23-La Guerra que se Libró en lo Profundo
"Estamos aquí para reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida... que la muerte temblará al recibirnos" (Charles Bukowski).
La bella mujer serpiente gemía y gritaba ahogándose con su propio veneno. Ao Kwang la sostenía del cuello y exprimía sin piedad alguna para drenárselo de los colmillos.
-Ya, no llores... Ni siquiera te hace daño en realidad -Le dijo el dragón-. Es tu culpa querida. Realmente no necesitaba hacerte esto, pero ya que estás aquí y no donde se supone que te ordené estar... Verás... Nunca es suficiente mucho poder.
Por causa de sus gritos, Path ya había recuperado la conciencia y con esta el dolor. Ya no tenía la aguja encastrada en el brazo y este había dejado de chorrear la sangre a borbotones. Solo caía un fino hilo rojo y continuo que parecía no tener fin y le hizo pensar automáticamente en el cordón de seda invisible que traía al dedo. Un extraño guardia con cara de pez limpiaba sus heridas con delicadeza. Tenía algo de conocido en su rostro, pero estaba tan adolorida que no podía concentrarse lo suficiente para deducir cuándo o por qué lo recordara. ¿Por qué Sun Wukong no la encontraba? ¿Cómo es que no sentía lo mucho que estaba sufriendo? ¿Acaso la había abandonado a su suerte? El dragón había dicho que de seguro Wukong ya estaba por ahí, ella misma lo había sentido... ¿Entonces por qué permitía que pasara todo esto?
Cuando por fin se llenó el frasco, Bai Suzhen parecía un desparpajo. Estaba despeinada y jadeante, con los ojos enrojecidos por el dolor y por el llanto. Su boca sangraba en la comisura de los labios donde la falta de delicadeza del dragón había provocado pequeños desgarros, y su cuello tenía la marca colorada donde el cretino había enterrado sus dedos.
-Acabé -dijo él con malicia.
La mujer, altanera y enfadada, escupió lo que quedaba del veneno en las barbas del rey del mar. Ao Kwang se fastidió, pero la ignoró como lo hacía siempre y simplemente se limpió la cara.
-¿Qué? ¿Estás enojada? Vamos... ¿por qué las serpientes mezquinan tanto su veneno? Ni siquiera te es útil...
Bai Su Zhen soltó una risa hastiada-. Oye Ao Kwang... No nos casemos, ¿quieres? -masculló-. No nos vamos a llevar bien.
-¿Todavía crees que tienes poder alguno para decidirlo tú?
-Lo tengo. Espero entiendas que, a partir de ahora, solamente me dedicaré a intentar matarte.
Ao Kwan también rio. Casarse con ella no traería ningún beneficio ni se le apetecía tampoco. La verdad, no necesitaba ninguna mujer. O tal vez estaba sintiendo cierta culpa ya que Ao Zhu Mai había regresado-. Como quieras -gruñó. La serpiente blanca sonrió de lado y se acomodó en la silla. Su mueca inquietó profundamente al dragón pues entendió que ella dilucidaba todos sus motivos.
Dos moluscos trajeron un pequeño caldero y lo pusieron frente al rey del mar. El cruce de miradas se quebró y, Ao Kwang aprovechó a huir de esa verdad. Colocó el contenido de los dos frascos en un recipiente que parecía hecho de algo como jade y los mezcló con cuidado. A continuación, trajeron ante él otro frasco, uno de hechura muy fina, y también lo vertió en el mismo lugar. El ambiente, que no era ni agua ni aire, se llenó del perfume dulzón del durazno. Entonces Ao Kwang metió su extraña formula en el caldero y esperó unos treinta minutos hasta que la magia sucediera. Los guardias que estaban sobre el artefacto continuaban cargando dentro de la perla blanca todos los haces de luna que lograban atrapar con los incontables espejos. Y cuando la fórmula estuvo lista, también la perla estuvo cargada por completo con abrumadora energía. Entonces el dragón vertió la pócima sobre la perla y esta se volvió de un extraño color anaranjado.
-Ya es tiempo -dijo el monstruo marino- de obtener nuestra venganza contra todos los habitantes de la superficie. Ya no más de sus islas de basura y sus desperdicios en nuestro territorio. ¡Las algas llenarán los edificios y los arrecifes se extenderán sobre sus plazas! -Sus súbditos alabaron la idea-. Mi reino dominará todo el suelo seco y mis gigantes sembrarán el terror purificando la tierra. Y cuando finalmente todo el mundo sea mío, el cielo tampoco podrá escapar. Voy a recuperar todo lo que me pertenece...
Entonces Ao Kwang abrió un portal que daba a su otro palacio. Allí, en el domo del Cristal Pacífico, aguardaban sus gigantes de arena dormidos. Y el domo del Cristal Pacífico y el domo del Cristal de Agua pasaron entonces a ser como uno mismo, distorsionando los espacios y unificando los miles de kilómetros que los separaban.
La perla pareció cobrar vida propia cuando el dragón depositó su palma sobre ella. Brilló en un destello rosa y luego lanzó un potente rayo que hizo tronar los mares. Un temblor sacudió todas las fosas marinas, y cuatro de los gigantes, aquellos que habían sido alcanzados por la luz, comenzaron a moverse.
Mientras tanto, el mismo cuerpo de Ao Kwang comenzó a mutar. Alcanzó tal fuerza que su tamaño se incrementó hasta siete veces y ya no tuvo espacio bajo su propio techo. Destrozó varias columnas con el movimiento de un brazo y sus rugidos por sí solos astillaron parte del domo que mantenía el agua afuera. Continuó creciendo y creciendo hasta que todo el recinto dejó de ser suficiente para él. Se irguió en dos patas y la mitad de su cuerpo quedó por fuera del agujero azul donde se hallaba su palacio. Pero en el lecho marino, la cúpula acabó por romperse a causa de sus movimientos y toda la presión de agua reventó e inundó por completo el socavón donde estaba enclavado.
-¡Y solo por un leve contacto! -rio complacido el gigante-. ¡Todo lo que haré cuando la perla esté lista y absorba completamente la luz de la luna!
Entonces dejó que la perla se siguiera cargando y siguiera infundiendo vida a su ejército.
-¿Wukong? -susurró Patrisha. Tenía la vista borrosa, no podía incorporarse, y el agua estaba llenando todos los espacios demasiado rápido.
-No, claro que no -contestó el Macaco de las Seis Orejas. Dejó de ser el guardia pez y se transformó en el mono albino de sus pesadillas recurrentes, era él quien desde el principio había estado allí, velando por ella-. Te sacaré de aquí cariño, no te preocupes.
-No podemos dejarla -dijo Patrisha mirando a la serpiente. ¿Y Emily? ¿dónde estaba ella?
-No hay tiempo -contestó este a su vez.
-¿Dónde está Sun... Wukong?
-No lo sé cielito, te juro que no lo sé... -Todo retemblaba y se derrumbaba a pedazos. El agua entraba a raudales y muy pronto el palacio completo quedaría sumergido para siempre-. No puedo sentir donde está.
Allá en la superficie, un rayo de siete colores acompañado de un fortísimo fuego derribó a Ao Kwang de un golpe directo en la quijada y lo hizo destrozar toda el ala norte del palacio. El dragón, con la mandíbula desencajada se incorporó, buscó el origen del ataque y musitó lleno de ira-. El niño asesino... -Ahora sí podría obtener su venganza completa, pensó.
-¡Espero que no te moleste, pero me invitaron a tu fiesta! -contestó desde las nubes aquella fuente de poder. Y murmuró-: Gran Sabio, espero que esto de verdad funcione...
Era una voz divertida, cantarina y hasta gentil. Ao Kwang reconocía esa voz como nadie-. La verdad me alegra que estés aquí. Pensé que tendría que ir a buscarte para que te arrastres ante mí... -dijo el dragón.
Efectivamente era quien Ao Kwang asumió que era... Entre las nubes rojas y magentas tintadas de la gloriosa luz del atardecer, apareció el gran Tercer Príncipe de Loto, de pie sobre sus ruedas de fuego y viento; empuñando sus armas contra él y muy dispuesto a acabar con el trabajo de su anterior vida.
Era su porte regio y atractivo, y aunque no parecía ser más que un muchacho joven de complexión delgada, nadie que lo viera se atrevería a poner a prueba su poder de lucha. Sonreía con sorna, muy consciente de que era imponente su presencia y tenebrosa su llegada. Su cabello largo estaba recogido en dos moños y su fleco cubría parcialmente la marca roja de una flor de loto de tres pétalos que tenía en la frente. Detrás de él brillaba ondeante una larga cinta de seda del mismo color carmín. Un portentoso anillo de oro resplandeciente giraba a su alrededor cambiando constantemente de tamaño. Todo en él parecía evocar el eterno baile de los electrones en torno a un núcleo, o el movimiento de los planetas atraídos por el Sol. Incluso una retahíla de nubes seguía por inercia el mismo camino que la arandela que todos llamaban "El anillo del universo". Era Nezha, el que había nacido para ser el humano más formidable que hubiera existido en la tierra.
Junto al magnífico guerrero se reunieron mil lenguas de humo y fuego y de estas surgió Chu Bajie, de pie sobre las nubes, pues también él se había alistado para la batalla. Aunque Bajie ya no tenía su afamado rastrillo de nueve puntas -el arma indestructible que araba campos y arrasaba montañas con facilidad-, sí que traía consigo lo necesario para dar pelea. Una cimitarra, que Nezha le había facilitado, en la mano derecha; una gran espada Guan Dao del color del jade en la izquierda. Esta última era nada menos que la Espada de la Media Luna Verde del Dragón que pertenecía a la familia Guan, la primera Guan Dao que había sido forjada y la que no tenía ni punto de comparación con todas las que surgieron después de ella. Tenía una leve astilladura en el filo de la curva, pero por lo demás estaba en perfectas condiciones para luchar. Ambas armas en manos de Wu Neng eran sin duda letales, tanto como lo era el hombre que las empuñaba; el que antes había sido el comandante de los navíos del Emperador de Jade, el Mariscal de los juncales de los ejércitos celestes.
-Gracias por hacerte el tiempo para venir, Nezha -dio Bajie, nervioso por la batalla.
-¿Para machacar a Ao Kwang? -Rio el muchacho-. Si me avisaban antes, me tomaba el día.
Se lanzó al ataque contra el dragón sin dudarlo ni un segundo, enfurecido descargó todo su arsenal contra el gran monstruo marino que demostraba ser más fuerte e indestructible que ninguna otra vez que se hubieran enfrentado.
-Es más fuerte -observó el príncipe, complacido-. Genial.
Y cuando el dragón rugió furioso y se elevó por los aires, Nezha hizo que su cabeza dejara de ser una y se volviera tres, una con un pétalo en la frente cada una. Entonces sus brazos también se multiplicaron llegando a ser seis, uno para cada arma. Nezha era en efecto un batallón por sí mismo; sin puntos ciegos, sin cansancio, sin piedad ni duda en el ataque. Dos de sus manos portaban las espadas Yin y Yang, otras dos manos llevaban el arco cósmico y las tres flechas vibrantes, en una quinta mano aferraba fuertemente la lanza de punta de fuego, y la mano libre que quedaba dirigía, agrandaba y afilaba el anillo del universo según su voluntad y conveniencia.
Los gigantes de arena comenzaron a emerger en las costas de una playa, demasiado cerca de donde se había levantado una tumultuosa ciudad. Al ver que Nezha tenía más que controlada la situación, Bajie lo dejó hacerse cargo del dragón y se marchó en su nube para detener a las abominables criaturas que este había creado para sus propósitos. Los mutantes lanzaban mil cuchillas de vidrio por sus dedos y levantaban por los aires los autos y las tiendas del puerto tan solo de unas cuantas patadas.
Terrible fue el destrozo que causaron tales monstruos y feroz fue la batalla que dieron los héroes. Y cada vez que el dragón se movió un céntimo, el mar se agitó y las olas se volvieron mortíferamente altas hundiendo barcos y derribando muros de contención en los puertos. Pero, a todo esto, el Gran Sabio tan Grande como el Cielo no se dignó a aparecer para la pelea. Él se escondió dentro del palacio de Ao Kwang y tramó otra de sus estrategias para asegurarse una doble victoria. Quien quiera saber de qué se trata, deberá esperar al siguiente capítulo.
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