7-La Garza del Estanque de Jaspe (3)
Entre los muchos portentos que el mono ostentaba, estaba el de caminar sin necesidad o dependencia alguna de la gravedad. Corría pues por los edificios, de costado y por las paredes con la soltura con la que un deportista corre por una cancha de fútbol. Todo mientras esquivaba y contraatacaba, con ayuda de su complaciente vara de hierro, las plumas que cortaban el aire como navajas. Path por su parte seguía aferrando con fuerzas al gato y a la mochila mientras trataba inútilmente de no gritar ni chillar por el miedo. Únicamente su agarre la sostenía de una caída libre de veinte metros o más.
—¡¿Qué es eso?!
—¡No lo sé!
De pronto, al ver que iban a atravesar una pared, la lanzó hacia arriba, aventándola sobre los edificios. Wukong atravesó tres rascacielos hasta volver a atraparla en el aire. En su cola cazó al gato, y con los dientes agarró la mochila. Path solo alcanzó a aferrarse a la túnica y taparse la cara con ella.
Apenas conteniendo el aliento, la mujer se atrevió a mirar hacia atrás, y así vio como el cuasi pavo real, en una sola pata sobre los cables de alta tensión, abría la cola y las alas triplicando su talla. Era una criatura aterradora, cuyo plumaje desgarbado y pico agujerado e irregular, hacían pensar en una tela vieja y podrida. Sus ojos eran dos lumbres anaranjadas. Su lengua bífida un apéndice grueso sanguinolento y desagradable. Sus gritos, tan atronadores que hacían rechinar los dientes aturdían como el desgarro del metal sobre el metal.
En una estrepitosa carrera, el Rey Mono la llevó hasta la costa, a la zona más despoblada que halló y la dejó escondida contra una gran roca. Entonces se elevó de un salto a las nubes y se preparó para confrontar al monstruo que los seguía.
Path no pudo ver nada más. Mentiría si dijera que había visto cosa alguna que sucediera. Sus ojos, aterrados, apenas vislumbraron algunas de las explosiones de ira y fuego de la batalla que se libró a sus espaldas; no porque volteara específicamente a verla, sino porque atrapó a su gato cuando este intentó huir y lo metió como pudo en su mochila. El resto del tiempo permaneció con la cabeza escondida entre las piernas, avistando apenas las sombras de los dos contrincantes que se elevaban sobre el mar embravecido. Tan asustada estaba de la criatura que vio, que le castañeaban los dientes y un sudor frío evidenciaba cuánto se le había enchinado la piel.
—¡No pienses que por que eres mujer seré gentil contigo! ¡Si vienes directo a luchar entonces te trataré como a cualquier guerrero! ¡¿Quién eres y quién te crees para atacarme a mí, que soy un ser divino?! —vociferó el Rey Mono extendiendo su báculo amenazadoramente sobre las nubes de colores. Y el bastón tomó la anchura de un cuenco de arroz.
La bestia soltó un chirrido tan fuerte que edificios enteros se sacudieron sin piedad y los ventanales de varios restaurantes de la costa reventaron atronadoramente. Path se tapó los oídos sintiendo cómo pitaban sus tímpanos. Entonces el ave habló—: ¡No sé qué de todo lo que dices me ha molestado más! ¿¡Cómo te atreves a evadir tus faltas tanto que siquiera puedes reconocerme, mono maldito!?
—¿Te ofendí, desconocida?
—¡Te aseguro que pronto harás memoria y sabrás quien soy cuando te muela a golpes! —contestó el oscuro ente.
—¡Entonces saca tus armas! Te advierto que deberías empezar directamente con el mejor de tus ataques si quieres por lo menos plantar resistencia...
—¡Yo misma me basto! ¡La única arma que necesito soy yo!
—Te arrepentirás entonces. No pienso mostrar piedad.
—No esperaba menos... Bailemos una vez más... ¡Sun Wukong!
—¿Bailar...? —se dijo confundido. Pero no tuvo tiempo para pensarlo. La criatura extendió las alas y lanzó contra él una miríada de penachos negros y grises de doradas puntas afiladas. Las plumas, como flechas encendidas, giraron al son del movimiento errático de sus alas; un baile infernal. La criatura saltó e hizo piruetas en el aire liberando más y más energía, y así también lo hicieron las danzantes saetas. Pronto lanzó todo el plumaje que tenía y los venenosos dardos cubrieron el cielo con su densa oscuridad. Cada punta afilada buscó asestar contra la piel del rey mono y cada movimiento de la criatura sirvió para repeler exitosamente sus golpes. No había ángulo alguno que constituyera una debilidad.
—¿¡Entonces esto es un despecho!? ¡No te recuerdo, extraña!
—¡Dicen que tienes millones de vidas! ¡Contemos cuántas son mientras te mato millones de veces! ¡No hay apertura en mis ataques! ¡Y te aseguro que mi veneno será efectivo en ti como lo es en cualquier inmortal! —agregó con sorna.
Ella había investigado bien cuál pudiera ser la mejor forma de matar a alguien como él. Y, aunque dudaba que esa estrategia fuera efectiva, Sun Wukong decidió que ni uno solo de esos dardos envenenados debía siquiera rozarlo, pues era previsor como nadie. Si podían penetrar su piel, no lo sabía, pero no quería quedarse a averiguarlo.
—¡Viniste con una estrategia clara para derrotarme! ¡¿No es así?! —contestó. Aunque estaba seguro de ganar, le causaba demasiada curiosidad a qué venía tanta ira acumulada.
—¡Me he preparado cada segundo de estos mil quinientos años, Sun Wukong! —Lanzó más y más ataques que se desperdigaban en todas direcciones como una negra y tóxica bruma. Sun Wukong comenzó a preocuparse. Las flechas eran tan rápidas como él y creaban patrones tan inciertos como la neblina, pero tan intrincados como los hilos de una pesada manta. Si ella incrementaba solo un poco más su velocidad, sí podría de hecho penetrar su barrera de energía desde algún punto.
—¡No tengo nada que ver contigo!
—¿¡Insistes en que no sabes quién soy!? — Volvió a gritar. Esta vez su rabia se encendió al punto que la tierra y el mar retemblaron. Los granos de arena de los mares y las rocas comenzaron a elevarse por la energía que proyectaba, y las plumas todas regresaron a la criatura que parecía estar hecha de brea para luego redireccionarse en un ataque directo hacia él. Sun Wukong entonces hizo girar y girar el báculo sagrado con tal fuerza que este se volvió un escudo impenetrable. Y haciendo que todo su cuerpo bailara al son de ese extraño ataque, esquivó y devolvió cada flecha. Las saetas encendidas rebotaron y volaron desperdigándose en todas direcciones atravesando el mundo. Se clavaron en las rocas y se enterraron en los morros, en los riscos, en la arena y en los edificios más lejanos. Y allí permanecen hasta el día de hoy, porque nadie pudo sacarlos jamás. Y la última flecha rebotó mal contra la punta del Ru Yi Bang, pues un nimio error siempre puede decantar en una tragedia y Sun Wukong pensó: "Si esta cosa se me clava en el corazón será mi ruina. Tendré que volver a empezar. Pero ya no puedo esquivarla".
Vio todo moverse a cámara lenta. Cerró los ojos como admitiendo una plausible derrota. Se rindió ante el pequeñísimo y milimétrico descuido. ¡Qué catastrófico y qué irónico es cuando un solo error acaba con la magnificencia de los grandes! Ya lo mismo había sucedido tiempo atrás y muchas veces, con otros héroes que terminaron siendo meras estatuas bañadas en salitre y simples tumbas que albergaban cenizas. Sin embargo, si aquella envenenada saeta hubiese dado en su blanco, quizás pudiéramos haber quedado sin historia demasiado pronto...
La flecha dio justo contra el medallón de bronce que Sun Wukong siempre llevaba al cuello. Entonces rebotó y volvió directamente al corazón envenenado que la produjo.
El mar se calmó. El cielo recobró su luz. La criatura, negra como la tinta, espesa como la brea, de pronto atrajo toda la oscuridad y la absorbió en su pecho, allí donde se había enterrado aquella sagita mortal. Solo quedó una mujer hermosa de mirada agonizante y lágrimas en el rostro.
Wukong, sin embargo, aún no tenía ni idea de quién era ella. ¿Alguna dama que hubiera dejado atrás? Eso era casi imposible, la recordaría. ¿Quizás de antes de su viaje al oeste? Pero, siendo así, ¿cómo saber cuál? ¿Quizás la mujer de algún enemigo? La atrapó en sus brazos y se sentó en las nubes para mirarla mejor. Estaba muriendo. Fuera como fuera, se moría sin que supiera por qué querría venganza contra él.
«¿"Bailemos de nuevo"?»
—La princesa del reino del Elefante Blanco... —se dijo al fin. La recordó pues había tratado vagamente con ella. En una ocasión la princesa había salvado al maestro Tang; a cambio, él la había liberado de su esclavitud y la había regresado a su casa—. ¿¡Cien Flores!?
—Me recuerdas ya... —contestó ella abriendo los ojos apenas. Tenía ojos negros y lustrosos, símbolos de su poder; y sus pestañas eran largas plumas de garza. Su cabello largo y su túnica, ahora que ya no estaban cubiertos de penumbra, se apreciaban del sereno color del jade blanco de vetas ambarinas y resplandecían como el oro. Era una diosa, al fin y al cabo, y poseía una sempiterna belleza reservada solo para los inmortales; colgaban de sus orejas pendientes de nácar y coral, y los ornamentos de oro y los profusos bordados de sus ropajes narraban escenas épicas y viejas historias de amor. Pero estaba muriendo... El brillo antes incólume comenzó a disolverse como la nieve ante el sol.
—Eres la dama del estanque de jade, una de las siervas de Xi Wang Mu. La garza que peina su cabello sobre el monte Kunlun de modo que los ríos se derraman sagrados desde la cima. ¿Por qué tendrías tú algo contra mí?
—Mis hijos. Tú mataste a mis hijos. Y mi amor... él renació como discípulo de Buda, pero su castigo es terrible. Lleva siglos pagando por el error. Ya no me permiten verlo... No se me permite decir los nombres de mis niños en voz alta así que no puedo rezar por su redención. Así que cuando te vi pasar, decidí seguirte. Y matarte o morir en el intento.
—Huiste con ese inmortal desobedeciendo las órdenes del Emperador. Cuando llegaron a la tierra él se transformó en un monstruo horroroso, pero tú en una princesa. ¿No te liberé de él? ¿No te devolví a tu padre humano para que te casaras con un buen hombre y olvidaras esa locura? Sigues siendo una diosa después de todas las tonterías que hiciste, hasta asistes a las fiestas de la realeza. Si ya regresaste allá arriba, ¿por qué te empeñas en las cosas de los mortales y vienes a buscarme a este mundo? ¿Decides matar a quien tanto te ha ayudado?
—Ayudar... Tú eres un monstruo...
—Tus hijos eran monstruos. Y tu marido. Quien es responsable por el error de los dos. Él sabía bien que no debía buscarte más ¡pero se empeñó en meterse contigo!
—No... ¿¡Cómo pudiste tener tan poca piedad?! La sangre de mis hijos manchó la escalinata del palacio de mi padre... Y yo... Ni siquiera puedo mirar hacia la tierra o salirme de mi puesto porque todos temen que algún monstruo me seduzca ¡¿cómo puedes decir que me ayudaste?!
—¡Tu vida era horrorosa! Estás reclamando una vida que ni siquiera recuerdas con claridad.
—Soy el hazmerreír de los cielos. ¡Hasta las hijas de Wang Mu se burlan de mí! —El veneno ya había llenado su cuerpo, ahora su sangre tenía tanta muerte e ira como su alma. Sus labios, otrora rojos como cerezas, eran verdosos y agrietados. Sus ojos estaban perdiendo su celestial resplandor—. Creíste que me olvidaría de mi antigua vida, ¿no? Tuviste el descaro de decirte mi amigo después de todo lo que hiciste.
—¡Ni un monstruo ni un dios pueden acercarse a los humanos! Es un proceder repugnante y...
—¿No lo entiendes? Éramos dioses los dos. Pudieron dejar que estuviéramos juntos. Pudieron mostrarnos misericordia y dejarnos partir. Pudieron reconocer que este amor debe ser y por eso nos encontramos en cada vida. ¿Por qué la hija del Emperador sí puede? —Pero agonizaba y realmente le costaba presentar sus reclamos—. ¿Por qué nosotros...?
—No existió un nosotros. Él estaba comprometido con alguien más y falló a su palabra por ti. Si quieres hablar de destino entiende que la historia ocurre tal y como debe ser. Y sucederá las veces que tenga que suceder. Siempre se repetirá lo mismo. Y no dije ser tu amigo porque creyera que lo habías olvidado, lo dije porque salvaste a mi maestro.
—¿Después de todo lo que te pasó, todavía no entiendes? Date cuenta, Wukong... Jamás dejarán que seamos felices, jamás permitirán que desobedezcamos en lo más mínimo y...
—No te equivoques. Este error es solo suyo. No trates de reflejarte en mí. No soy como ustedes. Eres una criatura mezquina y oscura. Esta obsesión retorcida tuya, no es amor ni nada similar. Solo es resentimiento—. La acomodó en las nubes y vio que agonizaba—. Bien. Como una vez salvaste a mi maestro, pagaré mi deuda contigo ahora. Te mataré rápidamente para que ya no sufras. Luego informaré de lo que hiciste y lo que pasó contigo. Si tienes suerte, quizás reencarnarás en algo que no sea tan desagradable.
Viendo que Wukong no razonaría con ella, la diosa hizo acopio de sus últimas fuerzas y, atravesando las nubes, se dejó caer hacia abajo y se lanzó a buscar a Path. Sun Wukong la cazó de los pelos justo al último segundo. Y la última de sus plumas venenosas cruzó tan cerca de Patrisha que solo un milímetro más hacia la derecha hubiese bastado para eliminarla.
—¡No! ¡Solo un pedazo! ¡Solo dame un pedazo! —gritó desaforada. Entre sus rugidos y alaridos asomaba la oscuridad que poseía ahora—. ¡La necesito! ¡Piedad! ¡Piedad! —Y entonces Wukong le asestó un golpe en la cabeza con el dorso de la mano.
La criatura cayó a plomo. Sun Wukong la volteó con el pie para que muriera mirando hacia el cielo.
—Yo recordaré a tus hijos —prometió él. Wukong lo pensó y le dio pena. Aquella última fiesta en el cielo había bailado con ella hasta el hartazgo. Era una lástima que un capricho pudiera llegar hasta esto. ¿Qué tipo de poder tenía eso que llamaban amor que podía hacer que cualquiera anhelara así su propia destrucción? —Volvamos a bailar otro día...
Path por su parte, observó aterrada el cadáver a sus pies. El cuerpo de lo que alguna vez fue una hermosa deidad se deshizo como espuma negra y fue lavado por la marea. La pluma de brea se transformó en una varilla metálica que fue llevada mar adentro y se hundió para siempre. Le temblaron las piernas, se le llenaron los ojos de lágrimas; entonces colapsó.
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