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4-De corazones sin memoria

"Y algunas veces dos almas están enamoradas mucho antes de conocerse la una a la otra en la carne" (Sylvester MacNutt III).


Zhang-Wa Mu estaba asustado. Había estado comprando recuerditos en el mall cuando aparecieron los dos tenebrosos gemelos que se lo llevaron bajo amenaza a ese callejón oscuro. Lo peor era que ahora tenían una extraña apariencia simiesca. Narices achatadas, dientes feroces, orejas puntudas y largas colas peludas. Sin duda no eran humanos. Y no era ningún tipo de disfraz. Los había visto transformarse exactamente al mismo tiempo, ante sus ojos. No había cómo negarlo ni como atribuir el evento a alguna especie de efecto óptico o truco de magia. Estaba seguro de que ambos sujetos habían dejado de ser humanos frente a él.

Ahora, un hombrecillo chino con apariencia de maleante le pedía explicaciones por el terreno de un templo abandonado a las afueras de Lianyungang y lo quería obligar a firmar un papel que estaba a punto de caducar. Francamente, no entendía por qué. Haizhou era el distrito de aquella ciudad que, a su parecer, más veneraba al Rey Mono, pues allí se alzaba la montaña de Flores y Frutos. No había en toda Jiansu un lugar con más estatuas, templos, mercados o calles con el nombre de Sun Wukong grabado. Y los monos. Los monos allí gozaban de tanta libertad que hasta eran un problema para los turistas.

—Eso es imposible. Los templos están reparados, la gente siempre hace el viaje del Peregrino hasta la montaña —se quejó creyendo que se trataba de una estafa.

—¿Dices que estoy mintiendo? —contestó una voz proveniente del final del callejón.

Y era una voz tan tenebrosa que pensó que había oído a un dios de trueno hablar. Se le pusieron todos los pelos de punta con solo escucharlo. ¿Quién era el que venía con estas exigencias tan extrañas? Zhang-Wa Mu hizo silencio.

—¡Gran Sabio! ¡Déjeme encargarme de esto...! Yo...

—¡Calla siervo! —Y el hombrecillo agachó la cabeza, aterrado por no manejar bien la situación—. Trataré con el señor Zhang-Wa Mu personalmente...

—¿Gran Sabio...? —musitó Zhang Wa Mu. Ese título solo pertenecía a...

Allí, entre papeles tirados y basura de todo tipo, una silla giratoria de oficina era el único mueble de la burlesca sala de trono a la cual lo habían arrastrado. Cuando el ente hizo girar su desgarbado sitial, Zhang-Wa Mu ahogó un grito. Ataviado en rojo y dorado, un hombre alto y enjuto de rostro extraño lo observaba suspicaz. Sus ojos eran un candil de fuego y sus pupilas dos diamantes engarzados en las flamas, su cuerpo fulguraba como el sol radiante. Tenía por uñas garras negras y afiladas; unas impresionantes manazas, y pies con la misma forma, de pulgares opuestos. Pudo ver su cola larga moverse, jugando con una naranja. Era peludo, de nariz chata y de intimidante y singular gallardía. Zhang-Wa Mu lo comprendió de inmediato: Estaba en presencia del legendario, poderoso e inestable Rey Mono.

El rey mono que gozaba de todas las inmortalidades habidas y por haber. El causante del caos en el cielo y el que se devoró todos los duraznos de Xi-Wang Mu. El simio inmortal que había llevado al monje Tripitaka hasta el paraíso de Buda. El dios de trueno al cual cualquier criatura debía su respeto y sumisión si no quería ser pulverizado por su gran vara de hierro. Měi Hóuwáng Sun Wukong, quien obligaba a los dioses a cumplir con sus promesas y a los humanos con sus ofrendas requeridas. 

¡Dou-zhànshèng-fó! —exclamó echándose al suelo. Postrado, repitió una y otra vez el honorífico más alto que había recibido el monarca. Balbuceó que cualquier cosa que hubiera hecho mal la rectificaría de inmediato.

—La entrada privada de mi caverna, linda con un basural. ¡¿Podrías explicarme por qué?! —insistió Wukong. Pero le gustó saber que era reconocido de inmediato, eso aplacaba enormemente su ira.

—Debe, debe ser un error. No tengo excusa, Gran Sabio, es posible que hayamos olvidado alguna de sus moradas —tartamudeó—. Las escalinatas de piedra y las esculturas siempre se mantienen limpias y libres de musgo, la cortina de agua es el principal atractivo turístico de la ciudad, las ofrendas de fruta se cambian todos los días, y todos los años se repintan las paredes del templo. Siempre se organizan festivales y se quema incienso en vuestro nombre; ni un solo mono en la zona es cazado o maltratado. Ya hasta tenemos planes de hacerle una escultura gigante a usted y a sus hermanos para el siguiente año del mono. No olvides todas estas cosas, oh, Gran Sabio, y extiende sobre Lianyungang tu piedad. Explícanos con cuidado por qué estás furioso contra nosotros y danos la oportunidad de reparar nuestros errores.

—No son mi morada ni mis tributos lo que me preocupan... Lo que ustedes están contaminando, es el hábitat de mis súbditos. Ese arroyo y esos árboles deben estar sanos para los monos de la montaña. ¿O preferirías que lo limpie todo por mí mismo? Humano inconsciente.

—No señor. No me atrevería —dijo en pánico—. Me encargaré de reparar cualquier error, cualquier cosa que lo haya perturbado. Usted no tiene que mover uno solo de sus gráciles dedos, yo me encargaré de que todo sea según sus deseos. Sus animales estarán cómodos y a salvo.

—¿¡Mis qué!?

—¡Sus súbditos!, ¡súbditos! Gran Sabio. Perdóneme. Solo soy una criatura incompetente y tonta —lloriqueó Zhang-Wa Mu—. Soy tan tonto que no vigilé que el vertedero de la ciudad se alejara lo más posible de los cursos de agua. Merezco morir...

—Pues si morir es lo que quieres... Tal vez tus tripas puedan saciar el hambre de mi gente —Sun Wukong levantó su barra de hierro...

—¡Pero si me dejas vivir...! ¡Si me dejas vivir, dedicaré mis energías a reparar mi error...!

Hubo un silencio profundo, uno que ayudó a Zhang-Wa Mu a comprender su situación. Un dios estaba hablándole, ¡un dios! Y era el más inestable de todos. Sun Wukong estaba decidiendo qué hacer con él.

—Bien. Me gusta que desees redimirte. Encárgate. ¡Sirviente! —llamó al aire. El hombrecillo cuyo nombre Sun Wukong francamente ya había olvidado, se acercó temblando e hizo una reverencia—. Tú dile al señor Zhang lo que quiero... Espero que esté todo resuelto en menos de una semana. —En un movimiento de la mano atrajo hacia él a los dos clones que habían traído a Zhang Wa Mu a rastras, y estos se transformaron en delgados cabellos que volvieron a adherirse a su brazo.

—Bueno, es todo. Pueden irse. Ah... Oigan, denme dinero —demandó entonces. Zhang-Wa Mu y el ladrón se miraron el uno al otro, esperando que alguno sacara la billetera primero. Todavía asimilando lo que habían visto sus ojos.

Sun Wukong salió de la callejuela caminando feliz de salirse con la suya, dejando al ex ladrón desconcertado por el poco tiempo que tendría para cumplir su misión y al encargado de cultura aterrado hasta la muerte.

«Todo se resolverá y regresaré a casa» Se dijo mirando el fajo de billetes en sus manos.

—Ahora... ¿qué debe hacer un inmortal para conseguir algo decente de comer en "Florida"?

Estaba ya dispuesto a marchar cuando:

—¡Sam Sung! —apareció ella...— ¡Vaya! No esperaba verte —dijo sorprendida—. ¿Qué haces por aquí?

—Sung Sam —La corrigió con una sonrisa—. "Patty" ¿verdad? —recordó de inmediato. No solía recordar los nombres de la gente. La verdad no le interesaba recordarlos. Pero a ella la recordaba fácil.

—Es "Patsy", de Patrisha, o Path.

—"Patty" me gusta más.

No le sorprendió verla tampoco; una regla natural con el hilo rojo del destino era que una vez que hallaras tu complemento, acabarías por encontrártelo hasta en la sopa. Haber establecido el primer contacto desencadenaba una serie de sucesos que parecían la repetición de la misma tonta historia de amor. La tragicomedia que protagonizarían a partir de ahora, si no le ponía un alto, constaría de cientos de clichés ridículos y de mal gusto. Para la mujer en turno sería una intensa serie de encuentros y desencuentros que marcarían su vida para siempre; para él, solo sería un inconmensurable dolor en el brazo izquierdo y la idea de debatirse entre arruinarle la vida tratando de salvarla, o dejarla atrás y permitir que muriera por algún incidente natural.

—¿Estás...? ¿Por qué saliste de un callejón...? —la mujer se inclinó a mirar. 

Sun Wukong poso su mano en la pared contigua impidiéndole el paso—. ¿Y cómo te encuentras, señorita Patty? —contestó con coquetería, cambiando súbitamente de tema. No quería que fuera hacia allá y no estaba seguro de por qué no. Quizás no quería que la chica lo considerara una especie de mafioso; tal vez le disgustaba que supiera que había hecho lloriquear a un pobre infeliz y le había sacado dinero. Pero asumió que la razón verdadera era que había salido de un callejón mugroso y que ese no era el mejor de sus momentos. Esa última motivación parecía estar más acorde al ego que caracterizaba su personalidad.

—Patsy.

—Como sea.

—Ah... bien... Tú... —pero la chica era desconfiada, y al escuchar a alguien llorar, empujó levemente su brazo—. ¿Qué está pasando allá?

Sun Wukong la agarró con fuerza de la muñeca y jaló de ella. La castaña lo observó asombrada por el atrevimiento; sus enormes ojos café pidieron explicaciones inmediatas—. Mi amigo está... ¡orinando!

—¿Eh?

—Y es todo un suceso, la verdad tiene cálculos. No quieres ir allá.

—¿Tu... amigo?

—Zhang Wa Mu... —De todas las excusas, ¿esa era la única que se le pudo ocurrir? Definitivamente cada vez que hablaba con esta mujer se sentía humillado por su propia torpeza. Cada cosa que hacía o decía frente a Tao Siu Ling siempre parecía expresamente planeada para quedar en ridículo. ¿Por qué habría de ser diferente en esta vida?

—Ah —contestó apenada ella. Se soltó de su agarre y ya no quiso preguntar más—. Qué bueno que ya lo encontraste. Ayer, parecías perdido y preocupado.

Sun Wukong asintió, acalorado—. Sí, sí, lo encontré. —«¿Orinando?» repitió su mente «De todas las tonterías...» —O sea no lo encontré ahora que está... Lo encontré anoche. Ayer dormí en su casa. Su casa que tiene baño... y... Sí. Lo encontré, gracias por tu ayuda, lo llamé por... teléfono.

Orinar era algo normal ¿o no? Y Sun Wukong no era precisamente alguien a quien le diera pena algo. De hecho, no le deba vergüenza prácticamente nada. Era literalmente un desvergonzado en todo el sentido de la palabra. ¿Y por qué frente a ella sí? ¿Qué tenía una humana metiche, parlanchina y rara, que no consideraba ni siquiera bonita, de especial para ponerlo en un apuro como este?

Se dijo a sí mismo "Es el hechizo de Xi-Wang-Mu. Nada más. Solo sucede con ella. Tú no eres el problema. Siempre has sabido lidiar con las mujeres de la tierra. Eres el Gran Sabio y poderoso Rey Mono; nunca te avergüenza nada. Orinaste en la mano de Buda ¿y te dará pena la opinión de una simple mortal?" Entonces se contestó: «Ya que estamos ¿por qué no se lo cuentas? Grandísimo id...»

—Bueno pues... me alegra mucho —dijo ella cortando el silencio—. Aunque espero que esté bien...

—Sí... A mí igual —Cerró los ojos con esfuerzo y se mordió la lengua. La verdad, ahora prefería no hablar inglés para no contestar cosas estúpidas. No era castaña, se corrigió: su cabello tenía un reluz colorado y extraño, le desconcentraba mirarlo—. ¿Y tú qué? Me viste saliendo de un callejón... ¿Estabas yendo por este barrio a estas horas? —dijo sonriendo.

La chica sonrió también—. No, no —dijo ruborizada—. Mi trabajo, trabajo por allá y volvía para casa —contestó con torpeza. Sun Wukong sonrió. Esa era la parte linda de la historia, la cosa era mutua. Ella tampoco sabría qué decir o qué hacer con él a partir de ahora. Se pondría nerviosa, trastabillaría en cada paso, y el mono admitía que eso era muy halagador—. O sea, no volvía para casa por el callejón, volvía por aquí porque voy a la estación y... es más cerca...

—Pero tú no trabajas por aquí, ¿o sí? ¿Estás mintiendo...?

—¡No! Tengo tres trabajos —¿Y por qué rayos se estaba justificando con un extraño?

Sun Wukong rio y contestó—. No tienes que darme explicaciones, estaba jugando.

—¿Jugando?

—Pero me alegra saber que estás libre. Ahora, ¿puedo invitarte a caminar hacia allá? Lejos por allá...

—Tengo que ir a casa...

—¿Alguien te espera?

—¿No...?

—Por el camino largo...

—¿Y tu amigo?

Wukong volteó. El señor Zhang-Wa Mu ya no estaba hiperventilando... tanto... —Él va a estar bien.

—¿Seguro? Él... no suena nada bien...

—Seh... ¡Vamos! —insistió alegre—. Tengo hambre ¿tú no? No te preocupes, yo pago. —Tomó su mano izquierda y sintió un cosquilleo; el dolor cesó. Era el hilo que desaparecía por completo ante el tacto de su piel.

Solo por un rato, no pasaría nada ¿verdad?

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