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1.0

El temor que recorría su cuerpo podía parecer una estupidez, sin embargo, romper o maltratar una de las bellas flores que su esposo cuidaba con tanto esmero le costaría las extremidades. Mantuvo un paso rápido, rodeando y esquivando para llegar hasta la silueta que desaparecía entre cada giro y bajada en el angosto camino de tierra.

Mientras avanzaba, más recuerdos llegaban a su mente sobre la maravillosa historia de los girasoles, según Mitsuya.

─ Estos simbolizan el amor y la admiración, justo todo lo que siento por ti─ un sonrojo junto esa adorable sonrisa y el omega prosiguió─ Ahora lo pienso y he caído en que yo te considero mi girasol... Cuando no puedo encontrar la luz, eres a quién me dirijo para llenarme de energía y vida.

Un tropiezo lo liberó de su ensoñación, siendo pequeños montones de tierra los protagonistas de su casi caída.

Suspiró.

El ademán de su cabeza demostrando lo frustrado que se sentí cada vez que sucedía esto, hablar sin recibir respuesta.

Él nunca escuchaba.

Llegaron al inevitable destino de aquél lugar. Un pequeño estanque situado en medio de las altas flores amarillas. Su mirada se dirigió al rostro de su omega, buscando un indicio del por qué eligió ese entre todos los escenarios.

El mayor le ignoró como siempre, esquivando su mirada al rodear el agua.

En momentos como este apenas se dirigían palabras, dejándose llevar por el débil lazo que sorprendentemente aún se mantenía con vida, como si se aferrara al amor que había entre esos dos.

Amor que la muerte separó.

Hakkai llevó con rapidez las manos hasta su cabeza, gimoteando por el agudo dolor que se instaló repentinamente en la zona, seguido de fuertes pinchazos en todo su cuerpo. Entre sollozos pidió a lo que sea que fuese el causante de ello que se detuviera.

Y así pasó.

Entre el aturdimiento logró sentir las delicadas manos de Mitsuya en sus mejillas y con ello robó toda su atención. Se estremeció con pena al recibir una mirada de regaño con un toque sutil de tristeza en ese extraño brillo, deseando apartar la sensación con un beso que no pudo conseguir al momento que su esposo se apartó.

Con eso la tierra tembló.

Asustado por el repentino remezón, buscó con la mirada algo que indicara lo que ocurría. No pasó de largo el color marrón oscuro que se apoderaba de los girasoles, convirtiéndolos en simples plantas marchitas.

No entendía lo que ocurría pero no dejaría a Takashi aunque el mundo a su alrededor se estuviera derrumbando. Volvió hasta él con la clara intención de abrazarse a su cuerpo como un koala a los árboles. Abrió sus brazos y se lanzó en su dirección, cerrando sus ojos y esperando el choque de ambos cuerpos.

Cosa que no sucedió.

Un fuerte gritó de su omega se escuchó y desesperado por volver, trató de mantenerse firme sobre sus pies, fallando en el intento, siendo consumido por el lago bajo suyo y la profunda oscuridad que este mantenía. Shiba rompió en llanto al escuchar las amargas palabras que el mayor le mandó en el último sentir de su lazo.

Vete. No regreses.

─ ¡Mitsuya!─ Gruñó con fuerza al despertar, sintiendo su cuerpo bañado en sudor. Se encontró llorando sin control sobre las sábanas blancas de esa fría y vacía cama, su mente llenando de recuerdos cada maldito segundo, siempre regresando al último que pasaron juntos.

Takashi Mitsuya había fallecido hace menos de seis meses por culpa de un estúpido beta al volante, muriendo instantáneamente por el impacto de su cabeza. Solo cinco minutos fuera para comprar la cena y le fue arrebatado lo más importante en la vida al alfa. No hizo falta una llamada sobre lo ocurrido. Hakkai simplemente lo supo, pues no fue ni medio normal el ardor en su cuerpo, mucho menos el pánico y la desesperación de querer salvar a su omega por el dolor que le transmitió a través del lazo. Minutos pasaron en un estado de shock, volviendo en sí gracias al tono de la llamada que le confirmó la terrible noticia.

Muchas personas ignorantes le decían que ya era hora de olvidar a su antiguo omega, que buscara otro, que tuviera la familia que siempre deseó... eso no iba a pasar. Nadie nunca le creyó que Mitsuya era su pareja destinada. La mayoría creía que eran cuentos infantiles, contados por los padres a sus pequeños cachorros antes de descubrir la verdad sobre el mundo.

Verdad que indicaba al mundo y amor como una broma de mierda.

Luego se encontraba la otra parte más estúpida.

Nunca fue para ti.

El omega era diferente a los demás y eso le encantó. No sabía cocinar pero el alfa era un experto en ello, por lo que no importó demasiado. Ellos siempre se las arreglaban. Tampoco sabía mucho sobre cachorros, sin embargo anhelaba tener junto al Shiba cientos de ellos, para criarlos juntos como una familia real.

Ahora sólo se transformó en un sueño roto que quitó parte de su alma.

Al perder a su omega, un caso de depresión del cual nunca se mejoró llegó a su vida. Despedido de su trabajo. Sin saber nada de familia y amigos.

Pero no le molestó, en cambio, logró encontrar la forma de sobrevivir durante un tiempo con pastillas para dormir, estas siendo de gran ayuda al presentarlo con la vívida imágen de su esposo.

Desde el fallecimiento de su amado tenía maravillosos sueños en donde podía sentir su cuerpo, esa tierna piel y la importante conexión que había entre ellos.

Pero sus sueños ya no eran los mismos que antes, se estaban convirtiendo en pesadillas, unas tan horribles que comenzaba a pensar en que le estaban advirtiendo sobre algo.

Sacudió su cabeza para no pensar en ello, eran solo sueños ¿no?

Movió su cuerpo bajo las sabanas, dejando caer sus pies sobre el piso de madera y así quedando sentado sobre la cama. Desde donde estaba pudo observar gran parte de la habitación, sonriendo melancólicamente al ver fotos de su omega en la pared y algunas compartidas a su lado, borrando su apagada sonrisa al fijar su vista en el tarro de pastillas. No sabe cuánto tiempo pasó hasta que miró el reloj de pared, eran las 20:45 de la tarde. Sus días se iban así de rápido. A estas alturas ya no le interesaba probar bocado de alguna comida u hacer las típicas cosas como cepillar sus dientes o bañarse. Su desgaste emocional iba mucho más allá.

Le quedaba poco tiempo.

Un alfa sin su omega destinado no dura mucho y las opciones son el suicidio o esperar la muerte en la triste y pura soledad.

Hakkai sentía que hoy era el día en el que se alejaría de este cruel mundo para ir por fin con su amado. Quería imaginar que estaría en aquel mundo de sueños, rodeado de girasoles, los cuales siempre miraban hacia el sol porque en ese sitio nunca había mal clima u oscuridad.

Dejó caer su espalda en la cama otra vez, sintiendo su estomago rugir y el feo sonido que provocaban los cachorros chillones de la casa vecina, eran tan irritantes.

Cabe aclarar que antes no pensaba así, obvio no, pero desde la muerte de su pareja, cualquier omega o cachorro le parecía molesto, inclusive repugnante, no les soportaba ni en lo más mínimo.

Por ello, entre vueltas y patadas de frustración descuidó la cantidad de píldoras que quiso tomar del envase.

Cuando sus parpados comenzaron a pesar y sus latidos a volverse más lentos, notó lo que había hecho, arrepintiendose demasiado tarde aún si en el fondo deseaba este final.

Dejó de luchar por primera vez después de tanto tiempo y se dejó llevar hasta su mundo perfecto.

Esta vez sin retorno a la tortuosa vida que manejaba.

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