Capítulo 31. Finitus.
«Finitus»
Un par de horas más tarde, Flora y yo nos despedimos a pesar de que tenía la sensación de que ninguno de los dos quería hacerlo. Sin embargo, ella debía volver a casa para tranquilizar a sus padres y yo tenía que resolver el asunto con Ada.
Después de bañarme y cambiarme, Samara me entretuvo brevemente para poder revisar mis muñecas de nuevo y ambos nos sentimos aliviados al ver que tan solo quedaban dos pulseras levemente púrpuras alrededor de ellas.
Samara decidió no aplicar más flor de yue ni volver a vendarlas, ya que ahora solo necesitaban tiempo para desaparecer. Me deseó suerte antes de marcharse y yo me imaginé que tanto ella como Dandelion estaban al tanto de la situación de Ada.
Sin querer perder más tiempo, volví a la habitación de mi hermana e intenté disimular mi sorpresa cuando encontré a Arus cuidándola, en lugar de a Ezra.
—Hola —lo saludé y él solo me miró con su habitual aire de misterio—. ¿En dónde está Ezra?
—Por el momento, Ezra se está ocupando de otros asuntos.
—O más bien —adiviné— lo estás obligando a ocuparse de otros asuntos.
Arus sonrió, algo cansado.
—Digamos que a tu padre no le hace gracia que esté a solas con Ada y yo no pienso contradecirlo. Aún está algo molesto porque oculté su relación.
Era cierto que durante casi toda mi vida Arus me había causado miedo, pero justo ahora estaba descubriendo algunas facetas que también me estaban gustando de él; como su lealtad y momentos como ése, en los que dejaba ver que quería a papá lo suficiente como para no retarlo por una tontería.
—Ya veo —me limité a decir—. Y sobre lo que sucedió ayer, he de confesarte que yo comencé la pelea. Yo lo empujé primero.
—Gracias por decírmelo —respondió sin mostrar emoción alguna en su rostro—. Aún así, Ezra sabe que no debe caer en provocaciones.
—¿Por qué no me lo dijiste? —pregunté cambiando de tema, pero moría de curiosidad—. ¿Por qué, cuando encontré a Ada, no me advertiste sobre Ezra?
—Ezra llevaba años encubierto —explicó— y para poder mantener la seguridad de Ada eso debía continuar así. Confíe en ti y en el instinto que te llevó a buscarla, lo sabes, pero tampoco podía arriesgarlo todo. Lo mejor era que Ezra siguiera al pendiente de ustedes dos en silencio... y tras el ataque de los demonios creo que no me equivoqué.
—No —admití al recordar cómo Ezra había aparecido en el momento oportuno—. No lo hiciste.
—En fin —concluyó Arus, dejando en claro que no quería continuar hablando del tema—. ¿Estás listo?
Señaló a Ada y yo asentí. Arus colocó su palma sobre la frente de mi hermana y un brillo plateado se extendió por sus largos dedos.
—Finitus somnium magicae —murmuró en voz alta y después deslizó su mano por por sus ojos, nariz y boca, para alumbrar todo su rostro con el brillo plateado—. Excitat animan tuam.
Arus apartó la mano y el brillo desapareció al mismo tiempo que Ada tomaba una fuerte respiración, como si acabara de salir del agua.
—Los dejaré solos —dijo el hada y yo asentí, aunque no supe si me alcanzó a ver antes de desaparecer.
Ada se removió en la cama y yo me senté en el borde, intentando dominar mis nervios. Sus ojos se abrieron lentamente y se quedó mirando el techo durante largos segundos, con la confusión grabada en su rostro, después los movió bruscamente hacia todos lados y terminó clavándolos en mí.
—Jared —me reconoció.
Se alzó rápidamente y desvió su mirada para observar la cama en la que estaba recostada, sus manos acariciaron el suave edredón de plumas y comencé a escuchar con toda claridad como los latidos de su corazón se aceleraban sin control.
—Ada.
Intenté tomar su mano para tranquilizarla, pero ella me esquivó justo a tiempo. La miré, tratando disimular mi miedo.
—¿En dónde estoy?
—Estás a salvo.
Sus ojos volvieron a caer sobre mí, con una combinación de alerta y enojo.
—No fue eso lo que te pregunté —dijo con voz baja pero clara.
—Lo sé —admití aclarándome la garganta, porque los nervios me estaban dejando sin voz—. Y te lo explicaré todo, pero primero necesito que te tranquilices o no lo vas a entender.
Ella exhaló aire bruscamente y su cara se convirtió en un reflejo del pánico que sentía.
—¿Cómo quieres que me tranquilice? —dijo alzando un poco la voz—. Te estabas muriendo, eso es lo último que recuerdo...
—Sí —admití—, pero ahora estoy bien.
—¿Cómo sé que no eres un zombie?
—¿Un qué? —pregunté sin estar muy seguro de si debería reír o comenzar a preocuparme seriamente por su ataque de pánico.
—Un muerto viviente.
Sus ojos azules se estrecharon y recorrieron mi pecho con avidez, buscando la herida que me había visto.
—Me curaron —le expliqué, perdiendo un poco la paciencia—. ¿Cómo crees que voy a ser un muerto viviente? No estaría aquí, charlando tan tranquilamente contigo sin querer comerme tu cerebro.
Ada dudó un poco y alcancé a ver que sus ojos se detenían durante un momento en mis muñecas. No me moví cuando sus manos se acercaron a las mías y sus dedos recorrieron la franja morada, como si intentara comprobar que yo era real.
—¿Quién te hizo esto? —preguntó sin alzar la vista.
No pude evitar lanzar un suspiro.
—Es una larga historia —le avisé.
—Podría responderte qué tengo tiempo —dijo apartando su mano— pero ni siquiera sé qué día es hoy.
—Tienes tiempo —aseguré—. Y créeme cuando te digo que quieres escuchar esta historia, por que se trata sobre ti.
Entonces sí me miró, completamente muda pero expectante, con la boca abierta pero sin poder pronunciar una palabra, con los ojos grandes y temerosos.
—Anda, sal de la cama —dije corriendo las sábanas—. Quiero mostrarte este lugar.
Ada no se movió y yo esperé pacientemente a que reaccionara, ya que no quería presionarla más de lo necesario, sabía que por ahí había una delgada línea que yo no debería cruzar para que todo esto saliera bien.
Desvié la mirada para dejar que pasara su estado de shock y me percaté de algo que no había visto antes. Había un vestido colgado detrás de la puerta que inmediatamente reconocí: era de mamá. Lo usaba de joven, cuando yo tan solo era un niño, así que debería ser una talla similar a la de Ada.
—¿Por qué sonríes? —preguntó mi hermana.
Yo señalé el vestido.
—Creo que lo trajeron para ti.
Ada se miró a sí misma, aún manchada de tierra y sangre seca, probablemente mía. Se puso de pie para poder acercarse al vestido y mirarlo más de cerca.
—Es muy bonito —lo apreció—. ¿Estás seguro de que puedo ponérmelo?
—Completamente —la animé y señalé la puerta del baño—. Puedes cambiarte, si quieres.
Ella tomó el vestido corto y acarició la vaporosa tela, que se escurrió entre sus manos como si fuera agua. Era de un color jade muy suave con pétalos de rosas en la parte de arriba. Eso pareció convencerla y, sin decir una palabra más, se giró para entrar en el baño.
Me recosté en la cama para esperarla, soltando toda la tensión de los últimos minutos. Aproveché ese momento a solas para intentar poner mis pensamientos en orden y decidir por dónde empezar, tenía tanto que decirle...
Algunos minutos después, la puerta del baño se abrió y alcé mi cabeza para alcanzar a verla. Se había lavado la cara, lo sabía porque sus pestañas aún estaban húmedas y un poco más oscuras de lo normal. El cabello rojizo estaba recogido en un moño alto, del cual algunos mechones alcanzaban a escapar para caer sobre su nuca desnuda.
Tragué saliva al verla, porque nunca se había parecido tanto a mamá como en ese momento. Noté que era más alta, puesto que el vestido le llegaba al ras de las rodillas cuando yo recordaba que a mamá se las cubría por completo, fuera de eso la ropa le sentaba como un guante; se veía como una princesa recién salida de un cuento de hadas.
—Te ves... —Pero no pude finalizar aquella frase, porque lo que en realidad quería decir es «te ves como nuestra mamá»
—Espero que el final de esa oración sea un cumplido.
Yo sonreí.
—Estás hermosa.
—Gracias. —Ella alisó el vestido para evitar mi mirada, tal vez la estaba poniendo un poco nerviosa—. ¿El vestido es de Flor?
—No —respondí con cautela al notar que su confusión volvía.
—Entonces, ¿de quién es?
—¿Qué te parece si respondo tus preguntas por orden?
—A estas alturas, me conformo con que las respondas.
Me puse de pie para ofrecerle mi mano, ella tardó en tomarla pero al final lo hizo, enredando sus dedos con fuerza sin dejar de mirarme a los ojos.
—¿Confías en mí?
—Si.
—Entonces, no tengas miedo...
Y desaparecimos. Juntos.
No olviden que actualizo domingo, miércoles y viernes :) les mando un beso!
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