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Capítulo 48. Entrenamiento.


«Entrenamiento»

Aplaudí cuando Jared apareció justo donde le indiqué que lo hiciera. Apenas teníamos tres meses practicando, pero su magia —que había pasado 5 años dormida— despertó con todo su esplendor y estaba evolucionando muy rápido.

Aún así, no había señal alguna de que Jared también hubiera heredado la magia de las hadas. Era mejor así, al menos uno de mis hijos se encontraba a salvo.

—Bien hecho, hijo —lo felicité con una sonrisa cuando él me miró orgulloso—. Me parece que es suficiente por hoy.

—¡Quiero hacerlo otra vez!

—Necesitas descansar —negué—. Además, la comida ya debe estar lista. ¿No tienes hambre?

Los ojos verdes de Jared se desviaron por un momento, como si estuviera pensando seriamente su respuesta. Yo solo lo miré, divertido.

—Sí —respondió al fin, al parecer dándose por vencido con el entrenamiento.

—Vamos —le dije extendiendo mi mano para tomar la suya.

Almendra nos sonrió dulcemente cuando entramos al comedor. Justo estaba colocando algunos platos en nuestros asientos habituales, pero fruncí el ceño al notar que solo eran dos.

—Hola Jared —lo saludó la cocinera—. He preparado una de tus comidas favoritas.

El entusiasmo de Jared creció al escuchar sus palabras y me soltó para sentarse en la mesa con una enorme sonrisa.

—¿Amira no va a comer? —pregunté con cautela.

—Más tarde —respondió Almendra dedicándome una rápida mirada—, dijo que ahora no tiene hambre.

—Mmm —dudé—. ¿Puedes servirle de comer a Jared? Iré a verla un momento.

—Será un placer —aseguró con una sonrisa servicial.

—Gracias.

Ni siquiera tuve que preguntar en donde se encontraba, lo adiviné fácilmente porque había pasado casi todos los días de los últimos tres meses encerrada en ese lugar. Subí hasta donde se encontraba la biblioteca y abrí la puerta sin llamar. Ella estaba sentada sobre el alféizar de la ventana, mirando hacia el bosque y con ambas piernas levantadas y apoyadas en el mármol rosa. Traía puesto un vestido ligero y floreado que caía sobre su redondo estómago, el cual había crecido aproximadamente unos 25 centímetros. Después de todo, Ami ya tenía seis meses de embarazo.

Volvió su rostro al escucharme y sonrió mientras me acercaba a ella.

—Hola —me saludó ladeando su rostro—, los estaba mirando entrenar.

Le sonreí de vuelta y acaricié su mejilla con mi pulgar al quedar frente a ella.

—¿Y qué te pareció?

—Creo que lo está haciendo bastante bien, ¿no? —dijo bajando sus piernas para hacerme espacio en el alféizar—. Para tener cinco años, me ha dejado algo sorprendida.

—A mí también —coincidí, sentándome a su lado para examinar sus ojos y averiguar si me estaba ocultando algo—. ¿Estás bien? —Ella se encogió de hombros, pero no respondió. Yo pasé la vista por la larga mesa frente a nosotros y miré todos los libros abiertos que había sobre ella. —¿Cómo va la investigación? —pregunté, dubitativo.

—Mal —gruñó, cambiando su estado de ánimo de golpe—. Estoy a punto de rendirme.

Yo tragué saliva. Amira y yo teníamos semanas intentando encontrar una manera segura para poder proteger a Ada, pero hasta ahora no habíamos tenido suerte.


—Vamos a comer —sugerí— y te ayudaré después. Jared y yo volveremos a entrenar hasta mañana.

—No tengo hambre —murmuró.

—¿Te sientes mal?

—No... solo me sigue doliendo la espalda, pero creo que es normal.

—¿Entonces, no quieres comer porqué...?

Ella soltó un gemido.

—Tengo un nudo en el estómago —admitió—. He buscado como loca y no he encontrado un plan mejor que el tuyo.

—Ami —susurré— no tenemos que hacerlo si tú no quieres.

—No podría ser tan egoísta como para ponerla en peligro sólo porque la quiero a mi lado —confesó.

—¿Eso qué quiere decir?

—Que cuando Ada nazca... —se tomó un momento para respirar hondo— la dejaremos ir.

—¿Estás segura? —pregunté sorprendido.

—Si la respuesta estuviera aquí —dijo señalando a su alrededor— a estas alturas ya la habríamos encontrado. Creo que es momento de aceptar la realidad. Esta es la decisión más difícil que he tenido que tomar en toda mi vida, pero cada día estoy más convencida de que la única manera de romper la profecía es impedir que Ada se convierta en reina. —Y alzó el rostro para mirarme a los ojos—. Tienes razón, ella estará mucho más a salvo en la Tierra.

Nos quedamos en silencio algunos minutos, tan solo mirándonos y procesando todo.

—Jared será un gran rey —decretó.

Yo sonreí al escucharla, ya que yo también lo había pensado.

—Lo será —admití.

—Deberíamos hablar con Arus —suspiró— y comenzar a planear todo.

La relación entre el hada y yo no había cambiado mucho. Ya no lo odiaba, ni me sentía enojado todo el tiempo con él ahora que una parte de mí comprendía porqué lo había hecho, pero aún no me acostumbraba a la idea de que él fuera mi padre y, por lo tanto, seguía habiendo cierta distancia entre nosotros. No tenía idea de si eso cambiaría algún día, pero tampoco estaba cerrado a averiguarlo.

Aparté mis pensamientos para no distraerme y volví a mirar a Amira. Al notar su rostro triste, me incliné para darle un beso.

—Después —respondí—, ya tendremos tiempo para eso.

Ella volvió a gruñir.

—Ya te dije que no tengo hambre —insistió, seguramente creyendo que yo volvería a sacar el tema. Yo reí, ese era un berrinche digno de Jared.

—Necesitas relajarte, las últimas semanas has estado muy tensa.

—¿Por qué será? —preguntó irónicamente.

—Lo sé, no ha sido para menos —aclaré— pero hay que intentar ver el lado positivo. No dudo que separarnos de Ada será tremendamente difícil, pero, justo ahora, aún está con nosotros.

Ella sonrió un poco cuando pasé mi mano por la curva de su estómago. La tomó para moverla más hacia a la derecha y la presionó en contra de su piel.

—Habla —me dijo—. Ella ama tu voz.

—Hola Ada —la saludé— ¿cómo te estás portando?

Una patadita se alcanzó a sentir justo donde estaban nuestras manos, como si fuera un fuerte latido. Ambos extendimos nuestra sonrisa.

—Hoy se ha movido mucho —me contó—, parece que está algo inquieta.

Hizo una mueca al sentir otra patada, ésa mucho más fuerte que la primera.

—Tal vez siente que estás intranquila.

—Probablemente —dijo encogiéndose de hombros y soltando mi mano.

—¿Quieres saber un secreto? —Sus ojos azules me miraron con curiosidad.

—¿Qué tipo de secreto?

—¿Quieres saberlo o no? —la provoqué.

—Sí —respondió, aunque algo dudosa.

—Enzo arruinó nuestra luna de miel.

—¿Cómo? —dijo alzando las cejas, sorprendida.

—Quería darte una sorpresa —le conté pasando una de mis manos por su cabello— y llevarte a la playa después de la boda.

—¿En serio? —preguntó con ternura y yo asentí.

—Por obvias razones no pude hacerlo. —Me lamenté, intentando apartar los recuerdos de su secuestro—. ¿Crees que ahora es muy tarde para tener una luna de miel? —Ella me dedicó una sonrisa traviesa.

—Nunca es tarde para una luna de miel —declaró.

—Entonces... vámonos.

Amira me observó con incertidumbre.

—¿Ahora?

—¿Por qué no?

—No me siento tranquila dejando a Jared solo. —Mordió su labio inferior.

Yo asentí, comprendiéndola.

—Solo por el resto del día —intenté convencerla—. No nos iremos mucho tiempo. Samara estará feliz de cuidarlo y puedo pedirle a Arus que esté al pendiente de él, solo por si acaso. Volveremos al anochecer.

—No me tientes, Joham.

—Regresaremos enseguida si hay algún problema. Te lo prometo.

Pareció pensarlo durante algunos segundos y se rindió tras una exhalación.

—¿A cual playa? —preguntó casi con anhelo.

—La que tú quieras. —La emoción llegó hasta sus ojos.

—Hay un lugar que se llama Holbox —me contó— y se encuentra en el mar caribe. La recuerdo tranquila y muy hermosa, fui con mamá cuando era pequeña. Sería lindo volver.

—Entonces, está decidido —resolví con una gran sonrisa.

—No me quedará ningún bikini —se lamentó mirando su estómago.

—No seas negativa —la regañé con cariño—. Esta pequeña escapada es para disfrutar y relajarnos.

—Ya lo sé —aceptó rodando sus ojos de manera divertida—, no voy a arruinarla. Te lo prometo.

—No me preocupa que vayas a arruinarla —le aclaré—, solo quiero que te distraigas un poco. Que estés feliz. Que, por el amor del bosque, salgas de esta biblioteca para que te dé un poco de luz, estás más pálida que un fantasma.

Amira soltó una carcajada y me miró con dulzura. Yo ni siquiera recordaba la última vez que la había escuchado reír, así que disfruté del sonido.


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