Capítulo 6. Valiente.
«Valiente»
Las palabras de papá resonaban en mi mente: no importa cuantas veces nos ataquen, nosotros no sabemos en dónde está.
Un mal presentimiento me invadió al comprender que se refería a Ada. El problema era que yo sí sabía exactamente dónde se encontraba. ¿Era una coincidencia? ¿Qué nos atacaran justo el día que lo había descubierto? Tragué saliva, muerto de miedo.
Papá se giró hacia nosotros y la dureza de sus ojos fue suplida por alivio.
—¿Están bien? —Asentí con una cabeceada, aún aturdido por mis pensamientos—. ¿Ami?
Me giré para ver a mamá, quién lucía muy pálida ante la luz de las estrellas. Papá se acercó a ella y con cuidado acunó su rostro en sus manos.
—Todo está bien.
Ella lo miró sin creerle, pero no dijo nada más. Sus ojos azules me buscaron y se clavaron en los míos.
—Por esto te necesitamos en las reuniones —dijo con un hilo de voz—, la seguridad del bosque tiene que ser nuestra prioridad.
La miré con el ceño fruncido.
—¿De qué hablas? —pregunté—. ¿Esto ya ha sucedido antes?
Mamá abrió la boca para responderme, pero papá la distrajo cuando se dejó caer sobre ella. Se le doblaron las rodillas al intentar sostener todo su peso y ambos cayeron sobre el césped, pero no alcancé a entender que iba mal hasta que ella lo abrazó y, asustada, miró sus manos manchadas de sangre.
—Estás herido.
Rápidamente me acerqué a ellos.
—No es nada —aseguró papá, aferrando su costado—. Ese demonio me alcanzó a enterrar su cola, pero estoy bien.
—Te llevaré con Samara —dije colocando su brazo sobre mis hombros para ayudarlo a ponerse de pie—. Ven mamá.
Ella se abrazó a nosotros y desaparecimos juntos.
Nos llevé hasta la alcoba de mis padres, que se encontraba en el castillo. Entre mamá y yo recostamos a papá en la cama y observamos su costado al mismo tiempo.
—Oh no —susurró ella.
En el bosque oscuro casi no se alcanzaba a diferenciar la sangre de su camisa, pero ahí, con la luz de la habitación, pudimos ver que todo el costado derecho estaba empapado. Estaba perdiendo mucha sangre y rápido. Con manos temblorosas, mamá le quitó la camisa y la piel quedó expuesta.
El olor a sal y metal inundó mis sentidos. Papá tenía varios hoyos profundos en su piel por los cuales brotaba la sangre. Mamá utilizó su camisa para presionar las heridas e intentar frenarla.
«Samara» —la llamé aterrado— «ven rápido, papá está herido»
Contra todo pronóstico, papá sonrió y apartó el cabello rubio que caía sobre el rostro de mamá.
—Solo es un poco de sangre —le dijo—. Tranquila.
—Es mucha sangre —contradijo ella.
«¿En dónde están?» —preguntó Samara.
«En su cuarto»
Dandelion y Samara aparecieron en ese instante, yo me aparté un poco para que ella se pudiera acercar a revisarlo y miré todo como si se tratara de una especie de sueño.
—¿Qué pasó? —preguntó Dandelion, incrédulo
—Un demonio me atacó.
—¿Otra vez?
Desperté del sueño ante esas palabras y observé a Dandelion, quien acababa de confirmar mis sospechas. Ese no era el primer ataque que se suscitaba en Sunforest.
—Dandelion —lo llamó Samara—. En nuestra habitación hay un tarro con la mezcla de yue.
El forestniano no necesitó otra indicación para desaparecer de inmediato, mientras tanto Samara apartó las manos de mamá y colocó las suyas, las cuales tenían un resplandor azul. Un minuto después, Dandelion regresó y le entregó un molde de cristal con una mezcla rosa palo en su interior. Samara tomó un poco y con mucho cuidado, la extendió sobre las heridas.
Papá gimió cuando los hoyos comenzaron a cerrarse lentamente. La piel se encogió hasta que quedó lisa y, por ende, la sangre se detuvo. Él exhaló con alivio y cerró sus ojos, mientras intentaba controlar su respiración acelerada.
—Estarás bien —dijo Samara pasando una de sus manos azules por la piel.
—Lo sé —papá abrió sus ojos verdes y volvió a sonreír—. Gracias Samara.
Ella le devolvió la sonrisa y utilizó su magia para limpiar la sangre que se había extendido por las sábanas blancas, dejando la cama impecable de nuevo. También desapareció los restos de sangre verde que habían quedado adheridos en el cabello pelirrojo de mi padre.
—No te levantes —advirtió— perdiste mucha sangre.
—No pensaba hacerlo.
Dandelion se acercó algunos pasos y miró a papá con algunas arrugas de preocupación en su rostro.
—¿Cómo fue el ataque?
—Hablaremos de eso mañana —dijo mirándolo a los ojos, por lo que fácilmente deduje que estaba dándole alguna indicación mental—. Ha sido un largo día, Amira y yo necesitamos descansar.
Dandelion asintió y Samara se puso de pie para acercarse a su esposo.
—Si necesitas algo no dudes en despertarme.
Papá asintió, agradecido. Dandelion, Samara y Aiden también vivían en el castillo desde hace años, por lo que la pareja salió por la puerta para regresar a la habitación que se encontraba al final del pasillo. Estaba pensando seriamente si debería seguirlos cuando escuché la voz de mi padre dentro de mi cabeza.
«Quédate»
Lo miré algo sorprendido, pero no dije nada. Mamá subió a la cama para recostarse sobre su hombro y él aprovechó para besarla en la frente. En secreto, me encantaba la relación que tenían mis padres. Era tan obvio lo mucho que se amaban que nadie se atrevía a ponerlo en duda. Simplemente eran perfectos juntos, no había otra manera de explicarlo, como si sus cuerpos fueran imanes sincronizados. Si ella se movía, él se movía. Si ella se detenía, él se detenía. Siempre ajustándose el uno al otro. Y la energía que despedían cuando estaban juntos era como una intensa luz dorada que nos dejaba ciegos a todos los que estábamos a su alrededor. Pero era hermoso.
—Lo lamento —dije recordando la pelea que estábamos teniendo antes de que los demonios aparecieran—. No volveré a perderme ninguna reunión.
Ambos me observaron, pero no pude descifrar el significado de sus miradas. Papá me hizo una seña para que me acercara y decidí sentarme en el borde de la cama.
—Hijo —dijo mirándome con cariño—, estoy muy orgulloso de ti.
Mi mirada en respuesta estuvo llena de confusión.
—¿No estabas enojado?
—Claro que estaba enojado —admitió como si fuera obvio—. Nos desobedeciste, pero ese no es el punto.
—¿Ah no?
Él sonrió.
—No es nuestra intención presionarte tanto —se disculpó— tu mamá y yo tan solo queremos que te conviertas en un gran rey.
—Es cierto —coincidió ella tomando mi mano para darme un apretón cariñoso— perdona si hemos sido muy duros contigo.
Yo negué con la cabeza.
—Han sido los mejores padres.
—Y tú un hijo muy valiente —respondió papá—. ¿Sabes que recordé cuando hoy te vi atravesarte entre los demonios y tu madre?
—¿Qué? —pregunté con curiosidad.
—Cuando tan solo tenías cinco años y se te ocurrió atravesarte entre un dragón y yo.
Reí al escucharlo, no recordaba aquello con claridad, pero ya me habían contado esa historia anteriormente.
—Supongo que soy experto en meterme en problemas —bromeé.
Papá negó con la cabeza.
—Eres valiente —aseguró— y te repito, estamos muy orgullosos de ti. Te amamos, Jared
—Y yo a ustedes.
—Ve a descansar, hijo. Mañana hablaremos sobre lo demás.
Me quedé ahí, inseguro. Tenía muchas dudas y no creía poder dormir hasta resolverlas, pero los vi a los dos tan pálidos que me mordí la lengua y asentí con la cabeza.
—Buenas noches —me despedí antes de salir y dejarlos solos.
Cuando llegué a mi cuarto estaba tan nervioso que me puse a dar vueltas por toda la habitación, rememorando el ataque una y otra vez. Dandelion había confirmado que no era el primero así que existía la posibilidad de que todo fuera una simple coincidencia, pero ese pensamiento no me ayudaba a sentirme más tranquilo.
Tenía que verla. Asegurarme de que ella estaba bien.
Aparecí en la Tierra y me deslicé por entre las sombras para no ser visto. Estaba a un costado de la casa de Ada y pegué mi espalda a la pared, justo a un lado de la ventana que estaba en el piso de abajo. Agudicé mi oído y alcancé a escuchar los murmullos de una conversación, pero aún no conocía la voz de Ada y no estaba seguro de si se trataba de ella.
Con mucho cuidado, me asomé por la ventana para mirar en el interior de la casa. Había dos personas ahí, sentadas en una pequeña mesa y charlando mientras cenaban. Se trataba de un hombre y una mujer, ambos con ojos castaños y el cabello oscuro. Debían ser los padres adoptivos de Ada, pero ella no se encontraba ahí.
Me aparté antes de que los dos humanos me vieran y, mirando a mi alrededor para asegurarme de que no hubiera nadie cerca, di un salto para caer sobre una de las gruesas ramas del gran árbol que estaba plantado justo a un lado de la casa.
Escalé con agilidad hasta que alcancé a ver la ventana que estaba en el segundo piso y me quedé muy quieto para camuflajearme con las sombras. Para mi suerte, esa parecía ser la habitación de Ada.
La inquietud de mi pecho se calmó de golpe al verla. Me senté sobre la rama con la espalda recargada en el tronco y no volví a moverme. Ada estaba recostada sobre su cama y tenía un grueso libro apoyado en los muslos de sus piernas. Traía puesta una pijama color rosa y su cabello estaba trenzado.
Me quedé observándola un buen rato mientras mi cabeza intentaba idear un plan para protegerla. Se lo había prometido el día en que la conocí, la primera y última vez que la cargué en mis brazos le dije que yo la iba cuidar. En ese entonces, tan solo era un niño, pero ahora ya era capaz de cumplir esa promesa.
Un pequeño crujido en el césped volvió a poner mis sentidos alerta. Con mucho cuidado para no ser visto, me asomé casi esperando encontrar a uno de los demonios al pie de la casa, pero me relajé al ver un gato gris caminando tranquilamente por el jardín. Vaya, ya estaba siendo paranoico.
Casi al mismo tiempo Ada cerró su libro, lo dejó en su mesa de noche y apagó la lámpara que tenía a su lado, sumiendo su habitación en la oscuridad.
Papá tenía razón, ese había sido un día muy largo.
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