Capítulo 37. Poderosa.
«Poderosa»
—¿Por qué no desayunas con Aiden? —le propuse cuando salíamos de mi habitación, ambos bañados y completamente vestidos—. Ada y yo los alcanzaremos en cuanto terminemos.
—De acuerdo, te veo en un rato.
Flora se puso de puntitas para darme un rápido beso y la vi alejarse por el pasillo. Se había puesto una falda coral lo suficiente corta como para dejar sus piernas doradas por el sol al descubierto, haciéndome suspirar. Nunca tendría suficiente de ella.
Me giré hacia el lado contrario para ir al estudio. Mis padres ya estaban ahí, charlando tranquilamente con Ada, tanto que me relajé al verlos convivir de esa manera. Estaba seguro de que era un buen comienzo para nosotros.
—Bueno días —los saludé con una voz cantarina.
—Veo que estás de mejor humor —comentó mamá, mirándome.
—Un buen baño pone a cualquiera de buen humor —dije para desviar su atención.
Ada me miró aún con culpabilidad y yo le guiñé un ojo para tranquilizarla. Estaba muy linda, mamá le había prestado un vestido azul marino que tenía pequeñas margaritas en los olanes y en el escote, también la peinó con una trenza francesa, dejando solo un par de mechones sueltos enmarcando su rostro.
—¿Y Arus?
Como si lo hubiera invocado con tan solo decir su nombre, el hada apareció a un costado de mi padre y nos observó sin mostrar ninguna emoción en su rostro. Eso siempre me llamaba la atención de él, ese increíble dominio que parecía tener sobre sí mismo.
—Así que tú eres mi abuelo —dijo Ada, examinándolo sin ningún reparo.
Él inclinó la cabeza a modo de saludo.
—No estoy acostumbrado a que me llamen abuelo.
—¿Eso es un reclamo? —pregunté alzando mis cejas, ya que hasta ese momento yo había sido su único nieto "cercano".
—Más bien una observación —respondió él acercándose a nosotros.
Papá me lanzó una mirada que claramente significaba "compórtate" y yo me mordí la lengua.
—Gracias por venir, Arus —le dijo girándose hacia él—. Como te expliqué ayer, a Ada le gustaría recuperar sus poderes.
Él asintió.
—Haré lo que ustedes me pidan, siempre y cuando estén conscientes de los peligros que conlleva.
—¿Peligros? —preguntó Ada, un poco nerviosa.
—Nadie aquí conocemos la magnitud de tu magia. La imaginamos, claro, pero no la entendemos aún y tú no tienes nada de preparación. Deberás entrenar arduamente para controlarla.
—Yo la entrenaré —dije sin ninguna duda y Ada me miró con una mezcla de sorpresa y agradecimiento.
Papá sonrió.
—No esperaba menos de ti —admitió— pero me sentiría más tranquilo si la entrenamos juntos.
Lo miré, extrañado. ¿No era él quien me había empujado a entrenar a la mitad de los forestnianos de Sunforest? ¿Por qué ahora no quería dejarme solo?
—¿Hay algún motivo? —intenté averiguar.
—Ada y Joham comparten la misma magia —explicó Arus como si aquello fuera evidente— o al menos una muy similar. Por eso, tal vez él pueda entender cosas que tú no.
—Quiero que Jared me entrene —intervino Ada.
—Como dije —habló papá sin perder la calma—, podemos hacerlo juntos. Si tú aún quieres levantar el hechizo, esa sería mi única condición.
—La acepto —dijo con una seguridad sorprendente que nos dejó algo muy claro a todos: Ada se moría por hacer magia.
—Bien —respondió papá, satisfecho—, entonces tienen mi bendición.
—¿Estás lista? —preguntó Arus examinando a mi hermana.
Ella me miró y yo asentí, en un intento de calmarla.
—Sí —respondió sin poder ocultar su emoción.
—Ponte de pie.
Ada se paró para acercarse a él y papá revoloteó a su lado, un poco ansioso. Arus y mi hermana quedaron frente a frente, mirándose casi sin parpadear. Ella apretó sus puños a sus costados cuando él colocó cada una de sus manos en la clavícula. Ada cerró sus ojos.
—Ego suscitabo omnes magicae.
Arus pronunció lentamente cada sílaba y en cuanto terminó, una explosión mágica me sacó volando de mi silla y me hizo cruzar por el aire hacia el lado contrario de la habitación. Me estampé en la pared y resbalé hasta el suelo, escuchando el crujido de mis huesos al caer.
Un grito rompió el silencio y alcé mi rostro, alarmado. Ada seguía de pie donde mismo, con Arus y papá intentando acercarse a ella, pero mi hermana estaba provocando unos vientos huracanados que complicaban todo. Su boca estaba abierta y gritaba como si le doliera algo, sus ojos azules estaban completamente plateados y su piel brillaba con un tenue resplandor dorado.
—¡Ada! —grité, pero mis palabras quedaron enterradas en el rugido del aire.
En ese momento, la mesa del centro también salió volando hasta golpear contra el techo y hacerse pedazos. Arus extendió su mano para tomar a Ada y luego la soltó inmediatamente, como si su piel lo hubiera quemado. Le dijo algo a papá que no alcancé a escuchar y entonces caí en la cuenta de que faltaba alguien.
Asustado, la busqué con la mirada y la encontré al otro lado de la habitación, cerca de la puerta. Estaba inmóvil sobre el suelo, con su rostro oculto bajo su largo cabello rubio. El corazón me latió dolorosamente, lleno de miedo, justo antes de aparecer junto a ella y tomarla entre mis brazos.
—Mamá.
Su cabello cayó hacia atrás, dejando a la vista su pálido rostro. Sus ojos estaban cerrados y rápidamente tomé el pulso en su cuello, exhalé lleno de alivio al encontrarlo estable. Ella estaba viva, sólo había perdido el conocimiento.
En ese momento, todas las ventanas que se encontraban en el estudio se reventaron al mismo tiempo y miles de cristales volaron por la habitación. Envolví a mamá en mis brazos y la cubrí con mi cuerpo para protegerla.
«¡Ada!» —el grito de papá fue tan potente que nos alcanzó a todos y resonó en nuestras cabezas—. «Eres tú la que lo está causando, ¡tienes que detenerte!»
Ada dejó de gritar. Sorprendido, alcé un poco la cabeza para alcanzar a verla por encima de mi hombro. Papá la estaba abrazando con fuerza y una mueca en su rostro me decía lo doloroso que eso resultaba, pero parecía funcionar, Ada se estaba calmando.
El viento se detuvo, los restos de madera cayeron al suelo y el ruido se transformó en silencio. Aún así, papá no se separó de ella.
—Estás bien —le susurró en voz alta, acariciando su cabello—. Sé lo que se siente, todo es muy nuevo, pero estás bien hija.
Él continuó calmándola y Ada dejó de brillar, regresando a la normalidad. Mi corazón aún latía desenfrenado dentro de mi pecho y volví mi atención hacía mamá, quién seguía inconsciente pero no tenía idea de si se había golpeado o algo peor.
—¿Mamá? —la llamé palmeando ligeramente su mejilla, para ver si reaccionaba, pero ella no se movió.
Papá se dejó caer a mi lado en ese momento, sobresaltándome por moverse tan rápido. Me arrebató a mamá y la colocó sobre su regazo, examinándola. Solté un grito ahogado al notar sus manos y brazos llenos de ampollas y quemaduras, él siguió la dirección de mi mirada.
—Estoy bien —aseguró al mismo tiempo que metía un brazo debajo de las rodillas de mamá para poder alzarla—. ¿Puedes encargarte de tu hermana?
Asentí de inmediato y ambos nos pusimos de pie al mismo tiempo. Ada ya estaba a nuestro lado, intentando acercarse a mamá. Yo envolví su cintura para mantenerla junto a mí, pero ella forcejeó.
—¿Le hice daño? —preguntó con una mirada asustada.
Antes de que pudiera responderle, cuatro figuras aparecieron en la habitación: Dandelion, Samara, Aiden y Flora. Todos nos observaron con incredulidad al encontrarnos en medio del desastre.
—¿Qué sucedió? —preguntó Dandelion en voz alta.
Aiden y Flora fueron más rápidos en comprenderlo, puesto que ambos miraron a Ada con una mezcla de asombro y curiosidad, aunque ella no se dio cuenta.
—Ami está inconsciente —dijo papá acercándose a Samara— justo iba a buscarte.
Samara alzó su mano junto con un resplandor azul y la examinó con ella. En ese momento Ada se quedó muy quieta entre mis brazos y comenzó a respirar aceleradamente, su corazón latía tan desenfrenado que podía escucharlo como si fuera el mío.
—Ada, todo está bien.
Aiden se percató de lo mismo que yo y se acercó a ella, con movimientos cautelosos para no asustarla. Su mano derecha resplandeció como la de Samara y la colocó en la espalda de mi hermana, justo entre sus omóplatos.
—Esto te ayudará a tranquilizarte —le dijo en un murmullo.
Mamá abrió los ojos justo cuando la respiración de Ada se ralentizaba, la mano de Samara había llegado a su frente y el resplandor azul se apagó en cuanto ella recuperó el conocimiento.
—Se encuentra bien —dijo Samara mirando a papá—, solo estaba aturdida.
Mamá parpadeó y miró a su alrededor, intentando recordar cómo llegó repentinamente a los brazos de su esposo.
—¿Qué pasó?
Papá sonrió, dejando escapar toda la tensión de los últimos minutos.
—Acabamos de comprobar lo poderosa que es nuestra hija —dijo bajando su piernas al suelo para ponerla de pie y sosteniéndola un segundo, cuidando de que no fuera a perder el equilibrio.
—Lo lamento —intentó disculparse mi hermana.
Él negó, restándole importancia.
—Solo a nosotros se nos ocurre levantar el hechizo tan tranquilamente y dentro del castillo.
—De haberlo hecho afuera, probablemente hubiera arrasado con el bosque —bromee pero Ada me miró con incredulidad—. ¿Aún es muy pronto para bromear?
—¡Pude matarlos a todos!
—No seas dramática —la tranquilicé—. No te desharás de nosotros tan fácil.
Papá nos distrajo, acababa de soltar un gemido de dolor y noté que mamá estaba examinando las ampollas de sus manos con preocupación.
—¿Qué te pasó?
Él miró a Ada con un poco de nervios, seguramente preocupado por herir sus sentimientos.
—Fui yo —respondió Ada—. Mi cuerpo se estaba quemando, pude sentirlo, y aún así me abrazaste para calmarme.
Papá alzó la mirada con una interrogante y yo la seguí hasta encontrarme con Arus, tan callado e inmóvil que hasta me había olvidado que él seguía ahí.
—¿Por qué a mí no me sucedió eso cuando me quitaste el hechizo? —le preguntó.
—Solo tengo teorías —admitió— pero supongo que lo más lógico es que esto fue muy diferente. Para empezar, solo la mitad de tu magia estuvo dormida, la otra mitad aprendiste a dominarla desde pequeño. Y cuando tus poderes despertaron tú ya tenías entrenamiento previo. En cambio, toda la magia de Ada estaba siendo reprimida y al ser liberada de golpe, su energía explotó como si fuera un volcán incontrolable.
—Eso tiene sentido —admitió papá.
—O es mucho más poderosa de lo que jamás imaginamos —continuó Arus.
—Yo creo que fue una combinación de las dos —admití mirando a mi hermana— pero eso no quiere decir que esto fuera tu culpa. Ninguno de nosotros imaginó que algo así podría pasar... y todos estamos bien.
—Joham no —dijo haciendo una mueca.
Y comprendí, en silencio, que aún no se animaba a decirle papá.
—He estado peor —dijo él con una sonrisa.
—Además, no son graves —apoyó Samara con una voz bastante tranquilizadora—. Curaré sus quemaduras en un santiamén.
—¿Ves? —insistí—. Todo está bien, podemos arreglar este desastre con un chasquido y aquí no sucedió nada. No fue tu culpa.
—Anímate Ada —habló mamá— ahora puedes hacer magia, ¿no estás emocionada?
—Aunque tal vez no deberías hacerla sin supervisión —comentó Arus con cierta mirada de advertencia.
Ada exhaló, parecía algo abrumada por todas nuestras palabras, pero mucho más relajada porque la mano de Aiden seguía en su espalda, calmándola con sus poderes de sanador.
—Ya te sientes mejor, ¿verdad? —le preguntó.
—Sí —dijo ella con una pequeña sonrisa—. Gracias.
El incidente de la mañana fue olvidado rápidamente durante el desayuno, puesto que casi todos nos sentamos en la larga mesa de la cocina para comer juntos. Papá y Samara se unieron a nosotros unos 20 minutos después, él completamente curado y sin quemaduras en ninguno de sus brazos, lo cual ayudó a que Ada recuperara su humor habitual. Incluso, noté que ese día comió mucho mejor que el anterior.
Flora estaba a mi lado, platicando con Aiden animadamente. Una de sus manos estaba sobre mi rodilla izquierda, haciendo caricias en lentos círculos con sus uñas, aunque de manera distraída. Ada estaba a mi derecha y sonreí cuando la descubrí mirándome fijamente.
—¿Qué? —pregunté con diversión, aunque bastante tranquilo.
Me fijé que ya no quedaba rastro del color plateado en sus ojos, justo antes de que los desviara.
—Nada —se apresuró a responder.
—Sabes que puedes decirme cualquier cosa —la animé.
—No iba a decirte nada —confesó—, simplemente estaba observando la manera en como miras a Flor.
—¿Y como la miro? —pregunté con curiosidad.
—Como Joham mira a Amira. Como si fuera el sol y tú giraras alrededor de ella. Sabes que estás perdidamente enamorado, ¿verdad?
—Ya lo sé —le dije alborotando su cabello rojizo con cariño, como si aún fuera una niña pequeña—, no tienes que preocuparte por eso.
—¡Oye! —se quejó ella escapando de mi brazo—. Vas a despeinarme.
Reí en voz alta y tardé un poco en comprender que mamá nos estaba mirando con ternura. Comprendí aquel gesto a la perfección porque yo me sentía de la misma manera, en una ensoñación que aún no me dejaba creer que todo esto en realidad estaba pasando, que Ada estaba desayunando tranquilamente a nuestro lado y resultaba tan normal que dolía, un dulce dolor lleno del amor que estuvimos guardando durante largos 18 años.
Flora se giró hacia nosotros en cuanto escuchó mi risa y Ada le sonrió de manera amigable, extendiendo su brazo derecho hacia ella.
—No nos hemos presentado formalmente —dijo mi hermana—: yo soy Ada.
—Flora, aunque creo ya lo sabías —respondió mi novia, inclinándose hacia mí para poder tomar la mano de Ada.
—Me gusta tu nombre, combina muy bien con este lugar.
Flora rió, con esa timidez que siempre la caracterizaba. Yo solo miraba de lado a lado porque no quería perderme ninguna reacción. Soltaron sus manos pero continuaron sonriéndose y yo recordé las palabras que le había dicho a mi hermana —no hace muchos días— cuando me preguntó si algún día le presentaría a Flora: creo que ustedes dos podrían llevarse muy bien. Esto parecía el destino.
—¿Qué harán hoy? —preguntó papá terminando su desayuno.
Yo me encogí de hombros.
—No tengo ni idea.
—Es lunes, yo debería estar en la escuela —comentó Ada con fingida melancolía— pero supongo que ustedes ya se encargaron de eso.
—Supones bien —respondió papá con una sonrisilla que lo hacía lucir mucho más joven.
—¿Cuál fue el plan? —preguntó ella.
—Saliste del país para poder visitar a una tía abuela enferma, junto con tus padres. No saben cuando regresarán.
Ada enfrentó su mirada.
—¿Eso es cierto?
—¿Qué cosa?
—El no saber cuándo regresaré.
La sonrisa se encogió.
—Un poco, sí —admitió papá—. ¿Eso te preocupa?
—No es que no esté feliz aquí —admitió mirándome rápidamente, ya que yo solo estaba escuchando en silencio— pero eso no significa que no quiera volver con mis padres, tal vez explicarles todo esto. Ellos querrían saber quién soy y dónde estoy.
—Lo solucionaremos —prometió—, encontraremos la forma.
—Gracias —respondió ella de manera sincera. Supuse que ese era el momento para intervenir.
—Podríamos enseñarte el bosque, si tu quieres... —sugerí. La emoción de Ada volvió a sus ojos.
—¿En serio?
—Claro, te llevaremos a nuestro lugar favorito. —Y miré a mis padres—. ¿Quieren venir?
Ellos negaron, intercambiando una mirada extraña que pudo pasar desapercibida para cualquiera, pero no para mí.
—Tenemos algunas cosas que resolver —respondió mamá— pero diviértanse.
—¿Necesitan que me quede? —pregunté un poco preocupado.
—No, en este momento preferimos que estés con tu hermana. Nosotros nos encargaremos del reino.
Y entonces lo comprendí, tan claro como si acabara de leerles la mente.
—¿Se lo dirán? ¿A los forestnianos?
Ellos asintieron, al mismo tiempo.
—Tienen que saberlo, todos estamos en peligro —suspiró—. No podemos negar que ahora la profecía podría cumplirse y tenemos que estar preparados, sin mencionar que Azael nos atacará de nuevo en cualquier momento.
La mano de Flora se tensó sobre mi rodilla y entonces comprendí que la mesa se había sumido en un repentino silencio, todos estaban escuchando nuestra conversación.
—Me quedaré —avisé— ustedes necesitan mi apoyo. Y el reino necesita saber que yo también estoy ahí para ellos.
«Ada necesita protección» —intervino papá, dentro de mi cabeza—. «Ella aún no puede manejar su magia y estará muy vulnerable. También hemos comprendido que ella confía en ti como todavía no lo hace con ninguno de nosotros. Y no queremos que Ada esté aquí durante la asamblea por si algo sale mal. Por favor, sólo llévatela y no te separes de ella. Si algo sucede, avísanos de inmediato»
Tragué saliva al escucharlo, pero asentí con la cabeza para hacerle entender que lo comprendía. Por supuesto, Ada me miró con recelo.
—En verdad odio cuando hacen eso —dijo refiriéndose a nuestra comunicación silenciosa.
Me forcé a sonreír para tranquilizarla.
—Todo está bien —le prometí y después subí un poco más la voz—. ¿Quién quiere ir a la cascada?
Aiden y Flora accedieron tan rápido que fue muy obvio que solo me estaban apoyando para poder cambiar de tema. Aún así, fue suficiente para motivar a Ada, quien de pronto tenía curiosidad por conocer mucho más de Sunforest.
—Con cuidado —advirtió mamá antes de marcharnos.
«Ah... y Jared» —dijo papá mentalmente—. «No estarán solos»
Yo le lancé una mirada discreta.
«¿Las hadas?» —adiviné.
Él asintió.
«Solo por protección, no los estamos espiando» —aclaró.
«Lo sé» —dije para tranquilizarlo.
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