25-El Gran Sabio, Sosia del Cielo (2)
Sun Wukong sabía que a cada renacer Táo Hé se volvía más pura. La verdad hubiese preferido esperar a que completara las 100 vueltas de la rueda, pero tal parece Ao Kwang puso su plan en marcha mil quinientos años antes de lo previsto. Asumió que eso no significaba que no fuera a cumplir con sus objetivos, sino que solo necesitaba unos ajustes de último momento para su estrategia, y que regresaría a casa mucho antes de lo planeado.
El primer paso había sido implantar información. Sus clones se disfrazaron y se corrió la voz: "Tao Siu Ling es la única debilidad del Rey Mono" y "El jugo de durazno con la Sangre de la última Semilla de la Inmortalidad logran un poder inmarcesible". No se dio por satisfecho hasta que cada monstruo, cada dios de montaña y cada inmortal lo supiera. Luego se alejó de ella y procuró que nadie la identificara hasta que algún enemigo suyo mordiera el anzuelo. Lo demás decantaría en lo inevitable: alguien querría derrotarlo, buscaría como encontrar a Tao Siu Ling y armaría el elixir; Wukong lo vencería, se apropiaría del elixir que no tenía los medios para preparar, y retornaría a la inmortalidad que le pertenecía. Simple. Había cierto daño colateral, por supuesto, pero eso se solucionaría sobre la marcha. Y los que murieran en el proceso, pues los salvaría después.
Claro que, como en todo plan, había ciertos imprevistos. No pensó que su amable y sabio vecino sería quien querría acabar con él, pues asumía que tenían una buena relación. Tampoco pensó que Guanyin quisiera su ayuda para recuperar el elixir y eso lo ponía en un aprieto con los cielos. Nunca se le había ocurrido que Liu'Er y Bajie estuvieran esperando que se portara como un héroe ni que metieran sus narices donde no los había llamado, y ciertamente mucho menos esperaba que Path fuera alguien de quien no se quisiera deshacer o que manifestara algún tipo de poder tan útil y curioso. Lo peor de todo, nunca se le había ocurrido que existiera una manera de predecir dónde aparecería la próxima; de rastrearla. O que lo que le pasara a ella le afectara a él de tal manera que fuese casi imposible acabar con su vida. Ahora estaba ahí, ante el gigantesco dragón, comprendiendo que era la primera vez que no se saldría con la suya.
Sun Wukong respiró profundo antes de decidir que era el momento de desatar toda su furia. Las imágenes se sucedían en su cerebro cuando esto ocurría. Esta vez pensó en todo lo que había implicado en la victoria que estaba a punto de tener. Tenía que darle una paliza que no olvidara a un vecino que siempre había sido bastante amable y sabio. Una lástima, porque en cierta forma entendía a Ao Kwang. Los humanos parecían haber olvidado el respeto y temor que les debían; además esos mugrosos creían que podían andar por el mundo regando sus desperdicios como si este les perteneciera realmente. Así que sí, consideraba que el dragón tenía razones para estar indignado. Pero siempre estaba mal herir a quien fuera más débil o tomar represalias contra un grupo completo de mortales. Ao Kwang se había pasado... y alguien lo tendría que detener.
¿Pero y quién detenía al mismo Sun Wukong? Si Path era uno de los débiles, ¿no había salido herida por su culpa? Y si era él quien había tentado a Ao Kwang, ¿no era su culpa también la situación a la que lo había arrastrado? Podía mentirle que su plan implicaba que esperara por Bajie, pero realmente no tenía ninguna excusa. Sí estuvo ahí, esperando al igual que Liu'Er. Podría haber ayudado a Path al igual que Liu'Er. No lo hizo. No lo hizo porque no era un héroe. Porque solo hacía lo que se le daba la gana sin pensar en los demás. Exacto como siempre le habían dicho que sería. Y ahora tendría que limpiar su propio desastre.
«No sé si sea un héroe, jamás fui tan bueno como para autoproclamarme uno. El monje Tang vio bondad en mí, en alguna parte. Patty tal parece también encontró algo minúsculamente positivo que opinar. No sé si eso exista o si los humanos solo son demasiado ingenuos, pero en este momento otro héroe es lo que hace falta, y yo siempre he sido un guerrero. No puedo negarme a una batalla que yo mismo he buscado y que solo yo puedo ganar».
Llegó a él algo similar al remordimiento. La imagen de la mujer que amaba desangrándose con el brazo lacerado sin que él hiciera nada al respecto. Entonces entendió el motivo por el que Ao Kwang hacía lo que hacía, su verdadera razón oculta. Y tomó una decisión. La sonrisa de Tao Siu Ling y su voz en un lejano recuerdo fueron la gota que colmó el vaso.
Juntó todas sus energías para elevarse en un gran salto y surcó los cielos directo hacia donde estaba el dragón. La estela de su trayectoria causó tal zozobra que cortó el aire como cuchillos y dejó el fuego de su paso flotando en el aire—. ¡Oye cuidado! —gritó reclamando Chu Bajie. Muchos edificios temblequearon, muchos árboles se partieron e incluso uno de los grandes monstruos de arena quedó por completo convertido en vidrio y se crubicó en mil esquirlas brillantes. Motas de ceniza y chispas ardientes quedaron flotando en su camino, pero el rey mono no se detuvo hasta llegar a mar abierto, sobre el agujero azul de donde surgía la gran serpiente marina.
—¡Ao Kwang! —rugió. Sus ojos rojos como la sangre y su pelaje dorado como el oro quemaban a simple vista, como cuando se intenta sostener la mirada directo al sol. Empuñaba el bastón y este propagaba el fuego de su cuerpo como si fuese una extensión de este.
—¡Gran Sabio! —se quejó Nezha de que se metiera en su rencilla.
—¡Ayuda a Wu Neng! —ordenó este a su vez—. Yo me encargaré aquí.
Al oír su enfurecida voz de trueno, Nezha comprendió que no sería de otra manera, así que se retiró de la contienda a toda velocidad. El joven inmortal llegó como un rayo de luz justo a tiempo para detener un ataque que iba directo hacia Bajie. Ensartó una patada fortísima en la cabeza de uno de los monstruos y se la dobló por completo hacia atrás, pero este hizo brotar los ojos en la nuca. Entonces Nezha tomó el Anillo Universo al cual hizo crecer filosas puntas en un lado e hizo que este fuese una cuchilla voladora rotatoria que aserrara por completo una pata de la bestia mientras la continuaba atacando. Esta se tambaleó y cayó, entonces Nezha ayudó al cerdo a levantarse del suelo.
—Es inútil —señaló Bajie. La pata del monstruo ya se había regenerado y la pieza restante de arena seguía saltando de un lado a otro y causando estragos. Bajie se incorporó como pudo, pues no había tiempo que perder—. Si calentamos la arena solo los volvemos más letales; la única forma es fundirlos hasta hacerlos vidrio. ¡Y ya son más de una docena!
—Bien. ¡Es buen plan! —Nezha ya estaba atacando de nuevo, corriendo sobre el mismo monstruo y disparando flechas que volaban hasta el cielo y regresaban encendidas para ensartarse en su oponente. Entonces blandía las espadas Yin Yang como si en verdad estas fuesen una sola.
—¡No! ¡No lo es! ¡Mi fuego no es tan potente! —contestó Bajie volando en las nubes para darle charla mientras empuñaba ambas espadas también y arremetía contra los monstruos abriéndose paso por la ciudad.
—¡Entonces cúbreme! —gritó el príncipe de Loto.
Bajie obedeció. De todas maneras, llevaba más de media hora tratando de detener a los gigantes por sí solo.
De un salto, Nezha guardó todas las armas y volvió a su forma original. Giró en el aire con la delicadeza y la finura de una pluma, y el brillo etéreo de las estrellas lo rodeó. La cinta de seda roja irrompible lo enredó como un capullo. Extendió los brazos y, flotando sin apoyo alguno bajo los pies, abrió los ojos que refulgieron blancos como la luz pura de la que nació el mundo. Expandió tal onda de choque que hasta a Bajie le fue difícil mantenerse en pie. Y la cinta roja se consumió a sí misma por la energía de ese único ataque. De pronto, todo lugar que el poder de Nezha había tocado comenzó a incendiarse como de la nada. Entonces el joven comenzó a girar como un trombo, y con una sonrisa taladró hasta el corazón de cada uno de los mutantes nacidos del lecho del mar, dejando en estos tales buracos que podía uno asomar y ver de lado a lado. Estos rugieron y atacaron, pero el fuego comenzó a brotar desde el mismo centro de sus cuerpos y empezaron a solidificarse de adentro para afuera.
Bajie vio que muchos civiles seguían tratando de huir de la zona, y el fuego de Nezha estaba haciendo que fuera difícil escapar. Entonces tomó una honda bocanada de aire y sopló sobre todo el centro de la ciudad. El vendaval que generó fue tal que volaron personas, mascotas y autos por igual, y todo el fuego se apagó. Entonces el cerdo comenzó a correr por toda el área sacando a la gente que había quedado atrapada entre el desastre, en especial en donde los monstruos comenzaban a tambalear y a caer a pedazos formando grandes montículos de arena y vidrio.
En cuanto a Sun Wukong y el Dragón del Este, su batalla se elevó entre las nubes de las tormentas que cercaron a ambos.
—¡Veme, Wukong! ¡No existe nadie que pueda detenerme!
—Cuidado con esa confianza, Ao Kwang... Lo que puede sangrar —dijo señalando en su propia ceja el corte que el dragón tenía en la frente—, puede morir...
Ao Kwang dejó escapar un gruñido gutural y quebrado, sonrió divertido y observó los cortes y heridas punzantes del mono—. Eso significa... ¡que tú también puedes! ¡Intentemos! ¿¡Quieres?! —rugió lanzándose contra él de nuevo.
Sun Wukong usó cada portento y truco que tenía bajo la manga. Voló a la velocidad de la luz en las nubes, atrapó rayos con las manos, creció a tamaño descomunal y cazó al dragón de la cola y lo arrastró hasta ensartarlo contra una isla desierta llena de peñascos afilados. Miles de sus clones se lanzaron sobre el monstruo marino. Cientos de veces se burló y se teletransportó esquivando sus golpes y cansando a la bestia. Pero era innegable que Ao Kwang, fúrico e inestable, era esta vez por demás poderoso. Anochecía, y la luna —la fuente de su poder—, brillaba más a cada segundo; la perla no aparecía en ninguna parte y mucho temía que eso hiciera al dragón, por el momento, indestructible.
—Mala decisión tomaste, ¡Wukong! ¿No que siempre estabas en tu mejor momento? ¿Por qué siento que la mantienes con vida?
—¡A ti también te mantengo con vida! ¡¿O quieres probar el sabor de mi barra de hierro?!
—¡Eres débil! Te decidiste por ella, ¿¡no es así?! —Y lanzó sus rayos y sus olas contra él.
—¡Claro que no! ¡Es que, si no, ni siquiera sería divertido pelear contigo! —Se burló el mono—. ¡Podría seguir luchando con una mano tras la espalda!
—¡Qué idiota eres! —Se rio el dragón mientras su cola como un barreno destartalaba los desfiladeros del linde del continente—. ¡Negándote al poder supremo por una mujer!
—No soy yo... el que está haciendo idioteces por una mujer... —Sugirió el mono. Y el dragón supo que Wukong ya conocía sus verdaderos planes.
Entonces Ao Kwang, aún más furioso, creció tantos metros que pudo pararse sin dificultad en el fondo del mar y de todas maneras sacar el resto de su larguirucho cuerpo afuera. Era más alto que las olas y su figura se podía vislumbrar con total claridad desde la lejana costa de Haikou. Sun Wukong se espantó un poco al verlo; sepreguntó si de verdad tendría que usar su vara de hierro contra él o si debíadejarlo para aprovechar esta chance de librarse de Path.
De un palmazo el Dragón del Este lo aplastó como a una mosca y lo enterró en las profundidades.
Pasaron minutos completos.
Solo Ao Kwan quedó en el horizonte mientras el sol se perdía tras el continente y la luna refulgía dorada. El dragón bufaba azufre, tratando de recuperar el aliento, absorbiendo y asimilando cuanto poder podía; dispuesto a no descansar un segundo hasta que la Tierra completa fuera anegada. Su rugido hizo sangrar los tímpanos, desgarrando el aire como una tela vieja. La gran serpiente marina, dispuesta estuvo a extender su dominio sobre todo ser; y no tuvo piedad de Sun Wukong y no aceptó que el Mono se había estado frenando para no asesinarle. Su apetito era tan insaciable que lo llevaba a su propia destrucción.
Es tal y como dice esa vieja edda, que: la gran columna que mece el océano fue arrojada "al profundo mar que circunda todas las tierras, y [por haberse devorado todo cuanto se movía] aquella serpiente creció tanto que afuera está en el mar rodeando todas las tierras y se muerde la cola". Y ha sido tal su poder y tamaño que se le concedió ver su nacimiento y su muerte, por lo que espera pacientemente al día en que se la destruya por haber envenenado el mundo.
Path observaba desde un acantilado, con Liu'Er parado muy cerca.
—No puedo sentirlo. No puedo sentir que esté consciente —murmuró ella. Desde el risco era como si estuviese al borde del mundo. Su mundo. Allí, donde el cielo y el mar se encontraban, luchaba por su vida la persona que traía atada hasta el fin de los tiempos. Y si algo le sucedía, quizás ella moriría con él. Se estrujó el pecho con solo pensarlo—. ¿Dónde estás?
—¿Qué estás haciendo, Wukong idiota? ¡¿Por qué no lucha de verdad?!
Liu'Er entonces pensó que estaban todos muertos si Sun Wukong había sido tan fácilmente derrotado. Él no iba a intervenir, obviamente. De hecho, no entendía por qué sentía tal compromiso de ayudarles tanto. Pero esta era una pelea en la que no se iba a meter. Conocía sus límites.
—Huye de aquí. Vete tan lejos cuanto puedas. Ahora estás libre de él. Si Hóuwáng ha caído, ya nada podrá detener a Ao Kwang —Le dijo. Huir en realidad era en vano si Ao Kwang pensaba tomar todo el planeta, pero no quería tener que verla morir tan fácil.
«Libre...»
Ella era libre de Wukong. Él moría. Su maldición inmortal moría.
—Él dijo que no puede morir —negó angustiada.
«No mueras... Por favor no mueras...»
—Pero sí puede. Al menos parcialmente. Renacerá y será un reseteo. Tendrá que empezar de nuevo. Ya no estarás encadenada a él, en teoría, claro. La verdad no concibo la idea de que a esa alimaña le suceda algo. Seguro estará... bien. —Pero por cómo vigilaba el horizonte, no parecía seguro de ello. Había en sus ojos la misma inquietud que estrujaba el alma de la chica.
—Llévame a la playa.
—¡¿No oíste lo que dije?! —se quejó él.
—¡Hay que salvarlo, llévame a la playa!
—¡Te digo que huyas, lo primero que hará esa cosa será buscarte para acabar contigo...! —señaló al dragón.
Pero Path se lanzó a la carrera, bajando por entre las piedras, llenándose de rasguños las manos y las rodillas. Y era tal la determinación en sus ojos, que, de nuevo, sin saber la razón de su repentina obediencia, Liu'Er acabó por tomarla del brazo y acceder a su pedido para facilitarle el descenso.
Y Wukong no salía del agua. Los peces loro y las doncellas verdes, ya le daban la bienvenida a sus dominios. Pero, aunque sentía que estaba muerto, Path insistía en que estaba vivo. Él no podía morir, y menos de una manera tan tonta.
—Wukong... —susurró preocupada. Las lágrimas llenaban sus ojos—. ¿Dónde estás? —Y podía jurar que, en su mente, los besugos y los meros lo mordían para despertarlo, que los tiburones y delfines trataban de sacarlo del fondo, que ella misma les suplicaba a los manatíes que no lo dejasen morir.
—Patrisha. Hay que escondernos. Vámonos de aquí —insistió el Macaco. Ella solo negaba con la cabeza. Podía verlo en su mente; era una locura, pero podía verlo. De hecho, podía ver a los peces que la obedecían tratando de reanimarlo—. Patsy, ¿qué no tienes una pizca de sensatez o de autoconservación? Me iré. Contigo o sin ti. ¡No voy a quedarme a esperar contigo a ese psicópata!
Pero no se movió de su posición. Entonces sí Liu'Er supo que no había razón alguna para que él estuviera allí. Ni una sola. Nuevamente, Tao Siu Ling tomaba la opción más tonta: Permanecer allí para Wukong.
Patrisha de pronto cayó de rodillas en la arena—. ¡Patsy! ¿¡Qué tienes!? —gritó el Macaco. La mujer comenzó a toser y a tragar grandes bocanadas de aire como si se estuviese ahogando de nuevo. Sus ojos se tornaron absolutamente amarillos, como dos rayos de sol, de modo que no había manera de distinguir en ellos pupilas—. ¡Path! ¿Otra vez...?
Ella enterró las manos en la arena, las piedrecillas brillaron como si trazaran un camino, posó su mirada en el horizonte y sonrió.
Toda la basura marina se elevó desde los fondos y flotó sobre las olas. Eran toneladas. Pero brotaron con delicadeza casi treinta metros por encima de las olas y luego simplemente se pulverizaron. Desaparecieron. No eran lo que Tao Siu Ling estaba buscando. Y cuando por fin lo halló, concentró todo lo que tenía, todas sus fuerzas en él.
Una roca emergió desde el fondo del mar. Salió disparada como un cañonazo hacia los cielos. Flotó frente a Ao Kwang unos cuantos segundos y entonces comenzó a agrietarse. Como si el mundo entero perdiera todo su color y lo concentrara solo en un mismo punto, el brillo cegador que surgió de dentro de este extraño huevo hizo que el dragón cerrara los ojos y pusiera su enorme pata palmeada frente al rostro.
El huevo reventó en mil cuchillas afiladas de hierro puro y lava que se le ensartaron en la garra. Y de allí surgió el Rey Mono completamente cubierto de fuego y roca asfáltica. El recorrido de sus venas era de peñasco fluido, tan brillante como el magma del corazón del mundo, sus músculos y la armadura se habían aunado en una sola masa para convertirse en pedernal férreo y gris.
A veces, cuando Wukong luchaba, sentía que la batalla lo llamaba como una canción de gloria y triunfo. Pero esta vez, estaba seguro de que oía un canto... Esa melodía triste que Tao Siu Ling entonaba llenó su mente por completo, y fue plenamente consciente de que esta vez la energía no provenía de su centro, sino de algún lugar en la lejana costa del mar. Quizás era eso a lo que llamaban amor...
Fuera como fuera, era una sensación increíble, magnífica. Jamás había tenido tanto qi dentro que sintiera que se le salía por los poros. Jamás había estado tan seguro de que había un mundo completo al cual quisiera defender con toda su voluntad. El mundo que ella pisaba. La gente entre la que ella se movía. El espacio vital que necesitaba para que su piel acariciara el viento, para que su cabellera se bañara de sol. Y no iba a perder eso. No podía permitirse perder eso jamás.
Se enzarzó en una lucha tal contra el monstruo, que no habría manera de describir la habilidad ni de medir la velocidad en sus ataques. El alcance de su fuerza y fiereza era ilimitado, como si su renacer lo hubiera mejorado al mil por ciento.
El aire se sentía como si quemara. Las olas incrementaban su poder destructor. Eran los dioses de las tormentas y las criaturas del mar profundo que alentaban a uno u otro. Y, mientas los partidarios de Ao Kwang prestaban sus lanzas y cimitarras para lanzarlos en los aluviones y en las crestas de las olas, los celestiales y los demás dragones cedían sus rayos y truenos para que Wukong se sirviera de ellos en la lucha. Era como si un volcán y un tsunami estuviesen guerreando y no dos seres vivos. Eran dos dioses chinos midiéndose y poniendo su honor en juego; creando un ciclón devastador solo con su arrojo en la batalla. Ambos conscientes de que la victoria solo se obtendría cuando el otro arrostrara la muerte.
Ao Kwan estaba cada vez más cansado, pero Sun Wukong era cada vez más fuerte. La piel del dragón comenzó a agrietarse, no pudiendo contener ya más toda la energía que había absorbido. Pero la piel del rey mono había desaparecido. Solo quedaba metal y roca fundida. Era tan duro e impenetrable como un diamante, y su mortífera e indestructible arma acompañaba fielmente su crecimiento exponencial volviéndose más cruenta, más impredecible y más veloz con cada golpe certero.
Ao Kwan seguía lanzando rayos, humo, hielo y fuego, pero el rey mono siguió apaleándolo hasta que ya no pudo levantarse. Entonces le clavó el Ru Yi Bang en el abdomen y toda la energía en el cuerpo casi reventado del dragón finalmente encontró un lugar por el cual escapar. En un fuerte alarido aceptó su derrota y la explosión que desinfló su descomunal tamaño fue tan desagradable como el reventón de una piñata sobrecargada.
La lluvia siguió cayendo fina, derramándose en todo aquel triste y gris escenario que se quedó sin color cuando se extinguieron las llamaradas y cuando el sol al fin acabó por perderse en el firmamento. Y Ao Kwan se volvió una lagartija pequeña, de piel tan delicada como el papel de seda, que corrió desesperada sobre las rocas de un islote buscando refugio en sus grietas.
La tormenta finalmente amainó dejando un cielo límpido y tachonado de estrellas que oscurecía con la llegada de la noche y una luna de otoño llenadora y brillante que cada vez resplandecía más en la cúpula celeste. Los monstruos de arena —es decir los pocos que aún quedaban—, se deshicieron por el soplo del viento del mar. Ya nada les proveía vida. La ciudad quedó hecha pedazos, la gente confundida no tenía idea de lo que había pasado, y aclamó al Cerdo de los Nueve Preceptos y al Príncipe de Loto como si fuesen superhéroes. Por supuesto al cerdo le gustaron esas atenciones, pero sentado en el suelo y agotado Nezha comentó—: Vamos a tener... tantos... problemas por esto...
Path seguía en la playa, anonadada, sorprendida por todo lo que había presenciado; por todo lo que ella también había hecho. La noche se volvió fresca, y el aire caliente que embargaba cada espacio finalmente desapareció. Las olas acarreaban un murmullo suave, contándole del épico momento como si para el resto de la eternidad esa batalla continuara siendo un secreto y una herida de los mares. Una que la humanidad finalmente olvidaría y transformaría en leyenda, pero que los peces de Hainan contarían de boca en boca por siempre.
Aun respirando agitado, el rey guerrero se acercó a ella a paso lento, surgiendo de la nada en la orilla. Todavía salía humo y vapor de su cuerpo.
«¿Y cuál es la diferencia entre un monstruo y un héroe?» se dijo. No la sabía. Pudo ver como el hilo rojo volvía a atarse a ella. Su condena de mil quinientos años acababa de salvarlo de reencarnar.
Y no era que tuviese miedo de hacerlo; en teoría a él no le hubiera pasado nada, ¿verdad? Solo hubiera perdido unos siglos. Pero pocas personas le tenían ese tipo de aprecio. Recordó a Tang y al Bonzo Sha Wujing llorando su falsa muerte, a Bajie insultándolo enfadado por abandonarlos; quizás Path, en un contexto así, lloraría más que todos ellos juntos. No le era fácil encontrar alguien que se preocupara tanto. Y sin embargo por sentimentalismo acababan de desperdiciar una oportunidad de oro para soltarse el uno al otro.
Sintiendo que el frescor de la noche era nuevamente vencido por el apabullante calor que emanaba, Path se abrazó a sí misma, se alejó solo un paso y clavó en él la mirada de sus ojos inmortales. Tenía la mitad del brazo izquierdo vendado y un dolor acuciante en el pecho, pero fingió una entereza que no tenía porque necesitaba ser firme ante alguien tan intimidante como lo era el Mono Celestial de Piedra que había nacido del mismo corazón de una montaña.
—¿Y Liu'Er Mihou?
—Se fue... —Se fue, claro. Pero Path se había quedado allí por él, en lugar de huir como el Macaco—. ¿Y Emily?
—Sigue viva —contestó él vagamente—. Puedo sentirlo. No está lejos. Unos ocho kilómetros.
Path sonrió—. ¿Puedes detectar también si hay alguien vivo o muerto a kilómetros? —Seguía muy enojada, por supuesto; no sabía si alguna vez podría confiar en él o si tenía garantía alguna de que continuara fingiendo ayudarla, pero sí sabía una cosa—: Eso fue... impresionante.
Sun Wukong, con sus ojos dorados que parecían atraer hacia él la luz, la observó callado unos segundos y luego miró la noche que devoraba el mar abierto y la luna que era culpable de este momento que tenía entre manos—. Sí... lo fue... —dijo aceptando el cumplido—. Gracias. Por no dejarme morir. Otra vez. No sé cómo lo hiciste. Pero... pude sentirlo...
Era un secreto entre ambos. Era ella quien no había dejado que se ahogara; quien le había pedido al mar que no lo dejase morir. Pero a la vez no era para nada un secreto que era él quien casi la había matado; que al final se había decantado por curar sus heridas. Bajo las estrellas y la impresionante luna, ¿qué eran dos personas con un problema tan vano como lo eran los sentimientos y el rencor? ¿Y qué eran los problemas sentimentales en comparación con todo el desastre que se les venía encima en realidad? Entre todos los acontecimientos graves, este no era una prioridad ni mucho menos. Por eso ambos quizás creyeron que debían sepultarlo. De pronto la bahía entera se apreció minúscula, y Wukong se sintió insignificante. Se habían elegido el uno al otro. No era algo que pudieran ignorar; pero vaya que ambos habían decidido ignorar el asunto.
—No hay de qué. Cualquier persona decente haría lo mismo que yo —contestó mordaz. Trató de ya no verlo, de fingir que no era ese escuálido y curioso hombrecillo el que había desbaratado el mar y el cielo, de no sentir el penetrante aroma a sándalo y jengibre que desprendía ni mirar sus llamativos ojos. De recordarse a sí misma que él había hecho lo posible por dejarla morir adrede; que no era racional justificarlo por su última decisión, la única que no había sido mezquina.
—No es así. Solo una persona increíble haría algo así después de todo lo que te hice —dijo él.
Así se tragó el orgullo y reconoció que estaba demasiado equivocado. Volvió a observarla con curiosidad; los ojos dorados y redondos bien abiertos, tratando de descifrarla inútilmente. El cabello enmarañado de la mujer del carozo de durazno se mecía al viento, su mirada estaba fija en el horizonte y brillaba pese a la penumbra. Tenía puesta una de sus túnicas favoritas, la roja y dorada que él usaba todo el tiempo, como pijama. Estaba toda llena de cortes y moratones. Se abrazaba a sí misma, y era tan lejana que Wukong de inmediato sintió los efectos del cordón. Ya tenía el brazo adormecido y acalambrado, pero no podía quitarse el dolor tomándola de la mano. Era como si ella estuviese a millas de distancia. Claro que estaba furiosa, ¿cómo no estarlo?
—Es verdad. Yo soy bastante increíble —bromeó ella—. Nada mal para una humana común fácilmente asesinable, ¿no?
Pero no era gracioso.
—Path...
—No fui yo. Fue... "ella" —es decir Tao Siu Ling—. Yo no hice nada en realidad...
—¿Y tú lo hubieras hecho? ¿Si hubieras sido... tú? Yo... Es que yo...
—No hablemos de esto.
—Path...
—No hablemos...
—Tenemos que hablar de...
—Ash... Confié en ti. ¡¿Está bien?! Aunque me lo advertiste, ¿no? Que no tuviera altas expectativas. Aunque me dijiste que no sabías si podrías separarnos o qué pasaría luego; aunque me ocultaste cosas y me mentiste. A pesar de eso... Lo hice —Sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo—. De verdad te creí cuando dijiste que me protegerías y que me ayudarías a regresar a casa.
—Y lo haré.
—¿¡Ah sí?! ¿Y en qué vida?
—Los tiempos humanos y los tiempos de los inmortales...
—No, no me vengas con la manera en la que los inmortales manejan su tiempo, no digas más. Me estoy volviendo loca tratando de acomodarme a tus tiempos. Quizás conozcas a muchas Tao Siu Ling, quizás tu tengas otros mil quinientos años, pero yo solo tengo esta vida, no recuerdo ninguna otra, no tengo ninguna otra, ¡y tú desapareciste dos meses! ¡Dos meses es mucho tiempo, Sun Wukong! ¡Lo es para mí!
—Path, lo sé... Es un asunto complicado y...
—Y ya ni siquiera es eso lo que me molesta en realidad —Lamentó la mujer—. Tú lo hiciste a propósito. Para obtener lo que querías ni siquiera te importó hacernos jugar tu juego. Eres tan... —Levantó la mirada hacia el viejo muelle iluminado a la distancia—. Soy una persona paciente, Sun Wukong, sumamente paciente. Pero no soy estúpida. Esta vida es todo lo que tengo. Para ti da igual; pero para mí... para mí esto sí es de vida o muerte.
—Lo sé. Lo entiendo. Ahora lo entiendo yo... Lo siento...
—¡Y no me vuelvas a decir algo sobre mi próxima vida o esas promesas vacías tuyas porque yo...! ¡No es lo mismo para mí, no da igual, entiende!
—Lo sé. A veces olvido que para otros renacer es algo terrible. No son como yo, ¿no es verdad? Yo puedo recordar una infinidad de tiempos, pero las personas siempre olvidan. Por eso lo siento...
—Yo estaba esperándote. Todo este tiempo, desde que te fuiste... Y cuando el dragón me secuestró... Pero tú no te debes a "sentimentalismos baratos", ¿no?
Suspiró. Claro que esto iba a pasar. Era en vano que se lo advirtiera; que no desarrollara ni el más mínimo aprecio. Táo Hé había confiado en él. Siempre lo hacía. El problema, la diferencia, radicaba esta vez en él y en algo que jamás se le ocurriría admitir en voz alta pero que de hecho ya había pasado por su cabeza.
—Patty... Estabas...
—Estabas ahí y no hiciste nada. Yo también puedo sentir en dónde estás... Estabas ahí. No trates de engañarme ya más. Ahí estabas, pero no fui lo más importante ni por un segundo en tu cabeza.
Pero ella sí era lo más importante. Era lo más importante en el entero universo. Podía decirse una y otra vez que todo lo que había hecho había sido para liberarse; que su plan de mil quinientos años solo era cortar el cordón; pero no era cierto. Solo quería a Tao Siu Ling de vuelta. Y podía esconderse detrás de su fachada mezquina, fingir que ella no le importaba; podía incluso hacer que este avatar, esta pelirroja gritona y risueña, lo odiara. Pero por Tao Siu Ling... Por Tao Siu Ling, quien asomaba a través de esa mirada, ¿por ella qué estaba dispuesto a hacer?
—Lo sé. Yo lo sé... No sé qué... —Cerró los ojos. Esto era un desastre—. Decir lo siento no bastará.
—No. No bastará.
—Soy un...
—Sí lo eres —Lo interrumpió. Como siempre, ella podía hablar por los dos—. Estaba tan... asustada... Y pensé que tendría alguna mínima prioridad en tus planes; que no dejarías que ese demente me lacerara el brazo; que llegarías a tiempo —agregó con la mirada abrillantada. En su voz se hacía eco la impotencia, la desazón, la angustia y la rabia que había sentido. Ese tono lo anegaba de una culpa que pensó que jamás sentiría—. Te extrañé. Yo de verdad te había extrañado. De verdad había confiado en ti.
—¿Había...?
Path tomó una gran bocanada de aire y lo soltó con lentitud—. Había. Pero ibas a dejarme morir con tal de librarte de esto. Tienes razón. Yo soy increíble. O tal vez no quiero ser como tú.
—Lo lamento. Yo... Aunque no sea suficiente... lo lamento de verdad. Fui... impulsivo. Fui egoísta.
—Olvídalo... Ya todo está bien. Digo, duele, pero... me recuperaré. Y no es como que tenga que esperar que otros resuelvan mis problemas... Soy bastante inútil para todo esto de sobrevivir, pero voy a arreglármelas. Así que juega tu juego y yo jugaré el mío. Dicen que el que avisa no traiciona y tú me dejaste muy claro que en realidad no te importa. —Volteó hacia él, sonriendo como si nada en esta tierra pudiera dañarla. Entonces soltó una carcajada—. ¿Qué es esto? ¡Qué ridículo! ¿Por qué estoy reclamándote cosas? Ni que fuera tu esposa. ¿Es el hechizo no es cierto? —insistió riendo—. Porque es una tontería, ni somos amigos, somos extraños; nada de esto es...
Sun Wukong rio también, de mala gana e incómodo, sabiendo que solo actuaban para fingir que les quedaba algo de dignidad que proteger—. Sí, no es...
—Real.
—No. Nada lo es. Tú... lo olvidarás cuando cortemos esto. Tao Siu Ling siempre lo olvida. Tu siguiente vida tendrá paz, lo garantizo. Perdona, es lo que puedo ofrecerte... No sé qué más...
—Lo sé. "Siguiente vida" no suena bien para nada. Aunque ser aliados tampoco, francamente.
—Al menos te desharás de mí.
—Bueno... —Suspiró—. Es lo que hay. Y tú también lo olvidarás, ¿no? Estarás bien y lo dejarás atrás.
—Claro... —Pero no estaba convencido de que fuera así.
—Bueno, en ese caso esto solo es muy incómodo.
—Bastante...
—Ash... Andando señor impresionante. Tenemos una misión, y debemos buscar a los demás —dijo enseñando su mano izquierda. Aún tenían un cordón que cortar.
—¿Entonces esto...?
—No sé qué pretendías, pero sé que matarme no es opción para ti. Olvídalo. Sigamos...
Entonces se fue caminando y bailoteando por la playa, hablando de la batalla y del desastre que habían causado; fingiendo que no tenía ninguna lágrima que limpiar; preguntando vez tras vez sobre Emily, diciendo que tenían que buscarla, pidiendo que le dijera si estaba bien.
Sun Wukong la siguió en silencio, dejando que lo alagara, contestando lo que sea que preguntara. Y era la segunda vez que quería decirle que debía callarse porque no se merecía ni un solo cumplido; que no rellenara el vacío para fingir que no lo odiaba. Que era mejor, mucho mejor que siguiera reclamándole por todo lo que había hecho mal como si fuese su esposa, como si tuviera algún derecho a pedirle explicaciones por su egoísmo.
Y no recordaba que ninguna Tao Siu Ling minimizara así las cosas como ella; ninguna era tan inconsciente y despreocupada. Había estado a punto de matarla y sin ningún tipo de recelo ella seguía tratándolo así y hasta riendo al hablarle. Quizás esa manera de ser era su mejor escudo...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro