Capítulo 41. Control mental.
«Control mental»
¿Cómo romper el control mental?
Dandelion y yo estábamos investigando sobre el tema, intentando encontrar la manera de liberar a Ami. El día anterior, había regresado al castillo para contarle todos los detalles que recordaba de mi visita con el oráculo. Él no volvió a sacar el tema de Arus y yo se lo agradecí, no tenía fuerza para volver a enfrentarlo en ese momento.
En la noche dormí de nuevo con Jared, intentando suprimir un montón de sentimientos encontrados. Mi hijo seguía inquieto por la ausencia de Amira y eso me ayudó un poco para volver a enfocarme en lo importante y dejar a un lado mi drama "familiar".
En ese momento, Raúl y Samara estaban con él intentando distraerlo, pero yo sabía que eso no sería suficiente. Era mi deber recuperar a su madre.
Suspiré largamente y noté como Dandelion separó la vista del libro que estaba leyendo. Acababa de llamar su atención.
—¿Quieres hablar? —preguntó.
—¿Sobre qué? —cuestioné con desconfianza.
—Sobre lo que sea que te está molestando.
Durante un segundo pensé en ignorarlo, pero me ablandé un poco al notar sus ojos amarillos llenos de preocupación.
—Supongo que solo estoy asustado —admití.
—Eso no tiene nada de malo —intentó consolarme—. La verdad, a estas alturas todos lo estamos.
—Lo sé —coincidí— es solo que siento que en un parpadeo podría perder todo lo que amo, ¿sabes?
—No lo harás —dijo—. No lo permitiremos.
—El control mental es muy distinto. No es igual a cuando... Arus la poseyó.
Dandelion ignoró el nombre que me costó pronunciar.
—¿A qué te refieres?
—Cuando estaba poseída no era ella, se notaba que alguien más controlaba su cuerpo. Ahora es diferente, es como si ella realmente quisiera hacernos daño y acabar con nosotros. Debiste ver como miraba a Raúl, solo así podrías comprenderlo.
—El control mental es engañoso —coincidió él—. No dejes que eso te afecte, tu conoces a Amira mejor que nadie.
Volví a suspirar ante su tono paternal. Todo hubiera sido mucho más fácil si él hubiera resultado ser mi verdadero padre, me parecía hasta más lógico, aunque sin duda Arus era mucho mayor que Dandelion.
—Le dije que la amaba, cuando estábamos en el infierno —le conté— y durante un segundo se congeló y dudó... pero no fue suficiente. Se recuperó y con una mirada fría me respondió que ella no me ama.
Dandelion se enderezó en su silla, escuchándome con atención.
—¿No te dijo el oráculo que el amor te dará la respuesta? —preguntó.
—Si, pero decirle que la amo no fue suficiente.
—Pero dudó.
—Durante un segundo —insistí.
—Un segundo podría ser la diferencia.
Yo fruncí el ceño.
—No veo cómo eso podría ayudar, por mucho que la ame eso no le impidió atacarme.
Él se quedó pensativo.
—La clave tiene que estar cerca —murmuró— el amor que siente por ti sigue ahí, simplemente tenemos que encontrar la manera de desenterrarlo.
Yo asentí, aunque en el fondo esa no me parecía la respuesta que necesitábamos. Aún sumido en mis pensamientos, alcé la cabeza lentamente cuando alguien apareció frente a nosotros. Una corriente eléctrica atravesó mi espalda al verla y no pude evitar soltar un gemido.
—Amira.
Noté como Dandelion también se dio cuenta de su presencia muy lentamente, tomándonos ambos completamente desprevenidos.
El vestido de novia había desaparecido, siendo suplido por uno completamente negro. La parte de arriba se ceñía a su cuerpo mientras que la de abajo caía suelta hasta cubrir sus pies. Sus hombros estaban al descubierto y lucían tensos, pero su rostro era una máscara fría con una sonrisa falsa y peligrosa. Enredada en su cabello, traía una corona grande y plateada con gemas rojas.
Me paré lentamente y sus ojos azules siguieron cada uno de mis movimientos, como si yo fuera su presa. Respiré hondo para no perder la calma.
—Joham —pronunció con una voz helada que me causó escalofríos. Nunca mi nombre había sonado tan frío en sus labios.
—¿Qué haces aquí? —pregunté.
Ella se encogió de hombros y por fin apartó su vista de la mía. Recorrió la biblioteca, como si no la reconociera o nunca hubiera estado ahí antes.
—Tengo un mensaje para ti —respondió dando unos pasos en mi dirección. Alcé mis cejas al mismo tiempo, sorprendido.
—¿Cuál?
—Azael quiere que te rindas —explicó volviendo a mis ojos—. Sin trampas.
Yo bufé.
—¿Qué significa mi rendición?
—Que nos dejes ir.
Sin querer, mi vista se desvió hasta su vientre y tragué saliva. Sus palabras me dolieron.
—¿Tú quieres que te deje ir? —Volví a sus ojos, tan helados que me daban ganas de rendirme. Sus labios se abrieron sin pronunciar palabra alguna y yo dejé de respirar durante algunos segundos.
—A cambio —continuó como si no me hubiera escuchado— él te recompensará dejando a tu bosque en paz.
Gruñí al escucharla. Aquí estaba la decisión que tanto miedo me daba pensar. ¿Amira o el bosque? Me congelé en mi lugar, sin saber qué responder. Por el rabillo del ojo alcancé a ver qué Dandelion se puso de pie para colocarse a mi lado.
—El bosque luchará por ti —declaró el forestniano.
Amira se tomó algunos segundos, pero al final volvió a apartar su vista de mí para clavarla en nuestro consejero real.
—En ese caso, estarían condenando a su bosque —nos amenazó.
—A nuestro bosque —corrigió Dandelion—. Tú eres la reina, ¿lo olvidas?
Estaba seguro de que él intentaba encontrar alguna grieta llena de esperanza que nos permitiera llegar a ella. Amira levantó una comisura de su boca, con una sonrisa torcida.
—Ahora soy la reina del infierno —explicó como si fuera obvio— y esta es la única oportunidad que les daré, ¿la toman o la dejan?
—No te dejaré ir —respondí casi sin pensar en las consecuencias de mis palabras—. No me rendiré.
Amira alzó la cabeza y se acercó con dos pasos más hacia mí.
—Lamentarás mucho haber tomado esa decisión —me prometió. En ese momento, una explosión se escuchó al pie del castillo y el suelo que estaba bajo mis pies tembló. Miré a Amira con miedo.
—No... —Ella alzó sus dos manos al mismo tiempo, haciendo volar casi todo lo que estaba en la habitación.
—¡La guerra comienza ahora! —gritó extendiendo sus manos hacia mí.
Sentí un fuerte golpe en el estómago que me sacó volando hacia atrás. Al segundo siguiente, mi espalda atravesó una de las ventanas y comencé a caer por el vacío. Me giré en el aire y desaparecí al notar el suelo cada vez más cerca de mí.
Aparecí unos cuantos metros más lejos y rodé por el césped al perder el equilibrio. Un poco mareado, alcé la cabeza para ver como Amira aterrizaba de pie frente a mí, dedicándome una mortífera mirada.
—Ami... —supliqué poniéndome de pie—. No quiero hacerte daño.
—¿Te rindes tan rápido? —se burló inclinándose hacia mí.
—Eres mi esposa.
Ella se encogió de hombros, como si mi comentario no le importara en absoluto.
—Sinceramente no entiendo por qué.
—Vamos a tener una hija —le conté, intentando con desesperación ganar tiempo—. Su nombre será Ada.
Lo logré. Una chispa de duda cruzó por su rostro y parpadeó, algo sorprendida.
—¿Ada? —preguntó poniendo una mano sobre su vientre.
—Sí —respondí emocionado— será una niña hermosa, yo la vi.
Ella frunció su ceño, mis palabras la estaban confundiendo. Aproveché esos valiosos segundos de duda para acercarme con cuidado y contuve la respiración cuando no me detuvo.
Sus ojos recorrieron mi rostro con curiosidad, como si estuviera buscando algo. Yo puse mis manos sobre sus hombros y me percaté de lo fría que estaba su piel. Ella continuó mirándome.
—Ami —pronuncié su nombre con voz temblorosa— te amo. No pienso dañarlas, ni a ti ni a mi hija. Por eso tú tienes que volver a mí.
Inconscientemente subí mi mano a su mejilla y acaricié su suave rostro con mi pulgar. Casi grité de júbilo al verla cerrar los ojos, permitiéndose disfrutar de la caricia. Con un rayo de valentía, me incliné suavemente y una descarga eléctrica recorrió mi columna vertebral cuando nuestros labios rozaron de manera tan ligera que me supo a un momento efímero.
—Te amo... —repetí con un susurro. Después de todo, el oráculo me había dicho que el amor era la clave.
Mis esperanzas se marchitaron tan pronto como llegaron cuando, en el segundo siguiente, Amira me empujó con fuerza para separarme de ella y me lanzó una mirada llena de enojo.
—No vuelvas a tocarme —me amenazó.
Se movió tan rápido que el hechizo que lanzó en mi contra me tomó desprevenido, pero la esfera de energía chocó contra una pared plateada y se desvaneció sin hacerme daño. Sorprendidos, ambos giramos la cabeza al mismo tiempo para encontrarnos con un Arus de rostro serio y decidido. El hada no me miraba a mí, sino a ella.
—Él no está solo —le advirtió.
—Yo tampoco —respondió ella recuperando su malvada sonrisa.
—Azael no puede salir del infierno —habló Arus, caminando algunos pasos para posicionarse en medio de los dos, dándome a mí la espalda. ¿El hada me estaba protegiendo de mi propia esposa?
—Pero su ejército sí —aclaró ella.
Yo me estremecí al escucharla. Al parecer, la guerra era inevitable. Arus pareció llegar a la misma conclusión que yo, ya que una enorme manada de cientos de lobos apareció a cada uno de mis costados, mostrando sus filosos dientes mientras gruñían.
—El rey también tiene un ejército.
La sonrisa de Amira se encogió un poco al observar a los lobos, pero disimuló bien su sorpresa y me miró a los ojos una vez más, esta vez con pura maldad impregnados en ellos. El control mental seguía ahí.
Antes de que pudiéramos hacer o decir nada más, Arus hizo una seña y todos los lobos se le fueron encima a mi esposa.
—¡NO! —grité.
Arus se giró al escucharme y debió adivinar mis intenciones, porque se abalanzó sobre mí y me sujetó de los hombros antes de desaparecer, alejándome de aquella escena que parecía una pesadilla.
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