Capítulo 42. Amor.
«Amor»
Aparecimos dentro del castillo, en el ala principal y lejos de la pelea.
—¡Suéltame! —grité al sentir sus uñas aferradas a mis brazos.
—¿Para que vayas y hagas alguna tontería? —me reprendió.
—¡Deja de actuar como si fueras mi maldito padre! —escupí.
—Te guste o no, lo soy —respondió—. Y no voy a dejarte solo en esto.
El enojo me ayudó a potenciar y canalizar mi magia, la cual utilicé para quemarle las manos y obligarlo a soltarme. Sorprendido, Arus dio dos pasos hacia atrás y se limitó a mirarme.
—Atacaste a mi esposa y a mi hija —lo acusé.
—¿Es que no lo entiendes? —susurró Arus—. Hará falta mucho más que eso para vencerlas.
—¿Y quién habló sobre vencerlas? —le recriminé—. Lo que queremos es recuperarlas.
—¿Y si no logras recuperarlas? —me retó—. ¿Entonces qué harás? ¿Quedarte sentado de brazos cruzados?
—No te metas en esto.
—El bosque está en peligro, tengo que meterme o todos moriremos.
—Puedo recuperarla —insistí.
—¿Cómo?
—Aún no lo sé...
Arus suspiró, pasando del enojo a la resignación.
—Yo tampoco lo sé —me dijo con cautela—, pero lo que sí sé es como puedes vencerlas.
Lo miré con verdadero odio, sin poder creer que aquellas palabras habían salido de su boca.
—¿De qué hablas?
—Cuando naciste, hice un hechizo para reprimir tu magia de hada —confesó, dejándome helado—. Fue necesario para mantenerte a salvo y que no llamaras la atención, pero ahora que lo sabes, bueno, puedo deshacerlo...
—¿Para atacar a Amira? —pregunté, incrédulo.
—Al menos, para defenderte de Amira.
Un golpe sordo se escuchó muy cerca del castillo y Arus cerró los ojos, intentando concentrarse.
—Ha logrado infiltrar al ejército de Azael —me avisó alzando sus párpados y clavando sus plateadas pupilas en mí.
—¿Cómo lo sabes?
—Mis hadas me lo han comunicado.
Me giré, decidido a ignorarlo y buscar a Dandelion, pero él volvió a aparecer frente a mí y me cortó el paso.
—¿Quieres que deshaga el hechizo? —insistió ansioso.
—No —gruñí—. No quiero nada que tenga que ver contigo. —No hizo falta llamar a Dandelion, él apareció al pie de las escaleras junto con Samara, Raúl y Jared. El terror me invadió al ver a mi pequeño—. Tienes que sacarlos de aquí —le dije a mi consejero— Amira no tarda en volver.
Raúl gimió con miedo, en cambio, los ojos de Jared brillaron y alzó su cabecita con interés.
—¿Mamá está aquí?
Todos lo miramos con algo de lástima, pero nadie se atrevió a contestarle, por lo que yo me acerqué y me puse de cuclillas frente a él. Tomé su rostro entre mis manos y lo obligué a mirarme a los ojos. Sus esferas verdes estaban muy abiertas y casi asustadas.
—Mamá está aquí —admití— pero está en problemas.
—¿Problemas? —repitió sin comprender.
—Si —afirmé—. Alguien muy malo la está usando y en este momento no es ella misma. Quiere hacernos daño y por eso te necesito a salvo. Tienes que irte.
—No quiero. No te dejaré.
Lo besé en la frente, conmovido ante sus palabras. Jared era demasiado pequeño como para estar pasando por todo esto y eso me rompía el corazón en mil pedazos.
—Estaré bien —le prometí—. Haré todo lo que esté en mis manos para rescatar a mamá, ¿si? Pero primero necesito que tú estés a salvo.
—Quiero ayudar... —Yo negué con la cabeza.
—Es demasiado peligroso. —El borde de sus ojos se llenó de lágrimas y sus bracitos rodearon mi cuerpo. Yo acuné su cabeza en mi pecho y volví a besarlo, esta vez en la coronilla—. Te amo, hijo. Nunca lo olvides.
Lo cargué en mis brazos para entregárselo a Samara.
«Mantenlo a salvo, por favor»
Ella asintió al escuchar mis palabras en su mente y extendió sus brazos para recibir a mi hijo. Jared sollozó cuando me separé de él, pero casi de inmediato Samara lo tranquilizó con sus poderes de sanadora.
Dandelion se acercó a ella y le acarició la mejilla suavemente antes de darle un dulce pero corto beso.
—Me quedaré con Joham —le avisó.
—No esperaba menos de ti —respondió ella—. Ten mucho cuidado.
Dandelion asintió.
—Tú también.
La forestniana suspiró y se acercó a Raúl para tomarlo de la mano. Hasta ese momento, noté que el humano me estaba mirando, tal vez quería decirme algo pero no se atrevía.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Él negó con la cabeza y separó los labios para hablar, pero en ese momento todas las ventanas del vestíbulo explotaron y los cristales volaron hacia nosotros. Arus y yo reaccionamos al mismo tiempo, alzando nuestros brazos y creando un impenetrable campo de fuerza que convirtió el cristal en polvo en cuanto lo tocaron.
—Váyanse, ¡ahora! —les grité.
Samara asintió energéticamente y un segundo después desapareció junto con Raúl y Jared.
—Sabes que no podrán esconderse mucho tiempo de mí. —Su voz retumbó por toda la estancia.
Alcé mi vista y encontré a Amira de pie en el alféizar de una de las ventanas más grandes. Verla era muy extraño, ya que me llenaba de miedo y alivio al mismo tiempo. A pesar de que un montón de lobos se le habían ido encima, no tenía ni un solo rasguño que lo demostrara.
—Yo no me estoy escondiendo —contesté para distraerla—. Aquí estoy, ¿o no?
—Y esa es una de las cosas más estúpidas que te he visto hacer —dijo antes de atacarme.
Salté a tiempo para esquivar su hechizo, el cual chocó contra el mármol y destruyó gran parte del suelo. Mientras aún volaba en el aire, otro par de hechizos intentaron alcanzarme, causando más estragos en la estancia.
Por el rabillo del ojo, alcancé a ver que Arus aprovechó su distracción para lanzarle uno de sus hechizos y yo no tenía idea de si ella alcanzaría a comprenderlo a tiempo como para defenderse, pero no iba a arriesgarme. Aparecí a tan solo centímetros y la empujé a tiempo, para quitarla del camino del hada.
Caímos fuera del castillo e inconscientemente envolví mis brazos en su cintura para protegerla, pero ella aprovechó la cercanía para tomarme del cuello y me giró en el aire para al final estrellarme en contra del suelo.
—Te advertí que no volvieras a tocarme —me amenazó apretando mi garganta con una fuerza increíble.
—Estaba... salvando... tu vida, cabeza dura.
En lugar de responder, aplastó mi garganta hasta cortarme la respiración. Abrí la boca intentando encontrar un poco de aire y me aferré a sus muñecas con desesperación, pero sin hacerle daño. Para colmo, ella sonrió victoriosa.
El amor de mi vida iba a matarme.
Mi vista se nubló y no comprendí muy bien lo que pasó a continuación, pero agradecí infinitamente al recuperar el aire. Alguien me puso de pie de un jalón y me apoyé en él mientras daba unas bocanadas algo penosas.
—Eres un tonto —reconocí la voz de Arus.
No supe bien cómo, pero me las arreglé para poner los ojos en blanco.
—Pudiste hacerle daño —me quejé con voz ronca.
—Si ella no cede, no ganaremos esta.
—Solo necesito un poco más de tiempo.
—Joham, ya no hay tiempo...
Fruncí el ceño ante la desesperación de su voz y alcé la vista. Arus me miraba con una ansiedad que nunca antes había visto en él. El terror me invadió y durante ese segundo, la preocupación me embargó tanto que me olvidé por completo de Amira.
—Los forestnianos...
Arus asintió.
No lo pensé dos veces y aparecí en las colinas, donde todos los forestnianos tenían sus hogares. Acababa de comprender, tal vez demasiado tarde, que ahí se encontraba el ejército de Azael.
Una feroz batalla tenía lugar en ese momento. Los demonios nos atacaban sin piedad y mi gente se defendía lo mejor que podía. Las hadas también se encontraban ahí, fieles a defender el bosque. El enojo me invadió tanto que mi mente se desconectó por completo y mi cuerpo comenzó a moverse solo.
Correr. Desgarrar. Asesinar. Ni siquiera estoy seguro de a cuantos demonios maté, pero fueron varios. Mis ojos se enfocaron en el enemigo y lo único que mis oídos escuchaban eran los gritos de la batalla. Odié con todo mi ser su piel negra y sus ojos rojos. Odié que estuvieran lastimando al pueblo que yo amaba. Y odié el terror que estaban sembrando en Sunforest. Iba a asesinarlos a todos con mis propias manos.
Me giré al escuchar un grito agudo cerca de mí y el estómago se me revolvió al encontrarme con un demonio hincándole los dientes a una forestniana, dispuesto a arrancarle la piel. Con un salto, caí sobre sus hombros y utilicé un potente hechizo para cortarle la cabeza. La arrojé lejos y el cuerpo inerte quedó bajo mis pies mientras que mi brazo izquierdo estaba manchado con su sangre.
—¿Estás bien? —le pregunté a la pálida forestniana, de cerca alcancé a notar que ni siquiera era una adulta y sentí otro retortijón en el estómago.
Ella asintió, aún así me agaché a su lado para revisar la herida y me quité mi camisa para envolverla en su brazo.
—Parece profunda, presiona fuerte para detener la sangre —le ordené.
Apenas estaba decidiendo qué hacer con ella, cuando dos ramas me tomaron de los brazos para hacerme volar hacia atrás, logrando que la forestniana desapareciera de mi vista, con su grito de sorpresa resonando como un eco en mis oídos.
Choqué contra el tronco de un árbol y más ramas envolvieron el resto de mi cuerpo para inmovilizarme contra él. En ese momento, la figura de mi esposa apareció frente a mí, con una mirada llena de sorpresa.
—Luchas bien —dijo acercando su rostro al mío, tal vez más de lo necesario—. Matarte sería un desperdicio, ¿por qué no te unes a nosotros?
—Ni muerto —respondí.
Sus uñas se encajaron en mis mejillas con fuerza para que yo no pudiera apartar la vista de su rostro. Le regresé la mirada con seguridad, intentando que sus helados ojos azules no me afectaran.
—Te he dado más oportunidades de las que mereces.
—¿Y no te has preguntado por qué? —Durante un segundo, alcancé a ver la vacilación de su rostro.
—No sé de qué hablas —negó.
—Yo creo que, muy en el fondo, no quieres hacerme daño. —La provoqué sin estar muy seguro de porqué, la adrenalina de los últimos segundos me seguía dominando—. Por que aún me amas.
Ella soltó una carcajada que sonó bastante falsa, pero la ignoré y aproveché su distracción para concentrarme.
—Eres más iluso de lo que pensé —se burló dando apenas un paso hacia atrás y permitiéndome respirar algo que no fuera su aliento. Eso también me ayudó a despejar la mente.
—Tal vez —acepté imaginando lo ciertas que eran sus palabras—, pero tú no te quedas atrás.
Ami frunció su ceño y me miró con enojo.
—¿Cómo te atreves...? —vociferó. Yo me encogí de hombros.
—Olvidaste que ya no eres la única reina legítima de Sunforest —le avisé con una sonrisa victoriosa que la haría enojar— y por lo tanto, no eres la única que puede controlar el bosque. También es mi bosque.
Antes de que lograra comprender mis palabras, ordené a las ramas que me aprisionaban que me soltaran para ir tras ella. Rápidamente, la sujetaron por sus muñecas y tobillos, tomándola por sorpresa. Sabía que Amira no duraría quieta mucho tiempo, así que aproveché mi nuevo control para ordenarle a todos los árboles que se encontraban cerca que despertaran para ayudarnos en la batalla.
El viento sopló fuerte al mismo tiempo que las ramas cobraron vida. Gruesas raíces comenzaron a serpentear por el suelo para irse en contra de los demonios y proteger a los forestnianos que estaban luchando con todas sus fuerzas. Las ramas se convirtieron en látigos que atacaron a nuestros enemigos. Amira observó todo sin poder ocultar su sorpresa, parecía intentar recuperar el control mientras luchaba con las ataduras de sus brazos, pero hace tan solo unos momentos, en el castillo, ella misma se había declarado como la reina del infierno.
Sunforest ya no le pertenecía y esa era mi ventaja.
Aproveché aquella pequeña victoria para observar a mi esposa. Su hermoso rostro estaba desencajado por el enojo y su cabello rubio le caía sobre la cara por el esfuerzo, recordándome que tendría que tener mucho cuidado con ella. Su fuerza física se limitaba a su cuerpo humano, por lo que no era mucha. Todo su poder radicaba en la bebé que llevaba en el vientre y si algo le pasaba a alguna de las dos, no lo soportaría.
De un momento a otro detuvo su forcejeo y sus ojos azules me miraron como hace tiempo que no lo hacían, completamente vulnerables y asustados. ¿Estaba fingiendo para que la soltara?
—¡Cuidado! —gritó y el terror de su voz me desconcertó.
—¿Amira?
No obedecí a su advertencia y lo pagué caro. Un fuerte golpe en mi sien me hizo volar hacia el lado contrario y perder el hilo de mis pensamientos. Mi vista se tornó negra y una punzada de dolor recorrió todo mi cráneo. Floté en la penumbra, sin idea de cómo escapar de ella. Mi cabeza simplemente no reaccionaba.
No estaba seguro de si soñaba o alucinaba cuando el rostro de Ami apareció frente a mí. Su sonrisa era cálida y su vestido blanco flotaba a su alrededor. Dio algunos pasos en mi dirección y entrelazó sus dedos atrás de mi nuca. Tenerla tan cerca me hizo temblar.
—Joham.
La miré, extrañado. Sus labios se movían pronunciando mi nombre, pero aquella no era su voz.
—Joham —repitió y su cuerpo se esfumó de mis manos como si fuera humo.
Abrí los ojos y alcancé a reconocer a Dandelion, quien me llamaba y sacudía mi cuerpo con desesperación. Suspiró de alivio en cuanto nuestras miradas se encontraron.
—¿Estás bien?
—No lo sé —admití.
De pronto, fue como si le subieran el volumen a una televisión y el ruido del caos volvió a mí con rapidez. Con un gemido, recordé donde me encontraba y me levanté con ayuda de Dandelion. Pasé una mano por mi costado izquierdo al sentirlo húmedo y caliente y observé mis yemas llenas de sangre.
—¿Qué fue lo que pasó?
—Un demonio te atacó —respondió mi consejero—. Arus ya se encargó de él, llegamos justo a tiempo.
—Amira —recordé y miré hacia el punto donde había estado atrapada, pero ya no se encontraba ahí
—Logró escapar cuando perdiste el conocimiento.
—Pero... —dudé.
—Yo también lo vi.
Lo miré para saber si me estaba gastando una broma, pero su rostro estaba muy serio.
—¿Qué viste?
—Su preocupación hacia ti, durante un segundo fue ella.
Yo negué con la cabeza y aquel movimiento me provocó otra punzada de dolor. Hice una mueca para reprimirla.
—No fue solo su preocupación hacia mí —expliqué— también fue su amor hacia el bosque.
—¿Cómo? —preguntó él, sin comprender.
—Perder al bosque la confundió y la volvió vulnerable por un momento —respondí—. Cuando el oráculo me dijo que el amor era la clave, no se refería exclusivamente al amor que nos tenemos ella y yo...
—Sino al amor en general... —concluyó Dandelion.
—Por eso decirle que la amo no ha sido suficiente —entendí de pronto—. Ella tiene que recordar todas las cosas que ama para poder vencer su control mental.
—Suena a que tenemos un plan.
—¡Por fin! —grité lleno de esperanza.
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