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21-Un rey y un guerrero

"No luches contra ti mismo: aunque nunca hayas devorado una oveja, sigues siendo un lobo" (Alejandro Jodorowsky).

A estas alturas es necesario saber de la contienda de los dos Líng-míngdàn-hóu —monos de piedra inteligente—, cuya negociación pacífica primaria había fallado de manera rotunda, y cuya rivalidad trasciende la historia de las naciones más antiguas.

Difícil es explicar el nivel que alcanzó su lucha y la violencia con la que arremetieron el uno contra el otro una vez que Sun Wukong dio el primer golpe y el Macaco de las Seis Orejas lo detuvo con su propio Ru Yi Bang. Fueron volando y saltando del cielo al suelo varias veces en un millón de piruetas por segundo, y atacaron sin piedad ni respiro durante horas y horas hasta que el sol se puso y mientras transcurrió la noche y aún hasta el amanecer.

Lucharon más de dieciséis horas de seguido sin trastabillar ni detenerse, y crearon cráteres en el terreno que pisaron y huecos en las gruesas capas de nubes, que desataban su tempestad con furia por el mero hecho de verlos surcar la atmósfera.

Fue así como, en medio del fragor de la batalla, el pelaje de Sun Wukong se volvió de un increíble rojo fuego y sus ojos un par de carbones encendidos; echó chispas por la boca, fue capaz de rasgar el mundo con las manos y quebrar el tiempo con la velocidad de sus patas. Y aunque el Rey Mono era sin dudas el mejor guerrero y su fuerza superaba con creces a cualquier oponente, por su conexión con la tierra, y aun desplegando todo su poder, estuvo en clara desventaja. Estaba mareado, y sus músculos se adormecían de tanto en tanto, su percepción del ambiente se había vuelto confusa y sus instintos no eran tan agudos como antes. De inmediato pensó "esto no puede ser otra cosa que Patrisha. Algo le sucedió". Pero no podía detenerse ni huir; al contrario, tenía que acabar con esto pronto para regresar a su lado y concretar su plan.

Liu'Er, se tornó blanco como la luna llena y sus ojos albos y brillantes como la nieve recién caída. Lo rodeó una densa oscuridad, las sombras acudieron a él absorbiendo la existencia de los objetos, el aire se volvió pesado, difícil de respirar, y la luz desapareció al son de sus pasos que quebraban el suelo por donde pisaba y disolvían el polvo alterando la realidad.

Y era Sun Wukong el sol, pero Liu'Er la luna; era Sun Wukong el rayo pero Liu'Er la tempestad y la tormenta; era Sun Wukong la construcción y la vida, pero Liu'Er la destrucción y la densa oscuridad de la muerte. Todo y nada. Yin; Yang.

Eso sí, a diferencia de Wukong, Liu'Er parecía estar en óptimas condiciones; tanto así que le dio pelea por horas y horas, y se retiró de la contienda solamente cuando se hubo aburrido. Pero Sun Wukong lo persiguió y lo asechó hasta que logró encontrar su guarida. Allí encontró todas esas imágenes de Tao Siu Ling y, loco de la ira, las arrancó de las paredes de piedra hasta que solo quedaron la mitad de ellas. Fue entonces que se desató una nueva lucha.

Como el Rey Mono no pensaba detenerse ni llegar a un acuerdo con él, el Macaco decidió que seguirían así hasta la muerte si ninguno de los dos se permitía afrontar la pérdida que significara renunciar a la victoria. Y como la muerte no les era plausible, quizás hasta seguirían así por toda la eternidad. El Macaco siempre había sido menos terco que él, y admitió que Path no le interesaba tanto como al tarado de Hóuwáng y que ya no tenía ganas de seguir insistiendo en el asunto. Era muy desgastante, y ya no le encontraba sentido a seguir peleando por algo tan infantil. Además, Sun Wukong le iba a destartalar la cueva completa si no lo sacaba de su casa.

—¡Muy bien ya basta! —gritó ensartándole un golpe que lo empujó afuera. Entonces salió también dejando la cueva un poco agrietada—. Wukong, hermano, no sabía que eras del tipo celoso —se burló con el fin de sacarlo de su hogar—. Si no querías que hablara con ella me lo hubieras dicho, no hay problema.

Sun Wukong no se detuvo ni contestó a sus provocaciones. Alienado, siguió tratando de alcanzarlo cuando Liu'Er huyó de él alejándose de la caverna y corriendo y saltando por el desierto—. Ah... sí me dijiste que no le hable. El problema es que no tengo ganas de hacer lo que dices; y te seré sincero, ¡ella me prefiere a mí! Ambos sabemos que, de los dos, soy el menos tóxico —siguió insistiendo el Macaco—. Me encanta visitarla por las noches, debería verla más seguido. ¿Sabías que le gusta bailar? Baila igual que Fei Fei, ¡qué locura! ¿No?

Sun Wukong levantó una tormenta de arena solo por la velocidad con la que trataba de alcanzarlo y la luz seguía el recorrido de sus pies mientras el Ru Yi Bang en sus manos vibraba, bruñido como una centella. Entonces Liu'Er se puso a treinta y seis metros y medio del suelo y Sun Wukong, por más que tironeó y se esforzó, no pudo alcanzarlo ni con el filo de sus garras, ni con el borde de su bastón, ni con la punta de su cola —. Está muy linda, sí, pero ¿de verdad vale la pena que te humilles de esta forma? —Y Sun Wukong volvió a bajar a la tierra y aventó una gigantesca roca hacia él gritando con furia—. Estas siendo muy... muy infantil, ¿lo sabes?

—¡¿Vas a seguir con tus payasadas o vas a pelear de verdad, Farsante?! —demandó desde el suelo.

—Por lo general yo lanzo y tu esquivas como cobarde... ¡¿No que ya no practicabas la violencia, monjecito?! —contestó desde la seguridad de su nube.

—¡Puedo hacer una excepción con tu ridícula cara! ¡Baja y mide tu fuerza conmigo si eres tan valiente como dices!

—Kong, tenemos la misma ca... —Liu'Er apenas sí pudo esquivar el puñetazo. Sun Wukong había hecho un salto a las nubes a pesar del tremendo dolor que esto le provocaba. Y ahora sus golpes eran certeros y mucho más rápidos que en cualquier otro momento. Cualquier ventaja que hubiera tenido ya no existía, lo supo al ver sus ojos como candiles idénticos sin atisbo de debilidad y al sentir la velocidad que necesitaba ahora para detener sus ataques. Wukong lo iba a matar si no lograba huir de él o calmarlo. El cordón de seda estrujó el brazo del Rey Mono y lo arrastró haciendo que cayera de cara en una duna, pero Sun Wukong, con el pelaje totalmente ennegrecido y con los ojos rojos, volvió a saltar dispuesto a arrancarle cada pelo al Macaco hasta que pareciera desollado. La atadura ya no lo detendría. De nuevo había podido vencerla temporalmente.

Liu'Er comenzó a correr por su vida, a escapar lo más lejos y saltar lo más alto. Entonces su lucha dejó de ser sobre el desierto. Escapando así, hizo que el Rey Mono atravesara el mundo yendo tras él. Y así pasaron días y hasta casi dos semanas. El fugitivo fue hacia África y luego a Europa, lo hizo recorrer toda Asia y luego desvió hacia las islas del Pacífico, recorrió el océano en las nubes y cayó en tierra seca internándose en el Amazonas. No hubo volcán, hueco o fosa donde pudiera esconderse; no hubo montaña, lago o ciudad que detuviera al Rey Mono. Entre saltos y contiendas Liu'Er Mihou llegó a trompicones a las cadenas de montañas del sur de América donde Wukong comenzó a aventarle pedazos gigantes de hielo y a crear avalanchas para enterrarlo en ellas. El mundo tembló. Aludes, ventiscas, tornados e inundaciones. Una seguidilla de desastres naturales alrededor de todo el globo anunció la contienda a los humanos.

Finalmente, Liu'Er regresó a China. Cansado de tanto trajín, se detuvo frente a una roca gigante en un campo a la mitad de la nada y la partió en dos. En el centro de esta había un buraco del tamaño de un balón, y, dentro de ese hoyo, un frasco preciosamente tallado que difícilmente pudiera decir que le perteneciera a él. En el instante en que lo sostuvo en sus manos, Sun Wukong se abalanzó contra él—. Ya, ya, ya, ¡me rindo! ¿¡Qué no tienes otra cosa que hacer?! —se quejó el Macaco.

Wukong parecía respirar fuego y azufre, pero, cuando Liu'Er entregó el frasco sin oponer resistencia, se detuvo. Sus ojos dejaron de ser dos gemas rojas que irradiaban la bulla de su odio y violencia, volvió a tener irises dorados como el sol de mediodía—. ¿Te rindes dices? —contestó zamarreándolo con una mano del cuello de la túnica—. ¿¡Que te rindes?! ¡¿Después de lo que le hiciste a mi estatua y a mi valle te debo dejar ir "porque te rindes"?!

—Vamos hombre, piensa en Patrisha...

—¡No menciones su nombre!

—¿No se supone que lo que te pasa a ti también a ella? ¿cómo puedes ser tan inconsciente?

—¡Cállate! ¡Si le pones una pata encima te juro que te voy a...!

—¡Sí! ¡Me rindo, me rindo! ¡Eso dije! ¡Demonios, eres un fastidio! —se quejó el Macaco.

—¡Escúchame pulguiento...!

—No le hablaré a tu novia, no fastidiaré a tus amigos, no me meteré con tus cosas ¡Ya solo déjame en paz! Wukong, ¡no existe ser vivo que sea más fastidioso que tú, llevas persiguiéndome como diez días por una mugrosa estatua! —Se quejó sacándoselo de encima. Se alejó unos pasos despotricando y pataleando tanto como él—. ¿¡A donde tengo que ir para que me dejes?! ¿¡La luna?! ¡Ya llévate esa porquería, acepto tu trato!

—¿¡Qué?!

—¿¡Estás sordo mono viejo y cabezón?! ¡Te digo que acepto el trato! ¡Se acabó! ¡Me hartaste! ¿¡Estás feliz?! —Entonces se dispuso a marcharse.

Sun Wukong observó el frasco del elixir por unos segundos y lo sacudió. Estaba vacío—. ¡Maldito Farsante! —gritó.

Liu'Er huyó desternillándose de risa—. Sigues siendo tan inocente... —Se burló— ¡Que lento...! —Sun Wukong fue de nuevo tras él, más furioso que antes. Y así llegaron hasta la montaña de Flores y Frutos.

"Patrisha" estaba juntando lirios blancos en la entrada de la cueva. Bajie no notaba nada extraño en ella salvo porque los pequeños monos rehuían de su compañía, no como antes. Además, estaba tan callada... antes se veía triste pero parlanchina; ahora sonreía, pero no decía una palabra. Se quedó pensando en lo que había dicho Emily, que ella siempre huía de las personas, que se aislaba de los demás, así que asumió que solo estaba lidiando con la preocupación a su manera.

Liu'Er atravesó varias ramas de árboles y se arrojó contra ella, envolviéndola en su agarre. Le fue fácil encontrarla gracias al cordón de seda amarrado al dedo de Wukong hasta su dedo. Con una mano apuntó el Ru Yi Bang sobre su pecho, e hizo que el arma se tornara filosa como una daga; con la otra mano sostuvo su cuello y la apretó contra él. Sun Wukong cayó frente a ambos.

—Libérala. Ahora — demandó el Rey Mono.

—¿O qué, reinita? ¿Me ofrecerás otro tratado de paz? —contestó.

Hablaba muy cerca de su oído. Demasiado encima de ella. Sun Wukong lo observó con disgusto y decidió que le molestaba demasiado que, tanto Ao Kuang como él, se tomaran tantos permisos innecesarios.

—O haré que sepas lo que de verdad es el infierno.

—¿Qué? ¿Harás otra escena de celos justo ahora, galán?

—Pensé que al que le gustaba montar escenas era a ti. Quizás por eso no superas a Fei Fei... Siempre todo es tanto drama contigo...

—Superar... Porque tú sí que sabes cómo, ¿no? —señaló el cordón rojo—. ¿Quieres que te ayude a liberarte? Veamos si mi Ruyi puede cortar tu turbulenta relación —insistió. Su vara, siendo ahora un objeto punzante, se enterraba levemente contra la piel blanquecina de la chica, justo sobre la yugular. Y Wukong gruñó de nuevo—. Ay tranquilo, no me agradezcas. Eso sí. Solo si admites que te gusta... —Liu'Er rio por su propia broma, pero luego desvió la vista a la mujer. Sun Wukong también lo supo. No era ella. Tenía el rostro de Patrisha, su aroma y también un cordón escarlata que se unía al dedo del rey mono. No tendría que haber duda alguna sobre su identidad; pero no era ella—. ¿Quién...? —cuestionó el Macaco.

—¿Dónde está Patrisha, Liu'Er?

—¿Qué?

—Ya veo. Toda esta pérdida de tiempo era parte de tu plan... —insistió preparándose para darle la paliza de su vida—. O me dices donde está Path y me entregas el elixir, o te ayudaré a acelerar tu cita con Yama.

—¿Qué está pasando? —Se quejó Bajie saliendo de entre los arbustos escandalizado, con las manos en la cabeza. Liu'Er lanzó a la mujer lejos de él y desapareció de nuevo en las sombras. Sun Wukong disparó una esfera de luz y energía que brotó de la palma de su mano. Pero no se la disparó al Macaco de las Seis Orejas, ni al lugar donde este había estado, se la disparó a la chica—. ¡Wukong! —gritó Bajie severamente confundido. Entonces la mujer sacó la oropéndola de oro y sopló con fuerzas; más de setenta serpientes acudieron a ella y desviaron el impacto del rayo. La cinta roja se deshizo como una ilusión y la mujer reveló su verdadera forma: una criatura escamosa y larguirucha con colmillos de serpiente—. Bai Suzhen... pero... ¿dónde está Patrisha?

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