Capítulo 5. Rey.
«Rey»
Amira y yo despertamos al mismo tiempo, sobresaltados por el agudo grito de alegría que soltó Jared al entrar en la habitación. Abrí los ojos justo a tiempo para verlo correr hacia nosotros, a punto de saltar sobre la cama. Ami me miró con advertencia y alcancé a comprender que debajo de la sábana ambos seguíamos desnudos.
Con un rápido movimiento hice que nuestras ropas aparecieran. Al segundo siguiente, Jared cumplió su cometido y se dejó caer sobre el regazo de Amira. Ella me miró con alivio.
—Buenos días, mamá —saludó nuestro pequeño con una enorme sonrisa.
Aún traía puesta la pijama y el cabello rubio alborotado. Ami lo abrazó en contra de su pecho con fuerza y yo me relajé, disfrutando de la escena.
—Buenos días, mi príncipe favorito —dijo dándole un sonoro beso en la mejilla—. ¿Dormiste bien?
—Tuve sueños increíbles —dijo con emoción.
Ojalá yo pudiera decir lo mismo, hijo.
—Quiero que me los cuentes todos.
Jared se sumergió en las fascinantes historias de sus sueños y ambos lo escuchamos con atención, maravillados con lo mucho que había crecido. Cuando nos enteramos del embarazo – no planeado – nos habíamos preocupado un poco al no saber qué esperar. Era la primera vez que nacería un niño mitad humano mitad forestniano y lo desconocido nos aterró un poco.
Sin embargo, hasta ahora Jared no había mostrado señales de ser mágico. Era cierto que la magia de los más pequeños maduraba por completo hasta los 13 años, así que aún le quedaba tiempo para desarrollar su lado forestniano, pero aún no había señal alguna de poderes mágicos en su pequeño cuerpo. Mis ojos habían cambiado de color por primera vez a los dos años, pero los de Jared llevaban cinco años siendo completamente verdes.
Jared me miró, seguramente para comprobar si yo también le estaba poniendo atención. Sonreí para indicarle que así era y él lanzó un largo suspiro cuando terminó de hablar.
—Eso es todo —anunció como si acabara de dar un anuncio muy importante.
Ami no pudo evitar reír y yo me acerqué a ellos. Acomodé el despeinado cabello de Amira detrás de su oreja y le di un rápido beso en la boca.
—Buenos días —la saludé deseando que aún estuviera desnuda.
Ella negó con la cabeza, algo divertida, como si hubiera leído mis pensamientos.
—¡Papá! —se quejó él como si acabara de hacer algo muy grave.
—¿Qué? También es mía —dije abrazándola por la cintura, como si estuviéramos compitiendo.
Amira rió en voz alta.
—¡Basta! Los dos. Es hora del desayuno.
En el castillo teníamos dos cocineros que nos apoyaban con la comida, así que cuando decidimos bajar al comedor, la mesa ya estaba repleta de un copioso desayuno.
—Almendra cocina demasiado —comentó Ami viendo toda la comida.
Yo me encogí de hombros.
—Sabes que a Almendra le gusta cocinar.
—Como para un ejército...
Sonreí por su comentario. A Amira nunca le había encantado que la trataran como si fuera de la realeza, ni le gustaba tener personas que hicieran el trabajo por ella. Era demasiado independiente y quería demostrarlo, pero simplemente no entendía que los forestnianos la respetaban tanto por haber matado a Isis, que nunca se desharía de aquella actitud servicial.
Después de todo, Amira había decidido dar su vida a cambio de que el hechizo de Arus funcionara para salvar al bosque. Y lo había logrado. Nadie podía negar que se había convertido en una de las reinas más queridas a partir de eso. Si alguien había tenido alguna duda respecto a ella, inmediatamente se borró cuando la vieron arrancarle el corazón a Isis.
—Buenos días, majestad.
Almendra era de baja estatura y cabello negro como la noche. Sus ojos eran de color rosa pastel, algo raro incluso para los forestnianos. Ella cocinaba junto con su esposo Otto, un hombre alto de cabello y ojos grises. Ambos vivían en el castillo, Amira había insistido. Si iba a tener a alguien que le sirviera, insistía en que fuera en las mismas condiciones que ella.
—Buenos días —saludó Ami con una dulce sonrisa—. ¿Cómo estás?
—Muy bien, gracias por preguntar —respondió Almendra. La amabilidad de Ami siempre parecía desconcertarla—. He traído sus frutas favoritas.
Ami pareció olvidarse de la cantidad ridícula de comida y le brillaron los ojos cuando vio las zarzamoras. Tomó una enorme cuchara para servirlas en su yogurt.
—¿Es lo único que comerás? —pregunté algo preocupado.
Le serví a Jared un par de panqueques, su comida favorita desde que Ami había enseñado a Almendra como preparar algunos platillos de la tierra.
—Sí —respondió ella con una mirada de advertencia, esa que utilizaba cuando no estaba de humor para un regaño de mi parte.
—¿Aún te sientes mal?
—Joham —advirtió, lanzándole una rápida mirada a Jared.
Apreté mis labios, pero no dije nada más. Observé que ella se había puesto el anillo de sus padres, el cual aún funcionaba para protegerla de la magia. Amaba eso porque me sentía mucho más seguro sabiendo que era humana y nadie podría lastimarla mágicamente, pero cuando lo traía puesto me era imposible hablar con ella mentalmente.
Tal vez por eso se lo ponía.
Samara entró en la cocina en ese momento, saludándonos. Ella también vivía en el castillo, pero como una amiga. Había insistido en apoyarnos cuando se enteró del embarazo de Amira y la verdad, su presencia fue de gran ayuda, no solo por qué sabía más de bebés que nosotros dos juntos, también por que había momentos en los que tanto Ami como yo estábamos muy ocupados y no nos encantaba la idea de dejar a Jared solo.
A estas alturas, nuestro hijo quería tanto a Samara que era imposible separarlos, así que seguiría viviendo en el castillo hasta que ella quisiera. Después de todo, había espacio de sobra.
Desayunamos tranquilamente y en medio de una plática casual, al menos hasta que Dandelion apareció en mi estudio y me habló mentalmente.
«Joham. He organizado la asamblea dentro de media hora, pero hay algo que tienes que saber»
Automáticamente me tensé
«¿Malas noticias?» —pregunté.
«Prefiero decírtelo en persona»
Alcé la vista y noté a Amira mirándome. No se le escapaba nada. Le sonreí para tranquilizarla y me puse de pie, dejando mi desayuno a la mitad. Acababa de perder el apetito.
—Tengo que resolver un asunto antes de la asamblea —expliqué cuando Amira frunció su ceño.
—Iré contigo.
Yo negué.
—Te veo en la asamblea, será en media hora.
Salí del comedor y subí las escaleras para encontrarme con Dandelion. Él me miró con sus ojos amarillos en cuanto entré al estudio privado.
—¿Tiene que ver con el incendio? —pregunté sin siquiera saludarlo.
—Algo. Y con la asamblea —respondió con una mirada cansada—. Las hadas van a intervenir.
Una oleada de ira me recorrió. Hace años que Arus y yo no nos llevábamos bien.
—¿Por qué?
—Me han confirmado que los incendios son provocados y, como su ley suprema es proteger el bosque, ellos creen que tienen el derecho.
Resoplé.
—Diles que no están invitados.
—Les dije que a ti no te agradaría su presencia... —dudó.
—¿Y?
—Esto te hará enojar —advirtió.
—¿Más?
—Arus respondió que tú no eres el rey de Sunforest, que él sólo reconocía a Amira.
Respiré hondo, intentando guardar la calma. A Arus le encantaba desafiarme de esa manera a pesar de que él había estado presente cuando Ami me proclamó rey, antes de morir.
—Gracias por advertirme.
—¿Amira estará en la asamblea?
—Si.
—Me imagino que eso lo tranquilizará.
—Supongo —respondí encogiéndome de hombros—. De todas formas, Ami es la legítima reina de Sunforest.
Él debió notar algo, ya que comenzó a hablarme con su lado paternal. Ese era el Dandelion que yo conocía.
—Y tú eres el rey —aseguró— tu reina así lo declaró y ella sabía lo que hacía. No solo la has ayudado a ella sino a todos nosotros. Joham, eres noble, humilde y valiente. Tu reinado ha sido excelente hasta ahora y yo no podría estar más orgulloso de ti.
Tragué saliva, bastante agradecido con sus palabras.
—Deberíamos bajar —dije en un intento de cambiar de tema.
Él me regaló una cálida sonrisa, pude ver en sus ojos que había entendido mi agradecimiento a pesar de que no fui capaz de expresarlo.
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