Capítulo 13. Lucas.
«Lucas»
Aiden estaba recostado en su cama, con la vista clavada en el techo y escuchando atentamente mi historia acerca de Arus. Era un sábado por la mañana bastante tranquilo en el castillo, por lo que nosotros estábamos aprovechando esa calma para dialogar acerca de todo lo que había sucedido ayer.
Después de contarle con lujo de detalle mi conversación con Arus, él guardó silencio. Yo esperé pacientemente a que terminara de procesar mis palabras.
—Arus es escalofriante —dijo al fin—, aún no puedo creer que sea el padre de Joham.
—Bueno, ambos sabemos que papá no creció junto a Arus, pero por alguna razón ha aprendido a confiar en él... creo.
—Papá, en cambio, aún no le tiene mucha confianza —murmuró Aiden buscando mi mirada—. Creo que lo respeta, pero nada más.
—Bueno, parece que yo también tendré que aprender a confiar en él, ¿no?
Aiden asintió lentamente.
—Supongo que no hay alternativa.
—A mí tampoco me agrada, pero le estoy agradecido por guardar mi secreto. Nada le costaba correr con mis padres y acusarme.
—¿Y si espera algo de ti a cambio de su silencio?
—No lo creo —dije pensativo—, me lo hubiera dicho. Más bien parece que está curioso acerca de nuestro lazo, me da la sensación de que comprendió algo que a mi se me continúa escapando.
—¿Crees?
Yo me encogí de hombros.
—A estas alturas creo muchas cosas pero no puedo comprobar ninguna —dije poniéndome de pie para estirar mi cuerpo—. En fin, ¿qué haremos hoy?
—¿Amira no te lo dijo?
Miré a Aiden, extrañado.
—No he visto a mamá —admití— he estado algo ocupado.
—Anoche me la encontré saliendo de la biblioteca. Me pidió que no desaparezcamos hoy, al parecer Lucas vendrá y quieren que comamos juntos por la ocasión.
—Que bien —respondí sinceramente—. Hace rato que no vemos a Lucas, ¿cuántos años tenía la última vez que vino?
—Creo que 12, o algo así —respondió Aiden sin sonar muy seguro.
—¿Invitaré a Flor? —le pregunté cambiando de tema—. Creo que le gustaría conocerlos.
Aiden me miró con unos ojos que no alcancé a descifrar.
—¿Qué? —pregunté.
—Nada —se apresuró a decir.
—Dímelo —le pedí rodando los ojos.
—No tiene importancia —aclaró—, es solo que últimamente parece que vas mucho más en serio con Flora.
—¿Por qué? —pregunté sorprendido.
—No sé, solo me da esa impresión. Por ejemplo, recientemente la tomas más en cuenta para este tipo de cosas y antes solías olvidarte de ella.
Yo entrecerré mis ojos.
—Eso suena a que no he sido un buen novio.
Aiden rió.
—No es que hayas sido un mal novio —intentó explicar— es solo que antes intentabas mantenerla más apartada, como si tuvieras miedo a enamorarte realmente.
Hice una mueca al escucharlo, no podía creer que él se hubiera dado cuenta de eso.
—Aiden, en serio, eres uno de los forestnianos más inteligentes que he conocido. Tienes que hacer algo de provecho con ese cerebro.
Él negó.
—No se trata de ser inteligente, sino de conocer a mi mejor amigo.
Yo sonreí al escucharlo
Esa tarde Almendra hizo un banquete digno de apreciar y adornó la enorme mesa de la cocina con hermosas y llamativas flores amarillas que despedían ciertos brillos de colores hacia el techo.
Cuando Flora y yo entramos a la cocina tomados de la mano, ya estaban todos ahí. Mamá y papá sentados en el centro de la mesa; a su izquierda se encontraban Dandelion, Samara y Aiden, mientras que a la derecha estaban Raúl, Ana y Lucas, su hijo. Todos lucían felices y relajados, platicando en voz alta y pasándose platos de comida.
—Ah —dijo mamá cuando alzó la vista y se encontró con nosotros— hablando del rey de Roma...
Mamá sonaba muy graciosa cuando le daba por utilizar algunos dichos que había aprendido en la Tierra. Ese era uno de ellos.
—Hola —los saludé—, perdón por la tardanza.
Flora y yo nos habíamos entretenido un poco en mi habitación y perdimos la noción del tiempo, pero nadie pareció hacer algún comentario al respecto. Desde su lugar, Raúl alzó la cabeza y me miró con una sonrisa. Su cabello negro estaba mucho más corto que la última vez que lo había visto y la sombra de una barba se alcanzaba a ver en la piel aceitunada de su barbilla. Me guiñó uno de sus ojos y se puso de pie para saludarme con un gran abrazo que profundizó con tres palmadas en mi espalda.
—¡Pero cómo has crecido! —dijo separándose de mí para evaluarme—. Ya eres todo un adulto, aún recuerdo cuando tan solo me llegabas a las rodillas. Vaya, que viejo estoy...
Mamá soltó una carcajada al escucharlo y papá nos miró con una malvada diversión. Yo aproveché para jalar a Flora hacia mí, ya que aún la tenía agarrada de la mano.
—Quiero presentarte a Flora, mi novia —le dije con una gran sonrisa llena de cariño, ya que Raúl siempre había sido como un tío para mí.
—¿Novia? —repitió incrédulo mientras sus ojos recorrían a Flora—. Nadie me dijo que tenías una novia.
Raúl se giró hacia mamá y le lanzó una mirada acusadora. Ella se encogió de hombros con una sonrisa.
—No soy una mamá chismosa —se defendió.
—Ahora resulta... —murmuró Raúl tan bajo que ella no lo escuchó, después volvió a clavar su vista en Flora—. Encantado de conocerte.
—Igualmente —dijo ella apretando su mano.
Ana también se puso de pie de un brinco, al parecer curiosa ante la noticia.
—Yo soy Ana. —Se presentó y sus espesos rizos oscuros rebotaron sobre sus hombros ante su entusiasmo.
Flora respondió al saludo con cierta timidez, pero yo sabía que eso era normal en ella. Ana me miró emocionada con sus ojos color chocolate y también me dio un rápido abrazo. En cuanto nos separamos, yo tomé a Flora de la cintura para guiarla hasta la mesa y Raúl aprovechó ese momento de distracción para levantar ambos pulgares y gesticular con la boca "bien hecho".
Apreté mis labios para no reírme y nos sentamos a un lado de Lucas. Aproveché para mirarlo con atención, ya que había cambiado mucho desde la última vez que nos habíamos visto. Ya no era tan enano como lo recordaba, había dado un estirón en los últimos meses y su cabello negro azabache también estaba más largo. En su mayoría era tan lacio como el de Raúl, pero algunos chinos se le formaban al final, a la altura de la nuca. Su piel tenía un ligero resplandor aceitunado y sus ojos eran tan grandes y cafés como los de Ana.
—Hola Lucas —lo saludé con entusiasmo— ¿cuantos años tienes?
—Acabo de cumplir 13 —respondió y también noté que su voz se había vuelto ligeramente más grave.
—Genial, te sientan bien —le dije—. ¿Ya probaste los pasteles de coco? Son los favoritos de Dandelion.
Lucas sonrió y dijo que los probaría más tarde, ya que en ese momento estaba comiendo una sopa de cereza.
Tuvimos una comida muy amena y divertida, perfecta para olvidarnos de todo el estrés de los últimos días. Cuando todos quedamos satisfechos —incluso puede que yo comiera de más— nos relajamos en nuestros asientos.
—Todo estuvo delicioso —agradeció Raúl.
Yo sonreí perezosamente, disfrutando de ese momento de calma. Alcancé a ver cómo papá se inclinaba sobre el oído de mamá para apartarle el pelo con cariño y susurrarle algo muy bajito. Ella sonrió algo sonrojada y se giró para besarlo. Mentalmente hice una anotación de ese movimiento, para utilizarlo en el futuro con Flora.
Aparté los ojos para darles un poco de privacidad y miré a Aiden, quien había quedado frente a mí. Él me devolvió una mirada aburrida y entonces comprendí que aquello había llegado a su fin.
«Hagamos algo divertido» —me suplicó.
«¿Qué tienes en mente?»
«Lo que sea»
Nuestro breve intercambio de pensamientos nos distrajo un momento, pero volvimos a la realidad en cuanto escuchamos a Raúl subir su voz junto con una nota de pánico. Ambos lo miramos, intentando averiguar aquello que lo había asustado.
—¿Los atacó? —preguntó Raúl concentrado en mamá—. ¿De nuevo?
Ella asintió, pero papá pareció notar nuestras miradas y nos miró de reojo. Noté como Lucas se enderezó en su asiento, prestando más atención a la conversación.
«¿Y si llevas a Lucas a otra parte?» —dijo papá, concentrándose en mí—. «Así Ami podrá hablar tranquilamente con Raúl»
Asentí discretamente, la única que se dio cuenta de aquel movimiento fue Flora, quien me lanzó una mirada llena de curiosidad. Yo le sonreí para tranquilizarla y me giré hacia el adolescente sentado a mi derecha.
—Hey, Lucas —lo llamé tranquilamente—. Aiden, Flora y yo iremos a dar un paseo, ¿quieres venir?
El chico sonrió y asintió energéticamente, lo que me hizo recordar que a Lucas le gustaba mucho Sunforest. Ana se giró al escucharnos y miró a su hijo con algo de preocupación, tal vez la noticia del ataque acababa de ponerla nerviosa.
—Lo cuidaré —le prometí a la morena—. Estará bien con nosotros.
—Vayan —dijo Raúl tomando a Ana de la mano para tranquilizarla y dedicándole una sonrisa a su hijo—. Diviértanse.
Comenzamos a caminar por el bosque sin rumbo fijo, simplemente disfrutando del cálido sol y la suave brisa. Lucas miraba a su alrededor con cierta emoción, como si esperara que en cualquier momento sucediera algo emocionante.
—¿Qué cuentas, Lucas? —preguntó Aiden caminando a su lado.
—Lo mismo de siempre —dijo el joven escondiendo las manos en los bolsillos de su pantalón—. Nada interesante sucede en la Tierra.
Sin querer, mis pensamientos se desviaron hacia la Tierra y por un momento me desconecté de la conversación. ¿Qué estaría haciendo Ada en ese momento? ¿Qué le gustaría hacer en su tiempo libre? La mano de Flora se apretó en la mía y yo giré para verla, como si me hubiera llamado en voz alta.
—¿Estás bien? —murmuró evaluándome con la mirada.
—Claro, ¿por qué lo preguntas? —dije en un tono bajo, para que los demás no nos escucharan.
—No estoy segura, creo que te siento algo raro.
—Tonterías —respondí quitándole importancia, pero pude ver en sus ojos que no me creía.
—Hace poco —dijo la voz de Lucas, interrumpiéndonos— papá me contó que vio un dragón en este lugar, ¿eso es cierto?
Yo sonreí ante su incredulidad.
—Si —afirmé—, mamá lo trajo del infierno.
—¿Del infierno?
Lucas abrió sus ojos cafés con sorpresa.
—Esa es una larga historia —respondí.
No estaba seguro de si Raúl quería que su hijo conociera todos los detalles, a pesar de que Lucas me miraba con curiosidad.
—¿Crees que algún día pueda ver uno? —preguntó con verdadero anhelo.
—Uff, la verdad espero que no —respondí con una sonrisa—. Eso sería bastante peligroso para ti.
Lucas bajó sus hombros y frunció el ceño, claramente decepcionado.
—Pero —intentó insistir— se supone que soy inmune como mi papá, ¿no?
Yo asentí. En cuanto Lucas nació, Dandelion había sentido una enorme curiosidad por averiguar si la inmunidad de Raúl seguiría siendo heredada por generaciones. Al menos, con Lucas, así fue y la magia no tenía ningún efecto en su hijo.
—Pero tu inmunidad no te servirá de mucho si es que un dragón decide cenarte.
Aiden rió y hasta ese momento entendí que mi comentario había sonado más gracioso de lo que pretendía. Lucas también sonrió ante eso y las carcajadas de mi mejor amigo parecieron relajarlo.
Miré a Flora y ella negó con la cabeza, divertida. Estaba disfrutando mucho la compañía de esas tres personas, pero últimamente, en Sunforest, la paz nunca duraba lo suficiente.
Los cuatro nos detuvimos en seco cuando nos encontramos con una persona obstruyendo el camino. No era un forestniano, lo sabía porque un aura mucho más mística y siniestra lo rodeaba. La impresión me paralizó en mi lugar y observé a la alta figura vestida con una enorme capa negra que le cubría todo el rostro.
Un pie descalzo y tan blanco como la cera se asomó por debajo de la capa. Aquel ser acababa de dar un paso hacia nosotros y eso me hizo reaccionar. Solté la mano de Flora y aparecí frente a los tres, interponiéndome entre él y ellos, dispuesto a defenderlos de ser necesario.
Ninguno de nosotros habló y el miedo se condensó en el aire, pero una exhalación colectiva se escuchó cuando un largo y arrugado dedo se deslizó por la manga de la capa y me apuntó con él.
Me quería a mí.
Su índice y su pulgar se juntaron y, tras un chasquido, sentí que mi pecho se comprimía y mi cuerpo era arrastrado hacia abajo, atravesando la tierra como si fuera agua y hundiéndome en ella sin poder evitarlo.
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