Capítulo 49. Luna de miel.
«Luna de miel»
Holbox resultó ser justo lo que necesitábamos los dos. Aparecimos lejos de la gente, en una playa virgen que se encontraba casi al final de la isla. Quedé maravillado con el azul del agua y comprendí porque Amira había querido regresar a ese lugar.
El agua estaba tan tranquila que no había olas y tan clara que se alcanzaban a ver los pequeños peces de colores que se animaban a llegar a la orilla. La arena era blanca, fina y estaba cálida por el sol. No muy lejos del mar, había unas cuantas palmeras que proyectaban un poco de sombra.
Amira y yo estábamos recostados bajo ellas, disfrutando de la tranquilidad y el silencio por primera vez en días. Yo tenía la espalda recargada en uno de los troncos y Amira estaba acostada sobre mis piernas, dormitando un poco.
Yo acariciaba su cabello suavemente en un intento de arrullarla aún más, ya que últimamente estaba más cansada de lo normal. La escuché soltar un ronroneo suave y separé mi vista del mar para observarla a ella.
—Pensé que estabas dormida.
—Dormí un poco —admitió.
—¿Quieres nadar? El agua está muy tranquila.
—Mmm. —Lo pensó—. Solo si vienes conmigo.
Yo sonreí.
—No pienso separarme de ti.
Alzó sus ojos y me dedicó una mirada extraña que no alcancé a descifrar.
—¿Qué? —pregunté curioso.
—Nada —respondió con un susurro y desvió la mirada.
—Ami —insistí—, puedes decirme lo que sea.
—No quiero arruinar nuestra luna de miel.
Fruncí el ceño al escucharla.
—Ahora me estás preocupando.
—Solo estaba pensando —admitió entre dientes y se alzó para quedar a mi altura— que deberías separarte de mí si algún día vuelvo a intentar hacerte daño.
Inevitablemente me tensé.
—¿A qué se debe esto?
—Bueno, no te lo había contado, pero a veces sueño que te ataco y eso me pone mal. Creo que son recuerdos de... ya sabes.
—Quisiera que no te culpes por eso —respondí con cautela.
—Aquí el problema no es que me culpe o no —explicó—, es que necesito estar segura de que yo no volveré a ser la responsable de hacerte daño. O a Jared. O a Sunforest.
Yo gruñí.
—No es tan fácil como lo dices —rezongué—. Si hubiera sido yo... si Azael me hubiera controlado a mí en lugar de a ti. ¿Qué habrías hecho? Y no me mientas.
Ella pensó su respuesta durante algunos minutos, tal vez buscando la manera de evadirme, pero, al final, dejó caer sus hombros y clavó la vista en la arena.
—Probablemente lo mismo que tú —admitió—, tampoco me hubiera rendido tan fácil.
—Ahí lo tienes —le dije poniendo mi mano bajo su barbilla para obligarla a mirarme—. Escúchame bien, no pienso separarme de ti. Nunca.
Amira se inclinó para besarme tan inesperadamente, que me tomó algunos segundos devolverle el beso, pero en cuanto lo hice, también deslicé mi mano por debajo de su nuca y la atraje aún más hacia mí.
Ella pasó una de sus piernas por encima de mi cuerpo para sentarse sobre mi regazo y se pegó a mí todo lo que su pancita de embarazada nos lo permitió. Sin embargo, el beso no se tornó rápido ni desesperado. Todo fue lento y muy dulce, con el suave sonido del mar de fondo y el agradable calor rodeando nuestros cuerpos.
Le regalé a ella todo el control de ese momento, disfrutando de sus tiernas caricias y sus dulces labios. Presionó con fuerza mi boca, robándome el aliento por completo y se separó un poco para recuperar la respiración.
Aproveché esa pequeña pausa para tomar el borde de su vestido y sacárselo por encima de su cabeza. Traía puesto un traje de baño con olanes muy bonitos, los cuales se alzaron un poco con la brisa del mar. Tomé sus piernas para engancharlas en mi cintura y ella se aferró a mi cuello en cuanto comprendió mis intenciones, pero aún así soltó un pequeño grito ahogado en cuanto me puse de pie para dirigirme hacia el mar.
—¿El agua está fría? —preguntó en cuanto mis pies la tocaron.
—No, está deliciosa —le prometí.
—Lo que me encanta de esta playa es que puedes caminar y caminar... y sigue estando poco profunda. Es como una alberca gigante.
Ella tenía razón, caminé algunos metros y el agua cristalina me seguía llegando a la altura de las pantorrillas.
—¿Quieres que te baje? —le pregunté.
Amira asintió y yo liberé sus piernas con mucho cuidado, para que no perdiera el equilibrio.
Nos sentamos para disfrutar del agua, que nos llegó a la altura de la cintura y apenas se movía por las suaves olas. Ami cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás para sentir los rayos de sol en su rostro, con una sonrisa creciendo en sus labios. Su cabello rubio brilló por la luz y sus mejillas no tardaron en ponerse algo sonrojadas.
—Eres tan hermosa... —dije al contemplarla.
Ella abrió sus ojos y me examinó, divertida, pasando deliberadamente los ojos por mi pecho desnudo hasta llegar a mi abdomen.
—Me encantas, esposo —respondió provocando que mi corazón se inflara de orgullo.
—¿Esposo? —Amira se encogió de hombros, con una sonrisa traviesa.
—Creo que es la primera vez que te llamo así después de la boda —explicó—. Quiero disfrutar mucho más de esa palabra.
Alzó su mano izquierda para apartar el cabello que la brisa dejó caer sobre su cara y el anillo dorado, que ahora indicaba que estábamos casados, brilló bajo la luz del sol. Yo se lo había regresado algunos días después de haber recuperado el conocimiento, para que también estuviera protegida de la magia que pudiera ser usada en su contra.
Le devolví la sonrisa traviesa y utilicé una de mis manos para salpicarla con agua. Ella soltó un grito por la impresión y me miró como si acabara de traicionarla.
—¿Por qué hiciste eso? —se quejó.
—Me estabas mirando de una manera muy pervertida —me defendí.
Amira puso sus ojos en blanco.
—Si yo te echara agua cada vez que me miras de manera pervertida —refunfuñó— ya te habrían salido escamas.
Yo reí a carcajadas, sobre todo porque era verdad.
—Está bien, lo lamento —me disculpé— Puedes vengarte si quieres.
Ella no esperó a que se lo dijera dos veces y también me salpicó con agua.
—Vaya —comenté sorprendido—, si sabe salada.
—No te la tomes —me regañó.
—Como tu digas, esposa. —Y sus labios se estiraron con otra sonrisa.
—No tienes remedio —murmuró—. Eso me recuerda...
—¿Qué?
—Probablemente Raúl y Ana vayan a Sunforest la siguiente semana. Solo quería avisarte.
—Ah.
La ausencia de Raúl en la Tierra durante tantos días se había solucionado con magia, Dandelion lo había ayudado borrando varias memorias para que pudiera continuar con su vida como si nada hubiera pasado. Sin embargo, Raúl se había negado rotundamente a hacerlo de nuevo con Ana. La amaba y quería construir una relación seria con ella... y al parecer para eso tenía que ser honesto.
Con permiso de Amira, le había contado todo sobre Sunforest, incluyendo el pequeño incidente que habíamos tenido en la Tierra. Ella comprendió muchas cosas después de eso, como el hecho de que Raúl no la hubiera dejado ver las noticias durante varios días, porque en ellas hablaban de un extraño extraterrestre pelirrojo que había secuestrado a una humana no identificada para hacer pruebas con ella.
Vaya que los humanos podían llegar a ser un poquito ilusos.
—¿Te molesta? —quiso saber ante mi silencio.
—No —aclaré—. Es solo que aún no me acostumbro a Ana, pero no hablemos de eso en nuestra luna de miel.
Recuperé el humor rápidamente y me acerqué más a ella para besarla en la sien. Amira suspiró y giró su rostro para encontrarse de nuevo con mis labios. Era delicioso besarla con la combinación del sol caliente y el agua fresca, así que no volvimos a hablar dentro de un buen rato y nos concentramos en disfrutar los mimos, las caricias y los besos.
En disfrutarnos a nosotros.
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