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4-De corazones sin memoria (2)

Path sintió como el calor le encendía las mejillas. El desconocido, o más bien ese hombre que conocía demasiado poco, entrelazó los dedos de la mano con los suyos. Un hormigueo extraño nació bajo sus uñas y llegó hasta las partes más recónditas de su sistema nervioso; era como electricidad, aunque no hubiera en la zona ninguna fuente de estática.

No podía decirse que esto fuera una cita, ¿o sí? Y sin embargo eso parecía. La llevaba a las rastras y a los trompicones con la confianza de alguien que la conociera hace años; y no lo conocía, no sabía quién era ni de dónde había salido—. Espera... —pidió—. ¡Espera! —añadió soltándose de su mano—. ¡¿Qué haces?! ¿A dónde me llevas?

—¿Yo? Solo caminamos y busco un lugar donde haya comida. ¿Qué? ¿No quieres? Yo pagaré, es en serio; tengo dinero.

—Es que... No sé ni quién...

—Solo quiero agradecerte por lo de ayer. Déjame recompensarte. No seré el más considerado del universo, pero jamás dejo una deuda pendiente. Te la debo. —Y tal vez con esa excusa buscaba convencerse a sí mismo.

—Eh... —Era demasiado persuasivo, tanto que su cerebro se apagaba de solo mirar sus expresiones faciales. Ella no era una persona demasiado sociable, al menos ya no lo era; por ende, le era difícil decirle que no cuando ni siquiera podía conversarle de algo. Ahora que lo pensaba, los papeles parecían haberse invertido, ¿por qué ayer era ella la que actuaba como si no tuviese una pizca de timidez? Ahora se sentía intimidada, amedrentada de hecho—. ¿Yo te ayudé? Fuiste tú el que...

—Gracias a ti encontré a Zhang Wa Mu.

—¿A mí?

—Sí, justo cuando te fuiste, la solución vino a mí —contestó ambiguo—. De no ser por ti, seguiría perdido y buscando. Me ayudaste mucho y... me diste de cenar. Así que, tú ordena; yo pago.

—Ah... bueno, en ese caso... ¿Algo simple y rápido? ¿Un puesto de comida callejera es suficiente? Es que, de veras quiero ir a casa ya, se hace tarde...

—Por favor... No seas aburrida. Anda, ¿sí? Muero de hambre; y sé que tú también.

—Pues... Sí... de hecho sí, pero...

—¡Bien! Te informo que soy un estricto vegetariano... Así que, ¿hacia dónde señorita?

Sam esperaba que se decidiera a no volver a casa, quería que gastara su tiempo en él, que tuviera ganas de hacer algo divertido para variar. Ayer por la noche se habían divertido bastante, más de lo que se había divertido en años—. Sígueme —ordenó indicando una dirección. Y no sabía si se resignaba a acompañar al turista o si le agradaba que esos enormes ojos dorados hubieran insistido tanto.

—Bien, comamos algo. —Demandó él tomando su mano de nuevo, sin pudor alguno—. Y..., dime, ¿qué se hace en esta ciudad para divertirse?

Lo llevó a conocer la ajetreada vida nocturna de Miami, los puestos de comida, las tiendas permanentemente abiertas y los grandes parques. Pronto se le olvidó que estaba apurada por regresar a casa y a él se le olvidó también que se suponía que no debía estar cerca de ella. Wukong estaba distraído, fascinado con el lugar; tuvo que admitir que todo era como un gigantesco festival. Y le gustaron mucho los tacos extra picantes que servía un restaurant de comida rápida veggie. También le encanto ver el espectáculo de fuegos artificiales desde la orilla del mar. Con un algodón de azúcar en una mano, caminó boquiabierto admirando las lejanas luces de algún concierto elevarse hasta las nubes—. Este lugar es mágico —opinó—. Normalmente no me gusta el ruido de las ciudades, pero es francamente increíble.

—Es una ciudad turística —contestó ella—. Es por eso que siempre parece que te está dando la bienvenida. Está hecha para que las visitas la disfruten todo el año. Y tú eres una visita, ¿no? ¿A poco no es genial? Es lo que hizo que quisiera quedarme para siempre.

—¿Entonces hay fiestas todas las noches y todo el año? —Y no podía existir un lugar mejor. Le recordó a aquella isla donde los inmortales despreocupados vacacionaban sin pensar en otra cosa que no fuera divertirse y descansar.

—Pues para los que no tienen que trabajar, sí.

—¿Y de dónde eras, Patty?

—Europa... Am... Euskadi, en realidad. Soy vasca.

—¿De veras? Buena tierra... tengo conocidos por allá.

—¿¡En serio!? ¡¿Dónde?! Yo viví allá hasta los veinte años, luego me mudé a trabajar aquí.

Pero Wukong dejó de escuchar cuando vio una rueda de la fortuna girando y girando a lo lejos—. Me recuerda a los festivales de otoño...

—¿Esto te gusta...? —Le pareció sumamente divertido lo encandilado que estaba.

—En China también tenemos grandes ciudades llenas de luces y fiestas.

—Deberías conocer Las Vegas... ¿Quieres ir? ¿Al parque de diversiones?

—¿Te refieres a allá de donde salen todos esos gritos escalofriantes? —señaló el conjunto de luces a lo lejos; parecían miles de estrellas de colores.

—¿Cómo? ¿los escuchas?

—Tengo... buen oído. Suena terrorífico, ¡hay que ir! —contestó con decisión.

—¿Seguro? —rio Path.

—¡Por supuesto! Si los humanos lo hacen no ha de ser para tanto...

Le pareció extraño lo que dijo y sin embargo Sam caminaba a zancadas tan largas que no tuvo tiempo de pensarlo mucho; salió corriendo tras él. Entonces el destino, que espera a una sola acción para desatarse, inició. Ya había sido él quien la buscó primero, como siempre ocurría, y ahora era ella quien despertaba la maldición que se cernía sobre ambos por haberse decidido por él, igual que sucedía siempre.

Y la mala suerte habitual de Path, se multiplicó por todas las veces que había nacido. Lo primero fue un auto que casi la atropelló sin que ella se diera cuenta, Wukong hizo que uno de sus clones lo detuviera con una pata. Luego objetos pesados y criaturas sospechosamente extrañas que cayeron o se lanzaron hacia donde pasaba. Y era difícil, extra difícil, detenerlas sin que la mujer notara algo mientras trataba de seguir el hilo de la conversación e insinuaba que debía visitar China en año nuevo. En el parque de diversiones había cientos de peligro peores, las atracciones que de pronto tenían algún fallo y a las que tuvo que convencerla de no subir, un tiroteo en una callejuela cercana cuyas balas perdidas atajó con su propia palma, y la rueda de la fortuna que sostuvo apoyándose contra esta mientras ella pasaba y que tuvo que volver a soldar con los ojos sin que nadie lo viera.

Un sujeto disfrazado de payaso andaba por ahí con un cuchillo en la mano y tuvo que decírselo a un oficial... Un niño rufián había alterado el cableado de un enorme generador y casi provocó un incendio... La mujer parecía divertirse, pero él ya no tanto. De pronto la cita se había vuelto un esfuerzo imposible por hacer que nada la matara, y la verdad no se le apetecía trabajar tiempo extra. Comenzó a contestar un poco en automático y a comportarse con ella como ya había hecho hace siglos. Tao Siu Ling siempre lo arrastraba a comprar y a las ferias, así que sabía lo que le gustaba, lo despilfarradora que era y las cosas que le llamaban la atención. Kiang Jing, una de tantas, era peor todavía, y pasaba horas mirando cacharros y peluches, túnicas y espadas. Tal vez no había pasado tiempo con todas ellas y quizás a algunas no las conocía siquiera, pero ya había aprendido a fuerza de costumbre a tratar con ella sin importar en qué vida se encontraran. Esta era la número cincuenta y siete, así que no necesitaba ni pensarlo; de pronto todo lo hacía de memoria.

—¿Cómo lo supiste?

—¿El qué?

—Mi helado favorito...

«Ups...»

—Eh... —«Vamos Wukong, piensa» se dijo— ¿¡Es tu favorito?! No te pases, ¡adiviné! A mí también me gusta el durazno, pensé que te gustaría.

—Pues sí... de hecho... es mi fruta favorita, ya sabes "Tao..."

—Sí... Tao Siu... Tao... la... la firma que pones, me la... me la mencionaste un poco...

—Mermeladas, jugos, tartas, amo el durazno. Quizás es obvio, ahora que lo pienso...

—Muy obvio. Ultra obvio. ¿Sabes qué otra fruta amarás? Mangos. Allá hacen jugos, ¡vamos! —Se alejó rápido hacia allá instándola a olvidar el asunto.

—Sí... también me gusta el mango...

Una sola vez sería una coincidencia, pero ¿tanto como esto? Ya llevaba adivinando todo lo que le gustaba más de dos horas y parecía saber exactamente qué contestar a todo lo que decía. Había una fina línea entre ser compatibles y esta forzosa situación. Era raro. Un sexto sentido le decía que esto era raro. Un presentimiento muy inquietante. Ese chico desvergonzado y excéntrico de allá, que se había bajado de un trago el jugo de mango y exigía que le rellenaran el vaso a pesar de las explicaciones del vendedor... ella lo conocía de alguna parte. Y él a ella. Había ganado un peluche de un gato para ella, lo eligió de entre todos los demás diciendo que ese le gustaría. Había decidido que no irían a la casa del terror porque sabía que se asustaría pues era bastante cobarde. Había decidido que mirarían llaveros por media hora alegando que "a ella le gustaban esos cachivaches sin sentido" y eligió de todos el que prefería. Cada pequeña pista se apelmazó en su mente hasta llevarla a una única conclusión lógica: él sabía quién era ella. Sabía todas sus preferencias, leía todos sus movimientos y deducía todos sus patrones de pensamiento; incluso decía lo que ella estaba a punto de opinar sobre las cosas.

Se acercó a él, temerosa de que algo realmente muy malo estuviera pasando allí. Era un hombre medianamente lindo y no actuaba como si ella fuese invisible; eso era bueno y fuera de lo común, pero enseguida se dio cuenta de que no estaba demasiado bien de la cabeza. Él tenía una personalidad extraña. Era dinámico y alegre, aunque también se notaba un poco altanero y orgulloso; pero el peor peligro era sin duda saber que él la conocía. Él la conocía, la conocía; no podía dejar de pensarlo. Y no solo eso, sino que había preguntado si alguien la esperaba. De pronto se sintió como una presa acorralada por un tigre. Wukong atajó una bola de billar que venía directo a su cabeza sin mirar siquiera. Path quedó horrorizada. El objeto en cuestión había caído como del cielo, probablemente desde la ventana de algún edificio—. ¡¿Y eso?!

—¿Ah?

—La atajaste, tú... ¿de dónde salió eso?

Wukong no supo qué contestarle. Volvió a llevarse el popote del vaso a la boca y a sorber un trago de batido. Tragó con dificultad. Ella estaba sospechando. Era obvio que había sido muy descuidado y esto tenía que parar ya.

—Y... ¿y si vamos a un lugar más tranquilo? Ya sabes, donde no haya edificios altos que avienten cosas —dijo él.

—Seguro. Sí. Suficiente de ferias y parques por hoy...

Y sin que la mujer lo notara, Wukong amenazó a un goblin para que, de una vez, su jauría los dejara en paz.

Path entonces lo llevó a uno de los muelles, a una pequeña extensión de playa. Caminaron unos cuantos minutos hasta llegar allí.

El lugar era silencioso y calmo; casi no había personas salvo por una u otra parejita que andaba pululando de la mano o unos amigos tomando cerveza sentados en la arena. Las olas generaban un ruido demasiado tranquilizador y las palmeras se balanceaban con el viento como si este las arrullara. Wukong pensó que era un buen lugar para meditar. Quizás volvería allí por la madrugada. Path pensó que lo más imprudente y ridículo era llevar a un posible acosador a un lugar donde pudieran estar solos y se maldijo a sí misma una y otra vez.

—Oye qué lindo es aquí...

—¿Prefieres el silencio?

—La verdad nunca me niego a una buena fiesta, pero esto también es agradable, ¿no? —Dijo él. Sonrió y se sentó en la escalinata de piedra que creaba gradas en la arena. A lo lejos seguía viendo las luces de la rueda de la fortuna, también oía la música leve y los gritos provenientes de la montaña rusa. El brazo ya no le dolía. El cordón había desaparecido. ¿Era un monstruo egoísta por quitarse la angustia por solo un día de estar a su lado? Quizás lo era. La maldición de Tao Siu Ling era imposible de quebrantar. No podría salvarla y lo sabía. Y las cosas empeoraban siempre que la mantenía cerca. Pero quería tenerla cerca, quería dejar de sentir dolor; quizás también quería dejar de sentir soledad... y frío... De repente tuvo el impulso de abrazarla, pero se contuvo. "Es el hechizo de Xi Wang Mu" repitió para convencerse «Ni siquiera la conoces. No es ella».

Tímidamente la mujer se sentó junto a él mientras Wukong evitaba seguirla con la mirada—. Sam... Hoy me divertí mucho. Gracias por convencerme... —Dudó en preguntarle. ¿Ya se conocían? —Es difícil que alguien me saque de casa, ¿sabes? Eso te hace una persona rara. En el buen sentido... Así que señor Sung... ¿quién eres? ¿De dónde saliste?

El rey mono no quiso contestar, pero observó el cielo tachonado de estrellas anhelando regresar a ellas y suspiró antes de decir—: Soy el que viene de muy lejos solo para tomar un batido de mango contigo y tomarte por un rato la mano. Llegué con una tormenta y mi viaje continuará pronto. No puedo quedarme demasiado. Quizás esta ciudad te atrapó a ti, pero a mí no hay montaña que pueda retenerme de forma permanente. Me iré pronto Patty... Es una pena. Si es por mí, me quedaría por muchos años. Me gusta este lugar, ¡se ve interesante! Y... tiene buena compañía...

Ignoró las partes comprometedoras de su respuesta, pero no podía negar que le había acelerado el pálpito. Y es que simplemente esperaba que contestara alguna cosa normal como "de tal lugar de China" o "trabajo en una empresa de desodorantes". Pero nada como esto. De todas las declaraciones oídas entre todas las historias cursis que había imaginado, mirado o leído, jamás había escuchado a alguien decir algo así. ¿Un batido de mango? ¿Era su manera de decir que había viajado desde China solo para compartir un instante insignificante con ella? Era el tipo de romance que le gustaba, sin embargo, que alguien le dijera que simplemente quería estar a su lado y hacer cosas cotidianas que normalmente haría sola.

—¿Si te gusta por qué no te quedarías? ¿No puedes hacer, no sé, planes más largos?

—No puedo. Lo siento. Me espera mucho trabajo por hacer. Y tengo a muchos dependiendo de mí, esperando que vuelva.

—¿Regresarás a tu casa entonces?

—Eso espero... —dijo y rio. Pero ¿qué era casa? ¿La caverna de la Cortina de Agua? ¿O casa era su palacio en las nubes sobre Ao Lai? Casa es ningún lugar si uno siempre está solo.

—Y... ¿cuándo te irás?

—Quizás mañana, quizás en unos días. No estoy seguro todavía. Tengo algunos asuntos que resolver... ¿Por qué? ¿Acaso quieres que me quede más tiempo? —Elevó una ceja.

—¿¡Yo?! No, no, yo... Es que... —No dijo nada. Se abrazó a sí misma para protegerse del viento salado y frío que traía el mar—. No es eso...

Wukong se quitó la túnica externa que usaba como capa y se la colocó en los hombros—. Es broma... —dijo burlándose—. Quizás no tanto... ¿Sabes? Eres muy fácil de fastidiar, ¿eso nos hace una buena o una mala combinación?

—Ash... mala creo, pero... Fue agradable conocerte. Admito que fue muy agradable conocerte y no morir arrollada por un auto ni desnucada por una bola de billar, gracias por eso. —La mujer se aferró con fuerzas al manto, sintiendo en sus puños los bordados dorados. Tenía que preguntarle y no se atrevía a hacerlo. «¿Nos conocimos antes?»—. ¿Nos... volveremos a ver?

—No lo creo. No pienso volver por aquí, no tengo razones para —negó—. Quizás en otra vida...

La mujer lo tomó como un mal chiste y sonrió apenada. Sí él no tenía razones para volver era también que ella no era razón suficiente; comprensible, sin dudas, eran extraños. Era una lástima. Era la primera vez que congeniaba con alguien. Pero la incógnita volvió a acuciar sus pensamientos... ¿se conocían?

Wukong por su parte tenía su propio dilema. La observó por unos momentos y sintió... lástima. Ella moriría pronto, lo sabía bien. Era una mujer bonita y de rostro joven. Labios carnosos, cabello hecho un revoltijo de rizos grandes y estirados que no deducía si eran marrones o rojizos, y esos enormes ojos de pestañas largas y profusas. Más allá de su apariencia, le gustó charlar con ella, estar con ella, seguirla y hacer que lo siguiera; y no quería verla morir, no quería. Ella debía tener toda una vida por delante y era muy injusto que muriera y él tuviera que volver a pasar por esto.

Una vez le habían dicho que los monos amaestrados solo tienen un dueño. Él no era un mono estrictamente hablando, pero tal parece sí había sido domesticado después de todo. Y no había sido el monje Tang con su guía y su amistad quien lo había logrado domar al final, sino una mujer llena de desgracias. Cada vez que la miraba de reojo o que descubría que ella lo miraba sentía que su corazón cascabeleaba de nuevo. Tang debía estar allá arriba, fisgoneando; hasta podía oírlo reclamar que jamás lo había visto comportarse de forma tan agradable por tantas horas consecutivas. Saber que sus amigos quizás lo estaban observando le dio mucha vergüenza, pero no por eso sería patético. Tenía que hacer que esto terminara pronto.

—Oye Patty... —decidió algo en su mente. Algo que no le diría a nadie.

—¿Sí?

—Tengamos una cita mañana. Te invito a cenar. Luego de eso me iré.

—¿U...? ¿Cita? Espera... ¿Esto es una cita?

—Pues... ¿lo es?

—¡No! —Acalorada la mujer contestó casi molesta—. Es decir, no te conozco y nunca dijiste que lo fuera. No puedes decir que es una cita sin avisar antes. Es trampa. —Él estaba presionando mucho, ¿quién no reaccionaría así? Era un extraño. Un absoluto y completo extraño muy excéntrico y muy atrevido.

—Bueno, pues mañana sí. Estas avisada. Sal conmigo antes de que me vaya para siempre.

—¿Por qué haría algo así? Además, si te vas a ir...

—Si me voy a ir o es mañana o nunca. Me gustas bastante, eres linda; y yo soy guapo, a decir verdad. Sé que te agrado. Quiero que cenemos juntos y hablar contigo una vez más.

—¿Qué?

—Luego me iré para siempre. Juro que sí —resolvió—. Ya nunca volverás a verme.

—No sé... si quiero eso...

—Entonces quizás sí vuelvas a verme, Path. Pero tienes que salir conmigo para que averigüemos qué hacer con nosotros.

—¿Nosotros...? —Se burló—. ¿Qué nosotros? —¿Acaso se le había deschavetado un tornillo?

—El nosotros molesto que no existe ni debe existir, pero que está ahí sin que pueda negarlo. —Sonrió de nuevo. La mujer quedó estupefacta, sin saber siquiera como se respiraba. Clavó la mirada en esos ojos extraños que hasta parecían brillar en la oscuridad—. ¿Aceptarás?

—Yo...

Fanart hecho para Art Trade por Strange's Studio, en Facebook (Lo amé muchísimo, gracias)

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