Capítulo 40. Padre.
«Padre»
La luz me lastimó la vista, obligándome a parpadear para poder acostumbrar mis ojos. No tardé mucho en comprender que volvía a estar en el bosque, completamente solo. El silencio solo intensificaba todo lo que estaba sintiendo, una combinación de emociones a la que ni siquiera le podía poner palabras. Bajo mis pies aún se encontraba el pentágono, el cual había dejado de brillar.
El viento sopló cuando dos personas aparecieron a mi costado. Casi de inmediato, me puse en posición de ataque para defenderme, pero un par de segundos después reconocí a Dandelion... y Arus.
—¿En dónde estabas? —preguntó el primero, pero lo ignoré.
Antes de que reaccionara, todo mi cuerpo se giró hacia el hada. Comencé a respirar entrecortadamente conforme sentí una oleada de enojo dominar mi cuerpo. Tal vez mis ojos se colorearon de rojo, ya que Arus alzó la barbilla y me examinó con cautela.
No me detuve a pensarlo. Mis piernas se doblaron y con un salto me arrojé hacia él, dispuesto a atacarlo con toda mi fuerza. Se movió tan rápido que no pude redirigir mi golpe y me barrí sobre el césped soltando un profundo gruñido.
Con otro salto me puse de pie y volví a arrojarme sobre él, completamente dominado por la furia. Una explosión de magia retumbó por el bosque al chocar con su campo de fuerza y volví a caer sobre el pasto, esta vez boca abajo.
Me quedé así, petrificado cuando comprendí que de mis ojos estaban saliendo lágrimas. Alcé la vista cuando escuché dos pies posicionarse frente a mí, los ojos plateados de Arus me observaban con una combinación de curiosidad y temor. Yo volví a gruñir.
Me puse de pie pero antes de que pudiera volver a saltar sobre él, Dandelion apareció en medio de nosotros y alzó su brazo para indicarme que me quedara en donde estaba.
—¿Estás poseído? —me preguntó en un susurro lleno de pánico.
Yo bufé.
—Claro que no.
Me examinó rápidamente, pero pareció creerme —tal vez por las lágrimas— ya que se giró hacia Arus y me cubrió con su cuerpo. Dandelion tenía más derecho a llamarse mi padre que el hada, de eso estaba seguro.
—¿Qué hiciste? —le preguntó. Arus alzó sus cejas, fingiendo estar sorprendido.
—Yo estaba contigo.
—Joham no te atacaría sin tener una razón
El hada exhaló, algo molesto.
—Entonces, ¿por qué no se lo preguntas a él? —inquirió.
El enojo explotó de nuevo en mi pecho y de un gran salto logré pasar a Dandelion para caer sobre Arus, esa vez el hada no se apartó.
—¡Por qué no me lo dijiste! —grité enfurecido al tenerlo entre mis brazos.
Con facilidad, detuvo el puñetazo desesperado que iba dirigido hacia su rostro. Me evaluó con una calma impenetrable, pero en el fondo de sus ojos alcancé a ver una chispa de miedo. Con mi mano libre logré crear un hechizo que golpeó en su pecho y se tambaleó hacia atrás, más sorprendido que herido.
—¡Por qué no me advertiste! —continué desahogándome— ¡ERES UN MALDITO EGOÍSTA!
—¿Egoísta? —repitió incrédulo, deshaciendo su falsa máscara de tranquilidad—. ¡Renuncié a ti para mantenerte a salvo! ¿Cómo eso puede ser egoísta?
—¡Debiste decírmelo! —insistí ignorando sus palabras—. Yo tenía derecho a saberlo...
Dandelion volvió a aparecer a mi lado y puso su mano en mi pecho para separarme de Arus.
—Joham —susurró y en su tono de voz pude percatarme de su confusión—. ¿Qué sucede?
Arus apretó sus labios en una fina línea al escuchar aquella pregunta. Yo rechiné los dientes al verlo y Dandelion me miró sorprendido. Creo que pocas veces había estado tan fuera de mí.
—Arus es mi verdadero padre —pronuncié lentamente— por eso mi hija es tan poderosa, lleva la magia de las hadas en sus venas.
Dandelion dejó caer la mandíbula y me miró con la boca abierta.
—¿Qué? —exhaló.
Clavé mi vista en Arus para no perderme su reacción. Él cerró los ojos durante un par de segundos y volvió a abrirlos, como si intentara guardar la calma.
—¿Cómo lo sabes? —cuestionó
—Me lo dijo el oráculo del infierno —escupí.
Sus ojos llamearon, parecían hechos con fuego plateado.
—¿Fuiste al infierno tú solo? —preguntó con un tono de voz amenazante.
—¡Y a ti que te importa! —rezongué—. Acabo de descubrir que tú eres mi padre, ¡llevas años mintiéndome! Incluso cuando me quedé completamente solo no tuviste el coraje de venir y decirme la verdad.
—No seas idiota —me insultó, dejándose llevar por el enojo—. No iba a tirar años de protección por la borda.
—Pero eres mi padre —insistí y la voz se me quebró. Los ojos de Arus se suavizaron un poco.
—Lo soy —admitió.
Y eso era lo único que necesitaba escuchar. Me sujeté del brazo de Dandelion para no perder el equilibrio, el forestniano seguía tan sorprendido que se había quedado mudo.
Limpié las lágrimas de mis mejillas en un intento de borrar la vulnerabilidad de mi rostro. Arus no me perdía de vista, intentando averiguar cual sería mi siguiente movimiento, pero a esa alturas yo estaba demasiado confundido.
—¿Por eso no te gusto? —pregunté de pronto, sintiéndome muy vulnerable—. ¿Estás decepcionado de mí?
Arus se encogió de hombros junto con una especie de mueca, como si aquellas palabras le hubieran dolido.
—No creo que este sea el momento para hablar —dijo en un intento de evadirme.
—Esta es la única oportunidad que tendrás —le advertí.
Él pareció meditarlo durante algunos segundos, pero debió encontrar algo serio en mis ojos, ya que no se movió de su lugar ni un centímetro.
—Eres el rey de Sunforest —habló recuperando su voz autoritaria—. No lo vi venir, pero no podría estar más orgulloso de ti.
Yo solté una carcajada a pesar de que aquello no tenía ni una pizca de gracia.
—¿Así que ahora me reconoces como el rey? —me burlé.
—Si fui más duro contigo de lo normal fue para no levantar sospechas, pero no porque no creyera en ti.
Lo miré con enojo.
—Entonces hiciste un gran trabajo —lo felicité con amargura—, nadie podría sospechar que tú y yo llevamos la misma sangre.
Arus suspiró.
—Intenté compensarte, ya sabes... a mi manera —explicó con indiferencia, pero no estaba seguro de hasta qué grado la estaba fingiendo—. Protegiendo a Amira y a Jared. Estando presente si se presentaba algún problema. Salvándote de aquel incendio. Acompañándote al infierno. Sacándote de allí cuando comprendí que estabas en un peligro inminente... haciendo el anillo de tu boda. Incluso salvando el alma de Amira, porque en ese entonces ya sabía que la amabas. Siempre intenté estar ahí sin que te dieras cuenta de que era por ti.
—Siempre pensé que era por Ami —admití.
—Adoro a Amira —admitió haciendo otra mueca, como si decir aquellas palabras le quemaran la garganta— pero siempre fue por ti.
Miré de reojo a Dandelion, quien seguía estupefacto y estaba pálido como la luna. Tal vez Arus tenía razón en que no era momento de hablar, a pesar del hervidero de dudas que tenía en mi cabeza.
—No fui al infierno —admití—. Intenté invocar al oráculo y él me escuchó.
Arus y Dandelion se movieron al mismo tiempo, tensando los hombros y poniendo toda su atención en mí.
—¿A qué te refieres con que te escuchó? —preguntó el segundo, recuperando la voz.
—No sé como, pero de alguna manera escuchó mi invocación y me llevó hasta él. No era el infierno, era un lugar que no reconocí —respondí mirándolos a ambos—. Y me explicó todo.
Arus dio un paso hacia mí, intrigado.
—¿Qué te explicó?
—La profecía —pronuncié mirando a Arus a los ojos, atento a su reacción—. Mi futura hija se llamará Ada
Lo tomé por sorpresa, pude notarlo cuando no fue capaz de controlar su rostro y tensó la mandíbula.
—Ada —repitió como si fuera un anhelo y por un momento me detuve a pensar si Arus había querido a mi madre tanto como yo amaba a Amira.
Dandelion nos observó en silencio, consciente de que se estaba perdiendo de algo importante.
—Ada está destinada a ser una de las reinas más poderosas que tendrá Sunforest —continué explicando—, tan poderosa que si el mal la controla reinará el caos. Azael la usará para desatar el apocalipsis. Depende de nosotros impedirlo.
—¿Cómo lo detendremos?
—Por el momento, recuperando a Amira. Debe haber alguna manera de romper el control mental, tenemos que descubrirla.
Ambos asintieron y un silencio incómodo gobernó entre nosotros, tal vez porque Arus y yo no apartábamos la vista del otro.
—Samara está preocupada —habló Dandelion—, debería avisarle que estás bien.
Yo asentí.
—Gracias Dandelion.
El forestniano desapareció, no sin antes dedicarme una mirada preocupada.
Respiré hondo. A pesar de que el enojo inicial ya había pasado, aún me sentía molesto. Me sorprendía un poco mi reacción anterior, pero aún no procesaba todo lo que me dijo el oráculo y había tenido que enfrentar a Arus más pronto de lo que esperaba. La verdad, aún no tenía idea de cómo me sentía al respecto.
Él me miraba, aún frío. Su mirada plateada parecía traspasarme y me hacía sentir vulnerable.
—¿Hay algo que quieras decirme? —aventuré.
—Lamento que te hayas enterado.
Yo fruncí el ceño.
—Déjame ver si entendí, no lamentas la manera en la que me enteré. Simplemente lamentas que lo sepa.
Él se encogió de hombros.
—Se supone que nunca lo sabrías.
Yo volví a gruñir.
—Y ahora mi hija está en peligro por mi ignorancia —le recordé.
—Estoy consciente de eso —aseguró sin mostrar emoción alguna.
Se comportaba tan... distante y frío. Era tan extraño pensar en él como si fuera mi padre, simplemente mi mente no lo concebía. Tal vez ni siquiera tenía porque aceptarlo, yo tuve un padre y él murió. Punto. Arus seguiría siendo Arus. Esto no tenía porqué cambiar.
Lo único que me permitía sentir en ese momento era curiosidad.
—¿La amaste? —A pesar de mi escueta pregunta, él me entendió perfectamente.
—Con todo mi ser.
Yo asentí para mí mismo, intentando convencerme de ello.
—¿Cómo murió? —susurré con un hilo de voz.
—Hubo un problema cuando naciste —respondió con una voz contenida que despertó aún más mi curiosidad— y perdió mucha sangre muy rápido. No pude hacer nada.
Repetí sus palabras en mi mente, intentando asimilarlas. Pensé que él no volvería a hablar hasta que le preguntara otra cosa, por lo que me sorprendí al escucharlo de nuevo.
—Ella estaba muy emocionada por tenerte —confesó con la mirada perdida—. Fue Ada quién eligió tu nombre... habría sido una madre estupenda, seguramente mucho mejor que yo. —Sus ojos bajaron y volvieron a caer sobre los míos—. Tú también eres un excelente padre, te aseguro que eso no lo heredaste de mí.
Pensé en Jared y en lo mucho que lo amaba. Me destrozaba la simple idea de tener que separarme de él.
—Probablemente no —coincidí— yo nunca podría abandonar a Jared a su suerte.
Él no pareció afectado por mis palabras, simplemente continuó mirándome con sus intensos ojos plateados.
—Ojalá algún día logres entenderlo —dijo antes de desaparecer, dejándome con mis siguientes palabras atoradas en la boca.
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