligencia, habilidad y poder. Y no cualquier poder: magia. Si aceptas, tendrás conocimientos básicos de todo aquello, siempre bajo mi supervisión, siempre bajo mis órdenes. Es decir, siempre estarás bajo mi mando.

Cerró su puño frente a mí, como si atrapara algo invisible.

Justo la respuesta que esperaba. Me estaba menospreciando, claro. En mis condiciones, no tuve más educación que la que mi madre pudo brindarme, y mucho menos tengo conocimientos de magia. Esos privilegios son para los hijos de ministros y de la familia real.

—¡Ah! Entonces sugiere que me convierta en su marioneta —espeté, avanzando hacia ella con la mirada fija en sus ojos.

—Solo quiero que te conviertas en mi hija. La reina que porta la corona frente a todos, la que saluda, la que es amable y disfruta verse bien. Pero quien tome las decisiones del reino seré yo, ¿entiendes? —dio un paso hacia mí, dejando que apreciara sus ojos marrones profundos, llenos de ambición.

—Hija, tienes que aceptar. De otra forma, moriremos todos aquí... por favor —mi madre puso una mano sobre mi mejilla, girando mi rostro hacia ella. Su voz temblaba, suplicante—. Hazlo por el bien de tus hermanos. Son tan solo unos niños; merecen un futuro mejor. Tú serás la reina, tendrás una vida distinta. Comodidades, riquezas, todo lo que te mereces y más. Todo lo que yo nunca podré darte.

Yo no quería hacerlo. En mi mente, imaginaba sacando a la reina a patadas de mi casa, como ella lo hizo con nosotras alguna vez. Pero... ahí estaban mi madre y mis pequeños hermanos, mirándome. No podía negarles la posibilidad de un futuro mejor.

—Es cierto, tendrás todo tipo de comodidades, y lo único que tendrás que hacer es seguir mis órdenes —aclaró la reina.

—Bien. —Volví mi mirada hacia ella, con el peso de una decisión inevitable aplastándome los hombros—. Si aceptara, ¿mi madre vendría conmigo?

—No —respondió Safiye con seguridad—. Para ella tengo otro plan. Ella y tus... —desvió la mirada hacia mis hermanos, observándolos con desagrado —hermanos irán a Faes, donde comenzarán una nueva vida con un nuevo nombre. Para ello, tu madre se casará con un noble estéril de aquel reino. Él anhela tener esposa e hijos, y los acogerá con gran satisfacción. La negociación ya está hecha; dentro de unos días tu madre tendrá una nueva identidad.

—¿Tendremos un papá nuevo? —preguntaron mis hermanos emocionados al unísono.

Giré mi mirada hacia ellos. Vi la ilusión en sus ojos. Yo me había resignado a la muerte, pero ellos anhelaban vivir. Deseaban un futuro mejor. Mi madre no protestó en absoluto. Supongo que también desea salir de esta miseria.

Todos esos ojos sobre mí me presionaban. No sabía qué hacer. Recorrí mi pequeña casa con la mirada hasta encontrarme con Cheng Cheng, sentado en el marco de la ventana. No me miraba a mí; sus ojos estaban fijos en la reina con esa expresión escalofriante que mi madre tanto odiaba, el era el único que no me presionaba con la mirada.

—Está bien —dije finalmente, mi voz apenas un susurro.

—¿Lo harás? —preguntó la reina con interés.

—Lo haré. Solo si promete que mi madre y mis hermanos tendrán verdaderamente un futuro próspero.

—Tienes mi palabra.

—Espero que su palabra tenga peso, porque si no cumple, le aseguro que sufrirá las consecuencias —dije con firmeza, aunque sabía que no estaba en posición de amenazarla.

¿Por qué lo hice? Porque aunque no tengo poder ni inteligencia, tengo dignidad. Orgullo. Su posición no iba a hacerme sentir menos. Nadie me iba a quitar el derecho de proteger a mi familia.

—Más de lo que crees, querida. Y tranquila, a partir de hoy soy tu amiga, no tu enemiga. Quiero que lo tengas presente, porque en el palacio nadie será tu amigo más que yo —sentenció.

Dibujó una gran sonrisa en su rostro. Yo respondí con otra forzada, apenas mostrando cerrando los labios en una línea.

Sin más, la elegante mujer salió de la casa para hablar con quienes la esperaban en su transporte.

—Mamá, ¿estás segura de que quieres que haga esto? —pregunté en cuanto estuvimos solas en la pequeña sala, ella soltó un pesado suspiro antes de levantar la mirada hacia mi.

—No, no quiero que lo hagas. Porque sé que por hacerlo perderé a una hija. Pero si no lo haces, los perderé a los tres... y me perderé a mí misma.

Tomó mi rostro entre sus manos y pegó su frente a la mía. Sus ojos húmedos reflejaban una mezcla de amor, dolor y desesperación.

—Sabes que te amo, y que daría mi vida para que no tuvieras que hacer esto. Pero ahora nuestra necesidad es más grande que nosotros mismos. Y sí este es tu destino tú debes seguirlo.

—Lo sé, mamá. No tienes por qué sentirte mal. Nuestra situación actual no es culpa tuya...

—Crees que es culpa de tu padre, lo sé. Pero ahora que vas a entrar al palacio, tienes que saber la verdad. Tu padre nunca fue un traidor. Lo inculparon.

Mi madre me abrazó con disimulo y susurró en mi oído:

—Dentro del palacio deberás cuidarte mucho. No confíes en nadie, ni siquiera en tu propia sombra. Habrá personas que deseen tu posición y serán capaces de todo para obtenerla. Mantén los ojos y los oídos abiertos. Cuídate, mi amor. Cuídate mucho.

Me dio un beso en la mejilla y me soltó. Yo me quedé paralizada, procesando sus palabras.

Si lo que dijo era cierto, entonces el verdadero traidor estaba en el palacio. Ahí, ocupando el lugar de mi padre o haciendo quien sabe qué. Y ahora, yo tenía la posibilidad de encontrarlo... y destruirlo, como él destruyó a mi familia.

Sumergida en mis pensamientos, no noté que mi madre secaba sus lágrimas, ni que mis hermanos me abrazaban fuerte por la cintura. Me puse de cuclillas frente a ellos, queriendo grabar sus rostros en mi memoria. Probablemente sería la última vez que los vería así.

—Pequeños terremotos, no estoy segura de si los voy a extrañar, pero sí sé que ya no podré jugar con ustedes, ni regañarlos para que no hagan enojar a mamá. Así que prométanme que, de ahora en adelante, serán niños grandes y no la harán enojar —dije, posando mis manos en sus mejillas.

—Lo prometemos. De ahora en adelante seremos niños grandes y no haremos enojar a mamá —respondieron al unísono, llenos de entusiasmo. La ilusión en sus ojos reflejaba su inocencia frente a la inminente despedida.

—Está bien, no olviden que los quiero mucho. —Los estreché entre mis brazos con fuerza, dejando que su calidez me inundara una última vez.

Al ponerme de pie, encontré a mamá sosteniendo a Cheng Cheng en brazos. Por primera vez lo tenía así, y era extraño porque Cheng Cheng no protestaba, como si entendiera que este era un momento diferente.

—Ten, no voy a quedarme con esta bestia. Hasta ahora ha sido un gran compañero para ti, y estoy segura de que lo seguirá siendo —dijo mamá, extendiéndomelo.

Tomé a Cheng Cheng y lo giré para mirarlo directamente a los ojos.

—¿Qué dices? ¿Quieres acompañarme a una muerte segura?

Cheng Cheng, con su ceño fruncido habitual, pareció darme su respuesta. Era un sí.

Salí de casa, lista para enfrentar un destino que jamás imaginé vivir, lista para abandonar esta vida que, aunque mía, ya no me pertenecía. Esta nueva vida no era realmente mía, pero la aceptaba para darles un futuro mejor a mis hermanos y, sobre todo, para limpiar el nombre de mi padre.

—No estarás pensando llevar a esa bestia peluda contigo, ¿verdad? —preguntó la reina, con una mueca de desaprobación al verme con Cheng Cheng en brazos.

—Tampoco pensaba convertirme en la reina de Sunland, pero ya ve —repliqué con ironía.

La reina bufó, soltando un pesado suspiro antes de devolverme una mirada de puro desagrado.

—Bien, pero no lo quiero cerca. Solo verlo me da escalofríos.

Eché una última mirada a mi alrededor. Observé la casa, los árboles, a mi madre, a mis hermanos... Era toda mi vida, y ahora la estaba dejando atrás. Cualquiera en mi lugar estaría llorando, sumido en la nostalgia del momento, pero a mí ya no me quedaban lágrimas. Las había derramado todas en estos últimos años. Ahora solo me quedaba una cosa: sed. Y no cualquier sed. Era sed de venganza. Convirtiéndome en la reina de Sunland, seguro la obtendría.

—Es hora de irnos —anunció la reina.

—Bien... ¿no iremos en esto? —pregunté, señalando el transporte con el que había llegado después de ver que lo estaba rodeando.

—Tú no puedes ser vista por nadie hasta que no te conviertas en Cordelia. Usaremos otro medio para llegar al palacio —aclaró, ofreciéndome una capa con capucha.

Me la puse sin protestar y, justo antes de levantar la capucha, miré a mamá por última vez. Notoriamente estaba reprimiendo sus lágrimas, esforzándose por mostrarme una última sonrisa. Se la devolví y, sin pensarlo dos veces, corrí hacia ella, abrazándola con fuerza. Necesitaba sentir su calor una última vez.

—Prometo que limpiaré el nombre de papá. No te preocupes por mí, sabré cuidarme. Te quiero, mamá. Cuídate mucho, y por favor, sé feliz por las dos —le susurré al oído antes de alejarme.

Me giré hacia mis hermanos y los abracé también. Sus sonrisas eran tranquilas, despreocupadas, quizá porque no comprendían del todo el significado detrás de esta despedida.

Finalmente, me alejé de ellos, tomando a Cheng Cheng entre mis brazos. Observé cómo los guardias que acompañaban a la reina abrían las puertas del transporte en el que ella había llegado. Probablemente lo preparaban para partir hacia el reino vecino con mi madre y mis hermanos a bordo.

En silencio, seguí a la reina un par de metros más, hasta que nos detuvimos frente a un árbol inmenso, con un tronco ancho y voluminoso, rodeado de raíces que parecían querer aferrarse al suelo con fuerza.

La reina alzó su mano hacia el tronco, y de sus dedos salió un destello naranja que impactó contra la corteza. El árbol, como si respondiera a un llamado ancestral, comenzó a iluminarse. Una puerta destellante se formó en el centro, bañando el aire con una luz cálida y vibrante.

—¿Impresionada? —preguntó al notar cómo mis ojos se abrían de par en par. Una sonrisa de superioridad curvó sus labios. —Esto no es nada comparado con lo que te espera en el palacio.

Sus palabras despertaron en mí una emoción que hacía tiempo no sentía: asombro. La magia que la realeza dominaba era algo que siempre había admirado desde la distancia, algo que todos en el reino anhelaban poseer.

—Una vez que cruces esa puerta —continuó, con voz solemne—, volverás al palacio después de casi trece años. Pero recuerda, la que debe entrar al palacio no es Malena. Cordelia es quien renace en este momento. Lina o Malena quedan enterradas aquí, en este bosque, ahora y para siempre.

Extendió su mano hacia mí, invitándome a cruzar el umbral de aquella puerta mágica.

La decisión era mía. Este bosque había sido testigo de mi sufrimiento, de mis lágrimas y mis noches más oscuras. Siempre espere que este bosque me consumiera y acabara con mi vida, pero nunca espere salir con vida y ser yo la que enterrara esa vida en este bosque. Ahora era yo quien dejaba atrás la vida que me había atormentado. Estaba enterrándola aquí, entre estas raíces, para emerger como alguien completamente nueva.

Tomé una profunda bocanada de aire.

—Estoy lista.

GRACIAS POR LLEGAR HASTA ACÁ Y COMENZAR A LEERME, DESDE YA TIENEN UN LUGAR ESPECIAL EN MI CORAZÓNCITO DE MELÓN. LES PROMETO DARLES UN LIBRO LLENO DE EMOSIONES, MISTERIO PERO SOBRE TODO MAGIA ¿NO TIENEN MIEDO A LO DESCONOCIDO? PUES BIENVENIDOS A SUNLAND.

Instagram:@evie_202111

Evie♡.

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